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Solemnidad de Pentecostés - Comentarios de Sabios y Santos: Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Santa Misa

 

A su disposición
Exégesis: R. P. José María Solé Roma, C.M.F. sobre las tres lecturas

Exégesis: R. P. José Antonio Marcone, I.V.E. - Centralidad de
Pentecostés en la obra de Lucas


Exégesis: R.P. Manuel de Tuya - Apariciones a los discípulos

Santos Padres: SAN GREGORIO MAGNO - Jesús resucitado y el don del Espíritu Santo

Santos Padres: SAN ISIDORO DE SEVILLA - Cristo, después de su ascensión, envió al Espíritu Santo sobre los apóstoles

Santos Padres: San Cirilo de Jerusalén - Sobre el Espíritu Santo

Comentario Teológico: SANTO TOMÁS DE AQUINO - CREO EN EL ESPÍRITU SANTO

Comentario Teológico: DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁ - Jesús resucitado y el don del Espíritu Santo

Comentario Teológico: San Juan Pablo Magno - El testimonio del día de Pentecostés

Comentario Teológico: JUAN PABLO II - Creo en el Espíritu Santo

Comentario Teológico: Juan Pablo II - Cristo resucitado dice: "Recibid el Espíritu Santo"

Comentario Teológico: R.P. Royo Marín - La moción divina de los dones

Comentario Teológico: R. P. Raniero Cantalamessa - Comentario a las lecturas

Aplicación: R.P. R. Cantalamessa OFMCap - ¿Pentecostés o Babel"

Aplicación: Benedicto XVI - El Espíritu Santo es tempestad y fuego

Aplicación: R. P. José Antonio Marcone, I.V.E. - Viento, fuego y paloma

Aplicación: San Juan de Ávila - ¿Ha venido a ti este tal Consolador"

Aplicación: San Juan de Ávila - Vendremos a él y haremos morada en él

Ejemplos

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

Exégesis: R. P. José María Solé Roma, C.M.F. sobre las tres lecturas

Sobre la Primera Lectura (Hechos 2, 1-11)
Resurrección-Apariciones-Ascensión, son ya Era del Espíritu Santo: 'Que después de la Resurrección se apareció visiblemente a todos sus discípulos y, ante sus ojos, fue elevado al cielo para hacernos compartir su divinidad' (Pref.): San Lucas, que presentó a Jesús siempre dirigido por el Espíritu, presenta así ahora a su Iglesia:
- La Era Mesiánica era esperada como efusión de Espíritu Santo. Los Profetas así lo prometen: Joel es el más explícito: 'Derramaré mi Espíritu sobre toda carne. Obraré prodigios en los cielos y sobre la tierra' (Jl 3, 1). Y Habacuc nos describe la nueva Teofanía en luz y en fuego, en huracán y terremoto (Hab 3, 3). Pentecostés es el nacimiento de la Iglesia, el comienzo de una nueva Era; el Padre y el Hijo nos envían al Espíritu Santo. La Era Mesiánica será la Era del Espíritu Santo. Se inicia con un diluvio de 'Fuego' (Espíritu Santo).
- Dios habla en 'signos' que es el mensaje que todos entienden. Los 'signos' que anuncian solemnemente la misión del Espíritu a la Iglesia son: Un ruido del cielo; un viento impetuoso; un diluvio de fuego en forma de lenguas ígneas. Este fragor celeste, este huracán, esta lluvia de fuego son expresivos símbolos de la llegada y de la obra que va a realizar el Espíritu Santo: Fragor celeste que despierta; Llama que enardece; Viento que eleva, espiritualiza; Fuego que ilumina, purifica, caldea. De hecho los Apóstoles, recibido el Espíritu, quedan transmudados, re-nacen. Son ya valientes, iluminados, puros, fieles, espirituales. A la luz del Espíritu Santo penetran el sentido de las enseñanzas de Cristo, hasta entonces enigmáticas para ellos.
- El don de lenguas, o 'glosolalia', es un carisma para alabar a Dios (cf. 1Cor 10, 14). Como en estado extático cantan los Apóstoles la Gloria de Dios en todas las lenguas. Los oyentes, a su vez, a la luz del Espíritu, los comprenden y se unen a ellos. Este fenómeno sobrenatural quiere demostrar que han cesado las disgregaciones (de lengua, raza, cultura, religión) que pesaban como maldición sobre los hombres (Gn 11, 1- 9). El Espíritu Santo hará de todos los redimidos por Cristo un único Pueblo de Dios. La única condición para ser beneficiarios de esa gracia, de esa nueva creación, es la conversión y la fe: 'Convertíos y recibid el Bautismo en el nombre de Jesucristo en remisión de vuestros pecados. Y recibiréis el don del Espíritu Santo' (Hch 2, 38). Si el orgullo produjo discordia y frustración, la fe nos da armonía y salvación.

Sobre la Segunda Lectura (1Cor 12, 3-7. 12-13)
San Pablo nos presenta un cuadro muy interesante de la actuación interior del Espíritu Santo en las almas; y también de las manifestaciones carismáticas y maravillosas que enriquecieron desde los principios a la Iglesia y la mostraron: 'Sacramento universal de Salvación' (Lumen Gentium 48):
- El don de la fe y la confesión de la fe son gracias del Espíritu. Sin esta gracia no podemos llegar a la zona de la fe (3 b). A la vez, la gracia del Espíritu salvaguarda de todo error y desorientación nuestra fe (3 a). Si queremos que nuestra fe no sufra titubeos, confusionismos y desviaciones, pidamos humildemente la gracia del Espíritu Santo.
- En las primitivas Comunidades, en las que la jerarquía no podía actuar con la trabazón e institución que adquirió con el desarrollo de la iglesia, el Espíritu Santo suplía con una profusión de dones carismáticos los que hoy llama la teología: 'Gracias gratis datas'. Los carismas, de nuevo puestos de relieve por el Vaticano II, no se dan al fiel para su santificación, sino para el bien inmediato de la Comunidad (7). Fueron en las primeras Comunidades cristianas un factor importante para la consolidación de la fe y para su propagación. San Pablo nos da diferentes listas de los carismas más importantes (8-10; 12, 27-28; Rom. 12, 6-8; Ef. 4,11). Siempre insiste en que no se dan para provecho propio, ni menos para fomento de vanidad, ni como exhibicionismo religioso. Todos provienen del mismo Espíritu y van ordenados al bien de la Iglesia; y sobre todos ellos está la caridad, don esencial del Espíritu Santo, al que todos debemos aspirar y al que debemos valorizar más que los carismas.
- En la ordenación, y regulación y uso de los carismas hay que tener presente: al defender la unidad de la Iglesia no impidamos la diversidad de los carismas. Al respetar la diversidad de los carismas, no dañemos la unidad de la Iglesia. E ilustra su enseñanza con el símil del cuerpo humano: uno con variedad de miembros; pero en el que todos los miembros actúan en razón de la unidad. En el Cuerpo Místico, que es la Iglesia, el Espíritu es el Alma que lo informa, lo vivifica, lo santifica, lo vigoriza, lo unifica: 'Bautizados en un Espíritu para formar un Cuerpo' (13). 'Envió, Padre, al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo' (Pleg. Euc. IV).

Sobre el Evangelio (Juan 20, 19-23)
San Juan nos da en este contexto la misión del Espíritu Santo que San Lucas describe en Pentecostés.
- El Resucitado se presenta a sus Apóstoles y les enseña las cicatrices de sus llagas, precio con el cual nos ha ganado el Espíritu Santo. Y les da el 'Signo' de la misión del Espíritu Santo: 'Sopla sobre ellos' (20). En hebreo, soplo y Espíritu se indican con la misma palabra.
- Con el don del Espíritu Santo les inunda de Paz: 'Paz a vosotros' (19. 20). 'Paz' en la Escritura es la síntesis de todos los bienes; y, ya en clave de Espíritu Santo, indica todos los dones, frutos y carismas del Paráclito. Los Apóstoles tendrán en todo primacía y plenitud.
- Para la Era del Espíritu Santo estaba prometida la remisión de los pecados (Jer 31, 34). Queda en manos de los Apóstoles el poder de perdonar (23), pues Cristo los envía como continuadores de su Obra Salvífica y les entrega la plenitud de sus poderes y autoridad (21).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra, Ciclo B, Herder, Barcelona, 1979)

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Exégesis: R. P. José Antonio Marcone, I.V.E. - Centralidad de Pentecostés en la obra de Lucas

El libro de los Hechos de los Apóstoles es la segunda parte de una sola obra de San Lucas conformada por el tercer Evangelio y por los Hechos, obra unitaria que nosotros llamaríamos hoy "Historia de los orígenes del Cristianismo".

En el cuadro general de la obra lucana la narración de Pentecostés constituye el inicio de la segunda parte de la obra (el libro de los Hechos), así como la inauguración del ministerio de Jesús constituye el encauzamiento de la primera (el Evangelio de San Lucas). Al primer bautismo de Jesús en el agua y en el Espíritu Santo (Lc 3,21 ss.) corresponde el primer bautismo de la Iglesia en el Espíritu Santo y en el fuego (Act 2,1-5). El primer capítulo del libro de los Actos, paralelamente a Lc 1-2, es como el antecedente o el hecho previo narrado para preparar y explicar lo que vendrá después. En cambio, con el capítulo segundo se abre paso la historia de la Iglesia naciente: la historia de la palabra predicada y escuchada, la historia de la fe propuesta y abrazada, la historia del Espíritu donado y participado, la historia de la salvación en el tiempo y en el espacio.

Lucas nos dice que Pentecostés es el punto de partida de toda la historia de salvación. Lucas narra en detalle este punto de partida, por eso primero describe el hecho histórico de Pentecostés (2,1-13) y, en segundo lugar, nos transmite el discurso de Pedro, el cual, después de haber sido, junto con los otros, testigo y partícipe del hecho, se convierte en intérprete delante de los demás (2,14-41).
Nosotros analizaremos ahora la narración del hecho histórico de Pentecostés (2,1-13). A) En primer lugar, Lucas adopta un género literario llamado teofánico. B) Además hace referencia a ciertos textos del AT que conectan el Pentecostés cristiano con el Pentecostés hebreo. C) Por otro lado, contrapone claramente el Pentecostés cristiano con la confusión de lenguas en Babel. D) Finalmente Lucas hace uso de ciertos vocablos que nos hablan de su intención de hacer una verdadera teología de la historia. Todos estos elementos nos permiten entender ya desde el inicio la concepción profundamente teológica que Lucas tiene de Pentecostés como hecho histórico y evento salvífico. Veamos cada uno de estos puntos.

A) Para Lucas Pentecostés es el antitipo de las teofanías veterotestamentarias. San Lucas, al narrar el hecho histórico de Pentecostés lo hace al modo como se narraban en el Antiguo Testamento las teofanías de Yahveh, es decir, la manifestaciones de Dios (cf. Ex.3,2ss; 19,16-20; Lev.9,23ss; Deut.4,11b.12.33-36; 5,4.22ss.; 1Re.19,11b-13; Is.6; Ez.1; Sal.18,8-16; 68,8s.; 77,16-20; 97,1-6; etc.). De esta manera Lucas pone de relieve su significado teológico: Pentecostés, para Lucas, es el antitipo de las teofanías antiguas entre las cuales está en primer lugar la del Sinaí (Ex 19,16-20). De manera que Pentecostés es la realidad por excelencia, es la teofanía por antonomasia (mientras las antiguas eran sólo sombras); es un momento histórico privilegiado en el cual Dios lleva adelante su plan de salvación, revelándose en modo aún más explícito por medio de Cristo y en el Espíritu.
B) Pero el Pentecostés cristiano, para Lucas, es también el cumplimiento del pentecostés hebreo. La fiesta hebrea que con el tiempo se llamó 'Pentecostés' era la fiesta de la siega, la fiesta de la cosecha. Esta fiesta se debía celebrar siete semanas después de la Pascua y por eso el nombre original era el de 'Fiesta de las Semanas'.

Existen dos puntos de contacto textual entre el decreto del Deuteronomio (16,9-13) donde se establece legalmente la fiesta, y el relato lucano de Pentecostés. En primer lugar, la mención explícita de la fiesta en uno y otro texto (Deut 16,9; Act.2,1: "Al llegar el día de Pentecostés..."). En segundo lugar, la correspondencia entre el regocijo con que festejarán los israelitas "en el lugar elegido por Yahveh tu Dios para morada de su nombre" (Deut 16,11) y el hecho de que "todos quedaron llenos del Espíritu Santo" (Act 2,4; cf. también Act 2,13.15). Lo que Lucas quiere expresar con todo esto es lo siguiente: con la nueva efusión del Espíritu, Dios no se manifiesta más bajo el velo de su nombre sino directamente con su Espíritu. La presencia de Dios no se da ya por la habitación del nombre de Yahveh en un lugar material sino por la presencia del Espíritu mismo. Éste, en vez de habitar en un lugar físico, llena las personas. Todo esto queda remarcado si recordamos, como dijimos recién, que Lucas ve en el hecho de Pentecostés una teofanía, es decir, una manifestación de Dios Espíritu Santo.

Si ponemos esto en contacto con Act 2,5-13 (los beneficios de Pentecostés llegan a todos los hombres de toda la tierra) concluimos que este don del Espíritu Santo es ofrecido a todos; todos pueden beneficiarse de él, sin tener necesidad como antes de una peregrinación al templo, sino con la sola invocación del nombre del Señor Jesús. Notemos, finalmente, que la alegría con que el pueblo israelita debía celebrar la fiesta (Deut 16,11) se convierte ahora en la alegría mesiánica de todos los pueblos (2,5-13), los cuales se congratulan del advenimiento de la salvación en el "día grande del Señor" (Act 2,20; citación de Joel 3,4).

El Pentecostés cristiano es también cumplimiento del Pentecostés hebreo en cuanto éste se había convertido, además de fiesta de la cosecha, también en fiesta de la renovación de la Alianza realizada en el Sinaí. En el Pentecostés cristiano la teofanía de Dios que se realiza en el Espíritu Santo establece la Nueva y definitiva Alianza, que va a consistir principalmente en la presencia interior del Espíritu Santo en el alma del creyente.

C) Pentecostés, en el pensamiento de Lucas, se contrapone claramente también a Babel. Según Gen 11,1-9 el pecado de orgullo de los hombres manifestado en el querer desafiar al cielo con la construcción de una torre, fue castigado por Dios con una doble punición: la confusión de los lenguajes (11,7) y la dispersión por toda la tierra (11,8). De allí proviene el nombre de 'Babel', que significa 'confusión'. En Deut 32,8 se hace mención a esta división y dispersión de los hombres por toda la tierra: "El Altísimo dividió las naciones". Hay aquí una referencia a Gen 11,8. Ahora bien, S. Lucas, para describir el don del Espíritu hace uso de un verbo (diamerízo = dividir, repartir) que en toda la Biblia aparece solamente dos veces: justamente en Deut 32,8 ("repartió las naciones") y en Act 2,3 ("se repartieron las lenguas de fuego"). El verbo no ha sido elegido por casualidad: S. Lucas quiere insinuar que en Pentecostés, Cristo ha restaurado la unión entre los hombres y esto mediante el Espíritu Santo, que es causa eficiente de unidad. Así como a causa del orgullo del hombre éstos quedaron 'repartidos' por toda la tierra, así ahora a causa del Espíritu de unidad que se 'reparte' por todos los hombres éstos vuelven a configurar una unidad.

En los vv. 5-13 se narra la glosolália como efecto de la venida del Espíritu Santo, es decir el carisma de hablar en lenguas (cf. 1Cor 12,10; 14,2). Todos los hombres de todos los pueblos escuchan hablar a los apóstoles en su propia lengua. La enumeración de los pueblos de los vv. 9-11 es la de los pueblos mediterráneos. En conjunto se los describe de este a oeste y de norte a sur. De esta manera se contrapone el pecado de orgullo de Babel que trajo como efecto la confusión de lenguas, con la venida del Espíritu Santo que restituye la unidad en el lenguaje. De esta manera quedan remediadas las dos 'heridas' profundísimas creadas por el pecado de orgullo: la división de los hombres y la confusión de lenguas.

D) Otro indicio que nos hace conocer la teología escondida en la narración del hecho de Pentecostés es el verbo sumploroústhai, característico y exclusivo de Lucas (además en Lc 8,23; 9,51). Este verbo tiene un significado espacial: 'llenar' (el de Lc 8,23: la barca "se llenaba" con las olas); y otro significado temporal: 'cumplirse' el tiempo (el de Lc 9,511 y Act 2,3: "habiéndose cumplido el tiempo" o "habiendo llegado el tiempo"). De esta manera Lucas le da a Pentecostés un matiz de "plenitud de los tiempos", es un kairós en la historia de la salvación, es un momento extraordinario de culminación del movimiento salvífico2. Si es un momento de culminación en la historia de salvación, evidentemente está haciendo relación al pasado (es culminación de un proceso que se fue dando a lo largo del tiempo), y alude a la realización de las promesas antiguas y recientes (Lc 24,49; Act 1,8; ambas son promesas del Espíritu Santo hechas por Jesús). Pero dice también relación al presente en el cual confluyen las esperas del pasado y del cual parten las líneas de apertura hacia el futuro. Esto último se concreta en Act 2,5-13 porque el misterio de la glosolalia es símbolo y anticipación maravillosa de la misión universal de los apóstoles (cf. Act 2,39). Es este el primer esbozo de una teología de la historia que el discurso pentecostal de Pedro se encargará de perfeccionar.
1 Esta citación tiene una importancia particular porque marca un momento clave del evangelio de San Lucas, el que marca el comienzo de la subida (éxodo) de Jesús a Jerusalén, el famoso "Iter Lucanum".
2 En el NT hay dos formas de decir tiempo: kairós y jrónos. Pero tienen matices muy diferentes. El segundo hace mención a la sucesión del tiempo según un antes y un después; el primero, en cambio, hace referencia a un momento determinado de la historia que está cuajado de significado para la historia que pasó y la que vendrá.


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 Santos Padres: SAN GREGORIO MAGNO - Jesús resucitado y el don del Espíritu Santo

HOMILIA VI (Dirigida al pueblo en la basílica de San Juan, llamada Constantiniana, en la octava de Pascua.)

1. La primera cuestión que de esta lección asalta al pensamiento es: ¿cómo después de la resurrección fue el verdadero cuerpo de Jesús el que, estando cerradas las puertas, pudo entrar a donde estaban los apóstoles"

Mas debemos reconocer que la obra de Dios deja de ser admirable si la razón la comprende, y que la fe carece de mérito cuando la razón adelanta la prueba. En cambio, esas mismas obras de Dios que de ningún modo pueden comprenderse por sí mismas, deben cotejarse con alguna otra obra suya, para que otras obras más admirables nos faciliten la fe en las que son sencillamente admirables.

Pues bien, aquel mismo cuerpo que, al nacer, salió del seno cerrado de la Virgen , entró donde estaban los discípulos hallándose cerradas las puertas. ¿Qué tiene, pues, de extraño el que después de la resurrección, ya eternamente triunfante, entrara estando cerradas las puertas el que, viniendo para morir, salió a luz sin abrir el seno de la Virgen " Pero, como dudaba la fe de los que miraban aquel cuerpo que podía verse, mostróles en seguida las manos y el costado; ofreció para que palparan el cuerpo que había introducido estando cerradas las puertas.

En lo cual pone de manifiesto dos cosas admirables y para la razón humana harto contrarias entre sí, y fue mostrar, después de su resurrección, su cuerpo incorruptible y a la vez tangible, puesto que necesariamente se corrompe lo que es palpable, y lo incorruptible no puede palparse.

No obstante, por modo admirable e incomprensible, nuestro Redentor, después de resucitar, mostró su cuerpo incorruptible y a la vez palpable, para, con mostrarle incorruptible, invitar a los premios y, con presentarle palpable, afianzar la fe; además se mostró incorruptible y palpable, sin duda, para probar que, después de la resurrección, su cuerpo era de la misma naturaleza, pero tenía distinta gloria .

2. Y les dijo:  La paz sea con vosotros. Como mi Padre me envió, así os envío yo también a vosotros ". Esto es, como mi Padre, Dios, me envió a mí, Dios también, yo, hombre, os envío a vosotros, hombres.

El Padre envió al Hijo, quien, por determinación suya, debía encarnarse para la redención del género humano, y el cual, cierto es, quiso que padeciera en el mundo; pero, sin embargo, amó a Hijo, que enviaba para padecer. Asimismo, el Señor, a los apóstoles, que eligió, los envió, no a gozar en el mundo, sino a padecer, como El había sido enviado. Luego, así como el Padre ama al Hijo y, no obstante, le envía a padecer, así también el Señor ama a los discípulos, a quienes, sin embargo, envía a padecer en el mundo. Rectamente, pues, se dice: " Como el Padre me envió a mí, así os envío yo también a vosotros "; esto es: cuando yo os mando ir entre las asechanzas de los perseguidores, os amo con el mismo amor con que el Padre me ama al hacerme venir a sufrir tormentos.

Aunque también puede entenderse que es enviado según la naturaleza divina. Y entonces se dice que el Hijo es enviado por el Padre, porque es engendrado por el Padre; pues también el Hijo, cuando les dice (Is. 15, 26): " Cuando viniere el Paráclito, que yo os enviaré del Padre ", manifiesta que El les enviará el Espíritu Santo, el cual, aunque es igual al Padre y al Hijo, pero no ha sido encarnado. Ahora, si ser enviado debiera entenderse tan sólo de ser encarnado, cierto que no se diría en modo alguno que el Espíritu Santo sería enviado, puesto que jamás encarnó, sino que su misión es la misma procesión, por la que a la vez procede del Padre y del Hijo. De manera que, como se dice que el Espíritu Santo es enviado por que procede, así se dice, y no impropiamente, que el Hijo es enviado porque es engendrado.

3. Dichas estas palabras, alentó hacia ellos y les dijo: " Recibid el Espíritu Santo ". Debemos inquirir qué significa el que nuestro Señor enviara una sola vez el Espíritu Santo cuando vivía en la tierra y otra sola vez cuando ya reinaba en el cielo; pues en ningún otro lugar se dice claramente que fuera dado el Espíritu Santo, sino ahora, que es recibido mediante el aliento, y después, cuando se declara que vino del cielo en forma de varias lenguas.

