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Domingo 2 de Pascua A - Comentarios de Sabios y Santos II: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración de la Misa dominical

Recursos adicionales para la preparación

A su disposición

Nota sobre las Lecturas del Tiempo Pascual

Directorio Homilético: Segundo domingo de Pascua

 Exégesis: P. Joseph M. Lagrange, O. P. - El resucitado

Comentario Teológico: Directorio Homilético - Las lecturas del Tiempo Pascual

Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Bienaventurados los que creen sin ver

Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - Jesús de la Divina Misericordia, Jn 20,19-31

Aplicación: San Juan Pablo II - Homilía con motivo de la Canonización de Sor Faustina (Domingo 30 de abril de 2000)

Aplicación: Sor Ma. Elizbieta Siepak - Santa Faustina Kowalska y la devoción a la Divina Misericordia

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Paz, perdón y fe, Jn 20, 19-31

 

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
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Comentarios a Las Lecturas del Domingo II



Nota sobre las Lecturas del Tiempo Pascual

Respecto a las lecturas de los domingos del Tiempo Pascual, dicen los Prenotanda del Leccionario:

“Hasta el domingo tercero de Pascua, las lecturas del Evangelio relatan las apariciones de Cristo resucitado. Las lecturas del buen Pastor están asignadas al cuarto domingo de Pascua. Los domingos quinto, sexto y séptimo de Pascua se leen pasajes escogidos del discurso y de la oración del Señor después de la última cena.

“La primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles, en el ciclo de los tres años, de modo paralelo y progresivo; de este modo, cada año se ofrecen algunas manifestaciones de la vida, testimonio y progreso de la Iglesia primitiva.

“Para la lectura apostólica, el año A se lee la primera carta de san Pedro, el año B la primera carta de san Juan, el año C el Apocalipsis; estos textos están muy de acuerdo con el espíritu de una fe alegre y una firme esperanza, propio de este tiempo.” (Prenotanda del Leccionario, nº 100)

Para tener en cuenta entonces: en el Tiempo Pascual los evangelios de los domingos son los mismos para los tres ciclos. Las que sí varían según cada ciclo son la primera y la segunda lectura. La primera es siempre (para los tres ciclos) tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, pero en cada ciclo se presentan textos diferentes de ese mismo libro. La segunda lectura se toma, para el Ciclo A, de la primera carta de San Pedro; para el Ciclo B, de la primera carta de San Juan; para el Ciclo C, del Apocalipsis. Es necesario prestar atención al comentario que hacen los Prenotanda a estos tres libros del Nuevo Testamento: presentan una fe alegre y una firme esperanza, propias de este Tiempo Pascual. Por lo tanto, en el momento de preparar la homilía, esta indicación puede ser muy útil, ya que de esta segunda lectura pueden tomarse elementos que sirvan al oyente para captar el espíritu de este tiempo.

Respecto a las ferias del Tiempo Pascual dicen los Prenotanda del Leccionario:

“La primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles, como los domingos, de modo semi-continuo.
“En el Evangelio, dentro de la octava de Pascua, se leen los relatos de las apariciones del Señor. Después, se hace una lectura semi-continua del Evangelio de san Juan, del cual se toman ahora los textos de índole más bien pascual, para completar así la lectura ya empezada en el tiempo de Cuaresma. En esta lectura pascual ocupan una gran parte el discurso y la oración del Señor después de la cena”. (Prenotanda del Leccionario, nº 101).

El nº 102 de los Prenotanda explica en detalle la distribución de las lecturas para las solemnidades de la Ascensión y de Pentecostés.

Es necesario prestar atención al hecho de que tanto en los domingos como en las ferias del Tiempo Pascual se le da un lugar preferencial al discurso y oración del Señor después de la cena, que San Juan consignó en su evangelio. El estudio de este texto será un instrumento privilegiado para la preparación de las homilías del Tiempo Pascual.
(P. Lic. José Antonio Marcone, I.V.E.)

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Directorio Homilético: Segundo domingo de Pascua

CEC 448, 641-646: la aparición del Resucitado
CEC 1084-1089: la presencia santificante de Cristo resucitado en la Liturgia
CEC 2177-2178, 1342: la Eucaristía dominical
CEC 654-655, 1988: nuestro nacimiento a una vida nueva en la Resurrección de Cristo
CEC 976-984, 1441-1442: “Creo en el perdón de los pecados”
CEC 949-953, 1329, 1342, 2624, 2790: la comunión de los bienes espirituales


448 Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole "Señor". Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de él socorro y curación (cf. Mt 8, 2; 14, 30; 15, 22, etc.). Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús (cf. Lc 1, 43; 2, 11). En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: "¡Es el Señor!" (Jn 21, 7).

Las apariciones del Resucitado

641 María Magdalena y las santas mujeres, que venían de embalsamar el cuerpo de Jesús (cf. Mc 16,1; Lc 24, 1) enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo por la llegada del Sábado (cf. Jn 19, 31. 42) fueron las primeras en encontrar al Resucitado (cf. Mt 28, 9-10; Jn 20, 11-18). Así las mujeres fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios Apóstoles (cf. Lc 24, 9-10). Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32), ve por tanto al Resucitado antes que los demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24, 34).

642 Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles - y a Pedro en particular - en la construcción de la era nueva que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos, conocidos de los cristianos y, para la mayoría, viviendo entre ellos todavía. Estos "testigos de la Resurrección de Cristo" (cf. Hch 1, 22) son ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de quinientas personas a las que se apareció Jesús en una sola vez, además de Santiago y de todos los apóstoles (cf. 1 Co 15, 4-8).

643 Ante estos testimonios es imposible interpretar la Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por él de antemano (cf. Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan grande que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos una comunidad arrobada por una exaltación mística, los evangelios nos presentan a los discípulos abatidos ("la cara sombría": Lc 24, 17) y asustados (cf. Jn 20, 19). Por eso no creyeron a las santas mujeres que regresaban del sepulcro y "sus palabras les parecían como desatinos" (Lc 24, 11; cf. Mc 16, 11. 13). Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua "les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber creído a quienes le habían visto resucitado" (Mc 16, 14).

644 Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante la realidad de Jesús resucitado, los discípulos dudan todavía (cf. Lc 24, 38): creen ver un espíritu (cf. Lc 24, 39). "No acaban de creerlo a causa de la alegría y estaban asombrados" (Lc 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba de la duda (cf. Jn 20, 24-27) y, en su última aparición en Galilea referida por Mateo, "algunos sin embargo dudaron" (Mt 28, 17). Por esto la hipótesis según la cual la resurrección habría sido un "producto" de la fe (o de la credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al contrario, su fe en la Resurrección nació - bajo la acción de la gracia divina- de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado.

El estado de la humanidad resucitada de Cristo

645 Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto (cf. Lc 24, 39; Jn 20, 27) y el compartir la comida (cf. Lc 24, 30. 41-43; Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a reconocer que él no es un espíritu (cf. Lc 24, 39) pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y crucificado ya que sigue llevando las huellas de su pasión (cf Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27). Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (cf. Mt 28, 9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14. 19. 26; 21, 4) porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre (cf. Jn 20, 17). Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo la apariencia de un jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o "bajo otra figura" (Mc 16, 12) distinta de la que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar su fe (cf. Jn 20, 14. 16; 21, 4. 7).

646 La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que él había realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naim, Lázaro. Estos hechos eran acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús, una vida terrena "ordinaria". En cierto momento, volverán a morir. La resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto que San Pablo puede decir de Cristo que es "el hombre celestial" (cf. 1 Co 15, 35-50).

II LA OBRA DE CRISTO EN LA LITURGIA

Cristo glorificado...

1084 "Sentado a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los sacramentos, instituidos por él para comunicar su gracia. Los sacramentos son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.

1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.


...desde la Iglesia de los Apóstoles...

1086 "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió también a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo para que, al predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con su muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de la muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino también para que realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6)

1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles, les confía su poder de santificación (cf Jn 20,21-23); se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el poder del mismo Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores. Esta "sucesión apostólica" estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es sacramental, transmitida por el sacramento del Orden.


...está presente en la Liturgia terrena...

1088 "Para llevar a cabo una obra tan grande" -la dispensación o comunicación de su obra de salvación-"Cristo está siempre presente en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro, `ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz', sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues es El mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: `Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' (Mt 18,20)" (SC 7).

1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a la Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor y por El rinde culto al Padre Eterno" (SC 7)

...que participa en la Liturgia celestial.

La eucaristía dominical

2177 La celebración dominical del Día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia. "El domingo en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto" (CIC, can. 1246,1).

"Igualmente deben observarse los días de Navidad, Epifanía, Ascensión, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción, San José, Santos Apóstoles Pedro y Pablo y, finalmente, todos los Santos" (CIC, can. 1246,1).

2178 Esta práctica de la asamblea cristiana se remonta a los comienzos de la edad apostólica (cf Hch 2,42-46; 1 Co 11,17). La carta a los Hebreos dice: "no abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animaos mutuamente" (Hb 10,25).

La tradición conserva el recuerdo de una exhortación siempre actual: "Venir temprano a la Iglesia, acercarse al Señor y confesar sus pecados, arrepentirse en la oración...Asistir a la sagrada y divina liturgia, acabar su oración y no marchar antes de la despedida...Lo hemos dicho con frecuencia: este día os es dado para la oración y el descanso. Es el día que ha hecho el Señor. En él exultamos y nos gozamos (Autor anónimo, serm. dom.).

1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia de Jerusalén se dice:

Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones...Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón (Hch 2,42.46).

654 Hay un doble aspecto en el misterio Pascual: por su muerte nos libera del pecado, por su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida. Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios (cf. Rm 4, 25) "a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos ... así también nosotros vivamos una nueva vida" (Rm 6, 4). Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia (cf. Ef 2, 4-5; 1 P 1, 3). Realiza la adopción filial porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a sus discípulos después de su Resurrección: "Id, avisad a mis hermanos" (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección.

