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Solemnidad del Sagrado Corazón C: Comentarios de Sabios y Santos - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios al participar en la Eucaristía

 

Recursos adicionales

 

A su disposición
Exégesis: Alois Stöger - El escándalo farisaico y el gozo por la oveja encontrada (Lc 15, 1-7)

COMENTARIO TEOLÓGICO: ENCICLOPEDIA CATÓLICA - DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Santos Padres: San Agustín comenta la 2a. Lectura - Rom 5,5-11: ¿Valíamos tanto cuando aún éramos pecadores?

Santos Padres: San Agustín comenta el evangelio - Lc 15,3-7: La gracia que hace volver

APLICACIÓN: SAN JUAN PABLO II (I) - EL MISTERIO DEL CORAZÓN DE CRISTO

SAN JUAN PABLO II (II) - EL CORAZÓN Y LA SANGRE

PROMESAS DEL SAGRADO CORAZÓN

Aplicación: Directorio Homilético - Solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús

EJEMPLOS

Meditaciones de Juan Pablo II sobre las Letanías del Sagrado Corazón para cada día del mes

Abundantes recursos

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

comentarios a Las Lecturas de la solemnidad



Exégesis: Alois Stöger - El escándalo farisaico y el gozo por la oveja encontrada (Lc 15, 1-7)

1 Íbanse acercando a él, para escucharlo, todos los publicanos y pecadores. 2 y tanto los fariseos como los escribas murmuraban, diciendo: ¡Este hombre acoge a los pecadores y come con ellos!

Grandes multitudes del pueblo acompañan a Jesús, pero también se le acercan todos los publicanos y pecadores. Los publicanos se cuentan entre la gente más despreciable. Se enumeran juntos: el publicano y el ladrón; el publicano y el bandido; el publicano y el gentil; cambistas y publicanos; publicanos y meretrices; bandidos, engañadores, adúlteros y publicanos; asesinos, bandidos y publicanos. Son designados como pecadores todos aquellos cuya vida inmoral es notoria y los que ejercen una profesión nada honorable o que induce a faltar a la honradez, como los jugadores de dados, los usureros, los pastores, arrieros, buhoneros curtidores. También pasa por pecador el que no conoce la interpretación farisea de la ley, pues si no conoce la interpretación de la ley, tampoco la observa.

Jesús es profeta, poderoso en obras y palabras (24,19). Los publicanos y los pecadores han visto sus obras y le han visto a él. Vienen a él para escucharlo. Lo que han visto se hace comprensible por la palabra. Jesús ofrece la salud y exige conversión, reforma de las costumbres. Escuchar es el comienzo de la fe, y la fe es el comienzo de la conversión y del perdón. La coronación del hecho de escuchar es la obediencia que se cifra en la fe, y la fe que se cifra en obedecer. Los pecadores se acercan a Jesús y por él, el profeta, a Dios. El profeta es portador del oráculo de Dios. Se acercan para oír a Dios. De ellos se puede decir: «Buscadme y me hallaréis. Sí. Cuando me busquéis de todo corazón, yo me mostraré a vosotros... y trocaré vuestra suerte, y os reuniré de entre todos los pueblos y de todos los lugares a que os arrojé... y os haré volver a este lugar del que os eché» (Jer_29:12 ss).

Los fariseos y los escribas hablan despectivamente de Jesús: Este hombre. Lo observan en toda ocasión, pues se sienten responsables de la santidad del pueblo. Descontentos, murmuran: Tolera que se le acerquen los pecadores, los acoge y se sienta con ellos a la mesa (Jer_5:29). Con tal manera de proceder hace vano el empeño que tienen por la santidad del pueblo escogido.

Su lema es: «El hombre no debe mezclarse con los impíos.» Hay que aislar a los transgresores de la ley y a los pecadores. Hay que expulsarlos de la comunidad del pueblo santo de Dios. Así es como se ha de castigar el pecado, estigmatizar el vicio, proscribir al pecador, restaurar el orden y conservar la santidad. Lo que hace Jesús debe parecer necesariamente escandaloso. Además él se presenta como profeta que pretende obrar y hablar en nombre de Dios.

Jesús responde a los fariseos con una trilogía de parábolas. Las dos primeras responden al reproche de que acoge a los pecadores; la tercera, que culmina en el banquete festivo, responde al reproche de que Jesús come con ellos. Jesús tiene conciencia de proclamar el mensaje de Dios y no tiene nada de qué retractarse. Los pobres reciben la buena nueva, el Evangelio, y entre los pobres se cuentan también los pecadores que están dispuestos a convertirse.


Gozo por hallar al extraviado  (Lc 15, 03-7)

3 Entonces les propuso esta parábola: 4 ¿Quién de vosotros, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no abandona las noventa y nueve en el desierto, y va en busca de la que se le ha perdido, hasta encontrarla? 5 Y cuando la encuentra, se la pone sobre los hombros, lleno de alegría, 6 y apenas llega a casa, reúne a los amigos y vecinos, y les dice: Alegraos conmigo, que ya encontré la oveja que se me había perdido. 7 Os digo que igualmente habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión.

Palestina es una tierra en que abundan los rebaños de ovejas y de cabras. Todo el mundo conoce al pastor y su género de vida. Lo que Jesús enfoca e ilustra en el ejemplo del pastor es su solicitud por el rebaño y su amor a los animales. Desde antiguo, en el pueblo de Israel, es presentado Dios bajo la imagen del pastor por profetas, poetas y sabios (Isa_40:11; Isa_49:10; Zac_10:8; Sal_13:1-4; Sal_78:52; Eco_18:13.).

La parábola comienza con una pregunta (cf. 14,28.31). El que la oye juzgará por su propia experiencia. El pastor obra como dice Jesús. Toma sobre sí toda solicitud y fatiga por cada animal descarriado de su rebaño, como si no tuviera otro, como si no contaran los otros noventa y nueve. Ninguno le es indiferente, no quiere perder ni uno solo. Que le queden noventa y nueve no le resarce de la pérdida de uno. El pastor pone sobre sus hombros la oveja hallada. Esto está observado de la vida misma. Cuando la oveja se extravía del rebaño, va corriendo sin meta de una parte a otra, se echa al suelo sin fuerzas y es preciso cargar con ella. El pastor la trata con más delicadeza que a las otras. Sin embargo, la búsqueda por un terreno montañoso y pedregoso le impone esfuerzos y fatigas. Pero todo lo olvida cuando recobra la oveja perdida.

Su alegría es tan grande que no puede guardarla para sí. La anuncia a los amigos y vecinos. Una y otra vez tiene que repetir: Ya encontré la oveja que se me había perdido.