¿Por qué, pues, se da primero en la tierra a los discípulos y luego es enviado desde el cielo, sino porque es doble el precepto de la caridad, a saber, el amor de Dios y el del prójimo" Se da en la tierra el Espíritu Santo para que se ame al prójimo, y se da desde el cielo el Espíritu para que se ame a Dios.

Así como la caridad es una sola y sus preceptos dos, el Espíritu es uno y se da dos veces: la primera, por el Señor cuando vive en la tierra; la segunda, desde el cielo, porque en el amor del prójimo se aprende el modo de llegar al amor de Dios; que por eso San Juan dice (1ª Io. 4,20): " El que no ama a su hermano, a quien ve, a Dios, a quien no ve, ¿cómo podrá amarle" " Cierto que antes ya estaba el Espíritu Santo en las almas de los discípulos para la fe; pero no se les dio manifiestamente sino después de la resurrección. Por eso está escrito (Io. 7,39): " Aún no se había comunicado el Espíritu Santo, porque Jesús no estaba todavía en su gloria ". Por eso también se dice por Moisés (Deut. 32,13) " Chuparon la miel de las peñas y el aceite de las más duras rocas ". Ahora bien, aunque se repase todo el Antiguo Testamento, no se lee que, conforme a la Historia , sucediera tal cosa; jamás aquel pueblo chupó la miel de la piedra ni gustó nunca tal aceite; pero como, según San Pablo (1 Cor. 10,4), la piedra era Cristo , chuparon miel de la piedra los que vieron las obras y milagros de nuestro Redentor, y gustaron el aceite de la piedra durísima, porque merecieron ser ungidos con la efusión del Espíritu Santo después de la resurrección. De manera que, cuando el Señor, mortal aún, mostró a los discípulos la dulzura de sus milagros, fue como darles miel de la piedra; y derramó el aceite de la piedra cuando, hecho ya impasible después de su resurrección, con su hálito hizo fluir el don de la santa unción. De este óleo se dice por el profeta (Is. 50,27):  Pudriráse el yugo por el aceite ". En efecto, nos hallábamos sometidos al yugo del poder del demonio, pero fuimos ungidos con el óleo del Espíritu Santo, y como nos ungió con la gracia de la liberación, pudrióse el yugo del poder del demonio, según lo asegura San Pablo, que dice (2 Cor. 3,17): " Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad ".

Mas es de saber que los primeros que recibieron el Espíritu Santo, para que ellos vivieran santamente y con su predicación aprovecharan a algunos, después de la resurrección del Señor, le recibieron de nuevo ostensiblemente, precisamente para que pudieran aprovechar, no a pocos, sino a muchos. Por eso en esta donación del Espíritu se dice: " Quedan perdonados los pecados de aquellos a quienes vosotros se los perdonareis, y retenidos los de aquellos a quienes se los retuviereis ".

Pláceme fijar la atención en el más alto grado de gloria a que fueron sublimados aquellos discípulos, llamados a sufrir el peso de tantas humillaciones. Vedlos, no sólo quedan asegurados ellos mismos, sino que además reciben la potestad de perdonar las deudas ajenas y les cabe en suerte el principado del juicio supremo, para que, haciendo las veces de Dios, a unos retengan los pecados y se los perdonen a otros.

Así, así correspondía que fueran exaltados por Dios los que habían aceptado humillarse tanto por Dios. Ahí lo tenéis: los que temen el juicio riguroso de Dios quedan constituidos en jueces de las almas, y los que temían ser ellos mismos condenados condenan o libran a otros.

5. El puesto de éstos ocúpanle ahora ciertamente en la Iglesia los obispos. Los que son agraciados con el régimen, reciben la potestad de atar y de desatar.

Honor grande, sí; pero grande también el peso o responsabilidad de este honor. Fuerte cosa es, en verdad, que quien no sabe tener en orden su vida sea hecho juez de la vida ajena; pues muchas veces sucede que ocupe aquí el puesto de juzgar aquel cuya vida no concuerda en modo alguno con el puesto, y, por lo mismo, con frecuencia ocurre que condene a los que no lo merecen, o que él mismo, hallándose ligado, desligue a otros. Muchas veces, al atar o desatar a sus súbditos, sigue el impulso de su voluntad y no lo que merecen las causas; de ahí resulta que queda privado de esta misma potestad de atar y de desatar quien la ejerce según sus caprichos y no por mejorar las costumbres de los súbditos. Con frecuencia ocurre que el pastor se deja llevar del odio o del favor hacia cualquiera prójimo; pero no pueden juzgar debidamente de los súbditos los que en las causas de éstos se dejan llevar de sus odios o simpatías. Por eso rectamente se dice por el profeta (Ez. 13, 59) que mataban a las almas que no están muertas y daban por vivas a las que no viven. En efecto, quien condena al justo, mata al que no está muerto, y se empeña en dar por vivo al que no ha de vivir quien se esfuerza en librar del suplicio al culpable.

6. Deben, pues, examinarse las causas y luego ejercer la potestad de atar y de desatar. Hay que conocer qué culpa ha precedido o qué penitencia ha seguido a la culpa, a fin de que la sentencia del pastor absuelva a los que Dios omnipotente visita por la gracia de la compunción; porque la absolución del confesor es verdadera cuando se conforma con el fallo del Juez eterno.

Lo cual significa bien la resurrección del muerto de cuatro días, pues ella demuestra que el Señor primeramente llamó y dio vida al muerto, diciendo (lo. 11,43) " Lázaro, sal afuera "; y que después, el que había salido afuera con vida, fue desatado por los discípulos, según está escrito (lo. 11,44) " Cuando hubo salido afuera el que estaba atado de pies y manos con fajas, dijo entonces a sus discípulos: Desatadle y dejadle ir" . Ahí lo tenéis: los discípulos desatan a aquel que ya vivía, al cual, cuando estaba muerto, había resucitado el Maestro. Si los discípulos hubieran desatado a Lázaro cuando estaba muerto, habrían hecho manifiesto el hedor más bien que su poder.

De esta consideración debe deducirse que nosotros, por la autoridad pastoral, debemos absolver a los que conocemos que nuestro Autor vivifica por la gracia suscitante; vivificación que sin duda se conoce ya antes de la enmienda en la misma confesión del pecado. Por eso, al mismo Lázaro muerto no se le dice: Revive, sino: sal afuera.

En efecto, mientras el pecador guarda en su conciencia la culpa, ésta se halla oculta en el interior, escondida en sus entrañas; pero, cuando el pecador voluntariamente confiesa sus maldades, el muerto sale afuera. Decir, pues, a Lázaro: "Sal afuera, es como si a cualquier, pecador claramente se dijera: ¿Por qué guardas tus pecados dentro de tu conciencia" Sal ya afuera por la confesión, pues por tu negación estás para ti oculto en tu interior. Luego decir: salga afuera el muerto, es decir: confiese el pecador su culpa; pero decir: desaten los discípulos al que sale fuera, es como decir que los pastores de la Iglesia deben quitar la pena que tuvo merecida quien no se avergonzó de confesarse.

He dicho brevemente esto por lo que respecta al ministerio de absolver, para que los pastores de la Iglesia procuren atar o desatar con gran cautela. Pero, no obstante, la grey debe temer el fallo del pastor, ya falle justa o injustamente, no sea que el súbdito, aun cuando tal vez quede atado injustamente, merezca ese mismo fallo por otra culpa.

El pastor, por consiguiente, tema atar o absolver indiscretamente; mas el que está bajo la obediencia del pastor tema quedar atado, aunque sea indebidamente, y no reproche, temerario, el juicio del pastor, no sea que, si quedó ligado injustamente, por ensoberbecerse de la desatinada reprensión, incurra en una culpa que antes no tenía.

(San Gregorio Magno, Obras de San Gregorio Magno , B.A.C., Madrid, 1958, Pág. 661-668)


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Comentario Teológico: SANTO TOMÁS DE AQUINO - CREO EN EL ESPÍRITU SANTO

Como ya se dijo, el Verbo de Dios es el Hijo de Dios, así como el verbo del hombre es una concepción de su inteligencia. Pero a veces sucede que el verbo del hombre es un verbo muerto, como cuando el hombre piensa lo que debe hacer, pero sin tener la voluntad de realizarlo; y de manera semejante, cuando el hombre tiene fe pero no obra, se dice que su fe está muerta, según leemos en Santiago: " Así como el cuerpo sin alma está muerto, así la fe sin las obras está muerta " (2, 26).

En cambio el Verbo de Dios es siempre vivo, como se lee en la Epístola a los Hebreos: " Ciertamente, es viva la palabra de Dios " (4, 12), por lo cual necesariamente Dios tiene en sí voluntad y amor. San Agustín así lo afirma en su obra sobre la Santísima Trinidad : " El Verbo del que tratamos de dar una idea es un conocimiento acompañado de amor ". Pues bien, así como el Verbo de Dios es el Hijo de Dios, así el Amor de Dios es el Espíritu Santo. De donde se sigue que el hombre posee al Espíritu Santo cuando ama a Dios. Escribe el Apóstol a los Romanos: " El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado " (5,5).

Hubo algunos cuya doctrina sobre el Espíritu Santo fue completamente errónea. Afirmaban, en efecto, que el Espíritu Santo era una criatura, que era inferior al Padre y al Hijo, y que era esclavo y servidor de Dios.

Para refutar tales errores, los Padres agregaron en otro Símbolo CINCO expresiones relativas al Espíritu Santo.

La PRIMERA es: Creo en el Espíritu Santo " SEÑOR ". Porque aún cuando existen otros espíritus, a saber, los ángeles, éstos son, sin embargo, servidores de Dios, conforme a las palabras de la Escritura : "Los ángeles son todos espíritus destinados a servir " (Hebr. 1, 14); en cambio el Espíritu Santo es SEÑOR . En efecto, Jesús dijo a la samaritana: El Espíritu es Dios (Jo. 4, 24), y el Apóstol: El Espíritu es Señor (2 Cor. 3, 17); por lo que S. Pablo agrega que donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad (cf. 2 Cor. 3, 17). Y la razón de ello es que nos hace amar a Dios, y quita de nuestro corazón el amor del mundo.

La SEGUNDA es: Creo en el Espíritu Santo " VIVIFICADOR ". En efecto, la vida del alma consiste en su unión con Dios, puesto que Dios mismo es la vida del alma, así como el alma es la vida del cuerpo. Ahora bien, el que une a Dios por el amor es el Espíritu Santo, porque Él mismo es el Amor de Dios, y por eso vivifica, como lo enseña el mismo Jesús: " El Espíritu es el que vivifica " (Jo. 6, 64).

La TERCERA es: Creo en el Espíritu Santo " QUE PROCEDE DEL PADRE Y DEL HIJO ". En efecto, el Espíritu Santo es de la misma sustancia que el Padre y el Hijo; porque así como el Hijo es el Verbo del Padre, así el Espíritu Santo es el Amor del Padre y del Hijo, y por lo mismo procede del uno y del otro; y así como el Verbo de Dios es de la misma sustancia que el Padre, de igual manera el Amor es de la misma sustancia que el Padre y el Hijo. También por esto se muestra que no es criatura.

La CUARTA es: Creo en el Espíritu Santo que " CON EL PADRE Y EL HIJO RECIBE UNA MISMA ADORACIÓN Y GLORIA ". Porque debemos al Espíritu Santo el mismo culto que al Padre y al Hijo. En efecto, dijo el Señor: " Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad " (Jo. 4, 23). Y antes de subir al cielo dijo a sus discípulos: " Enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo " (Mt. 28,29).

La QUINTA es: Creo en el Espíritu Santo " QUE HABLÓ POR LOS PROFETAS ". Lo que muestra que el Espíritu Santo es igual a Dios es que los santos Profetas hablaron movidos por Dios. Es evidente que si el Espíritu no fuese Dios, no se diría que los Profetas hablaron movidos por Él. Y eso, precisamente, es lo que afirma S. Pedro: " Inspirados por el Espíritu Santo han hablado las santos hombres de Dios " (2 Pe. 1, 21); e Isaías declara: " El Señor Dios y su Espíritu me han enviado " (48, 16).

Con esta última afirmación se rebaten dos errores. Ante todo, el error de los Maniqueos, los cuales dijeron que el Antiguo Testamento no era de Dios, lo cual es falso, porque por los Profetas habló el Espíritu Santo. Y también el error de Priscila y de Montano, los cuales dijeron que los Profetas no hablaron movidos por el Espíritu Santo, sino como dementes.

El Espíritu Santo produce en nosotros FRUTOS múltiples.

En PRIMER lugar, nos purifica de los pecados. La razón es que a quien hace una cosa le corresponde rehacerla. Ahora bien, el Espíritu Santo es el que ha creado el alma del hombre. En efecto, por su Espíritu hace Dios todas las cosas, porque Dios al amar su propia bondad produce todo lo que existe. " Amas todo lo que existe "dice el Libro de la Sabiduría " y nada de lo que hiciste aborreces " (Sab. 11, 25); y Dionisio escribe en el cap. 4 de " Los Nombres Divinos ": " El amor divino no le permitió ser infecundo ".

Conviene pues, que sea el Espíritu Santo quien rehaga el corazón del hombre destruido por el pecado. Por eso el Salmista se dirigía a Dios diciendo: " Envía tu Espíritu y serán creados, y renovarás la faz de la tierra " (Ps. 103, 30). Ni es de admirar que el Espíritu purifique, porque todos los pecados se perdonan por el amor, según aquellas palabras del Señor referentes a la pecadora: " Sus numerosos pecados le han sido perdonados porque amó mucho " (Lc. 7, 47). Algo semejante leemos en el Libro de los Proverbios: " El amor cubre todas las faltas " (10, 12); enseñanza que retoma S. Pedro: " El amor cubre la multitud de los pecados " (1 Pe. 4, 8).

En SECUNDO lugar, el Espíritu Santo ilumina nuestro entendimiento, porque todo lo que sabemos lo sabemos por el Espíritu Santo, según aquellas palabras de Jesús: " El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo, y os recordará cuantas cosas os tengo dichas " (Jo. 14, 26). Y S. Juan, hablando del mismo Espíritu, dice: " Su unción os enseñará acerca de todas las cosas " (1 Jo. 2, 27).

En TERCER lugar, el Espíritu Santo nos ayuda y en cierta manera nos obliga a guardar los mandamientos. Porque nadie podría guardar los mandamientos de Dios si no amara a Dios, según aquello que dijo Cristo: " Si alguno me ama guardará mi palabra " (Jo. 14, 23). Pues bien, el Espíritu Santo nos hace amar a Dios, por lo cual nos ayuda. Dice el Señor en la Escritura : " Yo os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne; y pondré mi Espíritu dentro de vosotros; y haré que caminéis según mis preceptos, y observéis mis juicios y los pongáis en práctica " (Ez. 36, 26).

En CUARTO lugar, el Espíritu Santo confirma nuestra esperanza de la vida eterna, porque Él es como la prenda de su herencia, según aquello que dice el Apóstol a los Efesios: " Habéis sido sellados con el Espíritu Santo prometido, que es la prenda de nuestra herencia " (1, 13-14). En efecto, el Espíritu Santo es como las arras de la vida eterna. La razón de ello es que la vida eterna le es debida al hombre en cuanto es hecho hijo de Dios, y llega a serlo en cuanto se hace semejante a Cristo; ahora bien, el hombre se hace semejante a Cristo por la posesión del Espíritu de Cristo, que es el Espíritu Santo. Escribe el Apóstol a los Romanos: " No habéis recibido un espíritu de servidumbre para recaer en el temor, sino que recibisteis el Espíritu de adopción de los hijos que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre! Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios " (8, 15-16); y a los Gálatas: " Porque sois hijos de Dios, ha enviado Dios a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clamo: Abba, Padre " (4, 6).

En QUINTO lugar, el Espíritu Santo nos aconseja en nuestras dudas y nos enseña cuál es la voluntad de Dios. Dice la Escritura : " El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias " (Ap. 2, 7); y en otro lugar: " Lo escucharé como a un Maestro " (Is. 1, 4).

(Santo Tomás de Aquino, El Credo Comentado , Ed. Cruz y Fierro, 1978, Pág. 131-139)


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Santos Padres: SAN ISIDORO DE SEVILLA - Cristo, después de su ascensión, envió al Espíritu Santo sobre los apóstoles

Porque después de su ascensión enviaría al Espíritu Santo sobre los apóstoles, David dice: "Ascendiste, Señor, a lo alto; llevaste contigo a los cautivos, diste dones para los hombres" (Ps. 67, 19). Después de su ascensión envió el Espíritu Santo, en quien está toda la plenitud de los dones. A quien por su profeta Joel anunció diciendo: "Y después de esto sucederá que derramaré yo mi espíritu sobre toda clase de hombres, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros ancianos tendrán sueños misteriosos, y tendrán visiones vuestros jóvenes. Y aún también sobre mis siervas y siervos, derramaré en aquellos días mi espíritu" (Joel 2, 28-29).

Y Zacarías: "Derramaré sobre la carne de David y sobre los habitantes de Jerusalén el espíritu de gracia y de oración" (Zacarías 12, 10).

Los apóstoles hablaron en varias lenguas

Porque los apóstoles invadidos del Espíritu Santo habían de predicar las grandezas de Dios en todas las lenguas, fue esto profetizado por el Salmista, que dijo: "No hay lenguaje, ni idioma, en los cuales no sean entendidas estas sus voces. Su sonido se ha propagado por toda la tierra y hasta el cabo del mundo se han caído sus palabras".
(San Isidoro de Sevilla, Obras Escogidas , Ed. Poblet 1947, Pág. 78-79)



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Comentario Teológico: DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁ - Jesús resucitado y el don del Espíritu Santo

APARECE JESÚS A LOS APÓSTOLES REUNIDOS

Explicación. La relación de las santas mujeres, y aun la de Pedro, afirmando ante los discípulos que habían visto a Jesús resucitado, no disipó todas sus dudas. Ni la detallada descripción de los discípulos de Emaús mereció por un momento más crédito: "Ni a éstos creyeron" (Mc. 16, 13). Jesús va a coronar sus apariciones con la que aquí se narra, hecha en conjunto a todos los Apóstoles y algunos discípulos que con ellos estaban. Marcos no hace más que una alusión rápida a esta aparición; Lucas y Juan dan de ella preciosos detalles, que mutuamente se completan. Distinguimos en este relato: la aparición (Ioh. 19; Lc. 37-39); pruebas que les da de la verdad de su resurrección (Ioh. 20; Lc. 41- 44); poderes que les confiere (Ioh. 21-23).

LA APARICIÓN (Ioh. 19; Lc. 37-39). " Tuvo lugar en el mismo momento en que los discípulos de Emaús narraban a la asamblea de los Apóstoles y discípulos lo que acababa de ocurrirles aquella tarde: Y mientras hablaban de estas cosas..., sucedía ello el mismo día de la resurrección, al anochecer, y estando los discípulos congregados y encerrados por el miedo que los sinedritas les inspiraban, y con razón, pues estarían irritados con el supuesto robo del cuerpo del Señor: siendo ya tarde, aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas en donde se hallaban juntos los discípulos por miedo de los judíos... Acababan de cenar, cuando estaban a la mesa. La aparición de Jesús en medio de ellos fue súbita; el cuerpo de Jesús, glorificado ya, no necesitó se le abriese paso para entrar en el local cerrado: tenía las condiciones del cuerpo "espiritual", de que nos habla el Apóstol (1 Cor. 15, 44):

Vino Jesús, y se puso en medio, y les saludó con la fórmula corriente entre los judíos: Y les dijo: Paz a vosotros. Esta paz es ya más fecunda: es la paz del Príncipe de la paz, la paz mesiánica, fecunda en toda suerte de bienes. Como si quisiese Jesús darles un presagio de los bienes de esta paz, añade: Yo soy, no temáis.

A pesar de las dulces palabras de Jesús, su aparición súbita les había llenado de terror; sin embargo, sin ruido, a través de paredes y puertas han visto a un hombre aparecer ante ellos; creyeron se trataba de un espectro o fantasma, no de un cuerpo real: Mas ellos, turbados y espantados, pensaban que veían algún espíritu: ¡tanto les costaba persuadirse de la resurrección del Señor, a pesar de ser ya la cuarta vez que se aparece! Jesús les tranquiliza, dándoles a entender que es él, único que puede leer en sus pensamientos: Y les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y por qué dais lugar en vuestro corazón a tales pensamientos", haciendo conjeturas de si soy o no un espíritu" No lo soy; mirad, para convenceros, que conservo aún en mis manos y pies las señales de los clavos de la crucifixión: Ved mis manos y mis pies, que yo mismo soy: no me miréis ya sólo la cara, por la que se conoce el hombre, sino mis miembros con los vestigios de mi suplicio. Pero, por si temieseis engaño de la vista, os ofrezco mi cuerpo para que lo palpéis, y os convenzáis de que no soy fantasma o visión, sino que tengo carne y hueso como vosotros: Palpad y ved: que el espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.

PRUEBAS DE LA VERDAD DE LA RESURRECCIÓN (Ioh. 20; Lc. 41-44).

De las palabras pasa Jesús a los hechos: les enseña aquellas partes del cuerpo en que quedaron más profundamente impresos los estigmas de la pasión: Y cuando esto hubo dicho, les mostró las manos, y los pies, y el costado: Los Apóstoles y discípulos mirarían y tocarían con atención y reverencia las cicatrices sagradas; es el primer argumento que les da: el de la vista y tacto, sentidos los más fidedignos. La certeza de que están viendo a Jesús les inunda de gozo: Y se gozaron los discípulos viendo al Señor: empiezan a realizarse las palabras que les había dicho, de que les vería otra vez y se alegraría su corazón (cf. Ioh. 16, 22). Aprovecha Jesús estos momentos de santa expansión de sus discípulos para darles una lección de docilidad de espíritu, cuando hay motivos bastantes para creer: Y los reprendió por su incredulidad y dureza de corazón: porque no habían creído a los que lo vieron resucitado.

Pero les confirma en la verdad de su resurrección dándoles un segundo argumento. Es fenómeno psicológico universal que difícilmente creamos, por instintivo temor de que frustre el gozo, los faustísimos sucesos que nos atañen; esto les ocurre a los discípulos: han oído las referencias de los compañeros que han visto a Jesús resucitado; le tienen presente; han mirado y palpado su cuerpo sagrado; pero el mismo gozo es obstáculo a la fe completa:

Mas, como aún no lo acaban de creer, y estuviesen maravillados de gozo, dándoles una prueba aún más fehacientes, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Los espectros y los espíritus no comen; si Jesús come, la prueba es decisiva: Y ellos le presentaron parte de un pez asado y un panal de miel, un trozo de panal, ambos manjares probablemente restos de la cena frugal que acababan de tomar. Jesús comió; los cuerpos glorificados no tienen necesidad de comer, pero pueden hacerlo y absorberlos en alguna manera: Y habiendo comido delante de ellos, tomó las sobras, y se las dio.