655 Por último, la Resurrección de Cristo - y el propio Cristo resucitado - es principio y fuente de nuestra resurrección futura: "Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron ... del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo" (1 Co 15, 20-22). En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles. En El los cristianos "saborean los prodigios del mundo futuro" (Hb 6,5) y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina (cf. Col 3, 1-3) para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquél que murió y resucitó por ellos" (2 Co 5, 15).

Artículo 10 "CREO EN EL PERDON DE LOS PECADOS"

976 El Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en el Espíritu Santo, pero también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los santos. Al dar el Espíritu Santo a su apóstoles, Cristo resucitado les confirió su propio poder divino de perdonar los pecados: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).

(La IIª parte del Catecismo tratará explícitamente del perdón de los pecados por el Bautismo, el Sacramento de la Penitencia y los demás sacramentos, sobre todo la Eucaristía. Aquí basta con evocar brevemente, por tanto, algunos datos básicos).


I UN SOLO BAUTISMO PARA EL PERDON DE LOS PECADOS

977 Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará" (Mc 16, 15-16). El Bautismo es el primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm 4, 25), a fin de que "vivamos también una vida nueva" (Rm 6, 4).

978 "En el momento en que hacemos nuestra primera profesión de Fe, al recibir el santo Bautismo que nos purifica, es tan pleno y tan completo el perdón que recibimos, que no nos queda absolutamente nada por borrar, sea de la falta original, sea de las faltas cometidas por nuestra propia voluntad, ni ninguna pena que sufrir para expiarlas... Sin embargo, la gracia del Bautismo no libra a la persona de todas las debilidades de la naturaleza. Al contrario, todavía nosotros tenemos que combatir los movimientos de la concupiscencia que no cesan de llevarnos al mal" (Catech. R. 1, 11, 3).

979 En este combate contra la inclinación al mal, ¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante para evitar toda herida del pecado? "Si, pues, era necesario que la Iglesia tuviese el poder de perdonar los pecados, también hacía falta que el Bautismo no fuese para ella el único medio de servirse de las llaves del Reino de los cielos, que había recibido de Jesucristo; era necesario que fuese capaz de perdonar los pecados a todos los penitentes, incluso si hubieran pecado hasta en el último momento de su vida" (Catech. R. 1, 11, 4).

980 Por medio del sacramento de la penitencia el bautizado puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia:

Los padres tuvieron razón en llamar a la penitencia "un bautismo laborioso" (San Gregorio Nac., Or. 39. 17). Para los que han caído después del Bautismo, es necesario para la salvación este sacramento de la penitencia, como lo es el Bautismo para quienes aún no han sido regenerados (Cc de Trento: DS 1672).


II EL PODER DE LAS LLAVES

981 Cristo, después de su Resurrección envió a sus apóstoles a predicar "en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones" (Lc 24, 47). Este "ministerio de la reconciliación" (2 Co 5, 18), no lo cumplieron los apóstoles y sus sucesores anunciando solamente a los hombres el perdón de Dios merecido para nosotros por Cristo y llamándoles a la conversión y a la fe, sino comunicándoles también la remisión de los pecados por el Bautismo y reconciliándolos con Dios y con la Iglesia gracias al poder de las llaves recibido de Cristo:

La Iglesia ha recibido las llaves del Reino de los cielos, a fin de que se realice en ella la remisión de los pecados por la sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo. En esta Iglesia es donde revive el alma, que estaba muerta por los pecados, a fin de vivir con Cristo, cuya gracia nos ha salvado (San Agustín, serm. 214, 11).

982 No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar. "No hay nadie, tan perverso y tan culpable, que no deba esperar con confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea sincero" (Catech. R. 1, 11, 5). Cristo, que ha muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas del perdón a cualquiera que vuelva del pecado (cf. Mt 18, 21-22).

983 La catequesis se esforzará por avivar y nutrir en los fieles la fe en la grandeza incomparable del don que Cristo resucitado ha hecho a su Iglesia: la misión y el poder de perdonar verdaderamente los pecados, por medio del ministerio de los apóstoles y de sus sucesores:

El Señor quiere que sus discípulos tengan un poder inmenso: quiere que sus pobres servidores cumplan en su nombre todo lo que había hecho cuando estaba en la tierra (San Ambrosio, poenit. 1, 34).

Los sacerdotes han recibido un poder que Dios no ha dado ni a los ángeles, ni a los arcángeles... Dios sanciona allá arriba todo lo que los sacerdotes hagan aquí abajo (San Juan Crisóstomo, sac. 3, 5).

Si en la Iglesia no hubiera remisión de los pecados, no habría ninguna esperanza, ninguna expectativa de una vida eterna y de una liberación eterna. Demos gracias a Dios que ha dado a la Iglesia semejante don (San Agustín, serm. 213, 8).

Sólo Dios perdona el pecado

1441 Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: "El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra" (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: "Tus pecados están perdonados" (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en su nombre.

1442 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico, que está encargado del "ministerio de la reconciliación" (2 Cor 5,18). El apóstol es enviado "en nombre de Cristo", y "es Dios mismo" quien, a través de él, exhorta y suplica: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20).


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Exégesis: P. Joseph M. Lagrange, O. P. - El resucitado

Este gran día de la Resurrección tocaba a su fin, pero no terminó sin que Jesús se manifestase a un grupo fiel, impaciente por demás de satisfacer sus miradas con su presencia. Sin embargo, cuando súbitamente le vieron en medio de ellos, sin que nadie le abriera las puertas, cerradas por temor a los judíos, un terror sagrado los sobrecogió de momento. Reconocían a Jesús, pero creían ver un espíritu. Cristo les dice: « ¿Por qué estáis turbados? La paz sea con vosotros». Y les mostró sus manos y sus pies, que habían sido clavados y su costado herido por una lanza*1.

San Lucas, que era médico, buen psicólogo y sabía el valor de los hechos materiales comprobados, añade que el exceso de alegría turbaba su convicción; porque, sin duda, temían tomar por realidad sus deseos. Bien lo comprendió Jesús, y, para devolver a los suyos el sosiego con la más familiar de las realidades, les pidió si tenían algo que darle de comer: comió a continuación delante de ellos parte de un pez asado. No porque hubiese vuelto a la vida vegetativa cotidiana, sino solamente para probar la realidad de la resurrección.

De este modo, plenamente convencidos, vueltos en sí esperaban una palabra nueva de su Maestro, y le oyeron decir otra vez: «La paz sea con vosotros». Esta vez la paz estaba conquistada. Entonces les habla de su misión, dándoles el mandato augusto que les abre el mundo. «Como me envió mi Padre, así también Yo os envío». Después sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A los que perdonareis los pecados, le serán perdonados, y a los que los retuviereis, les serán retenidos». No fue ésta todavía la gran manifestación del Espíritu prometido en la tarde de la última Cena*2; vendrá su hora, pero desde este momento, luego de la resurrección, los constituyó en un gobierno espiritual. Desde entonces tendrán poder sobre las almas, y este poder se dejará sentir especialmente, o por el perdón de los pecados, concedido sin duda en nombre de Dios, o por la denegación del perdón, a causa de las malas disposiciones del pecador, porque a los sinceramente arrepentidos, Dios perdona siempre. Los dispensadores de esta gracia serán jueces en estos casos; deberán, pues, conocerlos. Con razón la Iglesia ha visto aquí en esta actitud, y con estas memorables palabras, la institución del sacramento de la Penitencia.

Jesús resucitado no debía hacer vida común con los apóstoles como otras veces. Eran las apariciones un hecho excepcional: ni san Juan ni esta vez san Lucas tuvieron necesidad de decir que había desaparecido después de esta gran manifestación del domingo de resurrección. Este gran día se ha convertido en la verdadera fiesta de la Pascua de los cristianos.

Un apóstol no estaba presente aquella tarde: era Tomás, que probablemente fue convocado con los otros después de la aparición hecha a Pedro; pero que juzgaría prudente abstenerse, ya que no creía más a Pedro que los otros habían creído a las mujeres. Rehusó dar crédito al testimonio de sus hermanos.

Nuestro tiempo es poco dado a creer en milagros, pero no es menos crédulo, sobre todo cuando se le habla en nombre de la ciencia. En esto consistió la habilidad de Renán al afirmar, como si lo hubiera comprobado en Oriente, que los orientales están siempre al acecho de lo sobrenatural para, con alegría, adherirse a ello. Las disposiciones de ánimo de los judíos de entonces no eran ciertamente diferentes de los judíos de hoy. Desde las alturas en donde estaban, lo habían relegado a una trascendencia majestuosa. Dios no se mezclaba en el curso de las cosas humanas, si no era para darles un impulso regular. No se mostraron los apóstoles en toda la historia de Jesús muy dispuestos para las cosas sobrenaturales. Sin duda esperaban la gran manifestación mesiánica, pero no había llegado. La Pasión, cuya sola idea era rechazada con horror, los había hecho desconfiar y, no comprendiendo las afirmaciones de Jesús en este punto, el glorioso desquite que conseguiría mediante su resurrección, trascendía sus previsiones.

Cuando fueron convencidos todos por la misma realidad, Tomás permaneció recalcitrante. Seguramente los discípulos habían sido víctimas de una alucinación, y lo que vieran sólo era un fantasma. Y como le objetasen que habían visto las heridas del crucificado, respondió que en tales casos no bastaba ver, era preciso tocar. Por tanto, él no se fiaba más que de sí mismo: «Si no veo en sus manos las señales de los clavos, y no meto mis dedos en el lugar de los clavos, y no meto mi mano en su costado, no creeré».

