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Domingo 31 del Tiempo Ordinario A 'El primero entre vosotros será vuestro servidor'  - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

Recursos adicionales para la preparación

 


A su disposición
Exégesis: José Ma. Solé Roma O.M.F - sobre las tres lecturas

Comentario teológico: Adrien Nocent - Ellos dicen y no hacen (Mt 23, 1-12)

Comentario teológico: P. Octavio Ortiz - a las tres lecturas

Santos Padres: San Agustín - Mt 23, 1-12: Sea yo quien sea, fíjate en lo que se te dice, no en quien lo dice

Aplicación: J. Gomis - La autoridad si no es servicio se convierte en tiranía

Aplicación: A. Pronzato - Pero, atención, pues cada uno ha de tomar como dichas a él esas palabras tajantes. Ninguna de ella puede echársele en cara al vecino. El destino único es nuestro

Aplicación: Dom Columba Marmion - La criatura ante Dios - la humildad

Aplicación: Bossuet - La cátedra de Moisés: Cátedra de Jesucristo y de los apóstoles (Mat. XXIII, 1-3).

Ejemplos

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

Comentarios a Las Lecturas del Domingo

Exégesis: José Ma. Solé Roma O.M.F - sobre las tres lecturas

Sobre la Primera Lectura (Mal 1, 14-2, 2. 8-12)
Malaquías denuncia los graves pecados que sacerdotes y pueblo cometen contra la Alianza:

— Los sacerdotes dan muestras de no reverenciar la majestad ni la santidad de Dios. Inmolan para Dios víctimas de desecho (14). El culto exterior debe expresar los sentimientos interiores. El Sacerdocio Levítico tuvo sus épocas de fe y fidelidad religiosa. Ejercía el culto con tal fidelidad a la Alianza que honraba a Dios y edificaba al pueblo (6). Y el Profeta aprovecha esta oportunidad para definir el ideal del sacerdote: «Porque los labios del sacerdote guardan la ciencia y en su boca se busca la Ley; porque es el mensajero de Dios» (7).

— En este contexto hallamos la previsión misteriosa del Profeta. En la Era Mesiánica va a tener Dios un culto digno: «Pues desde donde sale el sol hasta donde se pone grande es mi Nombre entre las naciones; y en todo lugar se hace quemar el sacrificio y se ofrece a mi Nombre una oblación pura» (11). Ni el Templo de Jerusalén ni menos los templos paganos podían ofrecer este culto a Dios. En el culto de la Nueva Alianza, el de Cristo Sacerdote y Víctima, tenemos la oblación grata a Dios. Cesará el culto levítico (8); pero el culto de la Nueva Alianza será eterno.

— Otro gravísimo pecado contra la Alianza es el que se comete en Israel: El divorcio. En el pueblo de la Alianza Dios es testigo y garante del vínculo matrimonial (10. 15). Malaquías con esta rica iluminación, prepara el terreno para que Cristo promulgue las líneas definitivas de la santidad e indisolubilidad matrimonial (Mt 5,31; 19, 3-9).


Sobre la Segunda Lectura (1 Tes 2, 7-9. 13)
Pablo abre su corazón a sus neófitos de Tesalónica. De él conocemos más al gran teólogo que al tierno y exquisito padre. No desperdiciemos esta hermosa página autobiográfica:

— Podía, dice, presentarme ante vosotros con autoridad. Elegido por el Señor Jesús al apostolado tenía los derechos y poderes de los Doce. Pablo ejerce el apostolado como un servicio, con entrega y bondad de corazón, al estilo del Maestro. Los neófitos son para él hijos. Los ama y los cuida con amor maternal: «Como la nodriza que calienta en su regazo a sus hijos» (7).

— Y no es puro amor de palabras y sentimientos. Para no ser gravoso a sus neófitos se ha impuesto ganarse el sustento con el trabajo de sus manos. Y está dispuesto a dar por ellos la propia vida (9-10). Comentará el Santo de Ávila exhortando a los sacerdotes, padres espirituales de las almas: «No tanto han de ser hijos de voz cuanto hijos de lágrimas. Y muy necesario es que quien a este oficio se ciñe que tenga este amor; porque así como los trabajos de criar los hijos no se podrían llevar como se deben llevar sino de corazón de padre o madre, así tampoco los sinsabores, peligros y cargas de esta crianza no se podrían llevar si este espíritu faltase (BAC. OC I-p 260). Y al padre Granada le escribe: «A peso de gemidos y ofrecimiento de vida da Dios los hijos a los que son verdaderos padres» (BAC-3l3-p 20).

— A padre tan digno cumplen hijos igualmente nobles. Pablo está orgulloso de ellos. Alaba en ellos dos virtudes o actitudes con que los Tesalonicenses han correspondido a los desvelos de su Apóstol: Primeramente han recibido de labios de Pablo la Palabra de su predicación no cual palabra humana, sino tal cual verdaderamente es, como Palabra divina (13 a). Se han mostrado dóciles y abiertos a la fe, sencillos y humildes. En segundo lugar, no se han contentado con oír. Han llevado a la práctica las enseñanzas de la fe. La de los Tesalonicenses se ha traducido en una vida auténticamente cristiana. Ojalá quienes oyen hoy el mensaje del Evangelio presentaran su corazón dócil al Espíritu Santo y lo hicieran fructificar inmediatamente en frutos de santidad. Un larvado racionalismo nos cierra a la Palabra de Dios. Y el desmedido apego a nuestras categorías mentales y a nuestro comodismo la impide fructificar, la esteriliza.


Sobre el Evangelio (Mt 23, 1-12)
Es una durísima diatriba contra los vicios de los dirigentes espirituales de Israel:

— Dado que el espíritu del Evangelio, el espíritu de las Bienaventuranzas, supone una victoria sobre todos los instintos y pasiones, corremos siempre el peligro de deformar aquel espíritu con sutiles adaptaciones. El fariseísmo es un peligro constante. Asido como un parásito a toda persona y a todo grupo de personas con afán de santidad, se nutre con su jugo.

— Cristo denuncia y desenmascara de entre los vicios farisaicos los siguientes: La incongruencia o divorcio entre lo que enseñan y lo que practican (3), la dureza y egoísmo (4), la vanidad y exhibición en la práctica de la virtud (5), la ambición de honores (6). Las «filacterias» eran unas tiras de cuero en las que, tomando a la letra Ex 13, 9-16, escribían pasajes de la Ley y los llevaban sobre la frente o sobre el brazo. Las de los Fariseos eran más solemnes y llamativas (5). En todo buscan más la apariencia que la autenticidad, el honor que el servicio.

Los dirigentes de la Iglesia podrían caer en los vicios farisaicos. A ellos mira el Evangelista. Un afán de títulos (Abba, Maestro, Guía), una competición de primacías, dañaría a la Iglesia.