Finalmente les da una razón sintética para acabar de disipar las dudas que sobre su resurrección pudiesen aún abrigar. La causa de su incredulidad ha sido la decepción o desengaño sufrido al ver padecer y morir a Cristo; como los discípulos de Emaús, habían creído las cosas gloriosas de Jesús, no las humillaciones; cuando éstas vinieron, se llamaron a engaño. Jesús afirma de un modo general que todo ello estaba ya predicho en los Libros Sagrados, y que Él mismo se lo había advertido en tiempo, cuando convivía con ellos en su vida mortal: Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros, que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, y en los Profetas, y en los Salmos: son las tres grandes divisiones de los Sagrados libros, según los judíos: el Pentateuco, los Profetas y los Libros poéticos, de los que los principales son los Salmos.

PODER QUE DA JESÚS A SUS DISCÍPULOS (Ioh. 21-23).  En aquel recinto cerrado está la Iglesia naciente, con Cristo vivo y aun presente según su presencia visible; el gozo de que están inundados los discípulos va a transfundirse a toda la Iglesia, de todos los siglos, en virtud de los poderes que va a conferirles. Antes de hacerlo, vuelve Jesús a saludarles con solemnidad enfática: Y otra vez les dijo: Paz a vosotros. La palabra de Jesús es eficaz: Él vino para pacificar a los hombres con Dios; el primer poder que dará a sus Apóstoles será el de ser continuadores de esta obra de pacificación (cf. 2 Cor. 5, 18-20): Como el Padre me envió, así también yo os envío. Jesús se hace igual al Padre en el poder de enviar; y envía a los Apóstoles para que sean, como Él, ministros de pacificación.

Para esta grande obra necesitan los Apóstoles y sus sucesores la fuerza vivificadora del Espíritu Santo. Jesús se lo da, por medio de una acción material simbólica, que podríamos llamar sacramental, porque obra lo que significa, la insuflación: Y dichas estas palabras, sopló sobre ellos. El soplo es símbolo del Espíritu: hálito y espíritu se designan en griego con la misma palabra "pneuma".

Al soplo acompañó unas palabras expresivas del símbolo: Y les dijo: Recibid el Espíritu Santo: ya le tenían los discípulos al Espíritu Santo por la justificación, pero ahora lo reciben en orden a los oficios que deberán llenar; no con toda su plenitud y en forma solemne y visible, como el día de Pentecostés, sino para determinados fines y como preparación para la venida solemne. Por esta insuflación expresa Cristo que el Espíritu Santo procede del Padre y de Él, y que como es del Padre, así también es suyo.

Parte principal de aquel ministerio de pacificación y fruto capital del Espíritu que acaba de darles es el perdón de los pecados, porque es el pecado el que pone la discordia entre Dios y el hombre. Jesús tenía este poder (cf. Mt. 9, 6); ahora se lo da a los Apóstoles: A quienes perdonareis los pecados, quédanles perdonados: y a quienes se los retuviereis, no desatándolos por el perdón, porque el perdón es el que libra del pecado, retenidos les quedan. Por lo mismo, los Apóstoles y sus sucesores serán jueces que deberán discernir los casos en que deberán retener o perdonar los pecados: luego éstos les deberán para ello ser declarados. Por esto la Iglesia ha visto siempre en estas palabras contenido el precepto de la confesión distinta de los pecados.

Lecciones morales  A) Ioh. v. 19. " Estando cerradas las puertas... vino Jesús... " Era de noche, cuando suele agravarse el miedo; los enemigos eran muchos, poderosos, enconados; los discípulos pocos e inermes; faltábales el sostén, que era Jesús; el recuerdo de los pasados sucesos había deprimido su espíritu: por todo ello, el temor sobrepuja a la esperanza y se encierran todos en un mismo lugar; tienen a lo menos el consuelo de estar juntos. En estos aprietos es cuando Jesús les visita; y con su visita les devuelve el gozo, la fuerza, la esperanza en días mejores. Antes de la visita de Jesús la cerrazón cubría los horizontes de su vida; ahora se ha abierto de par en par su corazón. Confiemos en la misericordia de Jesús, que tiene sus consuelos más llenos para nuestras horas más desoladas.

B) v. 19.  Paz a vosotros.  Avergoncémonos, dice San Gregorio Nacianceno, de abandonar este don precioso de la paz que nos dejó Cristo al salir de este mundo. La paz es nombre y cosa dulce: es de Dios (Phil. 4, 7), y Dios es de ella, porque El es nuestra paz (Eph. 2, 14). Y no obstante, siendo la paz un bien alabado y recomendado por todos, es conservado por pocos. ¿Cuál es la causa de ello? Quizá la ambición de dominio o de riquezas; tal vez la ira, el odio, el desprecio del prójimo, o alguna otra cosa análoga en que incurrimos ignorantes de Dios; porque Dios es la suma Paz que lo aúna todo; de quien nada es más propio que la unidad de naturaleza y el ser y vivir pacífico. De Él se deriva la paz y tranquilidad a los espíritus angélicos, que viven en paz con Dios y consigo mismos; de Él se difunde a toda criatura, cuyo principal ornato es la tranquilidad; a nosotros viene espiritualmente por la práctica de las virtudes y la unión con Dios.

C) Ioh. v. 21." Como el Padre me envió, así también yo os envío. " Esta misión es uno de los misterios más profundos y consoladores de nuestra doctrina cristiana. Misión es apostolado, es legación, es poder representativo. (animar a otros para que se confiesen) El Padre destaca de su seno, si así puede hablarse, al Hijo para que se haga hombre y redima al mundo y le enseñe la doctrina divina y funde su Iglesia. Y el Hijo destaca de si a sus Apóstoles, y éstos a sus sucesores los Obispos, y éstos a los sacerdotes sus colaboradores para que continúen su obra. Jesús, con la plenitud de los poderes que ha recibido del Padre, ha hecho lo fundamental; y luego comunica la plenitud de estos poderes a sus Apóstoles, en cuanto son necesarios para seguir su obra. Así nuestra misión sacerdotal sube, por Cristo que nos envía, al Padre que le envió a Él. Acordémonos, los que somos enviados, de nuestra dignidad, de nuestra autoridad y de la santidad y celo que nuestra misión exige. Y aprenda el pueblo el respeto, la docilidad, el amor, el auxilio que debe a los ministros y enviados de Dios.

D) Ioh. v. 22. " Recibid el Espíritu Santo. " ¡Palabra fecunda la de Jesús en estos momentos! Apenas salido de la tumba, vivo y glorioso, da a sus discípulos el Espíritu Santo, que es el Espíritu vivificador. Es su propio Espíritu, el Espíritu de Jesús, que va a animar ya sobrenaturalmente a su Iglesia. Vendrá más tarde, el día de Pentecostés, de una manera solemne y en toda su plenitud; pero, interinamente, ya tienen los discípulos el Espíritu de Dios en ellos y con ellos. Y este Espíritu ya no estará ocioso; lo vivificará todo; renovará la faz de la tierra; será Dedo de Dios, Voz de Dios, Fuego de Dios: todo lo tocará, lo hará retemblar, lo purificara todo. ¡Ven, Espíritu Santo, y llena nuestros corazones!

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado , Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1967, p. 713-719)



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Comentario Teológico: JUAN PABLO II  - Creo en  el Espíritu Santo

1. "Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los Profetas".

También hoy, al comenzar la catequesis sobre el Espíritu Santo, nos servimos, tal como hemos hecho hablando del Padre y del Hijo, de la formulación del Símbolo niceno-constantinopolitano, según el uso que ha prevalecido en la liturgia latina.

En el siglo IV, los Concilios de Nicea (325) y de Constantinopla (381) contribuyeron a precisar los conceptos comúnmente utilizados para presentar la doctrina sobre la Santísima Trinidad: un único Dios que es, en la unidad de su divinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La formulación de la doctrina sobre el Espíritu Santo proviene en particular del mencionado Concilio de Constantinopla.

2. Por esto, la Iglesia confiesa su fe en el Espíritu Santo con las palabras antes citadas. La fe es la respuesta a la autorevelación de Dios: Él se ha dado a conocer a Sí mismo "por medio de los Profetas y últimamente.... por medio de su Hijo" (Heb 1, 1). El Hijo, que nos ha revelado al Padre, ha dado a conocer también al Espíritu Santo. "Cual el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo", proclama el Símbolo "Quicumque", del siglo V. Ese "tal" viene explicado por las palabras del Símbolo, que siguen, y quiere decir: "increado, inmenso, eterno, omnipotente... no tres omnipotentes, sino un solo omnipotente: así Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo... No hay tres Dioses, sino un único Dios"

3. Es bueno comenzar con la explicación de la denominación Espíritu - Espíritu Santo. La palabra "espíritu" aparece desde las primeras páginas de la Biblia :"... el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas" (Gen 1, 2), se dice en la descripción de la creación. El hebreo traduce Espíritu por "ruah", que equivale a respiro, soplo, viento, y se tradujo al griego por "pneuma" de "pneo", en latín por "spiritus" de "spiro" (y también en polaco por "duch", tchnac, tchnienie). Es importante la etimología, porque, como veremos, ayuda a explicar el sentido del dogma y sugiere el modo de comprenderlo.

La espiritualidad es atributo esencial de la Divinidad: "Dios es Espíritu...", dijo Jesús en el coloquio con la Samaritana (Jn 4, 24). (En una de las catequesis precedentes hablamos de Dios como espíritu infinitamente perfecto). En Dios "espiritualidad" quiere decir no sólo suma y absoluta inmaterialidad, sino también acto puro y eterno de conocimiento y amor.

4. La Biblia , y especialmente el Nuevo Testamento, al hablar del Espíritu Santo, no se refiere al Ser mismo de Dios, sino a Alguien que está en relación particular con el Padre y el Hijo. Son numerosos los textos, especialmente en el Evangelio de San Juan, que ponen de relieve este hecho: de modo especial los pasajes del discurso de despedida de Cristo Señor, el jueves antes de la pascua, durante la última Cena.

En la perspectiva de la despedida de los Apóstoles Jesús les anuncia la venida de "otro Consolador". Dice así: "Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, que estará con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad..."(Jn 14, 16). "Pero el Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os lo enseñará todo" (Jn 14, 26). El envío del Espíritu Santo, a quien Jesús llama aquí "Consolador", será hecho por el Padre en el nombre del Hijo. Este envío es explicado más ampliamente poco después por Jesús mismo: "Cuando venga el Consolador, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de Verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí..." (Jn 15, 26).

El Espíritu Santo, pues, que procede del Padre, será enviado a los Apóstoles y a la Iglesia, tanto por el Padre en el nombre del Hijo, como por el Hijo mismo una vez que haya retornado al Padre.

Poco más adelante dice también Jesús: "Él (el Espíritu de Verdad) me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer" (Jn 16, 14-15).

5. Todas estas palabras, como también los otros textos que encontramos en el Nuevo Testamento, son extremadamente importantes para la comprensión de la economía de la salvación. Nos dicen quién es el Espíritu Santo en relación con el Padre y el Hijo: es decir, poseen un significado trinitario: dicen no sólo que el Espíritu Santo es "enviado" por el Padre y el Hijo, sino también que "procede" del Padre.

Tocamos aquí cuestiones que tienen una importancia clave en la enseñanza de la Iglesia sobre la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo es enviado por el Padre y por el Hijo después que el Hijo, realizada su misión redentora, entró en su gloria (cf. Jn 7, 39; 16, 7), y estas misiones (missiones) deciden toda la economía de la salvación en la historia de la humanidad.

Estas "misiones" comportan y revelan las "procesiones" que hay en Dios mismo. El Hijo procede eternamente del Padre, como engendrado por Él, y asumió en el tiempo una naturaleza humana por nuestra salvación. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, se manifestó primero en el Bautismo y en la Transfiguración de Jesús, y luego el día de Pentecostés sobre sus discípulos; habita en los corazones de los fieles con el don de la caridad.

Por esto, escuchemos la advertencia del Apóstol Pablo: "Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido sellados para el día de la redención" (Ef 4, 30). Dejémonos guiar por Él. Él nos guía por el "camino" que es Cristo, hacia el encuentro beatificante con el Padre.
(Juan Pablo II, AUDIENCIA GENERAL Miércoles 13 de noviembre de 1985)

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Santos Padres: San Cirilo de Jerusalén - Sobre el Espíritu Santo

Subió, pues, Jesús a los cielos y cumplió la promesa, pues les había dicho: Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito. Aguardaban expectantes la venida del Espíritu Santo. Y al cumplirse el día de Pentecostés, aquí en esta ciudad de Jerusalén, pues ésta es otra prerrogativa nuestra, que no hablamos de las cosas. Buenas que sucedieron en otra parte, sino de los dones que se nos han concedido a nosotros. Siendo, pues, Pentecostés, aguardaban, y el Paráclito vino del cielo: el guardián y santificador de la Iglesia, el director de las almas, el piloto de los azotados por las olas, el faro de los errantes, árbitro de los que luchan y coronador de los vencedores.

Descendió para revestir de fuerza y bautizar a los apóstoles. En efecto, dice el Señor: Vosotros seréis bautizados en Espíritu Santo no después de muchos días. No era parcial la gracia, sino que la fuerza era perfecta. Porque así como el que se sumerge en el agua y es bautizado está rodeado de agua por todas partes, así también fueron completamente bautizados por el Espíritu. Con todo, el agua rodea por de fuera, pero el Espíritu bautiza íntegramente incluso el interior del alma. ¿Te extrañas? Escucha un ejemplo material, sin duda pobre y vulgar, pero útil para la gente sencilla. Si cuando el fuego penetra la masa del hierro, se transforma todo entero en fuego y lo frío se pone hirviendo y lo negro resplandeciente; si el fuego, siendo un cuerpo, penetra en el hierro y realiza esto tan sin trabas, ¿por qué te extrañas si el Espíritu Santo penetra en las interioridades del alma?

Para que no se ignorase la magnitud de la gracia tan grande que descendía, resonó algo así como una trompeta celestial. Se hizo de pronto un ruido que venía del cielo, como el de un viento fuerte que pasa, que indicaba la venida del que se concedía a los hombres para arrebatar con violencia el reino de Dios, para que también los ojos vieran las lenguas de fuego y los oídos oyeran el sonido. Y llenó toda la casa en la que estaban aguardando. La casa se convirtió en recipiente del agua Espiritual. Los discípulos aguardaban dentro, y toda la casa quedó llena. Fueron, pues, bautizados completamente según la promesa. Quedaron revestidos en alma y cuerpo de una vestidura divina y salvadora. Y se les aparecieron repartidas lenguas como de fuego, y se posaron sobre cada uno de ellos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo. Recibieron un fuego que no quema, sino un fuego que es salvador, que consume las espinas de los pecados y que da luminosidad al alma. Este va a venir ahora también sobre vosotros, y va a guitar y consumir las espinas de vuestros pecados, hará mucho más brillante el precioso tesoro de vuestras almas y os dará la gracia, que entonces dio a los apóstoles.

Se posó sobre ellos en forma de lenguas de fuego, para que, con las lenguas de fuego, nuevas y espirituales diademas coronaran sus cabezas. Una espada de fuego había cerrado antes la entrada del paraíso, una salvadora lengua de fuego restauró la gracia.

Comenzaron a hablar en varias lenguas, según el Espíritu Santo le concedía hablar a cada uno. Pedro y Andrés eran galileos y hablaban en la lengua de los persas y los medos. Juan y los demás apóstoles hablaban en cada lengua de las distintas naciones. Porque no es en nuestros días cuando una multitud de extranjeros comenzaron a reunirse aquí de todas partes, sino ya en aquellos tiempos. ¿Podrá encontrarse algún maestro que enseñe de una vez lo que él no aprendió? Se necesitan años de gramática y otras artes para aprender solo a hablar correctamente, y ni aún así hablan todos de la misma manera. El retórico, tal vez, consigue hablar bien; el gramático, no siempre bien, y si sabe la Gramática, ignora la Filosofía. En cambio, el Espíritu Santo enseñó a la vez muchas lenguas que aquellos no hubieran aprendido en largo tiempo. ¡Ésta sí que es sabiduría grande y poder divino! ¿Qué comparación puede establecerse entre la ignorancia de aquellos durante tanto tiempo y este repentino, múltiple y extraño uso de las lenguas?

En la multitud de los oyentes se formó una confusión. Era la segunda confusión, contraria a la primera y mala de Babilonia. En efecto, en la confusión de lenguas hubo división de voluntades, porque la intención era impía; aquí por lo contrario, hubo una restauración y unión de pareceres, porque lo que se pretendía era religioso. Por donde vino la caída, vino también la restauración. De aquí que admirados decían: ¿Cómo es que los oímos hablar? No es extraño que no lo sepáis, cuando incluso Nicodemo ignoró la venida del Espíritu, pues le fue dicho: El Espíritu sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene y a dónde va. Si, pues, cuando oigo su voz, no sé de dónde viene ¿cómo podré explicar su sustancia?

Pero otros burlándose decían: Están llenos de mosto. Decían la verdad, pero en son de burla: Porque el vino era realmente nuevo: la gracia del Nuevo Testamento. Pero este vino nuevo procedía de la viña espíritual que ya había dado muchas veces fruto en los profetas y que había rebrotado en el Nuevo Testamento. Porque así como de manera visible la viva permanece siempre la misma, pero a sus tiempos da frutos nuevos, de igual modo el mismo Espíritu, permaneciendo lo que es, actuó también muchas veces en los profetas y ahora se ha mostrado en modo nuevo y admirable. En efecto, la gracia vino también sobre los Padres, pero ahora ha venido sobreabundantemente. Cierto que allí participaban del Espíritu Santo, pero aquí han sido plenamente bautizados.

Pero Pedro, que tenía el Espíritu Santo y era consciente de ello, dice: Israelitas, que predicáis a Joel sin conocer las Escrituras, éstos no están borrachos como vosotros suponéis. Están ebrios, pero no como vosotros pensáis, sino como está escrito: Se embriagarán de la abundancia de tu casa y les darás a beber de los torrentes de tus delicias. Están con sobria embriaguez que da muerte al pecado y vivifica el corazón, con una embriaguez contraria a la del cuerpo. Pues ésta produce el olvido incluso de lo conocido, y aquella proporciona el conocimiento incluso de lo desconocido. Están ebrios porque han bebido el vino de la vid Espíritual, que dice: Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. Y si no me creéis, deducid lo que digo de la hora. Es la hora de tercia. El que fue crucificado a la hora tercia, como dice Marcos, ha enviado ahora a la hora de tercia la gracia. No es una la gracia de aquél, y otra, la gracia de éste, sino que el que entonces fue crucificado y había hecho la promesa cumplió lo que había prometido. Y si queréis oír el testimonio, escuchad. Dice así: Esto es lo que fue dicho por el profeta Joel: Y sucederá después de esto, dice Dios, que derramaré de mi Espíritu Lo de derramaré designaba una donación abundante. Porque Dios no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y lo puso todo en sus manos. Le concedió el poder de conferir la gracia del Espíritu santísimo a los que quiere. Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, y a continuación: Y también sobre mis siervos y mis siervas derramaré de mi Espíritu y profetizarán. El Espíritu Santo no tiene acepción de personas. No busca dignidades, sino la piedad del alma. Que ni los ricos se enorgullezcan ni los pobres se abatan, sino que cada uno atienda solo a recibir la gracia celestial.

Mucho es lo que ya hemos dicho hoy y quizás estéis cansados de escuchar, aunque todavía nos quedan muchas cosas por decir. En realidad, necesitaríamos una tercera catequesis e incluso varias para exponer la doctrina sobre el Espíritu Santo. Pero dispénsenme por ambas cosas. Como la fiesta santa de la Pascua está próxima, hemos alargado hoy nuestro discurso, y no hemos podido aducir del Nuevo Testamento todos los testimonios que hubieran sido necesarios. En efecto, aún nos quedan muchas cosas de los Hechos de los Apóstoles, donde la gracia del Espíritu Santo actuó en Pedro y en todos los demás apóstoles. También nos quedan muchas cosas de las Epístolas Católicas y de las catorce Epístolas de Pablo, de las cuales y solo por recordarlas intentaremos ahora recoger como de un vasto prado unas cuantas.

Por la fuerza del Espíritu Santo, y por voluntad del Padre y del Hijo, Pedro con los once se puso de pie y levantó su voz, aquello de: Eleva fuertemente la voz, tu que evangelizas a Jerusalén y con la red Espiritual de sus palabras capture cerca de tres mil almas. Era tal la gracia que actuaba en todos los apóstoles, que muchos de aquellos judíos que habían crucificado a Cristo creyeron, se bautizaron en el nombre de Cristo y permanecieron en la doctrina de los apóstoles y en las oraciones.

También con la misma virtud del Espíritu Santo, Pedro y Juan, cuando subieron al templo a la hora de nona, la hora de la oración y curaron en el nombre de Jesús al que era cojo desde el vientre de su madre, hacía ya cuarenta años, y que se ponía junto a la Puerta Hermosa , -para que se cumpliese lo dicho: Entonces el cojo saltará como el gamo, con la red Espiritual de la doctrina pescaron de una vez a cinco mil creyentes y convencieron de su error a los jefes del pueblo y a los sumos sacerdotes; y esto no por propia sabiduría, pues eran iletrados e ignorantes, sino por el poder del Espíritu, pues está escrito: Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo. Y de tal modo actuaba por medio de los doce apóstoles la gracia del Espíritu Santo en los creyentes, que entre ellos no había más que un solo corazón y una sola alma y el use de los bienes era común, pues los propietarios ofrecían piadosamente el precio de sus posesiones, y no había entre ellos ningún necesitado. Y cuando Ananías y Safira pretendieron engañar al Espíritu Santo, recibieron su justo castigo.

Por mano de los apóstoles se realizaban muchas señales y prodigios en el pueblo. Y era tan grande la gracia Espiritual que rodeaba a los apóstoles, que, aunque eran gente sencilla, causaban temor -pues nadie de los otros se atrevía a juntarse a ellos, aunque el pueblo hablaba de ellos con elogio-, Pero aumentaba la multitud de hombres y de mujeres que creían en el Señor y las plazas se llenaban de enfermos en sus lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos. También acudía la multitud de las ciudades vecinas a esta santa Jerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos y todos eran curados.

