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LA LITURGIA DE LAS HORAS U OFICIO DIVINO

 

 

 

 

CONTENIDO

Capítulo I.

IMPORTANCIA DE LA LITURGIA   DE LAS HORAS U OFICIO DIVINO EN LA VIDA DE LA IGLESIA.

I. LA ORACION DE CRISTO.

Cristo intercesor ante el Padre

II. LA ORACION DL LA IGLESIA

El mandato de orar

La Iglesia continúa la oración de Cristo,

La acción del Espíritu Santo.

Carácter comunitario de la oración.

III.   LA LITURGIA DF LAS HORAS

Consagración del tiempo

Relación entre la Liturgia de las Horas y la Eucaristía.

La función sacerdotal de Cristo en la Liturgia de las Horas

La santificación humana.

Alabanza a Dios en unión con la Iglesia del cielo

Súplica e intercesión

Cumbre y fuente de la acción pastoral

IV.  LOS QUE CELEBRAN LA LITURGIA DE LAS HORAS.

a) la celebración en común.

b)  El mandato de celebrar la Liturgia de las Horas.

c)  Estructura de la celebración.

 

Capitulo II.

LA SANTIFICACION DEL DÍA MEDIANTE LAS DISTINTAS HORAS LITURGICAS

I. LA INTRODUCCION A TODO EL OFICIO

II.  LOS LAUDES DE LA MAÑANA Y LAS VÍSPERAS

III. EL OFICIO DE LECTURA.

IV. LAS VIGILIAS

V. TERCIA, SEXTA, NONA:  LA HORA INTERMEDIA

VI. LAS COMPLETAS.

MODO DE UNIR, SEGUN LA OPORTUNIDAD,

LAS HORAS DEL OFICIO CON LA MISA O BIEN ENTRE SI.

 

Capítulo III.

LOS DISTINTOS ELEMENTOS DE LA LITURGIA DE LAS HORAS

1. LOS SALMOS Y SU CONEXION CON LA ORACION CRISTIANA.

II. ANTÍFONAS Y OTROS ELEMENTOS QUE FACILITAN LA ORACION DF LOS SALMOS.

III. MODO DE RECITAR LOS SALMOS.

IV. DISTRIBUCION DE LOS SALMOS EN EL OFICIO.

V. LOS CANTICOS DEL ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTO

LA LECTURA DE LA SAGRADA ESCRITURA.

a) La lectura de la Sagrada escritura en general

b) Distribución de las lecturas de la Sagrada Escritura en el Oficio de lectura.

c) Las lecturas breves.

LA LECTURA DE LOS PADRES Y DE LOS ESCRITORES ECLESIASTICOS

VIII  LA LECTURA HAGIOGRAFICA

IX.   LOS RESPONSOR1OS

X. LOS HIMNOS Y OTROS CANTOS NO BIBLICOS.

LAS PRECES, EL PADRE NUESTRO,  LA ORACION CONCLUSIVA.

a)  Las preces o intercesiones en  los Laudes y Vísperas.

b,)   El Padre nuestro.

c) La oración conclusiva.

XII. EL SILENCIO SAGRADO.

 

Capítulo IV

LAS DIVERSAS CELEBRACIONES A LO LARGO DEL AÑO.

1.  LA CELEBRACION DE LOS MINISTERIOS  SEÑOR.

a)  El domingo.

b) El Triduo pascual.

c)  El tiempo pascual.

II. CELEBRACION DE LOS SANTOS.

1 - Cómo se ha de ordenar el Oficio en las solemnidades.

2. Estructuración del Oficio en las fiestas.

3.  Estructuración del Oficio en las memorias de los Santos -

III. EL CALENDARIO QUE SE HA DE SEGUIR Y LA FACULTAD DE ELEGIR ALGUN OFICIO O ALGUNA DE SUS PARTES.

a) El calendario que se ha de seguir

b) La facultad de elegir algún Oficio.

c) Facultad de elegir algunos formularios.

 

Capitulo V

LOS RITOS QUE SE HAN DE OBSERVAR EN LA CELEBRACION COMUN.

1- LOS DIVERSOS OFICIOS QUE HAN DE DESEMPEÑAR.

II.  EL CANTO EN EL OFICIO

CONSTITUCION APOSTOLICA

 

 

Capítulo I.

IMPORTANCIA DE LA LITURGIA   DE LAS HORAS

U OFICIO DIVINO EN LA VIDA DE LA IGLESIA.

 

1. La oración pública y comunitaria del pueblo de Dios figura con razón entre los principales cometidos de la Iglesia. Ya en sus comienzos, los bautizados "per­severaban en oír la enseñanza de los Apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración" (He 2, 42). Por lo demás, la oración unánime de la comu­nidad cristiana es atestiguada muchas veces en los Hechos de los Apóstoles (1)

Testimonios de la primitiva Iglesia ponen de mani­fiesto que cada uno de los fieles solía dedicarse individualmente a la oración a determinadas horas. En diversas regiones se estableció luego la costumbre de des­tinar algunos tiempos especiales a la oración común, como la última hora del día, cuando se hace noche y se enciende la lámpara, o la primera, cuando la noche se disipa con la luz del sol.

Andando el tiempo se llegó a santificar con la oración común también las restantes Horas, que los Padres veían claramente aludidas en los Hechos de los Apóstoles. Allí aparecen los discípulos congregados a la "hora tercia" (2). El Príncipe de los Apóstoles "subió a la .terraza, para orar hacia la hora sexta" (la, 9); "Pedro ... y Juan subían al templo a la hora de ora­ción, que era la de nona" (3,1); “hacia medianoche, Pablo y Silas, puestos en oración, alababan a Dios" (16.25).

2.  Tales oraciones realizadas en común poco a poco se iban configurando  como un conjunto definido de Horas. Esta Liturgia de las Horas u Oficio Divino, en­riquecida también con lecturas, es principalmente oración de alabanza y de súplica, y ciertamente ora­ción que la Iglesia realiza con Cristo y que dirige a él.

 

 

I. LA ORACION DE CRISTO.

 

Cristo intercesor ante el Padre

3.  Cuando vino para comunicar a los hombres la vi­da de Dios el Verbo que procede del Padre como es­plendor de su gloria, "el Sumo sacerdote de la nueva y eterna Alianza Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, ¡introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celes­tiales" (3). Desde entonces resuena en el corazón de Cristo la alabanza a Dios con palabras humanas de adoración, propiciación e intercesión: todo ello lo presenta al Padre, en nombre de los hombres y para bien de todos ellos, el que es príncipe de  la nueva humani­dad y Mediador ante Dios.

4. El Hijo de Dios, "que es una sola cosa con el Pa­dre" (Jn. 10, 36}, y que al entrar en el mundo dijo: "He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad" (Hbr 10,9; cf. Jn 6, 38) se ha dignado ofrecer­nos ejemplos de su propia oración. En efecto, los E­vangelios nos lo presentan muchísimas veces en ora­ción: cuando el Padre revela su misión (4), antes del llamamiento de los Apóstoles (5), cuando bendice a Dios en la multiplicación de los panes (6), en la trans­figuración (7), cuando sana al sordo y mudo (8) y cuando resucita a Lázaro (9), antes de requerir de Pe­dro su confesión (10), cuando les enseña a orar a los discípulos (11), cuando los discípulos regresan de la misión (12), cuando bendice a los niños (13), cuan­do ora por Pedro (14).

Su actividad diaria estaba tan unida con la oración que incluso aparece fluyendo de la misma, como cuan­do se retiraba al desierto o al monte para orar (15), levantándose muy de mañana (16), o al anochecer, per­maneciendo en oración (18) hasta la cuarta vigilia de la noche (17).

Tomó parte también, como fundadamente se sostiene, en las oraciones públicas, tanto en las sinagogas, don­de entró en sábado, "como tenía por costumbre"(19), como en el templo, al que llamó casa de oración (20), y en las oraciones privadas que los israelitas piadosos acostumbraban recitar diariamente. También al comer dirigía a Dios las tradicionales bendiciones, como expresamente se narra cuando la multiplicación del pan (21), en la Ultima Cena (22), en la comida de Emaús (23);de igual modo recitó el himno con los dis­cípulos (24).

Hasta el final de su vida, acercándose ya el momento de la Pasión (25), en a última Cena (26), en la ago­nía (27) y en la cruz (28); el 'Divino Maestro  mostró que era la oración lo que le animaba en el ministerio mesiánico y en el tránsito pascual, "Habiendo ofreci­do en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era podero­so para salvarle de la muerte, fue escuchado por su re­verencial temor" (Hbr 5,7) y, con la oblación perfecta del ara .de la cruz "perfeccionó para siempre a los santificados" (Hbr 10, 14); y después de resucitar de entre los muertos vive para siempre y ruega por nosotros (29).

 

 

II.  LA ORACION DL LA IGLESIA

 

El mandato de orar

5. Lo que Jesús puso por obra nos lo mandó también hacer a nosotros. Muchas veces dijo: "orad", "pedid" (30), "en mi nombre" (31); incluso nos proporcionó u­na fórmula de plegaria en la llamada oración dominical (32) y advirtió que la oración es necesaria (33), y que debe ser humilde (34), atenta (35), perseverante y confiada en la bondad del Padre (36),'pura de in­tención y concorde con lo que Dios es (37).

Los apóstoles, que frecuentemente nos aportan en 'las Epístolas oraciones, sobre lodo de alabanza y de ac­ción de gracias, también insisten en la oración asidua (41) a Dios (40), por medio de Jesús (39), en el Es­píritu Santo (38), en su eficacia para la santificación (42), en la oración de alabanza (43), de acción de gra­cias (44), de petición (45) y de intercesión por to­dos (46).

 

La Iglesia continúa la oración de Cristo,

6. Ya que el hombre proviene todo él de Dios, debe reconocer y confesar este dominio de su Creador, co­mo en todos los tiempos hicieron al orar los hombres piadosos.

La oración, que se dirige a Dios, ha de establecer co­nexión con Cristo, Señor de todos los hombres y único Mediador (47), por quien tenemos el único acceso a Dios (48). Pues de tal manera él une a sí a toda la comunidad humana (49), que se establece una u­nión íntima entre la oración de Cristo y la de todo el género humano. Pues en Cristo y sólo en Cristo la religión del hombre alcanza su valor salvífico y su fin.

7. Una especial y estrechísima unión se da entre Cristo y aquellos hombres a los que él ha hecho miembros de su Cuerpo, la Iglesia, mediante el sacramento del bautismo. Todas las riquezas del Hijo se difunden así de la cabeza a todo el cuerpo: la comunicación del Espíritu, la verdad, la vida y la participación de su filiación divina, que se hacía patente en toda su ora­ción mientras estaba en el mundo.

También el sacerdocio de Cristo es participado por: todo el cuerpo eclesial, de tal forma que los bautizados, por la regeneración y la unión del Espíritu Santo, - quedan consagrados como templo espiritual y sacerdocio santo (50) y son depurados para el culto del Nue­vo Testamento que brota no de nuestras energías, sino de los méritos y donación de Cristo.

"No pudo Dios hacer a /os hombres un don mayor que el de darles por cabeza a su Verbo, por quien ha fundado todas las cosas, uniéndolos a él como miem­bros suyos, de forma que él es Hilo de Dios e Hijo del hombre al mismo tiempo, Dios Lino con el Padre y hombre con el hombre, y así; cuando nos dirigimos a Dios con súplicas, no establecemos   separación con el Hijo, y cuando es el cuerpo del Hijo quien ora, no se separa de su cabeza, y - el mismo salvador del cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es el que ora por nosotros, oía en nosotros y es invocado por nosotros. Ora por nosotros como sacerdote nues­tro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza, es invocado por nosotros como Dios nuestro, Reconozcamos, pues; en él nuestras propias voces y reconozcamos también su voz en nosotros"  (51).

En Cristo radica, por tanto, la dignidad de la oración cristiana, al participar ésta de la misma piedad para con el Padre y de la misma oración que el Unigénito expresó con palabras en su vida terrena y es continuada ahora incesantemente por la Iglesia y por sus miembros en representación de todo el género humano y para su salvación.

 

La acción del Espíritu Santo.

8. La unidad de la Iglesia orante es realizada por el Es­píritu Santo, que es el mismo en Cristo (52), en la totalidad de la Iglesia y en cada uno de los bautiza­dos. El mismo "Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza" y "aboga por nosotros con gemidos  inefa­bles" (Rm 8, 26); siendo cl Espíritu del Hijo, nos in­funde "el espíritu de adopción”;, por el que clamamos: “Abbá, Padre" (Rm 8, 15; cf. Gal 4, 6; 1 Cor 12,3; Ef 5, 18; Jd 20). No puede darse, pues, oración cris­tiana sin la acción del Espíritu Santo, el cual, reali­zando la unidad de la Iglesia, nos lleva al Padre por medio del Hijo.

 

Carácter comunitario de la oración.

9. Por tanto, el ejemplo y el mandato de Cristo y de los Apóstoles de orar siempre e insistentemente, no han de tomarse como simple norma legal, ya que per­tenecen a la esencia íntima de la Iglesia, la cual al ser una comunidad, debe manifestar su propia natura­leza comunitaria incluso cuando ora. Por eso, en los Hechos de los Apóstoles, donde por vez primera se habla de la comunidad de fieles, aparece ésta congre­gada en oración "con las mujeres y con María la madre de Jesús y sus hermanos" (Act. 1, 14), "La muchedumbre de los que habían creído tenían un corazón y un alma sola" (Act 4, 32), y esta unanimidad se fun­daba en la Palabra de Dios, la comunión fraterna, la oración y la Eucaristía (53)

Si bien la oración hecha en oculto y cerrada la puer­ta (54), que es necesaria y debe recomendarse siempre (55), la realizan los miembros de la Iglesia por me­dio de Cristo y en el Espíritu Santo, la oración comu­nitaria encierra una especial dignidad conforme a lo que el mismo Cristo manifestó: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en me­dio de ellos" (Mt 18, 20).

 

 

III.   LA LITURGIA DF LAS HORAS

Consagración del tiempo

10.  Fiel y obediente al mandato de Cristo: "Es ne­cesario orar siempre y no desfallecer" (Lc 18,1), la Iglesia no cesa un momento en su oración y nos ex­horta a nosotros con estas palabras: Ofrezcamos siempre a Dios el sacrificio de alabanza por medio de él (Jesús) (Hbr 13, 15). Responde al mandato de Cristo no sólo con la celebración eucarística, sino tam­bién con otras formas de oración, principalmente con la Liturgia de las Horas, que, conforme a la antigua tradición cristiana, tienen como característica propia la de servir para santificar el curso entero del día y de la noche (56).

11. Consiguientemente, siendo fin propio de la Li­turgia de las Horas la santificación del día y de todo él esfuerzo humano, se ha llevado a cabo su reforma procurando que en lo posible las Horas respondan de verdad al momento del día, y teniendo en cuenta al mismo tiempo las condiciones de la vida actual (57).

Porque "ayuda mucho tanto para santificar realmente el día como para recitar con fruto espiritual las Horas, que la recitación se tenga en el tiempo más apro­ximado al verdadero tiempo natural de cada Hora ca­nónica" (58).

 

Relación entre la Liturgia de las Horas y la Eucaristía.

12.  La Liturgia de las Horas extiende (59) a los dis­tintos momentos del día la alabanza y la acción de gra­cias, así como el recuerdo de los misterios de la salva­ción, las suplicas y el gusto anticipado de la gloria celeste, que se nos ofrecen en el misterio eucarístico, "centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana" (60).

La celebración eucarística halla una preparación mag­nífica en la Liturgia de las Horas, ya que ésta suscita y acrecienta muy bien la disposiciones que son ne­cesarias para celebrar la Eucaristía, como la fe, la es­peranza, la caridad, la devoción y el espíritu de sa­crificio.

 

La función sacerdotal de Cristo en la Liturgia de las Horas

13. La  obra de la redención de los hombres y de la perfecta glorificación de Dios (61) es realizada por Cristo en el Espíritu Santo por medio de su Iglesia, no sólo en la celebración de la Eucaristía y en la ad­ministración de los sacramentos, sino también con preferencia a los modos restantes, cuando se desa­rrolla la Liturgia de las Horas (62). En ella Cristo es­tá presente en la asamblea congregada, en la Palabra de Dios que se proclama y "cuando la Iglesia suplica y canta salmos" (63).

 

La santificación humana.

14. La santificación humana y e culto a Dios (64) se dan en la Liturgia de las Horas   forma tal que se establece aquí aquella especie de correspondencia o diálogo entre Dios y los hombres, en que "Dios ha­bla a su pueblo,… y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración" (65).

Los que participan en la Liturgia de las Horas pueden hallar una fuente abundantísima de santificación en la Palabra de Dios que tiene aquí principal importancia.

En efecto, tanto las lecturas como los salmos que se cantan en su presencia están tomados de la Sagrada Escritura y las demás preces, oraciones e himnos es­tán penetradas de su espíritu (66).

Por tanto, no sólo cuando se lee lo que "fue escrito para nuestra enseñanza" (Rom 15,4), sino también cuando la Iglesia ora y canta, se alimenta la fe de cuantos participan y las mentes se dirigen a Dios presen­tándole la ofrenda espiritual y recibiendo de él su gracia con mayor abundancia (67).

