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Jueves Santo: Comentarios de Sabios y Santos II - preparemos con ellos la acogida la Palabra de Dios

 

Recursos adicionales para la preparación

 

 

A su disposición

Exégesis: Manuel de Tuya - El lavatorio de los pies

Comentario Teológico: P. José A. Marcone, I.V.E. - Los amó hasta el fin (Jn 13,1)

Santos Padres: San Agustín - La Cena del Señor

Aplicación: P. Alfredo Sáenz,S.J. - Oblación del Señor

Aplicación: San Juan Pablo II - "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer" (Lc 22, 15).

Aplicación: San Juan Pablo II - Subamos con Jesús

Aplicación: SS. Benedicto XVI - Habiendo amado a los suyos

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El servicio como mandamiento principal



 

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

Comentarios a Las Lecturas del Domingo




Exégesis: Manuel de Tuya - El lavatorio de los pies

El capítulo 13 de Jn narra las palabras de Cristo en el cenáculo. Aunque Jn
omite el relato de la institución eucarística, probablemente porque a la
hora de la composición de su evangelio ya era de todos conocida, por vivida
en la fractio panis, pone, en cambio, una serie de discursos de Cristo, que
ocupan los capítulos 13-17, de gran importancia dogmática.

Estudios recientes sugieren una nueva explicación. Parte del
evangelio de Jn tendría por trasfondo esquemático una haggadah pascual del
libro de la Sabiduría. Por eso, el relato de la institución eucarística,
aunque perteneciente al “bloque literario” de la pasión, se omitiría aquí
por haberse desarrollado su contenido doctrinal en la exposición del “Pan de
vida,” conforme a este esquema temático.

“Prólogo” teológico introductorio a la pasión, 13:1-3.

Jn, antes de narrar la humillación de Cristo en su pasión y
muerte, antepone un pequeño “prólogo” en el que destaca la grandeza de
Cristo; cómo él es el único consciente de todos los pasos que da; cómo va
libremente a la muerte; cómo tiene el dominio sobre todas las cosas y cómo,
por amor a Dios y a los seres humanos, “salió” de Dios y “vuelve” así,
triunfalmente por su muerte redentora, a Dios.

Es característico de Jn el anteponer estos prólogos a
determinados acontecimientos de Cristo para dar el profundo significado de
ellos (Godet). Tal es la grandeza divina que Juan quiere destacar en Cristo.

1 Antes de la fiesta de la Pascua, viendo Jesús que llegaba su hora de pasar
de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo,
al fin extremadamente los amó. 2 Y comenzada la cena, como el diablo hubiese
ya puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de
entregarle; 3 con saber que el Padre había puesto en sus manos todas las
cosas y que había salido de Dios y a El se volvía...

Probablemente evocada por la Pascua y basada en un juego de palabras, está
construida la frase introductoria: “Viendo Jesús que llegaba su hora de
pasar de este mundo al Padre” (Jua_5:24; Jua_7:3.14), precisamente “pascua”
(pesah) significa tránsito o paso (Exo_12:11). Como, indudablemente, esta
cena es la pascual, esta afirmación del cuarto evangelio crea una de las
dificultades clásicas de la cronología de los evangelios, ya que resulta que
Cristo celebraría la cena pascual con sus discípulos, no en la tarde del 15
de Nisán, la Pascua, sino el 14 de dicho mes: el día “antes” (v.l). Pero el
estudio de esta dificultad se hará al final de este capítulo.

Judas asiste a esta “cena”. El término griego usado
indica la comida principal, hecha preferentemente hacia la noche.
Precisamente la cena pascual comenzaba después de ponerse el sol del 14 del
mes de Nisán, según el cómputo del día judío (Mat_26:20 par.). Por eso,
cuando poco después Judas sale de allí, “era de noche” (v.20).

Judas tiene ya tramada la entrega y está comprometido en la pasión de
Cristo. Con el cinismo del disimulo, para mejor lograr su objetivo, asiste a
esta cena pascual; Jn dirá que el “diablo había puesto ya en el corazón de
Judas el propósito de entregarle.” Al vincular esta obra al “diablo” no
pretende el evangelista hacer una exclusiva referencia literaria
personificada en Satán. Para Jn, la pasión es un terrible drama entre el
reino de Satán, las fuerzas del mal, y Cristo, con su reino de Luz. Los
seres humanos son los instrumentos de ese mundo satánico (Jn.6:70-71; 8:44;
12:31; 13:27; 16:11; Rev_12:4.17; Rev_13:2; cf. Luc_22:3; 1Co_2:8). Pero
toda esta triple conjura, satánica, sanedrítica y de Judas, contra Cristo no
era oculta para El. Es lo que el evangelista se complace en destacar y
anteponer a esta tremenda tragedia.

Y “sabe que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas,” que es el
poder conferido a su humanidad sobre todo lo creado, por razón de su unión
hipostática, ya que la frase no puede entenderse de la divinidad: poner en
sus manos todas las cosas no es darle el “poder” de la divinidad, sino
“poder” sobre todas las cosas (Jua_3:35; Jua_17:2). Si todas las cosas están
en sus manos, también lo está Judas. Y si El no lo permitiese, ni el traidor
podría entregarle. El libremente (Jua_10:18) permite que el traidor le
entregue, para así cumplir los planes del Padre. Porque “sabe” que
precisamente llegó “su hora,” la hora que tanto deseó y a la que amoldó sus
planes (Jua_7:6; Jua_12:23).

“Sabe” también, como se complace en destacarlo el evangelista,
que “salió de Dios y a El se volvía.” Esta expresión alude, no a la
generación eterna, sino a que “salió” del Padre por la encarnación y volvía,
por la muerte y resurrección, al Padre, para ser glorificado con la “gloria
que tuve cerca de ti antes de que el mundo existiese” (Jua_17:5-24).

Además, la obra que va a realizar en esta “hora” es una
manifestación también de amor insospechado a los seres humanos. Su obra de
“encarnación” y de enseñanza fue obra de amor. Pero ahora dice el
evangelista que, “como hubiese amado a los suyos, que estaban en el mundo,
al fin los amó hasta el summum” (v.1b).

Los “suyos,” contrapuestos al mundo en este contexto, no pueden
ser los judíos (Jn 1:Jua_10:11), ni acaso sean solamente todos los
cristianos de entonces (Jua_6:37.39).

Valorados en este contexto literario del cenáculo, se debe
referir a los apóstoles (Jua_17:6-9). En todo caso, el evangelista no quiere
decir que la obra redentora de Cristo afecte sólo a los apóstoles: los que
ahora se consideran en su “prólogo.” Poco antes se expuso la doctrina en la
que se habla de la muerte redentora de Cristo (Jua_10:15), que abarca
también a todos los que no son del redil de Israel, es decir, los gentiles
(Jua_10:16).

El evangelista hace ver cómo la muerte de Cristo es una prueba
de su amor desbordado por los hombres. “Los amó hasta el summum”. La palabra griega usada lo mismo puede tener un sentido temporal, v.gr.,
hasta el fin de algo (Mat_10:22), que un valor cualitativo de perfección
(1Te_2:16). Con ambos sentidos aparece la palabra hebrea lanetsah, que
también con ambos sentidos se encuentra en las traducciones griegas. Si
preferentemente aquí tiene el segundo, también puede decirse que “aquí
contiene los dos sentidos a la vez”, ya que la prueba suprema de este amor
extremado la da precisamente con la realización de su pasión y su muerte.


El lavatorio de los pies, 1Te_13:4-20.

4 Se levantó de la mesa, se quitó los vestidos y, tomando una toalla, se la
ciñó; 5 luego echó agua en la jofaina y comenzó a lavar los pies de los
discípulos y a enjugárselos con la toalla que tenía ceñida. 6 Llegó, pues, a
Simón Pedro, que le dijo: Señor, ¿tú lavarme a mí los pies? 7 Respondió
Jesús y le dijo: Lo que Yo hago, tú no lo sabes ahora; lo sabrás después. 8
Di jo le Pedro: Jamás me lavarás tú los pies. Le contestó Jesús: Si no te
los lavare, no tendrás parte conmigo. 9 Simón Pedro le dijo: Señor, entonces
no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. 10 Jesús le dijo: El
que se ha bañado no necesita lavarse, está todo limpio; y vosotros estáis
limpios, pero no todos. '' Porque sabía quién había de entregarle, y por eso
dijo: No todos estáis limpios. 12 Cuando les hubo lavado los pies, y tomado
sus vestidos, y puéstose de nuevo a la mesa, les dijo: ¿Entendéis lo que he
hecho con vosotros? 13 Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien,
porque de verdad lo soy. 14 Si Yo, pues, os he lavado los pies, siendo
vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a
otros. 15 Porque yo os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también
como Yo he hecho.

Sólo Jn relata esta escena. Y la introduce de una manera súbita. Dice que
tiene lugar “mientras” cenaban, según la lectura mejor sostenida.