— Las consignas que Jesús propone a sus seguidores son ajenas y aun contrarias a todo fariseísmo. En la escuela de Jesús se exige y se valorizan: en las relaciones con Dios, la verdad, la autenticidad y la humildad; en las relaciones con el prójimo, la sencillez, el servicio, la abnegación. El mayor debe ser el servidor de todos (11). La autoridad en la Iglesia es un servicio y no un honor. Todo auténtico seguidor de Cristo debe hacerse servidor de todos hasta la inmolación total. La Eucaristía es amor de Cristo y es inmolación de Cristo. Vivimos la Eucaristía si fructificamos amor, servicio, inmolación.
(José Ma. Solé Roma O.M.F 'Ministros de la Palabra' , ciclo 'A', Herder, Barcelona 1979.)

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 Comentario teológico: Adrien Nocent - Ellos dicen y no hacen (Mt 23, 1-12)

Jesús habla de personas que ocupan un puesto importante. En el judaísmo son las autoridades, a quienes Jesús reconoce su posición excepcional: cumplen una función magisterial. En el judaísmo se estaba de acuerdo en pensar que en el Sinaí Moisés había recibido del Señor una función de enseñar, y se le reconocía gustosamente la cualidad de maestro. Tanto, que "sentarse en la cátedra de Moisés" significaba entrar en la venerable línea de aquellos que están encargados de enseñar.

Hay, pues, que hacer lo que dicen. Jesús anima a ello, pero insiste en el hecho de que no hay que fijarse en sus actos. Una acusación tan grave debía apoyarse en hechos. Jesús no teme entrar en detalles. Uno tras otro, Jesús desenmascara los graves defectos de estos doctores. Se les hacen dos reproches que debían de ser bastante conocidos de los que les veían vivir. En primer lugar, una doble vida: exigen de los demás determinadas pruebas de observancia que ellos se guardan muy bien de practicar. Aquí Jesús utiliza la imagen del fardo liado a la espalda del esclavo sin que nadie le ayude a llevarlo. Todo se concentra en sus personas; estudian la manera de atraer sobre ellos la atención. Por eso, llevan sobre sí largas filacterias que entre los judíos no es, sin embargo, superstición, sino que para ellos representa el recuerdo de la Ley de Dios y el deber de consagrarse a observarla; también ensanchan las franjas del manto: en los cuatro ángulos de su manto, el judío observante llevaba una especie de cinta que recordaba los mandamientos de Dios. Les gustan los puestos de honor y los saludos reverenciales de que son objeto. Pero sobre todo, que les llamen Rabbi, "maestros".

Si Cristo enumera tan duramente y no sin cierta ironía sus visibles defectos, es para exigir de sus discípulos una actitud diametralmente opuesta. Se puede pensar que san Mateo quiere referir este discurso de Jesús como enseñanza para quienes, en su comunidad, ejercen alguna autoridad. El Señor pone en guardia a sus discípulos sobre todo respecto al último defecto, el de querer ser llamados maestros, con todo lo que eso lleva consigo. Ellos en cambio, no se harán llamar maestros ya que todos ellos son hermanos y no tienen más que un solo y verdadero maestro que les enseña; y no tienen más que un Padre, lo mismo que no tienen más que un maestro, Cristo. De modo que, "el primero entre vosotros será vuestro servidor". Y a continuación volvemos a encontrar el adagio otras veces repetido: "El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido".

-Acomodar la Ley (Mal 1, 14-2, 10)

Una vez más la liturgia de este día escoge un texto no por sí mismo, como haría un exegeta que tomara en consideración todo el rico texto de este pasaje. Hoy, en esta celebración, no se trata de presentar toda la riqueza de ese pasaje, sino de poner de relieve lo que el evangelio del día enseña a propósito de quienes tienen responsabilidad en la Iglesia.

Desde la primera frase, leemos la severa advertencia de Dios a los sacerdotes que no observan la Ley pero que se la imponen a los demás. Si no toman en serio dar gloria a su nombre, éste maldecirá las bendiciones que ellos den. Han hecho de la Ley no un guía que ayude a vivir, sino una ocasión de tropiezo para la gente; han invalidado, pues, la Alianza. Ya el profeta Oseas había hecho el mismo reproche a la casta sacerdotal: "Ya que tú has rechazado el saber, yo te rechazo a ti de mi sacerdocio" (Os 4, 4ss.).

Sólo Dios es Padre, el único Padre de todos porque él nos ha creado a todos. Esto evoca la unidad de la comunidad que forma el pueblo con Dios y en sí mismo. No hay, pues que traicionarse entre sí. Sin duda, el texto hace aquí alusión al divorcio, o al matrimonio con una mujer que honra a un Dios pagano, etc. Pero la lectura del día utiliza el texto en relación con el evangelio y se detiene aquí.

-Entregar el Evangelio y también lo que somos (1 Tes 2, 7-9.13)

San Pablo centra toda su enseñanza en una sola cosa: el evangelio. El que enseña no tiene que transmitir su propia doctrina, sino la de Jesús. Tal enseñanza no puede quedarse a nivel doctrinal, sino que el apóstol debe darse a sus fieles a la vez que les entrega el evangelio, arriesgando su vida, tanto en la práctica de lo que enseña, cuanto mostrándose lleno de solicitud por los miembros de su comunidad.

La carta utiliza varias expresiones bastante raras en san Pablo. Se le ve lleno de entusiasmo y de ternura con los Tesalonicenses que, sin duda, han hecho patente de forma especial su cambio de vida a partir de la visita de Pablo. Les recuerda cómo se dedicó por entero a ellos en su trabajo de predicación, tratándolos como una madre al hijo que ha de educar y hacer crecer. Y san Pablo concreta, de hecho, por qué se siente tan dichoso: los Tesalonicenses han recibido la palabra de Dios por lo que ella es realmente, no una palabra de hombre, sino la Palabra de Dios que permanece operante en ellos. De tal actividad, san Pablo no deduce el menor orgullo; ve en ello la obra de la gracia de Dios mismo.

En la comunidad eclesial, todos -en grados esencialmente diferentes- llevan la responsabilidad de un sacerdocio. Como tales, todos los fieles tienen, por tanto, la responsabilidad de la fraternidad en la comunidad, del progreso de todos y de cada uno, y esta responsabilidad les compromete a mostrarse leales, a no llevar una doble vida: una hecha de prácticas cristianas, y otra con frecuentes faltas del sentido de la caridad y del amor mutuo, con ambición por los primeros puestos incluso en organizaciones de obras cristianas para el bien de la comunidad. Porque también a este nivel se da la tentación. Pero la enseñanza de hoy se dirige ante todo a los que tienen el encargo de enseñar a los demás y una responsabilidad propiamente sacerdotal. Los ataques, muy duros a veces y a menudo injustos, contra la Iglesia por este motivo, no son para ella únicamente una prueba, pueden también ser ocasión de un examen de conciencia profundo. La adecuación entre la forma de vivir y lo que debemos enseñar siempre está en desequilibrio. Esto será así hasta el fin de los tiempos, y no se puede exigir de un sacerdote o de un catequista que sea perfecto. Pero por lo menos el pueblo de Dios está en su derecho al esperar de él que busque la santidad y que se consagre a ella, no tanto por él mismo cuanto por los que le han sido confiados.