 

Alabanza a Dios en unión con la Iglesia del cielo

15.  En la Liturgia de las Horas la Iglesia, desempe­ñando la función sacerdotal de Cristo su Cabeza, ofre­ce a Dios, "sin interrupción" (68)), el sacrificio de alabanza, es decir, la primicia de los labios que cantan su nombre (39). Esta oración es "la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún: es la oración de Cristo, con su Cuerpo al Padre" (70). "Por tanto, to­dos aquellos que ejercen esta función, por una parte cumplen la obligación de la Iglesia y por otra par­ticipan del altísimo honor de la Esposa de Cristo, ya que, mientras alaban a Dios, están ante su trono en nombre de la madre Iglesia" (71)

16.  Con la alabanza que a Dios se ofrece en las Horas, la Iglesia canta asociándose al himno de alabanza que perpetuamente resuena en las moradas celestia­les; y siente ya el sabor de aquella alabanza celestial que resuena de continuo ante el trono de Dios y del Cordero, como Juan la describe en el Apocalipsis. Por que la estrecha unión que se da entre nosotros y la Iglesia celestial, se lleva a cabo cuando "celebramos juntos, con fraterna alegría, la alabanza de la Divina Majestad (72), y todos los redimidos por ¡a sangre de Cristo de toda tribu, lengua, pueblo y nación (cf. Ap 5,9), congregados en una misma Iglesia, ensalzamos con un mismo cántico de alabanza al Dios Uno y Tri­no" (73).

Esta liturgia cíe cielo casi aparece Intuida por  o; profetas en la victoria del día sin ocaso, de la luz sin tinieblas: "Ya no será el sol tu luz en el día o té alumbrará la claridad de la luna, será el Señor tu luz perpetua" (Is 60, 19; cf. Ap 21, 23, 25). "Será un día único, conocido del Señor; sin día ni noche, pues por la noche habrá clara luz" (Zac 14,7). Pero "hasta nosotros ha llegado ya la plenitud de los tiempos (cf. 1 Cor 10, 11) y la renovación,) del mundo está irrevo­cablemente decretada y empieza a realizarse en cierto modo en el siglo presente" (74). De este modo la fe nos enseña también el sentido de nuestra vida tem­poral, a fin de que unidos con todas las criaturas an­helemos la manifestación de los hijos de Dios (75). En la Liturgia de las Horas proclamamos esta fe, expre­samos y nutrimos esta esperanza, participamos en cier­to modo del gozo de la perpetua alabanza y del día que no conoce ocaso.

 

Súplica e intercesión

17.  Además de la alabanza a Dios, la Iglesia expre­sa en la Liturgia los ofrecimientos y deseos de todos los fieles, más aún: se dirige a Cristo, y por medio de él al Padre, intercediendo por la salvación del mundo (76). No es sólo de la Iglesia esta voz, sino también de Cristo, ya que las súplicas se profieren en nombre de Cristo, es decir, "por medio de Nuestro Señor Je­sucristo". y la Iglesia continúa las plegarias y súplicas que brotaron de Cristo durante su vida mortal (77), y que por lo mismo poseen singular eficacia. Por tanto, la comunidad eclesial ejerce su verdadera función de conducir las almas a Cristo no sólo con la caridad, el ejemplo y los actos de penitencia, sino también con la oración (78).

Esta incumbencia atañe principalmente a todos  a­quellos que han recibido especial mandato para cele­brar la Liturgia de las Horas: los obispos y presbíteros que cumplen el deber de orar por su grey y por todo el pueblo de Dios (79), y los demás ministros sa­grados y los religiosos (80).

 

Cumbre y fuente de la acción pastoral

18.  Por consiguiente, los que toman parte en la Li­turgia de las Horas contribuyen de modo misterioso y profundo al crecimiento del pueblo de Dios (81), ya que las tareas apostólicas se ordenan "a que todos, u­na vez hechos hijos de Dios por la fe y por el bautis­mo, se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor" (82).

De este modo los fieles expresan en su vida y manifies­tan a les otros "el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia, que tiene como propiedad el ser… visible y dotada de elementos invi­sibles, entregada a la acción y dada a la contempla­ción, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina" (83).

A su vez, las lecturas y oraciones de la Liturgia de las Horas constituyen un manantial de vida cristiana. Es­ta se nutre de ¡a mesa de la Sagrada Escritura y de las palabras de los Santos, y se robustece con las plegarias. Pues sólo el Señor, sin el cual nada podemos hacer (84), y a quien acudimos con nuestros ruegos, puede dar a nuestras obras la eficacia y el incremen­to (85), para que diariamente seamos edificados co­mo morada de Dios en el Espíritu (86), a la medida de la plenitud de Cristo (87), y redoblemos las energías para llevar la buena nueva de Cristo a los que están fuera (88)

 

Que la mente concuerde con la voz.

19.  Para que se adueñe de esta oración cada uno de los que en ella participan, para que sea manantial de piedad y de múltiples gracias divinas y nutra al mismo tiempo la oración personal y la acción apostólica, conviene que la celebración sea digna, atenta y de­vota, de forma que ¡a mente concuerde con la voz (89). Muéstrense todos diligentes en. cooperar con la gra­cia divina, para que ésta no caiga en el vacío. Buscando a Cristo y penetrando cada vez más por la oración en su misterio (90), alaben a Dios y eleven súplicas con los mismos sentimientos con que oraba el Divino Redentor.

 

 

IV.  LOS QUE CELEBRAN LA LITURGIA DE LAS HORAS.

 

a)  la celebración en común.

La Liturgia de las Horas, como las demás acciones litúrgicas, no es una acción privada, sino que pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiesta e influye en él (91). Su celebración eclesial alcanza el mayor esplendor, y por lo mismo es recomendable en grado sumo, cuando con su obispo, rodeado de los presbíteros y ministros (92), la realiza una Iglesia particular, en que verdaderamente está y obra la Igle­sia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica (93). Esta celebración, incluso cuando, ausente el obispo, la realiza el cabildo de canónigos u otros presbíteros, téngase siempre de forma que responda de veras a la hora del día, y en lo posible con parti­cipación del pueblo. Lo cual vale también para los cabildos colegiales.

Allí donde sea posible celebrarán comunitaria­mente y en la iglesia las Horas principales también las otras asambleas de fieles, que "en cierto modo re­presentan la Iglesia visible constituida por todo el orbe de la tierra" (94). Entre ellas ocupan lugar e­minente las parroquias, que son como células de la diócesis, constituidas localmente bajo un pastor que hace las veces del obispo.

22. Por tanto cuando los fieles son convocados y se reúnen para la Liturgia de las Horas, uniendo sus corazones y sus voces, visibilizan a la Iglesia que ce­lebra el misterio de Cristo (95).

 23.           A los que han recibido el orden sagrado o están provistos de un peculiar mandato canónico (96), les incumbe convocar a la comunidad y dirigir su ora­ción: "Procuren que todos los que están  bajo su cuidada vivan unánimes en la oración" (97). Cui­den, por tanto, de invitar a los fieles y de proporcio­narles la debida catequesis para la celebración común de las partes principales de la Liturgia de las Horas, sobre todo en los domingos y fiestas (96). Enséñen­les a participar sacando motivos de auténtica oración, de forma que logren orar de verdad en la celebración (99), y encáucenlos mediante una instrucción apropiada hacia la inteligencia cristiana de los salmos, a fin de que gradualmente lleguen a gustar me­jor y u hacer más amplio uso de la oración da la Igle­sia (100).

24.            Las comunidades de canónigos, monjes, mon­jas y demás religiosos que por Regla o Constituciones celebran la Liturgia de las Horas en su totalidad o en parte, bien sea con el rito común o con un rito par­ticular, representan de modo especial a la Iglesia  o­rante: reproducen más de lleno el modelo de la Igle­sia que alaba incesantemente al Señor con armonio­sa voz, y cumplen con el deber "de cooperar", prin­cipalmente con la oración, "en la edificación e in­cremento de todo el cuerpo místico de Cristo y en bien de las Iglesias particulares" (101). Lo cual ha de decirse principalmente de los que viven consagrados a la vida contemplativa.

25.            Los ministros sagrados y todos aquellos cléri­gos que no están obligados de algún modo a la cele­bración común, cuando conviven o celebran reunio­nes procuren tener comunitariamente siquiera alguna parte de la Liturgia de las Horas, sobre todo Lau­des a la mañana y Vísperas por la tarde (102).

26. A los religiosos, varones y mujeres, que no están obligados a la celebración en común, así como a los miembros de cualquier Instituto de perfección, se les ruega encarecidamente que se reúnan bien sea entre sí o con el pueblo, para celebrar esta Liturgia o una parte de la misma.

27. Se recomienda asimismo a los laicos, donde­quiera que se reúnan en asambleas de oración, de a­postolado, o por cualquier otro motivo, que reciten el Oficio de la Iglesia (103), celebrando alguna parte de la Liturgia de las Horas. Es conveniente que apren­dan, en primer lugar, a adorar al Padre en espíritu de verdad (104), y que se den cuenta de que el culto pú­blico y la oración que celebran atañe a todos los hom­bres y puede contribuir en considerable medida a la salvación del mundo entero (105).

Conviene finalmente que la familia, que es como un santuario doméstico dentro de la Iglesia, no sólo ore en común, sino. que. además lo haga recitando algu­nas partes de la Liturgia de las Horas, cuando resulte oportuno, con lo que se sentirá más insertada en la Iglesia (106).

 

b)  El mandato de celebrar la Liturgia de las Horas.

28.            A los ministros sagrados se les confía de tal modo la Liturgia de las Horas que cada uno de ellos habrá de celebrarla incluso cuando no partícipe el pueblo, con las adaptaciones necesarias al caso; pues la Iglesia los depura para la Liturgia de las Horas de forma que al menos ellos aseguren de modo constante el desempeño o lo que es función de toda la comunidad, y se mantenga en la Iglesia sin interrupción la oración de Cristo (107).

El obispo, puesto que de modo eminente y visible representa a la persona cíe Cristo y es el gran sacerdo­te de su grey, de quien en cierto modo se deriva y depende. la vida en Cristo de los fieles. (108), deberá sobresalir por su oración entre todos los miembros de su Iglesia; su oración en la celebración de las Horas es siempre en nombre de la Iglesia, y a favor de la Iglesia a él encomendada (109).

Los presbíteros, unidos  al obispo y a todo el presbiterio, que también actúan de modo especial en lugar de la persona de Cristo sacerdote (110), parti­cipan en la misma función, al rogar a Dios por todo el mundo entero (111).

Todos ellos realizan el ministerio del buen Pastor, que ora por los suyos para que tengan vida y para que sean consumados en la unidad (112). En la Liturgia de las Horas que la Iglesia pone en sus manos trata­rán de hallar un manantial de piedad y un alimen­to para su oración personal (113), pero también de­berán nutrir y alentar ahí la acción pastoral y misional con la abundancia de la contemplación para gozo de la Iglesia de Dios (114).

29.  Por consiguiente, los obispos, presbíteros y de­más ministros sagrados que han recibido de la Iglesia (cf. n. 17) el mandato de celebrar la Liturgia de las Horas, deberán recitarlas diariamente en su integridad y en cuanto sea posible, en los momentos del  día que de veras correspondan.

Ante toda darán la importancia  que le es debida a las Horas que vienen a constituir e núcleo de esta Li­turgia, es decir los Laudes de la mañana y las Víspe­ras; y se guardarán de omitirías si no es por causa grave.

Hagan con fidelidad el Oficio de lecturas, que es prin­cipalmente una celebración litúrgica de la Palabra de Dios; cumplirán así cada día con el deber, que  a ellos les atañe con particular razón, de acoger en sus propios corazones la Palabra de Dios, con lo que cre­cerán en la perfección de discípulos del Señor y sa­borearán más a fondo las insondables riquezas de Cristo (115).

Para santificar mejor el día íntegro, tomarán también con sumo interés el recitar la Hora intermedia y las Completas con que coronarán en su totalidad el "Opus Dei" y se encomendarán a Dios antes de acostar­se.

30.  Conviene muchísimo que los diáconos perma­nentes reciten diariamente alguna parte al menos de la Liturgia de las Horas, en la medida que determine la Conferencia Episcopal (116).

31. a) Los cabildos catedrales y colegiales deben tener en el coro las partes de la Liturgia de las Horas que les están preceptuadas por derecho común o particular.           
Pero cada uno de los miembros de estos cabildos de­berán recitar en particular las Horas que recita el ca­bildo respectivo, además de aquellas a que estén obli­gados todos las ministras sagrados (117).

b) Las comunidades religiosas obligadas a la Liturgia de las Horas, y cada uno de sus miembros, celebrarán las Horas conforme a sus particulares estatutos, salvo lo que se prescribe en el n. 29 para cuantos han recibido el Orden sagrado.

32.  A las demás comunidades religiosas, y a cada una de sus miembros, se les exhorta a que, según las diversas circunstancias en que se encuentren, cele­bren algunas partes de la Liturgia de las Horas, que es la oración de la Iglesia y hace de todos los que andan dispersos por el mundo un solo corazón y una sola al­ma (118).

La misma exhortación se hace también a los seglares (119).

 

c)  Estructura de la celebración.

33.  La Liturgia de las Horas se rige por sus propias leyes, estructurando de un modo peculiar los  diver­sos elementos que se dan en las demás celebraciones cristianas; así está dispuesto que siempre se tenga la salmodia, precedida de un himno; seguidamente la lectura, breve o más extensa, de la Sagrada Escritu­ra, y finalmente, las preces.

Tanto en la celebración comunitaria, como en la re­citación a solas, se mantiene la estructura esencial de esta Liturgia, que es un coloquio entre Dios y el hombre. Sin embargo, la celebración comunitaria pone más de manifiesta la índole eclesial de la Liturgia de las Horas, facilita la participación activa de todos, con­forme a la condición de cada uno, con el diálogo, la salmodia alternada y otros medios semejantes, y tiene más en cuenta los diversos géneros de expresión (120). De aquí el que siempre que pueda tenerse una cele­bración comunitaria con concurrencia y participación activa de los fieles, haya de preferirse a una celebra­ción a solas y en cierto modo privada (121). Cuan­do proceda, será ventajoso, además, cantar el Oficio en coro y en comunidad, teniendo en cuenta la na­turaleza y la función propia de cada parte.

De este modo daremos cumplimiento a la adverten­cia del Apóstol: "La Palabra de Dios habite en uste­des con toda su riqueza; instrúyanse y amonéstense con toda sabiduría, canten agradecidos a Dios en sus corazones con salmos, himnos y cánticos inspirados" (Col 3, 16; cf. Ef 5, 19-20).

 

 

Capitulo II.

LA SANTIFICACION DEL DÍA MEDIANTE

LAS DISTINTAS HORAS LITURGICAS

 

I. LA INTRODUCCION A TODO EL OFICIO

34.  Se acostumbra a iniciar todo el Oficio con el Invitatorio. Consta éste del verso Señor, ábrenos los labios: Y mi boca proclamará tu alabanza, y del salmo 94, que diariamente invita a los fieles a cantar las ala­banzas de Dios y a escuchar su voz, y tos estimula a esperar anhelantes el "descanso del Señor" (1}.

Sin embargo, puede sustituirse este salmo, cuando se juzgue oportuno, por uno de los salmos 99, 66 o 23. Es conveniente recitar el salmo invitatorio en forma responsorial, como se indica en su propio lugar, es decir, con su antífona propia, que se dice al principio del salmo y luego la repite la asamblea y la intercala después de cada una de las estrofas.

35. El lugar del invitatorio es el principio de todo el curso de la oración cotidiana, es decir, que antece­de a los Laudes de la mañana o al Oficio de Lecturas, según que se comience el día por una u otra acción li­túrgica. No obstante, cuando el salmo invitatorio hu­biere de preceder a los Laudes, podrá omitirse si se juzga oportuno.

36.            En el lugar correspondiente, se indica el modo de variar la antífona de invitatorio, según los distintos días litúrgicos.

 

II.  LOS LAUDES DE LA MAÑANA Y LAS VÍSPERAS

37. "Los Laudes, como oración matutina, y las Vísperas, como oración vespertina, que, según la ve­nerable tradición de toda la Iglesia, son el doble qui­cio sobre el que gira el Oficio cotidiano, se deben con­siderar y celebrar como las Horas principales" (2).

38.            Los Laudes matutinos están dirigidos y ordena­dos a santificar la mañana, como salta a la vista en muchos de sus elementos. San Basilio expresa muy bien este carácter matinal con las siguientes palabras: "Al comenzar el día oramos para que los primeros impulsos de la mente y del corazón sean para Dios, y no nos preocupemos de cosa alguna antes de habernos llenado de gozo con el pensamiento en Dios, se­gún está escrito: "Me acordé del Señor y me llené de gozo "(Sal 76, 4), ni empleemos nuestro cuerpo en el trabajo antes de poner por obra lo que fue dicho: "Por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te ex­pongo mi causa, me acerco y te miro" (Sal. 5, 4-5)"  (3).

Esta Hora, que se tiene con la primera luz del. día, trae, además, a la memoria el recuerdo de la resu­rrección del Señor Jesús, que es la luz verdadera que ilumina a todos los hombres (cf. Jn 1,9) y "el sol de justicia (Mal 4, 2), "que nace de lo alto" (Lc 7, 78). Así se comprende bien la advertencia de San Cipriano: "Se hará oración a la mañana para celebrar la Resu­rrección del Señor con la oración matutina (4).

39. Se celebran las Vísperas a la tarde, cuando ya declina el día, "en acción de gracias por cuanto se nos he otorgado en la jornada y por cuanto hemos logrado realizar con acierto" (5). También hacemos memoria de la Redención por medio de la oración que elevamos "como el incienso en presencia del Señor", y en la cual "el alzar de las manos" es "o­blación vespertina" (6). Lo cual "puede aplicarse también con mayor sentido sagrado a aquel verda­dero sacrificio vespertino que el Divino Redentor instituyó precisamente en la tarde en que cenaba con los Apóstoles, inaugurando así los sacrosantos misterios y que ofreció al Padre en la tarde del día supremo, que representa la cumbre de los siglos, alzando sus ma­nos por la salvación del mundo" (7). Y para orientarnos con la esperanza hacia la luz que no conoce oca­so, "oramos y suplicamos para que la luz retorne siem­pre a nosotros, pedimos que venga Cristo a otorgar­nos el don de la luz eterna" (8). Precisamente en esta Hora concuerdan nuestras voces con las de las Iglesias orientales, al invocar: "a la luz gozosa de la santa glo­ria del eterno Padre, Jesucristo bendito, llegados a la puesta del sol, viendo la luz encendida en la tarde, cantamos a Dios Padre, Hijo y Espíritu .......

