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RESURRECCIÓN - Vigilia Pascual: EL MAYOR ACONTECIMIENTO DE LA HISTORIA - Comentarios de sabios y santos

 

Páginas relacionadas

 

A su disposición

- Lo que hizo Jesús entre su muerte y su resurrección

- Descendió a los infiernos

¡Todo comienza aquí!

- Señor, gracias por resucitar; gracias porque nos has salvado

- Una asombrosa cadena de «increíbles»

- El dogma fundamental del cristianismo

- El primer encuentro

Autores varios
El Observador de la Actualidad 874

 

La Palabra de Dios
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Lo que hizo Jesús entre su muerte y su resurrección

La «Anástasis» explicada a nuestro tiempo

Por Diana R. García B.

El Credo de los Apóstoles dice que Jesucristo «fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos...». ¿Pero qué tiene que ver Jesucristo con los infiernos, si siempre se nos enseñó que el Infierno es sitio de demonios mientras que el Cielo es el lugar propio de Cristo? Más aún, puesto que el Señor efectivamente descendió ahí, ¿qué hizo en semejante lugar?

El Catecismo de la Iglesia Católica explica que la expresión «Jesús descendió a los infiernos» primero que nada significa que Jesús murió realmente (cfr. n. 636); que «descendió a la morada de los muertos», y allí «abrió las puertas del Cielo a los justos que le habían precedido» (cfr. n. 637); «ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos» (n. 632). San Pedro proclama que «entonces fue a hacer su anuncio a los espíritus que estaban prisioneros» (I Pe 3, 19).

Para entender mejor lo de los infiernos hay que considerar lo siguiente, también explicado por el Catecismo: «La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cfr. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cfr. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cfr. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica, como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro (cfr. Lc 16, 22-26)... Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados ni para destruir el Infierno de la condenación sino para liberar a los justos que le habían precedido» (n. 633).

En pocas palabras, infiernos se refiere al lugar de los muertos, mientras que se le suele dar el nombre de Infierno al lugar de la condenación eterna, aunque en la Biblia no aparece con ese nombre sino como Gehena (cfr. Mt 5, 22.29-30; 10, 28; 18, 9; 23, 15. 33; Mc 9, 43-47; Lc 12, 5; Stgo 3,6); fuego eterno (cfr. Mt 25, 41), horno de fuego (cfr. Mt 13, 42), lago de fuego (Ap 20, 15) o lago de fuego y azufre (cfr. Ap 20, 10).

Las más bellas catequesis sobre el descenso de Jesús a los infiernos son gráficas y están contenidas en los iconos de la Anástasis (significa «resurrección» en griego).

San Juan Damasceno decía que «lo que es la Biblia para las personas instruidas, lo es el icono para los analfabetos, y lo que es la palabra para el oído, lo es el icono para la vista». En la actualidad, si bien casi toda la gente sabe leer, ahora lo que necesita es instrucción para poder hacer la interpretación de un icono. Por eso a continuación se ofrece una breve explicación de los elementos básicos que suelen contener la mayoría de las representaciones icónicas de la Anástasis: (Por favor vea el Icono del Resucitado con sus indicaciones).

 

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¡Todo comienza aquí!

La Pascua es, efectivamente, el inicio de una condición nueva

Por Benedicto XVI

La resurrección de Jesús es nuestra esperanza. Cristo resucitó para que nosotros, aunque destinados a la muerte, no nos desesperemos pensando que con la muerte acaba la vida; Cristo ha resucitado para darnos la esperanza de una vida eterna.

Una de las preguntas que más angustian al hombre es: ¿qué hay después de la muerte? La resurrección de Jesús nos responde a este enigma.

Desde la mañana de Pascua una nueva primavera de esperanza llena el mundo. No marca simplemente un momento de la historia, sino el inicio de una condición nueva: Jesús resucitó no porque su recuerdo permanezca vivo en el corazón de sus discípulos, sino porque Él mismo vive en nosotros y podemos gustar la vida eterna. Por tanto, la Resurrección no es una teoría, sino una realidad histórica revelada por el Hombre Jesucristo mediante su «pascua», su «paso», que ha abierto una «nueva vía» entre la Tierra y el Cielo. No es un mito ni un sueño, sino un acontecimiento único e irrepetible: Jesús, hijo de María, que fue bajado de la cruz y sepultado, ha salido vencedor de la tumba.