Cristo, para ello, se levantó del triclinio en que estaba
“reclinado”, y se quitó las “vestiduras”.
Esta palabra significa, en general, vestido, y preferentemente manto. Pero
no deja de extrañar la forma plural en que aquí está puesta. Acaso sea un
modismo. También “parece designar vagamente los vestidos de calle, en
oposición al vestido de los servidores reducido a lo estrictamente
necesario”. Luego toma una toalla de “lino,” lo suficientemente larga que
permitía “ceñirse”  con ella. Suetonio cuenta de Calígula que se
hizo asistir en la cena “ceñidos con un lienzo”. Después “echó agua en una
jofaina,” y comenzó a lavar los pies a los apóstoles, y a secárselos con el
lienzo con que se había ceñido. Esta jofaina citada  era la
denominación ordinaria para usos domésticos, si no es que el evangelista
quiere denominar con ella la jofaina propia para lavar los
pies a los huéspedes. La toalla con que se los seca era del ajuar que allí
había para el servicio.

Cristo aparece así con vestidos y en función de esclavo
(Gen_18:4; 1Sa_25:41). Nunca como aquí Cristo, en expresión de San Pablo,
“tomó la forma de esclavo” (Flp_2:7). Los apóstoles, “reclinados” en los
lechos del triclinio, tenían los pies, vueltos hacia atrás, muy cerca del
suelo. La ronda de humildad de Cristo va a comenzar. Acaso ellos, presa de
sorpresa, se sentaron en los lechos, en dirección de sus pies, por donde
Cristo iba.

El evangelista esquematiza el relato y lo centra en la figura de
Pedro, aparte del prestigio de éste a la hora de la composición de su
evangelio, porque la escena con él fue la más destacada y la que prestaba
una oportunidad anecdótica para hacer la enseñanza que se proponía.

“¡Tú a mí!” Estos dos pronombres acusan bien la actitud de
Pedro. El, que había visto tantas veces la grandeza de Cristo (Mat_16:16;
Luc_5:8, etc.), no resistía ahora verle a sus pies para lavarle el sudor de
los mismos. Se negó rotundamente. Pero en aquella actitud de Pedro, aunque
de vehemente amor, había algo humano censurable. Y hacía falta que Cristo le
“lavase,” le enseñase algo.

Pedro necesitaba someterse en todo a Cristo, lo que era
someterse al plan del Padre.

Esto que Cristo exige — lavar los pies — era algo misterioso,
pues su hondo sentido sólo lo comprendería “después.” Como del Señor no se
registra una explicación precisa en el cenáculo, se refiere a la gran
iluminación de Pentecostés, en que el Espíritu les llevaría “hacia la verdad
completa,” y con esas luces relatan, varias veces, haber reconocido,
comprendido hechos y enseñanzas de Cristo después de esta gran iluminación.

Pero aquella terquedad de Pedro lleva una seria amenaza. Si
Cristo no le lava, “no tendrás parte conmigo”: era la “excomunión.” La frase
significa o “no ser de su partido” o no “compartir una misma suerte”. Mas
“para quien ama a Cristo esta frase es irresistible”. Los Padres
frecuentemente comentaron este pasaje “evocando” en él una tipificación de
lo que ha de ser el cristiano por razón de su agua bautismal. Con esta
palabra o con compuestos o formas fundamentales del verbo aquí usado
 aparece expresado el bautismo en 1Co_6:11; Efe_5:26; Tít 3:5; Heb_10:22). Y Pedro, con la vehemencia y extremismos de su carácter, se ofreció a que le lavase no sólo los “pies,” sino también “las manos y la cabeza.” Pero no hacía falta esto. Aquello era un rito misterioso y no necesitaban una “purificación” fundamental, pues todos estaban limpios, juego de palabras que expresa a un tiempo la limpieza física y moral. Pero Cristo destaca ya la primera denuncia velada de Judas; éste no estaba puro.

Después que Cristo terminó su ronda de limpieza, más de almas
que de pies, pues aquello era una enseñanza, dejó su aspecto de esclavo y,
tomando sus vestidos, se reclinó en el triclinio entre ellos.

Veladamente les va a hablar de lo que hizo, pues sólo lo podrán
comprender “después” de Pentecostés. Les dice que ellos le llaman “el
Maestro” y “el Señor,” y lo es. Si el artículo lo contrapone a ellos, el
intento del evangelista debe de ir más lejos. Cristo es el Maestro y el
Señor de todos. Así su lección es universal.

“El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado mayor que el
que le envía.” Así ellos ante él.

Por tanto, que copien la lección. ¿Cuál? “Yo os he dado ejemplo,
para que vosotros hagáis también lo que yo he hecho” (v.15): “habéis de
lavaros los pies unos a otros” (v.14b). Pero, como comentario, añade una
palabras que orientan ya, filológicamente, al verdadero intento de Cristo.
“Si comprendéis estas cosas (ta?ta ), seréis dichosos si las practicáis.
Más abajo se expone el sentido de este “rito.”

(...)

Sentido de este rito del lavatorio de los pies en el intento de Cristo.

No tiene valor de sacramento. — Parecería, sin más, el que pudiera serlo,
pues reúne las características sacramentales: es instituido por Cristo; es
rito sensible; tiene carácter de perpetuidad (v.14); y parecería conferir
gracia, ya que sin él “no tendrás parte conmigo,” se le dijo a Pedro; para
recibirlo hace falta “pureza” (v.10); y al mismo tiempo entraña un sentido
arcano: su sentido lo sabrán “después.” Pero la razón definitiva en contra
es que la Iglesia sólo reconoce siete sacramentos. Sólo en algunas iglesias
de las Galias y Milán se practicó, como un rito complementario
postbautismal.

No tiene valor de sacramental. — Ni tampoco tuvo nunca este
valor. Sólo se ha conservado como una acción paralitúrgica del Jueves Santo,
que recuerde, al realizarlo plásticamente, el ejemplo del Señor. Así lo
mandaba ya en 694 el concilio de Toledo. Y se buscaba además, al imitar este
ejemplo de Cristo, hacer ver que el que tiene autoridad y mando debe
comportarse como un servidor.

Sentido de este “rito de Cristo.” — Descartados los aspectos
negativos de su interpretación, su sentido es el siguiente:

1) En la narración hay ya un indicio de que no se trata de repetir el rito
en su materialidad. Se dice: “Si comprendéis estas cosas (ta?ta ) seréis
bienaventurados si las hacéis”.

La forma plural en que se alude a lo que acaba de hacer parece
referirse a posibles realizaciones distintas que habrán de practicar. Si
sólo se refiriese al “ejemplo” que acababa de darles, se imponía la forma
singular, “Es un índice significativo de que lo que Jesús ha hecho no es más
que un ejemplo entre muchos.”

2) El ejemplo de Cristo. Serán bienaventurados si aprenden esto: que “no es
el siervo mayor que su señor.” Y lo que hizo Cristo fue darles un ejemplo de
humildad por caridad. Esto es lo que ellos han de practicar: la humildad por
caridad. Es lo que les dirá muy pronto como un precepto nuevo: “que os améis
los unos a los otros.” Lo que se dice así en enseñanza “sapiencial” es lo
que, con el lavatorio de pies, les enseñó con una “parábola en acción.” Los
apóstoles retendrán el espíritu de esta acción concreta, practicándolo con
otras obras cuando la necesidad lo reclame.

3) Esto mismo confirma el pasaje que Lc (Isa_22:24-27) inserta en el relato
de la cena. Hubo rivalidad por los primeros puestos en el reino entre los
apóstoles. Y Cristo les da allí una enseñanza “sapiencial” de contenido
equivalente a ésta: “el mayor entre vosotros será como el menor, y el que
manda, como el que sirve. Porque ¿quién es mayor, el que está sentado a la
mesa o el que sirve? ¿No es el que está sentado? Pues Yo estoy en medio de
vosotros como quien sirve.”

A esta enseñanza “sapiencial” responde Cristo con la “parábola
en acción” del lavatorio de los pies, para enseñarles la necesidad de la
humildad por caridad.
(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia   Comentada, BAC, Madrid, Tomo Vb, 1977)



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Comentario Teológico: P. José A. Marcone, I.V.E. - Los amó hasta el fin (Jn 13,1)


Los amó eis télos

En uno de los momentos más altos del NT, en la apertura de la
narración de la Pasión en el Evangelio de San Juan, Jesús dijo: “Antes de la
fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de
este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el extremo” (Jn 13,1).

Para decir que los amó hasta el extremo, San Juan usa, en
griego, una expresión particular: eis télos. La palabra télos es la palabra
que se usa para expresar la perfección. Por eso las distintas maneras que
las Biblias traducen esta palabra son: fin, extremo, consumación.

En Sant 3,2: se habla del varón perfecto, y para decir perfecto
se usa téleios.


