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Domingo 5 de Pascua B- 'Yo soy la vid ustedes los sarmientos': Iglesia del Hogar -  en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa Dominical

 

Recursos adicionales para la preparación

 

 

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

Introducción a las lecturas

Primera Lectura: Hech 9, 26-31

Impresiona el testimonio de los que se han convertido y viven su fe con entusiasmo. Nos llena de vergüenza de no responder al Señor de la misma manera. San Pablo, que antes encarne encarnecidamente perseguía a los cristianos, busca que lo admitan al seno de la comunidad de creyentes. Le tienen miedo y desconfianza. Pero uno de la comunidad le abre la puerta. Al escuchar la lectura gocémonos de poder volver siempre de nuevo a la comunidad de hermanos aunque hayamos pecado. Y cuando veamos a alguien que busca unirse a la comunidad de creyentes y se le hace difícil, ayudemos nosotros también igual que Bernabé.

Segunda Lectura: 1 Jn 3, 18-24

Escuchemos con mucha atención a San Juan. Nos anuncia los maravillosos efectos del bautismo en nuestro corazón. Si estamos tristes o deprimidos es que no hemos utilizado la clave de San Juan para saber si ya estamos verdaderamente en unión con Jesús y con el Padre celestial. Esta lectura se convierte en examen de conciencia. porque amar al otro no es una emoción o un sentimiento sino es ante todo una decisión de servirle al otro.

Evangelio: Jn 15, 1-8

Muchos de nosotros hemos tenido la experiencia de la muerte espiritual porque hemos cometido un pecado grave. Es que nos hemos separado de Cristo. Pero también hemos experimentado su perdón y gozamos del nuevo la unión con Jesucristo. Dejemos que estas palabras del Señor nos animen a estrechar más y más nuestros lazos con El y con los hermanos y la vida eterna pulserá en nosotros con renovado vigor.

 

Reflexionemos los padres

Aquí podemos comprobar nuevamente cuantas veces la rutina de todos los días nos hace perder la admiración, la gratitud y la sensibilidad de cara al maravilloso amor de Dios. Jesús no solamente quiere salvarnos y liberarnos del pecado. Hay mucho más: Jesús desea ser uno con nosotros y eso por medio de la permanente comunicación de su amor. Permanentemente el quiere transmitirnos su bendición, su amor, su gracia, su vida divina. Necesitamos cada día recuperar esta sensibilidad de la presencia amorosa de Jesucristo en nuestra vida y en todos los acontecimientos que Dios nos permite. ¿Cómo hacer eso? Una vía consiste en frecuentar los sacramentos, otra vía es la oración fervorosa de cada día, otra vía es la de las jaculatorias, breves oraciones lanzadas hacia el cielo también en medio de una ocupación tensa, otra vía consiste en realizar las tareas de cada día consagrándolas a Dios. Ciertamente sería mucho mejor que estuviese presente intensamente en nuestros pensamientos como lo fue la persona de la cual nos hemos enamorado. Nos salía hasta “por la sopa”. Sin embargo, avanzando por las vías antes mencionadas nos educamos cada día a ser más y más sensibles a la presencia amorosa de Dios en nuestra vida.

 

Reflexionemos con los hijos

Un día San Francisco invitó a un compañero suyo a salir del convento y caminar por las calles de la ciudad. El compañero pensaba iban a algún lugar de la ciudad para predicar. Sin embargo, San Francisco seguía caminando y caminando y luego los dos volvieron al convento. El compañero le reclamaba diciendo: “¿Porque no hemos predicado?” San Francisco:  “Simplemente caminar por las calles con humildad y en recogimiento es una prédica”.

Sería hermoso que el nuestro caminar por la calle o por la casa sería como una prédica, como un testimonio de la presencia de Jesucristo. Como hemos escuchado en el Evangelio Jesús siempre está con nosotros, siempre está unido a cada uno de nosotros. De manera cuando veamos a otra persona bautizada ahí también esta Jesucristo. Es más fácil de creer en esto cuando estamos viendo a una monja o un sacerdote. Sin embargo, es verdad Jesús está en cada uno de nosotros. Es fácil de olvidar esto en el trajín de cada día. Pero precisamente para que seamos nuevamente conscientes de esta maravillosa realidad de vez en cuando necesitamos recuperar esta conciencia de que Jesús está en cada uno. Esto nos invita a respetar al otro; y cuando hemos peleado, reconciliarnos pronto y pedir perdón, cuando no le hemos prestado atención, cuando lo nuestro es más importante… Existen tantas maneras de no estar conscientes de la presencia de Jesús. Esto nos invita a ayudarnos mutuamente y prestar servicios. Los mejores servicios son aquellos que se hacen en secreto y nadie puede agradecértelos.

 

Conexión eucarística

La imagen de Jesús como la vid y la de nosotros como sus sarmientos, nos hace conscientes que en todo momento el quiere comunicarnos su vida y su santidad. La eucaristía es la fuente y la cumbre de toda vida cristiana porque en ella Jesús se dona totalmente en sacrificio al Padre en favor nuestro. Es el momento privilegiado cuando los sarmientos recibimos alimento y fuerza de la vid.

