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Cuaresma: cuarenta días para mejorar

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Estamos de Cuaresma, no de funeral

- Convertirnos... ¿por qué convertirnos?

- A propósito de la advertencia del Evangelio, hoy ya nadie presume de esas cosas

- Algunas recomendaciones para este tiempo

- Olvídate de ti mismo y preocúpate por los demás

- Un decálogo cuaresmal



Estamos de Cuaresma, no de funeral
Un obispo propone vivir la Cuaresma sin perder la sonrisa: «Quién ama y tiene conciencia de ser amado por Dios, vive en la alegría de Dios. Y todo en él es alegría. Esta alegría aumenta su dinamismo y es contagiosa».

Cuaresma - Conversión - EvangelioEl Evangelio del primer domingo de Cuaresma nos indica que desde el comienzo de su vida pública Jesús predicaba: «Creed en el Evangelio» (Mc 1, 15). Se dice que Mahatma Gandhi leyó la Biblia y concluyó que tenía que ser ficción porque no había conocido a ningún cristiano (aunque conocía a muchos que decían serlo). Durante la Cuaresma, ¿se nota que somos cristianos que creemos en una Buena Nueva o parecemos personas que están de funeral?

Si lloramos por haber ofendido al Señor con nuestros pecados (que hasta los veniales hieren su Bondad), ese dolor nos debe llevar a echarlos de nuestra vida, no echarlos de menos como a los seres queridos que lloramos. Renovamos cierta disciplina en nuestras vidas, pero, si creemos en el Evangelio y queremos más a Dios que a los pecados que enterramos, no lo haremos añorando lo que sacrificamos. Además, se notará en nuestra sonrisa.

CUARESMA NO SIGNIFICA TRISTEZA

«La palabra Cuaresma no significa tristeza, amargura, aridez… Es más bien un tiempo privilegiado de 40 días que la Iglesia nos da. En la Biblia el número cuarenta evoca un período particular en el que Dios nos invita a vivir con Él. ¡Estar con Dios, qué felicidad! Pero, ¿se puede ser feliz sin sonreír?». Es lo que dice monseñor Pascal N’Koue, obispo de Natitingou (Benin, África).

Respondiendo a la pregunta «¿por qué sonreír?», el obispo explica que «la sonrisa franca y sincera expresa la sustancia de nuestro ser como creyente. El que no cree y no tiene ninguna esperanza en el Dios Amor permanece en la oscuridad. Por el contrario, quién ama y tiene conciencia de ser amado por Dios, vive en la alegría de Dios. Y todo en él es alegría. Esta alegría aumenta su dinamismo y es contagiosa».

Quien no sonríe se hunde fácilmente, nacen en él malos pensamientos, su corazón está en guerra con todo. Quien sonríe, aún durante las pruebas, sabe que después de la lluvia llega el buen tiempo. «Al hombre que sonríe, incluso los obstáculos le sirven como escalera para crecer en santidad», afirma el obispo de Natitingou, quien continúa: «Se nos da la Cuaresma para volver a Dios, volver nuestros corazones hacia Dios. Si nuestro entorno espiritual y moral está contaminado, se deben tomar medidas adecuadas».

Monseñor Pascal N’Koue exhorta a recuperar la auténtica sonrisa al corazón de nuestras relaciones: «Cuanto menos se sonríe, más aumentan las tentaciones, ¡por tanto, sonrían!… Ofrezcan una sonrisa a quien rechaza la de ustedes; a sus vecinos o familiares que les ponen nerviosos; a sus superiores que, quizás, se han convertido en una cruz pesada para ustedes; a su párroco, a su obispo… Se reconocerá en nuestra sonrisa si estamos viviendo bien la Cuaresma».

La Biblia no habla de sonreír ni de que Jesús sonriera, pero «si los niños corrían detrás de Él es porque fácilmente les sonreía de forma generosa. Los niños huyen como de la peste de las personas que no les muestran un rostro sonriente».

http://infocatolica.com





Convertirnos... ¿por qué convertirnos?
Por monseñor Rubén Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús (Argentina)

Iniciamos el tiempo de la Cuaresma. Un tiempo que apunta hacia la Pascua, hacia la victoria de Cristo, que con su muerte vence el pecado y la misma muerte.