La perfección es la muerte en cruz

¿Cuál es esa perfección? Queda claro en el mismo San Juan, cap. 19. Estando
clavado en la cruz: “sabiendo que todo estaba cumplido, perfecto (telos)”
(Jn 19,28); “para que se cumplieran (télos) las Escrituras” (Jn 19,28);
“dijo: todo está consumado, perfecto (télos)”; “y diciendo esto, murió
(entregó el espíritu)”. Por lo tanto, la perfección del amor de Cristo está
en su muerte. “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo” (Jn
19,30)


Y también la Eucaristía

¿Pero por qué San Juan dice que los amó hasta el extremo (hasta el extremo
de la muerte) dentro de la última cena? Porque dentro de la última cena
Jesucristo adelantó su muerte ofreciendo el sacrificio de su cuerpo y de su
sangre, la Eucaristía, la Misa.


La Eucaristía es su sacrificio

Y queda clarísimo que se trata de su muerte y de su sacrificio, porque
consagra por separado el pan y el vino, su cuerpo y su sangre. Podría haber
bastado para dejarnos a Jesucristo todo entero con haber consagrado sólo el
pan. Pero no: quiso hacerlo con el pan y con el vino. Porque de esa manera
se representa de manera perfecta el sacrificio total: cuerpo por un lado y
sangre por el otro son el signo del sacrificio de Cristo; cuerpo entregado y
sangre derramada. Por lo tanto ese “los amó eis telos”, los amó hasta el
extremo, los amó hasta la consumación, los amó hasta la suprema perfección,
se refiere ciertamente al sacramento de la Eucaristía, sacrificio de Cristo,
la muerte de Cristo adelantada.

San Pablo y la Iglesia celebran el sacrificio eucarístico

Parecería que ese eis télos no podría ir más lejos, parecería
que no podría haber ya una mayor perfección del amor: su muerte real en el
Calvario y su sacrificio eucarístico. Sin embargo, San Pablo nos cuenta,
varios años después que Jesús subió al cielo, que él también celebraba la
muerte del Señor consagrando el pan y el vino. Dice en 1Cor 11: “Porque yo
recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en
que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo:
«Este es mi cuerpo que se da por vosotros; (…) haced esto en memoria mía.»
Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva
Alianza en mi sangre. (…) Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en memoria
mía.» Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la
muerte del Señor, hasta que venga” (1Cor 11,23-26). Por lo tanto, queda
clarísimo que la misma Sagrada Escritura atestigua que lo que Jesús hizo en
la Última Cena debía permanecer a través de los tiempos: la Santa Misa debía
celebrarse hasta el fin de los tiempos.

Haced esto en memoria mía

Es aquí donde cobra una gran importancia una frase que se repite
tres veces en el NT. En la institución de la Eucaristía narrada por San
Lucas, y dos veces en la narración de San Pablo. En San Lucas después de la
consagración del pan, Jesús dice: “Hagan esto en memoria mía”. Y luego San
Pablo, una vez después de la consagración del pan, y otra vez después de la
consagración del vino narra que Jesús dijo: “Hagan esto en memoria mía”. Y
en los tres casos se usa las mismísimas palabras en griego (touto poieite
eis ten emen anamnesin). Por lo tanto, esta orden de Jesucristo, que la
Biblia atestigua que fue cumplida por los cristianos, creó en el alma de los
Apóstoles la disposición y el poder necesario para confeccionar el
sacramento de la muerte de Cristo, el Sacramento de su Cuerpo y de su
Sangre. Y así vemos que el amor hasta el extremo, el amor hasta la
consumación, el amor hasta la perfección, el amor eis telos, llegó hasta
crear en los Apóstoles esa disposición y ese poder necesarios para renovar
el sacramento de su cuerpo. Es decir, que el amor hasta el extremo de Cristo
llegó hasta crear el sacerdocio católico.

El sacerdocio es consecuencia del eis telos

Por eso, el sacerdocio que recibe cada sacerdote el día de su
ordenación sacerdotal es una realidad teológica y bíblica que responde a ese
amor eis telos de Jesús. Entonces, el amor hasta el extremo, el amor hasta
la consumación, el amor hasta la perfección se refiere a la muerte de Cristo
y a la institución de la Eucaristía, pero llega hasta la institución del
sacerdocio católico.

El Cura de Ars

Esto es lo que intuyó el Cura de Ars cuando decía: “El
Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”[1] Y también decía: “Si
comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra,
moriríamos: no de pavor, sino de amor… Sin el sacerdote, la muerte y la
pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra
de la redención sobre la tierra… ¿De qué nos serviría una casa llena de oro
si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave
de los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador
del buen Dios; el administrador de sus bienes…” [2].

Haced ‘esto’

Pero Jesucristo, así como ama hasta el extremo de su muerte, de
la Eucaristía y del sacerdocio, así también le exige al sacerdote que ame
hasta el extremo. Por eso le dice: “Hagan esto…”. El ‘esto’ no se limita a
repetir las palabras de Jesús para que Jesús sea sacrificado en el
sacramento del altar. El ‘esto’ quiere decir también que deben sacrificarse
ellos mismos como Jesús se sacrificó hasta la muerte. Por eso, el ‘hagan
esto…’ está en relación directa con el amor eis télos. Cuando Jesucristo les
dice a los sacerdotes ‘hagan esto…’, les está diciendo ‘amen ustedes a los
demás hasta el extremo, hasta la consumación, hasta la perfección, hasta la
muerte’. Por eso, cada sacerdote, junto con su ordenación sacerdotal está
llamado a amar a todos los hombres hasta la muerte y muerte de cruz. Cuando
dice ‘mi’ Cuerpo son palabras de Cristo y se refieren al Cuerpo de Cristo;
pero también está dicho en primera persona, y se refieren a su propio cuerpo
y su sangre, al cuerpo y sangre del sacerdote que celebra, que deben ser
entregado y derramada.

Nosotros también estamos llamados al eis télos

Esto que acabo de decir tiene su confirmación en la palabra
explícita de Jesucristo: “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es
perfecto”. ¿Y cuál es la palabra griega que usa para expresar el ser
perfecto? La palabra telos. Y esta frase está dicha en el sermón de la
montaña, que está dirigida no solamente a los Apóstoles y a los discípulos,
sino a todo el público en general, a todos los cristianos, a los cristianos
simplemente bautizados. Por lo tanto, la perfección está relacionada con el
amor y con el amor hasta la muerte. La perfección no tiene nada que ver con
la prolijidad, con la puntillosidad, con la escrupulosidad o el detallismo;
la perfección es ser extremistas del amor, amar hasta el extremo, es ir
hasta el fondo en el amor.

Y también dice Jesús en la última cena: “Ámense los unos a los
otros como yo los he amado” (Jn 13,34). Queda clarísimo que ese ‘como yo’ se
refiere al eis télos. Por eso Jesús está diciendo: “ámense los unos a los
otros hasta el fin, hasta el extremo, hasta la consumación, hasta la
muerte”.

Esta es otra presentación de la doctrina católica de la cual no siempre se
habla y que sin embargo forma parte de la revelación escrita. La necesidad
de buscar la perfección del amor hasta el fondo, hasta el extremo, eis
télos.

Conclusión: tres consecuencias

De todo esto que acabamos de decir se podrían sacar muchísimas
conclusiones, incluso estructurar toda una moral cristiana en torno a este
eis télos con que Dios nos ama y con que nosotros debemos amar a los demás.
Pero solamente hablaremos de tres consecuencias de este amor eis télos.


1. Amar el sacerdocio

En primer lugar, amor con amor se paga. ¿Cómo vamos a hacer para agradecer
el amor de Cristo que nos dio el sacerdocio católico? Amando el sacerdocio
católico. Ciertamente que el sacerdocio católico es atacado con virulencia
hoy. Es atacado por aquellos mismos sacerdotes que ultrajan su propio
sacerdocio obrando indignamente. Es atacado, sobre todo, por los centros del
poder del mundo y por los medios de comunicación social. El sacerdocio
católico no es acogido como un don del corazón amante de Jesús. Y por eso,
aquellos que comprenden que el sacerdocio es un don del corazón de Jesús,
deben defenderlo públicamente. Deben aprovecharse adecuadamente de él, deben
defenderlo con el ejemplo, con la palabra, incluso públicamente. Buscar
argumentos para defender al sacerdocio católico ante el oleaje que busca
arrollarlo.


2. Huir de la mediocridad

En segundo lugar: lo que se opone al eis télos no es la maldad o
lo malo, sino que lo que se opone al eis télos es la mediocridad. La Biblia
también conoce la palabra griega mediocre (2Mac 15,38, metríos [3]). Tiene
la misma etimología que en castellano, porque quiere decir aquello que es
dado con medida, acotado, con límites. Precisamente hoy vivimos una epidemia
de mediocridad en el amor. Hoy se habla de que los jóvenes no quieren tomar
el compromiso de casarse para siempre porque temen la estabilidad; hoy se
habla de la cultura light. Son todas expresiones de la mediocridad. En
cambio, la moral católica es la moral del eis télos, la moral del ‘hasta el
fin’, ‘hasta el extremo’, ‘hasta la consumación’, ‘hasta el fondo’, ‘hasta
la perfección’. La moral católica no es la moral de los diez mandamientos.
Los diez mandamientos son el cimiento de la moral católica, pero nadie vive
en los cimientos. Los cimientos son para construir la casa encima de los
cimientos. La casa que se construye encima de los cimientos es el amor hasta
el extremo, el eis télos. Los diez mandamientos es lo mínimo indispensable
de la moral; pero lo formal de la moral católica es la búsqueda de la
perfección.