 

Nos habla la Iglesia

“35. No ignoramos, ciertamente, que para la inteligencia y explicación de esta recóndita doctrina -que se refiere a nuestra unión con el Divino Redentor y de modo especial a la inhabitación del Espíritu Santo en nuestras almas- se interponen muchos velos, en los que la misma doctrina queda como envuelta por cierta oscuridad, supuesta la debilidad de nuestra mente. Pero sabemos que de la recta y asidua investigación de esta cuestión, así como del contraste de las diversas opiniones y de la coincidencia de pareceres, cuando el amor de la verdad y el rendimiento debido a la Iglesia guían el estudio, brotan y se desprenden preciosos rayos con los que se logra un adelanto real también en estas disciplinas sagradas. No censuramos, por lo tanto, a los que usan diversos métodos para penetrar e ilustrar en lo posible tan profundo misterio de nuestra admirable unión con Cristo. Pero todos tengan por norma general e inconcusa, si no quieren apartarse de la genuina doctrina y del verdadero magisterio de la Iglesia, la siguiente: han de rechazar, tratándose de esta unión mística, toda forma que haga a los fieles traspasar de cualquier modo el orden de las cosas creadas e invadir erróneamente lo divino, sin que ni un solo atributo, propio del sempiterno Dios, pueda atribuírsele como propio. Y, además, sostengan firmemente y con toda certeza que en estas cosas todo es común a la Santísima Trinidad, puesto que todo se refiere a Dios como a suprema cosa eficiente.

También es necesario que adviertan que aquí se trata de un misterio oculto, el cual, mientras estemos en este destierro terrenal, de ningún modo se podrá penetrar con plena claridad ni expresarse con lengua humana. Se dice que las divinas Personas habitan en cuanto que, estando presentes de una manera inescrutable en las almas creadas dotadas de entendimiento, entran en relación con ellas por el conocimiento y el amor, aunque completamente íntimo y singular, absolutamente sobrenatural. Para aproximarnos un tanto a comprender esto hemos de usar el método que el Concilio Vaticano recomienda mucho en estas materias: esto es, que si se procura obtener luz para conocer un tanto los arcanos de Dios, se consigue comparando los mismos entre sí y con el fin último al que están enderezados. Oportunamente, según eso, al hablar Nuestro sapientísimo Antecesor León XIII, de f. m., de esta nuestra unión con Cristo y del divino Paráclito que en nosotros habita, tiende sus ojos a aquella visión beatífica por la que esta misma trabazón mística obtendrá algún día en los cielos su cumplimiento y perfección, y dice: Esta admirable unión, que propiamente se llama inhabitación, y que sólo en la condición o estado [viadores, en la tierra], mas no en la esencia, se diferencia de aquella con que Dios abraza a los del cielo, beatificándolos[162]. Con la cual visión será posible, de una manera absolutamente inefable, contemplar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo con los ojos de la mente, elevados por luz superior; asistir de cerca por toda la eternidad a las procesiones de las personas divinas y ser feliz con un gozo muy semejante al que hace feliz a la santísima e indivisa Trinidad.

Lo que llevamos expuesto de esta estrechísima unión del Cuerpo místico de Jesucristo con su Cabeza, Nos parecería incompleto si no añadiéramos aquí algo cuando menos acerca de la Santísima Eucaristía, que lleva esta unión como a su cumbre en esta vida mortal.

36. Cristo nuestro Señor quiso que esta admirable y nunca bastante alabada unión, por la que nos juntamos entre nosotros y con nuestra divina Cabeza, se manifestara a los fieles de un modo singular por medio del Sacrificio Eucarístico. Porque en él los ministros sagrados hacen las veces no sólo de nuestro Salvador, sino también del Cuerpo místico y de cada uno de los fieles; y en él también los mismos fieles reunidos en comunes deseos y oraciones, ofrecen al Eterno Padre por las manos del sacerdote el Cordero sin mancilla hecho presente en el altar a la sola voz del mismo sacerdote, como hostia agradabilísima de alabanza y propiciación por las necesidades de toda la Iglesia. Y así como el Divino Redentor, al morir en la Cruz, se ofreció, a sí mismo, al Eterno Padre como Cabeza de todo el género humano, así también en esta oblación pura no solamente se ofrece al Padre Celestial como Cabeza de la Iglesia, sino que ofrece en sí mismo a sus miembros místicos, ya que a todos ellos, aun a los más débiles y enfermos, los incluye amorosísimamente en su Corazón.

El sacramento de la Eucaristía, además de ser una imagen viva y admirabilísima de la unidad de la Iglesia -puesto que el pan que se consagra se compone de muchos granos que se juntan, para formar una sola cosa[164]- nos da al mismo autor de la gracia sobrenatural, para que tomemos de él aquel Espíritu de caridad que nos haga vivir no ya nuestra vida, sino la de Cristo y amar al mismo Redentor en todos los miembros de su Cuerpo social.