El servicio de la comunidad debe ir por delante de todo lo demás. Aunque los honores son, indudablemente, menos buscados en nuestros días que antiguamente, y aunque los títulos son menos reivindicados por parte de los que ocupan los más altos rangos, un evidente orgullo se infiltra ahora por otras partes y de forma sutil: sin querer ser llamados maestros, muchos pretenden enseñar su doctrina y no siempre la del Evangelio y la de la Iglesia. Este procedimiento, que se ampara inconscientemente tras una actitud muy democrática, a veces desaliñada humanamente, con una cierta permisividad que quiere ser fraternal, oculta una nueva especie de orgullo y suficiencia. No siempre es fácil enseñar el evangelio objetivamente y seguir las líneas de enseñanza impuestas. La lectura de hoy nos pide a todos revisar con lealtad las propias posturas íntimas y no creer demasiado rápidamente que los reproches de Jesús afectan sólo a los demás.
(ADRIEN NOCENT, EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7, TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34, SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 87 ss.)

 

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Comentario teológico: P. Octavio Ortiz - a las tres lecturas

El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. En estas palabras se condensa el mensaje bíblico de este trigésimo primer domingo del tiempo ordinario. Jesús nos presenta en admirable síntesis el camino de servicio, de sacrificio y humillación que es propio del cristiano y, en especial, del sacerdote. El evangelio nos ofrece una dura crítica de Jesús a los escribas y fariseos, porque hacen todo sin pureza de corazón. Detrás de su celo por la observancia de la ley se esconden intenciones inconfesables (EV). Ya en el siglo V a.C. el libro de Malaquías amonestaba a los sacerdotes que no obedecían al Señor, ni daban gloria a su nombre. A estos sacerdotes se les amenaza con cambiar su bendición en maldición. Se han apartado del camino y han hecho tropezar a muchos (1L). Todo lo contrario a estos sacerdotes es el testimonio de Pablo en la evangelización de Tesalónica: él se preocupa de los fieles como una madre se preocupa de sus hijos; desea no sólo entregar el evangelio, sino su misma persona; trabaja, se fatiga, da ejemplo, para no ser gravoso a nadie. Se alegra porque acogen la Palabra, no como palabra humana, sino como es en verdad, como Palabra de Dios. Pablo es el apóstol que sabe humillarse y por eso es enaltecido (2L).


Mensaje doctrinal

1. La trascendencia de Dios y el culto de sus sacerdotes. La lectura del profeta Malaquías inicia poniendo de relieve que el Señor es rey soberano, señor de los ejércitos, rey grande. Todos estos títulos, comunes a la literatura profética, ponen de relieve, como lo hemos visto en domingos precedentes, la trascendencia de Dios. Dios es Dios. Es trascendente. Ante él tiemblan las naciones y nada se resiste a su poder. Las teofanías del Antiguo Testamento subrayan elocuentemente esta trascendencia: a Dios "no se le puede ver", el "es el que es", "en sus manos están los destinos del orbe", es el creador y "no tiene necesidad de la ayuda de nadie". Este Dios se muestra celoso ante los sacerdotes del Antiguo Testamento que se sirven del culto para sus propias ganancias. Ya no son servidores de la Alianza. La violan e invalidan los preceptos de Yahveh.

En el evangelio encontramos también una dura crítica a aquellos encargados de explicar la ley, de interpretarla y administrar justicia. Se trata de una llamada de atención a los escribas que eran los conocedores y maestros de la ley, y a los fariseos que se consideraban "puros" y separados, por la manera como observaban hasta los más mínimos preceptos de la misma ley. Jesús pone en evidencia su hipocresía: dicen unas cosas y hacen otras. Su testimonio de vida no corrobora sus palabras. Así, el Señor invita al pueblo a que hagan lo que ellos dicen, pero que no imiten sus ejemplos. A continuación pone al descubierto toda la incongruencia de sus vidas: lían fardos pesados a la gente, pero no están dispuestos a mover un dedo para ayudarlos; todo lo hacen para que los vean y estimen. Están dispuestos a sacrificar su misión de transmisores de la Palabra de Dios para asegurar sus puestos. No son pastores de las ovejas, sino pastores de sí mismos, como decía el profeta Ezequiel: Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos Ez 34,2. De ellos dirá san Pablo en la carta a los romanos: Pero si tú, que te dices judío y descansas en la ley; que te glorías en Dios; que conoces su voluntad; que disciernes lo mejor, amaestrado por la ley, y te jactas de ser guía de ciegos, luz de los que andan en tinieblas, educador de ignorantes, maestro de niños, porque posees en la ley la expresión misma de la ciencia y de la verdad... pues bien, tú que instruyes a los otros ¡a ti mismo no te instruyes! Predicas: ¡no robar!, y ¡robas! Prohíbes el adulterio, y ¡adulteras! Aborreces los ídolos, y ¡saqueas sus templos! Tú que te glorías en la ley, transgrediéndola deshonras a Dios. Porque, como dice la Escritura, el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones. Rm 2, 18-24

Cristo, enseña a sus discípulos que no es ése el camino del cristiano. Los cristianos tienen un solo maestro porque todos son instruidos por Dios. Poseen un solo Padre, el del cielo, al que llaman con el dulce apelativo de Padre Nuestro. Reconocen un solo Jefe, Cristo, el Señor. El único honor que deben pretender es de ser servidor es de sus hermanos. He aquí una hermosa definición del cristiano y del sacerdote: el servidor de Dios y de sus hermanos. ¡Qué palabras más maravillosas para la vida y de la misión del hombre en esta tierra! Su vida no es un sin sentido de dolor y sufrimiento, de muerte y de pecado. ¡No! Su vida es propiamente servicio, su vida es entrega, donación sincera de sí mismo a los demás. Y cuanto más altos sean los escaños de autoridad que posea, más profunda y perentoria es su obligación de servicio, a ejemplo del Señor que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos. Así, se descubre cuál es el camino del cristiano: el camino de la humillación, el camino del que vence al mal con el bien, el camino del que sufre y lleva todas las adversidades de la vida con paciencia y humildad. ¡Qué distinta es nuestra vida cuando la medimos con los parámetros justos. Cuando vemos que nuestra existencia es un don que, a la vez, debe donarse para dar fruto!

2. La Palabra de Dios. Un segundo elemento doctrinal lo encontramos en las palabras del apóstol a la Iglesia de Tesalónica: no cesamos de dar gracias a Dios, porque, al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como palabra de Dios. Decíamos en el domingo pasado que cuando el apóstol va al encuentro de un pueblo que no ha recibido la Palabra de Dios para anunciarla, va al encuentro de una gracia especial. Dios se hace presente, ilumina la mente de los evangelizados y de los evangelizadores; hace sentir su presencia y su poder de transformación. Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. Hb 4,12. La Palabra de Dios realiza lo que significa. La Palabra de Dios nos indica que Dios mismo es el autor de una comunicación y que, por eso, se le debe respeto, veneración y obediencia filial. Cuando Dios habla y se revela, se le debe humilde sumisión y el obsequio de la inteligencia y de la voluntad.

Nos corresponde, pro tanto, como a los Tesalonicenses, acoger la palabra de Dios cual es en verdad, como Palabra de Dios y no simplemente como palabra de los hombres que es un simple sonido que pasa.