Como se alegra el pastor por una única oveja que se había perdido y se ha vuelto a encontrar, así se alegra Dios por uno solo que era pecador y se convierte. Así es Dios. Ni un solo pecador le es indiferente. No se consuela con los muchos justos. Busca al pecador, también éste es suyo; nunca lo abandona. Le causa preocupación y dolor, aun cuando va por caminos extraviados.

Cuando el pecador extraviado se convierte y se deja encontrar, no le aguardan reproches, recelos ni duras prescripciones. Dios salva, perdona, recibe en casa con alegría y con toda clase de demostraciones de amor. «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que el que cree en él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jua_3:16). Habrá alegría en el cielo, cerca de Dios. La alegría se pone en futuro. Dios se alegrará en el juicio final cuando a uno de los más pequeños notifique su sentencia de absolución. Dios se goza en perdonar, no en condenar. La historia de la salvación hasta el juicio final está penetrada de la misericordia de Dios.

Más alegría habrá por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión. También los doctores judíos contraponen a los «hombres de la conversión» (que hacen penitencia y se convierten) los «justos perfectos». Unos y otros pueden decir: «Bien haya el que no ha pecado y aquel a quien se ha perdonado el pecado.» Jesús dice más. También el Antiguo Testamento sabe que Dios no se complace en la muerte del pecador, sino más bien en que se convierta y viva (Eze_18:23). Jesús se esfuerza por hallar palabras cuando quiere describir el amor de Dios que perdona y que salva. Los hombres hablamos de mayor alegría cuando ésta viene de donde no se esperaba. El pecador se había perdido y ha sido encontrado. Grande, serio, incomprensible es el amor de Dios, su voluntad de perdonar. La mayor alegría celebra la omnipotencia creadora del amor cuando éste pone un nuevo comienzo.

Dado que a Dios causa alegría perdonar a los pecadores y volverlos al hogar, también Jesús debe cuidarse de los pecadores y sentarse a la mesa con ellos. El tiempo de salvación que él anuncia es tiempo de misericordia y de alegría. Dios se alegra cuando perdona, los pecadores se alegran cuando son perdonados; ¿habrán de murmurar los «buenos»? ¿Repudiarán ellos cuando Dios busca? ¿Se amargarán cuando alborea el tiempo de júbilo? Jesús justifica su amor a los pecadores al justificar el amor que les tiene Dios. Defensa paradójica: tener que defender al Dios santo contra los reproches de los hombres... Sólo el que cree que se ha inaugurado el reino de Dios y que Dios reina por su misericordia, puede creer que el amor a los pecadores puede santificar al pueblo. Los fariseos no comprenden que ha llegado la gran mutación de los tiempos, porque no aceptan el mensaje de Jesús.

(STÖGER, ALOIS, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)



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Comentario Teológico: Enciclopedia Católica - Devoción al Sagrado Corazón de Jesús


Contenido:

1. Explicaciones doctrinales
1.1 El objeto especial de la devoción al Sagrado Corazón
1.2 Fundamentos de la devoción
1.3 El acto propio de la devoción

(…)

Explicaciones doctrinales

La devoción al Sagrado Corazón no es sino una forma especial de devoción a Jesús. Al esclarecer su objeto, sus fundamentos y sus actos propios conoceremos qué es exactamente y qué hace distinta a esta devoción.



El objeto especial de la devoción al Sagrado Corazón

La naturaleza de esta cuestión es ya de por sí compleja y las dificultades que nacen a causa de la terminología la hacen aún más compleja. Sin profundizar en términos que son extremadamente técnicos, estudiaremos las ideas en sí mismas y, con el fin de saber pronto dónde estamos, nos detendremos en el significado y en el uso que se da a la palabra corazón en el lenguaje normal. (a) La palabra corazón despierta en nosotros, antes que nada, la idea del órgano vital que palpita en nuestro pecho y del que sabemos, aunque quizás vagamente, que está íntimamente conectado no sólo con nuestra vida física, sino también con nuestra vida moral y emocional. Tal relación explica, también, que el corazón de carne sea universalmente aceptado como emblema de nuestra vida moral y emocional, y que por asociación, la palabra corazón ocupe el sitio que tiene en el lenguaje simbólico y que esa palabra se aplique igualmente a las cosas mismas que son simbolizadas por el corazón. (Cfr. Jer. 31,33; Dt. 6,5; 29,3; Is. 29,13; Ez. 36,26; Mt. 6,21; 15,19; Lc. 8,15; Rm. 5,5; Catecismo de la Iglesia Católica, nos. 368, 2517, N.T.). Pensemos, por ejemplo, en expresiones como "abrir nuestro corazón", "entregar el corazón", etc. Llega a pasar que el símbolo es despojado de su significado material y en vez del signo se percibe sólo lo que es significado. De igual manera, en el lenguaje corriente la palabra alma ya no despierta la idea de aliento, y la palabra corazón sólo nos trae a la mente las ideas de valor o amor. Claro que aquí hablamos de figuras del lenguaje o de metáforas, más que de símbolos. El símbolo es un signo real, mientras que la metáfora es sólo un signo verbal.

El símbolo es algo que significa algo distinto de si mismo, mientras que la metáfora es una palabra utilizada para dar a entender algo distinto de su significado propio. Por último, en el lenguaje normal, nosotros pasamos continuamente de la parte al todo y, gracias a una forma muy natural de hablar, usamos la palabra corazón para referirnos a la persona. Todas estas ideas nos ayudarán a determinar el objeto de la devoción al Sagrado Corazón.

El problema comienza cuando se debe distinguir entre los significados material, metafórico y simbólico de la palabra corazón. Se trata de saber si el objeto de la devoción es el corazón de carne, como tal, o el amor de Jesucristo significado metafóricamente por la palabra corazón, o el corazón de carne en cuanto símbolo de la vida emocional y moral de Jesús, especialmente de su amor hacia nosotros. Afirmamos que se da debido culto al corazón de carne en cuanto éste simboliza y recuerda el amor de Jesús y su vida emocional y moral (Cfr. Pío XII, encíclica "Haurietis Aquas", 18,21,24, N.T.). De tal forma, aunque la devoción se dirige al corazón material, no se detiene ahí: incluye el amor, ese amor que constituye su objeto principal pero que únicamente se alcanza a través del corazón de carne, símbolo y signo de ese amor. La devoción al solo Corazón de Jesús, tomado éste como una parte noble de su divino cuerpo, no sería equivalente a la devoción al Sagrado Corazón tal y como la entiende y aprueba la Iglesia.