Con esta fuerza del Espíritu Santo, de nuevo los doce apóstoles, por predicar a Cristo, fueron arrojados a la cárcel por los príncipes de los sacerdotes y de noche fueron sacados de ella de forma maravillosa por un ángel, y fueron conducidos del templo al Tribunal, y usaron intrépidamente de argumentos en las cosas que decían referentes a Cristo, añadiendo solo que Dios había dado el Espíritu Santo a los que le obedecen; y después de ser azotados, se marcharon gozosos y no cesaban de enseñar y evangelizar a Cristo Jesús.
(Cirilo de Jerusalén, El Espíritu Santo, Ed. Ciudad Nueva, Madrid, 1992, pg. 79-87)


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Exégesis: R.P. Manuel de Tuya - Apariciones a los discípulos

Las apariciones de Jesús a los apóstoles son destacadas en Jn por su excepcional importancia.

La primera tiene lugar en "la tarde" del mismo día de la resurrección, cuyo nombre de la semana era llamado por los judíos como lo pone aquí Jn: "el primer día de la semana".

Los once apóstoles están juntos; acaso hubiese con ellos otras gentes que no se citan. No se dice el lugar; verosímilmente podría ser en el Cenáculo (Act I,4.13). El temor a que la resurrección de Cristo, o su "desaparición" del sepulcro, hiciese tomar medidas de represalia a los dirigentes judíos, informados por los guardias de la custodia (Mt 28,11), les hacía cerrar bien las puertas y disimular su presencia allí. Pero la consignación de este detalle tiene también por objeto demostrar el estado "glorioso" en que se halla Cristo resucitado cuando se presenta ante ellos.

Inesperadamente, Cristo se apareció en medio de ellos. Lc, que narra esta escena, dice que quedaron "aterrados", pues creían ver un "espíritu" o un fantasma. Cristo les saludó deseándoles la "paz". Con ello les confirió lo que ésta llevaba anejo.

Jn omite lo que dice Lc: cómo les dice que no se turben ni duden de su presencia. Aquí, al punto, como garantía, les muestra "las manos", que con sus cicatrices les hacían ver que eran las manos días antes taladradas por los clavos, y "el costado", abierto por la lanza: en ambas heridas, mostradas corno títulos e insignias de triunfo, Tomás podría poner sus dedos. En Lc se cita que les muestra "sus manos y pies", y se omite lo del costado, sin duda porque se omite la escena de Tomás. Ni quiere decir esto que Cristo tenga que conservar estas señales en su cuerpo. Como se mostró a Magdalena seguramente sin ellas, y a los peregrinos de Emaús en aspecto de un caminante, así aquí, por la finalidad apologética que busca, les muestra sus llagas. Todo depende de su voluntad.

Bien atestiguada su resurrección y su presencia sensible, Jn transmite esta escena de trascendental alcance teológico.

Les anuncia que ellos van a ser sus "enviados", como El lo es del Padre. Es un tema constante en los evangelios. Ellos son los "apóstoles" (Mt 28,19; Jn 17,18, etc.).

El, que tiene todo poder en cielos y tierra, les "envía" ahora con una misión concreta. Van a ser sus enviados, con el poder de perdonar los pecados. Esto era algo insólito. Sólo Dios en el A. T. perdonaba los pecados. Por eso de Cristo, al considerarle sólo hombre, decían los fariseos escandalizados: Este "blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios"" (Mc 2,7; par.).

Al decir esto, "sopló" sobre ellos. Es símbolo con el que se comunica la vida que Dios concede (Gén 2,7; Ez 37,9-14; Sab 15,1r). Por la penitencia, Dios va a comunicar su perdón, que es el dar a los hombres el "ser hijos de Dios" (Jn 1,52): el poder de perdo-nar, que es dar vida divina. Por eso, con esta simbólica insuflación, explica su sentido, que es el que "reciban el Espíritu Santo". Dios les comunica su poder y su virtud para una finalidad 11 concreta: "A quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos".

Este poder que Cristo confiere personalmente a los apóstoles no es:

1) Pentecostés. Esta donación del Espíritu en Pentecostés es la que recoge Lc en la aparición de Cristo resucitado (Lc 24,49) preparando la exposición de su cumplimiento en los Hechos (Act r,4-8; c.2). Pero esta "promesa" es en Lc-Evangelio y Hechos-, junto con la transformación que los apóstoles experimentaron, la virtud de la fortaleza, en orden a su misión de "apóstoles"-"testigos".

2) La "promesa" del Espíritu Santo que les hace en el evangelio de Jn, en el sermón de la cena (Jn 14,16.17.26; 16,7-15), ya que en esos pasajes se le da al Espíritu Santo, que se les comunicará en Pentecostés, una finalidad "defensora" de ellos e "iluminadora" y "docente". Jn no puede estar en contradicción consigo mismo. En cambio, aquí la donación del Espíritu Santo a los apóstoles tiene una misión de "perdón". Los apóstoles se encuentran en adelante investidos del poder de perdonar los pecados. Este poder exige para su ejercicio un juicio. Si han de perdonar o retener todos los pecados, necesitan saber si pueden perdonar o han de retener.

Evidentemente es éste el poder sacramental de la confesión.

De este pasaje dio la Iglesia dos definiciones dogmáticas. La primera fue dada en el canon 12 del quinto concilio ecuménico, que es el Constantinopolitano II, de 552, y dice así, definiendo:

"Si alguno defiende al impío Teodoro de Mopsuestia, que dijo... que, después de la resurrección, cuando el Señor insufló a los discípulos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,22), no les dio el Espíritu Santo, sino que tan sólo se lo dio figurativamente..., sea anatema" 12. La segunda definición dogmática la dio el concilio de Trento cuando, interpretando dogmáticamente este pasaje de Jn, dice en el canon 3, "De sacramento paenitentiae": "Si alguno dijese que aquellas palabras del Señor Salvador: Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos (Jn 20,22ss), no han de entenderse de la potestad de perdonar y retener los pecados en el sacramento de la penitencia, como la Iglesia católica, ya desde el principio, siempre lo entendió así, sino que lo retorciese, contra la institución de este sacramento, a la autoridad de predicar el Evangelio, sea anatema".

En este pasaje de Jn, es de fe: a) que Cristo les comunicó el Espíritu Santo-quinto concilio ecuménico-; b) y que se lo comunicó al concederles el sacramento de la penitencia-concilio de Trento-.
En esta aparición del Señor a los apóstoles no estaba el apóstol Tomás, de sobrenombre Dídimo (= gemelo, mellizo). Si aparece, por una parte, hombre de corazón y de arranque (Jn II,16), en otros pasajes se le ve un tanto escéptico o que tiene un criterio un poco "positivista" (Jn 14,5). Se diría que es lo que va a reflejarse aquí. No solamente no creyó en la resurrección del Señor por el testimonio de los otros diez apóstoles, y no sólo exigió para ello el verle él mismo, sino el comprobarlo "positivamente": necesitaba "ver" las llagas de los clavos en sus manos y "meter" su dedo en ellas, lo mismo que su "mano" en la llaga de su "costado", abierta por el golpe de lanza del centurión. Sólo a este precio "creerá".

Pero a los "ocho días" se realizó otra vez la visita del Señor. Estaban los diez apóstoles juntos, probablemente en el mismo lugar, y Tomás con ellos. Y vino el Señor otra vez "cerradas las puertas". Jn relata la escena con la máxima sobriedad. Y después de desearles la paz-saludo y don-se dirigió a Tomás y le mandó que cumpliese en su cuerpo la experiencia que exigía. No dice el texto si Tomás llegó a ello. Más bien lo excluye al decirle Cristo que creyó porque "vio", no resaltándose, lo que se esperaría en este caso, el hecho de haber cumplido Tomás su propósito para cerciorarse. Probablemente no. La evidencia de la presencia de Cristo había de deshacer la pertinacia de Tomás. Creyó al punto. Su exclamación encierra una riqueza teológica grande. Dice: " ¡Señor mío, y Dios mío!"

La frase no es una exclamación; se usaría para ello el vocativo (Apoc I I,17; 15,3). Es un reconocimiento de Cristo: de quién es El. Es, además, lo que pide el contexto (v.29). Esta formulación es uno de los pasajes del evangelio de Jn, junto con el prólogo, en donde más explícitamente se proclama la divinidad de Cristo (I Jn 5,2o).

Dado el lento proceso de los apóstoles en ir valorando en Cristo su divinidad, hasta la gran clarificación de Pentecostés, acaso la frase sea una explicitación de Jn a la hora de la composición de su evangelio.

La respuesta de Cristo a estas confesión de Tomás acusa al contraste, se diría un poco irónico, entre la fe de Tomás y la visión de Cristo resucitado, para proclamar "bienaventurados" a los que creen sin ver. No es censura a los motivos racionales de la fe y la credibilidad, como tampoco lo es a los otros diez apóstoles, que ocho días antes le vieron y creyeron, pero que no plantearon exigencias ni condiciones para su fe: no tuvieron la actitud de Tomás, que se negó a creer a los "testigos" para admitir la fe si él mismo no veía lo que no sería dable verlo a todos: ni por la razón de lejanía en el tiempo, ni por haber sido de los "elegidos" por Dios para ser "testigos" de su resurrección (Act 2,32; 10,40-42) es la bienaventuranza de Cristo a los bienes futuros, que aceptan, por tradición ininterrumpida, la fe de los que fueron "elegidos" por Dios para ser "testigos" oficiales de su resurrección y para transmitirla a los demás. Es lo que Cristo pidió en la "oración sacerdotal": "no ruego sólo por éstos (por los apóstoles), sino por cuantos crean en mí por su palabra" (Jn 17,20)
(Profesores de Salamanca, Manuel de Tuya)

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Comentario Teológico: San Juan Pablo Magno - El testimonio del día de Pentecostés

30. El día de Pentecostés encontraron su más exacta y directa confirmación los anuncios de Cristo en el discurso de despedida y, en particular, el anuncio del que estamos tratando: " El Paráclito... convencerá al mundo en la referente al pecado ". Aquel día, sobre los apóstoles recogidos en oración junto a María, Madre de Jesús, bajó el Espíritu Santo prometido, como leemos en los Hechos de los Apóstoles: " Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse ",1 " volviendo a conducir de este modo a la unidad las razas dispersas, ofreciendo al Padre las primicias de todas las naciones ".2

Es evidente la relación entre este acontecimiento y el anuncio de Cristo. En él descubrimos el primero y fundamental cumplimiento de la promesa del Paráclito. Este viene, enviado por el Padre, " después " de la partida de Cristo, como " precio " de ella. Esta es primero una partida a través de la muerte de Cruz, y luego, cuarenta días después de la resurrección, con su ascensión al Cielo. Aún en el momento de la Ascensión Jesús mandó a los apóstoles " que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre "; " seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días "; " recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra ".3

Estas palabras últimas encierran un eco o un recuerdo del anuncio hecho en el Cenáculo. Y el día de Pentecostés este anuncio se cumple fielmente. Actuando bajo el influjo del Espíritu Santo, recibido por los apóstoles durante la oración en el Cenáculo ante una muchedumbre de diversas lenguas congregada para la fiesta, Pedro se presenta y habla. Proclama lo que ciertamente no habría tenido el valor de decir anteriormente: " Israelitas ... Jesús de Nazaret, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros... a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros lo matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios lo resucitó librándole de los dolores de la muerte, pues no era posible que quedase bajo su dominio ".4

Jesús había anunciado y prometido: " El dará testimonio de mí... pero también vosotros daréis testimonio ". En el primer discurso de Pedro en Jerusalén este " testimonio " encuentra su claro comienzo: es el testimonio sobre Cristo crucificado y resucitado. El testimonio del Espíritu Paráclito y de los apóstoles. Y en el contenido mismo de aquel primer testimonio, el Espíritu de la verdad por boca de Pedro " convence al mundo en lo referente al pecado ": ante todo, respecto al pecado que supone el rechazo de Cristo hasta la condena a muerte y hasta la Cruz en el Gólgota. Proclamaciones de contenido similar se repetirán, según el libro de los Hechos de los Apóstoles, en otras ocasiones y en distintos lugares.5

31. Desde este testimonio inicial de Pentecostés, la acción del Espíritu de la verdad, que " convence al mundo en lo referente al pecado " del rechazo de Cristo, está vinculada de manera inseparable al testimonio del misterio pascual: misterio del Crucificado y Resucitado. En esta vinculación el mismo " convencer en lo referente al pecado " manifiesta la propia dimensión salvífica. En efecto, es un " convencimiento " que no tiene como finalidad la mera acusación del mundo, ni mucho menos su condena. Jesucristo no ha venido al mundo para juzgarlo y condenarlo, sino para salvarlo.6 Esto está ya subrayado en este primer discurso cuando Pedro exclama: " Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado ".7 Y a continuación, cuando los presentes preguntan a Pedro y a los demás apóstoles: " ¿Qué hemos de hacer, hermanos" " él les responde: " Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo ".8


De este modo el " convencer en lo referente al pecado " llega a ser a la vez un convencer sobre la remisión de los pecados, por virtud del Espíritu Santo. Pedro en su discurso de Jerusalén exhorta a la conversión, como Jesús exhortaba a sus oyentes al comienzo de su actividad mesiánica.9 La conversión exige la convicción del pecado, contiene en sí el juicio interior de la conciencia, y éste, siendo una verificación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: a Recibid el Espíritu Santo ".10 Así pues en este " convencer en lo referente al pecado " descubrimos una doble dádiva: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito. El convencer en lo referente al pecado, mediante el ministerio de la predicación apostólica en la Iglesia naciente, es relacionado -bajo el impulso del Espíritu derramado en Pentecostés- con el poder redentor de Cristo crucificado y resucitado. De este modo se cumple la promesa referente al Espíritu Santo hecha antes de Pascua: " recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros ".

Por tanto, cuando Pedro, durante el acontecimiento de Pentecostés, habla del pecado de aquellos que " no creyeron " 11 y entregaron a una muerte ignominiosa a Jesús de Nazaret, da testimonio de la victoria sobre el pecado; victoria que se ha alcanzado, en cierto modo, mediante el pecado más grande que el hombre podía cometer: la muerte de Jesús, Hijo de Dios, consubstancial al Padre. De modo parecido, la muerte del Hijo de Dios vence la muerte humana: " Seré tu muerte, oh muerte ".12 Como el pecado de haber crucificado al Hijo de Dios " vence " el pecado humano. Aquel pecado que se consumó el día de Viernes Santo en Jerusalén y también cada pecado del hombre. Pues, al pecado más grande del hombre corresponde, en el corazón del Redentor, la oblación del amor supremo, que supera el mal de todos los pecados de los hombres. En base a esta creencia, la Iglesia en la liturgia romana no duda en repetir cada año, en el transcurso de la vigilia Pascual, " Oh feliz culpa ", en el anuncio de la resurrección hecho por el diácono con el canto del " Exsultet ".

32. Sin embargo, de esta verdad inefable nadie puede " convencer al mundo ", al hombre y a la conciencia humana , sino es el Espíritu de la verdad. El es el Espíritu que " sondea hasta las profundidades de Dios ".13 Ante el misterio del pecado se deben sondear totalmente " las profundidades de Dios ". No basta sondear la conciencia humana, como misterio íntimo del hombre, sino que se debe penetrar en el misterio íntimo de Dios, en aquellas " profundidades de Dios " que se resumen en la síntesis: al Padre, en el Hijo, por medio del Espíritu Santo. Es precisamente el Espíritu Santo que las " sondea " y de ellas saca la respuesta de Dios al pecado del hombre. Con esta respuesta se cierra el procedimiento de " convencer en lo referente al pecado ", como pone en evidencia el acontecimiento de Pentecostés.

Al convencer al " mundo " del pecado del Gólgota -la muerte del Cordero inocente-, como sucede el día de Pentecostés, el Espíritu Santo convence también de todo pecado cometido en cualquier lugar y momento de la historia del hombre, pues demuestra su relación con la cruz de Cristo. El " convencer " es la demostración del mal del pecado, de todo pecado en relación con la Cruz de Cristo. El pecado, presentado en esta relación, es reconocido en la dimensión completa del mal, que le es característica por el " misterio de la impiedad " 14 que contiene y encierra en sí. El hombre no conoce esta dimensión, -no la conoce absolutamente- fuera de la Cruz de Cristo. Por consiguiente, no puede ser " convencido " de ello sino es por el Espíritu Santo: Espíritu de la verdad y, a la vez, Paráclito.
En efecto, el pecado, puesto en relación con la Cruz de Cristo, al mismo tiempo es identificado por la plena dimensión del " misterio de la piedad ",15 como ha señalado la Exhortación Apostólica postsinodal " Reconciliatio et paenitentia ".16 El hombre tampoco conoce absolutamente esta dimensión del pecado fuera de la Cruz de Cristo. Y tampoco puede ser " convencido " de ella sino es por el Espíritu Santo: por el cual sondea las profundidades de Dios.
(JUAN PABLO II, Encíclica Dominum et Vivificantem, nn. 30-32)
1 Act 2, 4.
2 Cf. S. Ireneo, Adversus haereses, III, 17, 2: SC 211, p. 330-332.
3 Act 1, 4. 5. 8.
4 Act 2, 22-24.
5 Cf. Act 3, 14 s.; 4, 10. 27 s.; 7, 52; 10, 39; 13, 28 s. etc.
6 Cf. Jn 3, 17; 12, 47.
7 Act 2, 36.
8 Act 2, 37 s.
9 Cf. Mc 1,15.
10 Jn 20, 22.
11 Cf. Jn 16, 9.
12 Os 13, 14 Vg; cf. 1 Cor 15, 55.
13 Cf. 1 Cor 2, 10.
14 Cf. 2 Tes 2, 7.
15 Cf. 1 Tim 3, 16.
16 Cf. Reconciliatio et paenitentia (2 de diciembre de 1984), 19-22: AAS 77 (1985), pp. 229-233.

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Comentario Teológico: Juan Pablo II - Cristo resucitado dice: "Recibid el Espíritu Santo"

22. Gracias a su narración, Lucas nos acerca a la verdad contenida en el discurso del Cenáculo. Jesús de Nazaret, "elevado" por el Espíritu Santo, durante este discurso-coloquio, se manifiesta como el que "trae" el Espíritu, como el que debe llevarlo y "darlo" a los apóstoles y a la Iglesia a costa de su "partida" a través de la cruz.

El verbo "traer" aquí quiere decir, ante todo, "revelar". En el Antiguo Testamento, desde el Libro del Génesis, el espíritu de Dios fue de alguna manera dado a conocer primero como "soplo" de Dios que da vida, "soplo vital" sobrenatural. En el Libro de Isaías es presentado como un "don" para la persona del Mesías, como el que se posa sobre él, para guiar interiormente toda su actividad salvífica. Junto al Jordán, el anuncio de Isaías ha tomado una forma concreta: Jesús de Nazaret es el que viene por el Espíritu Santo y lo trae como don propio de su misma persona, para comunicarlo a través de su humanidad: "Él os bautizará en Espíritu Santo". En el Evangelio de Lucas se encuentra confirmada y enriquecida esta revelación del Espíritu Santo, corno fuente íntima de la vida y acción mesiánica de Jesucristo.

A la luz de lo que Jesús dice en el discurso del Cenáculo, el Espíritu Santo es revelado de una manera nueva y más plena. Es no sólo el don a la persona (a la persona del Mesías), sino que es una Persona-don. Jesús anuncia su venida como la de "otro Paráclito", el cual, siendo el Espíritu de la verdad, guiará a los apóstoles y a la Iglesia "hacia la verdad completa". Esto se realizará en virtud de la especial comunión entre el Espíritu Santo y Cristo: "Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros". Esta comunión tiene su fuente primaria en el Padre: "Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho: que recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros". Procediendo del Padre, el Espíritu Santo es enviado por el Padre. El Espíritu Santo ha sido enviado antes como don para el Hijo que se ha hecho hombre, para cumplir las profecías mesiánicas. Según el texto joánico, después de la "partida" de Cristo-Hijo, el Espíritu Santo "vendrá" directamente -es su nueva misión- a completar la obra del Hijo. Así llevará a término la nueva era de la historia de la salvación.

23. Nos encontramos en el umbral de los acontecimientos pascuales. La revelación nueva y definitiva del Espíritu Santo como Persona, que es el don, se realiza precisamente en este momento. Los acontecimientos pascuales -pasión, muerte y resurrección de Cristo- son también el tiempo de la nueva venida del Espíritu Santo, como Paráclito y Espíritu de la verdad. Son el tiempo del "nuevo inicio" de la comunicación de Dios uno y trino a la humanidad en el Espíritu Santo, por obra de Cristo Redentor. Este nuevo inicio es la redención del mundo: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único". Ya en el "dar" el Hijo, en este don del Hijo, se expresa la esencia más profunda de Dios, el cual, como Amor, es la fuente inagotable de esta dádiva. En el don hecho por el Hijo se completan la revelación y la dádiva del amor eterno: el Espíritu Santo, que en la inescrutable profundidad de la divinidad es una Persona- don, por obra del Hijo, es decir, mediante el misterio pascual es dado de un modo nuevo a los apóstoles y a la Iglesia y, por medio de ellos, a la humanidad y al mundo entero.

24. La expresión definitiva de este misterio tiene lugar el día de la Resurrección. Este día, Jesús de Nazaret, "nacido del linaje de David", como escribe el apóstol Pablo, es "constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos". Puede decirse, por consiguiente, que la "elevación" mesiánica de Cristo por el Espíritu Santo alcanza su culmen en la Resurrección, en la cual se revela también como Hijo de Dios, "lleno de poder". Y este poder, cuyas fuentes brotan de la inescrutable comunión trinitaria, se manifiesta ante todo en el hecho de que Cristo resucitado, si por una parte realiza la promesa de Dios expresada ya por boca del Profeta: "Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, ... mi espíritu", por otra cumple su misma promesa hecha a los apóstoles con las palabras: "Si me voy, os lo enviaré". Es él: el Espíritu de la verdad, el Paráclito enviado por Cristo resucitado para transformarnos en su misma imagen de resucitado.

"Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús repitió: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío". Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo"".