Aprendamos aquí a tener la misma indulgencia que Cristo con los que dudan. Dejó a Tomás en sus dudas durante siete días. Habiendo visto los apóstoles a Jesús en Jerusalén, no se daban prisa a volver a Galilea. Se reunieron el octavo día, bien para orar juntos por última vez, bien para decidir el camino que debían seguir juntos. Las puertas estaban cerradas: súbitamente, Jesús se halló en medio de ellos y los saludó: «La paz sea con vosotros». Después dice a Tomás: «Pon tu dedo aquí y mira mis manos, trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino fiel».

Tomás ¿dejó a Cristo que se apoderase de su mano y la llevase a la herida del costado o, renunciando a su lógica, se rindió a la evidencia de lo que veía? Fueron los labios de este incrédulo de quienes salió el primer acto explícito de fe en la divinidad del Resucitado. Gritó: « ¡Señor mío y Dios mío!» Jesús, con una sonrisa de perdón: « ¿Porque me has visto has creído?» Eso no es de maravillar, ni muy meritorio. « ¡Dichosos los que creen sin haber visto!»

Se había excedido rehusando creer en la resurrección de su Maestro, no dando crédito al testimonio de sus hermanos, cuya sinceridad conocía. Es lo que con dulzura hace resaltar Jesús. Él había querido ver con sus ojos el cuerpo resucitado y, habiéndolo visto, no tenía que remitirse a otros para este hecho. Pero, como muy bien nota san Gregorio, viendo la humanidad gloriosa creyó en la divinidad, haciendo así un verdadero acto de fe. Este acto exigía ya, como al presente, la adhesión de la inteligencia a una verdad revelada por el mismo Jesucristo y, por tanto, revelada por Dios. Esta adhesión era más fácil a los apóstoles, porque la afirmación de Jesús estaba confirmada por su resurrección. Más dichosos eran ellos creyendo en su divinidad que gozando de la presencia sensible de su humanidad. Ésta dicha, preludio de la bienaventuranza eterna, es también la parte escogida de los que creen sin haber gustado la misma consolación. No deben ellos olvidar que Jesús les ha prometido que su presencia interior, en compañía del Padre y del Espíritu Santo (Jn 14,23,17), no les faltaría, presencia que hace la fe más fácil y más dulce.
(LAGRANGE, Joseph. Vida de Jesucristo. Edibesa, Madrid, 2.002. Pag. 524-526)

*1- San Lucas y San Juan se completan mutuamente aquí, sin tener que forzar la armonía.
*2- No es solamente porque San Lucas cuenta de otra manera la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, es porque el mismo San Juan consideraba esta misión solemne del Espíritu como un don del Hijo subido ya al Padre y para consolar y fortalecer a los suyos en su ausencia (14,16-26; 16,7-13).


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Comentario Teológico: Directorio Homilético - Las lecturas del Tiempo Pascual

51. (…) Hasta el domingo tercero de Pascua, las lecturas del Evangelio relatan las apariciones de Cristo resucitado. Las lecturas del buen Pastor están asignadas al cuarto domingo de Pascua. En los domingos quinto, sexto y séptimo de Pascua se leen pasajes escogidos del discurso y de la oración del Señor después de la última cena» (OLM 99100). La rica serie de lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento escuchadas en el Triduo representa uno de los momentos más intensos de la proclamación del Señor resucitado en la vida de la Iglesia, y pretende ser instructiva y formativa para el pueblo de Dios a lo largo de todo el año litúrgico. En el curso de la Semana Santa y del Tiempo de Pascua, basándose en los mismos textos bíblicos, el homileta tendrá variadas ocasiones para poner el acento en la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo como contenido central de las Escrituras. Este es el tiempo litúrgico privilegiado en el que el homileta puede y debe hacer resonar la fe de la Iglesia sobre lo que representa el corazón de su proclamación: Jesucristo murió por nuestros pecados «según las Escrituras» (1Cor 15,3), y ha resucitado el tercer día «según las Escrituras» (1Cor 15,4).

52. En primer lugar existe la oportunidad, en especial durante los tres primeros domingos, de transmitir las diversas dimensiones de la lex credendi de la Iglesia en un tiempo privilegiado como este. Los párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica que tratan de la Resurrección (CEC 638- 658) son, en sí mismos, la explicación de muchos de los diversos textos bíblicos claves proclamados en el tiempo Pascual. Estos párrafos pueden ser una guía segura para el homileta que tiene la tarea de explicar al pueblo cristiano, sobre la base de los textos de la Escritura, lo que el Catecismo, por su parte llama, en diversos capítulos, «el acontecimiento histórico y trascendente» de la Resurrección, el significado «de las apariciones del Resucitado», «el estado de la humanidad resucitada de Cristo» y «la Resurrección – obra de la Santísima Trinidad».

53. En segundo lugar, en los domingos del Tiempo de Pascua la primera lectura no está tomada del Antiguo Testamento sino de los Hechos de los Apóstoles. Muchos pasajes narran ejemplos de la primera predicación apostólica, en los que podemos reconocer que los propios Apóstoles emplearon las Escrituras para anunciar el significado de la muerte y la Resurrección de Jesús. Otros narran las consecuencias de esta última y sus efectos en la vida de la comunidad cristiana. A partir de estos pasajes, el homileta tiene en su mano algunos de sus más fuertes y fundamentales instrumentos. Observa cómo los Apóstoles se han servido de las Escrituras para anunciar la muerte y Resurrección de Jesús y se comporta del mismo modo, no solo a propósito del pasaje que está tratando sino adoptando un estilo similar para todo el año litúrgico. Reconoce, además, la potencia de la vida del Señor resucitado, que actúa en las primeras comunidades, y proclama con fe al pueblo que la misma potencia está todavía operante entre nosotros.

54. En tercer lugar, la intensidad de la Semana Santa con el Triduo Pascual, seguido de la gozosa celebración de los cincuenta días que culminan en Pentecostés, es para los homiletas un tiempo excelente para tejer vínculos entre las Escrituras y la Eucaristía. Justamente en el gesto de «partir el pan» – recuerda la entrega total de sí por parte de Jesús en la Última Cena y después en la Cruz – los discípulos se dan cuenta de cuánto ardía su corazón mientras el Señor les abría la mente para comprender las Escrituras. Todavía hoy es deseable un esquema análogo de comprensión. El homileta se prepara con diligencia para explicar las Escrituras pero el significado más profundo de cuanto dice emergerá del «partir el pan» en la misma Liturgia, siempre que haya sabido resaltar esta conexión (cf. VD 54).

La importancia de tales vínculos ha sido mencionada claramente por el Papa Benedicto XVI en la Verbum Domini: «Estos relatos muestran cómo la Escritura misma ayuda a percibir su unión indisoluble con la Eucaristía. “Conviene, por tanto, tener siempre en cuenta que la Palabra de Dios leída y anunciada por la Iglesia en la Liturgia conduce, por decirlo así, al sacrificio de la alianza y al banquete de la gracia, es decir, a la Eucaristía, como a su fin propio”. Palabra y Eucaristía se pertenecen tan íntimamente que no se puede comprender la una sin la otra: la Palabra de Dios se hace sacramentalmente carne en el acontecimiento eucarístico. La Eucaristía nos ayuda a entender la Sagrada Escritura, así como la Sagrada Escritura, a su vez, ilumina y explica el misterio eucarístico» (VD 55).
(Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio Homilético, 2014, nº 51 - 54)


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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Bienaventurados los que creen sin ver

Así como el creer con simplicidad y sin motivo es propio de la ligereza, así el andar investigando y examinando con exceso es propio de una cabeza muy dura. Y de esto se acusa a Tomás. Pues como los apóstoles le dijeran: Hemos visto al Señor, él no les creyó. No únicamente a ellos no les dio fe, sino que pensó ser la resurrección de los muertos cosa imposible. Porque no dijo: Yo no os creo, sino: Si no meto mi mano no creo.

¿Cómo es que estando ya todos juntos sólo él estaba ausente? Es verosímil que aún no regresara de la dispersión precedente. Pero tú cuando ves al discípulo que no cree, fíjate en la clemencia del Señor, y cómo por sola una alma manifiesta las llagas que recibió; y acude a la salvación de sola ella, aun teniendo Tomás un ánimo más cerrado que otros. Y esta fue la causa de que buscara la fe por el testimonio del más craso de los sentidos y ni a sus ojos diera su asentimiento. Porque no dijo únicamente si no veo, sino además: Si no palpo, si no toco; temiendo que lo que viera se redujera simple fantasía.

Los discípulos que le anunciaban la resurrección y también el Señor que había prometido resucitar eran fidedignos. Y sin embargo, aun habiendo él exigido muchas más pruebas, Cristo no se las negó. Mas ¿por qué no se le apareció inmediatamente, sino hasta ocho días después? Para que instruido y enseñado por los otros discípulos, cobrara mayor anhelo y quedara para lo futuro más confirmado. ¿Cómo supo que a Cristo le había sido abierto el costado? Lo oyó de los otros discípulos. Entonces ¿por qué una cosa sí la creyó y otra no? Porque lo segundo sobre todo era admirable. Advierte además con cuánto amor a la verdad hablan los apóstoles y no ocultan sus propios defectos ni los ajenos, sino que escriben sumamente apegados a lo que era verdad.

Se presenta de nuevo Jesús y no espera a que Tomás le ruegue ni a oír lo que quería decirle; sino que cuando Tomás aún nada decía se le adelanta y le llena sus anhelos, dándole a entender que estaba presente cuando Tomás decía lo que les dijo a los discípulos; puesto que usó de sus mismas palabras y con vehemencia lo increpa y lo instruye para adelante. Pues habiéndole dicho: Trae acá tu dedo y mira mis manos; y mete tu mano en mi costado, añadió: Y no seas incrédulo sino fiel. ¿Adviertes cómo Tomás dudaba por falta de fe? Pero esto sucedió antes de que recibieran el Espíritu Santo. Después de recibido ya no procedieron así, pues habían llegado a la perfección.