Pero para celebrar la Pascua tenemos que tener una actitud, un entrenamiento previo que es precisamente este tiempo que llamamos de gracia. Tiempo de bondad. Tiempo especialísimo de la misericordia de Dios. Un tiempo de conversión.

Uno puede pensar, «¿es que nosotros tenemos que convertirnos?«, «¿por qué tenemos que convertirnos?». Tenemos que convertirnos porque necesitamos la ayuda de Dios. Tenemos que convertirnos no sólo para alejarnos del pecado, sino que uno tiene que volver a retomar, a reorientar las motivaciones más profundas de un corazón humano que ama a Dios, que lo sigue y que lo escucha. En esto todos nosotros, que somos sus discípulos, tenemos que volver a recomenzar.

DOS POSTURAS EQUIVOCADAS

Hay dos actitudes negativas. La primera es «yo no tengo pecados; y como no tengo pecados ¿de qué me voy a arrepentir?». La otra actitud negativa dice «yo tengo tantos pecados que no voy a poder cambiar en mi vida; si yo odio, voy a seguir odiando; si soy un tipo criticón, voy a seguir criticando; si soy una persona infiel, voy a seguir siendo infiel; si soy injusto, voy a seguir siendo injusto; si soy corrupto, seguiré siendo un corrupto; ¡no hay salida, todo está igual y yo no voy a salir».

Las dos posturas son equivocadas. Pero lo bueno es salir, lo bueno es cambiar, ¡necesitamos cambiar! Y esto vamos a lograrlo si dejamos entrar a Dios, de nuevo, en nuestra vida. Y si Dios entra en nuestra vida, nosotros vamos a poder cambiar.

El pecado, por lo general, está dentro de nosotros mismos. ¡El pecado depende de nuestra voluntad! Pero, hoy en día, en una sociedad tan sensibilizada y tan individualista, donde cada uno quiere vivir lo que siente, lo que se le antoja, lo que le place, se quebranta todo tipo de relación. Con Dios, con los demás, con las instituciones, con la Iglesia. Y cada uno hace lo que se le antoja. ¡No hay voluntad de amor!

Por eso es muy importante en esta Cuaresma darse cuenta de que uno tiene que poner los medios para vivir en serio y en plenitud la victoria de la Pascua. ¡Cristo vino a humanizarnos! ¡Y Cristo viene a nosotros a divinizarnos! ¡Y Cristo viene a transformarnos, a darnos un corazón nuevo! Y nosotros estamos llamados a esto. En esta Cuaresma estamos jugando a algo muy pero muy en serio. Tomemos seriamente la Cuaresma.

La Iglesia nos invita, a través del Evangelio, a una trilogía muy importante: la limosna, el ayuno y la oración.

El ayuno es para vivir la caridad, para que eso que nosotros podamos ahorrar lo destinemos a otros hermanos más pobres. En muchas parroquias de Iglesias de Europa, como en Alemania, se toman en serio la Cuaresma: en las colectas juntan pesito por pesito para después, a través de fundaciones como Adveniat, por ejemplo, ayuden a las iglesias del tercer mundo. Así las cosas se hacen desde lo invisible. También nosotros, desde nuestra realidad, deberíamos ahorrar para que, de alguna manera, al final de la Cuaresma podamos ofrecerlo al hermano pobre.

La oración. Es lo que nos da la fuerza de la misericordia y lo que nos ayuda a entender qué es lo que Dios quiere de nosotros. Porque en esta Cuaresma Dios nos pide que retomemos y volvamos a Él, que concentremos nuestra vida en Él. ¿Saben que quiere Dios de nosotros? Que nosotros, convencidos, busquemos y hagamos su voluntad. ¡Su voluntad! Cristo vino a hacer la voluntad del Padre. ¡Nosotros también tenemos que hacer la voluntad del Padre! ¡Es la mejor inversión que vamos a hacer en nuestra vida!