Todos los detalles de este texto-clave del Evangelio de Juan tienen su elocuencia, especialmente si lo releemos con referencia a las palabras pronunciadas en el mismo Cenáculo al comienzo de los acontecimientos pascuales. Tales acontecimientos -el triduo sacro de Jesús, que el Padre ha consagrado con la unción y enviado al mundo- alcanzan ya su cumplimiento. Cristo que "había entregado el espíritu en la cruz" como Hijo del hombre y Cordero de Dios, una vez resucitado va donde los apóstoles para "soplar sobre ellos" con el poder del que habla la Carta a los Romanos. La de gozo a los presentes: "Su tristeza se convierte en gozo", como ya había prometido antes de su pasión. Y sobre todo se verifica el principal anuncio del discurso de despedida: Cristo resucitado, como si preparara una nueva creación, "trae" el Espíritu Santo a los apóstoles. Lo trae a costa de su "partida"; les da este Espíritu como a través de las heridas de su crucifixión: "les mostró las manos y el costado". En virtud de esta crucifixión les dice: "Recibid el Espíritu Santo".

Se establece así una relación profunda entre el envío del Hijo y el del Espíritu Santo. No se da el envío del Espíritu Santo (después del pecado original) sin la Cruz y la Resurrección: "Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito". Se establece también una relación íntima entre la misión del Espíritu Santo y la del Hijo en la Redención. La misión del Hijo, en cierto modo, encuentra su "cumplimiento" en la Redención: "Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros". La Redención es realizada totalmente por el Hijo, el Ungido, que ha venido y actuado con el poder del Espíritu Santo, ofreciéndose finalmente en sacrificio supremo sobre el madero de la Cruz. Y esta Redención, al mismo tiempo, es realizada constantemente en los corazones y en las conciencias humanas -en la historia del mundo- por el Espíritu Santo, que es el "otro Paráclito".

7. El Espíritu Santo y la era de la Iglesia.
25. "Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra (cf. Jn 17, 4) fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf. Ef 2, 18). El es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4, 14; 7, 38-39), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rm 8, 10-11)".

De este modo el Concilio Vaticano II habla del nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés. Tal acontecimiento constituye la manifestación definitiva de lo que se había realizado en el mismo Cenáculo el domingo de Pascua. Cristo resucitado vino y "trajo" a los apóstoles el Espíritu Santo. Se lo dio diciendo: "Recibid el Espíritu Santo". Lo que había sucedido entonces en el interior del Cenáculo, "estando las puertas cerradas", más tarde, el día de Pentecostés es manifestado también al exterior, ante los hombres. Se abren las puertas del Cenáculo y los apóstoles se dirigen a los habitantes y a los peregrinos venidos a Jerusalén con ocasión de la fiesta, para dar testimonio de Cristo por el poder del Espíritu Santo. De este modo se cumple el anuncio: "El dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio".

Leemos en otro documento del Vaticano II: "El Espíritu Santo obraba ya, sin duda, en el mundo antes de que Cristo fuera glorificado. Sin embargo, el día de Pentecostés descendió sobre los discípulos para permanecer con ellos para siempre; la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; comenzó la difusión del Evangelio por la predicación entre los paganos".

La era de la Iglesia empezó con la "venida", es decir, con la bajada del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en el Cenáculo de Jerusalén junto con María, la Madre del Señor

Dicha era empezó en el momento en que las promesas y las profecías, que explícitamente se referían al Paráclito, el Espíritu de la verdad, comenzaron a verificarse con toda su fuerza y evidencia sobre los apóstoles, determinando así el nacimiento de la Iglesia. De esto hablan ampliamente y en muchos pasajes los Hechos de los Apóstoles de los cuales resulta que, según la conciencia de la primera comunidad, cuyas convicciones expresa Lucas, el Espíritu Santo asumió la guía invisible pero en cierto modo "perceptible"- de quienes, después de la partida del Señor Jesús, sentían profundamente que habían quedado huérfanos. Estos, con la venida del Espíritu Santo, se sintieron idóneos para realizar la misión que se les había confiado. Se sintieron llenos de fortaleza. Precisamente esto obró en ellos el Espíritu Santo, y lo sigue obrando continuamente en la Iglesia, mediante sus sucesores. Pues la gracia del Espíritu Santo, que los apóstoles dieron a sus colaboradores con la imposición de las manos, sigue siendo transmitida en la ordenación episcopal. Luego los Obispos, con el sacramento del Orden hacen partícipes de este don espiritual a los ministros sagrados y proveen a que, mediante el sacramento de la Confirmación, sean corroborados por él todos los renacidos por el agua y por el Espíritu; así, en cierto modo, se perpetúa en la Iglesia la gracia de Pentecostés.

Como escribe el Concilio, "el Espíritu habita en la Iglesia" y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Cor 3, 16; 6, 19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Gal 4, 6; Rm 8, 15-16. 26). Guía a la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4, 11-12; 1 Cor 12, 4; Gal 5, 22) con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo".
(S.S. Juan Pablo II, Carta Encíclica Dominum et vivificantem, PPC, Madrid, 1986)



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Comentario Teológico: R.P. Royo Marín - La moción divina de los dones

La moción divina de los dones es muy distinta de la moción divina que pone en marcha las virtudes infusas. En la noción divina de las virtudes, Dios actúa como causa principal primera, pero al hombre le corresponde la plena responsabilidad de la acción como causa principal segunda enteramente subordinada a la primera. Por eso los actos de las virtudes son totalmente nuestros, pues parten de nosotros mismos, de nuestra razón y de nuestro libre albedrío, aunque siempre, desde luego, bajo la moción de Dios como causa primera, sin la cual ningún ser en potencia puede pasar al acto en el orden natural ni en el sobrenatural.

Pero, en el caso de los dones, la moción divina que los pone en marcha es muy distinta: Dios actúa, no como causa principal primera-como ocurre con las virtudes-, sino como causa principal única, y el hombre deja de ser causa principal segunda, pasando a la categoría de simple causa instrumental del efecto que el Espíritu Santo producirá en el alma como causa principal única. Por eso los actos procedentes de los dones son materialmente humanos, pero formalmente divinos, de manera semejante a la melodía que un artista arranca de su arpa, que es materialmente del arpa, pero formalmente del artista que la maneja. Y esto no disminuye en nada el mérito del alma que produce instrumentalmente ese acto divino secundando dócilmente la divina moción, ya que no actúa como un instrumento muerto o inerte-como el cepillo del carpintero o la pluma del escritor-, sino como un instrumento vivo y consciente que se adhiere con toda la fuerza de su libre albedrío a la moción divina, dejándose conducir por ella y secundándola plenamente La pasividad del alma bajo la moción divina de los dones es tan sólo relativa, o sea tan sólo con respecto a la iniciativa del acto, que corresponde única y exclusivamente al Espíritu Santo; pero, una vez recibida la divina moción, el alma reacciona activamente y se asocia intensísimamente a ella con toda la fuerza vital de que es capaz y con toda la plenitud de su libre albedrío. De esta manera se conjugan y completan mutuamente la iniciativa divina, la pasividad relativa del alma, la reacción vital de la misma, el ejercicio del libre albedrío y el mérito sobrenatural de la acción.

Así se explica por qué, en el ejercicio de las virtudes infusas, el alma se encuentra en pleno estado activo. Sus actos se producen al modo humano y tiene plena conciencia de que es ella la que obra cuando y como le place (v.gr., realizando un acto de humildad, de oración, de obediencia, etc., cuando quiere y como quiere). Es ella, sencillamente, la causa motora y principal de sus propios actos, aunque siempre, desde luego, bajo la moción divina de la gracia actual ordinaria, que nunca falta y siempre está a nuestra disposición cuando queremos obrar virtuosamente; como el aire para respirar.

El ejercicio de los dones-como ya hemos dicho-es completamente distinto. El Espíritu Santo es la única causa motora y principal que mueve el hábito de los dones, pasando el alma a la categoría de simple instrumento, aunque consciente y libre. El alma reacciona vitalmente al recibir la moción de los dones-y de esta manera se salva la libertad y el mérito bajo la acción donal-, pero sólo para secundar la divina moción, cuya iniciativa y plena responsabilidad corresponde por entero al Espíritu Santo mismo, que actúa como única causa motora y principal. Por esto, tanto más perfecta y limpia resultará la acción donal cuanto el alma acierte a secundar con mayor docilidad esa divina moción, adhiriéndose fuertemente a ella sin torcerla ni desviarla con movimientos de iniciativa humana, que no harían sino entorpecer la acción santificadora del Espíritu Santo.

Síguese de aquí que el alma, cuando sienta la acción del Espíritu Santo, debe reprimir su propia iniciativa humana y reducir su actividad a secundar dócilmente la moción divina, permaneciendo pasiva con relación a ella. Esta pasividad-entiéndase bien-sólo lo es con relación al agente divino; pero, en realidad, se transforma en una actividad vivísima por parte del alma, aunque única y exclusivamente para secundar la acción divina, sin alterarla ni modificarla con iniciativas humanas. En este sentido puede y debe decirse que el alma obra también instrumentalmente lo que en ella se obra, produce lo que en ella se produce, ejecuta lo que en ella el Espíritu Santo ejecuta. Se trata, sencillamente, de una actividad recibida, de una absorción de la actividad natural por una actividad sobrenatural, de una sublimación de las potencias a un orden divino de operación, que nada absolutamente tiene que ver con la estéril inacción del quietismo.


6. Necesidad de los dones del Espíritu Santo
Los dones del Espíritu Santo son absolutamente necesarios para la perfección de las virtudes infusas -o, lo que es lo mismo, para llegar a la plena perfección cristiana-, e incluso para la misma salvación eterna. Veámoslo por separado.
1) LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO SON NECESARIOS PARA LA PERFECCIÓN DE LAS VIRTUDES INFUSAS.-La razón fundamental es por la gran desproporción entre las mismas virtudes infusas y el sujeto donde residen: el alma humana.

En efecto: como es sabido, las virtudes infusas son hábitos sobrenaturales, divinos, y el sujeto en que se reciben es el alma humana, o, más exactamente, sus potencias o facultades.

Ahora bien: como, según el conocido aforismo de las escuelas teológicas, "lo que se recibe, se recibe al modo del recipiente", las virtudes infusas, al recibirse en las potencias del alma, se rebajan y degradan, vienen a adquirir nuestro modo humano -por su inevitable acomodamiento al funcionamiento psicológico natural del hombre-y están como ahogadas en esa atmósfera humana, que es casi irrespirable para ellas. Y ésta es la razón de que las virtudes infusas, a pesar de ser mucho más perfectas que sus correspondientes virtudes adquiridas (que se adquieren por la repetición de actos naturalmente virtuosos), no nos hacen obrar con tanta facilidad como éstas, precisamente por la imperfección con que poseemos los hábitos infusos, que son sobrenaturales. Se ve esto muy claro en un pecador que se arrepiente y confiesa después de una vida desordenada: vuelve fácilmente a sus pecados a pesar de haber recibido con la gracia todas las virtudes infusas. Cosa que no ocurre con el que, a fuerza de repetir actos virtuosos, ha llegado a adquirir alguna virtud natural o adquirida.

Ahora bien: es claro y evidente que, si poseemos imperfectamente en el alma el hábito de las virtudes infusas, los actos que provengan de él serán también imperfectos, a no ser que un agente superior venga a perfeccionarlos. Y ésta es, precisamente, la finalidad de los dones del Espíritu Santo. Movidos y regulados, no por la razón humana, como las virtudes, sino por el Espíritu Santo mismo, proporcionan a las virtudes infusas-sobre todo a las teologales-la atmósfera divina que necesitan para desarrollar toda su virtualidad sobrenatural.

De manera que la imperfección de las virtudes infusas no está en ellas mismas-son perfectísimas en sí mismas-, sino en el modo imperfecto con que nosotros las poseemos, a causa de su misma perfección trascendental y nuestra propia imperfección humana, que les imprime forzosamente el modo humano de la simple razón natural iluminada por la fe. De ahí la necesidad de que los dones del Espíritu Santo vengan en ayuda de las virtudes infusas, disponiendo las potencias del alma para ser movidas por un agente superior-el Espíritu Santo mismo-, que las hará actuar de un modo divino, esto es, de un modo totalmente proporcionado al objeto perfectísimo de las virtudes infusas. Bajo la acción de los dones, las virtudes infusas se encuentran, por decirlo así, en su propio ambiente.

De donde se sigue que, sin la actuación frecuente y dominante de los dones del Espíritu Santo moviendo a lo divino las virtudes infusas, jamás podrán alcanzar éstas su plena expansión y desarrollo, por mucho que multipliquen e intensifiquen sus actos al modo humano. Sin el régimen predominante de los dones del Espíritu Santo es imposible llegar a la perfección cristiana.

2) Los DONES DEL ESPÍRITU SANTO SON NECESARIOS, EN CIERTO SENTIDO, INCLUSO PARA LA SALVACIÓN.-Para ponerlo fuera de toda duda, basta tener en cuenta la corrupción de la naturaleza humana como consecuencia del pecado original con el que todos venimos al mundo. Las virtudes no residen en una naturaleza sana, sino en una mal inclinada por el pecado. Y aunque las virtudes infusas, en cuanto depende de ellas, tienen fuerza suficiente para vencer todas las tentaciones que se les opongan, no pueden, de hecho, sin la ayuda de los dones, vencer las tentaciones graves que pueden sobrevenir inesperadamente y de súbito en un momento dado. En estas situaciones imprevistas, en las que la caída en el pecado o la resistencia es cuestión de un instante, no puede el hombre echar mano del discurso lento y trabajoso de la razón, sino que es preciso que se mueva rápidamente, como por instinto sobrenatural, esto es, bajo la moción de los dones del Espíritu Santo, que nos proporcionan, precisamente, esa especie de instinto de lo divino. Sin esa moción de los dones, la caída en el pecado sería casi segura, dada la inclinación viciosa de la naturaleza humana, herida por la culpa original.

Claro que estas situaciones tan difíciles y embarazosas no son frecuentes en la vida del hombre. Pero es suficiente que puedan producirse alguna vez para concluir que, al menos en esas ocasiones, la actuación de los dones se hace necesaria incluso para la misma salvación eterna.

7. El modo deiforme de los dones del Espíritu Santo

Como hemos explicado más arriba, la característica más importante y fundamental de los dones del Espíritu Santo es su actuación al modo divino o sobrehumano, o sea la modalidad divina que imprimen a los actos de las virtudes infusas cuando son perfeccionadas por los dones del Espíritu Santo.

Dada la importancia excepcional de esta doctrina en la teología de los dones, ofrecemos al lector a continuación unas palabras del padre Philipon explicando admirablemente estas ideas:

"La propiedad más fundamental de los dones del Espíritu Santo es su modo deiforme: sus actos emanan de nosotros, pero bajo la inspiración divina. Dios es su regla y su medida, su motor especial.

En efecto, los actos humanos pueden tener una triple medida:

1. Una medida humana, que imprime a toda nuestra vida moral la regulación de la razón. Es el caso de las virtudes naturales o adquiridas.

2. Una medida humano-divina en el orden de la gracia santificante, que viene a sobre-elevar en su esencia toda nuestra actividad virtuosa para hacerla participar en la vida de pensamiento, de amor y de acción del Dios trino mediante las virtudes cristianas (infusas), pero dejando aún al hombre su modo de obrar connatural (o sea el modo humano), según las deliberaciones de su razón discursiva y las razonadas inclinaciones de su voluntad. Es el régimen común de las virtudes teologales y morales (infusas) cuando el hombre, divinizado por la gracia de adopción, realiza actos elícitos que, en sustancia, pertenecen al orden sobrenatural, pero cuya manera de realizarse sigue siendo humana.

3. Hay, finalmente, un régimen superior de vida virtuosa, deiforme no sólo en su sustancia, sino también en su modo, en el que los actos tienen la medida divina del Espíritu de Dios, que es su Motor y su Regla especificadora. Este es el caso de los dones del Espíritu Santo. Dios no solamente es la causa eficiente de estos actos. El toma la iniciativa de los mismos, los inspira, los realiza a su medida divina, participada en grados diversos por el hombre, convertido en hijo de Dios por la gracia y dirigido por su Espíritu. Este obrar deiforme reviste entonces la manera de pensar, amar, querer y obrar del Espíritu de Dios, en la proporción posible al hombre, sin salirse de sus condiciones de espíritu encarnado... El hombre a quien anima el soplo del Espíritu está como arrebatado y sostenido por las raudas alas de un águila todopoderosa.

Este obrar deiforme reviste entonces la manera de pensar, de amar, de querer y de obrar propia del mismo Espíritu de Dios. La vida espiritual del hombre viene a convertirse como una proyección en él de las costumbres de la Trinidad, en cuyo seno entra, a imitación del Hijo único del Padre, no haciendo más que uno con El, místicamente, en la unidad de una misma persona, transformándose el cristiano en "otro Cristo" que camina por la tierra, identificado con todos los sentimientos del Verbo encarnado, glorificador del Padre y Salvador de los hombres. El cristiano avanza así por la vida, iluminado en su inteligencia por la claridad del Verbo, con su vida de amor al ritmo del Espíritu Santo, actuando en toda su conducta interior y exterior según el modelo de la actividad "ad extra" de las tres personas divinas en la indivisible unidad de su esencia. El Espíritu de Dios se hace no sólo inspirador y motor, sino también regla, forma y vida de esta actividad al modo deiforme y cristiforme propia del cristiano, cada vez más revestido por la fe, por el amor y por la práctica, de todas las virtudes de la santidad de Cristo.

En los diversos tratados de los dones del Espíritu Santo no se insiste bastante en que, dentro del orden concreto de la economía de la salvación, la actividad de los dones se realiza en nosotros no ya sólo de un modo deiforme, sino además de un modo cristiforme, que nos configura con el Hijo único del Padre. Creer es verlo todo con la mirada de Cristo. Lo esperamos todo de la omnipotente y misericordiosa Trinidad, pero en virtud de los méritos de Cristo. Nuestra vida de amor a Dios, nuestro Padre, y a los hombres, nuestros hermanos, se expande en una amistad con todos en la persona de Cristo. E igual sucede con las demás virtudes y con los demás dones del Espíritu Santo. Toda nuestra vida espiritual se desarrolla en nosotros, según la expresión de San Pablo, "en Cristo Jesús".
El ejemplar trinitario es la regla suprema de la actividad deiforme de los dones. Animado por el Espíritu Santo en cada uno de sus actos, el cristiano debería pasar por la tierra a la manera de un Dios encarnado".

3. Los frutos del Espíritu Santo

Cuando el alma corresponde dócilmente a la moción interior del Espíritu Santo, produce actos exquisitos de virtud que pueden compararse a los frutos sazonados de un árbol. No todos los actos que proceden de la gracia tienen razón de frutos, sino únicamente los más sazonados y exquisitos, que llevan consigo gran suavidad y dulzura. Son sencillamente los actos procedentes de los dones del Espíritu Santo".

Se distinguen de los dones como el fruto se distingue de la rama y el efecto de la causa. Y se distinguen también de las bienaventuranzas evangélicas -de las que hablaremos en seguida-en el grado de perfección; estas últimas son más perfectas y acabadas que los frutos. Por eso todas las bienaventuranzas son frutos, pero no todos los frutos son bienaventuranzas.

Los frutos son completamente contrarios a las obras de la carne, ya que ésta tiende a los bienes sensibles, que son inferiores al hombre, mientras que el Espíritu Santo nos mueve a lo que está por encima de nosotros.

En cuanto al número de los frutos, la Vulgata enumera doce: caridad, gozo espiritual, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad (Gal 5,22-23). Pero, en el texto paulino original, sólo se citan nueve: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Es por que-como dice muy bien Santo Tomás, de acuerdo con San Agustín-el Apóstol no tuvo intención de enumerarlos todos, sino que se limitó a citar algunos por vía de ejemplo; pero en realidad son o pueden ser muchos más, ya que se trata de actos, no de hábitos, como los dones.
Las bienaventuranzas evangélicas

Más perfectas todavía que los frutos son las bienaventuranzas evangélicas. Ellas señalan el punto culminante y el coronamiento definitivo-acá en la tierra-de toda la vida cristiana.

Al igual que los frutos, las bienaventuranzas no son hábitos, sino actos. Como los frutos, proceden de las virtudes y de los dones; pero son tan perfectos, que hay que atribuirlos a los dones más que a las virtudes. Por razón de las espléndidas recompensas que las acompañan, son ya en esta vida como un anticipo de la bienaventuranza eterna.

En el sermón de la Montaña, nuestro Señor las reduce a ocho: pobreza de espíritu, mansedumbre, lágrimas, hambre y sed de justicia, misericordia, pureza de corazón, paz y persecución por causa de la justicia (Mt 5,3-10). Pero también podemos decir que se trata de un número simbólico que no reconoce límites.

En la explicación de Sto. Tomás no figura la octava bienaventuranza (persecución por causa de la justicia), porque, siendo la más perfecta de todas, contiene y abarca todas las demás en medio de los mayores obstáculos y dificultades.
(Antonio Royo Marín, O.P., El gran desconocido, B.A.C., Madrid, 1977, pg. 100-110)

 

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Comentario Teológico: R. P. Raniero Cantalamessa - Comentario a las lecturas

Comentario del padre Raniero Cantalamessa -predicador de la Casa Pontificia- a las lecturas de mañana domingo, en la solemnidad de Pentecostés.

Hechos 2, 1-11; 1 Corintios 12, 3b-7. 12-13; Juan 20, 19-23
El sentido de Pentecostés se contiene en la frase de los Hechos de los Apóstoles: "Quedaron todos llenos del Espíritu Santo". ¿Qué quiere decir que "quedaron llenos del Espíritu Santo" y qué experimentaron en aquel momento los apóstoles" Tuvieron una experiencia arrolladora del amor de Dios, se sintieron inundados de amor, como por un océano. Lo asegura San Pablo cuando dice que "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5). Todos los que han tenido una experiencia fuerte del Espíritu Santo están de acuerdo con confirmar esto. El primer efecto que el Espíritu Santo produce cuando llega a una persona es hacer que se sienta amada por Dios con un amor tiernísimo, infinito.

El fenómeno de las lenguas es la señal de que algo nuevo ha ocurrido en el mundo. Lo sorprendente es que este hablar en "lenguas nuevas y diversas", en vez de generar confusión, crea al contrario un admirable entendimiento y unidad. Con ello la Sagrada Escritura ha querido mostrar el contraste entre Babel y Pentecostés. En Babel, todos hablan la misma lengua y en cierto momento nadie entiende ya al otro, nace la confusión de las lenguas; en Pentecostés, cada uno habla una lengua distinta, pero todos se entienden.