40. La oración de la comunidad cristiana deberá consistir, ente todo, en los Laudes de la mañana y las Vísperas: foméntese su celebración pública o co­munitaria, sobre todo entre aquellos que hacen vida común. Recomiéndese Incluso su recitación Individual a los fieles que nos tienen le posibilidad de tomar parte en le celebración común.

41.  Los Laudes de la mañana y las Vísperas se inician con la invocación inicial Dios mío, ven en mi auxilio: Señor, date prisa a socorrerme, el que sigue el Gloria al Padre  con el Como era y el Aleluya (que se omite en el tiempo de Cuaresma). Todo ello se suprime en los Laudes, cuando precede inmediata­mente el Invitatorio.

42.  Seguidamente se dice un himno apropiado. El himno está situado de forma que dé a cada Hora una especie de colorido propio y también, sobre todo en la celebración con el pueblo, para que el comienzo de la oración resulte más fácil y se cree un clima más fes­tivo.

43. A continuación del himno viene la salmodia, conforme a los nn. 121-125. Conforme a la tradi­ción de la Iglesia, la salmodia de los Laudes consta de un primer salmo matutino, el cántico tomado del Antiguo Testamento y un segundo salmo de  ala­banza.

La salmodia de Vísperas consta de dos salmos, o de dos partes de un salmo más extenso, apropiado a es­ta Hora y a la celebración con el pueblo, y de un cántico tomado de las Epístolas o del Apocalipsis.

44.            Terminada la salmodia, se tiene la lectura, bien sea breve o más extensa.

45. La lectura breve está señalada de acuerdo con las características del día, del tiempo o de la fiesta; deberá leerse y escucharse' como una proclamación de la Palabra de Dios, que inculca con intensidad algún pensamiento sagrado y que ayuda a poner de relie­ve determinadas palabras a las que posiblemente no se presta toda la atención en la lectura continua de la Sagrada Escritura.

Las lecturas breves son distintas en cada uno de los días en que se divide el salterio.

46. Hay libertad para hacer una lectura bíblica. más extensa, principalmente en la celebración con el pueblo, tomándola. o del Oficio de lecturas, o de las lecturas de la misa, eligiendo principalmente aquellos textos que por diversas razones no se hubieran podido emplear. Nada impide que se elija algunas veces otra lectura más adecuada al caso, conforme a los nn. 248-249, 251.

47. En la celebración con el pueblo puede tenerse una homilía ilustrativa de la lectura precedente, si se juzga oportuno.

48.            Igualmente, si se juzga oportuno, puede tenerse también un espacio de silencio a continuación de la lectura o de la homilía.

49.            Como respuesta a la palabra de Dios, se ofrece un canto responsorial o responsorio breve, que pue­de omitirse si conviene.

En su lugar pueden tenerse otros cantos del mismo gé­nero y función, con tal que hayan sido debidamente aprobados por las Conferencias Episcopales..

50.            Seguidamente se dice, con su correspondiente antífona, el cántico evangélico, que en los Laudes será el cántico de Zacarías Benedictus, y en las vísperas el cántico de la B. V. María Magnificat. Tales cánticos, que la Iglesia Romana ha empleado y ha po­pularizado a lo largo de los siglos, expresan la alaban­za y acción de gracias por la obra de la Redención. Las antífonas correspondientes al Benedictus y al Magnificat están señaladas de acuerdo con las caracterís­ticas del día, del tiempo o de la fiesta.

51. Terminado el cántico, en los Laudes se tienen preces; consagrando a Dios el día y e trabajo; en  las Vísperas, las preces son de intercesión (cf. nn. 179-193)).

52.  A continuación de dichas preces o intercesio­nes, recitan todos el Padrenuestro.

53. Una vez recitado el Padrenuestro, se dice inme­diatamente la oración conclusiva que figura en el sal­terio, para las ferias ordinarias, y en el Propio, para los demás días.

54. Si es un sacerdote o un diácono el que preside, despide luego al pueblo con el saludo el Señor esté con ustedes, y con la bendición, lo mismo que en la misa; diciendo a continuación: Pueden ir en paz. R/. Demos gracias a Dios. No siendo así  la celebración finaliza con  El Señor nos bendiga, etc.

 

III. EL OFICIO DE LECTURA.

55. El Oficio de lectura se orienta a ofrecer al pue­blo de Dios y principalmente a quienes se han entre­gado al Señor con una consagración especial, una más abundante meditación de la palabra de Dios y las me­jores páginas de los autores espirituales, Pues si bien es verdad que en la misa de cada día es. más rica la serie de lecturas bíblicas, no puede negarse que el te­soro de la revelación y de la tradición contenido en el Oficio de lectura es de grande provecho espiritual. Traten de buscar estas riquezas, ante todo, los sacerdotes, para que puedan transmitir a otros la palabra de Dios que ellos han recibido y convertido su doctri­na en "alimento para el pueblo de Dios" (9).

56.  La oración debe acompañar "a la lectura de la Sagrada Escritura, a fin de que se establezca un colo­quio entre Dios y el hombre, puesto que con él habla­mos cuando oramos y lo escuchamos a él cuando lee­mos los divinos oráculos" (10). y, por lo mismo, el Oficio de lectura consta también de salmos, de un himno, de una oración y de otras fórmulas, y tiene de suyo carácter de oración.

57.  El Oficio de lectura, conforme a la Constitución Sacrosanctum Concilium, "aunque en el coro conser­ve el carácter de alabanza nocturna, compóngase de manera que pueda rezarse a cualquier hora del día y tenga menos salmos y lecturas más largas" (11).

58. Por tanto, los que están obligados por sus pecu­liares leyes a mantener el carácter de alabanza noctur­na en este Oficio y los que (cosa laudable) quieran hacerlo así, ya reciten de noche, ya al anochecer y antes de los Laudes, en al tiempo "per annum” ele­girán el himno dentro de la serie destinada a este fin. En los domingos, solemnidades y en ciertas fiestas habrá de tenerse en cuenta, además lo que se dice en los nn. 70-73 acerca de las vigilias.

59. Permaneciendo vigente la disposición que prece­de, el Oficio de lectura puede recitarse a cualquier ho­ra del día, e incluso en la noche del día precedente, después de haberse celebrado las Vísperas.

60.            Si el Oficio de lectura se recita antes de los Lau­des, habrá de preceder el invitatorio, como arriba se ha dicho (nn. 34-36). De lo contrario, se comienza por el verso Dios mío, ven en mi auxilio, con el Glo­ria, Como era y fuera del tiempo de Cuaresma, el Aleluya.

61.            A continuación se dice un himno que, en el tiempo ordinario se tomará, de acuerdo con lo que axi­la la realidad del momento, o de la serie nocturna, co­mo arriba se indica en el n. 58, o de la serie diurna.

62.            Se prosigue con la salmodie, que consta de tres salmos (ó fragmentos, cuando los salmos que corres­ponden son más largos). En el triduo pascual, en los días comprendidos en las octavas de Pascua y Navidad, así como en las solemnidades y fiestas, figuran salmos propios, con sus antífonas propias.

En los domingos y en las ferias los salmos con sus antífonas se toman del Salterio en curso. De aquí se toman también las memorias de los Santos, a no ser que tengan salmos y antífonas propios (cf. número 218 ss.).

63. Entre la salmodia y las lecturas se dice, como es costumbre, el verso, que sirve para enlazar ambas partes.

64. Se hace una doble lectura: la primera es bíblica; la otra puede estar tomada de las obras de los Padres o de escritores eclesiásticos o ser hagiográfica.

65. Después de cada lectura se dice un responso­rio (cf. nn. 169-172).

66. Ordinariamente se ha de tomar la lectura bíblica que corresponda en el Propio del tiempo, conforme a las normas que más abajo se darán, en los nn. 140-.155 En cambio, en las solemnidades y fiestas, la lec­tura bíblica se ha de tomar del Propio o del Común.

67. La segunda lectura con el correspondiente res­ponsorio se toma, o bien - del libro Liturgia de las Horas o del Leccionario libre, de que se hablará en el n. 161. Ordinariamente será la que corresponda en el Propio del Tiempo.

En las solemnidades y fiestas de los Santos, se emplea­rá la lectura hagiográfica correspondiente; si no la hubiera se tomará la lectura patrística del lugar respec­tivo del Común de los Santos. En las memorias de los santos, no impedidas de celebración, también se tie­ne la lectura hagiográfica en vez de la segunda lectura que hubiera correspondido (cf. nn. 166, 235).

68.  En los domingos fuera de la Cuaresma, en, los días comprendidos en las octavas de Pascua y de Na­vidad, en las solemnidades y fiestas, después de la segunda lectura seguida de su responsorio, se recita el Te Deum, el cual se omite en las memorias y en las fe­rias. La última parte de este himno; desde el versícu­lo Salvum fac populum tuum hasta el fin, puede omi­tirse libremente.

69. El Oficio de lectura concluye con la oración propia del día y, al  menos  cuando se celebra en co­mún, con la aclamación Bendigamos al Señor. R/. De­mos gracias a Dios.   

 

IV. LAS VIGILIAS

70.   La Vigilia Pascual es celebrada en toda la Iglesia, como se indica en los correspondientes libros litúrgi­cos.  Es tan grande la Vigilia de esta noche, dice San Agustín, que ella sola reclamaría para si como pro­pio el nombre que es común a las demás (12); “pasamos en vela la noche en que el Señor resucitó y en la que inauguró para nosotros en su carne aquella ....... del todo ajena a la muerte y al sueno . . .; y así que­rrá que con él vivamos y reinemos eternamente aquel a quien nosotros, vigilantes, cantamos resucitado al amanecer" (13).

71. A semejanza de la Vigilia Pascual, hubo la costumbre de iniciar la celebración de 'algunas solemni­dades con una vigilia en el. templó: sobresalen, entre ellas, el Nacimiento del Señor y el día de Pentecostés. Tal costumbre debe conservarse de acuerdo con el uso de cada una de las Iglesias. Si en algún lugar determi­nado se ve la conveniencia de dar realce a otras solem­nidades o peregrinaciones mediante una vigilia obsérvense las normas generales para' las celebraciones de la Palabra divina.

72. Los Padres y autores espirituales con muchísima ,frecuencia exhortan a los fieles, sobre todo a los que se dedican a la vida contemplativa, a la oración en la noche, con la que se exprese y se avive la espera del Señor que ha de volver: "En medio de la noche se oyó un clamor: que viene el esposo, salgan a su en­cuentro" (Mt. 25,6); "Vigilen, pues, porque no saben cuándo va a venir el señor de la casa: si a la tarde, o a media noche, o al canto del gallo, o al amanecer, no sea que viniendo de súbito los encuentre durmien­do" (Mc 13, 35-36). Son, por tanto, dignos de alaban­za los que mantienen el carácter nocturno del Oficio de lectura.

73.  Además, como quiera que en el Rito Romano, y en atención principalmente a los que se dedican a una tarea apostólica, el Oficio de lectura mantiene siempre la' misma brevedad, los que deseen una cele­bración más extensa de la vigilia del domingo, de las solemnidades y de las fiestas, procederán del modo siguiente:

Celébrase en primer lugar el Oficio de lectura según figura en el libro Liturgia de las Horas hasta las lec­turas inclusive. Terminadas ambas lecturas, y antes del Te Deum, añádanse los cánticos que se han pues­to en el Apéndice con este fin; léase a continuación el Evangelio, sobre el que podrá tenerse la homilía, si conviene; luego se canta el Te Deum y se dice la ora­ción.

En las solemnidades y fiestas el Evangelio se tomará del Leccionario de la Misa, y los domingos de la serie del misterio pascual que aparece detallada en el apén­dice del libro Liturgia de las Horas.

 

V. TERCIA, SEXTA, NONA:  LA HORA INTERMEDIA

74. Conforme a una tradición muy antigua de la Iglesia,. los cristianos acostumbraron a orar por devoción privada en determinados momentos del día, in­cluso en medio del trabajo, a imitación de la Iglesia apostólica; esta tradición, andando el tiempo, cris­talizó de diversas maneras en celebraciones litúrgicas.

75. Tanto en Oriente como en Occidente se ha man­tenido la costumbre litúrgica de rezar Tercia, Sexta y Nona, principalmente porque se unía a estas horas el recuerdo de los acontecimientos de la Pasión del Se­ñor y de a primera propagación del Evangelio.

76. El Concilio Vaticano II ha establecido que las Horas menores de Tercia, Sexta y Nona se mantengan en el Oficio coral (14).

Deberá mantenerse este uso litúrgico, salvo derecho particular, por todos aquellos que se consagran a la contemplación; lo cual se aconseja a todos: principalmente los que se encuentran en retiro espiritual o en alguna reunión de pastoral.

77. Sin embargo, fuera del Oficio coral, y salvo derecho particular, cabe elegir una de estas tres Horas, aquella que más se acomode al momento del día. Los que no dicen las tres Horas, habrán de celebrar una al menos, a fin de que se mantenga la tradición de orar durante el día en medio del trabajo.

78.  La disposición de las Horas Tercia, Sexta y Nona se ha hecho teniendo en cuenta tanto a los que sólo recitan una Hora u "Hora intermedia", como  a los que por obligación o libre voluntad celebran las tres.

79. Tercia, Sexta y Nona o la 'Hora intermedia' se comienzan con la invocación Dios mío, ven en mí auxilio, con el Gloria, Como era y Aleluya (que se omite en el tiempo de Cuaresma). Luego se dice el himno correspondiente a la Hora. A continuación, se tiene la salmodia, seguida de la lectura breve y del verso. Concluye la Hora con la oración conclusiva y, al menos cuando se recita en común, con la aclama­ción Bendigamos al Señor. R/. Demos gracias a Dios.

80. A cada una de las Horas se le asignan diversos himnos y oraciones, de forma que, conforme a la tra­dición, concuerden de verdad con el momento del día y se facilite mejor la santificación de cada Hora; por lo mismo, el que sólo recite una Hora, procurará ele­gir los elementos que mejor correspondan a la misma. Además las lecturas breves y las oraciones  varían de acuerdo con el día, el tiempo o la fiesta.

81. La salmodia que se ofrece es doble: una habi­tual y otra complementaria. Cuando se reza solamente una Hora se tomará la salmodia habitual. El que reza varias Horas dirá en una la salmodia habitual y la complementaria en las restantes.

82. La salmodia habitual consta de los tres salmos (ó fragmentos, si se trata de salmos más extensos) que se encuentran en el curso del Salterio, y tienen sus propias antífonas si en su lugar no se dice lo contrario.

Las solemnidades, el triduo pascual y los días de la octava de Pascua tienen antífonas propias, con tres salmos que se tomarán de la salmodia complementaria si no hubieren de emplearse salmos especiales, o la celebración de la solemnidad coincidiere en domingo, en cuyo caso se toman los salmos del domingo de la primera semana.

83. La salmodia complementaria consta de ternas de salmos escogidos entre los que se llaman "gradua­les".

 

VI. LAS COMPLETAS.

84.  Las Completas son la última oración del día que se ha de hacer antes del descanso nocturno, aun­que haya pasado ya la media noche.

85. Las Completas comienzan, como las demás Ho­ras, con la invocación inicial Dios mío, ven en mi auxi­lio, con el Gloria, Como era y Aleluya (que se omite en tiempo de Cuaresma).

86. A continuación es de alabar que se haga examen de conciencia, que en la celebración común se  hace en silencio o bien según alguna de las formulas que propone el Misal Romano para el acto penitencial.

87. Después se dice el himno correspondiente.

88. En cuanto a la salmodia, el domingo, después de las I Vísperas, se dicen los salmos 4 y 133; después de las II Vísperas, el salmo 90.

Los demás días se han elegido aquellos salmos que es­timulen sobre todo la confianza en el Señor; se con­cede, sin embargo, que éstos puedan ser sustituidos por los salmos del domingo, principalmente para co­modidad de aquellos que quizá prefieran recitar las completas de memoria.

89. Después de la salmodie se hace la lectura breve, a la cual sigue el responsorio A tus manos, Señor, después se dice el cántico evangélico Ahora, Señor y su antífona. Con él podemos decir que culmina  esta Hora.

90. La oración conclusiva es la correspondiente al día de la semana.

91.  Después de la oración, incluso en la recitación privada, se dice la bendición El Señor todopoderoso nos conceda.

92. Después se dice una de las antífonas de la B. Virgen María. Pero en tiempo pascual será siem­pre Reina del cielo alégrate. Además de las antífonas que se contienen en el libro Liturgia de las Horas, pue­den ser aprobadas otras por la Conferencia Episcopal (15).

 

 

MODO DE UNIR, SEGUN LA OPORTUNIDAD,

LAS HORAS DEL OFICIO CON LA MISA O BIEN ENTRE SI.

93. En casos particulares, cuando lo aconsejen las circunstancias, se puede llegar, en la celebración públi­ca o común, a una unión más estrecha entre la Misa y una Hora del Oficio, según las normas que siguen, con tal de que tanto la Misa como la Hora sean del mismo Oficio. Pero téngase cuidado de que esto no vaya en detrimento de la utilidad pastoral, sobre todo el do­mingo.