Y no lo increpó únicamente de esa manera, sino también en lo que luego añadió. Como el apóstol, una vez certificado del hecho, se arrepintiera y exclamara: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me viste has creído. Bienaventurados los que no vieron y creyeron. Esto es lo propio de la fe: dar su asentimiento a lo que no se ha visto. Es pues fe la seguridad de las cosas que se esperan, la demostración de las que no se ven*1. De modo que por aquí llama bienaventurados no sólo a los discípulos, sino además a los que luego habían de creer.

Dirás que los discípulos vieron y creyeron. Pero ellos no anduvieron en esas inquisiciones, sino que por aquello de los lienzos al punto creyeron en la resurrección y antes de ver el cuerpo resucitado tuvieron fe plena. De modo que si alguno llegara a decir: Yo hubiera querido vivir en aquel tiempo y ver a Cristo haciendo milagros, ese tal que reflexione en aquellas palabras: Bienaventurados los que no vieron y creyeron. Lo que sí tenemos que investigar es cómo un cuerpo incorruptible conservó las cicatrices de los clavos y pudo ser palpado por manos mortales.

Pero no te burles. Fue cosa propia de Cristo, que así se abajaba. Su cuerpo tan tenue, tan leve que entró en el cenáculo estando cerradas las puertas, ciertamente carecía de espesor; pero con el objeto de que se le diera fe a la resurrección, se mostró tangible. Y para que conocieran que era el mismo que había sido crucificado y que no resucitaba otro en su lugar, resucitó con las señales de la cruz; y por eso mismo comía con los discípulos. Y esto sobre todo exaltaban en su predicación los apóstoles, diciendo: Nosotros, los que con El comimos y bebimos*2.

 Así como antes de la crucifixión lo vemos andando sobre las olas y sin embargo no afirmamos que su cuerpo sea de naturaleza distinta de la nuestra, así cuando después de la resurrección lo vemos con las cicatrices, no por eso decimos que su cuerpo sea corruptible. Él se muestra en esa forma por el bien de los discípulos.

Muchos otros milagros hizo ciertamente Jesús. Lo dice el evangelista porque él ha referido muchos menos milagros que los otros; aunque tampoco esos otros habían referido todos los milagros obrados por Jesús, sino solamente los necesarios para que creyeran los oyentes. Y después continúa: Si se escribieran todos, creo yo que ni en todo el mundo cabrían los libros que se habían de escribir. Consta por aquí que los evangelistas no escribían por lucimiento, sino para utilidad. Quienes pasaron en silencio tantas cosas ¿cómo puede ser que escribieran por jactancia? Pero entonces ¿por qué no refieren todos los milagros? Sobre todo porque son muchísimos y además porque no pensaban que quienes no creyeran con los referidos creerían si se les refirieran muchos más; y en cambio quienes con esos creyeran ya no necesitaban de otros para su fe.

Yo pienso que aquí el evangelista se refiere a los milagros verificados después de la resurrección. Por lo cual dice: En presencia de sus discípulos. Así como antes de la resurrección fueron necesarios muchos milagros para que creyeran ser Jesús el Hijo de Dios, así después de la resurrección fueron necesarios para que se persuadieran de que había resucitado. Por eso dijo el evangelista: En presencia de sus discípulos, pues con solos ellos había conversado después de la resurrección.

Por eso dijo Jesús: El mundo ya no me ve. Y para que entiendas que los milagros fueron en bien de los discípulos, continuó: Y para que creyendo tengáis vida eterna en su nombre. Hablaba en general a toda la naturaleza humana; y para que se vea que lo hace en bien de aquel en quien se cree, sino de nosotros mismos, como un don excelente.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan (2), Homilía LXXXVII (LXXXVI), Tradición México 1981, p. 375-78)

*1- Hb 11, 1
*2- Hech 10, 41


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Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - Jesús de la Divina Misericordia, Jn 20,19-31

Introducción

A partir del día 30 de abril de 2000, día de la canonización de Santa Faustina Kowalska, el segundo domingo de Pascua que celebramos hoy ha adquirido una significación especial y un peso teológico mayor aún que el que ya tenía. La causa de esto es que a partir de ese día comienza a hacerse efectivo uno de los deseos que Jesús le expresó a Santa Faustina: que en este domingo se celebre la Fiesta de la Divina Misericordia.

En ocho ocasiones distintas Jesús le dice a Santa Faustina Kowalska que quiere que el primer domingo después de Pascua de Resurrección sea la Fiesta de la Divina Misericordia. Sus palabras textuales son: “Deseo que el primer domingo después de la Pascua de Resurrección sea la Fiesta de la Misericordia” (Diario, nº 299)*1.

El gran papa San Juan Pablo II ya como obispo de Cracovia había seguido de cerca y promovido la causa de canonización de Sor Faustina Kowalska. Luego, como Sumo Pontífice, la beatificó y la canonizó. El día de su canonización, domingo posterior al domingo de Pascua de Resurrección de aquel año hizo efectivo el mandato que Jesús le dio a Santa Faustina e instituyó la Fiesta de la Divina Misericordia, como dijimos. Durante la misa de canonización el pontífice santo dijo: “En todo el mundo, el segundo Domingo de Pascua recibirá el nombre de Domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar con confianza en la benevolencia divina las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros”*2.

Jesucristo expresó también a Santa Faustina un deseo particular dirigidos a los sacerdotes homiletas de ese domingo: “Ese día los sacerdotes han de hablar a las almas sobre Mi misericordia infinita” (Diario, nº 570).

Desde tiempos inmemoriales se leía en este domingo el evangelio que hemos leído hoy: Jn 20,19-31. En los versículos 22-23 se proclama el don del Espíritu a los Apóstoles que los hace ministros del perdón de los pecados: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

1. Jesús entrega verdadera y propiamente el Espíritu Santo a la Iglesia

San Juan narra que la primera aparición de Cristo resucitado en la mañana del domingo de Pascua fue a María Magdalena (Jn 20,14-18). Ella fue enviada por Jesús a avisar a los Apóstoles que Él había resucitado. Dado que ‘apóstol’ significa ‘enviado’, Santo Tomás de Aquino llamó a María Magdalena ‘la Apóstola de los Apóstoles’*3, es decir, ‘la enviada a los Enviados’.

Pero al atardecer del mismo día de Pascua, Jesús resucitado se apareció a todos los Apóstoles reunidos en el Cenáculo con las puertas cerradas por temor a los judíos. Lo primero que hizo Jesús al encontrarse con ellos fue cumplir su promesa de que les iba a dar su paz. Durante la Última Cena les había dicho: “Mi paz les doy, mi paz les dejo; no se las doy como la da el mundo. No se turbe el corazón de ustedes ni se acobarde” (Jn 14,27). Por eso, al entrar al Cenáculo les dice: “La paz esté con vosotros” (Jn 20,19).

Y les da también la alegría prometida en la Última Cena. Allí les había dicho: “Ustedes están tristes ahora, pero volveré a verlos y se alegrará su corazón y su alegría nadie se la podrá quitar” (Jn 16,22; cf. 17,13). Por eso San Juan narra en el evangelio de hoy: “Los discípulos se alegraron al ver al Señor” (Jn 20,20).

Pero, además cumple la promesa de todas las promesas o “la promesa de la Promesa”, porque les entrega una Persona de la Santísima de la Trinidad que el mismo Cristo la llama “la Promesa de mi Padre” (Lc 24,49; Hech 1,4), es decir, el Espíritu Santo (Hech 2,33). También durante la Última Cena Jesús les había prometido cinco veces que les iba a enviar el Espíritu Santo (Jn 14,16; 14,26; 15,26; 16,7-8; 16,13), y ahora cumple lo prometido.

En efecto, soplando sobre ellos les dice: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22). A menudo sucede que a esta entrega del Espíritu Santo que hace Jesucristo la tarde misma del día de su resurrección se le asigna una categoría menor que a la entrega del Espíritu Santo echa en Pentecostés. Sin embargo, la Iglesia declaró solemnemente que fue una entrega real que cumplía las promesas solemnes hechas durante la Última Cena. En efecto, dice el Concilio II de Constantinopla: “Si alguno defiende al impío Teodoro de Mopsuesta que se atrevió a decir que después de la resurrección, cuando el Señor sopló sobre sus discípulos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’ (Jn 20,22), no les dio el Espíritu Santo, sino que sopló sobre ellos en apariencia, sea anatema”*4. Por esta razón R. Brown dice que “aquí sucedió un verdadero y propio don del Espíritu Santo”*5.

Cuando se habla del don del Espíritu Santo se suele pensar inmediatamente en Pentecostés, “pero en aquella ocasión se trató de la venida pública y oficial del Espíritu para guiar la misión de la Iglesia en el mundo”*6. El don del Espíritu Santo a la Iglesia completa, con su cabeza, Pedro, sucede realmente la tarde del domingo de Pascua.

Hay una razón muy clara para afirmar esto. Para San Juan el don del Espíritu Santo por parte de Cristo brota de la glorificación de Jesús. La glorificación de Jesús para San Juan “implica la serie ininterrumpida de crucifixión, resurrección y ascensión: estos tres datos constituyen su subida al Padre”*7. Pero la ascensión de Jesús a la derecha del Padre no es algo que sucedió a los cuarenta días de su resurrección (cf. Hech 1,3.9). La ascensión de Jesús a la derecha del Padre es algo contemporáneo a su resurrección.

 “La ascensión teológica, la glorificación de la humanidad de Jesús a la presencia del Padre, es algo invisible, la consumación de la resurrección, inseparable de ella”*8. Por eso, Jesús desde el momento mismo de su resurrección completó absolutamente todos los misterios referidos a su glorificación y, por lo tanto, estaban dadas ya todas las condiciones para que entregara el Espíritu a la Iglesia. Y así lo hace en la tarde del domingo de Pascua, como narra el evangelio de hoy.