3. El sacerdocio y la vida religiosa

En tercer lugar comprender que eis télos se realiza
perfectamente en aquellos que han decidido imitar a Cristo en su mismo
estilo de vida casto, pobre y obediente, es decir, los sacerdotes y las
religiosas. Jesucristo, cuando aquel joven le preguntó qué debía hacer para
salvarse (Mc 10), Jesús le dijo que cumpliera los mandamientos. Él contestó
que ya los cumplía. Entonces Jesús le dijo: “Si quieres ser perfecto
(téleios, hebreo tamin [4]) ve vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres
y tu ven y sígueme”. Por lo tanto Jesús le dijo: ‘Si quieres ser un teleiós,
si quieres ir hasta el fondo en tu amor, si aspiras a cosas grandes,
magníficas, magnánimas, si no quieres ser un mediocre en esta vida, imítame
en la castidad, en la pobreza y en la obediencia’. Por eso, aquellos jóvenes
que tengan ansia de hacer cosas grandes, que tengan deseos de ir hasta el
fondo en su amor, deben plantearse de una manera seria la vocación
sacerdotal y religiosa.

Pidámosle a la Virgen María que haga de cada sacerdote un
sacerdote capaz de llegar hasta el extremo en el amor a Jesús y a los
hombres.

 


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Santos Padres: San Agustín - La Cena del Señor

1. Con el favor de Dios vamos a tratar diligentemente de la Cena del Señor,
según San Juan, y a explanarla según las posibilidades que Él nos conceda.
Antes del día festivo de la Pascua, sabiendo Jesús que era llegada la hora
de partir de este mundo para ir al Padre, y habiendo amado a los suyos que
estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Pascua, hermanos, no es palabra
griega, como algunos creen, sino hebrea; pero no deja de ser oportuna la
concordancia de ambas lenguas en esta palabra. Como pasjein en griego
significa padecer, se creyó que Pascua era la Pasión, como si este nombre
viniera de pasión; pero en su lengua, es decir, en la hebrea, pascua quiere
decir tránsito, por la razón de que la primera Pascua la celebró el pueblo
de Dios cuando, huyendo de Egipto, pasaron el mar Rojo. Aquella figura
profética tuvo ahora su realización, cuando Cristo, como una oveja, es
conducido al sacrificio, y con cuya sangre teñidos nuestros dinteles, es
decir, con cuya señal de la cruz grabadas nuestras frentes, somos libertados
de la perdición de este mundo, como ellos de la cautividad y de la muerte de
Egipto, y verificamos el tránsito salubérrimo, pasando del diablo a Cristo y
de este mundo inestable a su reino sólidamente fundamentado. Y, para no
pasar con el mundo transitorio, nos pasamos a Dios, que permanece siempre.
Dando gracias a Dios por este favor, el Apóstol dice: Que nos sacó del poder
de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor.
Interpretándonos, pues, este nombre Pascua, que, como os dije, en latín
significa tránsito, dice el evangelista: Antes del día festivo de la Pascua,
sabiendo Jesús que era llegada la hora de pasar de este mundo al Padre. Ahí
tenéis la Pascua y el tránsito. ¿De dónde y adonde? De este mundo al Padre.
En su cabeza tienen los miembros la esperanza de seguirle a Él en el
tránsito. ¿Pues no pasan también los infieles separados de esta cabeza y de
su cuerpo? Ellos no permanecen siempre; pasan también. Pero no es lo mismo
pasar de este mundo que pasar con el mundo; una cosa es pasar al Padre, y
otra pasar al enemigo, como pasaron también los egipcios; pero no pasaron
por el mar al reino, sino que pasaron a la muerte en el mar.

2. Sabiendo, pues, Jesús que era llegada su hora de pasar de este mundo al
Padre, como hubiese amado a los suyos que vivían en el mundo, los amó hasta
el fin. Para que también ellos por su amor a Él pasasen de este mundo, donde
se hallaban, a su cabeza, que ya de aquí había pasado. Pues ¿qué significa
hasta el fin, sino hasta Cristo? El fin de la Ley, dice el Apóstol, es
Cristo para la justificación de todos los creyentes. Es el fin que
perfecciona, no el fin que extingue; el fin hasta donde debemos llegar, no
el fin en el que hemos de perecer. Y cabalmente de este modo ha de
entenderse que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Él es nuestro fin,
hacia Él ha de ser nuestro tránsito. Comprendo que estas palabras
evangélicas pueden interpretarse también en un sentido humanitario, diciendo
que Cristo amó a los suyos hasta la muerte, viendo este significado en las
palabras los amó hasta el fin. Este sentido es de sabor humano, no divino,
ya que no sólo hasta aquí nos amó quien nos ama siempre y sin fin. No se
puede pensar que la muerte haya puesto fin al amor de Aquel que no se acabó
con la muerte. Aun después de la muerte aquel rico soberbio amó a sus cinco
hermanos, ¿Cristo ha de amarnos sólo hasta la muerte? No, carísimos
hermanos, no hubiera venido para amarnos hasta la muerte si con la muerte
muriese también su amor hacia nosotros. A no ser que se entienda en este
sentido: que los amó tanto, que llegó a morir por ellos, según se desprende
de estas palabras suyas: No hay amor mayor que llegar a dar la vida por los
amigos. No me opongo a que toméis en este sentido las palabras los amó hasta
el fin, es decir, que su amor le arrastró a la muerte.

3. Y hecha ya la cena, cuando ya el diablo había metido en el corazón de
Judas, hijo de Simón Iscariote, el propósito de entregarle, sabiendo que el
Padre ha puesto en sus manos todas las cosas y que salió de Dios y vuelve a
Dios, se levanta de la cena y se pone sus vestidos. Y, tomando una toalla,
se la ciñó. Pone luego agua en un lebrillo y comienza a lavar los pies de
los discípulos y a enjugarlos con la toalla que tenía ceñida. La frase hecha
la cena no hemos de entenderla como si ya estuviese finalizada y pasada: aún
estaban cenando, cuando el Señor se levantó y lavó los pies de sus
discípulos; pues a continuación volvió a recostarse y luego después alargó
el bocado a su traidor aún no terminada la cena, esto es, cuando el pan
estaba aún en la mesa. Luego hecha la cena quiere decir que ya estaba
preparada y llevada a la mesa de los comensales para ser consumida.

4. Con respecto a estas palabras: Cuando el diablo había ya introducido en
el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, el propósito de entregarle, si
preguntas qué es lo que fue introducido en el corazón de Judas, ciertamente
esto: el propósito de entregarle. Este envío es una sugestión espiritual,
hecha no por el oído, sino por el pensamiento, y, por lo mismo, no de un
modo corporal, sino espiritual. Porque no siempre hay que tomar la palabra
espiritual en sentido laudatorio. Ya el Apóstol descubrió entre los
espíritus celestiales algunos espíritus de maldad, contra los cuales afirma
que tenemos que luchar. No hubiera maldades espirituales si no hubiera
también espíritus malos, pues espiritual viene de espíritu. Mas ¿cómo puede
conocer el hombre y tener por suyas estas sugestiones diabólicas, que son
enviadas y mezcladas con los pensamientos humanos? No se puede dudar de que se dan también sugestiones buenas en el interior, procedentes de un espíritu bueno; pero es de sumo interés saber cuáles debe admitir la mente humana,destituida del auxilio divino por sus méritos o ayudada de él por la gracia.

Ya estaba, pues, determinada en el corazón de Judas, por instigación
diabólica, la entrega del Maestro por el discípulo que no había visto a Dios
en El. Ya el tal había entrado en la sala del convite, como espía del
Pastor, acechador del Salvador, vendedor del Redentor; ya el tal había
entrado. Era visto y tolerado y pensaba que no era conocido, porque se
engañaba acerca de Aquel a quien pretendía engañar. Entretanto, Jesús,
consciente de su intento por la inspección interna de su corazón, sin él
saberlo, aceptaba sus servicios.

5. Sabiendo que todas las cosas ha puesto el Padre en sus manos;
luego también al mismo traidor, porque, si no le tuviera en sus manos, no
dispondría de él a su voluntad. De este modo, el traidor estaba entregado a
Aquel a quien él deseaba entregar. Y de tal manera con la traición ejecutaba
el mal, que, sin él saberlo, sacaba el bien de Aquel a quien entregaba.
Sabía muy bien el Señor lo que había de hacer por los amigos, y así
pacientemente se valía de los enemigos, porque el Padre había puesto todas
las cosas en sus manos: las malas, para su servicio, y las buenas, para
ejecutarlas. Sabiendo igualmente que salió de Dios y que vuelve a Dios, sin
dejar a Dios cuando salió de Él y sin dejarnos a nosotros cuando a Él se
vuelve.