Sugerencias pastorales

1. Los verdaderos pastores. El ejemplo de Pablo es elocuente y nos invita a todos a revisar nuestra carta de servicio y nuestras responsabilidades de frente a nuestra familia, a nuestra comunidad, a nuestra parroquia. Esta aplicación pastoral se refiere, de modo especial, a los sacerdotes que deben ser verdaderos pastores de la grey a ellos confiada. Ellos deben amar con sinceridad a las ovejas que están bajo su solicitud; ellos no pueden ser mercenarios de tiempo parcial que huyen ante los peligros; no pueden ser fariseos que usurpan la cátedra de Moisés y el lugar de Cristo para buscar sus propias ganancias. El sacerdote no es para sí mismo, sino para las almas, solía decir el Cura de Ars. Las almas deben constituir su máxima ilusión, y debe estar dispuesto a dar su vida por ellas, como san Pablo. Por ello, en el sacerdote no cabe la "ascensión de carrera", la búsqueda de puestos de honor; la búsqueda de la gloria personal. Cuanto más humilde es el sacerdote, tanto más y mejor transmite a Dios. Sin que él se dé cuenta esta humildad vence las resistencias de su fieles y los conduce por vías de santidad. El sacerdote es el pastor de las ovejas: debe dar la vida por ellas. Y dar la vida es algo muy concreto: es predicar, es salir al encuentro, es visitar al enfermo, instruir al ignorante, aconsejar al que duda. Dar la vida, es afrontar el desafío de la nueva evangelización, es desgastarse un día y otro sin medida para que no se pierda ninguno. Dar la vida es gastarse y entregarse por las almas, sin perdonar cansancios o dificultades. Sobre todo, dar la vida es no perder nunca la esperanza de la conversión de sus almas. Los fieles tienen derecho a encontrar en su sacerdote al hombre que los anima a mirar al futuro con esperanza. El, a pesar de todos los problemas actuales, sigue siendo el punto de referencia moral y de instrucción religiosa. ¡Cómo nos estimula el ejemplo de los sacerdotes mártires del siglo pasado! El ejemplo de un Titus Brandsman que hace adoración eucarística en su barraca, después de todo un día de trabajos forzados, y que perdona en el último momento a la enfermera que le aplica la inyección fatal. El ejemplo de un Karl Leisner que es ordenado en el campo de concentración y alcanza a celebrar una sola misa. El ejemplo de un Jakob Gapp que en la noche antes de ser guillotinado escribe:

"He aquí que llego al final de la batalla.
Arrestado hace casi ocho meses por defender la fe cristiana,
el pasado día del Sagrado Corazón,
me anunciaron mi condena a muerte.

Me he batido sólo por una causa:
que los hombres alcancen libremente la salvación eterna.
He defendido la fe con mis palabras y con mis obras,
llega el momento de hacerlo con la vida entera.

Hoy tendrá efecto la sentencia.
A las siete me presentaré ante mi buen Salvador
a quien siempre he amado ardientemente.
No os entristezcáis por mí.
Todo pasa sólo el cielo queda
He vivido, sin duda, momentos muy amargos, desde mi detención.

He vivido días hundido en la más obscura tristeza,
pero he tenido la oportunidad de prepararme mejor para mi muerte.
Derramar la sangre por Cristo y por su Iglesia
ha venido a constituir mi mayor ilusión.

Después de haber luchado por largo tiempo contra mí mismo,
he llegado a considerar este día como el más bello de mi vida
Hoy el sacerdocio me aparece más claro y atractivo".

(Extractos de la carta escrita por el P.Gapp el 13 de agosto de 1943 poco antes de ser guillotinado)

P. Octavio Ortíz

 

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Santos Padres: San Agustín - Mt 23, 1-12: Sea yo quien sea, fíjate en lo que se te dice, no en quien lo dice.

De acuerdo con la palabra del Señor, en la Iglesia tenemos dos clases de hombres: buenos y malos. ¿Qué dicen los buenos cuando predican?: Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo (1 Cor 4,16).¿Qué dice la Escritura de los buenos?: Sed ejemplo para los fieles (1 Tim 4,12). Esto me esfuerzo por ser; qué sea en realidad, lo sabe aquel ante quien gimo.

Respecto a los malos se dijo otra cosa: En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos; haced lo que dicen, pero no lo que hacen (Mi 23,2.3). Estás viendo cómo en la cátedra de Moisés, de la que es sucesora la cátedra de Cristo, se sientan también malos; y, sin embargo, enseñando el bien, no perjudican a los oyentes. ¿Por qué abandonaste la cátedra por la presencia de los malos? Vuelve a la paz, regresa a la concordia, que no te molesta. Si enseño el bien y obro el bien, imítame; si por el contrario, no cumplo lo que enseño, tienes el consejo del Señor: haz lo que enseño, mas no lo que yo hago; en todo caso, nunca abandones la cátedra católica.

He aquí que en el nombre del Señor, he de marcharme, y ellos han de seguir hablando. ¿Se acabará alguna vez? Ya de entrada, desentendeos de mi defensa personal. Nada les digáis al respecto; respondedles más bien, hermanos, sobre lo referente al punto que nos separa: «El obispo Agustín está dentro de la Iglesia católica, lleva su propia carga, y de ella ha de dar cuenta a Dios. Sé que está entre los buenos; si es malo, él lo sabrá; y aunque sea bueno, no tengo en él mi esperanza. Esto he aprendido ante todo en la Iglesia católica: a no poner mi esperanza en hombre alguno. Es muy comprensible que vosotros, que habéis puesto vuestra esperanza en los hombres, dirijáis vuestros reproches al hombre». Si me acusan a mí, despreciad también vosotros tales acusaciones. Conozco el lugar que ocupo en vuestro corazón, porque conozco el que ocupáis vosotros en el mío. No luchéis contra ellos por causa mía. Pasad de todo lo que os digan sobre mí, no sea que esforzándoos en defender mi causa, abandonéis la vuestra.

Tal es su obrar astuto: no queriendo y temiendo que hablemos de la causa que representan, nos ponen ante nosotros otras cosas para apartarnos de ello; de esta forma, mientras nos defendemos nosotros, dejamos de acusarles a ellos. En verdad, tú me llamas malo; yo puedo añadir innumerables cosas más; quita eso de en medio, deja mi caso personal, céntrate en el asunto de fondo, mira por la causa de la Iglesia, considera dónde estás. Recibe hambriento la verdad te venga de donde te venga, no sea que jamás llegue el pan a tu mano, por pasar el tiempo reprochando, lleno de fastidio y calumniando al recipiente que lo contiene.
(San Agustín, Comentario al salmo 36,3,20)

 

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Aplicación: J. Gomis - La autoridad si no es servicio se convierte en tiranía

Encontramos en el evangelio que la base de la acusación de JC a los que "hablan desde la cátedra de Moisés" es que pretenden cargar sobre los demás "fardos pesados e insoportables". Es el clásico sistema de convertir la autoridad -cualquier cargo- en un lugar de dominio: los súbditos se quedan abrumados con lo que se les impone y parece que quien ejerce la autoridad cumple imponiendo estas cargas. La tentación -diría que diabólica- consiste en revestir estas cargas con grandes palabras. La autoridad se convierte en tiranía y no en un servicio, impone pero no ayuda. Y esto puede suceder -sucede- tanto con quien tiene mucho poder como con quien tiene poco (las pequeñas autoridades pueden llegar a ser tan tiránicas como las grandes: aquel ministro de la comunión que increpa a la gente porque no colocan bien las manos, aquella catequista que se cree infalible en su concepción de la moral cristiana, aquel consejo parroquial que casi excomulga a los cristianos que no piensan como él...).