Al entregarles el Espíritu a los Apóstoles Jesús hace el mismo gesto que hizo Yahveh cuando le infundió el alma Adam formado de la arcilla de la tierra. Incluso más, la traducción griega de la biblia hebrea, la LXX, usa el mismo verbo en la misma forma verbal que usa San Juan para narrar la acción de Cristo. San Juan relata: “Jesús sopló (enephýsesen, en griego*9) sobre ellos” (Jn 20,22). Y el Génesis dice: “Entonces Yahveh Dios formó al hombre del polvo del suelo, y sopló (enephýsesen, LXX) aliento de vida sobre su rostro, y el hombre se convirtió en ser viviente” (Gén 2,7). De esta manera, el evangelio está haciendo notar que se trata de una nueva creación: así como Dios creó al primer hombre, Adam, con el alma espiritual, ahora re-crea al hombre nuevo, al cristiano, con el Espíritu Santo*10.

2. La institución del sacramento de la Penitencia

Pero esta entrega verdadera y propia del Espíritu Santo en la tarde del domingo de Pascua está hecha en relación con el perdón de los pecados. Podríamos glosar las palabras de Jesús para entender mejor su sentido exacto: “Les hago una entrega verdadera y propia del Espíritu Santo con el fin de que puedan perdonar los pecados a quienes ustedes se los perdonen, y con el fin de que queden retenidos a quienes ustedes se los retengan”.

No cabe ninguna duda de que estas palabras de Cristo constituyen la institución del sacramento de la Confesión, también llamado sacramento de la Reconciliación o de la Penitencia. Así como no cabe ninguna duda de que en el Última Cena Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía con las palabras que ya conocemos, así tampoco cabe ninguna duda que estas palabras de Cristo la tarde del domingo de Pascua constituyen la institución del sacramento de la Penitencia, Reconciliación o Confesión. Esta verdad fue sancionada solemnemente por la Iglesia en el Concilio de Trento. Dice textualmente dicho Concilio: “El Señor instituyó principalmente el Sacramento de la Penitencia, cuando, resucitado de entre los muertos, sopló sobre sus discípulos diciendo: ‘Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonareis los pecados, les son perdonados, y a quienes se los retuviereis, les son retenidos’ (Jn 20,22-23)”*11.

De esta manera se refuta la opinión de algunos que decían que las palabras de Jesús se referían al perdón del pecado original en el Bautismo y no a los pecados cometidos después del Bautismo.

El Espíritu Santo está en relación con el perdón de los pecados porque, por un lado, como dijimos, re-crea a los ministros del perdón y los hace capaces de absolver los pecados. Pero, por otro, lava al pecador arrepentido y lo purifica de todo pecado.

Esta relación del Espíritu Santo con el perdón de los pecados también está señalada en el evangelio de hoy de una manera muy singular.

En efecto, el Espíritu Santo es el agua que lava del pecado porque está íntimamente unido a la redención realizada por Cristo, es decir, al derramamiento de sangre que hizo Cristo en la cruz. Esta unión entre Espíritu Santo y sangre de Cristo derramada para el perdón de los pecados está expresada en el evangelio de hoy por la insistencia con que Cristo nos habla de las llagas de su pasión, particularmente de la llaga de su costado. Tres veces se menciona la llaga del costado de Jesús en el evangelio de hoy. En 20,20 Jesús se presenta y lo primero que hace es mostrar la llaga de su costado. Si bien no lo dice el evangelio, sin duda que los discípulos cuentan a Tomás, ausente, que vieron esa llaga. Tomás, en 20,25, dice explícitamente que, para creer, necesita meter su mano en la llaga del costado. Y, finalmente, Jesús mismo, en 20,27, le indica a Tomás que meta su mano en la llaga de su costado.

La llaga del costado de Jesús es aquella de la cual salió sangre y agua, o, mejor, agua mezclada con sangre (Jn 19,34). El agua que sale de la llaga del costado de Cristo es el Espíritu Santo. Lo dice explícitamente el Catecismo de la Iglesia Católica: “El Espíritu es, pues, (…) personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf. Jn 19,34; 1Jn 5,8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna (cf. Jn 4,10-14; 7,38)” (CEC, 694). Y la sangre que sale junto con el agua o mezclada con el agua, es la redención obrada por Cristo para el perdón de los pecados*12.

Éste es precisamente el significado de las palabras que el mismo San Juan dice en su primera carta: “Este es el que vino por el agua y por la sangre: Jesucristo; no solamente en el agua, sino en el agua y en la sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la Verdad. Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres convienen en lo mismo” (1Jn 1,5-8). ‘Los tres convienen en lo mismo’, es decir, en el perdón de los pecados.

Conclusión

Las explicaciones que acabamos de hacer coinciden perfectamente con la teología que el mismo Jesucristo explicó a Santa Faustina Kowalska y que ha quedado como plasmada (teología hecha ícono) en la imagen que Jesús mandó pintar o hacer pintar a la santa. La imagen de Jesús de la Divina Misericordia muestra el costado abierto de Jesús de donde salen dos rayos, uno de color rojo y otro de color blanco, que significan la sangre y el agua que salieron de la llaga del costado de Jesús.

Hoy, en el siglo XXI, en el tercer milenio, la llaga del costado de Jesús de donde brota el agua que es el Espíritu Santo y la sangre que es la redención, sigue siendo para nosotros el signo más claro de la misericordia de Dios, el signo más claro de la voluntad amorosa de Dios que quiere perdonar todos los pecados, por enormes que sean, de aquel que se ha arrepentido.

En efecto, el Jesús de la Divina Misericordia le dijo a Santa Faustina: “Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas. Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi misericordia cuando Mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza. Estos rayos protegen a las almas de la indignación de Mi Padre. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la justa mano de Dios.

“(…) Pide a Mi siervo fiel*13 que en aquel día hable al mundo entero de esta gran misericordia Mía; que quien se acerque ese día a la Fuente de Vida, recibirá el perdón total de las culpas y de las penas. La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia.

“Oh, cuánto Me hiere la desconfianza del alma. Esta alma reconoce que soy santo y justo, y no cree que Yo soy la Misericordia, no confía en Mi bondad. También los demonios admiran Mi justicia, pero no creen en Mi bondad. Mi Corazón se alegra de este título de misericordia. Proclama que la misericordia es el atributo más grande de Dios. Todas las obras de Mis manos están coronadas por la misericordia”*14.

Pidámosle a la Virgen María la gracia de conocer y, sobre todo, confiar en la misericordia de Jesús, Dios y hombre verdadero.


*1- Santa Faustina Kowalska, Diario, nº 299. Los otros siete lugares donde Cristo le manifiesta explícitamente a la Santa que quiere que se instituya la Fiesta de la Divina Misericordia son los siguientes números del Diario: nº 49. 88. 341. 420. 570. 699. 742. Además, en el nº 280 dice la Santa: “Jesús me ordena celebrar la Fiesta de la Divina Misericordia el primer domingo después de la Pascua de Resurrección”. Y en el nº 1073 dice la Santa: “4 IV 1937. Domingo in Albis, es decir, la Fiesta de la Misericordia”. Por lo tanto, sumando todos los párrafos citados, son diez las ocasiones en que Santa Faustina Kowalska expresa la voluntad de Jesús de que se celebre la Fiesta de la Divina Misericordia el domingo siguiente al domingo de Resurrección.
*2- En el año 2002 la Iglesia enriqueció esta fiesta con indulgencias plenarias (Penitenciaría Apostólica, Decreto sobre las indulgencias recibidas en la Fiesta de la Divina Misericordia, Roma, 29 de junio de 2002).
*3- «Facta est Apostolorum Apostola per hoc quod ei committitur ut resurrectionem dominicam discipulis annuntiet» (S. Tomás de Aquino, In loannem Evangelistam Expositio, c. XX, L. III, 6 (Sancti Thomae Aquinatis Comment. in Matthaeum et Ioannem Evangelistas) Ed. Parmens. X, 629; citado por San Juan Pablo II, Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, 1988, nº 16, nota 38.
*4- Concilio II de Constantinopla, Decretos sobre la tradición eclesiástica, año 553, canon 12; Dz.-Sch., 434.
*5- Brown, R., Il Vangelo e le Lettere di Giovanni. Breve Commentario, Editrice Queriniana, Brescia, 1994, p. 140; traducción nuestra.
*6- Brown, R., Il Vangelo..., ibidem.
*7- Brown, R., Il Vangelo..., p. 138-139.
*8- Brown, R., Il Vangelo..., p. 138.
*9- Del verbo emphysáo, ‘soplar’.
*10- Cf. Brown, R., Il Vangelo..., p. 139. En hebreo se usa el verbo naphaj (nun – peh – het), que significa ‘soplar’. De naphaj proviene la palabra néphesh que significa ‘alma’ (= principio de vida). En Gén 9,5 se usa néphesh para el alma del hombre en cuanto principio de vida del cuerpo; ‘yo reclamaré el néphesh ha’adam = el alma del hombre = la vida del hombre’.
En Ez 37,9 Dios le dice al profeta: “Profetiza al Espíritu, profetiza, hijo de hombre. Dirás al Espíritu: ‘Así dice el Señor Yahveh: Ven, Espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan’”. En hebreo, para decir ‘soplar’ se usa el verbo naphaj. Y la versión de la LXX traduce con el verbo emphysáo. Por lo tanto, también este texto de Ezequiel confirma la explicación de Jn 20,22: se trata del Espíritu que, soplado, insuflado o inspirado sobre el hombre, le da nueva vida, lo resucita y lo re-crea.
*11- Concilio de Trento, Doctrina sobre el sacramento de la Penitencia, cap. 1; Dz.-Sch., 1670. Y luego lo vuelve a repetir en forma negativa y anatematizadora: “Si alguno dijere que las palabras del Señor Salvador nuestro: ‘Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonareis los pecados, les son perdonados; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos’ (Jn 20,22-23), no han de entenderse del poder de perdonar y retener los pecados en el Sacramento de la Penitencia, como la Iglesia Católica lo entendió siempre desde el principio, sino que las torciere, contra la institución de este Sacramento, diciendo que se refieren a la autoridad de predicar el Evangelio, sea anatema” (Concilio de Trento, Cánones sobre el sacramento de la penitencia, canon 3; Dz-Sch., 1703; cursiva nuestra).
*12- “Durante su vida Jesús había hablado del agua de la vida que Él iba a dar; y había dicho de sí: ‘De su interior (dal suo intimo) brotarán ríos de agua viva” (Jn 7,38; cf. Jn 4,10). Ahora que ha sido glorificado, elevado sobre la cruz, el agua que brota de Él, mezclada con la sangre de la donación de sí mismo, es verdaderamente el agua de la vida, que trae la salvación al pueblo” (Brown, R., Il Vangelo..., p. 134).
*13- Se refiere al director espiritual de Santa Faustina, el actual Beato Padre Miguel Sopócko, beatificado por Benedicto XVI el 26 de septiembre de 2008.
*14- Santa Faustina Kowalska, Diario, nº 299-301