¿Cómo es esto" Para descubrirlo basta observar de qué hablan los constructores de Babel y de qué hablan los apóstoles en Pentecostés. Los primeros se dicen entre sí: "Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, para no desperdigarnos por toda la faz de la Tierra" (Gn 11, 4). Estos hombres están animados por una voluntad de poder, quieren "hacerse famosos", buscan su gloria. En Pentecostés los apóstoles proclaman en cambio "las grandes obras de Dios". No piensan en hacerse un nombre, sino en hacérselo a Dios; no buscan su afirmación personal, sino la de Dios. Por ello todos les comprenden. Dios ha vuelto a estar en el centro; la voluntad de poder se ha sustituido con la voluntad de servicio, la ley del egoísmo con la del amor.

En ello se contiene un mensaje de vital importancia para el mundo de hoy. Vivimos en la era de las comunicaciones de masa. Los llamados "medios de comunicación" son los grandes protagonistas del momento. Todo esto marca un progreso grandioso, pero implica también un riesgo. ¿De qué comunicación se trata de hecho" Una comunicación exclusivamente horizontal, superficial, frecuentemente manipulada y venal, o sea, usada para hacer dinero. Lo opuesto, en resumen, a una información creativa, de manantial, que introduce en el ciclo contenidos cualitativamente nuevos y ayuda a cavar en profundidad en nosotros mismos y en los acontecimientos. La comunicación se convierte en un intercambio de pobreza, de ansias, de inseguridades y de gritos de ayuda desatendidos. Es hablar entre sordos. Cuanto más crece la comunicación, más se experimenta la incomunicación.

Redescubrir el sentido del Pentecostés cristiano es lo único que puede salvar nuestra sociedad moderna de precipitarse cada vez más en un Babel de lenguas. En efecto, el Espíritu Santo introduce en la comunicación humana la forma y la ley de la comunicación divina, que es la piedad y el amor. ¿Por qué Dios se comunica con los hombres, se entretiene y habla con ellos, a lo largo de toda la historia de la salvación" Sólo por amor, porque el bien es por su naturaleza "comunicativo". En la medida en que es acogido, el Espíritu Santo sana las aguas contaminadas de la comunicación humana, hace de ella un instrumento de enriquecimiento, de posibilidad de compartir y de solidaridad. Cada iniciativa nuestra civil o religiosa, privada o pública, se encuentra ante una elección: puede ser Babel o Pentecostés: es Babel si está dictada por egoísmo y voluntad de atropello; es Pentecostés si está dictada por amor y respeto de la libertad de los demás.-

 

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Aplicación: R.P. R. Cantalamessa OFMCap - ¿Pentecostés o Babel"

El Espíritu Santo introduce en la comunicación humana la forma y la ley de la comunicación divina, que es la piedad y el amor.


El sentido de Pentecostés se contiene en la frase de los Hechos de los Apóstoles: «Quedaron todos llenos del Espíritu Santo». ¿Qué quiere decir que «quedaron llenos del Espíritu Santo» y qué experimentaron en aquel momento los apóstoles" Tuvieron una experiencia arrolladora del amor de Dios, se sintieron inundados de amor, como por un océano. Lo asegura San Pablo cuando dice que «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5). Todos los que han tenido una experiencia fuerte del Espíritu Santo están de acuerdo en confirmar esto. El primer efecto que el Espíritu Santo produce cuando llega a una persona es hacer que se sienta amada por Dios por un amor tiernísimo, infinito.

El fenómeno de las lenguas es la señal de que algo nuevo ha ocurrido en el mundo. Lo sorprendente es que este hablar en «lenguas nuevas y diversas», en vez de generar confusión, crea al contrario un admirable entendimiento y unidad. Con ello la Escritura ha querido mostrar el contraste entre Babel y Pentecostés. En Babel todos hablan la misma lengua y en cierto momento nadie entiende ya al otro, nace la confusión de las lenguas; en Pentecostés cada uno habla una lengua distinta y todos se entienden.

¿Cómo es esto" Para descubrirlo basta con observar de qué hablan los constructores de Babel y de qué hablan los apóstoles en Pentecostés. Los primeros se dicen entre sí: «Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, para no desperdigarnos por toda la faz de la tierra» (Gn 11, 4). Estos hombres están animados por una voluntad de poder, quieren «hacerse famosos», buscan su gloria. En Pentecostés los apóstoles proclaman en cambio «las grandes obras de Dios». No piensan en hacerse un nombre, sino en hacérselo a Dios; no buscan su afirmación personal, sino la de Dios. Por ello todos les comprenden. Dios ha vuelto a estar en el centro; la voluntad de poder se ha sustituido con la voluntad de servicio, la ley del egoísmo con la del amor.

En ello se contiene un mensaje de vital importancia para el mundo de hoy. Vivimos en la era de las comunicaciones de masa. Los llamados «medios de comunicación» son los grandes protagonistas del momento. Todo esto marca un progreso grandioso, pero implica también un riesgo. ¿De qué comunicación se trata de hecho" Una comunicación exclusivamente horizontal, superficial, frecuentemente manipulada y venal, o sea, usada para hacer dinero. Lo opuesto, en resumen, a una información creativa, de manantial, que introduce en el ciclo contenidos cualitativamente nuevos y ayuda a cavar en profundidad en nosotros mismos y en los acontecimientos. La comunicación se convierte en un intercambio de pobreza, de ansias, de inseguridades y de gritos de ayuda desatendidos. Es hablar entre sordos. Cuanto más crece la comunicación, más se experimenta la incomunicación.

Redescubrir el sentido del Pentecostés cristiano es lo único que puede salvar nuestra sociedad moderna de precipitarse cada vez más en un Babel de lenguas. En efecto, el Espíritu Santo introduce en la comunicación humana la forma y la ley de la comunicación divina, que es la piedad y el amor. ¿Por qué Dios se comunica con los hombres, se entretiene y habla con ellos, a lo largo de toda la historia de la salvación" Sólo por amor, porque el bien es por su naturaleza «comunicativo». En la medida en que es acogido, el Espíritu Santo sana las aguas contaminadas de la comunicación humana, hace de ella un instrumento de enriquecimiento, de posibilidad de compartir y de solidaridad.

Cada iniciativa nuestra civil o religiosa, privada o pública, se encuentra ante una elección: puede ser Babel o Pentecostés: es Babel si está dictada por egoísmo y voluntad de atropello; es Pentecostés si está dictada por amor y respeto de la libertad de los demás.

 

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Aplicación: Benedicto XVI - El Espíritu Santo es tempestad y fuego

Queridos hermanos y hermanas:
Cada vez que celebramos la eucaristía vivimos en la fe el misterio que se realiza en el altar; es decir, participamos en el acto supremo de amor que Cristo realizó con su muerte y su resurrección. El único y mismo centro de la liturgia y de la vida cristiana -el misterio pascual-, en las diversas solemnidades y fiestas asume "formas" específicas, con nuevos significados y con dones particulares de gracia. Entre todas las solemnidades Pentecostés destaca por su importancia, pues en ella se realiza lo que Jesús mismo anunció como finalidad de toda su misión en la tierra. En efecto, mientras subía a Jerusalén, declaró a los discípulos: "He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!" (Lc 12, 49). Estas palabras se cumplieron de la forma más evidente cincuenta días después de la resurrección, en Pentecostés, antigua fiesta judía que en la Iglesia ha llegado a ser la fiesta por excelencia del Espíritu Santo: "Se les aparecieron unas lenguas como de fuego (...) y quedaron todos llenos del Espíritu Santo" (Hch 2, 3-4). Cristo trajo a la tierra el fuego verdadero, el Espíritu Santo. No se lo arrebató a los dioses, como hizo Prometeo, según el mito griego, sino que se hizo mediador del "don de Dios" obteniéndolo para nosotros con el mayor acto de amor de la historia: su muerte en la cruz.

Dios quiere seguir dando este "fuego" a toda generación humana y, naturalmente, es libre de hacerlo como quiera y cuando quiera. Él es espíritu, y el espíritu "sopla donde quiere" (cf. Jn 3, 8). Sin embargo, hay un "camino normal" que Dios mismo ha elegido para "arrojar el fuego sobre la tierra": este camino es Jesús, su Hijo unigénito encarnado, muerto y resucitado. A su vez, Jesucristo constituyó la Iglesia como su Cuerpo místico, para que prolongue su misión en la historia. "Recibid el Espíritu Santo", dijo el Señor a los Apóstoles la tarde de la Resurrección, acompañando estas palabras con un gesto expresivo: "sopló" sobre ellos (cf. Jn 20, 22). Así manifestó que les transmitía su Espíritu, el Espíritu del Padre y del Hijo.

Ahora, queridos hermanos y hermanas, en esta solemnidad, la Escritura nos dice una vez más cómo debe ser la comunidad, cómo debemos ser nosotros, para recibir el don del Espíritu Santo. En el relato que describe el acontecimiento de Pentecostés, el autor sagrado recuerda que los discípulos "estaban todos reunidos en un mismo lugar". Este "lugar" es el Cenáculo, la "sala grande en el piso superior" (cf. Mc 14, 15) donde Jesús había celebrado con sus discípulos la última Cena, donde se les había aparecido después de su resurrección; esa sala se había convertido, por decirlo así, en la "sede" de la Iglesia naciente (cf. Hch 1, 13). Sin embargo, los Hechos de los Apóstoles, más que insistir en el lugar físico, quieren poner de relieve la actitud interior de los discípulos: "Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu" (Hch 1, 14). Por consiguiente, la concordia de los discípulos es la condición para que venga el Espíritu Santo; y la concordia presupone la oración.

Esto, queridos hermanos y hermanas, vale también para la Iglesia hoy; vale para nosotros, que estamos aquí reunidos. Si queremos que Pentecostés no se reduzca a un simple rito o a una conmemoración, aunque sea sugestiva, sino que sea un acontecimiento actual de salvación, debemos disponernos con religiosa espera a recibir el don de Dios mediante la humilde y silenciosa escucha de su Palabra. Para que Pentecostés se renueve en nuestro tiempo, tal vez es necesario -sin quitar nada a la libertad de Dios- que la Iglesia esté menos "ajetreada" en actividades y más dedicada a la oración.

Nos lo enseña la Madre de la Iglesia, María santísima, Esposa del Espíritu Santo. Este año Pentecostés cae precisamente el último día de mayo, en el que de ordinario se celebra la fiesta de la Visitación. También la Visitación fue una especie de pequeño "pentecostés", que hizo brotar el gozo y la alabanza en el corazón de Isabel y en el de María, una estéril y la otra virgen, ambas convertidas en madres por una intervención divina extraordinaria (cf.Lc 1, 41-45). (...)

Los Hechos de los Apóstoles, para indicar al Espíritu Santo, utilizan dos grandes imágenes: la de la tempestad y la del fuego. Claramente, san Lucas tiene en su mente la teofanía del Sinaí, narrada en los libros del Éxodo (Ex 19, 16-19) y el Deuteronomio (Dt 4, 10-12.36). En el mundo antiguo la tempestad se veía como signo del poder divino, ante el cual el hombre se sentía subyugado y aterrorizado. Pero quiero subrayar también otro aspecto: la tempestad se describe como "viento impetuoso", y esto hace pensar en el aire, que distingue a nuestro planeta de los demás astros y nos permite vivir en él. Lo que el aire es para la vida biológica, lo es el Espíritu Santo para la vida espiritual; y, como existe una contaminación atmosférica que envenena el ambiente y a los seres vivos, también existe una contaminación del corazón y del espíritu, que daña y envenena la existencia espiritual. Así como no conviene acostumbrarse a los venenos del aire -y por eso el compromiso ecológico constituye hoy una prioridad-, se debería actuar del mismo modo con respecto a lo que corrompe el espíritu.

En cambio, parece que nos estamos acostumbrando sin dificultad a muchos productos que circulan en nuestras sociedades contaminando la mente y el corazón, por ejemplo imágenes que enfatizan el placer, la violencia o el desprecio del hombre y de la mujer. También esto es libertad, se dice, sin reconocer que todo eso contamina, intoxica el alma, sobre todo de las nuevas generaciones, y acaba por condicionar su libertad misma. En cambio, la metáfora del viento impetuoso de Pentecostés hace pensar en la necesidad de respirar aire limpio, tanto con los pulmones, el aire físico, como con el corazón, el aire espiritual, el aire saludable del espíritu, que es el amor.
La otra imagen del Espíritu Santo que encontramos en los Hechos de los Apóstoles es el fuego. Al inicio aludí a la comparación entre Jesús y la figura mitológica de Prometeo, que recuerda un aspecto característico del hombre moderno. Al apoderarse de las energías del cosmos -el "fuego"-, parece que el ser humano hoy se afirma a sí mismo como dios y quiere transformar el mundo, excluyendo, dejando a un lado o incluso rechazando al Creador del universo. El hombre ya no quiere ser imagen de Dios, sino de sí mismo; se declara autónomo, libre, adulto. Evidentemente, esta actitud revela una relación no auténtica con Dios, consecuencia de una falsa imagen que se ha construido de él, como el hijo pródigo de la parábola evangélica, que cree realizarse a sí mismo alejándose de la casa del padre. En las manos de un hombre que piensa así, el "fuego" y sus enormes potencialidades resultan peligrosas: pueden volverse contra la vida y contra la humanidad misma, como por desgracia lo demuestra la historia. Como advertencia perenne quedan las tragedias de Hiroshima y Nagasaki, donde la energía atómica, utilizada con fines bélicos, acabó sembrando la muerte en proporciones inauditas.

En verdad, se podrían encontrar muchos ejemplos menos graves, pero igualmente sintomáticos, en la realidad de cada día. La Sagrada Escritura nos revela que la energía capaz de mover el mundo no es una fuerza anónima y ciega, sino la acción del "espíritu de Dios que aleteaba por encima de las aguas" (Gn 1, 2) al inicio de la creación. Y Jesucristo no "trajo a la tierra" la fuerza vital, que ya estaba en ella, sino el Espíritu Santo, es decir, el amor de Dios que "renueva la faz de la tierra" purificándola del mal y liberándola del dominio de la muerte (cf. Sal 104, 29-30). Este "fuego" puro, esencial y personal, el fuego del amor, vino sobre los Apóstoles, reunidos en oración con María en el Cenáculo, para hacer de la Iglesia la prolongación de la obra renovadora de Cristo.

Los Hechos de los Apóstoles nos sugieren, por último, otro pensamiento: el Espíritu Santo vence el miedo. Sabemos que los discípulos se habían refugiado en el Cenáculo después del arresto de su Maestro y allí habían permanecido segregados por temor a padecer su misma suerte. Después de la resurrección de Jesús, su miedo no desapareció de repente. Pero en Pentecostés, cuando el Espíritu Santo se posó sobre ellos, esos hombres salieron del Cenáculo sin miedo y comenzaron a anunciar a todos la buena nueva de Cristo crucificado y resucitado. Ya no tenían miedo alguno, porque se sentían en las manos del más fuerte.

Sí, queridos hermanos y hermanas, el Espíritu de Dios, donde entra, expulsa el miedo; nos hace conocer y sentir que estamos en las manos de una Omnipotencia de amor: suceda lo que suceda, su amor infinito no nos abandona. Lo demuestra el testimonio de los mártires, la valentía de los confesores de la fe, el ímpetu intrépido de los misioneros, la franqueza de los predicadores, el ejemplo de todos los santos, algunos incluso adolescentes y niños. Lo demuestra la existencia misma de la Iglesia que, a pesar de los límites y las culpas de los hombres, sigue cruzando el océano de la historia, impulsada por el soplo de Dios y animada por su fuego purificador.

Con esta fe y esta gozosa esperanza repitamos hoy, por intercesión de María: "Envía tu Espíritu, Señor, para que renueve la faz de la tierra".
(BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa de Pentecostés en la Basílica de San Pedro, 31 de mayo de 2009)



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Aplicación: R. P. José Antonio Marcone, I.V.E. - Viento, fuego y paloma

Introducción
Pentecostés es una palabra griega que significa 'cincuenta días'. Según el calendario de las fiestas religiosas judías, durante los cincuenta días siguientes a la Pascua se celebraba una fiesta religiosa llamada 'fiesta de la siega' o 'fiesta de las semanas'. Los festejos de esta fiesta culminaban el día número 50 (de allí el nombre griego de 'pentecostés') y señalaba el fin de la cosecha de trigo. Era, por excelencia, la fiesta de la fecundidad. Para el judío, como en realidad debe ser, todos los acontecimientos importantes en la vida del hombre estaban empapados de sacralidad. Todo lo referían al Creador.

Posteriormente se asoció a esta 'fiesta de la siega o de las semanas' el recuerdo de la promulgación de la Ley del Sinaí, y por eso Pentecostés se había convertido para los judíos también en la fiesta de la renovación de la Alianza.

Dios, en su infinita providencia, quiso que el ritmo, por así decirlo, de los misterios de Cristo y la Iglesia con los que ha renovado el mundo estuviera marcado por las grandes fiestas del AT. Es lógico, ya que esas fiestas son la preparación del misterio de Cristo.

Pero ¿porqué usar una palabra griega para expresar una fiesta judía" Porque para los judíos de la época de Jesús les era más común la traducción griega de la Biblia hebrea que la Biblia hebrea misma. Jesucristo, cuando cita la Sagrada Escritura, lo hace refiriéndose a esa traducción griega llamada de los LXX.

Hoy se cumplen 50 días desde la Resurrección de Cristo. Hoy es la fiesta de Pentecostés, la fiesta de la fecundidad. Y hoy ha querido Jesucristo, desde el cielo, cumplir con su promesa de enviarnos el Consolador y el Abogado de nuestras almas. Por lo tanto, Pentecostés es la fiesta de la fecundidad, la fiesta de la vida, es decir, la fiesta del Espíritu que da vida.

1. En qué consiste la Solemnidad de hoy
¿En qué consiste fundamentalmente este misterio que hoy celebramos" Consiste en que Jesucristo se sustrae a la vista de nuestros ojos corporales (Solemnidad de la Ascensión, domingo pasado) porque quiere estar presente de un modo nuevo en nuestras almas, un modo más íntimo, más interior a nuestro corazón, es decir, más espiritual. Su figura corporal sensible hubiera sido un obstáculo para esto. Y quiere que esa presencia suya nueva en el alma de los cristianos sea hecha, sea causada por el Espíritu Santo. Y por eso es que hoy lo envía. En esto consiste, entonces, en primer lugar, el misterio de hoy: el Espíritu Santo causa en nosotros, en nuestros corazones la presencia espiritual e íntima de Cristo.
Pero además Cristo quiere que el Espíritu Santo tome las riendas de la vida de cada cristiano, de la vida de la Iglesia y de la vida del mundo. Es decir, hoy Cristo desde el cielo, nos revela al Espíritu Santo. El día de Pentecostés, desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch. 2,36), derrama profusamente el Espíritu, y el Espíritu Santo "se manifiesta, da y comunica como Persona divina" (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 731). "En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. (...) Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los 'últimos tiempos', el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado" (Catecismo de la Iglesia Católica,732).
En estas dos cosas, entonces, fundamentalmente, consiste la Solemnidad de Pentecostés: en primer lugar, el Espíritu Santo, enviado por Cristo, se da a conocer y se entrega como Persona Divina a los que creen en Cristo; y en segundo lugar, el Espíritu Santo viene a formar a Cristo en el corazón del creyente.
Con otras palabras: se revela como la tercera persona de la Santísima Trinidad que obra la presencia de Cristo en el cristiano, en la Iglesia y en el mundo.

2. ¿Cómo es el Espíritu Santo"
Pocas preguntas tan difíciles como esta. Sin embargo, la Biblia nos lo revela a través de imágenes.

Viento
La primera imagen con que la Sagrada Escritura nos revela al Espíritu Santo es la del viento. De hecho hoy en el Cenáculo donde estaban reunidos los Apóstoles con María se manifestó en un impetuoso viento que llenó la casa en la que estaban. Además el mismo nombre Espíritu en hebreo, (ruah) significa 'viento', 'soplo'.
Antes de comenzar a narrar la creación del mundo, el libro del Génesis, en sus primeros versículos, dice que sobre las aguas informes aleteaba el ruah, el viento, el soplo. Y luego relata la creación. Con esto se quiere manifestar que el Espíritu tiene una parte activa en la creación y es el que da la vida.
Luego cuando Dios crea al hombre, lo hace tomándolo del barro, y le infunde el soplo de vida, el ruah.
Vemos entonces porque Dios eligió la fiesta de Pentecostés, fiesta de fecundidad para enviar el Espíritu: porque el Espíritu Santo es Dador de Vida, como dice el así llamado Credo largo, el niceno-constaninopolitano.
En este sentido, ¿cómo actúa el Espíritu Santo ahora en nosotros"; ¿Cómo actúa en nosotros el Espíritu que es 'viento' de vida" Nos saca de la muerte y nos da la vida de la gracia y obra en nosotros la conformación con Cristo. Todo lo que en lo espiritual puede llevar el nombre de 'vida', viene del Espíritu Santo.
Pero además de ser el soplo que da vida al mundo y al alma, el Espíritu es un viento impetuoso que empuja las nubes a cumplir con su cometido y a los barcos hacia alta mar. El Espíritu empuja a las almas a realizar grandes empresas por Dios y a emprender la aventura más hermosa y peligrosa que pueda existir: la búsqueda de la santidad. "¡Duc in altum!", ¡vayamos al mar! ¡aventurémonos en la búsqueda de Jauja, la isla perdida, que es la unión con Dios! En este sentido el Espíritu Santo es energía, vigor, fuerza, ánimo, brío, movilidad y dinamicidad ("recibiréis la fuerza, que es el Espíritu Santo", Hech.1,8).