Evidentemente, en la organización actual de la Iglesia, los que pueden caer más fácilmente en esta tentación de la autoridad-imposición son los sacerdotes responsables de unas comunidades concretas. Porque muy fácilmente pueden imponer su manera de pensar -ni que sea por motivos aparentemente e incluso subjetivamente muy "cristianos"- sin que sus súbditos tengan frecuentemente otro camino que obedecer, callar o irse.

En cambio, san Pablo presenta una práctica totalmente diversa: NO IMPONE CARGAS SINO QUE ANUNCIA LA BUENA NUEVA -"no como palabra (imposición) de hombres, sino como palabra (anuncio) de Dios"-, y él mismo hace todo lo posible para "no serle gravoso a nadie". Este es el camino para que la autoridad -cualquier ministerio u organismo eclesial- sea de veras un servicio a Dios y al hombre. Un servicio de Iglesia no como una imposición sino como una ayuda.

Pero quizás EL GRAN CRITERIO para lograr este ejercicio evangélico de cualquier cargo en la Iglesia -y podríamos decir incluso que en cualquier sociedad humana- es el de saber y practicar que -como dice JC- "todos vosotros sois hermanos". No creo que en la homilía deba arremeterse más o menos violentamente contra quienes usan estos "títulos" de maestro, padre o jefe. No es cuestión de palabras ni parece que fuera ésta la intención de JC: lo que él pretende es que toda función se ejerza como un servicio, con toda humildad, sabiendo que es una ayuda, no un "creérselo".

Dicho con otras palabras: sólo podrá ser maestro quien se sienta discípulo del único Maestro, padre quien se sienta hijo del único Padre, jefe quien se sienta seguidor del único Señor. Y todo esto se hace verdad -verdad real, concreta y experimentable- no por las palabras usadas para designar los cargos, sino por la práctica de vivir como hermanos. La Eucaristía es una asamblea de hermanos, memorial del único Señor, acción de gracias al único Padre. La presidencia -y todo ministerio litúrgico- es un servicio de un hermano a los demás.

Precisamente porque es un servicio no se puede suprimir, pero hay que ejercerlo bien: no imposición sino ayuda.
(J. GOMIS, MISA DOMINICAL 1978/20)

 

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Aplicación: A. Pronzato - Pero, atención, pues cada uno ha de tomar como dichas a él esas palabras tajantes. Ninguna de ella puede echársele en cara al vecino. El destino único es nuestro

El capítulo 23 de Mateo contiene una serie de invectivas de rara violencia contra los escribas y fariseos, en un crescendo que alcanza tonos incluso brutales.

Alguno se frota las manos: les está bien a estos enemigos de Cristo y a estos oponentes fanáticos de su misión. Precisamente al final de su vida, Jesús ha decidido arreglar las cuentas con ellos y les lanza a bocajarro algunas verdades que dejan señal, una especie de retrato antipático en el que puedan reconocerse. Era necesario, además, que al menos una vez el Maestro "manso" explotase y dijese abiertamente lo que pensaba de esta chusma.

Algún otro se queda perplejo y un poco desconcertado. Advierte, en las palabras llenas de fuego, la exageración y sobre todo el peligro de generalizaciones indebidas y burdas. Hagamos. pues, algunas observaciones preliminares.

1. Jesús no discute la autoridad de estos maestros y la legitimidad de su enseñanza. Tampoco invita a la desobediencia. Solamente les advierte para que no imiten su conducta. Además exhorta a tomar en serio sus lecciones: "Cumplid lo que os digan". Dice P. Bonnard: "Lo que se les echa en cara no es la doctrina, sino la hipocresía".

2. Estas páginas de Mateo han sido escritas en el interior de una Iglesia en la que la tensión con los ambientes oficiales judíos alcanza niveles preocupantes hasta lindar la ruptura definitiva, y las polémicas cada día se hacen más ásperas. Por lo que reflejan, sobre todo, la situación de las primeras comunidades, en conflicto incurable con la sinagoga.

"En esta forma violenta actual la invectiva refleja más la voz de los predicadores eclesiásticos que la del Salvador... El capítulo es una prueba de la predicación antijudía de la primitiva Iglesia". (O. da Spinetoli).

3. En cualquier caso Jesús, más que arreglar cuentas con sus adversarios, ha querido denunciar las desviaciones, las deformaciones de ciertos comportamientos religiosos. Más que tomársela con unas personas concretas, ha pretendido golpear al fariseísmo como enfermedad del espíritu, que ataca a hombres y a instituciones de todos los tiempos (y ninguna área religiosa puede considerarse inmune del contagio) .

Pero veamos cada uno de los capítulos de la acusación.

-Incoherencia. "No hacen lo que dicen". Maestros irreprensibles, pero modelos impresentables.

Lo que dicen no es falso. Pero sus obras desmienten las palabras.

La tradición hebrea siempre ha indicado la relación justa con la ley mediante cuatro verbos: «aprender», «guardar», «enseñar», «hacer».

Un dicho rabínico dice así: «Son hermosas las palabras en la boca de quien las pone en práctica».

Jesús condena una enseñanza sustancialmente ortodoxa, pero que no está acompañada, ilustrada por una praxis igualmente ortodoxa.

La doctrina puede ser verdadera, pero el maestro que la enuncia correctamente puede ser falso.

-Doble medida. Legalismo opresor, juridicismo fiscal frente a los demás, e indulgencia y hábiles escapatorias para sí mismos. «Lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar». Nos podemos imaginar la escena de un amo que prepara un fardo destinado a caer sobre las espaldas, ya magulladas, del esclavo.

Este ya no es el yugo de la torá, ni el yugo de Dios, como se quería hacer creer, porque aplasta al hombre y no puede ser tomado con alegría. Se trata de un acto arbitrario, de abuso de autoridad disciplinar con perjuicio de los débiles, llevado a término por quien, astutamente, encuentra pretextos para dispensarse a sí mismo.

«Liar» aquí significa «declarar obligatorio» (¡para los otros!).

-Ostentación religiosa, vanidad y ambición. "Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame 'maestro '".

La acusación inicial «todo lo que hacen es para que los vea la gente», se especifica con distintos ejemplos que pueden definirse así: gestos espectaculares de piedad. Las filacterias eran una especie de estuches cuadrados normalmente de piel que contenían tiras de pergamino en las que estaban escritos cuatro textos bíblicos importantes (Dt 11, 13-22; 6, 4-9; Ex 13, 2-10; 13, 11-16). Al cumplir los trece años, el israelita varón lleva por la mañana, a la hora de la oración, una cajita sobre la cabeza y otra en el brazo izquierdo. Pero había beatos que llevaban las filacterias durante todo el día, y las hacían grandes para ser vistos.