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Aplicación: San Juan Pablo II - Homilía con motivo de la Canonización de Sor Faustina (Domingo 30 de abril de 2000)

Confitemini Domino quoniam bonus, quoniam in saeculum misericordia eius. "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal. 118, 1). Así canta la Iglesia en la octava de Pascua, casi recogiendo de labios de Cristo estas palabras del Salmo; de labios de Cristo resucitado, que en el Cenáculo da el gran anuncio de la misericordia divina y confía su ministerio a los Apóstoles: "Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. (...) Recibid el Espíritu Santo: a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos." (Jn 20, 21-23)

Antes de pronunciar estas palabras, Jesús muestra sus manos y su costado. Es decir, señala las heridas de la Pasión, sobre todo la herida de su corazón, fuente de la que brota la gran ola de misericordia que se derrama sobre la humanidad. De este corazón sor Faustina Kowalska, la beata que a partir de ahora llamaremos santa, verá salir dos haces de luz que iluminan el mundo: "Estos dos haces -le explicó Jesús mismo- representan la sangre y el agua" (Diario, 299).

1 ¡Sangre y agua! Nuestro pensamiento va al testimonio del evangelista San Juan, quien, cuando un soldado traspasó con su lanza el costado de Cristo en el Calvario, vio salir "sangre y agua" (Jn 19, 34). Y si la sangre evoca el sacrificio de la cruz y el don eucarístico, el agua, en la simbología joánica, no sólo recuerda el bautismo, sino también el don del Espíritu Santo (cf. Jn 3, 5; 4, 14; 7, 37-39).

La misericordia divina llega a los hombres a través del corazón de Cristo crucificado: "(...) Hija mía, di que soy el Amor y la Misericordia Mismos" pedirá Jesús a sor Faustina (Diario, 1074). Cristo derrama esta misericordia sobre la humanidad mediante el envío del Espíritu que, en la Trinidad, es la Persona-Amor. Y ¿acaso no es la misericordia un "segundo nombre" del amor (cf. Dives in misericordia, 7), entendido en su aspecto más profundo y tierno, en su actitud de aliviar cualquier necesidad, sobre todo en su inmensa capacidad de perdón?

Hoy es verdaderamente grande mi alegría al proponer a toda la Iglesia, como don de Dios a nuestro tiempo, la vida y el testimonio de sor Faustina Kowalska. La Divina Providencia unió completamente la vida de esta humilde hija de Polonia a la historia del siglo XX, el siglo que acaba de terminar. En efecto, entre la primera y la segunda guerra mundial, Cristo le confió su mensaje de misericordia. Quienes recuerdan, quienes fueron testigos y participaron en los hechos de aquellos años y en los horribles sufrimientos que produjeron a millones de hombres, saben bien cuán necesario era el mensaje de la misericordia.

Jesús dijo a sor Faustina: "(...) La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia" (Diario, 300). A través de la obra de la religiosa polaca, este mensaje se ha vinculado para siempre al siglo XX, último del segundo milenio y puente hacia el tercero. No es un mensaje nuevo, pero se puede considerar un don de iluminación especial, que nos ayuda a revivir más intensamente el evangelio de la Pascua, para ofrecerlo como un rayo de luz a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

2 ¿Qué nos depararán los próximos años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos saberlo. Sin embargo es cierto que, además de los nuevos progresos, no faltarán, por desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia divina, que el Señor quiso volver a entregar al mundo mediante el carisma de sor Faustina, iluminará el camino de los hombres del tercer milenio.

Pero, como sucedió con los Apóstoles, es necesario que también la humanidad de hoy acoja en el cenáculo de la historia a Cristo resucitado, que muestra las heridas de su crucifixión y repite: "Paz a vosotros". Es preciso que la humanidad se deje penetrar e impregnar por el Espíritu que Cristo resucitado le infunde. El Espíritu sana las heridas de nuestro corazón, derriba las barreras que nos separan de Dios y nos desunen entre nosotros, y nos devuelve la alegría del amor del Padre y la de la unidad fraterna.

3 Así pues, es importante que acojamos íntegramente el mensaje que nos transmite la palabra de Dios en este segundo domingo de Pascua, que a partir de ahora en toda la Iglesia se designará con el nombre de "domingo de la Misericordia Divina". A través de las diversas lecturas, la liturgia parece trazar el camino de la misericordia que, a la vez que reconstruye la relación de cada uno con Dios, suscita también entre los hombres nuevas relaciones de solidaridad fraterna.

Cristo nos enseñó que "el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino que está llamado a "usar misericordia" con los demás: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5, 7)" (Dives in misericordia, 14). Y nos señaló, además, los múltiples caminos de la misericordia, que no sólo perdona los pecados, sino que también sale al encuentro de todas las necesidades de los hombres. Jesús se inclinó sobre todas las miserias humanas, tanto materiales como espirituales. Su mensaje de misericordia sigue llegándonos a través del gesto de sus manos tendidas hacia el hombre que sufre. Así lo vio y lo anunció a los hombres de todos los continentes sor Faustina, que, escondida en su convento de Lagiewniki, en Cracovia, hizo de su existencia un canto a la misericordia: "Misericordias Domini in aeternum cantabo".

4 La canonización de sor Faustina tiene una elocuencia particular: con este acto quiero transmitir hoy este mensaje al nuevo milenio. Lo transmito a todos los hombres para que aprendan a conocer cada vez mejor el verdadero rostro de Dios y el verdadero rostro de los hermanos.

El amor a Dios y el amor a los hermanos son efectivamente inseparables, como nos lo ha recordado la primera carta del apóstol san Juan: "En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos" (1 Jn 5, 2). El Apóstol nos recuerda aquí la verdad del amor, indicándonos que su medida y su criterio radican en la observancia de los mandamientos.

En efecto, no es fácil amar con un amor profundo, constituido por una entrega auténtica de sí. Este amor se aprende sólo en la escuela de Dios, al calor de su caridad. Fijando nuestra mirada en él, sintonizándonos con su corazón de Padre, llegamos a ser capaces de mirar a nuestros hermanos con ojos nuevos, con una actitud de gratuidad y comunión, de generosidad y perdón.

¡Todo esto es misericordia!
En la medida en que la humanidad aprenda el secreto de esta mirada misericordiosa, será posible realizar el cuadro ideal propuesto por la primera lectura: "En el grupo de los creyentes, todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía" (Hch 4, 32). Aquí la misericordia del corazón se convirtió también en estilo de relaciones, en proyecto de comunidad y en comunión de bienes. Aquí florecieron las "obras de la misericordia", espirituales y corporales. Aquí la misericordia se transformó en hacerse concretamente "prójimo" de los hermanos más indigentes.

5 Sor Faustina Kowalska dejó escrito en su Diario: "Experimento un dolor tremendo cuando observo los sufrimientos del prójimo. Todos los dolores del prójimo repercuten en mi corazón; llevo en mi corazón sus angustias, de modo que me destruyen también físicamente. Desearía que todos los dolores recayeran sobre mí, para aliviar al prójimo". ¡Hasta ese punto de comunión lleva el amor cuando se mide según el amor a Dios!

En este amor debe inspirarse la humanidad hoy para afrontar la crisis de sentido, los desafíos de las necesidades más diversas y, sobre todo, la exigencia de salvaguardar la dignidad de toda persona humana. Así el mensaje de la misericordia divina es, implícitamente, también un mensaje sobre el valor de todo hombre. Toda persona es valiosa a los ojos de Dios, Cristo dio su vida por cada uno, y a todos el Padre concede su Espíritu y ofrece el acceso a su intimidad.

6 Este mensaje consolador se dirige sobre todo a quienes, afligidos por una prueba particularmente dura o abrumados por el peso de los pecados cometidos, han perdido la confianza en su vida y han sentido la tentación de caer en la desesperación. A ellos se presenta el rostro dulce de Cristo y hasta ellos llegan los haces de luz que parten de su corazón e iluminan, calientan, señalan el camino e infunden esperanza. ¡A cuántas almas ha consolado ya la invocación "Jesús, en Ti confío" (Diario, 47), que la Providencia sugirió a través de sor Faustina! Este sencillo acto de abandono a Jesús disipa las nubes más densas e introduce un rayo de luz en la vida de cada uno.

7 "Misericordias Domini in aeternum cantabo" (Sal 89,2). A la voz de María santísima, la "Madre de la Misericordia", a la voz de esta nueva santa, que en la Jerusalén celestial canta la misericordia junto con todos los amigos de Dios, unamos también nosotros, Iglesia peregrina, nuestra voz.