Y lo mismo se puede decir de la devoción al amor de Jesús, como si se tratara de una parte separada de su corazón de carne, o sin más relación con este último que la sugerida por una palabra tomada en su sentido metafórico. (Cfr. Gaudium et Spes, 22,2, N.T.) Pues hay que considerar que en esta devoción existen dos elementos: uno sensible, el corazón de carne, y uno espiritual, el que es representado y traído a la mente por el corazón de carne. Estos dos elementos no son dos objetos distintos, simplemente coordinados, sino que realmente constituyen un objeto solo, del mismo modo como lo hacen el alma y el cuerpo, y el signo y la cosa significada. De esos dos elementos el principal es el amor, que es la causa y la razón de la existencia de la devoción, tal como el alma es el elemento principal en el [[hombre. Consecuentemente, la devoción al Sagrado Corazón puede ser definida como una devoción al Corazón Adorable de Jesucristo en cuanto él representa y recuerda su amor. O, lo que equivale a lo mismo, se trata de la devoción al amor de Jesucristo en cuanto que ese amor es recordado y simbólicamente representado por su corazón de carne (Cfr. Encíclica de S.S. León XIII, Annum Sacrum; Catecismo de la Iglesia Católica nos. 479, 609. N.T.).

Es este simbolismo lo que de da su significado y su unidad, y su fuerza simbólica queda admirablemente completada al ser representado el corazón como herido. Como el Corazón de Jesús se nos presenta como el signo sensible de su amor, la herida visible en el Corazón nos recuerda la invisible herida de su amor ("Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza", Catecismo de la Iglesia Católica, 1439, N.T.).

Ese simbolismo también nos deja en claro que la devoción, si bien concede al corazón un lugar especial, poco está interesada en los detalles anatómicos. Dado que en las imágenes del Sagrado Corazón la expresión simbólica debe predominar sobre todo lo demás, no se busca nunca la congruencia anatómica; ésta afectaría negativamente la devoción al debilitar la evidencia del simbolismo. Es de primera importancia que el corazón como emblema se pueda distinguir del corazón anatómico; lo apropiado de la imagen debe ser favorable a la expresión de la idea. En una imagen del Sagrado Corazón es necesario un corazón visible, pero éste debe ser, además de visible, simbólico. Y se puede afirmar algo semejante en el ámbito de la fisiología, porque el corazón de carne que constituye el objeto de la devoción, y que debe dejar ver el amor de Jesús, es el Corazón de Jesús, el Corazón real, viviente, que en verdad amó y sufrió; el que, como lo experimentamos en nuestros corazones, tuvo relación con las emociones y la vida moral de Cristo; el que, por el conocimiento, así sea rudimentario, que tenemos a partir de las operaciones de nuestra propia vida humana, jugó igual papel en las operaciones de la vida del Maestro. Sin embargo, la relación entre el Corazón y el Amor de Cristo no tiene un carácter puramente convencional, como es el caso entre la palabra y la cosa, o entre la bandera y el país que ésta representa.

Ese Corazón ha estado y está inseparablemente vinculado con la vida de Cristo, vida de bondad y amor. Basta, empero, que en nuestra devoción simplemente conozcamos y sintamos esta relación tan íntima. No tenemos por qué preocuparnos por la anatomía del Sagrado Corazón, ni con determinar cuáles son sus funciones en la vida diaria. Sabemos que el simbolismo del corazón se funda en la realidad y que constituye el objeto de nuestra devoción al Sagrado Corazón, la cual no está en peligro de caer en el error. Es precisamente esa característica la que define naturalmente a la devoción al Sagrado Corazón. Es más, ya que la devoción se dirige al amante Corazón de Jesús, ella debe abarcar todo aquello que es abrazado por ese amor. Y, en ese contexto, ¿no fue ese amor la causa de toda acción y sufrimiento de Cristo?. ¿No fue su vida interior, más que la exterior, dominada por ese amor? Por otro lado, teniendo la devoción al Sagrado Corazón como objeto al Corazón viviente de Jesús, eso mismo familiariza al devoto con toda la vida interna del Maestro, con sus virtudes y sentimientos y, finalmente, con Jesús mismo, infinitamente amante y amable. Consecuentemente, de la devoción al Corazón amante se procede, primero, al conocimiento íntimo de Jesús, de sus sentimientos y virtudes, de toda su vida emocional y moral; del Corazón amante se extiende a las manifestaciones de su amor. Hay otra forma de extensión que, teniendo la misma significación, se realiza, sin embargo, de diverso modo, pasando del Corazón a la Persona. Transición que, por otra parte, es algo que se realiza naturalmente. Cuando hablamos de un "gran corazón" siempre hacemos alusión a una persona, del mismo modo que cuando mencionamos el Sagrado Corazón nos referimos a Jesús. Esto no sucede porque ambas cosas sean sinónimas sino porque la palabra corazón se utiliza para indicar una persona, y esto es posible porque expresamos que tal persona está relacionada con su propia vida moral y emocional.

Del mismo modo, cuando nos referimos a Jesús como el Sagrado Corazón, lo que en realidad queremos expresar es al Jesús que manifiesta su Corazón, el Jesús amante y amable. Jesús entero queda recapitulado en su Corazón Sagrado, al igual que todas las cosas son recapituladas en Jesús. Dios continuamente se lamenta de ello en las Sagradas Escrituras; los santos siempre han escuchado en sus corazones la queja de ese amor no correspondido. Una de las fases esenciales de la devoción es la percepción de que el amor de Jesús por nosotros es ignorado y despreciado. El mismo Jesús reveló esa verdad a Santa Margarita María Alacoque, ante la que se quejó de ello amargamente.

Únicamente ese amor puede explicar a Jesús, así como sus palabras y obras. Empero, su amor brilla más resplandeciente en ciertos misterios a través de los que nos llegan grandes bienes, y en los cuales Jesús se manifiesta más generoso en la entrega de si mismo. Podemos pensar, por ejemplo, en la Encarnación, la Pasión y la

Eucaristía. Estos misterios, además, tienen un lugar especial en la devoción que, buscando a Jesús y los signos de su amor y su gracia, los encuentra aquí con una intensidad mayor que en cualquier evento particular.

Ya se dijo arriba que la devoción al Sagrado Corazón, dirigida al Corazón de Jesús como emblema de su amor, pone especial atención a su amor por la humanidad. Lógicamente, esto no excluye su amor a Dios, pues está incluido en su amor por los hombres. Se trata, entonces, de la devoción al "Corazón que tanto ha amado a los hombres", según las palabras citadas por Santa Margarita María.