6. Sabiendo, pues, todas estas cosas, se levanta de la cena y se pone sus
vestidos, y, habiendo tomado una toalla, se la ciñó. Después pone agua en un
lebrillo y comienza a lavar los pies de los discípulos y a enjugarlos con la
toalla que ceñía. Debemos, carísimos, inquirir con diligencia la intención
del evangelista, porque, teniendo que hablar de la profunda humildad del
Señor, quiso antes recomendarnos excelsitud. Y esta excelencia la manifiesta
con estas palabras: Sabiendo que el Padre puso todas las cosas en sus manos
y que salió de Dios y vuelve a Dios. Habiendo, pues, puesto el Padre todas
las cosas en sus manos, El lava no las manos, sino los pies de los
discípulos; y sabiendo que había salido de Dios y que a Dios volvía, ejerció
el oficio no de un siervo del Señor Dios, sino del siervo de un hombre. Esta
humildad manifiesta también con lo que hizo con el mismo traidor, que ya
había venido como tal, y Él no lo ignoraba, llegando su insuperable humildad
a no desdeñarse de lavar los pies aun a aquel cuyas manos veía ya metidas en
el crimen.

7. ¿Qué admiración puede causar que se levantase de la cena y se pusiese sus
vestidos Aquel que, estando en la forma de Dios, se anonadó a sí mismo? ¿Qué
admiración puede causar que ciñese una toalla quien, tomando la forma de
siervo, fue hallado en la condición de un hombre? ¿Qué admiración puede
causar que pusiese agua en un lebrillo quien derramó su sangre para lavar
las inmundicias del pecado, que con la toalla que ceñía enjugase los pies de
los discípulos quien con la carne de que estaba revestido confirmó los pasos
de los evangelistas? Y para ceñirse la toalla puso antes sus vestidos,
porque para tomar la forma de siervo, cuando se anonadó a sí mismo, tomó lo
que no tenía sin dejar lo que tenía. Para ser crucificado fue despojado de
sus vestidos, y después de su muerte fue envuelto en unos lienzos; toda su
pasión es nuestra purgación. Quien iba a padecer la muerte, se adelantó en
hacer obsequios, no sólo a aquellos por quienes iba a morir, sino también a
aquel que le había de entregar a la muerte. Tan grande es la utilidad que
reporta al hombre la humildad, que no dudó en recomendarla con su ejemplo la
divina Majestad. Para siempre hubiese perecido el hombre por su soberbia si
no le hubiese hallado Dios con su humildad. Por eso vino el Hijo del hombre
a buscar y a poner en salvo lo que había perecido. Había perecido el hombre
siguiendo la soberbia del engañador, siga, después de hallado, la humildad
del Redentor.
(SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan (t. XIV), Tratado 55,
1-7, BAC Madrid 19652, 249-55)



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Aplicación: P. Alfredo Sáenz,S.J. - Oblación del Señor

Celebramos hoy, amados hermanos, el misterio de la institución de la
Eucaristía, inaugurada en vísperas de la Pasión del Señor. Fue la Ultima
Cena de Jesús, su postrera Pascua en la tierra. Porque la primera Eucaristía
coincide con la última Pascua judía. En orden a destacar esta conexión, la
Iglesia seleccionó hoy, para la primera de las lecturas, un texto del Éxodo
en el que se consignan las instrucciones que en el Antiguo Testamento diera
el Señor a los judíos sobre el modo de celebrar la Pascua: debían reunirse
en familia, matar un cordero —con cuya sangre habían de rociar el marco de
las puertas—, y comerlo por la noche, acompañado con pan sin levadura y
verduras amargas. "Deberéis comerlo así: ceñidos con un cinturón, calzados
con sandalias y con el bastón en la mano. Y lo comeréis rápidamente: es la
Pascua del Señor". Tal era el ritual de la cena pascual de los judíos. Pues
bien, decimos que en la Ultima Cena, Cristo hizo suyo dicho ritual,
confiriéndole su sentido plenario.

Porque era precisamente en ese momento cuando Jesús iniciaba el proceso de
su Pascua, es decir, de su Paso al Padre. Nos lo dice el texto evangélico:
"Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de
pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban
en el mundo, los amó hasta el fin". Celebró, pues, la Pascua judía, comiendo
el cordero pascual de acuerdo a la Ley mosaica. Pero no fue una Pascua más.
Fue la última Pascua judía y la primera Pascua cristiana, el comienzo de la
Nueva Alianza, sellada con la sangre del mismo Cristo, que se ofreció a Sí
mismo como "Cordero", El, que al día siguiente, iba a ser inmolado en la
cruz para librarnos del pecado y reconciliarnos con Dios.

Advirtamos la expresión del evangelista: sabiendo Jesús que había llegado la
hora. Trátase de una expresión importante, ya que resume la idea central del
Jueves Santo: es "la hora de Jesús". Cuando en Caná su Madre le pidió que
convirtiera el agua en vino, enigmáticamente había respondido: "Mi hora aún
no ha llegado"; y cuando en una ocasión sus enemigos lo rodearon con la
intención de despeñarlo, nos dice el evangelio que pasó ileso en medio de
ellos "porque su hora no había llegado". En cambio, en la Ultima Cena pudo
decir sin ambages: "Padre, mi hora ha llegado, glorifica tu nombre"; y
cuando, al día siguiente, divisara al traidor Judas que llegaba al Huerto
para entregarlo, diría: "He aquí que ha llegado la hora". ¿Qué significa
esta expresión "mi hora", la "hora de Jesús"? Significa la compleja trama de
su Misterio Pascual, el conjunto de su muerte y resurrección. Momento duro
para el Señor, pero no por eso menos anhelado.

Por otra parte "la hora de Jesús" se nos muestra también como "la hora del
Príncipe de las tinieblas", según la llama San Lucas, es decir, la hora del
demonio. La liturgia de este día, sobre todo en el Oficio divino, recuerda
constantemente la traición de Judas, el abandono en que se siente Jesús, su
tristeza hasta la muerte.

¿Cómo se compaginan estas dos expresiones: hora de Jesús y hora del demonio?
Se compaginan en el misterio de la Cruz. Por una parte, la muerte de Jesús
es consecuencia de un asesinato cuyos autores son Judas, los sanedritas, los
judíos, luego todos los hombres en cuanto pecadores, y tras los hombres
pecadores, ese Poder de las tinieblas que es el demonio. Pero, por otra
parte, la muerte de Jesús es un acto libre del Señor, voluntariamente
aceptado por Él, quien se encamina hacia ella como un atleta. Esta
ambigüedad de la Pasión se puede concretar en una palabra: entrega. Entrega,
ante todo, en sentido de traición; es la que realiza Judas. Pero entrega
también en sentido de oblación: es la que hace Jesús. San Pablo junta ambos
sentidos en la epístola de hoy: "El Señor Jesús, la noche en que fue
entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que
se entrega por vosotros". Es entregado, pero Él se entrega.

La Ultima Cena no puede ser entendida si no la consideramos en el prisma de
la Cruz. El Jueves Santo no se comprende independientemente del Viernes
Santo. Porque en la Cena, Jesús entregó el mismo cuerpo que al día siguiente
sería martirizado. Entregó su sangre que al día siguiente caería a raudales
de su cabeza, de sus manos, de su costado sobre todo. Por eso dijo en la
Cena: esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros; ésta es la nueva
alianza que se sella con mi sangre derramada. La Cena y la Cruz están, pues,
en estrecha relación, semejante a la que existe entre la Misa y la Cruz.
Sólo que la Cena fue la Cruz por anticipación. Tanto en la Cena como en
nuestras Eucaristías dominicales, no se inmola otro sacrificio sino que se
ofrece el único sacrificio de la Cruz, realizado de una vez por todas sobre
el leño y, en el caso de la Misa, renovado sobre los altares. Divergen
exclusivamente en la manera de ofrecerse el sacrificio: en la Cruz, Cristo
fue inmolado cruentamente, y en la Eucaristía —así como en la Última Cena—
se inmola incruentamente, es decir, sin derramamiento de sangre.

Tal es la enseñanza central del Jueves Santo: la Eucaristía brota de la
Cruz. En la Eucaristía se nos entrega el memorial de la Pasión de Cristo a
modo de alimento. Jesús se dejó matar en la Cruz, se dejó triturar, para que
nosotros lo pudiésemos comer. Es el grano de trigo, molido por nuestros
pecados, que florece en Eucaristía para nuestra salvación. "Haced esto en
memoria mía" dijo Jesús, instituyendo con estas simples palabras el
Sacerdocio, este gran sacramento creado a partir de la Eucaristía, y
dedicado esencialmente a renovarla hasta el fin de los siglos, hasta que el
Señor vuelva.