Si, pues, en las tristísimas circunstancias que hoy nos acongojan son muy numerosos los que tienen tal devoción a Cristo Nuestro Señor, oculto bajo los velos eucarísticos, que ni la tribulación, ni la angustia, ni el hambre, ni la desnudez, ni el peligro, ni la persecución, ni la espada los pueden separar de su caridad[165], ciertamente en este caso la sagrada Comunión, que no sin designio de la divina Providencia ha vuelto a recibirse en estos últimos tiempos con mayor frecuencia, ya desde la niñez, llegará a ser fuente de la fortaleza que no rara vez suscita y forja verdaderos héroes cristianos.

III. EXHORTACIÓN PASTORAL

37. Esto es, Venerables Hermanos, lo que piadosa y rectamente entendido y diligentemente mantenido por los fieles, les podrá librar más fácilmente de aquellos errores que provienen de haber emprendido algunos arbitrariamente el estudio de esta difícil cuestión no sin gran riesgo de la fe católica y perturbación de los ánimos.

Porque no faltan quienes -no advirtiendo bastante que el apóstol Pablo habló de esta materia sólo metafóricamente, y no distinguiendo suficientemente, como conviene, los significados propios y peculiares de cuerpo físico, moral y místico-, fingen una unidad falsa y equivocada, juntando y reuniendo en una misma persona física al Divino Redentor con los miembros de la Iglesia y, mientras atribuyen a los hombres propiedades divinas, hacen a Cristo nuestro Señor sujeto a los errores y a las debilidades humanas. Esta doctrina falaz, en pugna completa con la fe católica y con los preceptos de los Santos Padres, es también abiertamente contraria a la mente y al pensamiento del Apóstol, quien aun uniendo entre sí con admirable trabazón a Cristo y su Cuerpo místico, los opone uno a otro como el Esposo a la Esposa.

38. Ni menos alejado de la verdad está el peligroso error de los que pretenden deducir de nuestra unión mística con Cristo una especie de quietismo disparatado, que atribuye únicamente a la acción del Espíritu divino toda la vida espiritual del cristiano y su progreso en la virtud, excluyendo -por lo tanto- y despreciando la cooperación y ayuda que nosotros debemos prestarle. Nadie, en verdad, podrá negar que el Santo Espíritu de Jesucristo es el único manantial del que proviene a la Iglesia y sus miembros toda virtud sobrenatural. Porque, como dice el Salmista, la gracia y la gloria la dará el Señor. Sin embargo, el que los hombres perseveren constantes en sus santas obras, el que aprovechen con fervor en gracia y en virtud, el que no sólo tiendan con esfuerzo a la cima de la perfección cristiana sino que estimulen también en lo posible a los otros a conseguirla, todo esto el Espíritu celestial no lo quiere obrar sin que los mismos hombres pongan su parte con diligencia activa y cotidiana. Porque los beneficios divinos -dice San Ambrosio- no se otorgan a los que duermen, sino a los que velan. Que si en nuestro cuerpo mortal los miembros adquiere fuerza y vigor con el ejercicio constante, con mayor razón sucederá eso en el Cuerpo social de Jesucristo, en el que cada uno de los miembros goza de propia libertad, conciencia e iniciativa. Por eso quien dijo: Y yo vivo, o más bien yo no soy el que vivo: sino que Cristo vive en mí, no dudó en afirmar: la gracia suya [es decir, de Dios] no estuvo baldía en mí, sino que trabajé más que todos aquéllos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Es, pues, del todo evidente que con estas engañosas doctrinas el misterio de que tratamos, lejos de ser de provecho espiritual para los fieles, se convierte miserablemente en su rutina.

(Pío XII, Encíclica Mystici corporis)

 Leamos la Biblia con la Iglesia

Lunes:              Hechos   14,5-189                       Jn    14,21-26

Martes:            Hechos   14,19-28                       Jn    14,27-31a

Miércoles:        Hechos   15,1-6                           Jn    15,1-8

Jueves:             Hechos   15,7-21                         Jn    15,9-11

Viernes:           Hechos   15,22-31                       Jn    15,12-17

Sábado:           Hechos   16,1-10                         Jn    15,18-21

Oraciones

Hazme un instrumento de tu paz  (San Francisco)

donde haya odio lleve yo tu amor

donde haya injuria tu perdón señor

donde haya duda fe en ti

 

Maestro ayúdame a nunca buscar

el ser consolado sino consolar

ser entendido sino entender

ser amado sino yo amar

 

Hazme un instrumento de tu paz

que lleve tu esperanza por doquier

donde haya oscuridad lleve tu luz

donde haya pena tu gozo señor

 

Maestro ayúdame a nunca buscar

el ser consolado sino consolar

ser entendido sino entender

ser amado sino yo amar

 

Hazme un instrumento de tu paz

es perdonando que nos das perdón

es dando a todos como tu nos das

muriendo es que volvemos a nacer

 

Maestro ayúdame a nunca buscar

el ser consolado sino consolar

ser entendido sino entender

ser amado sino yo amar

 

Hazme un instrumento de tu paz




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