Por último, surge la pregunta de si el amor al que honramos con esta devoción es el mismo con el que Jesús nos ama en cuanto hombre o se trata de aquel con el que nos ama en cuanto Dios. O sea, si se trata de un amor creado o de uno increado; de su amor humano o de su amor divino. Sin lugar a dudas se trata del amor de Dios hecho hombre, el amor del Verbo Encarnado. Ningún devoto separa estos dos amores, como tampoco separa las dos naturalezas de Cristo (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, No. 470, N.T.). Y aunque quisiésemos debatir este punto y solucionarlo a toda costa, sólo encontraremos que hay diferentes opiniones entre los autores. Algunos, por considerar que el corazón de carne sólo puede vincularse con el amor humano, concluyen que no puede simbolizar el amor divino que, a su vez, no es propio de la persona de Jesús y que, por tanto, el amor divino no puede ser objeto de la devoción. Otros afirman que el amor divino no puede ser objeto de la devoción si se le separa del Verbo Encarnado, o sea que sólo es tal cuando se le considera como el amor del Verbo Encarnado y no ven porqué no pueda ser simbolizado por el corazón de carne ni porqué la devoción debiera circunscribirse solamente al amor creado.



Fundamentos de la devoción

Esta cuestión puede ser estudiada bajo tres aspectos: el histórico, el teológico y el científico.


a. Fundamentos históricos

Al aprobar la devoción al Sagrado Corazón, la Iglesia no simplemente confió en las visiones de Santa Margarita María, sino que, haciendo abstracción de ellas, examinó el culto en si mismo. Las visiones de Santa Margarita María podían ser falsas, pero ello no debía repercutir en la devoción, haciéndola menos digna o firme. Sin embargo, el hecho es que la devoción se propagó principalmente bajo la influencia del movimiento que se inició en Paray-le-Monial. Antes de su beatificación, las visiones de Santa Margarita María fueron críticamente examinadas por la Iglesia, cuyo juicio, en tales casos, aunque no es infalible, sí implica una certeza humana suficiente para garantizar las palabras y acciones que se sigan de él.


b. Fundamentos teológicos:

El Corazón de Jesús merece adoración, como lo hace todo lo que pertenece a su persona. Pero no la merecería si se le considerase como algo aislado o desvinculado de ésta. Definitivamente, al Corazón de Jesús no se le considera de ese modo, y Pío VI, en su bula de 1794, "Auctorem fidei", defendió con su autoridad este aspecto de la devoción contra las calumnias jansenistas. Si bien el culto se rinde al Corazón de Jesús, va más allá del corazón de carne, para dirigirse al amor cuyo símbolo expresivo y vivo es el corazón. No se requiere justificar la devoción acerca de esto. Es la Persona de Jesús a quien se dirige, y esta Persona es inseparable de su divinidad. Jesús, la manifestación viviente de la bondad de Dios y de su amor paternal; Jesús, infinitamente amable y amante, visto desde la principal manifestación de su amor, es el objeto de la devoción al Sagrado Corazón, del mismo modo que lo es de toda la religión cristiana. La dificultad reside en la unión del corazón y el amor, y en la relación que la devoción supone que existe entre ambos. Pero, ¿no es esto un error que ya ha sido superado hace mucho?. Sólo queda por ver si la devoción, bajo este aspecto, está bien fundamentada.



c. Fundamentos filosóficos y científicos:

En este aspecto ha habido cierta falta de certeza entre los teólogos. No obviamente en lo tocante a la base del asunto, sino en lo que respecta a las explicaciones. En ocasiones ellos han hablado como si el corazón fuera el órgano del amor, aunque este punto no tiene relación con la devoción, para la cual basta que el corazón sea el símbolo del amor y sobre ello no cabe duda: sí hay una vinculación real entre el corazón y las emociones. Nadie niega el hecho de que el corazón es símbolo del amor y todos experimentamos que el corazón se convierte en una especie de eco de nuestros sentimientos. Un estudio de esta especie de resonancia sería muy interesante, pero no le hace falta a la devoción, ya que es un hecho atestiguado por la experiencia diaria; un hecho del cual la medicina puede dar razones y explicar las condiciones, pero que no es parte del presente estudio, ni su objeto requiere ser conocido por nosotros.


El acto propio de la devoción

El objeto mismo de la devoción exige un acto apropiado, si se considera que la devoción al amor de Jesús por nosotros debe ser, antes que nada, una devoción al amor a Jesús. Su característica debe ser la reciprocidad del amor; su objeto es amar a Jesús que nos ama tanto; pagar amor con amor. Más aún, habida cuenta que el amor de Jesús se manifiesta al alma devota como despreciado y airado, sobre todo en la Eucaristía, el amor propio de la devoción deberá manifestarse como un amor de reparación. De ahí la importancia de los actos de desagravio, como la comunión de reparación, y la compasión por Jesús sufriente. Mas ningún acto, ninguna práctica, puede agotar las riquezas de la devoción al Sagrado Corazón. El amor que constituye su núcleo lo abraza todo y, entre más se le entiende, más firmemente se convence uno de que nada puede competir con él para hacer que Jesús viva en nosotros y para llevar a quien lo vive a amar a Dios, en unión con Jesús, con todo su corazón, su alma y sus fuerzas.
(…)

(Bainvel, Jean. "Devotion to the Sacred Heart of Jesus." The Catholic Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910, http://www.newadvent.org/cathen/07163a.htm)
Traducido por Javier Algara Cossío.

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Santos Padres: San Agustín comenta la 2a. Lectura - Rom 5,5-11: ¿Valíamos tanto cuando aún éramos pecadores?

Sabemos lo que hemos cantado y lo recordamos perfectamente: La muerte de los santos es preciosa a los ojos del Señor (Sal 115,15). La muerte de los santos es preciosa por su precio. Nada tiene de extraño que sea preciosa la muerte de quienes fueron comprados a tal precio. El mundo no puede ponerse en la misma balanza con la sangre de aquel por quien fue hecho el mundo. Para tener sangre que derramar por nosotros, la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). En efecto, el precio pagado por nosotros es la sangre de aquel que la derramó por el perdón de los pecados. ¿Qué valían los pecados, o en cuánto los tasaba? ¿Era, en verdad, aquella sangre el precio justo por los pecados? Ved que Cristo murió por los impíos. Escucha al Apóstol: Dios -dijo- muestra su amor para con nosotros en el hecho de que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom 5,8). ¿Valíamos tanto cuando aún éramos pecadores? Al contrario; nuestro valor sería nulo, si permaneciésemos en el pecado. Aquel nuestro comprador purificó con el precio pagado lo que había comprado. ¿Cómo hubiera sido comprado a tal precio el pecador, de no haber sido purificado con el mismo precio?