Y tú, Faustina, don de Dios a nuestro tiempo, don de la tierra de Polonia a toda la Iglesia, concédenos percibir la profundidad de la Misericordia Divina, ayúdanos a experimentarla en nuestra vida y a testimoniarla a nuestros hermanos. Que tu mensaje de luz y esperanza se difunda por todo el mundo, mueva a los pecadores a la conversión, elimine las rivalidades y los odios, y abra a los hombres y las naciones a la práctica de la fraternidad. Hoy, nosotros, fijando, juntamente contigo, nuestra mirada en el rostro de Cristo resucitado, hacemos nuestra tu oración de abandono confiado y decimos con firme esperanza:
"Cristo, Jesús, en Ti confío".
(San Juan Pablo II, Homilía con motivo de la Canonización de Sor Faustina, Domingo 30 de abril de 2000)

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Aplicación: Sor Ma. Elizbieta Siepak - Santa Faustina Kowalska y la devoción a la Divina Misericordia

La misión de Sor Faustina consiste, en resumen, en recordar una verdad de la fe, conocida desde siempre, pero olvidada, sobre el amor misericordioso de Dios al hombre y en transmitir nuevas formas de culto a la Divina Misericordia, cuya práctica ha de llevar a la renovación religiosa en el espíritu de confianza y misericordia cristianas.

El Diario que Sor Faustina escribió durante los últimos 4 años de su vida por un claro mandato del Señor Jesús, es una forma de memorial, en el que la autora registraba, al corriente y en retrospectiva, sobre todo los “encuentros” de su alma con Dios. Para sacar de estos apuntes la esencia de su misión, fue necesario un análisis científico. El mismo fue hecho por el conocido y destacado teólogo, Padre profesor Ignacy Rózycki. Su extenso análisis fue resumido en la disertación titulada “La Divina Misericordia. Líneas fundamentales de la devoción a la Divina Misericordia.”

 A la luz de este trabajo resulta que todas las publicaciones anteriores a él, dedicadas a la devoción a la Divina Misericordia transmitida por Sor Faustina, contienen solamente algunos elementos de esta devoción, acentuando a veces cuestiones sin importancia para ella. Por ejemplo, destacan la letanía o la novena, haciendo caso omiso a la Hora de la Misericordia. El mismo Padre Rózycki hace referencia a ese aspecto diciendo: “Antes de conocer las formas concretas de la devoción a la Divina Misericordia, cabe decir que no figuran entre ellas las conocidas y populares novenas ni letanías.”

La base para distinguir éstas y no otras oraciones o prácticas religiosas como nuevas formas de culto a la Divina Misericordia, lo son las concretas promesas que el Señor Jesús prometió cumplir bajo la condición de confiar en la bondad de Dios y practicar misericordia para con el prójimo. El Padre Rózycki distingue cinco formas de la devoción a la Divina Misericordia.

a. La imagen de Jesús Misericordioso. El esbozo de la imagen le fue revelado a Sor Faustina en la visión del 22 de febrero de 1931 en su celda del convento de Plock. “Al anochecer, estando yo en mi celda – escribe en el Diario – ví al Señor Jesús vestido con una túnica blanca. Tenía una mano levantada para bendecir y con la otra tocaba la túnica sobre el pecho. De la abertura de la túnica en el pecho, salían dos grandes rayos: uno rojo y otro pálido. ( …) Después de un momento, Jesús me dijo: Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: Jesús, en Ti confío (Diario 47). Quiero que esta imagen (…) sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia” Diario, 49).

El contenido de la imagen se relaciona, pues, muy estrechamente con la liturgia de ese domingo. Ese día la Iglesia lee el Evangelio según San Juan sobre la aparición de Cristo resucitado en el Cenáculo y la institución del sacramento de la penitencia (Jn 20, 19-29). Así, la imagen presenta al Salvador resucitado que trae la paz a la humanidad por medio del perdón de los pecados, a precio de su Pasión y muerte en la cruz. Los rayos de la Sangre y del Agua que brotan del Corazón (invisible en la imagen) traspasado por la lanza y las señales de los clavos, evocan los acontecimientos del Viernes Santo (Jn 19, 17-18, 33-37). Así pues, la imagen de Jesús Misericordioso une en sí estos dos actos evangélicos que hablan con la mayor claridad del amor de Dios al hombre.

Los elementos más característicos de esta imagen de Cristo son los rayos. El Señor Jesús, preguntado por lo que significaban, explicó: “El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas (….). Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos” (Diario, 299). Purifican el alma los sacramentos del bautismo y de la penitencia, mientras que la alimenta plenamente la Eucaristía. Entonces, ambos rayos significan los sacramentos y todas las gracias del Espíritu Santo cuyo símbolo bíblico es el agua y también la nueva alianza de Dios con el hombre contraída en la Sangre de Cristo.

A la imagen de Jesús Misericordioso se le da con frecuencia el nombre de imagen de la divina Misericordia. Es justo porque la Misericordia de Dios hacia el hombre se reveló con la mayor plenitud en el misterio pascual de Cristo.

La imagen no presenta solamente la Misericordia de Dios, sino que también es una señal que ha de recordar el deber cristiano de confiar en Dios y amar activamente al prójimo. En la parte de abajo – según la voluntad de Cristo – figura la firma: “Jesús, en Ti confío”. “Esta imagen ha de recordar las exigencias de Mi misericordia, porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil” (Diario, 742).

Así comprendido el culto a la imagen, a saber, la actitud cristiana de confianza y misericordia, vinculó el Señor Jesús promesas especiales de: la salvación eterna, grandes progresos en el camino hacia la perfección cristiana, la gracia de una muerte feliz, y todas las demás gracias que le fueren pedidas con confianza. “Por medio de esta imagen colmare a las almas con muchas gracias. Por eso quiero, que cada alma tenga acceso a ella” (Diario, 570).

b. La Fiesta de la Misericordia. De entre todas las formas de la devoción a la Divina Misericordia reveladas por Sor Faustina, ésta es la que tiene mayor importancia. El Señor Jesús habló por primera vez del establecimiento de esta Fiesta en Plock en 1931, cuando comunicó a Sor Faustina su deseo de que pintara la imagen: “Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia” (Diario, 49).

La elección del primer domingo después de la Pascua de Resurrección para la Fiesta de la Misericordia, tiene su profundo sentido teológico e indica una estrecha relación entre el misterio pascual de redención y el misterio de la Divina Misericordia. Esta relación se ve subrayada aún más por la novena de coronillas a la Divina Misericordia que antecede la Fiesta y que empieza el Viernes Santo.

La fiesta no es solamente un día de adoración especial de Dios en el misterio de la misericordia, sino también el tiempo en que Dios colma de gracias a todas las personas. “Deseo – dijo el Señor Jesús – que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores (Diario, 699). Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de Mi Misericordia. Si no adoran Mi misericordia morirán para siempre” (Diario, 965).

Las promesas extraordinarias que el Señor Jesús vinculo a la Fiesta demuestran la grandeza de la misma. “Quien se acerque ese día a la Fuente de Vida – dijo Cristo – recibirá el perdón total de las culpas y de las penas” (Diario, 300). “Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre aquellas almas que se acercan al manantial de Mi misericordia; (….) que ningún alma tenga miedo de acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata” (Diario, 699).

Para poder recibir estos grandes dones hay que cumplir las condiciones de la devoción a la Divina Misericordia (confiar en la bondad de Dios y amar activamente al prójimo), estar en el estado de gracia santificante (después de confesarse) y recibir dignamente la Santa Comunión. “No encontrará alma ninguna la justificación – explicó Jesús – hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia y por eso el primer domingo después de la Pascua ha de ser la Fiesta de la Misericordia. Ese día los sacerdotes deben hablar a las almas sobre Mi misericordia infinita” (Diario, 570).

c. La coronilla a la Divina Misericordia. El Señor Jesús dictó esta oración a Sor Faustina entre el 13 y el 14 de septiembre de 1935 en Vilna, como una oración para aplacar la ira divina (vea el Diario, 474 – 476).

Las personas que rezan esta coronilla ofrecen a Dios Padre “el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad” de Jesucristo como propiciación de sus pecados, los pecados de sus familiares y los del mundo entero. Al unirse al sacrificio de Jesús, apelan a este amor con el que Dios Padre ama a Su Hijo y en El a todas las personas.

En esta oración piden también “misericordia para nosotros y el mundo entero” haciendo, de este modo, un acto de misericordia. Agregando a ello una actitud de confianza y cumpliendo las condiciones que deben caracterizar cada oración buena (la humildad, la perseverancia, la sumisión a la voluntad de Dios), los fieles pueden esperar el cumplimiento de las promesas de Cristo que se refieren especialmente a la hora de la muerte: la gracia de la conversión y una muerte serena.

Gozarán de estas gracias no solo las personas que recen esta coronilla, sino también los moribundos por cuya intención la recen otras personas. “Cuando la coronilla es rezada junto al agonizante – dijo el Señor Jesús – se aplaca la ira divina y la insondable misericordia envuelve al alma” (Diario, 811). La promesa general es la siguiente: “Quienes recen esta coronilla, me complazco en darles todo lo que me pidan (Diario, 1541, (…….) si lo que me pidan esté conforme con Mi voluntad” (Diario, 1731). Todo lo que es contrario a la voluntad de Dios no es bueno para el hombre, particularmente para su felicidad eterna.

“Por el rezo de esta coronilla – dijo Jesús en otra ocasión – Me acercas la humanidad (Diario, 929). A las almas que recen esta coronilla, Mi misericordia las envolverá ( …….) de vida y especialmente a la hora de la muerte” (Diario, 754).

d. La Hora de la Misericordia. En octubre de 1937, en unas circunstancias poco aclaradas por Sor Faustina, el Señor Jesús encomendó adorar la hora de su muerte: “Cuantas veces oigas el reloj dando las tres, sumérgete en Mi misericordia, adorándola y glorificándola; suplica su omnipotencia para el mundo entero y, especialmente, para los pobres pecadores, ya que en ese momento, se abrió de par en par para cada alma” (Diario, 1572).