Los textos y ritos de hoy nos invitan a considerar un último aspecto del
misterio del Jueves Santo: me refiero al lavado de los pies que Jesús
humildemente realizó en el local del Cenáculo, luego de haber instituido el
sacramento de la Eucaristía. Aquí se expresa la humillación voluntaria de
Aquel que se anonadaría hasta morir en la Cruz. Este gesto hace más visible
aún, si cabe, la caridad de Jesús. Un gesto de caridad en inescindible
relación con la Eucaristía. Porque la Eucaristía es esencialmente el
sacramento de la caridad. Su institución misma es un efecto admirable de la
caridad de Cristo, como nos lo afirma taxativamente el evangelio de hoy:
"El, que había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
fin". La expresión "hasta el fin" tiene dos sentidos: los amó hasta el
término, hasta el extremo de su vida; y también: los amó hasta el colmo,
hasta la exageración. En este contexto se ubica el lavado de pies de los
apóstoles. Así obró el Señor en orden a que lo imitásemos: "Os he dado el
ejemplo, para que hagáis lo mismo que yo hice con vosotros". En recuerdo de
esto, durante la misa de hoy, el celebrante lava los pies de doce personas,
mientras el coro rememora el mandato de Cristo: "Os di un mandamiento nuevo:
que os améis unos a otros", y entona el hermoso himno Ubi caritas: Donde
reina la caridad y el amor, allí está Dios.

Pero la Eucaristía no es sólo la manifestación extrema de la caridad de
Cristo. Debe ser también la fuente de nuestra caridad. Quienes se han hecho
uno en Cristo no pueden vivir enemistados. Como lo dijo admirablemente San
Juan Crisóstomo: "¿Qué es el pan? El Cuerpo de Cristo. ¿Qué se hacen los
hombres que lo reciben? Cuerpo de Cristo. No muchos cuerpos sino un solo
cuerpo. Pues así como el pan está hecho de muchos granos de tal manera
unidos que no aparecen por ninguna parte, aunque están ciertamente en él,
mas la diferencia en ellos desaparece totalmente por su mutua fusión; así
nosotros nos unimos mutuamente y con Cristo. Porque no te alimentas tú de un
cuerpo, y aquél de otro, sino que todos nos alimentamos del mismo... Si,
pues, todos participamos del mismo pan y todos nos hacemos una misma cosa,
¿por qué no manifestamos entonces la misma caridad, y con ello nos
convertimos en una misma cosa?". Así es, amados hermanos. La falta de
caridad constituye, en el fondo, una falta contra la Eucaristía. El pecado
contra el Cuerpo Místico de Cristo es, en última instancia, un pecado contra
el Cuerpo Eucarístico del Señor. La Eucaristía nos debe llevar a manifestar
la caridad, y a manifestarla en "actos", que son como el rebrote palpitante
del sacramento recibido.

Pronto nos acercaremos al altar para recibir el Cuerpo del Señor. Tratemos
hoy, con espíritu de fe, de experimentar en la Eucaristía el gusto amargo
del leño de la Cruz, comprometiéndonos a identificamos siempre más con el
Cordero que se inmola por nuestra redención, a hacer nosotros también
nuestra Pascua, nuestro tránsito del mundo de pecado en que vivimos, al
mundo nuevo de la gracia y de la resurrección, a pasar, como Jesús, "de este
mundo al Padre". Sobre todo mediante la práctica actuosa de la caridad, que
no es otra cosa que la Eucaristía rediviva.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993,
p. 109-114)



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Aplicación: San Juan Pablo II - "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer" (Lc 22, 15).

Cristo da a conocer, con estas palabras, el significado profético
de la cena pascual, que está a punto de celebrar con los discípulos en el
Cenáculo de Jerusalén.

Con la primera lectura, tomada del libro del Éxodo, la liturgia ha puesto de
relieve cómo la Pascua de Jesús se inscribe en el contexto de la Pascua de
la antigua Alianza. Con ella, los israelitas conmemoraban la cena consumada
por sus padres en el momento del éxodo de Egipto, de la liberación de la
esclavitud. El texto sagrado prescribía que se untara con un poco de sangre
del cordero las dos jambas y el dintel de las casas. Y añadía cómo había que
comer el cordero: "Ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el
bastón en vuestra mano; (...) de prisa. (...) Yo pasaré esa noche por la
tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos. (...) La sangre será
vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré de
largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora" ( Ex 12,
11-13).

Con la sangre del cordero los hijos e hijas de Israel obtienen la liberación
de la esclavitud de Egipto, bajo la guía de Moisés. El recuerdo de un
acontecimiento tan extraordinario se convirtió en una ocasión de fiesta para
el pueblo, agradecido al Señor por la libertad recuperada, don divino y
compromiso humano siempre actual. "Este será un día memorable para vosotros,
y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor" (Ex 12, 14). ¡Es la Pascua
del Señor! ¡La Pascua de la antigua Alianza!

"Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer" (Lc
22, 15). En el Cenáculo, Cristo, cumpliendo las prescripciones de la antigua
Alianza, celebra la cena pascual con los Apóstoles, pero da a este rito un
contenido nuevo. Hemos escuchado lo que dice de él san Pablo en la segunda
lectura, tomada de la primera carta a los Corintios. En este texto, que se
suele considerar como la más antigua descripción de la cena del Señor, se
recuerda que Jesús, "la noche en que iban a entregarle, tomó pan y,
pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que
se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía". Lo mismo hizo con el
cáliz, después de cenar, diciendo: "Este cáliz es la nueva Alianza sellada
con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía". Por eso,
cada que vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte
del Señor, hasta que vuelva" (1 Co 11, 23-26).

Con estas palabras solemnes se entrega, para todos los siglos, la memoria de
la institución de la Eucaristía. Cada año, en este día, las recordamos
volviendo espiritualmente al Cenáculo. Esta tarde las revivo con emoción
particular, porque conservo en mis ojos y en mi corazón las imágenes del
Cenáculo, donde tuve la alegría de celebrar la Eucaristía, con ocasión de mi
reciente peregrinación jubilar a Tierra Santa. La emoción es más fuerte aún
porque este es el año del jubileo bimilenario de la Encarnación. Desde esta
perspectiva, la celebración que estamos viviendo adquiere una profundidad
especial, pues en el Cenáculo Jesús infundió un nuevo contenido a las
antiguas tradiciones y anticipó los acontecimientos del día siguiente,
cuando su cuerpo, cuerpo inmaculado del Cordero de Dios, sería inmolado y su
sangre sería derramada para la redención del mundo. La Encarnación se había
realizado precisamente con vistas a este acontecimiento: ¡la Pascua de
Cristo, la Pascua de la nueva Alianza!

"Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte
del Señor, hasta que vuelva" (1 Co 11, 26). El Apóstol nos exhorta a hacer
constantemente memoria de este misterio. Al mismo tiempo, nos invita a vivir
diariamente nuestra misión de testigos y heraldos del amor del Crucificado,
en espera de su vuelta gloriosa.

Pero ¿cómo hacer memoria de este acontecimiento salvífico? ¿Cómo vivir en
espera de que Cristo vuelva? Antes de instituir el sacramento de su Cuerpo y
su Sangre, Cristo, inclinado y arrodillado, como un esclavo, lava en el
Cenáculo los pies a sus discípulos. Lo vemos de nuevo mientras realiza este
gesto, que en la cultura judía es propio de los siervos y de las personas
más humildes de la familia. Pedro, al inicio, se opone, pero el Maestro lo
convence, y al final también él se deja lavar los pies, como los demás
discípulos. Pero, inmediatamente después, vestido y sentado nuevamente a la
mesa, Jesús explica el sentido de su gesto: "Vosotros me llamáis "el
Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y
el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies
unos a otros" (Jn 13, 12-14). Estas palabras, que unen el misterio
eucarístico al servicio del amor, pueden considerarse propedéuticas de la
institución del sacerdocio ministerial.

Con la institución de la Eucaristía, Jesús comunica a los Apóstoles la
participación ministerial en su sacerdocio, el sacerdocio de la Alianza
nueva y eterna, en virtud de la cual él, y sólo él, es siempre y por doquier
artífice y ministro de la Eucaristía. Los Apóstoles, a su vez, se convierten
en ministros de este excelso misterio de la fe, destinado a perpetuarse
hasta el fin del mundo. Se convierten, al mismo tiempo, en servidores de
todos los que van a participar de este don y misterio tan grandes.

La Eucaristía, el supremo sacramento de la Iglesia, está unida al sacerdocio
ministerial, que nació también en el Cenáculo, como don del gran amor de
Jesús, que "sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al
Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo" (Jn 13, 1).

La Eucaristía, el sacerdocio y el mandamiento nuevo del amor. ¡Este es el
memorial vivo que contemplamos en el Jueves santo!