94.            Cuando los Laudes matutinos que se celebran en el coro o en común preceden inmediatamente a la Misa, la acción litúrgica puede comenzar por la invocación inicial y el himno del Oficio, especialmen­te los días de feria, o por el canto de entrada de la Mi­sa con la procesión y saludo del celebrante, especial­mente los días festivos. Según el caso se omite, pues, uno de los ritos iniciales.

A continuación se prosigue con la salmodia de los Laudes, como de costumbre, hasta la lectura breve exclusive. Después de la salmodia, omitido el rito penitencial, y según la oportunidad el Kyrie, se dice u omite según las rúbricas el Gloria y el celebrante recita la colecta de la Misa. Después se continúa con la liturgia de la Palabra, como de costumbre.

La oración de los fieles se hace en su lugar y según la forma acostumbrada en la Misa. Pero los días de feria, en la Misa de la mañana, en lugar del formulario corriente de la Oración de los fieles, se pueden decir las preces matutinas de los Laudes.

Después de la comunión con su canto propio, se can­ta el Benedictus con su antífona de Laudes. Después se dice la oración para después de la comunión y lo de­más como de costumbre.

95. Si la Hora intermedia, Tercia, Sexta y Nona, se­gún pide el momento del día, se celebra pública e inmediatamente antes de la Misa la acción litúrgica puede empezar igualmente o por la invocación inicial e himno de la Hora, especialmente los días de feria, o por el canto de entrada de la Misa con la procesión y saludo del celebrante, especialmente los días festi­vos. Según el caso se omite, pues, uno de los ritos ini­ciales.

Después se prosigue la salmodia de la Hora como de costumbre hasta la lectura breve exclusive. Después de la salmodia, omitido el acto penitencial y, según la oportunidad, el Kyrie, se dice u omite según las rúbri­cas el Gloria, y el celebrante dice la colecta de la Misa.

96. Las Vísperas se unen a la Misa cuando preceden inmediatamente a la misma, del mismo modo que los Laudes. Pero las primeras Vísperas los días de solemni­dad, domingos y fiestas del Señor, no podrán celebrarse hasta que se haya celebrado la Misa del día prece­dente o del sábado.

97. Cuando siguen a la Misa, la Hora intermedia, es decir, Tercia, Sexta y Nona, o bien las Vísperas, la Misa se celebra como de costumbre hasta la oración para después dé la comunión, inclusive.

Dicha la oración para después de la comunión, Co­mienza inmediatamente la salmodia de la Hora. En la Hora intermedia, terminada la salmodia y omiti­da la lectura breve, se dice la oración y se despide como en la Misa. Para las Vísperas, terminada la sal­modia y omitida la lectura, se continúa con el Magni­ficat y su antífona y, omitidas las preces y Padrenues­tro, se dice la oración conclusiva y se bendice al pue­blo.

98. Excepto en el caso de la Navidad del Señor, se excluye normalmente la unión de la Misa con el Oficio de lectura, puesto que la Misa contiene  ya su ciclo de lecturas, que se ha de distinguir de aquel otro del Oficio. Pero si en algún caso especial con­viene hacerlo, después de la segunda lectura del Ofi­cio y su responsorio, omitido todo lo demás del mis­mo, comienza la Misa por el himno Gloria, en el ca­so de que lo prescriba la rúbrica, si no por la colecta.

99. Si se celebra el Oficio de lectura inmediatamen­te antes de otra Hora del Oficio, se puede adelantar al comienzo de toda la celebración el himno  corres­pondiente de esta Hora; después, al fin del Oficio de lectura, se omite la oración y la conclusión, y en la Hora siguiente se omite la invocación inicial y el Gloria al Padre.

 

 

Capítulo III.

LOS DISTINTOS ELEMENTOS DE LA LITURGIA DE LAS HORAS

 

1. LOS SALMOS Y SU CONEXION CON LA ORACION CRISTIANA.

100. En la Liturgia de las Horas, la Iglesia ora sirviéndose en buena medida de aquellos cánticos insig­nes que bajo la inspiración del Espíritu Santo compu­sieron los autores sagrados del Antiguo Testamento. Pues por su origen tienen la virtud de elevar hacia Dios la mente de los hombres, excitan en ellos senti­mientos santos y piadosos, les ayudan de un modo ad­mirable a dar gracias en los momentos de alegría y les proporcionan consuelo y firmeza de espíritu en la adversidad.

101. Sin embargo, los salmos no son más que una sombra de aquella plenitud de los tiempos que se re­veló en Cristo Señor y de la que recibe toda su fuer­za la oración de la Iglesia; por lo cual no es de extra­ñar que, a pesar de la suma estima de los salmos, en la que se muestran concordes todos los fieles, surja a veces alguna dificultad cuando alguien al orar inten­ta hacer suyos tan venerables poemas.

102. Sin embargo, el Espíritu Santo, bajo cuya ins­piración cantaron los salmistas, asiste siempre con su gracia a los que creyendo con buena voluntad, can­tan estas composiciones poéticas. Pero es necesario, ante todo, que “adquieran una instrucción bíbli­ca más rica, principalmente acerca de los salmos" (1), y cada cual, conforme a su capacidad,  considere de qué modo y con qué método puede orar rectamen­te cuando los recita.

103. Los salmos no son lecturas ni preces compues­tas en prosa, sino composiciones poéticas de alaban­za. Por lo tanto, aunque posiblemente hayan sido proferidos alguna vez en forma de lectura, sin embargo, atendiendo a su género literario, con acierto se les lla­ma en hebreo: "Tehillim", es decir: "cánticos de alabanza", y en griego: "psalmoi", es decir, "cánticos que han de ser entonados al son del salterio". En verdad, todos los salmos están dotados de cierto ca­rácter musical que determina el modo adecuado de recitarlo., Por lo tanto, aunque los salmo. le reciten sin canto, e incluso de modo individual y silencioso, convendrá que se atienda a su índole musical: ciertamente ofrecen un texto a la consideración de la mente, pe­ro tienden sobre todo a mover los corazones de los que los recitan y de los que los escuchan, e incluso de los que tocan "el salterio y la cítara".

104. Quien, por tanto, gusta de la salmodia, medita verso tras verso, dispuesto siempre en su corazón a responder conforme a la voluntad del Espíritu que ins­piré al salmista y sigue asistiendo también a todo el que con piedad esté dispuesto a recibir su gracia. Por lo cual, la salmodia, aunque exila la reverencia debida a la majestad divina, debe realizarse con alegría de es­píritu y dulzura amorosa, tal como conviene a la poesía y al canto sagrado y sobre todo a la libertad de los hijos de Dios.

105. A menudo valiéndose de las palabras de los sal­mos podemos orar con mayor facilidad y fervor, ya se trate de dar gracias y alabar a Dios en el júbilo, ya de invocarlo desde lo profundo de la angustia.  No obstante - sobre todo si el salmo se dirige inmediata­mente a Dios - surgen a veces ciertas dificultades. Pues el salmista, como poeta que es, habla al pueblo trayendo a la memoria la historia de Israel; a veces in­terpela a otros sin exceptuar siquiera a las criaturas irracionales. Es más: nos presenta a Dios y a los hom­bres hablando entre sí, e incluso a los enemigos de Dios, como sucede en el salmo segundo. Con lo cual se manifiesta que el salmo no tiene el mismo argu­mento de oración que las preces o colectas compues­tas por la Iglesia. Además, la índole poética y musical de los salmos no exige necesariamente que se dirijan a Dios, sino que se canten ante Dios como advierte San Benito: "Consideremos de qué modo conviene estar en la presencia de la Divinidad y de sus ángeles, y re­citemos los salmos de modo que nuestra mente con­cuerde con nuestra voz" (2).

106. Quien recita los salmos abre su corazón a los sen­timientos que éstos inspiran según el género literario de cada uno, ya sea de lamentación, confianza, ac­ción de gracias u otros que acertadamente  señalan los exegetas.

107. Adhiriéndose al sentido literal, el que recita los salmos fija su atención en la importancia del texto para la vida del creyente.

En efecto, consta que cada uno de los salmos fue compuesto en circunstancias peculiares, como  nos lo indican los títulos que los preceden en el salterio hebreo. Pero sea lo que fuere de su origen histórico, cada salmo tiene un sentido literal que incluso en nuestros tiempos no podemos desatender. Pues aun­que tales cánticos traigan su origen de los pueblos o­rientales de hace bastantes siglos, expresan, sin embar­go, de un modo adecuado el dolor y la esperanza, la miseria y la confianza de los hombres de todas las e­dades y regiones, cantando sobre todo la fe en Dios, la revelación y la redención.

108. Quien recita los salmos en la Liturgia de las Ho­ras no lo hace tanto en nombre propio como en nombre de todo el Cuerpo de Cristo, e incluso en nombre de la persona del mismo Cristo. Te­niendo esto presente se desvanecen las dificulta­des que surgen cuando alguien, al recitar el salmo advierte tal vez que los sentimientos de su Corazón difieren de los expresados en el mismo, así, por ejemplo,, si el que está triste y afligido se encuentra con un salmo de júbilo o, por el contrario, si sintiéndose alegre se encuentra con un salmo de lamentación. Esto se evita fácilmente cuando se trata simplemente de la oración privada en la que se da la posibilidad de elegir el salmo más adaptado al propio esta­do de ánimo. Pero en el Oficio divino se recorre to­da la cadena de los salmos, no a título privado, si­no en nombre de la Iglesia, incluso cuando alguien hu­biere de recitar las Horas individualmente. Pero quien recite los salmos en nombre de la Iglesia, siempre pue­de encontrar un motivo de alegría y tristeza, por­que también aquí tiene su aplicación aquel dicho del Apóstol: "alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran" (Rm 12,1) y así la fragilidad humana, indispuesta por el amor propio, se sana por la caridad, que hace que concuerden el corazón y la voz del que recita el salmo (3).

109. Quien  recita los salmos en nombre de la Iglesia debe dirigir su atención al sentido pleno d ellos salmos, en especial al sentido mesiánico que movió a la Iglesia a servirse del Salterio. El sentido mesiánico se manifestó plenamente en el Nuevo Testamento y el mismo Cristo Señor lo uso de manifiesto al hablar a los Apóstoles: "Es necesario que se cumplan todas las cosas que fueron escritas de Mi en la ley de Moi­sés, los profetas y los salmos" (Lc 24,44). Es un ejemplo conocidísimo el diálogo que nos refiere San Mateo acerca del Mesías, Hijo de David y Señor suyo (4), en el que el salmo 109 es aplicado al Mesías.

Siguiendo este senda  los Santos Padres aceptaron y comentaron todo el salterio a modo de profecía acerca de Cristo y su Iglesia; por el mismo motivo fueron elegidos los salmos para su uso en la sagrada Liturgia. Aunque a veces eran aceptadas algunas interpretaciones artificiosas sin embargo por lo general tanto los Padres como la Liturgia procedieron rectamente al oír en los salinos a Cristo que dama al Padre o el Padre que habla con su hijo, reconociendo incluso la voz de la Iglesia, de los Apóstoles o de los mártires. Este método interpretativo siguió floreciendo en la Edad Media: en muchos códices del salterio, escritos durante este período, se les proponía a los que reci­taban los salmos el sentido cristológico de los mismos, expresado en los títulos ice precedían a cada uno de los salmos. La interpretación cristológica no se limita en modo alguno a aquellos salmos que son considerados como mesiánicos, sino que se extien­de a muchos otros, en los que sin dudase dan meras apropiaciones, pero refrendadas por la tradición de la Iglesia.

Sobre todo en la salmodia de los días festivos, los sal­mos fueron elegidos con cierto criterio cristológico, para cuya ilustración se propone  generalmente antí­fonas sacadas de los mismos salmos.

 

II. ANTÍFONAS Y OTROS ELEMENTOS QUE FACILI­TAN LA ORACION DF LOS SALMOS.

110. Tres cosas hay en la tradición atina que con­tribuyeron grandemente a la inteligencia de los sal­mos o a su adaptación para la oración cristiana, a sa­ber, los títulos, las oraciones sálmicas y, sobre todo, las antífonas.

111  En el salterio de la Liturgia de las Horas, cada salmo va precedido de un título que denota su senti­do e importancia para la vida del creyente. Estos títu­los se proponen en el libro de la Liturgia de las Ho­ras tan sólo para utilidad de OS que recitan los sal­mos. Para fomentar la oración a la luz de la revela­ción cristiana, se añade una sentencia del Nuevo Tes­tamento o de los Padres invitando a orar en sentido cristológico.

112. Las oraciones sálmicas que sirven de ayuda pa­ra su interpretación específicamente cristiana, se pro­ponen en el apéndice del libro de la Liturgia de las Horas para cada uno de los salmos y pueden ser utili­zadas libremente según la norma de la antigua tradi­ción: concluido el salmo y observado un momento de silencio, se concluye con una oración que sintetiza los sentimientos de los participantes.

113. Aunque la Liturgia de las Horas se celebre sin canto, todo salino tiene su antífona, que deberá reci­tarse incluso en privado. Las antífonas, en efecto, ayu­dan a poner de manifiesto el género literario del sal­mo; lo transforman en oración personal; iluminan mejor alguna frase digna de atención y que pudiera pasar inadvertida; proporcionan a un determinado sal­mo cierta tonalidad peculiar en determinadas circuns­tancias; más aún, siempre que se excluyan arbitrarias acomodaciones, contribuyen en gran medida a po­ner de manifiesto la interpretación tipológica o festi­va y pueden hacer agradable y variada la recitación de los salmos.

114. Las antífonas en el salterio están redactadas de tal forma que puedan ser traducidas a las lenguas ver­náculas, e incluso ser repetidas después de cada es­trofa según lo que se especifica en el núm. 125. Pero en el Oficio sin canto del tiempo ordinario, en lugar de estas antífonas se pueden utilizar, según la o­portunidad, las sentencias añadidas a los salmos. (Cf.n. 111).

115. Cuando a consecuencia de su extensión se pue­de dividir un salino en varias partes dentro de una misma Hora, a cada una de las partes se le añade su propia antífona para lograr una mayor variedad, so­bre todo en la celebración con canto, y para captar mejor las riquezas del salmo; es lícito, sin embargo, recitar el salmo íntegro sin interrupción, utilizando sólo la primera antífona.

116. Poseen antífonas propias todos los salmos de Laudes y Vísperas del triduo pascual, los de los días que caen dentro de las octavas de Pascua y Navidad; los de las dominicas de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua y asimismo los de los días feriales de Se­mana Santa, del tiempo pascual y los de los días com­prendidos entre el 17 y el 24 de diciembre.

117. En las solemnidades hay antífonas propias pa­ra el Oficio de lectura de Laudes matutinos, Tercia, Sexta, Nona y Vísperas; en caso de que no las hubie­ra se tomarán del Común. En las fiestas se observará otro tanto en el Oficio de lectura en los Laudes y en las Vísperas.

118. Las memorias de los Santos, que tienen sus antífonas propias, las conservan (Cf. o, 235).

119. Las antífonas del "Benedictus" y del "Magni­ficat" en el Oficio del Tiempo se tomarán del Propio del Tiempo, si las hay, si no se tomarán del salterio habitual; en las solemnidades y en las fiestas se to­man del Propio, si las posee, y en caso contrario, del Común,' pero en las memorias que no tienen antífo­nas propias se puede escoger libremente la antífona del Común o de la feria que corresponda.

120. Durante el tiempo pascual, a todas las antífonas se les añade el Aleluya, a no ser que discrepe del sentido de la antífona

 

III. MODO DE RECITAR LOS SALMOS.

121. Según las exigencias del género literario, de la extensión de cada salmo; según sea recitado en latín o en lengua vernácula, y principalmente según se re­citen por uno solo o por muchos o se celebren con el pueblo, pueden proponerse distintos modos de re­citación que ayuden a percibir mejor la fragancia es­piritual y literaria de los mismos. Porque el empleo de los salmos no se establece por una especie de crite­rio cuantitativo de oración, sino que se ha atendido a la variedad del salterio y a la índole propia de cada salmo.

122. Los salmos se cantan o recitan bien sea en for­ma seguida (o "en directo"), bien sea alternando los versos o estrofas entre dos coros o dos partes de la asamblea, bien sea en forma responsorial, según las di­versas modalidades que nos brinda la tradición o la ex­periencia.

123. Al comienzo de cada salmo recítese siempre su antífona tal como queda dicho en los nn. 113-120, pe­ro al final de cada salmo se mantiene en vigor el con­cluir con el Gloria al Padre y Como era. Pues el Gloria es la conclusión adecuada que recomienda la tra­dición y que da a la oración del Antiguo Testamento un sentido laudatorio, cristológico y trinitario. Reci­tado el salmo, se repite la antífona, según convenga.

124. Cuando se emplean salmos de mayor extensión, las divisiones de los mismos vienen señaladas en el salterio, dividiendo los miembros de la salmodia de forma que hagan patente la estructura ternaria de la Hora, y teniendo en cuenta, sin embargo, el sentido objetivo del salmo en cuestión, Conviene observar dicha división, sobre todo en la celebración coral en latín, añadiendo el Gloria al Pa­dre al final de cada una de las partes.

Es licito, sin embargo, mantener este modo tradicional o interponer una pausa entre las diversas partes del mismo salmo, o recitar todo el salmo sin inte­rrupción acompañado de su antífona.

125. Además, cuando así lo aconsejare el género lite­rario del salmo, se indicarán las divisiones estróficas de modo que, sobre todo si los salmos se han de can­tar en lengua vernácula, puedan ser recitados interponiendo la antífona después de cada estrofa, en cuyo caso bastará con decir e! Gloria al Padre cuando haya finalizado todo el salmo.