No miremos, pues, lo que éramos antes de que él nos comprase, para no quedarnos en el camino. No centremos nuestra atención en ello, pero retengámoslo, no obstante, en la memoria. En efecto, si nos fijamos en ello, a ello volvemos; si lo olvidamos, nos hacemos ingratos. Es cosa buena recordar lo que fuimos y odiarlo enseguida; recordarlo, para ser agradecidos, y odiarlo, para no volver a las andadas. Ni siquiera Jesús murió por los pecadores porque amase a los pecadores. Si consideramos esto superficialmente, sale al paso luego la dificultad del problema. ¿Cómo es que no amó a aquellos por quienes murió? ¿Quiénes son aquellos por los que quiso morir? Habéis oído al Apóstol: Cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. En consecuencia, si amó a aquellos por quienes murió, si murió por los pecadores, amó a los pecadores. Calle el pecador y hable el Salvador. ¿De dónde procede lo que dices, ¡oh pecador!? Amas el ser pecador. En verdad, no dirías que el Salvador amó a los pecadores si no quisieras ser pecador. Calle, pues, -como dije-, el pecador; hable el Salvador. ¿Qué dice el Salvador? Mira que ya estás sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor (Jn 5,14). ¡Con qué amenazas te prohibió lo que amabas! ¿Ama, pues, él lo que quisiste ser tú, si te amenaza con tales cosas si vuelves a las andadas?

¿Cómo entonces murió por los pecadores, si no amó a los pecadores? Murió por los pecadores, precisamente porque no los amaba. Entiéndelo y se acabarán tus dificultades. Tú me preguntas cómo no amó a los pecadores quien murió por ellos. Responde primero a mi pregunta, y tú mismo te darás la respuesta a lo que me habías preguntado. Quien ama una cosa, ¿quiere que exista o que no exista? Pienso que, si amas a tus hijos, quieres que vivan; pues si no quieres que vivan no los amas. Sea lo que sea lo que amas, quieres que exista y en ningún modo amas lo que no quieres que exista. ¿Qué quiso, por tanto, el Señor al morir por nosotros? ¿Que fuéramos pecadores, o librarnos de los pecados? Si murió por nosotros precisamente para borrar nuestros pecados, ¿amó, acaso, lo que destruyó? ¿Quién destruye lo que ama? Si eres fiel, si has creido en él, si tienes en alto tu corazón, para escribir lo que eres; tuvo que borrar lo que habías sido...

No cabe duda de que Dios ama a los pecadores; no cabe duda tampoco de que, por su sangre, los pecadores no son lo que fueron. ¿Cómo son amados, si Cristo el Señor amó a los justos y no a los pecadores? Amó lo que tenía en vista hacer, no lo que encontró en ellos. El médico si cumple con la función para la que ha sido llamado, ama a los sanos, no a los enfermos. Y hasta me atrevo a decir, y es cierto, que se acercó hasta el enfermo precisamente porque no amaba al enfermo. Parece que he dicho algo contradictorio, pero yo pregunto: «¿Por qué se acercó hasta el enfermo?». Para volverlo sano. Entonces no ama al enfermo. Ama lo que tiene en vista hacer de él, no lo que quiere eliminar.

Así, pues, los santos mártires, comprados a tan elevado precio, redimidos por su creador, recobraron la salud. Son siervos dos veces: en cuanto creados y en cuanto redimidos. La libertad les llegó de donde les había llegado la servidumbre: son siervos del Creador y hermanos del Redentor. Para ver que son siervos, lee el evangelio como documento que lo atestigua; ve en él cómo han sido comprados. Fíjate en el contrato: la bolsa que contenía su precio fue colgada del madero, rasgada y derramada. Derramó lo que contenía, y con ella compró. Si lees el evangelio, encuentras en él el documento que atestigua su condición de siervos. De siervos los hizo hermanos, y lo que era documento de su condición de siervos, se convirtió en testamento para los hijos. Amén.
Sermón 335 I,1-3.5.

 

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Santos Padres: San Agustín comenta el evangelio - Lc 15,3-7: La gracia que hace volver

Y se acordó de que son carne, soplo que pasa y no vuelve (Sal 77.,39). Por eso él mismo los encamina hacia sí llamándolos y compadeciéndose mediante la gracia, puesto que por sí mismos no pueden volver. Pero ¿cómo vuelve la carne, soplo que pasa y no vuelve, al impelirse a sí misma al profundísimo abismo por el peso de las detestables acciones, si no es eligiendo la gracia? Gracia que no se da como recompensa por méritos contraídos, sino como don gratuito, para justificar al impío y hacer retornar a la oveja perdida, no como por sus propias fuerzas, sino transportada sobre los hombros del pastor (Lc 15,5). La oveja pudo vagar libremente, pero no encontrarse a si misma, ni en absoluto se hubiera encontrado de no haberlo hecho la misericordia del pastor.

También es esta oveja aquel hijo perdido que, volviendo a sí mismo, se dijo: Me levantaré e iré hacia mi padre. Así, pues, por una inspiración interior y una llamada misteriosa también él fue buscado y resucitado únicamente por quien vivifica todas las cosas; y fue hallado por quien vino a buscar y salvar lo que se había perdido, pues había muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido hallado (Lc 15,18.24). De este modo se soluciona aquel problema, no pequeño, que plantea un texto del libro de los Proverbios. Hablando del camino de la iniquidad, dice la Escritura: Los que caminan por él, no volverán (Prov 2,19). Así dicho, parece como si hubiera que perder toda esperanza respecto a los malvados. Pero la Escritura encareció la gracia, puesto que por sí mismo el hombre puede caminar por caminos perversos, mas no puede volver por sí mismo a no ser que la gracia vuelva a llamarlo.
Comentario al salmo 77,24.


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Aplicación: Beato Juan Pablo Magno (I) - El misterio del Corazón de Cristo

1. Pasado mañana, próximo viernes, la liturgia de la Iglesia se concentra, con una adoración y un amor especial, en torno al misterio del Corazón de Cristo. Quiero, pues, ya hoy, anticipando este día y esta fiesta, dirigir junto con vosotros la mirada de nuestros corazones sobre el misterio de ese Corazón. El me ha hablado desde mi juventud. Cada año vuelvo a este misterio en el ritmo litúrgico del tiempo de la Iglesia.

Es sabido que el mes de junio está consagrado especialmente al Corazón Divino, al Sagrado Corazón de Jesús. Le expresamos nuestro amor y nuestra adoración mediante las letanías que hablan con profundidad particular de sus contenidos teológicos en cada una de sus invocaciones.