Las «franjas» son los cuatro flecos colocados en los bordes del manto y unidos por un cordón morado.

La palabra «rabí» con que saludaban a los personajes más importantes, se puede traducir por «maestro mío» o «mi señor» (prácticamente, ¡nuestro «monseñor»!). En cuanto a las ventajas y privilegios, hay que advertir que «en una sociedad, en su mayoría religiosa, era fuerte la tentación de los observantes y devotos de aprovecharse en el plano social y personal del prestigio que se deriva tanto del papel religioso como de las prácticas devotas» (R. Fabris).

La religión se convierte así en un hábito (vistoso) que cubre intereses personales más bien bajos. La práctica religiosa se usa con fines egoístas. Sobre todo, se instrumentaliza a Dios con el fin de construirse el propio monumento. Como se ve, se trata de un cuadro muy severo e inquietante.

Pero, atención, pues cada uno ha de tomar como dichas a él esas palabras tajantes. Ninguna de ella puede echársele en cara al vecino. El destino único es nuestro. Cada uno de nosotros debe sentirse acusado por esas expresiones vapuleantes. Sirven para localizar al fariseo que está agazapado en el secreto de nuestras vísceras.

Y al llegar aquí salta un brusco «vosotros, en cambio...». O sea, debemos hacer exactamente lo contrario de lo que ha sido condenado antes. Ante todo, un poco de coherencia (o de pudor). Evitar el rigorismo inhumano (oh, si en ciertas cátedras moralistas y en ciertos confesonarios hubiese un poco más de competencia. No me refiero a la competencia abstracta y libresca en una materia específica, sino a la competencia en cuanto a vida, de situaciones concretas, de problemas angustiosos, de dramas como los que viven realmente esos pobrecillos sobre los que cargamos ciertos pesos intolerables y a quienes endosamos ciertas sentencias crueles...).

Lo inhumano, el frío acto de acusación, el sentenciar desasido, la rígida aplicación de principios abstractos, ciertamente no promueven la gloria de Dios, y constituyen una traición precisamente a aquella ley que querría hacerse respetar.

Y además, modestia, discreción. Convencerse de que el hábito no llega a cubrir el vacío. Que debemos ser "reconocidos" por los valores que llevamos dentro, no por lo que nos echamos encima. Que -según el lenguaje de los monjes antiguos- un "portador de hábitos" no es necesariamente un "portador de Dios".

Finalmente, desinterés, olvido de sí, reprobación inexorable de todas las pequeñas o grandes vanidades que afloran bajo la costra de nuestras "obras".

Al cuadro negativo de una religiosidad vacía, arrogante, pomposa, formalista, caracterizada por la exterioridad y por un legalismo inútilmente cruel, dominada por hombres ávidos de poder, honores y triunfos, Cristo contrapone el cuadro de una comunidad evangélica, de la que surgen las verdaderas, radicales exigencias de su mensaje; en donde los miembros se reconocen hermanos (advirtamos que el mandato "vosotros, en cambio, no os dejéis llamar "maestro", porque uno solo es vuestro maestro", no viene seguido por la conclusión "y todos vosotros sois discípulos", sino «todos vosotros sois hermanos»); en donde no hay hinchados poseedores de la verdad, sino humildes y apasionados buscadores; en donde hay abundancia de "ministros de la paciencia de Cristo"; en donde los responsables reivindican el colosal privilegio de servir; en donde la grandeza está medida por la... pequeñez; en donde la "carrera" esta determinada por los impulsos de... caridad; en donde quien ejerce la autoridad no oscurece y no tiene la pretensión de sustituir la única presencia del único jefe, sino que la hace visible, casi sensible, con su trasparencia y su capacidad de "desaparecer"; en donde nadie pretende dominar o controlar y manipular a los otros; en donde los únicos títulos válidos son los de la fe y... del "aspirante cristiano". Quede bien claro que quien ha escrito estas lineas no ha logrado todavía salir del primer cuadro.

Lo admito tranquilamente. También yo soy un fariseo. Y si queréis ser generosos en lo que a mí respecta, consideradme como un "fariseo arrepentido", con una vehemente nostalgia... de lo que todavía no soy.
(ALESSANDRO PRONZATO, EL PAN DEL DOMINGO CICLO A, EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1986.Págs. 228-231)

 

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Aplicación: Dom Columba Marmion - La criatura ante Dios - la humildad

La humildad cristiana consiste principalmente en la postura que adopta el alma, no precisamente ante los demás hombres ni ante sí misma, sino ante Dios.

Sin duda que la humildad implica la deferencia para con el prójimo, e incluso, en algunos casos, la sumisión. Cuando el hombre se juzga íntimamente a sí mismo, la humildad le sugiere siempre una saludable modestia. Pero todo esto no es sino consecuencia de una disposición mucho más profunda. La actitud fundamental del alma humilde es la de rebajarse ante Dios y vivir de acuerdo con su condición, pensando y obrando siempre de perfecto acuerdo con la voluntad del Señor. La humildad sitúa al alma ante Dios tal cual es, en su verdadera miseria y en su nada. Podemos, pues, definirla diciendo que es "la virtud que inclina al hombre a mantenerse en la presencia de Dios en el lugar que le corresponde". ¿Qué son los hombres en este mundo? Seres que marchan hacia la eternidad; solamente están de paso. En el orden de la creación, y con mucha mayor razón en la economía sobrenatural, el hombre "no tiene nada que no haya recibido": Quid hábes quod non accepisti? Y añade el Apóstol: "¿De qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?" (I Cor., IV, 7).

La humildad no consiste en tener un conocimiento teórico de esta dependencia, sino en proclamarla voluntariamente por una sumisión efectiva a Dios y al orden por El establecido. En el afán de ajustar la conducta a su verdadera condición, el hombre humilde rechazará todos los deseos de procurar su propia excelencia con independencia de las leyes establecidas por la naturaleza y por Dios.

Según la doctrina de Santo Tomás, la humildad es una virtud que propiamente pertenece a la voluntad, pero que está regulada por el conocimiento: Normam habet in cognitione. ¿Qué conocimiento es este? El de la soberanía de Dios por una parte, y por la otra el de su propia nada. Sobre estos dos abismos, tan distintos el uno del otro, se asoma el alma sin que pueda llegar nunca a escrutarlos hasta el fondo.

Esta confrontación del hombre y del Absoluto divino debe realizarse principalmente en el silencio de la oración. Dice la Escritura: Deus noster ignis consumens est: "Yave, tu Dios, es fuego abrasador" (Deut., IV, 24). Cuanto más nos acercamos a El con espíritu de fe, tanto más experimentamos que se apodera de toda nuestra alma. La misma claridad que nos permite entrever la grandeza de Dios es la que nos descubre nuestra absoluta indigencia.

La humildad consiste en la verdad. Como dice San Agustín: "La humildad debe hermanarse con la verdad y no con la mentira".

Por el contrario, el orgullo comporta siempre y ante todo un error de juicio. El hombre orgulloso se complace desordenadamente en su propia excelencia hasta el extremo de llegar a perder de vista y a despreciar y rechazar el soberano dominio que Dios ejerce sobre él.