 

IV. DISTRIBUCION DE LOS SALMOS EN EL OFICIO.

126. Los salmos están distribuidos a lo largo de un ciclo de cuatro semanas, de tal forma que quedan o­mitidos muy pocos salmos, mientras que otros, insig­nes por su tradición, se repiten con mayor frecuen­cia y se reservan a los Laudes de la mañana, a las Vísperas y Completas salmos adecuados a las respec­tivas Horas (5).

127. Para Laudes y Vísperas, por ser Horas más desti­nadas a la celebración con el pueblo, se han elegido los salmos más adecuados a este fin.

128. Por lo que se refiere a las Completas, se obser­va la norma descrita en el número 88.

129. Para el domingo, incluso para el Oficio de lec­tura y para la Hora intermedia se han seleccionado a­quellos salmos que conforme a la tradición  expresan de un modo más adecuado el misterio pascual. A los viernes se las han asignado algunos salmos peniten­ciales o de Pasión.

130. Se reservan para el tiempo de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua tres salmos, a saber: 77, 104 y 105, que manifiestan con especial claridad la historia de la salvación del Antiguo Testamento, como anticipo de lo que se realiza en el Nuevo.

131. En el curso del salterio se omiten los salmos 57, 82 y 108, en los que predomina el carácter imprecato­rio. Asimismo se han pasado por alto algunos versos de ciertos salmos, como se indica al comienzo de cada uno de ellos. La omisión de estos textos se debe a cierta dificultad psicológica, a pesar de que los mis­mos salmos imprecatorios afloran en la espirituali­dad neotestamentaria, por ejemplo: Apc 6, 10, sin que en modo alguno induzcan a maldecir.

132. Los salmos demasiado largos para ser recitados en una Hora del Oficio, se distribuyen a lo largo de varios días dentro de la misma Hora, de modo que los puedan recitar quienes no acostumbran a rezar otras Horas. Así el salmo 118, según su propia  división, se distribuye a lo largo de veintidós días en la Hora intermedia, puesto que tradicionalmente es asignado a las horas del día.

133. El ciclo de las cuatro semanas del Salterio se relaciona de tal modo con el año litúrgico que en la primera semana, prescindiendo acaso de otras, comienza el prime domingo de Adviento, la primera se­mana per annum, el primer domingo de Cuaresma y el primer domingo de Pascua.

Después de Pentecostés, como en el tiempo per annum el ciclo del Salterio sigue una serie de semanas, se co­mienza por aquella semana del Salterio que es indi­cada en el Propio del Tiempo al comienzo de su res­pectiva semana per annum.

134. En las solemnidades y en las fiestas, en el tri­duo pascual, en los días que caen dentro de las octa­vas de Pascua y Navidad, los salmos propios para el Oficio de lectura son elegidos entre aquellos que es­tán respaldados por la tradición y cuya oportunidad se aclara, la mayor parte de las veces, mediante una antífona. Otro tanto se hace con la Hora intermedia en ciertas solemnidades del Señor y en la octava de Pascua. Los salmos y el cántico para los Laudes de la mañana se toman del primer domingo del Salterio. Los salmos de las primeras Vísperas de las solemni­dades pertenecen a la serie Laudate, según una anti­gua costumbre. Las II Vísperas de las solemnidades y las Vísperas de las fiestas tienen salmos y cánticos propios. Para la Hora intermedia de las solemnidades, exceptuando aquellas de las que se habló arriba y a no ser que caigan en domingo, se tomarán de los sal­mos graduales; en la Hora intermedia de las fiestas se dicen los salmos del día correspondiente.

135. En los demás casos se dicen los salmos del Sal­terio en curso si no hubiere antífonas o salmos pro­pios.

 

V. LOS CANTICOS DEL ANTIGUO Y NUEVO TES­TAMENTO

136. En los Laudes, entre el primero y segundo salmo, se intercala, según costumbre, un cántico del An­tiguo Testamento. Además de la serie aceptada  por la antigua tradición romana y de la nueva ordenación introducida por 5. Pío X en el Breviario, se han añadido en el Salterio muchos cánticos sacados de los li­bros del Antiguo Testamento, de forma que cada día ferial de las cuatro semanas tenga su cántico propio y en los domingos alternen las dos partes del cántico de los Tres Jóvenes.

137. En las Vísperas, después de los dos salmos, se intercala un cántico del Nuevo Testamento, sacado de las Epístolas o del Apocalipsis. Se indican  siete cánticos para cada uno de los días de la semana. Pe­ro en los domingos de Cuaresma, en lugar del cán­tico aleluyático sacado del Apocalipsis, se dice el cántico tomado de la primera Epístola de San Pedro. Ade­más, en la solemnidad de la Epifanía y en la fiesta de  la Transfiguración del Señor, se recitará el cántico indicado en su lugar, de la primera Epístola a Timoteo.

138. A los cánticos evangélicos Benedictus, Magnifi­cat y Nunc dimittis se les ha de conceder la  misma solemnidad y dignidad con que se acostumbra a oír la proclamación del Evangelio.

139. La salmodia y las lecturas están ordenadas con­forme a una ley firme de la tradición que sitúa, en primer lugar, el Antiguo Testamento, luego el Após­tol y por último el Evangelio.

 

 

 LA LECTURA DE LA SAGRADA ESCRITURA.

 

a) La lectura de la Sagrada escritura en general

Le lectura de la Sagrada Escritura, que confor­me a una antigua tradición se hace públicamente en la Liturgia, no sólo en la celebración eucarística, sino también en el Oficio divino, ha de ser tenida en máxima estima por todos los cristianos porque  es propuesta por la misma Iglesia, no por elección indivi­dual o mayor propensión del espíritu hacia ella, sino en orden al misterio que la Esposa de Cristo "desarro­lla en el círculo del año, desde la Encarnación y la Na­vidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la  expecta­ción de la dichosa esperanza y venida del Señor" (6). Además, en la celebración litúrgica, la lectura de la Sagrada Escritura siempre va acompañada de la ora­ción, de modo que la lectura produce frutos más ple­nos y a su vez la oración, sobre todo la de los salmos, es entendida, por medio de las lecturas, de un modo más profundo y la piedad se vuelve más in tensa.

141. En la Liturgia de las Horas se propone una lectura larga y una lectura corta de la Sagrada Escritura.

142. La lectura larga que se ha de hacer en los Laudes matutinos y en las Vísperas libremente, queda descrita arriba en el n. 46.

 

b) Distribución de las lecturas de la Sagrada Escritura en el Oficio de lectura.

143. En la distribución de las lecturas de la Sagrada Escritura, en el Oficio de lectura se tienen en cuenta tanto aquellos tiempos sagrados en los que siguiendo una tradición. venerable se han de leer ciertos li­bros, como la distribución de las lecturas en la Misa. De esta forma, pues, la Liturgia de las Horas se coordina con la Misa de modo que la lectura de la Escritura en el Oficio complete las lecturas hechas en la Misa, ofreciendo así un panorama de toda la historia de la salvación.

144. Siguiendo en pie la excepción de que se habla en el n. 73, no se leerá el Evangelio en la Liturgia de las Horas, puesto que se lee íntegramente todos los años en la Misa.

145. Hay un doble curso de lectura bíblica: el pri­mero, que va inserto en el libro de la Liturgia de las Horas, comprende tan sólo un año; el segundo, que se puede utilizar libremente, \'a incluido en el   apéndice y es bienal, lo mismo que el curso de   la lectura per annum en la Misa ferial.

146. El curso bienal de las lecturas está dispuesto de forma que casi todos los libros de la Escritura son leídos cada año asignando a la Liturgia de las  Horas aquellos textos más largos y más difíciles que ape­nas pueden tener cabida en la Misa. Pero mientras el Nuevo Testamento se lee íntegramente todos los años, ya sea en la Misa ya en la Liturgia de las Horas, se han seleccionado de los libros del Antiguo Testamento tan sólo aquellas partes que son de mayor importancia para la inteligencia de la historia de la Salvación y para el fomento de la piedad.

Sin embargo, la coordinación entre las lecturas de la Liturgia de las Horas y las lecturas de la Misa, para que no se propongan los mismos textos en los mis­mos días o se distribuyan con relativa frecuencia los mismos libros para las mismas épocas del año (lo que dejaría a la Liturgia de las Horas perícopas de menos importancia y perturbaría la lectura seguida de los textos), exige necesariamente que el mismo li­bro figure en años alternos en la Misa y en la Liturgia de las Horas o, al menos, dejar cierto intervalo de tiempo si se ha de leer en el mismo año.

147. En tiempo de Adviento se leerán, siguiendo una antigua tradición, las perícopas del libro de Isaías, en lectura semicontinua, alterna en años alternos. Se leerán además el libro de Rut y algunas  profecías del libro de Miqueas. Pero como desde el 17 hasta el 24 de diciembre se hacen lecturas especialmente asig­nadas a estos días, se omitirán aquellas lecturas de la tercera semana de Adviento que no tengan cabida.

148. Desde el día 29 de diciembre hasta el 5 de enero se leerá el primer año la Epístola a los Colosenses, en la que se considera la Encarnación del Señor en el marco de toda la historia de la Salvación, y en el se­gundo año, el Cantar de los Cantares, en el que se prefigura la unión de Dios y el hombre en Cristo:

"Dios Padre se desposó con Dios su hijo en el instan­te en que lo unió a la naturaleza humana en el seno de la Virgen, en el momento el? que Dios, antes  de todos los siglos, de terminó que se hiciese hombre al final de los tiempos" (7).

149. Desde el 7 de enero hasta el sábado después de Epifanía se leen textos escatológicos tomados de Ba­ruch y de Isaías 60-66; las lecturas que no hayan teni­do cabida se omitirán ese año.

150. Durante la Cuaresma se leerán el primer año fragmentos del libro del Deuteronomio y de la Epístola a los Hebreos. En el segundo año se ofrece una visión panorámica de la historia de la Salvación toma­da de los libros del Exodo, del Levítico y de los Números. La Epístola a los Hebreos interpreta la an­tigua alianza a la luz del misterio pascual de Cristo. De esta misma Epístola se leerá el día de Viernes San­to el fragmento acerca del sacrificio de Cristo (9, 11-28), y el Sábado Santo, el que trata del descanso del Señor (4, 1-16). En los otros días de Semana San­ta se leen en el primer año los cantos tercero y cuar­to del Siervo del Señor, tornados del libro de Isaías, y perícopas del libro de las Lamentaciones; en el segundo año se leerá a Jeremías corno figura de Cris­to paciente.

151. En el tiempo pascual, exceptuando la dominica primera y segunda de Pascua y las dolemnidades de la Ascensión y Pentecostés, se leerán, según es tradicio­nal, el primer año la primera Epístola de 5. Pedro, el Apocalipsis y las Epístolas de 5. Juan, y el segundo año, los Hechos de los Apóstoles.

152. Desde el lunes después de la dominica del Bau­tismo del Señor hasta la Cuaresma y desde el lunes después de Pentecostés hasta el Adviento, discurre una serie continua de treinta y cuatro semanas per annum

Dicha serie queda interrumpida desde el miércoles de Ceniza hasta el día de Pentecostés; en el lunes des­pués de la dominica de Pentecostés se toma de nue­vo la lectura por annum a partir de la semana que si­gue a la que fue interrumpida por la llegada de la Cuaresma, pero omitiendo In lectura que le corresponde a la dominica

En los años que tienen sólo treinta y tres semanas per annum, se omite la semana que cae inmediatamente después de Pentecostés, de modo que siempre sean leídas las lecturas de las últimas semanas, que son de índole escatológica.

Los libros del Antiguo Testamento se distribuyen se­gún la historia de la Salvación: Dios se revela a sí mis­mo en el decurso de la vida del pueblo, que es guiado e iluminado paulatinamente. Por ello los profetas son leídos entre los libros históricos teniendo en cuenta el tiempo en que vivieron y enseñaron. Así, el pri­mer año la serie de lecturas del Antiguo Testamento presenta juntamente los libros históricos y los orácu­los de los profetas desde el libro de Josué hasta el tiempo del exilio inclusive El segundo año, después de las lecturas del Génesis que se han de realizar an­tes de Cuaresma, se continúa la narración de la histo­ria de la Salvación desde el exilio hasta los tiempos de los Macabeos. En ese mismo año se incluyen, ade­más, los profetas más recientes, los libros sapiencias y las narraciones de los libros de Esther, Tobías y Judit.

Las Epístolas de los Apóstoles que no se lean en periodos especiales, van distribuidas teniendo en cuen­ta ya las lecturas de la Misa, ya el orden cronológico en que fueron escritas.

153. El curso de un año queda abreviado de modo que todos los años se lean las partes seleccionadas de la Sagrada Escritura, habida cuenta de los dos ciclos de lecturas de la Misa a la que sirven de complemen­ta.

154. A las solemnidades y a las fiestas se les asigna lectura propia; en ceso contrario se tomará del Co­mún de los Santos.

155. Cada una de los pericopas guarda, en la medida de lo posible, cierta unidad; por ello para no sobre­pasar  los límites adecuados que, por lo demás, son dis­tintos según los diversos géneros literarios, se omiten a veces algunos versos, lo cual es señalado en cada caso. Pueden, no obstante, ser leídas con provecho íntegramente en un texto aprobado.

c)  Las lecturas breves.

156. Las lecturas breves, o "capítulos", cuya impor­tancia en la Liturgia da las Horas se señaló en el n. 45, fueron seleccionadas de forma que expresen sucinta y distintamente una sentencia o exhortación. Se ha prestado atención asimismo a la variedad.

157. Se han constituido cuatro series semanas de lecturas breves per annum, que van incluidas en el Sal­terio, de modo que cada día a lo largo de cuatro se­manas se cambie lectura. Hay además series semanales para el tiempo de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua. Y por último, lecturas breves propias para las solemnidades y las fiestas y algunas conmemoraciones, y también, una serie semanal para Completas.

158. En la selección de lecturas breves se han seguido los siguientes criterios.

a)  Conforme a la tradición, se han excluido los Evangelios;

Se ha observado, en la medida de lo posible, el carácter propio del domingo, y también el de la feria VI y el de las mismas Horas;

     Las lecturas de las Vísperas fueron seleccionadas tan sólo del Nuevo Testamento, puesto que van des­pués de un cántico del Nuevo Testamento.

 

LA LECTURA DE LOS PADRES Y DE LOS ESCRI­TORES ECLESIASTICOS

159. Según la tradición de la Iglesia Romana, en el Oficio de lectura, a continuación de la lectura bíblica tiene lugar la lectura de los Padres o de los escritos eclesiásticos con su responsorio correspondiente, a no ser que se haga una lectura hagiográfica (cf. nn, 228-239).

160. En esta lectura se proponen diversos textos to­mados de los escritos de los Santos Padres, de los doc­tores y de otros escritores eclesiásticos pertenecientes, ya a la Iglesia Oriental, ya a la Occidental, cuidando, no obstante, de conceder el primer lugar a los santos Padres, que gozan en la Iglesia de una autoridad especial.

161. Además de las lecturas asignadas para cada día en el libro de la Liturgia de las Horas, hay un Leccionario libre que contiene una mayor abundancia de lecturas para que sea más accesible a los que rezan el Oficio divino el tesoro de la tradición de la Iglesia. Se concede a todos la facultad de tomar la segunda lectura o del libro de la Liturgia de las Horas o del Leccionario libre.

162. Además las Conferencias Episcopales pueden proponer otros textos acordes con las tradiciones y la mentalidad de su demarcación. los cuales han de incluirse a modo de suplemento en el Leccionario li­bre. Dichos textos estarán tomados de las obras de es­critores católicos insignes por su doctrina y santidad de vida (8).

163. La. finalidad de esta lectura es, ante todo, la meditación de la palabra de Dios tal como es enten­dida por la Iglesia en su tradición. Porque la Iglesia siempre estimó necesario declarar auténticamente a los fieles la palabra de Dios de modo que la línea de la interpretación profética y apostólica se guíe conforme a la norma del sentido eclesiástico  y ca­tólico" (9).

164. Mediante el trato asiduo con los documentos que presenta la tradición universal de la Iglesia, los lectores son llevados a una meditación más plena de la Sagrada Escritura y a un amor suave y vivo. Por­que los escritos de los Santos Padres son testigos preclaros de aquella meditación de la palabra de Dios, producida a lo largo de los siglos, mediante la cual

la Esposa del Verbo Encarnado, es decir, la iglesia que tiene consigo el consejo y el Espíritu de su Dios y Esposo" (10), se afana por conseguir una inteligencia cada vez más profunda de las Sagradas Escrituras.

165. La lectura de los Padres conduce así mismos a los cristianos  al verdadero sentido de los tiempos y de las festividades litúrgicas.  Además, les hace accesibles inestimables, riquezas espirituales que constituyen el egregio patrimonio de la Iglesia y que a la vez son el fundamento de la vida espiritual y el aliento  ubé­rrimo de la piedad Y por lo que se refiere a los pre­goneros de la palabra de Dios, tendrán así todos los días a su alcance ejemplos insignes de la sagrada predicación.

VIII  LA LECTURA HAGIOGRAFICA

166. Con el nombre de lectura hagiográfica se desig­na, ya el texto de algún Padre o escritor eclesiástico que o bien hable directamente del Santo cuya festi­vidad se celebra o que puede aplicársele rectamente, ya un fragmento de los escritos del Santo en cues­tión, ya la narración de su vida.

167. En la elaboración de los propios Particulares de los Santos se ha da atender la verdad histórica (11) y al verdadero aprovechamiento espiritual de aquellos que han de leer o escuchar la lectura hagiográfica; se ha de evitar cuidadosamente todo lo que suscriben  tan sólo la admiración:  más bien se ha de poner  a luz la peculiar índole espiritual Santos, de un modo adecuado a las condiciones actuales, así como su im­portancia para la vida y la espiritualidad de la Iglesia.