Fuego
Además, el Espíritu Santo hoy también se revela bajo la imagen del fuego, ese fuego que se posa sobre las cabezas de los Apóstoles. También S. Pablo concibe al Espíritu Santo como fuego, y por eso dice: "No extingáis el Espíritu" (1Tes.5,19).
Uno de los primeros usos del fuego es el de iluminar. Y por eso también es que se posa sobre la cabeza de los apóstoles y no, por ejemplo, en sus pechos. El Espíritu Santo ilumina la inteligencia del cristiano para que conozca el misterio de Cristo y sepa cómo actuar según los mandatos de Cristo.
Al fuego se lo usa para quemar. En el norte de Argentina se queman grandes extensiones de terreno para que el pasto surja con más fuerza. El fuego purifica y transforma. Cuando el fuego toma una madera primero le hace echar humo porque la purifica de todas sus impurezas. Luego se hace una brasa ardiendo y ya casi no se distingue entre la madera y el fuego: se han hecho una sola cosa. Así también el Espíritu Santo que entra en un alma, primero la purifica quemándole todos los pecados, vicios y defectos. Luego la va convirtiendo en Sí Mismo, hasta que el alma está tan unida al Espíritu que ya no se distingue entre la acción del Espíritu y la del alma. A esto se refería San Juan Bautista cuando decía que Jesús bautizaría con Espíritu Santo y fuego (Lc.3,16). Podría también traducirse legítimamente de esta manera: "con el Espíritu Santo que es fuego".
Y esto se logra por el amor que el alma le profesa al Espíritu y el amor que el Espíritu tiene por el alma. Por eso el fuego es también símbolo del amor que transforma al alma en el Amado. De hecho, el Espíritu, en Dios, es la Persona-Amor. A esto se refería N. S. Jesucristo cuando decía: "He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese ardiendo!" (Lc.12,49). El fuego que Jesucristo vino a traer a la tierra es el fuego del Espíritu Santo, el fuego del amor.
El cristiano debe dejarse quemar completamente por ese fuego devorador que es el Espíritu Santo, consumirse en el amor a los demás, arder como arde la lámpara del Santísimo, en eterna oración; debe dejarse quemar como se quema el aceite de dicha lámpara. En un muro de las cercanías de mi parroquia leí un graffitti en contra de la Iglesia, irónico e instigando a la persecución religiosa, que decía: "La Iglesia que no arde, no ilumina". A pesar de ser escrita por los enemigos de la Iglesia, sin embargo esa frase es muy cierta. El cristiano que no arde en el fuego del Espíritu Santo no puede convertirse en luz para los demás. También nosotros debemos arder en el fuego del Espíritu Santo para iluminar y dar calor a los demás.

Paloma
Otra de las imágenes que usa la Sagrada Escritura para revelarnos al Espíritu Santo es la paloma: "Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él" (Mt.3,16). Así como la paloma desciende y reposa sobre Cristo, así el Espíritu Santo "desciende y reposa en el corazón purificado de los bautizados" (Catecismo de la Iglesia Católica,701).
Al final del diluvio es una paloma la que vuelve con una rama tierna de olivo en la boca, signo de que la tierra es habitable de nuevo (cf. Gén.8,8-12). Aquí la paloma es símbolo de obediencia, de fidelidad y causa de alegría; también símbolo de vida. El Espíritu nos induce a la obediencia a Dios, a la fidelidad y llena de alegría el corazón del que lo acepta.
Las virtudes de la paloma son: mansedumbre (no se irrita), docilidad (acepta las gracias y las secunda), sumisión (no es rebelde), obediencia, humildad (no busca desordenadamente su propia excelencia), paz, sencillez, simplicidad, ingenuidad, inocencia, candidez, candor, sosiego, quietud, fidelidad. Todo eso es el Espíritu Santo. De hecho, estas características de la paloma son similares a los frutos del Espíritu Santo que enumera San Pablo: "El fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza" (Gál.5,22-23).
Son comunes en nuestra sociedad actual algunos vicios contrarios a estas cualidades del Espíritu, que debemos desterrar de nosotros:
- La falsedad, el doblez de corazón, la falta de sinceridad, fingimiento, hipocresía, simulación, deslealtad, engaño, impostura, traición.
- La inestabilidad en los juicios, la inconstancia, la falta de criterios propios y justos, la falta de convicciones altas, la facilidad para ser influenciados por otros, incumplimiento.
- La ingratitud, desagradecimiento.
- La superficialidad, la chabacanería (ordinariez en el trato de cosas importantes, rebajándolas).
- Calumnia, murmuración, habladuría.
- Desconfiados, mal pensados: estamos más inclinados a creer en el mal que no vemos que a aceptar el bien que vemos.

Conclusión
El culto litúrgico de la Iglesia, como es la Solemnidad que hoy estamos celebrando, no es un mero recuerdo de lo que ha sucedido sino que hace presente el misterio que se celebra. Por eso, al celebrar litúrgicamente la venida del Espíritu Santo a la Iglesia y a todos sus fieles, estamos recibiendo realmente el Espíritu enviado por Jesús.

Que el Espíritu Santo, que es soplo que da vida, viento que empuja, fuego que consume en el amor y paloma que nos enseña la obediencia, penetre en lo más profundo de nuestras almas y las transforme. Se lo pedimos a aquella que es la hija de Dios Padre, la madre de Dios Hijo y la esposa de Dios Espíritu Santo.



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Aplicación: San Juan de Ávila - ¿Ha venido a ti este tal Consolador"

Entre las obras del santo figuran dos tratados que en realidad son dos sermones sobre esta festividad. Transcribimos el segundo (Cf. Obras completas del santo Juan de Ávila, Tomo 2, BAC, pp. 429-445).
A) Exordio
'Quien de tierra es, de tierra habla; el que viene del cielo, sobre todo es (Jn. 3, 31). ¿Qué hará el hombre, que le está mandado que hable cosas del cielo"... Si hubiésemos de hablar de cosas de aquí abajo, daríamos buenas señas; pero hablar del Espíritu Santo... ¿Qué haremos para bien hablar" Es menester mucho la gracia del Espíritu Santo.
No en balde fue dada a los apóstoles para hablar... Fueron llenos de esta celestial gracia para dar a entender que nadie debe hablar ni predicar de este Santo Espíritu sino lleno y muy lleno de este don celestial y de este santo fuego... No han de ser las lenguas que han de hablar cosas de Dios y sus maravillas de agua, no de viento, no han de ser de tierra.
Venimos a oír la palabra de Dios, venimos a oír sus sermones, y venimos como a farsa, sin más amor y reverencia. Les digo de verdad que un gran riesgo corremos todos los que oímos sermones; gran peligro corremos si no oímos como debemos oír, con corazón encendido... Para tan gran negocio menester hemos la gracia, menester hemos el mismo Espíritu Santo, que se infunda en nuestros corazones y los ablande... La oración que no es inspirada del mismo Espíritu Santo, poco vale.
¿Qué remedio" Que nos vayamos a la Sacratísima Virgen. En gran manera es muy amiga del Espíritu Santo y El de ella... Conoce muy bien el Espíritu Santo las entrañas de la Virgen; conoce muy bien aquél su corazón limpísimo... No hizo la Virgen, ni pensó, ni habló cosa que en un punto desagradase al Espíritu Santo. En todo le agradó... Supliquémosla, pues tan amiga es de este Santo Espíritu, nos comunique su gracia para hablar de tan alto Huésped'.


B) Condiciones para su venida
a) Desearla y obrar según Él
'Si recibisteis al Espíritu Santo por la fe, creyendo, dijo una vez San Pablo a unos (Act. 19,2): ¿Habéis recibido al Espíritu Santo" Respondieron: No sabemos si lo hay, cuanto más haberlo recibido... ¡Oh si dijésedes verdad! ¿Habéislo recibido"¿Amáislo" ¿Habéislo servido" ¿Deseáislo" ¿Tenéis gran deseo que se infunda en vuestros corazones" Ni aun sabéis si lo hay. No aprovecha nada que lo deseéis; no basta que digáis que venga, que lo queréis recibir; todo no aprovecha si no hay obras dignas y que merezcan su venida. Factis autem negant (Tit. 1,16)'.
b) Gustar de su palabra
'Yo me voy, y rogaré a mi Padre que os envié otro consolador en mi nombre (Jn. 14, 16). Hasta aquí yo os he consolado; yo me iré, y yéndome yo, os enviaré otro consolador, otra persona... Dijo Jesucristo: El que me ama guardará mis palabras, y mi Padre lo amará, y a él vendremos y morada cerca de él haremos (Jn. 14, 23).
Que estudie y rumie sus palabras y las cumpla y guarde; esto os da por señal y prenda de su amor. Y, hermano, decid, ¿cómo os va cuando oís la palabra de Cristo" ¿Holgáisos cuando os hablan de El" ¿Alégraseos el corazón cuando le oís nombrar, cuando le predican, alaban y bendicen y glorifican en los púlpitos" Más os alegráis con invenciones, con novedades; esto oís de buena gana'.
c) Renuncia
'El que guardare mi palabra., éste me ama. ¿Cómo es eso" ¿Cómo tengo de guardar sus palabras"

¿Cómo le tengo de amar"
Habéislo de amar, y en esto mostraréis que verdaderamente le amáis, si por le amar olvidarédes y dejáredes todo cuanto os estorbare para lo amar y verdaderamente servir. Si vuestro ojo derecho, si la cosa que así la amáis como a vuestros ojos, os escandalizare menester, si vuestra mano derecha, si cualquiera cosa que mucho la habéis os apartare de este santo propósito, cortadla' (cf. Mt. 5, 29; 18, 9).
-¡Cosa recia es, padre! -Habéis de tener una navaja tan afilada, que, aunque os pongan delante padre y madre, hermanos y parientes, y amigos, y todo cuanto así se pudiera decir, si os aparta del amor de Jesucristo, cortadlo, no lo dejéis, holladlo, pasad, sobre ello; que, aunque esto parece género de crueldad, es gran piedad (cf. San Jerónimo, Epist. 14 ad Heliod. 2: PL 22,348).
'¡Cosa recia!... ¿Y que no solamente no tome la hacienda ajena, pero que tengo que dar la mía" ¿Y no solamente no tengo de hacer mal a nadie, pero hacer todo cuanto bien pudiere" Cosa recia y trabajosa es ésta... Poned algún consuelo, poned algún premio.
Pláceme. Mi Padre le amará; mi Padre le querrá bien -dice Jesucristo-, y el galardón que por cumplir mis palabras y guardar mis mandamientos le daré (en esto se les pagarán sus trabajos), que el Eterno Padre pondrá sus ojos sobre él, y a él vendremos y morada cerca de él haremos. No será la venida de pasada, pues ha de pararse a hacer morada y mansión...'

C) No contristéis al Espíritu Santo
a) Atención permanente al Huésped Divino
'El que espera o tiene este Huésped, así se ata, o para le recibir mejor o con mejor aparejo, o para, si fuere venido, conservarle para que no se vaya... ¿Por qué no hacéis como los otros" ¿Por qué sois tan enojosos" Desenvolveos, sed para algo... Si viéredes así alguno que hace esto, y que traiga cuidado sobre sí, y no sabe responder por sí, no defenderse, aquél lo tiene en el corazón; con aquél posa este Huésped; señales son éstas del Espíritu Santo. Nolite contristare Spiritum Sanctum (Ef. 4, 30). Mira cómo vives, no entristezcas al Espíritu Santo, que mora en nosotros. Vive con cuidado, como el que tiene un gran señor por Huésped, que no osa ir a fiestas ni a juegos; luego se acuerda de su Huésped y dice: ¿Quién lo servirá"... Quiero ir a mi casa, no me haya menester, no me eche menos, no haga falta... Corres, y juegas, y burlas, y comes y bebes sin temor de perderlo y sin ningún cuidado de le esperar y de lo recibir. ¡Oh qué dolor! Si lo esperas, y quieres y deseas, que venga, ¿qué es del cuidado" No hay hombre, por pobre que sea, que si le dicen que ha de venir el rey a reposar en su casa...'.
b) Vida limpia
'Cuando te convidaren con algún pecado, con alguna mala tentación, responde luego: Estoy esperando a la limpieza; ¿cómo me ensuciaré" Estoy esperando a mi Señor, ¿cómo me iré fuera de casa".. Nescitis, quoniam membra vestra templum sunt Spiritus Sancti" (1 Cor. 6, 19). Miraos bien, que vuestros ojos, vuestras manos y vuestra boca, templo es del Espíritu Santo; no ensuciéis la casa del gran Señor. Pasas un deleite en tu carne, luego se va el Espíritu Santo. No se puede sufrir en ninguna manera el Espíritu Santo en el espíritu sucio; no pueden vivir juntos. No hay medio: o has de tomar lo uno o lo otro. Si has de tomar el Espíritu Santo, todo pecado y suciedad has de echar fuera; y si con algo te quieres quedar, irse ha el Espíritu Santo. Mira, pues, ahora cuál vale más, tener al Espíritu Santo consolador en tu corazón con limpieza o perder tan gran bien por un deleite que lo pasan las bestias en el campo'.

D) Cristo lo envía
Espanta el que Cristo enviase su Espíritu a los mismos que le crucificaron. Por tanto, también nos lo enviará a nosotros.
'-Es limpio; ¿cómo ha de venir a mí, que soy sucio"
-Ahí está el punto. ¿Por qué quiso tanto el Espíritu Santo a Jesucristo" Porque se puso Jesucristo tan de buena gana en la cruz, obedeciendo al Padre Eterno y al Espíritu Santo, por eso vendrá en nombre suyo a vosotros, y no tendrá asco de nuestra miseria; no dejará de venir; no se tapará las narices de ti. -¿Quién juntó oro con cieno, limpieza con la basura, rico con extrema pobreza, alteza con bajeza, tan grande bien con tanta flaqueza y poquedad" -Así es verdad que el hombre no es lugar propio para el Espíritu Santo, ni la cruz era lugar adonde pusieron a nuestro Redentor Jesucristo; mas por esta junta de Dios con la cruz es esotra del Espíritu Santo con el hombre. El Espíritu Santo amonestó e inspiró a Jesucristo que se pusiere en aquel lugar tan bajo y tan hediondo de la cruz, y por eso el Espíritu Santo viene a este otro lugar tan hediondo y bajo, que es el hombre. Rogádselo, importunádselo, llamadle en nombre de Jesucristo nuestro Señor, que cierto vendrá, y dárseos ha con todos sus dones; esclareceros ha el entendimiento; encenderá vuestra voluntad en amor suyo y daros ha gracia y gloria.

 

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Aplicación: San Juan de Ávila - Vendremos a él y haremos morada en él
(Extractos de un sermón sobre el Espíritu Santo en el día de la profesión de una religiosa)
Cosa es el hablar y oír cosas de Dios, que debe poner mucho cuidado así al que oye, para oírlas, como al que habla, para hablarlas; porque son tan altas y profundas, tan fuera de todo entendimiento humano, que para hablar cosas del cielo ha de venir del cielo quien las sepa hablar. Y no penséis que fue en balde mandar Jesucristo a sus apóstoles sagrados que no predicasen el Evangelio suyo por el mundo pasta que hubiesen recibido el Espíritu Santo.

Estaba Isaías muy ufano, y decía que había de profetizar cosas de Dios, no conociendo su bajeza. Vino Dios, y dijo así: "Pues esperad, que yo os descubriré a vos mismo, para que veáís". Dióle un poco de conocimiento de sí; mostróle Dios cuál era; y fue tanto el mal que de sí sintió Isaías, conociendo su poquedad y miseria, que no osaba hablar, ni tuvo esfuerzo para profetizar, y dijo : Vae mini, quia vir pollutus labiis sum. ¡Ay de mí!, dice Isaías. -¿Qué es eso, profeta, que habéis" ¿Cómo tengo de hablar, que mis labios están muy sucios, no son dignos de hablar cosas de Dios "- Cuando Dios le vió de esta manera ya, envió un serafín con unas tijeras de despabilar, que estaban en el altar, y metiólas en el fuego que allí estaba. Tomó el serafín un ascua de aquel fuego y tocó con ella los labios de Isaías, y luego quedaron limpios.

Yo no se, hermanos, qué tales están vuestros oídos; si vuestras orejas están limpias o no, yo no lo se. Si mis labios están sucios, yo soy de ello buen testigo que lo están, y no son dignos de hablar cosas del cielo si el Señor no envía fuego del cielo para que me los limpie; supliquémosle lo haga.

Ad eum veniemus, et mansionem apud eum faciemus. A él vendremos, y en él haremos nuestra morada: moraremos en él. Son palabras dichas por la boca de Jesucristo, díjolas a los sagrados apóstoles, y no solamente a ellos, pero a todos cuantos son y serán.

Dice nuestro Redentor: Si alguno me quiere bien, guarde mis mandamientos. ¡Si alguno me quiere Bien! ¡Desdichado de aquel que bien no os quiere, Señor! Si alguno me ama, guardará mis palabras. Si tenéis un amigo que tiene en macho vuestra amistad, decísle: "Señor, ¿amáisme" Ruégoos que guardéis esta palabra; que hagáis esto por mí". Si el otro piensa que en no hacerlo no va menos de perder vuestra amistad, hácelo por no perderla. Así nuestro Redentor encargó a sus sagrados apóstoles muchas cosas, y que las guardasen, so pena de perder su amistad; y tanto es esto verdad, que quien no guarda lo que Cristo manda, va perdido sin ningún remedio. Y porque por ventura los discípulos no tenían en tanto las palabras de Cristo por ser suyas, tanto como si fueran de Dios, díjoles Cristo: "Y porque no penséis que son mías estas palabras y que de mí digo lo que digo, sermonem quem audistis non est meus, sad eius qui misit me, Patris. Las palabras que os he dicho y habéis oído, no son mías sino de mi Padre, que me envió; tenedlas en mucha reverencia y acatamiento, y guardadlas, pues sabéis cuyas son".

Si alguno me quiere bien, guarde mis palabras. ¡Qué amores tan bien pagados son amar a Jesucristo! iBendito sea el Señor! ¿Hemos de amar de balde" ¿Qué nos habéis de dar porque os amemos" Dice Cristo nuestro Redentor que vendremos a él, y moraremos en él, que lo tomaremos por posada. ¿Quién son los que han de venir" El Padre y el Hijo y el Espíritu Santo; porque dondequiera que ellos van, va el Espíritu Santo: todas las personas de la Santísima Trinidad; i como quien no dice nada! Y no nos iremos luego -dice nuestro Redemptor-; moraremos en él, haremos nuestra habitación. ¡Bendito seas Para siempre y bendita sea la boca que tales palabras habló y de tanto consuelo! ¿No os lo dije, que esperábamos tres huéspedes" Vendremos a él y moraremos en él. Espanto pone, hermanos, ver el cuidado que toda la Santísima Trinidad tiene y el amor tan grande con que anda tras el hombre.

¡Quién le preguntase!: "¿Qué vistes, Señor, en este hombre, que tanto le amáis, que parece que andáis muerto por el de amores"". Si viésemos a un gusanillo, a un hombrecillo de nosotros andar tan solícíto y tan enamorado de la Santísima Trinidad, como ella anda tras el hombre, espantarnos híamos, por cierto, de tal cosa. -¿Qué es esto que vistes en el hombre, que tan bien os ha parecido" ¿Qué interese se os sigue de amar al hombre" ¿Es porque es sabio" ¿Porque es bueno" ¿Porque es rico" -Todo eso le falta. -¿Qué es esto, que andáis muerto de amores de los hombres" ¿Por qué, queréis morar en los hombres" -Yo os lo diré: Porque moraba Dios en el hombre, y, dejando Dios de morar en el, quedó perdido; por eso, por restaurar la pérdida del hombre donde moraba, quiere morar en el hombre.

Críó Dios el primer hombre, tomó un poco de tierra, hizo así una forma, y luego infundió en el Anima, spiravit in cum spiraculum vitae: sopló Dios en aquel cuerpo un soplo de vida; en hebreo está in nares eius, que por las narices sopló Dios el Anima de Adán. Dice resuello, lo que hizo en aquel cuerpo muerto, que fue el Anima; porque sin el Anima está el cuerpo muerto. Crió Dios primero el Anima de Adán. Así lo dice San Pablo: Factus est primus homo in animam viventem.

En el principio del mundo crió Dios los cielos y la tierra, y las estrellas, y la mar, y las arenas, y los peces, y las hierbas, y todos los animales. Crió todo el mundo; hizo en un día esto, y en otro estotro, y así fue Dios discurriendo. Ya que estaba todo hecho, dijo Dios: Faciamus hominem ad imaginem et similitudinem nostram

Hagamos el hombre. Como cuando un buen padre tiene aparejada una casa muy bien aderezada con mucho ajuar y todo lo que es menestá, dice: "No falta ya sino que mi hijo venga y goce de su casa", así había Dios criado todo el universo, para ajuar, para servicio del hombre; dice Dios: "No es razón que se Naga esto y que no haya quien goce de ello: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza".

Crió Dios el hombre, ¿para qué, si pensáis" Para que amase a Dios, y amándole le poseyese, y poseyéndole le gozase, y gozándole fuese bienaventurado. Fueron criados para ir a la bienaventuranza y alcanzar aquello para que fue criado, si quisiera guardar los medios que tenía Dios ordenados. No los quisieron esperar; quisieron saltar por corrales, bardales y ventanas; no quisieron entrar por las puertas, perdiéronse, pecaron y quedaron malaventurados. Moraba Dios en ellos cuando estaban en gracia; pecaron, no quiso Dios morar allí. Veis aquí qué tal quedó el hombre sin Dios.

Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. En dos cosas es el Anima semejante a Dios. Lo uno en la inmortalidad, porque no es mortal; así como Dios no tiene fin, así ni ella lo tendrá; así como Dios es inmortal, el Anima es inmortal. Lo otro en que el hombre le es semejante es en la sutileza y ser Espíritual, que así como Dios es espíritu, así lo es el Anima; con esto tenía conocimiento de Dios; no como los otros animales brutos, que no conocen a Dios ni tienen de El conocimiento.

El hombre debe conocer a Dios. San Juan lo dice: Esta es vida eterna, ut cognoscant te Deum verum: que te conozcan, Dios verdadero.

Así estaban los primeros padres. Como conocían a Dios, estando en gracia, tenían el entendimiento vivo con que entendían a Dios, tenían la voluntad sujeta a no amar otra cosa sino a Dios. Estos cumplían Bien aquella divina palabra: Hágase tu voluntad.

Tenían su carne tan sujeta, que ella no quería sino lo que ellos querían; andaba la carne como una sierva muy humilde, que andaba a sabor de su Señor; no estaba rebelde, no echaba coces.