A propósito de la advertencia del Evangelio, hoy ya nadie presume de esas cosas
Por el P. José María Salaverri, sm

Confieso que desde hace unos pocos años me siento muy incómodo con el Evangelio de la Misa del Miércoles de Ceniza en la que se habla de no presumir como los fariseos. Estoy tentado de escribir a Roma, a la Congregación para el Culto Divino, para que lo cambie o que, por lo menos, se ofrezca una alternativa.

Se nos dice que no hay que presumir de ayuno. Y me pregunto: ¿quién de los que están leyendo esto anda presumiendo de ayunar? Tenemos dos pobres días —Miércoles de Ceniza y Viernes Santo—, y si nos descuidamos hasta se nos olvidan. Y de los viernes de abstinencia… ¿quién presume?

Se nos dice de no rezar en las calles y en las esquinas. No solamente nadie lo hace, sino ¿no nos da vergüenza hacer la señal de la cruz antes de comer en un restaurante?

Es posible que este Evangelio tuviera algunaAyuno y Cuaresma incidencia en otros años. Pero ¿hoy? Por eso propongo un cambio: leer unos versículos, también de san Mateo, pero de un capítulo anterior: Mateo 5, 14-16. Lo recuerdo:

«Vosotros sois la luz del mundo. No puede estar oculta una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».

Da la impresión que Jesús había previsto la diversidad de los tiempos y de los lugares. Tiempos con la tentación de presumir. Tiempos con la tentación de sustraerse.

Y estamos —eso me parece— en tiempos de flojera, de cobardía, de complejo de inferioridad… No todo el mundo, claro, pero sí una buena parte de los que nos decimos católicos. Nuestra conversión —es decir, nuestro mirar a los ojos de Jesús—tendría que ir por el camino de ser católicos «visibles». Además de ayunar (y no sólo de comida), de tener más presencia del Señor (que eso es oración), de dar nuestra limosna material... ¡que se vea que existimos! Para que glorifiquemos al Padre, pero que se vea.

Que se nos vea hacer gestos cristianos. La oración al empezar a comer, aún en lugar público. Una señal de la cruz al emprender un viaje… No temer decir, con mucha amabilidad desde luego, pero bien clarito: «Gracias, pero hoy es viernes de Cuaresma y no como carne»; «Pues sí, yo siempre voy a Misa los domingos»; «Por favor le pido que no hable mal del Papa porque soy católico y me siento ofendido»...

No estaría mal que el ayuno de TV se tradujera en tiempo de leer algo de formación e información católica. Por ejemplo en los semanarios Alfa y Omega o L’Osservatore Romano.

Y también dar la limosna de «mi» tiempo: a personas enfermas o solas, a Cáritas, a una catequesis, unas horas de voluntariado… ¡Qué sé yo!

Y en mi trabajo —y en todo lugar— la honradez y la amabilidad. Porque el pasaje del Evangelio que he «criticado» tiene una cosa buena que sirve también para hoy. Nos dice que tenemos que estar siempre con buena cara, sonrientes… Paradójicamente, eso es señal de cristianismo serio.

Que cada cual añada a estas sugerencias las que se le ocurran dadas las circunstancias familiares y públicas en que se encuentra.

Y además, para mí, a ver si me animo a escribir al cardenal Antonio Cañizares, que es el prefecto de la Congregación para el Culto Divino, con esta propuesta.

www.anunciando-jmsalaverri.org



Algunas recomendaciones para este tiempo


+ Despréndete de tantas palabras huecas y sin sentido. Llénate de la Palabra de Dios. Lee, cada noche un trozo de las Escrituras. ¿De qué vale una mesa si en ella no se sirve comida? ¿Para qué una valiosa joya si nunca se luce? La Biblia es la perla más preciosa, pero no siempre la más codiciada en un hogar cristiano.

+ Acrecienta tu fe con la participación en la Eucaristía, de preferencia a diario. Un peregrino no puede llegar al final de su trayecto sin saber por qué o por quién lo hace.

+ Vive con sobriedad estos días. No por tener mucho se es más feliz. La felicidad la da el uso correcto y sensato de las cosas, no el despilfarro ni la simple apariencia. Comparte algo de lo que tienes con los necesitados.