El Señor Jesús definió bastante claramente los propios modos de orar de esta forma de culto a la Divina Misericordia. “En esa hora – dijo a Sor Faustina – procura rezar el Vía Crucis, en cuanto te lo permitan tus deberes; y si no puedes rezar el Vía Crucis, por lo menos entra un momento en la capilla y adora en el Santísimo Sacramento a Mi Corazón que está lleno de misericordia. Y si no puedes entrar en la capilla, sumérgete en oración allí donde estés, aunque sea por un brevísimo instante” (Diario, 1572).

El Padre Rózycki habla de tres condiciones para que sean escuchadas las oraciones de esa hora:

1. La oración ha de ser dirigida a Jesús.
2. Ha de ser rezada a las tres de la tarde.
3. Ha de apelar a los valores y méritos de la Pasión del Señor.

“En esa hora – prometió Jesús – puedes obtener todo lo que pidas para ti o para los demás. En esa hora se estableció la gracia para el mundo entero: la misericordia triunfó sobre la justicia” (Diario, 1572).

e. La propagación de la devoción a la Divina Misericordia. Entre las formas de devoción a la Divina Misericordia, el Padre Rózycki distingue además la propagación de la devoción a la Divina Misericordia, porque con ella también se relacionan algunas promesas de Cristo. “A las almas que propagan la devoción a Mi misericordia, las protejo durante toda su vida como una madre cariñosa a su niño recién nacido y a la hora de la muerte no seré para ellas el Juez, sino el Salvador Misericordioso” (Diario, 1075).

La esencia del culto a la Divina Misericordia consiste en la actitud de confianza hacia Dios y la caridad hacia el prójimo. El Señor Jesús exige que “sus criaturas confíen en El” (Diario, 1059) y hagan obras de misericordia: a través de sus actos, sus palabras y su oración. “Debes mostrar misericordia al prójimo siempre y en todas partes. No puedes dejar de hacerlo, ni excusarte, ni justificarte” (Diario, 742). Cristo desea que sus devotos hagan al día por lo menos un acto de amor hacia el prójimo.

La propagación de la devoción a la Divina Misericordia no requiere necesariamente muchas palabras pero sí, siempre, una actitud cristiana de fe, de confianza en Dios, y el propósito de ser cada vez más misericordioso. Un ejemplo de tal apostolado lo dio Sor Faustina durante toda su vida.

f. El culto a la Divina Misericordia tiene como fin renovar la vida religiosa en la Iglesia en el espíritu de confianza cristiana y misericordia. En este contexto hay que leer la idea de “la nueva Congregación” que encontramos en las páginas del Diario. En la mente de la propia Sor Faustina este deseo de Cristo maduró poco a poco, teniendo cierta evolución: de la orden estrictamente contemplativa al movimiento formado también por Congregaciones activas, masculinas y femeninas, así como por un amplio círculo de laicos en el mundo.

Esta gran comunidad multinacional de personas constituye una sola familia unida por Dios en el misterio de su misericordia, por el deseo de reflejar este atributo de Dios en sus propios corazones y en sus obras y de reflejar su gloria en todas las almas. Es una comunidad de personas de diferentes estados y vocaciones que viven en el espíritu evangélico de confianza y misericordia, profesan y propagan con sus vidas y sus palabras el inabarcable misterio de la Divina Misericordia e imploran la Divina Misericordia para el mundo entero.

La misión de Sor Faustina tiene su profunda justificación en la Sagrada Escritura y en algunos documentos de la Iglesia. Corresponde plenamente a la encíclica Dives in misericordia del Santo Padre Juan Pablo II.

¡Para mayor gloria de la Divina Misericordia!¿
(Sor Ma. Elizbieta Siepak, de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, Cracovia – Lagiewniki)
(Santa María Faustina Kowalska, Diario de la Divina Misericordia en mi alma, Editorial de los Padres Marianos de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen Maria, Edición cuarta autorizada, Stockbridge, Massachussets, 2001, tomado de la Introducción)


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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Paz, perdón y fe, Jn 20, 19-31

Podemos considerar tres temas en el evangelio:
1. Jesús es nuestra paz.

2. Jesús trasmite el poder de perdonar los pecados.

3. La fe.

Jesús es nuestra paz

Tres veces en el evangelio Jesús les da la paz a los apóstoles.
Los apóstoles tenían miedo. El miedo es la pasión que nace ante un peligro presente. Los apóstoles tenían miedo de morir en manos de los judíos, por eso están encerrados en el Cenáculo.

Jesús se aparece ante ellos y les muestra las señales de su pasión ahora transfiguradas. Ellos se alegran de verlo resucitado y pierden el miedo. El Maestro ha vencido la muerte, es decir, tiene poder sobre la vida y la muerte. Los puede librar de la muerte o los puede hacer resucitar. Desaparece el miedo que conturbaba sus corazones y vuelve la paz. Jesús resucitado tiene oficio de consolador y de pacificador. Se alegraron al verlo y pasaron de su estado de tristeza y desesperanza a un estado de alegría y esperanza. De la desolación a la consolación.

Sólo se alegra con una alegría verdadera el alma que está en paz.

Jesús con su presencia ordena sus pasiones y les da el poder de dar la paz.

La paz sólo nace de una conciencia tranquila.

Han recibido la paz y les da el poder de perdonar los pecados, es decir, de tranquilizar las conciencias para que tengan paz.

Jesús trasmite el poder de perdonar los pecados

Los apóstoles y sus sucesores tienen el poder de perdonar los pecados.

Los sacerdotes son los portadores de la misericordia de Dios.
La misericordia de Dios es infinita y quiere llegar a los hombres directamente. Cada uno conoce las manifestaciones de la misericordia de Dios en su vida. Pero, también, quiere derramarse en los hombres a través del sacramento de la penitencia y quiere darla por medio de los sacerdotes.

La misericordia de Dios se manifiesta en el evangelio sobre todo en las parábolas de la oveja perdida, de la dracma perdida y del hijo pródigo.

Dios siempre perdona cuando estamos arrepentidos y quiere que confiemos en su misericordia por más extraviados que andemos.

Hoy celebramos el día de la misericordia pero la misericordia de Dios tenemos que celebrarla todos los días porque todos los días el Señor derrama en nuestra vida su misericordia.

Muchas veces creemos que la misericordia de Dios obra  negativamente, p. ej. perdonando los pecados pero también obra positivamente dándonos fuerzas para no caer en el pecado.

Respecto del día de hoy:

El Señor Jesús habló por primera vez del establecimiento de esta Fiesta en Plock en 1931, cuando comunicó a Sor Faustina su deseo de que pintara la imagen:

“Deseo que haya una Fiesta de la Misericordia. Quiero que esta imagen que pintarás con el pincel sea bendecida con solemnidad el primer domingo después de la Pascua de Resurrección; ese domingo debe ser la Fiesta de la Misericordia” (Diario, 49).

La fiesta no es solamente un día de adoración especial de Dios en el misterio de la misericordia, sino también el tiempo en que Dios colma de gracias a todas las personas.

“Deseo – dijo el Señor Jesús – que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores (Diario, 699). Las almas mueren a pesar de Mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de Mi Misericordia. Si no adoran Mi misericordia morirán para siempre” (Diario, 965).

Las promesas extraordinarias que el Señor Jesús vinculo a la Fiesta demuestran la grandeza de la misma.

“Quien se acerque ese día a la Fuente de Vida – dijo Cristo – recibirá el perdón total de las culpas y de las penas” (Diario, 300). “Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre aquellas almas que se acercan al manantial de Mi misericordia; (…) que ningún alma tenga miedo de acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata” (Diario, 699).

La fe

Jesús se apareció estando Tomás presente y le hizo meter los dedos en los agujeros de sus clavos y su mano en el costado abierto. ¡Qué paciencia la del Señor! Y le dijo: “no seas incrédulo sino creyente”. Tomás confesó: ¡Señor mío y Dios mío! La confesión de Tomás es muy importante para nosotros porque Tomás “tocó a un hombre y conoció a Dios—comenta San Agustín—, palpó la carne y creyó en el Verbo”. Una cosa vio, y otra creyó. Y gracias a Tomás tenemos una confesión de la divinidad de Cristo muy importante.

Luego Jesús dijo: “porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído”. Y con esto nos felicita a nosotros que no hemos visto a Cristo resucitado pero creemos en Él. Creemos en Él por otros ojos que han visto: los ojos de los apóstoles. Nosotros creemos a los testigos. Y son una multitud. Los testigos que vieron, tocaron y oyeron: Los doce apóstoles. Pero también creemos a los testigos que a lo largo de la historia dieron su vida por creer en Cristo.

Hay una definición de la fe que es muy ilustrativa al respecto: “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven”*1.

La fe es la garantía de lo que se espera. Es como el anticipo, el germen de lo que esperamos. El que vive en la fe vive ya el cielo, vive en Dios.

La fe es la prueba de las realidades que no se ven. Qué debo responder al que me pregunta: ¿por qué Cristo está bajo las apariencias de pan o por qué creo en la resurrección o en el cielo? Por la fe. ¿La fe en quién? En los testigos de lo que no veo. El principal testigo es Dios que no puede mentir. Él me ha revelado cosas que yo no veo, cosas que espero. Pero además como antes dijimos un montón de testigos que también me hablan de esas cosas y que han vivido de la fe. “Mi justo vivirá por la fe”*2.

Y en la lectura de la primera carta de San Juan leemos dos afirmaciones muy importantes sobre la fe:
“La victoria sobre el mundo es nuestra fe”*3.
“¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?”*4.

*1- Hb 11, 1
*2- Hb 10, 38
*3- 1 Jn 5, 4
*4- 1 Jn 5, 5

(cortesía: iveargentina.org)

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