Con la Pascua, Cristo ha extirpado la raíz del mal, pero necesita hombres y mujeres que lo ayuden siempre y en todo lugar a afianzar su victoria con sus mismas armas: las armas de la justicia y de la verdad, de la misericordia, del perdón y del amor.

La resurrección de Jesús ilumina con esperanza al mundo. Con una esperanza capaz de avivar el deseo del bien.

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Señor, gracias por resucitar; gracias porque nos has salvado
Por Miguel Velázquez Rocha / www.vivelasemanasanta.com

«¡Resucitó!», proclamaron los mensajeros.
«¡Resucitó!», decía la gente por la calle.
«¡Resucitó!», anunciaron los discípulos.
«¿Resucitó?», dijeron los fariseos…

¡Qué contraste ante la misma realidad! Para unos es la culminación de todas sus esperanzas y la alegría plena, mientras que para los otros es engaño y motivo de odio.

Aún queda un «Resucitó» pronunciado con devoción, fe, esperanza y confianza absoluta. Fue un «Resucitó» sereno, pronunciado por María. Ella no proclama a grandes voces, sino que espera, confía y no se vio defraudada, pues en verdad el Señor resucitó.

El mundo, al igual que entonces, se parte en dos: los que proclamamos y nos regocijamos porque el Señor resucitó y los que, al igual que los fariseos, son indiferentes, creen que todo es un engaño, o que incluso odian a Cristo y su resurrección. Amor y odio: dos palabras antagónicas que siempre estarán en pugna hasta el fin del mundo…

El día de hoy, nuestros corazones y todo nuestro ser, exclama: ¡Gracias! ¡Gracias por resucitar! ¡Gracias por tu amor! ¡Gracias porque nos has salvado, Señor!

A todos los que se alegran por la resurrección de Cristo les deseamos una ¡feliz Pascua de Resurrección!

 

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Una asombrosa cadena de «increíbles»

INCREÍBLE es que un hombre haya resucitado de entre los muertos;

INCREÍBLE es que todo el mundo haya creído ese INCREÍBLE;

INCREÍBLE es que 12 hombres rústicos, sencillos y plebeyos, sin armas, sin letras y sin fama, hayan convencido al mundo, y en él a los sabios y filósofos, de aquel primer INCREÍBLE.

EL primer INCREÍBLE no lo queréis creer;

el segundo INCREÍBLE no tenéis más re-medio que verlo;

de donde tenéis que admitir el tercer INCREÍBLE.

Pero ese tercer INCREÍBLE es un portento tan asombroso como la Resurrección de un muerto.

San Agustín

 

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El dogma fundamental del cristianismo: ALGUNOS DICEN QUE LA RESURRECCIÓN NO ES UN HECHO HISTÓRICO

Por el P. Jorge Loring, SJ

La resurrección de Cristo es dogma de fe. Está definido en el IV concilio de Letrán (año 1215): «Creemos y confesamos que Jesucristo resucitó de entre los muertos y subió al cielo en cuerpo y alma».

La resurrección de Cristo es el dogma fundamental del cristianismo.

La expresión de san Mateo atribuye a Jesús sepultado una duración de «tres días y tres noches» (cfr. Mt 12, 40). Pero tal expresión venía a ser idéntica a la duración hasta el tercer día, al juzgarse el día como una unidad de día-noche. El decir «tres días y tres noches» es un modismo equivalente a «al tercer día».

Jesucristo murió un viernes por la tarde y resucitó un domingo por la mañana: es decir que estuvo en el sepulcro un día entero y dos medios días. Pero para el modo de hablar hebreo esto equivale a tres días, o, lo que es lo mismo, «al tercer día». Dijo San Pedro: «Resucitó al tercer día» (Hch 10, 40).

Antes de morir Jesús había profetizado varias veces su resurrección (cfr. 41 Mt 12, 39s; 16, 21; 17, 22; 20:19; Lc 9, 22). Por lo tanto, al resucitar por su propio poder, demostraba nuevamente, y con la prueba más convincente, que era Dios.