Por esto quiero detenerme, al menos brevemente, con vosotros ante este Corazón, al que se dirige la Iglesia como comunidad de corazones humanos. Quiero hablar, siquiera brevemente de este misterio tan humano, en el que con tanta sencillez y a la vez con profundidad y fuerza se ha revelado Dios.

2. Hoy dejamos hablar a los textos de la liturgia del viernes, comenzando por la lectura del Evangelio según Juan. El Evangelista refiere un hecho con la precisión del testigo ocular. "Los judíos, como era el día de la Parasceve, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el día de sábado, por ser día grande aquel sábado, rogaron a Pilato que les rompiesen las piernas y los quitasen. Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas al primero y al otro que estaba crucificado con Él; pero llegando a Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua" (Jn 19, 31-34).

Ni siquiera una palabra sobre el corazón.

El Evangelista habla solamente del golpe con la lanza en el costado, del que salió sangre y agua. El lenguaje de la descripción es casi médico, anatómico. La lanza del soldado hirió ciertamente el corazón, para comprobar si el Condenado ya estaba muerto. Este corazón —este corazón humano— ha dejado de latir. Jesús ha dejado de vivir. Pero, al mismo tiempo, esta apertura anatómica del corazón de Cristo, después de la muerte —a pesar de toda la "crudeza" histórica del texto— nos induce a pensar incluso a nivel de metáfora. El corazón no es sólo un órgano que condiciona la vitalidad biológica del hombre. El corazón es un símbolo. Habla de todo el hombre interior. Habla de la interioridad espiritual del hombre. Y la tradición entrevió rápidamente este sentido de la descripción de Juan. Por lo demás, en cierto sentido, el mismo Evangelista ha inducido a esto cuando, refiriéndose al testimonio del testigo ocular, que era él mismo, ha hecho referencia, a la vez, a esta frase de la Escritura: "Mirarán al que traspasaron" (Jn 19, 37; Zac 12, 10).

En realidad así mira la Iglesia; así mira la humanidad. Y de hecho, en la transfixión de la lanza del soldado todas las generaciones de cristianos han aprendido y aprenden a leer el misterio del Corazón del Hombre crucificado, que era el Hijo de Dios.

3. Es diversa la medida del conocimiento que de este misterio han adquirido muchos discípulos y discípulas del Corazón de Cristo, en el curso de los siglos. Uno de los protagonistas en este campo fue ciertamente Pablo de Tarso, convertida de perseguidor en Apóstol. También nos habla él en la liturgia del próximo viernes con las palabras de la Carta a los efesios. Habla como el hombre que ha recibido una gracia grande, porque se le ha concedido "anunciar a los gentiles la insondable riqueza de Cristo e iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio oculto desde los siglos en Dios, Creador de todas las cosas" (Ef 3, 8-9).

Esa "riqueza de Cristo" es, al mismo tiempo, el "designio eterno de salvación" de Dios que el Espíritu Santo dirige al "hombre interior", para que así "Cristo habite por la fe en nuestros corazones" (Ef 3, 16-17). Y cuando Cristo, con la fuerza del Espíritu, habite por la fe en nuestros corazones humanos, entonces estaremos en disposición "de comprender con nuestro espíritu humano" (es decir, precisamente con este "corazón") "cuál es la anchura, la longura, la altura y la profundidad, y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia..." (Ef 3, 18-19).

Para conocer con el corazón, con cada corazón humano, fue abierto, al final de la vida terrestre, el Corazón divino del Condenado y Crucificado en el Calvario.

Es diversa la medida de este conocimiento por parte de los corazones humanos. Ante la fuerza de las palabras de Pablo, cada uno de nosotros pregúntese a sí mismo sobre la medida del propio corazón. "...Aquietaremos nuestros corazones ante Él, porque si nuestro corazón nos arguye, mejor que nuestro corazón es Dios, que todo lo conoce" (1 Jn 3, 19-20). El Corazón del Hombre-Dios no juzga a los corazones humanos. El Corazón llama. El Corazón "invita". Para esto fue abierto con la lanza del soldado.

4. El misterio del corazón, se abre a través de las heridas del cuerpo; se abre el gran misterio de la piedad, se abren las entrañas de misericordia de nuestro Dios (San Bernardo, Sermo 61, 4; PL 183, 1072).

Cristo dice en la liturgia del viernes: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29).

Quizá una sola vez el Señor Jesús nos ha llamado con sus palabras al propio corazón. Y ha puesto de relieve este único rasgo: "mansedumbre y humildad". Como si quisiera decir que sólo por este camino quiere conquistar al hombre; que quiere ser el Rey de los corazones mediante "la mansedumbre y la humildad". Todo el misterio de su reinado está expresado en estas palabras. La mansedumbre y la humildad encubren, en cierto sentido, toda la "riqueza" del Corazón del Redentor, sobre la que escribió San Pablo a los efesios. Pero también esa "mansedumbre y humildad" lo desvelan plenamente; y nos permiten conocerlo y aceptarlo mejor; lo hacen objeto de suprema admiración.

Las hermosas letanías del Sagrado Corazón de Jesús están compuestas por muchas palabras semejantes, más aún, por las exclamaciones de admiración ante la riqueza del Corazón de Cristo. Meditémoslas con atención ese día.

5. Así, al final de este fundamental ciclo litúrgico de la Iglesia, que comenzó con el primer domingo de Adviento, y ha pasado por el tiempo de Navidad, luego por el de la Cuaresma, de la Resurrección hasta Pentecostés, domingo de la Santísima Trinidad y Corpus Christi, se presenta discretamente la fiesta del Corazón divino, del Sagrado Corazón de Jesús. Todo este ciclo se encierra definitivamente en Él; en el Corazón del Dios-Hombre. De Él también irradia cada año toda la vida de la Iglesia.

Este Corazón es "fuente de vida y de santidad".

(BEATO JUAN PABLO II, El misterio del corazón de Cristo, Audiencia General del miércoles 20 de junio de 1979)



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Beato Juan Pablo Magno (II) - El Corazón y la Sangre


Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El viernes pasado celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el Corazón que hace dos mil años comenzó a latir en el seno de María santísima y que trajo al mundo el fuego del amor de Dios.

El Corazón de Cristo encierra un mensaje para todo hombre; habla también al mundo de hoy. En una sociedad, en la que la técnica y la informática se desarrollan a un ritmo creciente y la gente se siente atraída por una infinidad de intereses, a menudo contrastantes, el hombre corre el riesgo de perder su centro, el centro de sí mismo. Al mostrarnos su Corazón, Jesús nos recuerda ante todo que allí, en la intimidad de la persona, es donde se decide el destino de cada uno, la muerte o la vida en sentido definitivo. Él mismo nos da en abundancia la vida, que permite a nuestro corazón, endurecido a veces por la indiferencia y el egoísmo, abrirse a una forma de vida más elevada.