+ Bríndate generosamente. Haz algo, aunque sea pequeño, en favor de alguna causa. Cuando lo realices ofréceselo a Dios. No te conviertas en un simple miembro de una ONG. Como cristiano, tu fuente para hacer el bien está en Dios, no en el altruismo.

+ Busca insistentemente un espacio de silencio; un templo o capilla puede ser el mejor spa para el espíritu. Haz oración; la oración es el palpitar de Dios con el hombre y del hombre con Dios.

+ Ama a la Iglesia. Pide por ella, en especial por el Papa, los obispos y los presbíteros, pues ellos son los más atacados por el Maligno.

+ Busca la paz; trabaja por ella en lugares tan cercanos como el trabajo o la familia. ¿De qué sirve añorar la paz en el mundo si no es uno capaz de conseguirla en los pequeños campos de batalla?

+ Acude al sacramento de la Confesión, y guarda la vigilia y el ayuno a fin de poder fortalecer el espíritu en esta Cuaresma. Recuerda que Cristo es la meta.

Adaptado de webcatolicodejavier.org



Olvídate de ti mismo y preocúpate por los demás

Recuerdo una anécdota que contaban en un pueblo: dos señoras venían muy abrigadas comentando entre ellas el frío que hacía, y se encuentran con un niño pequeño, casi sin ropa, con los pies en el suelo. Y las mujeres se miran una a la otra con aires de preocupación y le preguntan al niño: «¿No tienes frío?», y el niño, con esa cara de picardía, con esa sabiduría que muchas veces los niños despiertan en los mayores, contestó: «¿Y ustedes no tienen frío en la cara?». Y entonces las mujeres se quedaron sorprendidas: «Pues no, en la cara no sentimos frío», le contestaron; y entonces dijo el niño: «Para mí todo es cara». Y se quedó muy tranquilo y se fue corriendo.

Esta anécdota nos hace pensar cuántas veces desde nuestra comodidad, cuántas veces desde ese abrigo, desde esa situación de tranquilidad económica, desde esa situación de flojera, vemos a alguien pobre, vemos a alguien abandonado y nos llama la atención y le hacemos esas preguntas que el niño con tanta sabiduría contesta; les dice: a mí no me hace falta ni tanta ropa, ni tanto abrigo, ni tanta elegancia, a mí me hace falta el cariño, el amor de la gente; con ese amor me abrigo, con ese cariño se me irá el frío.

HAGAMOS OBRAS DE MISERICORDIA

Por eso en estos días de Cuaresma el Señor nos dice que hagamos obras de misericordia, que estemos atentos, porque muchas veces pasamos al lado de gente enferma que nos necesita.

En estos días, estando con una persona a la que conozco desde niño y que está enferma, yo veía que el mundo sigue: algunos amigos en la playa, otros amigos divirtiéndose, otros descansando, y esta persona pasando sola esta tribulación de la enfermedad.

Piensa tú ahora: entre tus parientes, entre tus amigos, en tu trabajo, en tu barrio, ¿no hay una persona enferma a la que tu visita, tu compañía le alivie el dolor, le haga sentir que es una persona que merece tu cariño?

EL MUNDO NECESITA DE TU AMOR

Con estos gestos en la Cuaresma cambiará tu corazón, porque es Dios el que pone en tu alma ese deseo de olvidarte de ti mismo y de preocuparte por los demás. Mientras en el mundo haya gente que visita a un enfermo, que se conmueve ante un niño que está solo, que procura darle ropa y comida a ese niño abandonado, a esa persona que tal vez esta presa y que está al margen de todos; mientras que en el país encontremos gente que todavía se conmueve ante el hambre, ante el dolor, ante la enfermedad, ante el abandono, diremos que es una sociedad sana.

De verdad les digo que en esta Cuaresma no dejen pasar la ocasión, no pasemos delante del dolor y solamente digamos ¡qué pena! No veamos a la gente que no tiene trabajo, a los niños que piden limosna, y digamos ¡qué vergüenza!; no tengamos esa actitud tan egoísta, no pensemos que es un problema político o económico. Es un problema religioso, por eso debemos actuar.