168. Antes de la lectura  misma y para instrucción tan sólo, no para ser proferida la celebración, se pone una breve noticia hagiográfica que contiene datos meramente históricos y describe brevemente la historia del Santo.

 

IX.   LOS RESPONSOR1OS

169. A la lectura bíblica en el Oficio de, la lectura le sigue su propio responsorio cuyo texto ha sido se­leccionado del tesoro tradicional o compuesto de nuevo de forma que arroje nueva luz para la inteli­gencia de la lectura que se acaba de hacer, ya sea insertando dicha lectura en la historia de la salva­ción, ya conduciéndonos desde el Antiguo Testamento al Nuevo, ya convirtiendo la lectura en oración o contemplación, ya, finalmente, ofreciendo la  fruición variada de sus bellezas poéticas.

170. Asimismo la segunda lectura lleva anejo un res­ponsorio idóneo, pero que no va tan estrechamente ligado con el texto de la lectura, favoreciendo así más la libertad de la meditación.

171. Los responsorios, junto con sus partes que han de ser repetidas, conservan, por tanto, su valor, in­cluso cuando la recitación ha de ser hecha por uno sólo. No obstante, la parte que se suele repetir en el responsorio puede omitirse en la recitación sin cante, a no ser que la repetición venga exigida por el sentido mismo.

172. De modo semejante, aunque más sencillo, el responsorio breve de los Laudes matutinos, Vísperas y Completas, del cual habló en los nn. 49 y 89 y los versos que acompañan a Tercia, Sexta y Nona, res­ponden a la lectura breve a modo de cierta aclama­ción mediante la cual ¡a Palabra de Dios penetra más profundamente en el espíritu del que escucha o del que lee.

 

X. LOS HIMNOS Y OTROS CANTOS NO BIBLICOS.

173. Los himnos, que según una antiquísima tradi­ción formaban parte del Oficio, conservan  ahora también su importancia (12). En realidad no sólo han sido destinados expresamente, por su naturaleza lírica, para la alabanza de Dios, si no que constituyen una parte popular, y aún más, casi siempre ponen más de manifiesto el carácter diferenciante de las Horas o de cada una de las fiestas, que las otras partes del O­ficio, a la vez que mueven e incitan los ánimos una celebración piadosa. Dicha eficacia se ve aumentada a menudo por la belleza literaria. Por lo demás, los himnos se encuentran en el Oficio cómo el principal elemento poético introducido por la Iglesia.

174. Siguiendo la norma de la tradición, el himno termina con una doxología que, de acuerdo, con la costumbre, se dirige a la misma persona divina a la que se dirige el mismo himno.

175. Para fomentar la variedad, se establece en el Oficio del tiempo ordinario un doble curso de him­nos para todas las Horas;' a utilizar en semanas alter­nas.

176. Se introduce, además en el Oficio de lectura un doble curso de los himnos del tiempo ordinario, según que los himnos sean recitados de, día o de no­che.

177. Los himnos introducidos por primera vez pue­den ejecutarse con melodías del mismo: número y metro que las tradicionales.

178.  En lo referente a la celebración en lengua verná­cula se les concede a las Conferencias Episcopales facultad de aceptar a la naturaleza de la propia len­gua los himnos latinos, y asimismo la de introducir como himnos nuevas composiciones poéticas  (13) siempre que estén acordes plenamente con el espíritu de la Hora, de! tiempo o de la festividad; se ha de e­vitar cuidadosamente el que sean admitidas cancio­nes populares carentes de todo valor artístico y no consentáneas verdaderamente con la dignidad de la liturgia.

 

 

LAS PRECES, EL PADRE NUESTRO,  LA ORACION CONCLUSIVA.

 

a)  Las preces o intercesiones en  los Laudes y Vísperas.

179: La Liturgia de las Horas celebra ciertamente las alabanzas de Dios. Ahora bien, tanto la tradición ju­daica como la cristiana no separan la oración de pe­tición de la alabanza divina; a menudo la suplica es en alguna manera una deducción de la alabanza divina. El apóstol San Pablo exhorta a que se hagan “peticiones, oraciones, súplicas v acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los constituidos en dignidad, a fin de que gocemos la vida tranquila y quieta con toda piedad y honestidad Es­to es bueno y grato ante Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salves y ven­gan al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 1-4).

Dicha amonestación fue interpretada a menudo por los Padres en el sentido de que se debían hacer inter­cesi9nes por la mañana y por la tarde (14).

180. Las intercesiones que se hacen en la Misa de ri­to Romano se repiten también a la Hora de Vísperas, aunque de modo distinto, tal como te describe  más adelante.

181. Como es tradicional en la oración el que, sobre todo por la mañana, se encomiende a Dios todo el día, en los Laudes matutinos se hacen invocaciones para encomendar y consagrar el día a Dios.

182. Con el nombre de preces se designan tanto las intercesiones que se hacen en las Vísperas, como las invocaciones hechas para consagrar el día a Dios en los Laudes matutinos.

183. Para fomentar la variedad y, sobre todo, para expresar mejor  las distintas necesidades de la Iglesia y de los hombres según los; diversos estados, grupos, personas, condiciones y tiempos, se proponen diver­sas fórmulas de preces para cada uno de los días del curso del Salterio y para los tiempos sagrados del año litúrgico lo mismo  que para la celebración de cier­tas festividades.

184. Además, las Conferencias Episcopales poseen la facultad tanto de adaptar las fórmulas propuestas en el libro de la Liturgia de las Horas, como de apro­bar otras nuevas (15), observando, sin embargo, las normas que siguen.

185. Como se hace en el Padrenuestro conviene enla­zar las peticiones con la alabanza de Dios o la confe­sión de su gloria, o la conmemoración de la historia de la salvación.

186. En las preces que tienen lugar en las Vísperas, la última intención es siempre por los difuntos.

187. Como la Liturgia de las Horas es, ante todo, la oración por toda la Iglesia e incluso por la salvación de todo el mundo (16), conviene que en las preces las intenciones universales obtengan absolutamente el pri­mer lugar, ya se ore por la Iglesia y los Ordenados, por las autoridades civiles, por los que sufren pobreza, en­fermedad o aflicciones, por las necesidades de todo el mundo, a saber, por la paz y otras cosas semejantes.

188. Es lícito, sin embargo, tanto en los Laudes ma­tutinos como en las Vísperas, añadir ciertas intencio­nes particulares.

189. Las preces que han de ser utilizadas en el Oficio están dotadas de tal estructura que pueden adaptarse a la celebración con el pueblo, a una pequeña comunidad y a la recitación hecha por uno solo.

190. Por ello, las preces en la recitaci6n~con el pueblo o en común van precedidas de una breve  invita­ción hecha por el sacerdote a el ministro; en la que se propone el tipo de respuesta que ha de ser repetida de un modo invariable, por la asamblea.

191. Las intenciones se enuncian, además, el lengua je dirigido a Dios, de forma que puedan convenir tan­to a la celebración común como a la recitación por uno solo.

192. Cada fórmula de las intenciones consta de dos partes, la segunda de las cuales puede utilizarse co­mo respuesta variable;

193. Por ello; se pueden seguir diversos modos de for­ma que el sacerdote o el ministro digan ambas partes y la asamblea interponga una respuesta uniforme  e una pausa de silencio; o que el sacerdote o el' minis­tro digan tan sólo la primera parte y la asamblea la segunda

 

b)   El Padre nuestro.

194. En los Laudes, matutinos y en las Vísperas, có­mo Horas mas populares, a continuación de las preces ocupa el Padrenuestro el lugar correspondiente a dignidad, de acuerdo con una tradición venerable .

195. Así, la oración dominical, de ahora en adelante, dirá solemnemente tres veces al día, a saber: en la Misa, en los Laudes matutinos y en las Vísperas.

196. El Padrenuestro será dicho por todos, antece­diéndole, según fuere oportuno, una breve  moni­ción.

 

c)  La oración conclusiva.

197. Al final de toda la Hora se dice la oración con­clusiva, que en la celebración pública y popular, se­gún la norma de la tradición, correrá a cargo del sa­cerdote o del diácono (17).

198. Esta oración, en el Oficio de la lectura suele ser la misma que en la Misa. Para las Completas, siempre se encuentra en el Salterio.

199. Para los Laudes matutinas y las Vísperas, la oración se tomará del Propio, los siguientes días: domin­gos, ferias del tiempo de Adviento, de Navidad, Cua­resma y Pascua, y asimismo en las solemnidades,   las festividades y las memorias. Pero en las ferias del tiempo ordinario se dirá la oración indicada en el curso del Salterio para manifestar la índole propia de estas Horas.

200. Por lo que se refiere a Tercia, Sexta y Nona, u Hora intermedia, la oración se tomará del Propio, los domingos y ferias de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua, lo mismo que las solemnidades y las fiestas. Los demás días se dirán aquellas oraciones que expresan la índole de cada Hora y que figuran en el Sal­terio.

 

XII.            EL SILENCIO SAGRADO.

201. Como se ha de procurar de un modo general que en las acciones litúrgicas "se guarde asimismo, a su debido tiempo, un silencio sagrado" (18), tam­bién se ha de dar cabida al silencio en la Liturgia de las Horas.

202. Por lo tanto, según la oportunidad y la pruden­cia, para lograr la plena resonancia de la voz del Es­píritu Santo en los corazones y para unir más estre­chamente la oración personal con la palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia, es lícito dejar un espa­cio de silencio o después de cada salmo, una vez repe­tida su antífona, según la costumbre tradicional, sobre todo si después del silencio se añade la oración sálmi­ca (cf. n. 112) o después de las lecturas tanto breves, como más largas, indiferentemente antes o después del responsorio.

Se ha de evitar, sin embargo, que el silencio intro­ducido sea tal que deforme la estructura del Oficio o resulte molesto o fatigoso para los participantes.

203. Cuando la recitación haya de ser hecha por uno solo, se concede una mayor libertad para hacer una pausa en la meditación de alguna fórmula que suscite sentimientos espirituales, sin que por eso el Oficio pierda su carácter público.

 

 

Capítulo IV

LAS DIVERSAS CELEBRACIONES A LO LARGO DEL AÑO.

 

1.  LA CELEBRACION DE LOS MINISTERIOS  SEÑOR.

 

a)  El domingo.

204. El Oficio del domingo comienza con las Vís­peras, en las que todos los elementos "Son tomados del Salterio, a excepción de aquellos que se originan como propios.

205. Cuando una festividad del Señor se celebra el domingo, tiene Vísperas propias.

206. Del modo de celebrar las vigilias dominicales, cuando se juzgue oportuno, se habló arriba,

207. Es sumamente conveniente que donde fuera posible, se celebren con asistencia del pueblo,  al menos, las Vísperas, conforme a la antiquísima cos­tumbre (1).

 

b)  El Triduo pascual.

208. En el triduo pascual, el Oficio se celebra tal co­mo se describe en el Propio del tiempo.

209. Los participantes en la Misa vespertina del Jueves Santo o de la celebración de la Pasión del, Señor el Viernes Santo, no dicen las Vísperas del día res­pectivo.

210. El Viernes y el Sábado Santo se organizará, an­tes de las Laudes matutinas, según fuese posible, una celebración pública del Oficio de la lectura con asis­tencia del pueblo.

211. Las Completas del Sábado Santo se dirán tan sólo por aquellos que no asisten a la Vigilia pascual.

212. La Vigilia pascual ocupa el lugar del Oficio de lectura: quienes, por tanto, no asisten a la solemne Vigilia pascual, lean de ella al menos cuatro  lecturas, junto con los cánticos y oraciones. Conviene elegir las lecturas del Exodo, Ezequiel, del Apóstol del Evan­gelio. Siguen el himno Te Deum y la oración del día.

213. Los Laudes del domingo de Resurrección de­ben ser dichos por todos. Conviene celebrar las Vís­peras de un modo más solemne para santificar el ocaso de un día tan sagrado y para conmemorar las apariciones en que el Señor se manifestó a sus discípulos. Póngase sumo cuidado en conservar, donde estuviese vigente, la tradición particular de celebrar el día de Pascua aquellas Vísperas bautismales en las que, mientras son cantados los salmos, se hace una procesión al bautisterio.

 

c)  El tiempo pascual.

214. La Liturgia de las Horas toma carácter pascual con la aclamación  Aleluya! , con la que concluyen la mayoría de las antífonas (cf. n. 120); y también con los himnos, las antífonas y las preces especiales, fi­nalmente de las lecturas propias asignadas a cada Ho­ra.

d)  La Natividad del Señor.

215. En la noche de la Natividad del Señor conviene celebrar antes dé la Misa una vigilia solemne con el Oficio de lectura. No dicen Completas los que asisten a esta vigilia.

216. Los Laudes del día de Natividad se dice según costumbre antes de a Misa de la aurora.

e)  Otras solemnidades y fiestas del Señor.

217. En la distribución del Oficio en las solemnida­des y fiestas del Señor, obsérvese lo que se dice más adelante, en los nn. 225-233, haciendo, sin embargo, los cambios oportunos.

 

II.  CELEBRACION DE LOS SANTOS.

218. Las celebraciones de los Santos se disponen de forma que no prevalezcan sobre las festividades o los tiempos sagrados que conmemoran los mismos miste­rios de la salvación (2), ni interrumpan a cada paso el curso de la salmodia y de la lectura divina o den origen a repeticiones indebidas y, por otro lado, fomente oportunamente la legítima devoción de cada uno. En estos principios se fundan tanto la reforma  del calendario llevada a cabo por mandato del Con­cilio Vaticano II, como el modo de celebrar  a  los Santos en la Liturgia de las Horas, que se describe en los números siguientes.

219. Las celebraciones de los Santos son o solemni­dades, o fiestas o memorias.

220. Las memorias son u obligatorias o, si no se in­dica nada, libres. Para averiguar si conviene o no celebrar tal memoria libre en un Oficio con el pueblo o en la celebración común, téngase presente el bien común, o sea la verdadera devoción de dicha asam­blea y no tan sólo la del que la preside.

221. Si coinciden en el mismo día muchas memorias libres, puede celebrarse una tan sólo, omitiendo las otras.

222. Tan sólo son trasladables las solemnidades, se­gún las normas de las rúbricas.

223. Las normas que siguen son válidas tanto para los Santos que figuran en el Calendario general Roma­no, como para aquellas que registran los calendarios particulares.

224. En caso de que falten las partes propias, las su­plirán los respectivos Comunes de los Santos.

 

1 - Cómo se ha de ordenar el Oficio en las solem­nidades.

225. Las solemnidades tienen  Vísperas el día an­terior.

226. Tanto las primeras Vísperas como las segundas tienen himno, antífonas, lectura breve con su  respon­sorio, y oración conclusiva propias; en caso de que no los tuvieren, se tomarán del Común.

En las I Vísperas ambos salmos se tomarán, según cos­tumbre, de la serie Láudate (a saber, de los salmos 112, 116, 134, 145, 146, 147), de acuerdo con la an­tigua tradición; el cántico del Nuevo Testamento se in­dica en su lugar. En las II Vísperas tanto los salmos como el cántico son propios. Las preces son propias o se toman del Común.

227. El himno, las antífonas, la lectura breve con su responsorio y la oración conclusiva de los Laudes de la mañana, son propios; en caso de que no los hubie­re, tómense del Común. Los salmos han de ser toma­dos de la primera dominica del Salterio. Las preces son propias o del Común

228. En el Oficio de lectura todas las partes son propias: el himno, las antífonas y los salmos, las lecturas y los responsorios. La primera lectura es bíblica, la segunda hagiográfica. Si se tratare de un Santo al que no se le han señalado partes especiales ni siquiera en el Propio local, se han de tomar todas ellas del Común. Al final del Oficio de lectura, se dice el himno Te Deum y la oración propia.

229. En la Hora intermedia, es decir en la Tercia, Sex­ta y Nona, se dice el himno cotidiano, a no ser que se indique otra cosa; los salmos se toman de los gra­duales con la antífona propia; en domingo, los salmos se toman del 1 domingo del Salterio, la lectura breve y la oración conclusiva son propias. Sin embargo, en al­gunas solemnidades del Señor se proponen salmos es­peciales.

230. Para las Completas, todo se tomará del domin­go, después de las I y las II Vísperas, respectivamente.

 

2. Estructuración del Oficio en las fiestas.

231. Las fiestas no tienen 1 Vísperas a no ser las fies­tas del Señor que caigan en Domingo. Por lo que se refiere al Oficio de la lectura, los Laudes matutinos

y las Vísperas se harán lo mismo que en las  solem­nidades.

232. En la Hora intermedia, es decir en Tercia, Sexta y Nona se dice el himno de todos los días; los sal­mos con sus antífonas se tomarán de la feria corres­pondiente, a no ser que alguna razón peculiar o la tra­dición requieran que se diga una antífona propia, lo que se indicará en su lugar. La lectura breve y la ora­ción conclusiva son propias.

233. Las Completas se dicen como en los días ordinarios.

 

3.  Estructuración del Oficio en las memorias de los Santos -

234. Entre la memoria obligatoria y la memoria libre,

en caso de que ésta se celebre, no existe diferencia al­guna en lo que se refiere a la composición del Oficio, a no ser que se trate de memorias libres que caigan

casualmente en tiempos privilegiados.

Las memorias que tienen lugar en días ordinarios.