Entre todas las inclinaciones que nos incitan al pecado, el orgullo es la más tenaz, la más profunda y la más peligrosa.

Son muchos los grados y las particularidades que presenta este vicio, pero la disposición fundamental del orgulloso consiste en que su alma vive sin preocuparse de bendecir la mano bondadosa que le dispensa todos los beneficios que disfruta. Todos los beneficios divinos, tanto los del orden creado como los del orden sobrenatural, los reputa como cosas completamente normales y naturales. Cuando el hombre está dominado por la soberbia, camina por la vida sin acordarse para nada de los derechos de Dios y de las finezas de su amor. Esta es la razón de porqué el Señor, que se inclina bondadosamente sobre el corazón humilde, abandona al orgulloso en la independencia que reclama: Et divites dimisit inanes.

En el alma del sacerdote, el orgullo no suele revestir caracteres tan graves, pero puede llevarle a perder de vista su dependencia total respecto de Dios y a complacerse en el ejercicio de la autoridad y en el bien que practica, como si todo esto partiera de sí mismo. La humildad es necesaria para todo hombre, pero mucho más para los ministros de Jesucristo.

Guardémonos, sin embargo, de pensar que la humildad paraliza el espíritu de iniciativa y el celo abnegado. Por el contrario, es una fuente de energía moral. Cuando el alma humilde reconoce su debilidad o su indigencia, no lo hace para estarse de brazos caídos, sino para encontrar en Dios, en el cumplimiento de su voluntad, el poderoso resorte de su energía. Esta era la conducta de los santos. Contemplad al gran Apóstol de los gentiles. ¿Dónde se encuentra el secreto de su infatigable entusiasmo? El mismo nos lo dice: "Cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte" (II Cor., XII, 10). Y esto, porque: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Philip., IV, 13). La verdadera humildad siempre va unida a la magnanimidad y a la confianza en el Señor.
(Dom Marmion, "Jesucristo ideal del sacerdote" Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1953 Pág. 158 y ss.)

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Aplicación: Bossuet - La cátedra de Moisés: Cátedra de Jesucristo y de los apóstoles (Mat. XXIII, 1-3).

Después de haber dejado confundidos a los fariseos y a los doctores de la ley con sus respuestas, empieza a descubrir ante el pueblo su hipocresía, principalmente por dos razones. La primera para que el pueblo fuera advertido de sus artificios, que debían ser el mayor obstáculo para su fe. En segundo lugar, para instrucción de los maestros y de los doctores de la Iglesia; a fin de que ellos evitasen con todo cuidado esta hipocresía farisaica, que había hecho tan gran oposición al Evangelio, y que había finalmente hecho perecer sobre la cruz al Hijo de Dios. Antes de salir Jesucristo de este mundo quiso, por lo mismo, dejarnos esta instrucción preciosa.

Entonces, pues, habiendo confundido a todos los doctores de la ley y a los fariseos, Jesús se dirigió a las turbas, que estos hipócritas tenían seducidas, a fin de librarlas de sus engaños, y a sus mismos discípulos, para que evitasen éstos seguir sus malos ejemplos, y les habló de esta manera: «Los doctores de la ley y los fariseos están sentados sobre la cátedra de Moisés» (Mat. XXIII, 2-3). De lo que se deduce: 1°, que su autoridad era legítima; 2º, que estaban abusando de ella; 3°, que serían por ello castigados.

Reflexionemos bien este pasaje y preparémonos para aprovechar este discurso de nuestro Señor de tal manera que nos veamos verdaderamente libres del fariseísmo, según nos lo avisa nuestro Maestro: «Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía» (Mat. XVI, 6); y ¡cuánto queda todavía de esta levadura de los fariseos entre nosotros! Es lo que vamos a ver.

Jesucristo habla a las turbas y a sus discípulos, o sea, al pueblo y a los doctores. Esté cada uno de nosotros atento a las palabras del Salvador y aproveche lo que le convenga de este discurso.

Lo primero que hemos de notar, en esta instrucción del Salvador, es que habiendo de descubrir los abusos y la corrupción que había en la Sinagoga y en sus doctores, él empieza estableciendo la legitimidad de su autoridad y de su ministerio con las palabras más claras y terminantes. Y si no fuera así, al reprender los abusos se introducía un abuso todavía más grande que todos los otros, que seria apartar de la sociedad y despreciar el ministerio de la autoridad, que es de Dios, por causa de los vicios de los que la ejercen. Jesucristo, doctor del género humano, no quiso por esto mismo salir de este mundo sin dejar establecido firmemente este fundamento, que es el remedio a todos los cismas futuros; y, realmente, y realmente no pudo establecerse con más autoridad.

«Los doctores de la ley y los fariseos están sentados sobre la cátedra de Moisés» (Mat. XXIII, 2). Sentados para enseñar, pues ellos tienen autoridad para ello. «Sobre la cátedra de Moisés.» No había cosa más grande para el pueblo del Antiguo Testamento que estar sentado sobre la cátedra del Legislador, de aquel que Dios mismo había escogido para ser el mediador entre él y su pueblo, como lo proclama San Pablo (Gal. III, 19). Es sobre esta cátedra que están sentados los doctores de la ley y los fariseos; ellos representan a los setenta ancianos consejeros, que participaron del espíritu de Moisés para juzgar al pueblo.

Después de haber dejado establecida su autoridad sobre la de Moisés, continúa diciendo: «Observad, pues, y haced todo lo que ellos os dicen» (Mat. XXIII, 3). Atribuye, pues, claramente a la Sinagoga una verdadera infalibilidad; de tal manera que era necesario tener por cierto todo lo que había enseñado constantemente, como dogma revelado por Dios. Pues Jesús no da a nadie el derecho de juzgar sobre ella; y enseña al pueblo que debe obedecerla: «observad y haced».

Reflexionemos, pues, a la vista de esto, la autoridad que deben tener los doctores de la Iglesia cristiana, pues ellos están sentados, no sobre la cátedra de Moisés, sino sobre «la cátedra de Jesucristo y de los apóstoles» (Ef. II, 20), en la que fueron establecidos con una promesa mucho más auténtica, que no los doctores de la Sinagoga, pues la Sinagoga debía pasar y no tenía promesas sino de carácter temporal; por el contrario, a la Iglesia le dijo Jesucristo: «Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos» (Mat. XXVIII, 20).

«Observad, pues, y haced lo que ellos os dicen.» Porque la asistencia, que les ha prometido Dios para enseñar bien al pueblo, no impide la corrupción de sus costumbres particulares, aunque sea en la mayor parte de ellos; por esto prosiguió: «Empero no hagáis según sus obras; porque ellos dicen y no hacen» (Mat. XXIII, 3). Guardaos, pues, de vuestros doctores. Ellos no se atreverán a enseñaros sino lo que realmente ha pasado a ser dogma cierto de la Sinagoga; y si ellos hicieran lo contrario, serían corregidos por la autoridad de la cátedra, por el conjunto de los fieles de la Sinagoga. Pero la disciplina podrá llegar a estar tan corrompida que no se repriman las malas costumbres, la avaricia, la hipocresía, las costumbres particulares de los que buscan, so pretexto de religión, sus propios intereses. Así, pues, haciendo lo que ellos os dicen, no hagáis en manera alguna lo que ellos hacen: id con cuidado, pues, como dice San Agustín, que «al recoger la flor de la buena doctrina entre los cardos, no os lastiméis la mano con los malos ejemplos» (Serm. XLVI in Ecech. n. 22 et Serm. ÍXXXVII de Verb. Ev. Joan. n. 13).