"Haced esto en memoria mía": ¡esta es la Pascua de la Iglesia, nuestra
Pascua!
(Homilía del Jueves santo, 20 de abril de 2000, Basílica de San Pedro)


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Aplicación: San Juan Pablo II - Subamos con Jesús


Queridos hermanos y hermanas, queridos jóvenes:
Junto con una creciente muchedumbre de peregrinos, Jesús había subido a
Jerusalén para la Pascua. En la última etapa del camino, cerca de Jericó,
había curado al ciego Bartimeo, que lo había invocado como Hijo de David y
suplicado piedad. Ahora que ya podía ver, se había sumado con gratitud al
grupo de los peregrinos. Cuando a las puertas de Jerusalén Jesús montó en un
borrico, que simbolizaba el reinado de David, entre los peregrinos explotó
espontáneamente la alegre certeza: Es él, el Hijo de David. Y saludan a
Jesús con la aclamación mesiánica: «¡Bendito el que viene en nombre del
Señor!»; y añaden: «¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David!
¡Hosanna en el cielo!», (Mc 11,9s). No sabemos cómo se imaginaban
exactamente los peregrinos entusiastas el reino de David que llega. Pero
nosotros, ¿hemos entendido realmente el mensaje de Jesús, Hijo de David?
¿Hemos entendido lo que es el Reino del que habló al ser interrogado por
Pilato? ¿Comprendemos lo que quiere decir que su Reino no es de este mundo?
¿O acaso quisiéramos más bien que fuera de este mundo?

San Juan, en su Evangelio, después de narrar la entrada en Jerusalén, añade
una serie de dichos de Jesús, en los que Él explica lo esencial de este
nuevo "Los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1).

En la víspera de su pasión y muerte, el Señor Jesús quiso reunir en torno a
sí, una vez más, a sus Apóstoles para dejarles las últimas consignas y
darles el testimonio supremo de su amor.

Entremos también nosotros en la "sala grande en el piso de arriba, arreglada
con divanes" (Mc 14, 15) y dispongámonos a escuchar los pensamientos más
íntimos que quiere comunicarnos; dispongámonos, en particular, a acoger el
gesto y el don que ha preparado para esta última cita.

Mientras están cenando, Jesús se levanta de la mesa y comienza a lavar los
pies a los discípulos. Pedro, al principio, se resiste; luego, comprende y
acepta. También a nosotros se nos invita a comprender: lo primero que el
discípulo debe hacer es ponerse a la escucha de su Señor, abriendo el
corazón para acoger la iniciativa de su amor. Sólo después será invitado a
reproducir a su vez lo que ha hecho el Maestro. También él deberá "lavar los
pies" a sus hermanos, traduciendo en gestos de servicio mutuo ese amor, que
constituye la síntesis de todo el Evangelio (cf. Jn 13, 1-20).

También durante la Cena, sabiendo que ya había llegado su "hora", Jesús
bendice y parte el pan, luego lo distribuye a los Apóstoles, diciendo: "Esto
es mi cuerpo"; lo mismo hace con el cáliz: "Esta es mi sangre". Y les manda:
"Haced esto en conmemoración mía" (1 Co 11, 24-25). Realmente aquí se
manifiesta el testimonio de un amor llevado "hasta el extremo" (Jn 13, 1).
Jesús se da como alimento a los discípulos para llegar a ser uno con ellos.
Una vez más se pone de relieve la "lección" que debemos aprender: lo primero
que hemos de hacer es abrir el corazón a la acogida del amor de Cristo. La
iniciativa es suya: su amor es lo que nos hace capaces de amar también
nosotros a nuestros hermanos.

Así pues, el lavatorio de los pies y el sacramento de la Eucaristía son dos
manifestaciones de un mismo misterio de amor confiado a los discípulos "para
que -dice Jesús- lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo
hagáis" (Jn 13, 15).

"Haced esto en conmemoración mía" (1 Co 11, 24). La "memoria" que el Señor
nos dejó aquella noche se refiere al momento culminante de su existencia
terrena, es decir, el momento de su ofrenda sacrificial al Padre por amor a
la humanidad. Y es una "memoria" que se sitúa en el marco de una cena, la
cena pascual, en la que Jesús se da a sus Apóstoles bajo las especies del
pan y del vino, como su alimento en el camino hacia la patria del cielo.

Mysterium fidei! Así proclama el celebrante después de pronunciar las
palabras de la consagración. Y la asamblea litúrgica responde expresando con
alegría su fe y su adhesión, llena de esperanza. ¡Misterio realmente grande
es la Eucaristía! Misterio "incomprensible" para la razón humana, pero
sumamente luminoso para los ojos de la fe. La mesa del Señor en la sencillez
de los símbolos eucarísticos -el pan y el vino compartidos- es también la
mesa de la fraternidad concreta. El mensaje que brota de ella es demasiado
claro como para ignorarlo: todos los que participan en la celebración
eucarística no pueden quedar insensibles ante las expectativas de los pobres
y los necesitados.

4. Precisamente desde esta perspectiva deseo que los donativos que se
recojan durante esta celebración sirvan para aliviar las urgentes
necesidades de los que sufren en Irak por las consecuencias de la guerra. Un
corazón que ha experimentado el amor del Señor se abre espontáneamente a la
caridad hacia sus hermanos.

"O sacrum convivium, in quo Christus sumitur".

Hoy estamos todos invitados a celebrar y adorar, hasta muy entrada la noche,
al Señor que se hizo alimento para nosotros, peregrinos en el tiempo,
dándonos su carne y su sangre. La Eucaristía es un gran don para la Iglesia
y para el mundo. Precisamente para que se preste una atención cada vez más
profunda al sacramento de la Eucaristía, he querido entregar a toda la
comunidad de los creyentes una encíclica, cuyo tema central es el misterio
eucarístico: Ecclesia de Eucharistia. Dentro de poco tendré la alegría de
firmarla durante esta celebración, que evoca la última Cena, cuando Jesús
nos dejó a sí mismo como supremo testamento de amor. La encomiendo desde
ahora, en primer lugar, a los sacerdotes, para que ellos, a su vez, la
difundan para bien de todo el pueblo cristiano.

5. Adoro te devote, latens Deitas! Te adoramos, oh admirable sacramento de
la presencia de Aquel que amó a los suyos "hasta el extremo". Te damos
gracias, Señor, que en la Eucaristía edificas, congregas y vivificas a la
Iglesia. ¡Oh divina Eucaristía, llama del amor de Cristo, que ardes en el
altar del mundo, haz que la Iglesia, confortada por ti, sea cada vez más
solícita para enjugar las lágrimas de los que sufren y sostener los
esfuerzos de los que anhelan la justicia y la paz!

Y tú, María, mujer "eucarística", que ofreciste tu seno virginal para la
encarnación del Verbo de Dios, ayúdanos a vivir el misterio eucarístico con
el espíritu del Magníficat. Que nuestra vida sea una alabanza sin fin al
Todopoderoso, que se ocultó bajo la humildad de los signos eucarísticos.

Adoro te devote, latens Deitas...

Adoro te..., adiuva me!
(Homilía del Jueves santo, 17 de abril de 2003, Basílica de San Pedro)



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Aplicación: SS. Benedicto XVI - Habiendo amado a los suyos

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y
hermanas:
"Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo" (Jn 13, 1). Dios ama a su criatura, el hombre; lo ama también en su
caída y no lo abandona a sí mismo. Él ama hasta el fin. Lleva su amor hasta
el final, hasta el extremo: baja de su gloria divina. Se desprende de las
vestiduras de su gloria divina y se viste con ropa de esclavo. Baja hasta la
extrema miseria de nuestra caída. Se arrodilla ante nosotros y desempeña el
servicio del esclavo; lava nuestros pies sucios, para que podamos ser
admitidos a la mesa de Dios, para hacernos dignos de sentarnos a su mesa,
algo que por nosotros mismos no podríamos ni deberíamos hacer jamás.

Dios no es un Dios lejano, demasiado distante y demasiado grande como para
ocuparse de nuestras bagatelas. Dado que es grande, puede interesarse
también de las cosas pequeñas. Dado que es grande, el alma del hombre, el
hombre mismo, creado por el amor eterno, no es algo pequeño, sino que es
grande y digno de su amor. La santidad de Dios no es sólo un poder
incandescente, ante el cual debemos alejarnos aterrorizados; es poder de
amor y, por esto, es poder purificador y sanador.

Dios desciende y se hace esclavo; nos lava los pies para que podamos
sentarnos a su mesa. Así se revela todo el misterio de Jesucristo. Así
resulta manifiesto lo que significa redención. El baño con que nos lava es
su amor dispuesto a afrontar la muerte. Sólo el amor tiene la fuerza
purificadora que nos limpia de nuestra impureza y nos eleva a la altura de
Dios. El baño que nos purifica es él mismo, que se entrega totalmente a
nosotros, desde lo más profundo de su sufrimiento y de su muerte.

Él es continuamente este amor que nos lava. En los sacramentos de la
purificación -el Bautismo y la Penitencia- él está continuamente arrodillado
ante nuestros pies y nos presta el servicio de esclavo, el servicio de la
purificación; nos hace capaces de Dios. Su amor es inagotable; llega
realmente hasta el extremo.