El Corazón de Cristo crucificado y resucitado es la fuente inagotable de gracia donde todo hombre puede encontrar siempre, y particularmente durante este año especial del gran jubileo, amor, verdad y misericordia.

2. La Sangre de Cristo nos ha redimido. Esta es la verdad que proclamamos precisamente ayer, al inicio del mes de julio, dedicado tradicionalmente a la preciosísima Sangre de Cristo, con ocasión del jubileo de la Unión Sanguis Christi.

¡Cuánta sangre se ha derramado injustamente en el mundo! ¡Cuánta violencia, cuánto desprecio por la vida humana!

Esta humanidad, a menudo herida por el odio y la violencia, necesita experimentar, hoy más que nunca, la eficacia de la Sangre redentora de Cristo. La Sangre que no fue derramada en vano, sino que contiene en sí toda la fuerza del amor de Dios y es prenda de esperanza, de rescate y de reconciliación. Pero, para sacar de esta fuente, es necesario volver a la cruz de Cristo, fijar la mirada en el Hijo de Dios, en su Corazón traspasado, en su Sangre derramada.

3. Al pie de la cruz estaba María, copartícipe de la pasión de su Hijo. Ella ofrece su Corazón de Madre como refugio a todo el que busca perdón, esperanza y paz, como nos lo ha recordado la fiesta de su Corazón Inmaculado. María enjugó la sangre de su Hijo crucificado. A ella le encomendamos la sangre de las víctimas de la violencia, para que sea rescatada por la que Jesús derramó para la salvación del mundo.

(BEATO JUAN PABLO II, Alocución en el Ángelus, domingo 2 de julio de 2000)



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Promesas del Sagrado Corazón


Promesas principales hechas por el Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita de Alacoque:

1. A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las gracias necesarias para su estado.

2. Daré la paz a las familias.

3. Las consolaré en todas sus aflicciones.

4. Seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y principalmente en la hora de la muerte

5. Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas

6. Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la misericordia

7. Las almas tibias se harán fervorosas

8. Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección

9. Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón esté expuesta y sea honrada.

10. Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones empedernidos

11. Las personas que propaguen esta devoción, tendrán escrito su nombre en mi Corazón y jamás será borrado de él.

12. A todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes continuos, el amor omnipotente de mi Corazón les concederá la gracia de la perseverancia final.



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Ejemplos


Jesús realmente te ama

Todos los sábados por la tarde, después del catecismo en la iglesia, encargaban a los niños repartir volantes a cada persona que veían. Este sábado en particular, cuando llegó la hora de ir al pueblo a repartir los volantes, el tiempo estaba muy frío y comenzó a lloviznar. Un niño se puso su ropa para el frío y le dijo a su padre, ’OK, papá, estoy listo’.

Su papá, le dijo, ¿Listo para qué?’

Papá, es hora de ir afuera y repartir los volantes que me encargó mi maestra. El papá respondió, ‘Hijo, esta muy frío afuera y está lloviznando.’

El niño miró sorprendido a su padre y le dijo, ’Pero Papá, la gente se está yendo al infierno aún en los días lluviosos.’

El Papá contestó, ’Hijo yo no voy a ir afuera con este tiempo.’

Con desespero, el niño dijo, ’Papá, ¿puedo ir yo solo? ¿Por favor?

Su padre titubeó por un momento y luego dijo, ’Hijo, puedes ir, ten cuidado.’

’Gracias papá’

Y con esto, el hijo se fue debajo de la lluvia. El niño de 11 años caminó todas las calles del pueblo, repartiendo los volantes a las personas que veía.

Después de 2 horas caminando bajo la lluvia, con frío y su último volante, se detuvo en una esquina y miró a ver si veía a alguien a quien darle el volante, pero las calles estaban totalmente desiertas. Entonces él se volteó hacia la primera casa que vio, caminó hasta la puerta del frente, tocó el timbre varias veces y esperó, pero nadie salió.

Finalmente el niño se volteó para irse, pero algo lo detuvo. El niño se volteó nuevamente hacia la puerta y comenzó a tocar el timbre y a golpear la puerta fuertemente con los nudillos. Él seguía esperando, algo lo aguantaba ahí frente a la puerta. Tocó nuevamente el timbre y esta vez la puerta se abrió suavemente.

Salió una señora con una mirada muy triste y suavemente le preguntó, ’Qué puedo hacer por ti, hijo.’ Con unos ojos radiantes y una sonrisa que le cortaba las palabras, el niño dijo, ’Señora, lo siento si la molesté, pero sólo quiero decirle que *JESÚS REALMENTE LA AMA* y vine para darle mi último volante, que habla sobre JESÚS y SU GRAN AMOR. El niño le dio el volante y se fue.

Ella lo llamó y le dijo, “GRACIAS, HIJO, y que DIOS te bendiga”.

Bien, el siguiente domingo por la mañana el sacerdote estaba en el ambón y cuando terminó la misa, una señora mayor se puso de pie. Cuando empezó a hablar, una mirada radiante y gloriosa brotaba de sus ojos, ’Nadie en esta iglesia me conoce. Nunca había estado aquí, incluso todavía el domingo pasado no era Creyente. Mi esposo murió hace un tiempo atrás dejándome totalmente sola en este mundo.

El domingo pasado fue un día particularmente frío y lluvioso, y también lo fue en mi corazón; ese día llegué al final del camino, ya que no tenía esperanza alguna ni ganas de vivir. Entonces tomé una silla y una soga y subí hasta el ático de mi casa. Amarré y aseguré bien un extremo de la soga a las vigas del techo; entonces me subí a la silla y puse el otro extremo de la soga alrededor de mi cuello.

Parada en la silla, tan sola y con el corazón destrozado, estaba a punto de tirarme cuando de repente escuché el sonido fuerte del timbre de la puerta. Entonces pensé, ’Esperaré un minuto y quien quiera que sea se irá’. Yo esperé y esperé, pero el timbre de la puerta cada vez era más insistente, y luego la persona comenzó a golpear la puerta con fuerza. Entonces me pregunté, ¿QUIEN PODRÁ SER? Jamás nadie toca mi puerta ni vienen a verme. Solté la soga de mi cuello y fui hasta la puerta, mientras el timbre seguía sonando cada vez con mayor insistencia.