En pecando el hombre, en quebrantando el mandamiento de Dios, luego quedó, la gracia que tenía, perdida; y esto que resplandecía en ellos, quedó en grandísima manera estragado; el entendimiento quedó ciego, perdió el conocimiento que tenía de Dios, y la voluntad tuerta, la cual Díos había dado al hombre para que a solo El amase, y todo lo que amase fuese por El; ya no sabe el hombre amar a Dios por solamente Dios, sino por su interese. Si ama al prójimo, no por Dios, sino por su gusto. Si antes estaba la carne mortificada y sujeta, ahora está rebelde y tira coces; y yéndose Dios del hombre, quedaron los desventurados tales, que es lástima pensarlo; y yéndose la claridad, quedaron a escuras. Rogaldes por vuestra vida a los letrados, a los que se tienen por sabios, que entiendan sin Dios, que sepan algo sin Dios. Otras cosas Bien las pueden ellos saber; pero saber la verdadera ciencia, no la pueden saber sin Dios. Otra vez: Et si quis fuerit consummatus inter filios hominum, et ab illo abfuerit Sapientia Dei in nihilo computabitur. Si alguno fuere acabado en sabiduría, que acerca de los hombres fuere tenido por muy sabio, y la sabiduría de Dios no more en él, sino que esté apartado, será contado por nada. Los ciegos que Cristo sanó, a éstos significaban.

Así que todo lo bueno que el hombre tenía quedó estragado; el entendimiento, ciego; la voluntad, tuerta; la carne, rebelde, y icuán rebelde! No hay caballo que tanto haronee como esta carne. ¿No es verdad" Meta la mano cada uno en su pecho, y verá esto ser ansí. No es menestá libros para probar esto. El oficio de la carne no es otro sino tirar coces contra la razón. No os ha acontecido alguna vez querer pacer alguna buena obra, y estorbaros vuestra carne" ¡Cuántas y cuántas veces acontece! Si vos queréis ayunar, la carne quiere comer; si la razón quiere sujetarse a Dios, la carne lo estorba. Si el hombre quiere trabajar en rezar u en otros ejercicios, en diciplinar la carne, le estorba la carne y lo contradice. Si el espíritu está aparejado para servir a Dios, la carne está rebelde, está dando voces: "No lo hagas". Así lo dijo nuestro Redentor por su boca: Spiritus quidem promptus est, caro autem infirma. El espíritu aparejado está, sujeto está a padecer, pero la carne enferma está y rebelde, ¡y cómo rehúsa la carrera! Con el pecado quedó todo perdido.

Veis aquí quién somos; y mirémonos en este espejo, y veremos lo que somos, pero no lo que podríamos ser. ¡Oh hermanos, qué seríamos si la mano de Dios nos dejase tantico! Peores seríamos que los demonios; muy mayores abominaciones haríamos. Si os diese Dios a entender lo que podríamos ser, ¡qué veríades, qué fealdades tan grandes, qué malísimas figuras de abominaciones! Yo conocí una persona que rogó muchas veces a Dios que le descubriese lo que el podía ser. Abrióle Dios los ojos tantico, y le hubiera de costar caro. Vióse tan feísimo, tan hediondo, tan sucio, tan abominable, que a grandes voces decía: "Señor, por vuestra misericordia, quitadme este espejo de delante de mis ojos, no quiero ver más mi figura". Quedamos hechos, hermanos, un terrón de miseria, un pedazo de suciedad; quedamos hechos espíritu malo que viene con aparencia de Espíritu Santo, y no es sino malo y solapado, y lleno de engaño y maldad para engañar. Cuando vino Judas el jueves de la Cena a engañar con aquella gente y a prender a Jesucristo, luces traía; pero porque venía a prender, y con mala intención, a Jesucristo, no le alumbraron, quedó a escuras.

Hay algunos ladrones que están vestidos y ataviados con sayos de seda, que no hay quien los conozca ni piense que tal maldad taiga en hombres que parecen tan honrados. Hasta que los toman con el hurto en las manos; entonces se espantan cómo aquéllos eran ladrones. Y dicen: ¿Quién pensara tal"" Dejábanle el ánima robada, y no lo sentías: llevábanle toda tu hacienda, y no la echabas menos.

Crió Dios el primer hombre y soplóle en el rostro, dióle resuello y espíritu de vida, y vivió. Et factus est Primus Adam in animam vi ventem, novissimus Adam in spiritum vivificantem. Fue hecho el segundo Adán, Jesucristo: y no solamente le dieron y tuvo espíritu para sí como el primero Adán, pero tuvo para otros muchos. Tiene Cristo espíritu vivificador, espíritu que da vida, que resucita a los que deseamos vida. Vamos a Cristo, busquemos a Cristo, que El tiene resuello de vida. Por malo que estés, por perdido, por desconcertado que seas, si a El vas, si a El buscas, te hares bueno, te ganará y enderezará y sanará: Los que antes de mí vinieron, ladrones son". Para eso vine yo, para que los que vinieren a mí, los que me buscaren, los que me llamaren, tengan vida, reciban vida y resuciten.

-Padre, ¿cómo da vida Jesucristo " -Dijo El mismo: En verdad, en verdad os digo: Yo soy la puerta; el que no entrare por mí, robador es. Yo soy la puerta. -Si Jesucristo es la puerta, luego no se puede entrar al Padre sino por Jesucristo. Ego sum ostium: si quís per me introierit, salvabitur; et ingredietur, et egredietur, et Pascua inveniet. Yo soy la puerta: si alguno por mí entrare será salvo, y entrará y saldrá, y hallará pasto".

-Si es puerta Jesucristo, ¿adónde hemos de entrar por El" ¿Adónde" Al Espíritu Santo. Yo soy puerta: quien por mí entrare hallará Espíritu Santo. Lex enim spiritus vitae in Christo lesu. La Ley tiene espíritu de vida en Jesucristo. Así como lo plantó Dios en Adán: quedó vivo, quedó con espíritu; así plantó en ti Jesucristo su Espíritu vivificador; darte ha vida. Así conviene que se ponga el gran Eliseo sobre el niño pequeño y defunto, que se encorva y abaja sobre él, que le quiere dar su resuello, su soplo. El que no tiene el resuello de Cristo, por muy rico que esté, por muy poderoso, por mucha abundancia que tenga de todas las otras cosas, pobre está, flaco está, miserable está, no tiene a Cristo. Vid y sarmientos con un jugo se mantienen; cabeza y cuerpo con una virtud se sustentan; el Espíritu de Cristo y de los que en El están incorporados, todo es uno. El es la Vid, y sus miembros son los sarmientos Yo soy puerta: quien quisiere al Espíritu Santo, entre por mí.

¿Cómo entraremos" ¿Adónde está esa puerta" ¿Aun no sabéis la puerta" ¡Qué puerta y qué bien pintada! ¡Qué piedras tan labradas y tan picadas tiene! La piedra de arriba más labores y más picada está que todas aquéllas. Jesucristo y todos sus siervos fueron así labrados con trabajos y persecuciones de este mundo, y así merecieron lugar con Cristo.

-Si El es la puerta, ¿cómo entraremos por El" -Quien quisiere al Espíritu Santo. Ame a Jesucristo, obedézcale, deséele para siempre. Ipse Pater amat vos, quia vos me amastis. ¿Montas que es pequeña cosa quereros bien el Padre" No hay cadenas mayores para tener al Espíritu Santo que amar a Jesucristo. Y porque me amáis a mí -dice Jesucristo-. El Padre os ama a vosotros, y porque me quisistes Bien. ¡Buen trueco, por cierto, el que Dios pace con el que ama y quiere bien a Jesucristo, que es darle el Espíritu Santo! Y porque los apóstoles amaron tanto a Jesucristo, sóplanles hoy, danles el Espíritu Santo. Mejor soplo fue éste que aquel que dieron al primer hombre cuando lo criaron. Estaban los apóstoles como hombres cobardes y flacos, y sopló Dios desde el cielo hoy. Y así como crió a Adán del limo de la tierra, regeneró a estos apóstoles bajuelos, llorosos. Turbados, temerosos. Piensa en Jesucristo. Obedécele, ámalo con todo tu corazón entrañablemente, que por ahí entra el Espíritu Santo, que así lo dijo: Ego sum via, veritas et vita.

Por Cristo pasamos al Espíritu Santo. La santidad que no pasa por Jesucristo, no es ni la tengo por segura santidad. El que pace bur-la de las penitencias, el que tiene en poco estas señales y obras de fuera devotas, no tiene el Espíritu Santo. ¿De dónde espíritus falsos" ¿De dónde espíritus de errores" De pensar que hay otro modo de santidad que la de Jesucristo. Mirad bien no os engañéis, que para que algo sea santo, sea bueno y tenga firmeza, por allí ha de ir; y si por allí no va, todo es nada; El es el camino.

Pues venido el Espíritu Santo, e qué ha hecho en la Iglesia" ¿Qué ha obrado en los corazones de los creyentes en quien vino" Dióles vida, dióles infinitos Bones, esforzólos, en gran manera los perficionó.

En gracia se estaban los bienaventurados apóstoles, pero aun estaban llenos de flaquezas, no osaban públicarnente confesar la verdad de Jesucristo, tenían algún temor; mas venido este santo soplo del Espíritu Santo, llenos de gracia y hechos fuertes, sin temor ninguno empiezan a predicar a los hombres los misterios de nuestra redención, obrados por la muerte y sagrada resurrección de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Imprimióles que siempre en su corazón se acordasen y tuviesen reverencia a Dios, como principio de donde manaron todos los bienes y misericordias.

"Es el Espíritu Santo un despertador-dice Cristo-que os enviará el Padre; y llámase Paracletus, Consolador y Exhortador. Consolador, porque, aunque riña algunas veces, no se va sin dejar consuelo en el ánima que reprehende. Suele algunas veces este Consolador reprehender y reñir a las ánimas, como diciendo: ¿En qué entiendes" ¿Qué haces" ¿Por qué te descuidas" Cata que va mal eso, mira que conviene hacer tal cosa primero de ésa, dejar tal compañía, procurar la otra, comunicar con tales personas. Mira que se pasa la vida; haz el bien que pudieres, las limosnas que pudieres; pon por obra lo que se te ha enseñado. No se vaya la vida tan sólo en buenos deseos y pensamientos, y ninguna obra. Mira que se pasa la vida, y no sabes si te llamará Dios nuestro Señor en medio de tu mocedad. Cata no te halles burlado"; y así otras cosas de esta manera. Si de esta riña y exhortación quedó vuestra ánima alborotada y desconsolada y con temores, no era aquello Espíritu Santo. No riñe sino para consolar; no riñe sino para que se enmienden y queden alegres con los avisos. Si después de la riña, después de aquella confusión y lágrimas y vergüenza que tenéis de haber obrado contra el Señor, quedáis alegre, con confianza en el Señor, que no os ha de desamparar, que os ha de ayudar a ser mejor y os enmendará, esto tal del Espíritu Santo es; el Consolador ha entrado en vuestro corazón El os ha reñido, El os quiere consolar; así lo suele hacer, dar tranquilidad después de los torbellinos y amor después del temor. El Despertador, el Exhortador, el Consolador. El Enseñador, todo lo que se hubiere de hacer. El te enseñará a regir y guiar tu nao. El hará que, contra todos los vientos, con su solo consejo e industrias llegues a puerto seguro.

¿De dónde nació que los creyentes, al principio de la Iglesia, no podían sufrir hacienda, ni posesiones ni dinero, ni nada de lo que ganado tenían" Vendían cuanto tenían, tomaban los dineros y daban con ellos a los pies de los apóstoles. "Tomá ese estiércol". El grande amor que tenían en sus corazones y entrañas a Jesucristo y a su santa pobreza, les hacía menospreciar todo lo visible. ¿Quién les pagó este amor" - ¿Quién" El Espíritu Santo, que abundosamente había venido a sus corazones, trocó la condición a fulano" ¿Quién le dio tanta paciencia" Que solía ser muy airado, no había quien se pudiese valer con él; ahora es un San Jerónimo, tiene un corazón de un ángel, a todo calla, todo lo sufre y disimula. -El Espíritu Santo es el que hace todas estas cosas y más, que el ánima donde mora, la esfuerza y consuela, y hácele innumerables bienes y misericordias. Todo viene de arriba; de allí desciende; no hay acá en la tierra poder que tal pueda hacer; no hay quien vuelva los corazones. Por fuerte que sea tu carne para mal, más fuerte es el Espíritu Santo para el bien; por sano que estés, te hace enfermo; por florido que estés, te marchita; y por bravo que seas, te amansa; y por alto que seas, te derriba, y mata en ti y destierra todo lo que hay fuera y en contrario de Dios; y cría, aumenta y resucita todo aquello que agrada a Dios. iQué diligencia te pone para buscar en qué agradar a Dios, qué amor a los prójimos, que así se duele de sus trabajos y necesidades como de las suyas propias y más! Date pies ligeros como de ciervo para correr por el camino del Señor.

Quién podrá decir los misterios, las maravillas, las mudanzas que hizo este Espíritu Santo, este Consolador y exhortador en la primitiva Iglesia" Muchos testigos podríamos traer de aquel tiempo; mas pues tenemos cerca otros, tomemos lo que tenemos entre manos. ¿Quién ha hecho que muchos desprecien el mundo, tengan en poco los vestidos, los ornatos, los placeres, fiestas, pompas y regocijos profanos; que no quieran ver ni oír cosas del mundo, juegos de cañas, justas ni torneos; no quieran ser vistos, no quieran ver, que ni aun ir a lo forzoso, si fuese posible, no irán, por no ir por las calles y encontrar algo que los inquietase su ánima, aunque no fuese sino por un momento" Dejan estos siervos de Jesucristo los placeres, y van a buscar trabajos; van a hacerse esclavos, de libres; ¿es menester buscar libros para esto"

El Espíritu Santo lo muestra; enseñanza suya es; quieren huir lo de acá, por verse con Jesucristo; más quieren allí llorar y gemir que reír en el mundo. Esto no puede pacer la carne y sangre, no tiene fuerza para ello; si no, rogáselo a alguna dama: no lo hará, que no lo puede esto la sangre, y porque traimiento y gracia del Espíritu Santo es; y a Cristo los envía el Espíritu Santo. ¿Quién hace estas maravillas" Si viéredes alguno que haga esto, no le miréis tanto a lo que hace como al corazón con que lo hace. Porque cierto es que más dejaría si más tuviese; y no le pesa de lo que deja, sino porque no tiene mucho que dejar por amor a Jesucristo; mil mundos que tuviese los dejaría por venir a los pies de Cristo. Más quiere agradarle a El y servirlo que ser Señor de toda la redondez de toda la tierra.

No os espantéis que el Espíritu Santo os haya traído hoy a poneros en cruz; que ese mismo hizo otra mayor obra, que renunciase Cristo sus placeres, que fuese obediente, pobre, desechado. Quien hizo a Jesucristo que se pusiese en una cruz, ése hizo a vuestro corazón que, dejados y olvidados todos los placeres, sigáis a Cristo. No os arrepintáis, no os desmayéis por cosa que os acontezca; porque hágoos saber que, mientras vuestra obra es mayor, tanto mayores tentaciones os traerá el demonio.

¿No pedía David para escapar de estos peligros: Averte oculos moos, ne videant, etc.: Aparta, Señor, mis ojos, no vean la vanidad" Quiso decir que no se empleasen en ver vanidades los ojos que habían de ver a Dios. Lo que mucho amamos, guardámoslo bien. Quítense vuestros ojos de ver vanidades, pues esperan de ver a Dios; que no podréis ver a Dios con los ojos que yen vanidades. Echad vuestros pies en el cepo de la clausura, y vuestro cuello debajo del Yugo de la obediencia; haceos cautivo por Cristo, y aherrojaos por su amor, y tened fuerte; que más anchura hallaréis que en todo el mundo. ¿Qué os aprovecha anchura, si vuestra ánima está en estrechura" Sufrid de buena gana y fielmente los trabajos que por agradarle a El os vinieren, que El os lo pagará y os dará a entender mil bienes que de hacerlo así sacaréis. ¡Ay del que tal corazón no tiene!

No tengamos mancilla que dejéis dineros, padre, hermanos, casas y placeres por Dios; hacerlo así es honra sobre toda honra. Más querría, si me diesen a escoger, y más valen los trabajos de San Pablo y afrentas que en este mundo por Jesucristo padeció, que sus consolaciones y revelaciones. iBienaventurada doncella, que dejastes tierra porque os den el cielo, perdéis por más ganar! ¿Qué diremos" Entráis a servir y serviros ha El a vos. Echad vuestros pies en el cepo y poned vuestros pies sobre el collar de oro; aunque estén vuestros pies en trabajos y pasiones, alzad vuestros ojos a la honra que os está aparejada; mirad vuestra corona, mirad vuestro galardón.

En la Vida de los Padres se cuenta que vido un monje una procesión de santos, y traían algunos unos collares muy hermosos de oro a los cuellos; y fuéle dicho que aquella honra de aquellos collares tenían aquéllos porque abajaron sus cervices en este mundo al yugo de la obediencia. Obedeced, doncella, abajaos, servid, barred, haced todo cuanto pudiéredes. Cuanto más trabajo tuviéredes acá, tanto más rico y más honrado será vuestro collar en el cielo. Perded aquí y ganaréis acullá. Si aquí pasáredes soledad, seréis después compañera de los que gozaren de Dios; si cerráredes vuestros ojos aquí, en el cielo verán a Dios; si trabajáis aquí, acullá descansaréis en la gloria pares siempre.
(Beato Juan de Ávila, Sermones del Espíritu Santo, Ed. RIALP, Madrid, 1957, pg. 74-106)

 

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EJEMPLOS PREDICABLES

San Felipe Neri ve un globo de fuego
Llegado ya Felipe a la edad de veintinueve años y habiendo perseverado, como hemos visto, en una vida celestial más bien que terrena, todo su anhelo consistía en avanzar más y más en la perfección y gracia de su Dios. Aproximábase, pues, la pascua de Pentecostés, y con humildes y vehementes ruegos suplicó al divino Espíritu (de quien era tan devoto que, siempre que se lo permitía la rúbrica, decía en la misa a honra suya la oración: deus, cui omne cor patet, etc.) que se dignase concederle sus dones; cuando he aquí que vio un globo de brillante fuego, el cual, llegando a sus labios, fue a depositarse en su pecho, como morada y templo del Espíritu Santo. Cuál fuese el ardor que sintió entonces su corazón y cuál el amoroso incendio que dichosamente abrasó su alma, sólo él podría decirlo; lo cierto es que, apenas henchido de aquel ígneo y celestial globo, se vio en la necesidad de arrojarse al suelo y, desabrochándose los vestidos, buscar algún lenitivo a su dulce ardor; pero en vano, pues que mal puede el aura exterior y terrenal templar los interiores y celestiales fuegos. Desmayábase, por tanto, en aquel incendio, y, no pudiendo sufrirle, paréceme que diría quejándose dulcemente con Jeremías: factus est in corde meo quasi ignis exaestuans claususque in ossibus meis, et defeci ferre non sustinens; pero al fin, dándole alguna tregua, se sintió sorprendido al cabo de algún tiempo de una súbita alegría, y, conociendo que el santo amor le había dirigido aquel golpe, llevó su mano al costado izquierdo para cerciorarse acaso de si estaba herido. Mas como las heridas de amor, aunque penetran hasta el corazón, no dejan llaga ni cicatriz, en vez de herida notó un gran tumor en aquella parte del pecho que cubre el corazón...

La causa de este tumor no se conoció hasta que murió el Santo, pues abriéndole entonces, pudieron ver los médicos rotas y enteramente encorvadas dos costillas, que en los cincuenta años que estuvieron en tal estado jamás se juntaron, y lo que es aún más maravilloso, que ni cuando se le rompieron ni después le causaron dolor alguno, antes bien fue disposición divina; porque, como afirmaron Andrés Cesalpino, Angel Vittori y otros médicos experimentados, hubiera sido muy dañoso para el Santo que el corazón no hubiese tenido lugar suficiente para palpitar con la violencia que lo hacía desde que recibió este favor divino y aspirar con más facilidad el aire que necesitaba para templar su ardor. Y esto es tan cierto, que no solo se le abrasaba el pecho, sino todo el cuerpo, de tal modo que ni las manos ni aún sus fauces, siempre secas y como abrasadas, perdían algo de su ardor ni por la edad avanzada, ni por el vigor de las estaciones, ni por la flaqueza causada por la penitencia. De aquí es que aún en la vejez se veía obligado en la mitad del invierno a desnudarse el pecho, abrir la puerta y la ventana de su cuarto, quitar la ropa de su cama, y, en mejores términos, a procurar respirar un aire más fresco. Esta fue la razón de que, habiendo mandado el Sumo Pontífice Gregorio XIII que los confesores asistiesen con roquete al tribunal de la penitencia, Felipe se le presentase, no sé para qué negocio, con todo el vestido desabrochado; de lo que admirándose el Papa, le preguntó el motivo, y el santo anciano le contestó con la sumisión y gracia que acostumbraba: "yo no puedo tener abotonada ni aún la almilla, y Vuestra Santidad quiere que tenga además el roquete". Pero como aquel incendio en un viejo era superior a las leyes de la naturaleza, siendo la vejez el horrible invierno del pequeño mundo del hombre, el Papa le exceptuó de la orden promulgada, diciéndole: "no queremos hacer extensiva a vos nuestra orden; id, pues, como queráis".
(Tomado del libro  Verbum Vitae , BAC, 1954, tomo V, 133-135)



Unos mendigos enfermos no quieren ser curados
En Augsburg aconteció, según cuenta el médico Tomás Eschius, el siguiente suceso: Unos mendigos enfermos, y que por su gran miseria tenían que andar, no obstante, por el mundo pidiendo limosna, causaban gran compasión a todo el mundo. Un hombre rico de aquella ciudad, rico pero compasivo, se ofrece a prestar socorro a tales desvalidos procurándoles médicos y medicina de balde. Cuando los mendigos supieron estas cosas, pusieron pies en polvorosa y no pudo hallársele en parte alguna. Aquellos enfermos no querían ser curados. Sin duda temieron que una vez curados les forzarían a trabajar, y ellos debían creer que el pedir limosna es más cómodo y más remunerador. No de otra manera proceden los pecadores. Tienen el alma gravemente enferma y no quieren ser curados; rehúsan los eficacísimos remedios que el Espíritu Santo sabe procurar. Cuando Cristo nos dice que los pecados contra el Espíritu Santo no podrán ser perdonados a pesar de la infinita misericordia de Dios, parece de momento que existe una contradicción con esta misma misericordia; pero mirándolo con más detenimientos se adivina la lógica profunda de estas palabras, pues no pueden ser perdonadas las culpas de los que rehúsan el perdón.

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(cortesía: iveargentina.org et alii)


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