Dice san Mateo que los fariseos mandaron a sus soldados que habían estado guardando la tumba, que dijeran: «Sus discípulos vinieron de noche estando nosotros dormidos y lo robaron» (Mt 28, 13). San Agustín dio a esto una respuesta definitiva: «Si estaban durmiendo, no pudieron ver nada. Y si no vieron nada, ¿cómo pueden ser testigos?».

Los teólogos modernos buscan diversas explicaciones al hecho de la resurrección de Cristo. Pero cualquiera que sea la interpretación debe incluir la revivificación del cuerpo, si no se quiere hundir la teología de la resurrección .

Para el protestante Bultmann la resurrección de Cristo es un mito. Pero para el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica la resurrección de Cristo es un acontecimiento real(cfr. n. 639).

Algunos dicen que la resurrección de Cristo no es un hecho histórico, pues no hay testigos. Este modo de hablar es ambiguo y puede confundir; pues «no histórico» puede confundirse con «no real». Por eso no debe emplearse, como recomienda el padre José Caba, S.I. , catedrático de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, en su libro Resucitó Cristo, mi esperanza. La resurrección de Cristo es un hecho que ha sucedido en la realidad.

Aunque no haya habido propiamente ningún testigo del hecho de la Resurrección, en cuanto tal, es histórica en razón de las huellas dejadas en nuestro mundo y de las que dan testimonio los Apóstoles.

Si aparece un coche en el fondo de un barranco y está destrozado el pretil de la curva que hay en ese sitio, no necesito haber visto el accidente para comprender lo que ha pasado.

De la misma manera puedo conocer la resurrección de Jesucristo.

Es histórico todo lo que ha sucedido en un determinado momento y en un determinado sitio.

San Lucas lo afirma enfáticamente: «El Señor ha resucitado verdaderamente»(Lc 24, 34)

Al tercer día el sepulcro estaba vacío. Los Apóstoles no habrían creído en la resurrección de Jesús de haber encontrado su cadáver en el sepulcro.

 

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El primer encuentro

Por el Pbro. Dr. Enrique Cases

Los discípulos se percatan de que Aquél con el que se encuentran de nuevo es Jesús, aunque no es enteramente el mismo. Jesucristo, al resucitar, ha comenzado a vivir una vida nueva, que es a la que estamos llamados y nos tiene prometida. En efecto, la resurrección de Cristo no consistió sólo en la reanimación de un cadáver.

También se percataron poco a poco de que se había abierto una nueva etapa en la realización del Reino de los Cielos. Hasta el momento de la Resurrección, Cristo era el Mesías Siervo de Yahveh, que podía padecer y ser perseguido hasta la muerte en la Cruz, a pesar de sus poderes sobrenaturales y de su doctrina sublime. A partir de ahora, Jesús se ha hecho glorioso. No ha vuelto a la vida terrestre, sino que ha inaugurado una nueva vida en la que posee una plenitud que incluye la inmortalidad y la liberación de las limitaciones del tiempo y del espacio. Como consecuencia, el cuerpo de Cristo participa de la gloria que, desde el principio llevaba el alma del Señor.

La Resurrección de Jesucristo no es algo que le afecte o beneficie a Él, en el sentido de que le libera de las consecuencias de la muerte, una realidad que nos afecta a todos los hombres de un modo importantísimo.

En efecto, la Resurrección fue necesaria para que se completara la de nuestra redención. Jesucristo, con su muerte, nos libró de los pecados pero con su resurrección nos devolvió los bienes que habíamos perdido por el pecado, es decir, nos abrió las puertas de la vida eterna.

El haber resucitado por su propio poder es prueba definitiva de que Cristo es Dios.

Las apariciones de Jesús muestran una nueva manera de presencia del Redentor en la Iglesia y en los cristianos: presencia del que es permanente aunque no se le vea. Al mostrarse a sus discípulos, enseña no sólo que puede «entrar con las puertas cerradas», sino que está siempre presente y cercano.

En los días posteriores a la Resurrección, el Señor comunica a los discípulos su Espíritu mediante el gesto de soplar sobre ellos. Por medio de este don, nos será posible unirnos a Él en lo sucesivo.

Y lo mismo que los discípulos entraron en esa vida nueva a través de su encuentro con Jesús y la fe en Él, todos los hombres que vivan la vida de Cristo habrán de comenzar por un encuentro con esa Persona concreta que es Jesús resucitado.

 

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