He aquí, en resumen, la instrucción del Salvador, que continuaremos explicando. Pero detengámonos ahora a considerar la conducta maravillosa de Dios, que gobierna de tal manera el cuerpo de los doctores en la Iglesia, que ellos enseñarán máximas santas, aunque, acaso, no las practiquen, pero que su corrupción no pasará al dogma, pues el dogma tiene por sí mismo una raíz tan fuerte, que se sostiene, por sí mismo, aparte de estas flaquezas.

Jesucristo nos previene todavía más de los escándalos, los que serán más grandes y perniciosos cuando los veamos en los doctores y en los pastores. Él quiere que aprendamos a honrar el ministerio, aun en los menos dignos de sus sujetos; pues que la indignidad de los ministros es asunto particular de ellos, pero su ministerio es de Dios.
(Bossuet, "Meditaciones sobre los Evangelios" Ed. Iberia, Pág. 125 yss.)

 

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Ejemplos

"¡Esto no es más que un enano!"

Dios permite a menudo que los hombres más ilustres carezcan de algo corriente en los otros hombres y que en apariencia parece hacerles inferiores a los demás mortales. El Apóstol San Pablo era pequeño y de naturaleza débil, así como el Papa Gregorio el Grande, el Príncipe Eugenio de Saboya, Alejandro de Macedonia, y muchos otros aun. También en un convento de Ancona vivía un monje de mucha virtud llamado Constantino, pero débil y esmirriado de cuerpo. Todos sus contemporáneos le tenían por santo. Atraídos por el renombre de sus virtudes, eran muchos los que acudían al convento aquel, ansiosos de ver de cerca a un hombre de tanta santidad. Entre estos llegó un día un campesino, que apercibiendo al santo monje muy atareado limpiando una lámpara, viéndole tan endeble, exclamó lleno de admiración: "Esto no es más que un enano. No creo que en tan pequeño cuerpo pueda caber virtud tan grande". El piadoso Constantino acertó a oír estas palabras, y con aire satisfecho dijo al campesino: "Tú sí que tienes de mí la opinión más justa que pueda darse". Los hombres humildes no se irritan si se ven menospreciados, porque saben despreciar al desprecio. La mayor virtud siempre la veréis acompañada de la mayor humildad.
(Spirago"Catecismo en Ejemplos" ed. Políglota 1931 Pág. 195 y 199)



Predicar humildad
Cuenta la leyenda que un abad quería encargar a un monje la misión de predicar. Lo enviaron a estudiar teología, y era una maravilla el rigor con que llegó a expresarse sobre los más intrincados misterios; pero el abad no lo veía apto para la predicación. Ensayaron con él un tiempo de trabajo en el huerto del monasterio, donde aprendió una nueva sabiduría: la de quienes están en contacto con la naturaleza; seguía el abad sin ver su aptitud. Tuviéronlo un tiempo en el servicio de portero; pudo así conocer a los hombres de aquella tierra y la opresión a que eran sometidos por el señor feudal. ¡Ardía su alma en deseos de liberarlos!; pero no lo vieron preparado para la misión. Pasó un tiempo de ermitaño solitario, y se llenó de silencio, de contemplación y de amor de Dios; pero no parecía llegado su momento. Al fin se declaró la peste en la comarca, y hubo que dedicarse en cuerpo y alma a la atención de los apestados. Cuerpo y alma quedaron enfermos de tristeza e impotencia y estaba tan mal que hubo de ser atendido por una familia de campesinos. Allí se vio débil y pequeño, se sintió limitado y vulnerable, y se dejó querer y ayudar por aquellas gentes. Fue entonces cuando el abad pudo decirle: "Este es el momento; ahora ve y predica". Todos estamos tocados por la peste universal del pecado y necesitamos ser ayudados, también los que predican.



Luís Pasteur

En un tren que recorría Francia, al rededor del año 1890, Un anciano se sentó a un lado de un jovencito. El anciano, con una biblia bajo el brazo sostenía un rosario, el cual iba rezando...

El joven, al ver esto, interrumpió la concentración del anciano y le dijo: ¿De verdad, señor, usted cree en esa fábula?
A lo que el anciano respondió que sí.

El joven le empezó a decir que la ciencia dice esto, que la ciencia dice aquello, que el génesis tiene tal error, etc.
El señor atento, le decía: mmm... que interesante,

A lo que el joven le empezó a recomendar lecturas, acerca de la revolución, del ateísmo, de ideología, de biología y otros.

El anciano contento le decía: Que interesante, a mi me encanta leer y siempre quiero aprender cosas nuevas... Entonces, después de todo el discurso de joven, en el cual decía cosas como que tener fe era de gente que no creía en la ciencia, etc., le tocó al joven bajarse, por lo que antes le dijo al viejo: Deme por favor su tarjeta de presentación (época en que todo el mundo tenía una) para enviarle los libros. Con un tono de arrogancia.

Con esto, el anciano sacó de su abrigo la tarjeta, se la dio al joven y se despidió amablemente.

Por el otro lado el joven guardó la tarjeta y salió con la frente muy en alto. Luego, después de envolver un paquete con todos los libros, se dirigió al correo.

Entonces, cuando le preguntaron por la dirección donde quería hacer llegar el paquete, el jovencito saco por primera vez la tarjeta, inmensa fué su impresión al ver que decía algo así como;

" Doctor y Profesor, Director General del Instituto de Investigaciones Científicas, Luis Pasteur, Universidad nacional francesa de ciencias y humanidades.
Un poco de ciencia nos aleja de Dios, más un montón de ella nos devuelve a Él. "


Vacío interior

Un día”, dice un autor, “caminaba con mi padre, cuando él se detuvo en una curva; y, después de un pequeño silencio, me preguntó”:

– Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas algo más?

– El ruido de una carreta.

– Sí, es una carreta vacía.

– ¿Cómo sabes, papá, que es una carreta vacía, si no la vemos?

– Es muy fácil saber si una carreta esta vacía por el ruido. Cuanto más vacía va, mayor es el ruido que hace.

A lo largo de mi vida, pensando en la carreta vacía, he comprendido que hay muchos hombres que van por la vida hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de los otros, presumiendo de lo que tienen, menospreciando a la gente. Entonces, pienso en la carreta. Hay demasiada gente que está vacía por dentro y necesita hablar y estar en medio del ruido para acallar su conciencia, porque están vacíos. No tienen tiempo para pensar, ni para leer y no pueden soportar el silencio para reflexionar y hablar con Dios. Por eso, la humildad es la virtud que consiste en callar las propias virtudes y permitirles a los demás descubrirlas.



Humildad
La humildad es como la ropa interior; indispensable, pero indecorosa cuando queda a la vista

(Cortesía: NBCD e iveargentina.org)


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