"Vosotros estáis limpios, pero no todos", dice el Señor (Jn 13, 10). En esta
frase se revela el gran don de la purificación que él nos hace, porque desea
estar a la mesa juntamente con nosotros, de convertirse en nuestro alimento.
"Pero no todos": existe el misterio oscuro del rechazo, que con la historia
de Judas se hace presente y debe hacernos reflexionar precisamente en el
Jueves santo, el día en que Jesús nos hace el don de sí mismo. El amor del
Señor no tiene límites, pero el hombre puede ponerle un límite.

"Vosotros estáis limpios, pero no todos": ¿Qué es lo que hace impuro al
hombre? Es el rechazo del amor, el no querer ser amado, el no amar. Es la
soberbia que cree que no necesita purificación, que se cierra a la bondad
salvadora de Dios. Es la soberbia que no quiere confesar y reconocer que
necesitamos purificación.

En Judas vemos con mayor claridad aún la naturaleza de este rechazo. Juzga a
Jesús según las categorías del poder y del éxito: para él sólo cuentan el
poder y el éxito; el amor no cuenta. Y es avaro: para él el dinero es más
importante que la comunión con Jesús, más importante que Dios y su amor. Así
se transforma también en un mentiroso, que hace doble juego y rompe con la
verdad; uno que vive en la mentira y así pierde el sentido de la verdad
suprema, de Dios. De este modo se endurece, se hace incapaz de conversión,
del confiado retorno del hijo pródigo, y arruina su vida.

"Vosotros estáis limpios, pero no todos". El Señor hoy nos pone en guardia
frente a la autosuficiencia, que pone un límite a su amor ilimitado. Nos
invita a imitar su humildad, a tratar de vivirla, a dejarnos "contagiar" por
ella. Nos invita -por más perdidos que podamos sentirnos- a volver a casa y
a permitir a su bondad purificadora que nos levante y nos haga entrar en la
comunión de la mesa con él, con Dios mismo.

Reflexionemos sobre otra frase de este inagotable pasaje evangélico: "Os he
dado ejemplo..." (Jn 13, 15); "También vosotros debéis lavaros los pies unos
a otros" (Jn 13, 14). ¿En qué consiste el "lavarnos los pies unos a otros"?
¿Qué significa en concreto? Cada obra buena hecha en favor del prójimo,
especialmente en favor de los que sufren y los que son poco apreciados, es
un servicio como lavar los pies. El Señor nos invita a bajar, a aprender la
humildad y la valentía de la bondad; y también a estar dispuestos a aceptar
el rechazo, actuando a pesar de ello con bondad y perseverando en ella.

Pero hay una dimensión aún más profunda. El Señor limpia nuestra impureza
con la fuerza purificadora de su bondad. Lavarnos los pies unos a otros
significa sobre todo perdonarnos continuamente unos a otros, volver a
comenzar juntos siempre de nuevo, aunque pueda parecer inútil. Significa
purificarnos unos a otros soportándonos mutuamente y aceptando ser
soportados por los demás; purificarnos unos a otros dándonos recíprocamente
la fuerza santificante de la palabra de Dios e introduciéndonos en el
Sacramento del amor divino.

El Señor nos purifica; por esto nos atrevemos a acercarnos a su mesa.
Pidámosle que nos conceda a todos la gracia de poder ser un día, para
siempre, huéspedes del banquete nupcial eterno. Amén.
(Homilía del Jueves santo, 13 de abril, Basílica de San Juan de Letrán)



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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El servicio como mandamiento principal


Nadie quiere posponer sus títulos, aunque algunos títulos son
conseguidos dudosamente, pero todos quieren imponerlos para que se les
considere.

Jesús se olvida, por así decirlo, de sus títulos: de “Señor” y
“Maestro” y se humilla ante su grupo de rudos y pobres discípulos.

Todos quieren que se respete su dignidad pero ninguno quiere
servir porque se cree con derecho a ser servido.

El mensaje de Jesús es más profundo que el lavatorio de los
pies, que es el gesto del mensaje. El mensaje es el servicio por amor “hasta
el extremo”, sin medida, hasta entregar todo.

Una vez Santiago y Juan le pidieron a Jesús los puestos a su
lado, a diestra y siniestra. Después de decirles cortésmente que estaban
pidiendo cosas sin pensar, les dijo: “el que quiera llegar a ser grande
entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre
vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a
ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”[5]. Este
mensaje dio Jesús a sus discípulos el Jueves Santo y el gesto fue el
lavatorio de los pies.

Servir es propio del siervo. Jesús es el siervo de Yahvé[6], el
siervo sufriente. Ya hacerse voluntariamente siervo[7] fue un sufrimiento. Y
sufrir en su humanidad, asumida voluntariamente, lo hace modelo de siervo,
porque “se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una
muerte de cruz”[8].

Hay siervos por obligación y hay siervos voluntarios. También
los siervos por obligación pueden ser siervos voluntarios. Cuando se sirve
por amor, se sirve libremente y por tanto se deja de ser siervo por
obligación, “Porque, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que
no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario,
servíos por amor los unos a los otros”[9].

Si todos se olvidaran de sus títulos y de su auto estimación y
se pusieran a servir sin quejas, por amor, que distinto estaría el mundo,
pero todos quieren estar arriba y nadie abajo.

Jesús que está “por encima de todo Principado, Potestad, Virtud,
Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también
en el venidero”[10], que es “Dios bendito por los siglos”[11] se puso por
debajo de nosotros los hombres y de los más miserables de los hombres porque
parecía “gusano, que no hombre, vergüenza del vulgo, asco del pueblo”[12].

Servir olvidándose de sí mismo y perderse por amor al prójimo.
Servir sin quejarse. Servir consumiéndose, muriendo cada día[13].

El verdadero servicio implica el amor y sin amor no es
verdadero. Se puede servir por servilismo o por interés, pero el verdadero
servicio es por amor y el mayor servicio es dar la vida por los demás[14].

¡Pero el servicio se da entre el amo y el siervo! Jesús nos
dice: “ya no os llamo siervos […] a vosotros os llamo amigos”[15]
estableciendo que también el servicio se da entre amigos.

Hoy en día se hacen dialécticas entre uno y otro, entre grandes
y pequeños, entre señores y servidores. Jesús nos dice “os he dado ejemplo,
para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros”.

El gesto del lavatorio es el gesto de la purificación, es el
gesto del Bautismo, porque Jesús por su Sangre purificará a los apóstoles y
a todos los hombres sirviéndolos “hasta el extremo”, dando su vida para la
remisión de los pecados, para la purificación.

El lavatorio de los pies es signo de la Pascua y está insertado
en el Sacramento de la Pascua. La purificación es con agua, en el lavatorio
es signo del agua del costado abierto que representa el Sacramento del
Bautismo y también la purificación será con Sangre que brota del mismo
manantial y que representa el Sacramento de la Eucaristía.

Jesús por el gesto del lavatorio de los pies nos enseña el
servicio y el servicio hasta dar la vida como lo ha hecho Él. Su muerte en
cruz nos habla del servicio que venía a realizar, “el Hijo del hombre no ha
venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por
muchos”; y esa muerte es su paso a través del bautismo de sangre[16], paso
obligado para la resurrección, con la cual, las figuras del Antiguo
Testamento llegan a plenitud. Por su Pascua nosotros somos purificados
atravesando las aguas del Bautismo.

La primera lectura nos habla de la Pascua Judía[17] y la segunda
del memorial de la Eucaristía. Ambos presentes en la Última Cena porque ella
se realizó según el ritual de la Pascua Judía y en ella se insertó el
Sacramento de la Eucaristía. El lavatorio es signo del Bautismo también
figurado en la Pascua Judía.

Notas
[1] Nodet, B., Le curé d’Ars. Sa pensée – Son Coeur. Éd. Xavier Mappus, Foi
Vivante 1966, p. 98.; citado por Benedicto XVI, Carta para la convocación de
un año sacerdotal, 2009. La expresión aparece citada también en el
<http://www.vatican.va/archive/ESL0022/__P4Z.HTM> Catecismo de la Iglesia
católica, n. 1589.
[2] Nodet, B., ibídem, p. 98 – 100; citado por Benedicto XVI, Carta para la
convocación de un año sacerdotal, 2009.
[3] Multiléxico 3357.
[4] El verbo hebreo que corresponde a téleios es tmm.
[5] Mc 10, 43-45
[6] Cf. Is 53, 11
[7] Cf. Flp 2, 6-7
[8] Flp 2, 8
[9] Ga 5, 13
[10] Ef 1, 21
[11] Rm 9, 5
[12] Sal 22, 7
[13] Cf. 1 Co 15, 31
[14] Cf. Jn 15, 13
[15] Jn 15, 15
[16] Cf. Lc 12, 50
[17] Ex 12, 1-8

 


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