235. En el Oficio ,de lectura los Laudes matutinos y las Vísperas:

a) Los salmos, con sus antífonas, se tomarán de la feria correspondiente, a no ser que haya antífonas o salmos propios, lo que se indicará en cada lugar.

b) Si son propios la antífona del invitatorio, himno, lectura breve, antífonas del Benedictus y del Magni­ficat y las preces, se han de decir del Santo; en caso contrario se tomarán o del Común o de la feria co­rrespondiente.

c) La oración conclusiva se ha de decir del Santo.

d) En el Oficio de lectura, la lectura bíblica con su responsorio se ha de tomar de las partes de la Escri­tura que correspondan al día. La segunda lectura es hagiográfica, con el responsorio propio o del Común; si no la hubiere propia, se tomará de los textos de los Padres del día correspondiente.

No se dice el Te Deum.

236. Por lo que se refiere a la Hora intermedia, o Tercia, Sexta y Nona y a Completas, todo se tomará de la feria correspondiente.

     Las memorias que tienen lugar en un tiempo pri­vilegiado.

237. No se celebrará ninguna memoria que coincida con domingos, solemnidades y fiestas, lo mismo que con el miércoles de Ceniza Semana Santa y la octava de Pascua.

238. No se celebrará ninguna memoria obligatoria ni siquiera en los calendarios particulares en los días comprendidos entre el 17 y el 24 de diciembre, en la octava de Navidad y en Cuaresma. Las que accidental­mente cayeren en tiempo de Cuaresma se consideran aquel año como memorias libres.

239. Durante esos mismos tiempos, si alguien qui­siera celebrar la memoria de algún santo que corres­pondiera a dichas fechas:

a)  En el Oficio de lectura, a continuación de la lectu­ra de los Padres en el Propio del Tiempo, junto con su responsorio, se ha de añadir la lectura 'hagiográ­fica propia con su responsorio, concluyendo con la oración del Santo;

b) A los Laudes de la mañana y Vísperas puede añadirse además, después de la oración conclusiva una an­tífona (propia o del Común) y la oración del santo.

c)  Conmemoración de Santa María en sábado.

240. En los sábados; través del año en que se permitan memorias libres, podrá celebrarse, con el mis­mo rito, la conmemoración libre de Santa María con su lectura propia.

 

III. EL CALENDARIO QUE SE HA DE SEGUIR Y LA FACULTAD DE ELEGIR ALGUN OFICIO O AL­GUNA DE SUS PARTES.

 

a)  El calendario que se ha de seguir

241. El Oficio se ha de recitar en el coro o en co­mún siguiendo un calendario propio, a saber: el de la diócesis, el de la familia religiosa o el de la iglesia particular (3). Los miembros de familias religiosas se unirán con la comunidad de la Iglesia local para celebrar la dedicación de la iglesia catedral y los Patronos principales del lugar y zonas más amplias(4)

242. Cualquier clérigo o religioso, obligado por algún título al Oficio divino, que tome parte en la recita­ción del Oficio en común, según otro calendario u o­tro rito distinto del suyo, cumple con su obligación por lo que se refiere a esta parte di' Oficio.

243. En la recitación hecha individualmente puede observarse tanto el calendario del lugar como el ca­lendario propio, excepto en las solemnidades y las fiestas propias (5).

 

b)  La facultad de elegir algún Oficio.

244. En los días feriales que admiten la   celebración de una memoria libre, podrá celebrarse, habien­do una justa causa en el mismo rito (Cf. ni. 234-239) el Oficio de algún santo señalado para aquel día en el Martirologio Romano o en su Apéndice de­bidamente aprobado.

245. Fuera de las solemnidades, los domingos de Adviento, Cuaresma y Pascua, miércoles de Ceniza, Semana Santa, octava de Pascua y el 2 de noviembre,

se podrá celebrar, por una causa pública o por devo­ción, ya totalmente ya en parte, algún Oficio votivo; vg.: con motivo de una peregrinación, de una fiesta local, o la solemnidad externa de algún santo.

 

c)  Facultad de elegir algunos formularios.

246. En algunos casos particulares pueden elegirse pa­ra el Oficio formularios distintos de los que corres­pondan, siempre que se respete la ordenación general de cada Hora y se observen las reglas que siguen.

247. En el Oficio de los domingos, solemnidades, fiestas de Señor que están señaladas en el Calendario general, lo mismo que en el Oficio de los días feriales de Cuaresma v Semana Santa y en los días comprendidos, entre el 17 y el 24 de diciembre inclusive, nun­ca será lícito cambiar aquellos formularios que  son propios o apropiados a esta celebración, como son las antífonas, los himnos, las lecturas, los responsorios, las oraciones y, muy a menudo, también los salmos. Sin embargo, los salmos dominicales de la semana en curso podrán ser sustituidos, si fuere oportuno, por los salmos dominicales de otra semana, e incluso, si se tratase de un Oficio con el pueblo, se podrán ele­gir otros salmos de forma que el pueblo sea llevado gradualmente a una mejor inteligencia de los mismos.

248. En el Oficio de lectura siempre se ha de prefe­rir la lectura en curso de la Sagrada Escritura. Se re­fiere también al Oficio el deseo de la Iglesia "de que en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura (6). Teniendo esto presente, respétese el curso de las lec­turas de la Escritura propuesto en el Oficio de lec­tura para el tiempo de Adviento, Navidad, Cuares­ma y Pascua; durante el tiempo ordinario podrán ele­girse, por una justa causa, en algún  día o unos pocos días continuos, otras lecturas entre las propuestas pa­ra otros días o incluso otras lecturas bíblicas; vg.; cuando se celebran ejercicios espirituales o asambleas pastorales u oraciones por la unidad de la Iglesia y otras cosas semejantes.

249. Si alguna vez se interrumpe la lectura continua a consecuencia de alguna solemnidad, fiesta o cele­bración peculiar, será lícito en esa misma semana, te­niendo presente toda su distribución, o bien unir las partes que se omiten con las otras o bien determinar qué textos han de ser preferidos a los demás.

250. En el mismo Oficio de la lectura, en lugar ríe la segunda lectura asignada a aquel día, podrá  elegirse por un motivo justo otra lectura del mismo tiempo, tomada del libro de la Liturgia de las Horas o del Leccionario libre (n. 161) Sobre todo en los días fe­riados a lo largo del año y si se considerase oportuno, incluso en el tiempo de Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua, se puede hacer una lectura cuasi continua de algún fragmento patrístico en consonancia con los textos bíblicos y litúrgicos.

251. Las lecturas de Laudes, Vísperas y otras Horas y las oraciones, cantos y preces propuestas para los días feriales de un tiempo peculiar, pueden ser dichas en o­tros días del mismo tiempo, a excepción de los casos señalados en el n. 247.

252. Aunque todos debe  tener en la mayor estima la observación de todo Curso del Salterio distribui­do a lo largo de las semana  (7), sin embargo, si fuese oportuno desde el punto de vista espiritual o pas­toral, se pueden decir en lugar de 'los salmos asigna­dos a un día determinado, los salmos de la misma Hora, correspondientes a otro día. Se dan también de un modo ocasional ciertas circunstancias en las que es lícito elegir salmos adecuados y otras partes a modo de Oficio votivo.

 

 

Capitulo V

LOS RITOS QUE SE HAN DE OBSERVAR

EN LA CELEBRACION COMUN.

 

1-  LOS DIVERSOS OFICIOS QUE HAN DE DESEMPEÑAR.

253. En la celebración de la Liturgia de las Horas, lo mismo que en las demás acciones litúrgicas, "cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas" (1).

254. Si preside el obispo, sobre todo en la iglesia ca­tedral, estará acompañado de su presbiterio y de los ministros, con la participación plena y activa del pue­blo. No obstante, toda celebración con asistencia del pueblo la presidirá ordinariamente el sacerdote o el diácono, debiendo estar presentes asimismo los mi­nistros.

255. El presbítero o el diácono que preside la cele­bración puede llevar la estola sobre el alba o el sobrepelliz e incluso el pluvial en el caso del presbítero. No hay inconveniente en que en las mayores solemni­dades varios presbíteros vayan revestidos de pluvial y los diáconos de dalmática.

256. Pertenece al sacerdote o diácono que presida el dar comienzo al Oficio, desde su sede, con el Padre nuestro, empezar la invocación inicial, recitar la ora­ción conclusiva, saludar al pueblo, bendecirlo y des­pedirlo.

257. Puede recitar las preces el  sacerdote o el mi­nistro.

258. Si no estuvieran presentes el presbítero o el diá­cono, el que preside el Oficio es solamente uno entre iguales; no sube al presbiterio y no saluda ni bendice al pueblo.

259. Quienes desempeñan el oficio de lector recitarán de pie en un lugar adecuado, las lecturas, tanto las largas como las breves.

260. El comienzo de las antífonas, de los salmos y de los otros cantos ha de hacerse por uno o varios cantores. En lo que atañe a la salmodia, obsérvese lo di­cho más arriba en los nn. 121-125.

261. Mientras se profiere el cántico evangélico, en los Laudes matutinos y Vísperas se puede incensar el altar y, a continuación, también al sacerdote y al pue­blo.

262. La obligación coral afecta e la comunidad, pero no al lugar de le celebración, que no es necesariamen­te el templo, sobre todo tratándose de aquellas ho­ras que no son recitadas de un modo solemne.

263. Todos los participantes estarán de pie:

a) durante la introducción del Oficio y la invocación inicial de cada Hora;

b) mientras se dice el himno;

c) durante el cántico evangélico;

d) mientras se dicen las preces, el Padrenuestro y la oración conclusiva.

264. Todos escucharán sentados las lecturas, a no ser a del Evangelio.

265. Mientras se recitan los salmos y los Otros Cánti­cos con sus antífonas, la asamblea estará sentada o de pie, según fuere costumbre.

266. Todos harán la señal de la cruz, desde la frente hasta el pecho y desde el hombro izquierdo al dere­cho:

a) al comienzo de las Horas, cuando se dice Dios mío, ven en mi auxilio;

b) al comienzo de los cánticos evangélicos: Benedic­tus, Margnificat y el Nunc dimittis.

Harán la señal de la cruz sobre la boca al comienzo del Invitatorio al proferir las palabras Señor, ábreme los labios.

 

II.  EL CANTO EN EL OFICIO

267. En las rúbricas y normas de esta Ordenación las palabras "decir" o "proferir" se refieren al canto o la recitación, según los principios que se establecen más adelante.

268. "Se recomienda vivamente a los que rezan el Oficio en el coro o en común el uso del canto como algo que responde mejor a la naturaleza de esta oración y que es además indicio de una mayor solemni­dad y de una unión más profunda de los corazones al proferir las alabanzas divinas" (2).

269. Pues si es aplicable a toda acción litúrgica lo especificado por el Concilio Vaticano II acerca del canto litúrgico, lo es de un modo especial tratándose de la Liturgia de las Horas (3). Pues aunque todas y ca­da una de las partes han sido ordenadas de forma. que pueden recitarse con provecho incluso individualmen­te, muchas de ellas pertenecen al género lírico y, por tanto, sólo mediante el canto alcanzan un sentido más pleno, sobre todo tratándose de salmos, cánti­cos, himnos y responsorios.

270. Por ello, el canto no ha de ser considerado en la Liturgia de las Horas como cierto ornato que se aña­da a la oración, como algo extrínseco, sino más bien como algo que dimana de lo profundo del espíritu del que ora y alaba a Dios, y pone de manifiesto de un modo pleno y perfecto la índole comunitaria del culto cristiano.

Son de alabar, por tanto, los grupos cristianos de cual­quier género que se esfuerzan por adoptar esta moda­lidad de plegaria el mayor número de veces posibles; para ello se les ha de proporcionar tanto a los cléri­gos y religiosos como a los fieles la debida instrucción catequética y práctica, de modo que, especialmente en los días festivos, estén en disposición de cantar con gozo las Horas. Pero, dado que resulta difícil cantar todo el Oficio y, por otro lado, no se ha de conside­rar a la alabanza de la Iglesia como algo que por su origen o por su naturaleza sea exclusivo de los clérigos o de los monjes, sino como algo 'que atañe a toda la comunidad cristiana, se han de tener presentes a la vez varios principios para que la celebración de la Li­turgia de las Horas con canto pueda a la vez ser rea­lizada adecuadamente y resplandecer por su autenti­cidad y belleza.

271. Conviene, ante todo, utilizar el canto al menos los domingos y días festivos, poniendo de manifiesto mediante su uso los diversos grados de solemnidad.

272. Asimismo, puesto que no todas las Horas po­seen la misma importancia, conviene destacar median­te el LISO del canto aquellas que son en verdad los qui­cios sobre los que gira el Oficio, a saber, los Laudes matutinos y las Vísperas.

273. Además, aunque se recomiende la celebración íntegra con canto, siempre que se señale por su arte y unción, puede, sin embargo, adoptarse a veces con provecho el principio de la solemnidad "progresiva", tanto por razones prácticas como en atención al he­cho de que los distintos elementos de la celebración litúrgica no se equiparan entre sí de un modo in­discriminado, sino que cada uno vuelve a alcanzar su sentido originario y su verdadera función. De ese mo­do la Liturgia de las Horas no es contemplada como un monumento insigne do una época pretérita que ca­si exija ser conservado de un modo intangible para provocar la admiración hacia si, sino que, por el contrario, puede revivir e incrementarse con un sentido nuevo, y ser otra vez verdadero signo manifestativo de la vida pujante de alguna  comunidades.

El principio, pues, de la solemnidad "progresiva" es el que admite varios grados intermedios entre el Ofi­cio cantado íntegramente y la simple recitación de to­das las partes. Este modo de proceder produce una variedad grande y agradable, cuya medida ha de ser calculada  atendiendo a la tonalidad del día o de la Hora que se celebra, a la naturaleza de cada uno de los elementos que constituyen el Oficio, y, por últi­mo, al número de cantores de que se dispone en ta­les circunstancias.

Mediante esta mayo' posibilidad de variación, la ala­banza pública de la Iglesia podrá realizarse con canto con más frecuencia que antes y adaptarse de muchos modos a las diferentes circunstancias, existiendo un sólido fundamento para esperar que se habrán de en­contrar nuevas vías y nuevas formas para nuestro tiempo tal como ha Ocurrido siempre en la vida de la Iglesia.

274. En la acciones litúrgicas que se han de celebrar con canto en latín, en igualdad de circunstancias ocupará el puesto principal el canto gregoriano, co­mo propio de la Liturgia Romana (4). En el Oficio cantado, si no hubiere melodía para la antífona propuesta, tómese otra antífona de las que se hallan en el repertorio, siempre que sea apta de acuerdo ron lo señalado en los nn. 113, 121-125. No obstante, la Iglesia no excluye de las acciones litúrgicas ningún gé­nero de música sacra con tal que responda al espíritu de la acción litúrgica y a la naturaleza de cada una 4e sus partes y no suponga un obstáculo para la debi­da participación activa del pueblo”(5).

275. Como la Liturgia de las Horas puede celebrarse en lengua vernácula “póngase el debido cuidado al preparar  melodía para su empleo en el canto del Oficio Divino en lengua vernácula" (6)

276. Nada impide, sin embargo que dentro de una misma Hora  las partes sean cantadas en lenguas dis­tintas (7).

277. Qué elementos hayan de ser elegidos en primer lugar para ser cantados, habrá que deducirlo de  la ordenación genuina de la celebración litúrgica, que exige observar fielmente el sentido y naturaleza de cada parte y del canto; pues hay partes que por su naturaleza exigen ser cantadas (8) Tales son, en pri­mer lugar, las aclamaciones, las respuestas al saludo del sacerdote y los ministros, y en las preces litánicas, y, además, las antífonas y los salmos, como también los estribillos o respuestas repetida, los himnos y cánti­cos (9).

278. Consta que los salmos están. estrechamente ligados con la música (cf. nn. 103-120), tal como confir­man la tradición judaica y cristiana.  En verdad, para la plena inteligencia de muchos salmos es de no escaso provecho el que los mismos sean cantados o al me­nos el que se los considere siempre bajo esta luz poé­tica y musical. Por lo tanto, si es factible, se ha de pre­ferir esta forma, al menos en los días y Horas prin­cipales, según el carácter originario de los salmos.

279. Se señalan arriba, en los nn. 121-123 los diversos modos de ejecutar la salmodia, con los que se logrará la variedad atendiendo no tanto a las circunstancias externas, como al diverso género de los salmos que figuran en una celebración así será mejor, quizá, es­cuchar los salmos penitenciales o históricos, mientras que, por el contrario, los himnos o las acciones de gra­cias exijan de por sí ser cantados. Importa, sobre todo, no obstante, el que la celebración no resulte rígida ni artificiosa ni preocupada tan sólo de cumplir con las normas meramente formales, sino que responda a la verdad de la cosa. Hay que esforzarse en primer lu­gar por que los espíritus estén movidos por el deseo de la genuina oración de la Iglesia y resulte agradable celebrar las alabanzas divinas (cf. salmo 146).

280. Los himnos pueden fomentar también la ora­ción de quien recita las Horas,  si se distinguen por la excelencia de su arte y doctrina; de por si, sin em­bargo, están destinados a ser cantados, y, por ello, se aconseja que en la medida de lo posible, sean profe­ridos de esta forma en la celebración comunitaria.

281. El responsorio breve después de la lectura en Laudes y Vísperas, del que se habló en el o. 49, se destina de por sí al canto, y, por cierto, al  canto del pueblo.

282. También los responsorios que sigan a las lecturas en el Oficio de lectura piden por su índole y fun­ción el ser cantados. En el curso del Oficio están dis­puestos, no obstante, de forma que mantengan su va­lor incluso en la recitación privada. Aquellos que han sido provistos de melodías especialmente sencillas y fáciles, se podrán cantar con mayor frecuencia que los provenientes de las fuentes litúrgicas.

283. Las lecturas ya largas ya breves de por sí no es­tán destinadas a ser cantadas; al proferirías se ha de atender cuidadosamente a que sean leídas digna, clara y distintamente y que sean percibidas y entendidas fiel­mente por todos. Por tanto, sólo resulta aceptable para la lectura aquella melodía que hace posible obte­ner una mejor audición de las palabras e inteligibili­dad del texto.