Cuando abrí la puerta no podía creer lo que veían mis ojos, frente a mi puerta estaba el más radiante y angelical niño que jamás había visto. Su sonrisa, ohhh, ¡nunca podré describirla! Las palabras que salieron de su boca hicieron que mi corazón, muerto hace tanto tiempo, volviera a la vida, cuando dijo con voz de querubín, ’SEÑORA, sólo quiero decirle que JESÚS REALMENTE LA AMA.’ - ’Cuando el pequeño ángel desapareció entre el frío y la lluvia, cerré mi puerta y leí cada palabra del volante. Entonces fui al ático para quitar la silla y la soga. Ya no las necesitaría más.

Como ven ---- ahora reconozco que soy una hija de DIOS. Como la dirección de la iglesia estaba en la parte de atrás del volante, yo vine personalmente a decirle GRACIAS a ese pequeño ÁNGEL DE DIOS que está sentado en la primera fila y que llegó justo a tiempo y, de hecho, a rescatar mi vida de una eternidad en el infierno.’

Todos lloraban en la iglesia, y le daban Gloria y honor al REY DE REYES. El Sacerdote bajó del pulpito hasta la primera banca del frente, donde estaba sentado el pequeño ángel; con su papá para felicitarlo por su acción, pero el papá tomó al niño en sus brazos y alabó a Dios con todo su amor y lloró mucho por no haberlo acompañado ese día.


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Aplicación: Directorio Homilético - Solemnidad del Sacratísimo Corazón de Jesús

CEC 210-211, 604: la misericordia de Dios
CEC 430, 478, 545, 589, 1365, 1439, 1825, 1846: el amor de Cristo por el prójimo
CEC 2669: el Corazón de Cristo es digno de adoración
CEC 766, 1225: la Iglesia nace del costado abierto de Cristo
CEC 1432, 2100: el amor de Cristo conmueve a nuestros corazones


"Dios misericordioso y clemente"

210Tras el pecado de Israel, que se apartó de Dios para adorar al becerro de oro (cf. Ex 32), Dios escucha la intercesión de Moisés y acepta marchar en medio de un pueblo infiel, manifestando así su amor (cf. Ex 33,12-17). A Moisés, que pide ver su gloria, Dios le responde: "Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad (belleza) y pronunciaré delante de ti el nombre de YHWH" (Ex 33,18-19). Y el Señor pasa delante de Moisés, y proclama: "YHWH, YHWH, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad" (Ex 34,5-6). Moisés confiesa entonces que el Señor es un Dios que perdona (cf. Ex 34,9).

211 El Nombre Divino "Yo soy" o "El es" expresa la fidelidad de Dios que, a pesar de la infidelidad del pecado de los hombres y del castigo que merece, "mantiene su amor por mil generaciones" (Ex 34,7). Dios revela que es "rico en misericordia" (Ef 2,4) llegando hasta dar su propio Hijo. Jesús, dando su vida para librarnos del pecado, revelará que él mismo lleva el Nombre divino: "Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy" (Jn 8,28)

Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal

604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8).


I JESUS

430 Jesús quiere decir en hebreo: "Dios salva". En el momento de la anunciación, el ángel Gabriel le dio como nombre propio el nombre de Jesús que expresa a la vez su identidad y su misión (cf. Lc 1, 31). Ya que "¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?"(Mc 2, 7), es él quien, en Jesús, su Hijo eterno hecho hombre "salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21). En Jesús, Dios recapitula así toda la historia de la salvación en favor de los hombres.

El Corazón del Verbo encarnado

478 Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: "El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Nos ha amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19, 34), "es considerado como el principal indicador y símbolo...del amor con que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los hombres" (Pio XII, Enc."Haurietis aquas": DS 3924; cf. DS 3812).


545 Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).

589 Jesús escandalizó sobre todo porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto a ellos (cf. Mt 9, 13; Os 6, 6). Llegó incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los pecadores (cf. Lc 15, 1-2), los admitía al banquete mesiánico (cf. Lc 15, 22-32). Pero es especialmente, al perdonar los pecados, cuando Jesús puso a las autoridades de Israel ante un dilema. Porque como ellas dicen, justamente asombradas, "¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?" (Mc 2, 7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios (cf. Jn 5, 18; 10, 33) o bien dice verdad y su persona hace presente y revela el Nombre de Dios (cf. Jn 17, 6-26).

1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que "derramó por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26,28).


1439 El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada "del hijo pródigo", cuyo centro es "el Padre misericordioso" (Lc 15,11-24): la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.

1825 Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos (cf Rm 5,10). El Señor nos pide que amemos como él hasta nuestros enemigos (cf Mt 5,44), que nos hagamos prójimos del más lejano (cf Lc 10,27-37), que amemos a los niños (cf Mc 9,37) y a los pobres como a él mismo (cf Mt 25,40.45).

El apóstol S. Pablo ofrece una descripción incomparable de la caridad: "La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa. no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta (1 Co 13,4-7).

1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: "Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21). Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: "Esta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt 26,28).

2669 La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana practica el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su santa Cruz nos redimió.

766 Pero la Iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación, anticipado en la institución de la Eucaristía y realizado en la Cruz. "El agua y la sangre que brotan del costado abierto de Jesús crucificado son signo de este comienzo y crecimiento" (LG 3 ."Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la Iglesia" (SC 5). Del mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia nació del corazón traspasado de Cristo muerto en la Cruz (cf. San Ambrosio, Luc 2, 85-89).

1225 En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía ser bautizado (Mc 10,38; cf Lc 12,50). La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado (cf. Jn 19,34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva (cf 1 Jn 5,6-8): desde entonces, es posible "nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5).

Considera donde eres bautizado, de donde viene el Bautismo: de la cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: El padeció por ti. En él eres rescatado, en él eres salvado. (S. Ambrosio, sacr. 2,6).

1432 El corazón del hombre es rudo y endurecido. Es preciso que Dios dé al hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una obra de la gracia de Dios que hace volver a él nuestros corazones: "Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lc 5,21). Dios es quien nos da la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn 19,37; Za 12,10).

2100 El sacrificio exterior, para ser auténtico, debe ser expresión del sacrificio espiritual. "Mi sacrificio es un espíritu contrito..." (Sal 51,19). Los profetas de la Antigua Alianza denunciaron con frecuencia los sacrificios hechos sin participación interior (cf Am 5,21-25) o sin amor al prójimo (cf Is 1,10-20). Jesús recuerda las palabras del profeta Oseas: "Misericordia quiero, que no sacrificio" (Mt 9,13; 12,7; cf Os 6,6). El único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra salvación (cf Hb 9,13-14). Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios.



(Cortesía: iveargentina.org et alii)



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