NO SEAS INDIFERENTE

La Iglesia siempre ha salido al encuentro de toda esta gente que necesita ayuda, la Iglesia siempre ha hecho esos actos de caridad, que son fruto de la enseñanza de Jesucristo: «Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y al prójimo como a ti mismo».

Yo me pongo a pensar en tanto egoísmo, y en tanto amor propio. ¿Por qué cuando vemos a ese niño, a ese enfermo, a esa pareja que quiere formar su hogar y no tiene un empleo, o a esa gente anciana que la sociedad dice que ya no sirve, no reaccionamos?

Jesús, en estos días de Cuaresma, te dice: en ese niño, en ese enfermo, en esa mujer sola, allí estoy Yo. Deja que tu corazón se conmueva. No dejemos que nadie pase por ese enorme dolor que es la indiferencia.

Recuerdo aquella anécdota que le escuché a san Josemaría, cuando decía sobre aquella mujer a la que en un hospital le preguntaban «Y cómo la tratan aquí en el hospital?». Ella respondía: «Aquí me tratan con mucha caridad, pero mi mamá me trataba con mucho cariño»

Que no haya indiferencia. Vamos a pedirle a Jesús que yo no me ponga a pensar en mí todo el día, que piense más en los demás. Que Jesús nos acompañe y que nuestra Madre Santa María, como buena madre, nos lleve de la mano.

Cardenal Juan Luis Cipriani



Un decálogo cuaresmal

1. Romperás de una vez por todas con lo que tú bien sabes que Dios no quiere, aunque te agrade mucho, aunque te cueste «horrores» dejarlo. Lo arrancarás sin compasión como un cáncer que te está matando.

2. Compartirás tu pan con el hambriento, tus ropas con el desnudo, tus palabras con el que vive en soledad, tu tiempo y consuelo con el que sufre en el cuerpo o en el alma, tu sonrisa con el triste, tu caridad con todos. Examinarás esto con cuidado cada noche.

3. Dedicarás un buen tiempo todos los días para estar a solas con Dios, para hablar con Él de corazón a Corazón. Será un tiempo de agradecer, de pedir perdón, de alabarle y adorarle, de suplicar por la salvación de todos.

4. Confiarás en Dios a pesar de tus pecados y miserias. Creerás que Dios es más fuerte que todo el mal del mundo. No permitirás que ni dolor, ni «tu negra suerte», ni las injusticias y traiciones sufridas te hagan dudar ni por un momento del amor infinito que Dios te tiene. Él ha muerto en cruz para salvarte de tus pecados.

5. Mirarás sólo a Dios y a tus hermanos. Mirarte tanto te hace daño. Mira a Jesús y habrá paz en tu corazón. Mira las necesidades de tus hermanos y ya no tendrás tiempo de pensar en ti.

6. Ayunarás de palabras vanas, de malos pensamientos, de acciones egoístas, de toda hipocresía. Ayunarás de lo superfluo: serás pobre de espíritu.

7. Perdonarás una y mil veces a quien te ha herido, con causa o sin ella, justa o injustamente, esté arrepentido o no. Un perdón que no será sólo tolerar o soportar sino que ha de brotar del amor sincero y sobrenatural. Los perdonarás uno por uno, primero en tu corazón y luego, si te es posible, también con tus palabras.

8. Ofrecerás sacrificios agradables al Señor. Los harás en silencio, sin que nadie se dé cuenta. Buscarás con ello reparar tus pecados y los de todos los hombres. Querrás con ello desprenderte de las cosas materiales, que tanto te agradan.

9. Amarás la humildad y procurarás vivirla de la siguiente manera: reconocerás tus pecados; considerarás a los demás mejores que tú; agradecerás las humillaciones; no buscarás los honores, ni los puestos, ni el poder, ni la fama; te harás servidor de todos.

10. Anunciarás a los hombres que Dios los ama, que se ha hecho hombre por ellos y ha muerto en la cruz para salvarlos.

Pedro Castañera, L.C. / Catholic.net




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