284. Los textos que son leídos individualmente por el que preside la asamblea, como las oraciones,  son aptos por ser cantados decorosamente, sobre todo en latín. No obstante, esto resultará más difícil en algu­nas lenguas vernáculas, a no ser que, mediante el can­to, las palabras del texto puedan ser percibidas más claramente por todos.

 

 

 

 

CONSTITUCION APOSTOLICA

Con la cual se promulga el Oficio Divino elaborado conforme a lo decretado por el Concilio Vaticano II Pablo, obispo siervo de los siervos de Dios.

El cántico de alabanza que entonan eternamente los cielos y que el Sumo Sacerdote Cristo Jesús introdu­jo en este destierro, la Iglesia lo ha continuado en el transcurso de los siglos, constante y fielmente, dotán­dolo de admirable variedad.

Pues la Liturgia de las Horas llegó a ser la oración de la Iglesia local, oración qué en horas y sitios estable­cidos y presidida por el sacerdote, se realizaba como un complemento necesario de ese compendio del cul­to divino que es a Eucaristía como una forma de irra­diar y extenderla a las horas del que hacer humano.

Y el libro del Oficio divino que insensiblemente fue aumentado con sucesivas adiciones en el transcurso del tiempo, llegó a ser el instrumento apropiado pa­ra esta acción sagrada a la cual se destinó.

Pero como a lo largo de la historia se han introducido cambios muy amplios en la forma de celebrar esta liturgia, entre los cuales se cuenta el hecho mismo de celebrar esta liturgia en privado, ha resultado normal que el mismo libro que llegó a llamarse para este fin "Breviario", se  haya adaptado a muchas modalida­des, que afectaban a la misma razón por la cual fue compuesto.

El Concilio de Trento no tuvo tiempo de terminar la reforma del Breviario y encomendó esta tarea a  la Santa Sede. Nuestro predecesor 5. Pío V, el año 1568, promulgó el Breviario Romano, ante todo, según se habla pedido con insistencia, para obtener la unifor­midad de la oración canónica en la Iglesia latina,. la cual entonces había desaparecido.

Al transcurrir los siglos, muchas cosas fueron revisa­das por los Sumos Pontífices Sixto y, Clemente VIII, Urbano VIII, Clemente XI y otros.

San Pío X, el año 1911, edité un nuevo Breviario pre­parado a órdenes de él. Restableció la antigua costum­bre de recitar en cada semana los 150 salmos, renové toda la distribución del salterio, suprimiendo las repeticiones y dio la facultad de armonizar el salterio de semana y las lecturas bíblicas con los oficios de los Santos. Además él exalté de tal modo el oficio del Domingo que casi siempre se anteponía a las fiestas de los santos.

De nuevo Pío XII tomó todo este trabajo de organiza­ción litúrgica, y concedió que se utilizase, tanto en privado como en público, la nueva traducción de los salmos preparada por el Pontificio Instituto Bíblico. Después formó un especial equipo de trabajo el  año 1947 y le encomendé estudiar totalmente este a­sunto del Breviario. Sobre esta materia todos los o­bispos del mundo fueron interrogados en 1955. Se comenzaron a recoger los frutos de todo este traba­jo y estudio en el Decreto que ordenaba simplificar tales rúbricas (23 de Marzo de 1955) y en las normas que promulgó Juan XXIII acerca del Breviario en el Código de Rúbricas de 1960.

Pero el mismo Sumo Pontífice Juan XXIII, al estable­cer tan sólo esa parte rubrical de la renovación litúr­gica, advertía con claridad que hacía falta una mayor investigación de los profundos principios con los cua­les fundamentar esta materia litúrgica Esto es lo que encomendó al Concilio Ecuménico Vaticano II, que entonces había convocado. Así, este Concilio trató de la Liturgia en general y de la oración de las  ho­ras en particular, de forma tan abundante y sabia, como quizá no se encuentre en toda la historia de la Iglesia.

Mientras estaba celebrándose todavía el Concilio Vati­cano, tuvimos a nuestro cargo el llevar a su realización los decretos que habían sido promulgados en la Constitución de Liturgia.

Por esta razón, en el Consejo para la Ejecución de la Constitución Conciliar de Liturgia, que hablamos instituido, se estableció un grupo especial que ha traba­jado durante siete años con gran amor y dedicación en elaborar este nuevo libro de la Liturgia de las Ho­ras. El equipo de trabajo conté con hombres sabios, especialistas en liturgia, teología, espiritualidad, pas­toral.

Este Consejo que hemos dicho y la misma Asamblea de Obispos, reunida en 1967, aprobó los principios y la forma de organizar esta obra e incluso cada una de sus partes, después de consultar a todos los obis­pos de la Iglesia y a muchos pastores de almas religiosas y laicos.

Ayudará, pues, que expongamos con detalle lo re­ferente a la concepción y organizaci6n de las nueva Liturgia de las Horas.

Según se pide en la Constituci6n conciliar de Litur­gia se han  tenido en  cuenta las condiciones de vi­da de los sacerdotes dedicados en nuestra época a las obras apostólicas.

Por  eso, el Oficio se ha pasado y organizado de manera que  puedan participarlo no sólo los clé­rigos, sino también los religiosos y laicos ya que es la oración de todo el pueblo de Dios. Se han tenido cuenta las diversas clases de hombres y sus especiales deseos, para lo cual se han intro­ducido diversas formas de celebración, con las cua­les pueda adaptarse la oración a los diversos grupos que celebren la Liturgia de las Horas conforme a su condición y vocación.

2.  Puesto que la Liturgia de las Horas es la santifica­ción del día, se ha revisado de tal forma la suce­sión de la oración que las Horas Canónicas puedan adaptarse mas fácilmente a las horas naturales del día en las circunstancias que vive el hombre actual.

Por esta razón se suprimió la Hora Prima. Las A­labanzas de la mañana y la oración de la tarde, son como el eje de todo el oficio y así han recibido la máxima importancia, puesto que en ellas se da la verdadera índole de oración de la mañana y de la tarde. El oficio de lecturas, para quienes celebran vigilias en la noche sigue siendo una oración  noc­turna, pero de suyo pasa a ser apropiado para cual­quier hora del día. En cuanto a las demás horas, Media mañana, Mediodía, o Media tarde  (Tertia, Sexta, Nona), esa Oración de la Hora Intermedia de tal forma se ha organizado que quien elija la Liturgia de una sola pueda celebrarla adaptándose a la hora del día y sin omitir nada de la sucesión del salterio distribuido entre las semanas.

3.  A fin de que al celebrar esta Liturgia el espíritu se una más fácilmente a las palabras y a fin de que fa Liturgia de las Horas se convierta realmente en "fuente de la piedad y alimento de la oración per­sonal (SC n. 90), en el nuevo libro de las Horas se ha disminuido algo el volumen diario de oraciones, se ha aumentado notablemente la variedad en los textos, se ofrecen una serie de ayudas para meditar los salmos (como los títulos, antífonas oraciones sálmicas) y se sugieren tiempos de silencio que deben guardarse oportunamente.

4. Conforme a lo establecido por el Concilio (SC n. 91) el salterio se ha repartido en cuatro semanas, a­bandonando el cicelo semanal.

Se ha adaptado la nueva traducción latina, que preparó la Comisión que nosotros establecimos pa­ra la nueva edición Vulgata de la Biblia. En esta nueva distribución de los salmos se han omitido unos pocos salmos y versículos más duros porque hay que tener en cuenta sobre todo las dificulta­des que podrían surgir en la celebración con las traducciones populares. Además se han añadido, en las Alabanzas de la mañana ciertos cánticos nue­vos tomados de los libros de Antiguo Testamento a fin de aumentar su riqueza  espiritual; en la ora­ción de la tarde también se han introducido, como joyas embellecedoras, algunos cánticos del  Nuevo Testamento.

5.  El tesoro de la palabra de Dios se difunde con más abundancia en el nuevo orden de lecturas toma­das de la Escritura, organizado de tal forma que resulte coherente con el plan de lecturas para la Misa.

Las perícopas tienen siempre cierta unidad temáti­ca y han sido elegidas de forma que expresen, a lo largo del año los momentos más importantes de la historia de la salvación.

6.Conforme a las normas del Concilio se ha estable­cido una lectura diaria de los escritos de los san tos Padres y autores eclesiásticos de manera que se ofrezcan los pasajes mejores de los escritores cristianos, sobre todo de los Santos Padres. Además se pi parará otro Leccionario para uso libre donde se ofrezcan con mas abundancia las riquezas espi­rituales con estos autores, a fin de que puedan re­coger frutos más abundantes.

7. Se ha quitado de esté libro de la liturgia de las Horras todo lo que ha tenia  menos rigor histórico, y por esta razón las lecturas con las biografías de los santos, sobre todo, se han de tal forma que sobre todo se establezca lúcidamente el retrato Espiritual de los santos y la importancia que tuvieron par al vida de la iglesia.

8. A las alabanzas de la mañana se ha añadido unas plegarias con la cuales consagrar el día y hacer  suplicas al iniciar el trabajo.

En la oración de la tarde se hacen súplicas presentadas a manera de plegaria universal.

Al final de tales plegarias se repite la oración dominical. Así se vuelve a tomar la costumbre del cristianismo primitivo de recitarla tres veces en el día, ya que también se hace en la misa.

Así pues, una vez renovada y elaborada totalmente la oración de la iglesia conforme a su antigua tradición y en consideración a las necesidades actuales, nos queda desear vivamente de está oración influya totalmente en toda plegaria cristiana, la vivifique, la dirija, la exprese y así alimente eficazmente la vida espiritual del pueblo de Dios.

Confiamos plenamente en que sucederá que el sentido de aquella oración que debemos hacer sin cesar  Lc 18,1; 21,36; 1Jn 5,17; Ef 6,18 y que Jesucristo nuestro señor encomendó a su iglesia volverá a su vitalidad, puesto que el libro de la liturgia de las Horas, aptamente distribuido durante el día, apoya y ayuda a esta oración, y la misma celebración de está Liturgia, sobre todo cuando cierta comunidad se agrupa para este fin, expresa la naturaleza verdadera de la iglesia en oración y nos manifiesta en admirable señal exterior.

La oración cristiana es, ante todo, la plegaria de to­da la comunidad humana a la que Cristo agrega a su vida SC 83. Y en esta oración participan todos, es propia de un único Cuerpo, cuando se recitan las plegarias; y por eso ellas significan la voz de la que­rida esposa de Cristo los deseos y promesas de todo el pueblo cristiano, las suplicas y ruegos a favor de las necesidades de todos los hombres.

Esta oración recibe su inspiración unificadora del mis­mo corazón de Cristo. Porque nuestro Redentor ha querido "que la vitalidad que ponía en sus súplicas y en su sacrificio cuando estaba en cuerpo mortal, esa misma no cese al sucederse los siglos en su cuerpo  Místico que es la Iglesia'' Pío XII   "Mediator Dei" o. 2; Así resulta que la oración de la iglesia es juntamente "la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre" SC 84. Es necesario, pues, reconocer, cuando rezamos el o­ficio, que nuestras voces resuenan en Cristo y la voz de él en nosotros S. Agustín "Enarrationes in ps 85” n. 1.

A fin de que se aclare más esta peculiaridad de nues­tra oración es necesario que reviva en nosotros  "ese afecto suave y vivo a la sagrada escritura" SC 24 a que aspira la Liturgia de las Horas, de manera que la Biblia sea de verdad la fuente principal de toda la oración cristiana. Es necesario que el pueblo de Dios comprenda con un amor  renovado la oración, sobre todo de los salmos, la cual se dedica siempre a honrar y predicar la acción de Dios en la historia de salvación. Esto será más fácil cuando la comprensión ­profunda de los salmos, en el sentido en que se cantan en la Liturgia, sea promovida más activamente entre el clero y sea puesta al alcance de todos los fieles mediante una apropiada catequesis. Esta lectura más abundante de la Sagrada Escritura, no sólo en la Mi­sa sino también en la Liturgia de las Horas, conseguirá que la historia de la salvación sea recordada sin cesar y que también se anuncie eficazmente que esa histo­ria continuará en la actual vida humana.

Hay que rechazar totalmente cualquier oposición en­tre la oración de la Iglesia oración personal, puesto que la vida de Cristo  su Cuerpo Místico es la que desarrolla y eleva también la vida propia y personal de cada creyente. Es necesario que aumenten y reciban mayor vigor la s relaciones que existen entre ambos aspectos. La oración mental saque su alimento sin térmico de las lecturas, los salmos y de las demás part4es de la Liturgias de las Horas.  Es necesario que se acomode la misma recitación del oficio, a las necesi­dades de la oración viva y personal, en Cuanto sea po­sible; y por esta razón, como se previene en la Orde­nación general, se ofrecer. ritmos y modos, y se pue­den elegir formas de celebración que convengan más a la condición espiritual de quienes oran. Si se con­sigue que la oración del oficio divino llegue a ser una verdadera oración personal, entonces también se ha­rán  más manifiestos los lazos que unen toda la vida cristiana con la liturgia. Porque ella es toda la vitali­dad de los creyentes, como el "acompañamiento" (Leitourgia) en cada hora del día y de  la  noche con el cual ellos se entregan a sí mismos para ese ser­vicio de amar a Dios y a los hombres, uniéndose a la acción de Cristo que santificó con su trato y su en­trega la vida de todos los hombre'.

La Liturgia de las Horas expresa directamente y confirma con eficacia esta altísima realidad escondida en la vida del cristiano.

Por esta razón las oraciones de las horas se proponer a todos los creyentes en Cristo, incluyendo también los que no están por ley obligados a recitarlas.

Los que tienen el mandato de la Iglesia de recitar 1 Liturgia de las Horas, cumplan íntegramente este programa cada día con espíritu religioso, observen la ve dad de cada hora, en lo posible; y en primer lugar den la debida importancia a la Oración de la Mañana (Laudes) y de la Tarde (Vísperas).

Los que tienen la Ordenación sagrada, ya que expresa en sí mismos de modo especial a Cristo Sacerdote, los que por los votos religiosos se consagraron de modo peculiar al servicio de Dios y de la Iglesia, dedíquense a esta oración; no sólo por cumplir con la ley sino sintiendo el impulso nacido de valorar la dignidad de esta tarea; así como su conveniencia pastoral ascética.   

Es muy deseable que la oración pública de la iglesia proceda de la renovación espiritual y de la reconocida necesidad interna para todo el Cuerpo de la iglesia, la cual  no puede ser descrita de otro modo que como una iglesia en oración.

Resuene pues con mayor esplendor y belleza la alabanza de Dios en la Iglesia de nuestra época, con ayuda de este nuevo libro de la Liturgia de las Horas que ahora con nuestra autoridad apostólica establecemos, aprobamos y promulgamos. Que así nos asociemos a la alabanza que los santos y los ángeles canten la morada celestial y  que avanzando dignamente en los días de este destierro terrenal vayamos con más diligencia al encuentro de aquella alabanza plena que para siempre tributaremos "Al que se sienten el trono y al Cordero"(Ap 5,13).

Establecemos, pues, que este libro de la Liturgia de las Horas pueda usarse en cuanto sea editado. Cuiden las Conferencias Episcopales de editarlo en las lenguas vernaculares y después de obtener la aproba­ción o confirmación por la Sede Apostólica establez­can el día en que en parte o totalmente pueda o deba usarse. A partir del día en que las traducciones populares para las celebraciones sean obligatorias, también los que continúan usando la lengua latina deberán usar únicamente la nueva forma de la Litur­gia de las Horas.

Los que experimenten gran dificultad en seguir este nuevo Breviario, por su mucha edad o por causas especiales, tienen licencia, con aprobación de su Ordinario y únicamente en la recitación a solas, para seguir en lo antiguo en todo o en parte.

Estas normas y preceptos queremos que sean eficaces ahora y en el futuro, sin que obsten, en cuanto sea necesario Constituciones u Ordenaciones Apostólicas de nuestros predecesores u otras prescripciones aun­que. fuesen dignas de peculiar mención o derogación.

En Roma, junto a san Pedro, día 1 de Noviembre, so­lemnidad de todos los santos, año 1970, octavo de nuestro pontificado.

PABLO, PP VI.

SAGRADA CONGREGACION PARA EL CULTO DIVINO

Prot n. 1000/71.

 DECRETO

La Iglesia cumple con el mandato del Señor de orar sin interrupción mediante la Liturgia de las Horas, Liturgia que desde antiguo acostumbró celebrar en el transcurso del día; juntamente ofrecen alabanzas a Dios Padre que intercede por la salvación del mundo.

Por esta razón, el Concilio Vaticano II estimado en mucho esta antigua práctica de la Iglesia y deseando renovarla, cuidó atentamente que se hiciera de ella una elaboración apropiada a fin de que pudieran practicarla con más perfección tanto los sacerdotes como los seglares (SC n. 84).

Una vez terminado este trabajo. de elaboración y des­pués de la aprobación del trabajo por Pablo VI en la Constitución "Laudis Canticum", firmada el 1 de No­viembre de 1970, esta Sagrada Congregación para el Culto Divino ha cuidado de difundir el libro escrito en latín para celebrar la liturgia de las Horas conforme al Rito Romano y declara típica esta edición.

Sin que obste nada en contrario.

En la Sede de la Sagrada Congregación para el Culto Divino, día 11 de abril de 1971, domingo de Pascua de la Resurrección del Señor.

 

ARTURO Cardenal TABERA                                              A. BUGNINI

     Prefecto.                                                                        Secretario

 

clerus.org

 

 

 

 

 

 


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