IGLESIA DEL HOGAR

Para ayudar a los Padres de Familia en el desempeño de su Sacerdocio en la Iglesia doméstica

Servicio de los MSC Misioneros del Sagrado Corazón

 


 

 

 

Domingo 11 del Tiempo Ordinario “A”

 

 

 

Contenido

1. Introducción a la Palabra

1.1 Primera lectura: Éxodo 19, 2-6ª

1.2. Segunda lectura: Romanos 5, 6-11

1.3  Evangelio: Mato 9, 36-10,8

2. Reflexionemos

2. 1 Los Padres

2.2 Con los Hijos.

3. Relación con la Misa

4. Vivencia Familiar

5. Nos habla la Iglesia.

7. Oraciones

7.1. Oración del valiente.

7.2 Himno oriental

7.3 Oración pro los sacerdotes

 

 

 

1. Introducción a la Palabra

1.1 Primera lectura: Éxodo 19, 2-6ª

Cuántas veces que los buenos cristianos se dirigen a un sacerdote o a una religiosa con la súplica: “Por favor, rece por mí. Usted está más cerca de Dios y Él le escucha más que a nosotros”.  Como si los sacerdotes tenemos una conexión directa, más directa a Dios que la gente común.  Recuerdo que una vez una señora, con toda seriedad, me preguntó: “¿Cuáles son los conocimientos secretos que les entregan a ustedes los sacerdotes?”.  No quiso creerme cuando le decía que ella podía saber exactamente lo mismo que los sacerdotes si se pusiera a estudiar, que todo estaba escrito y a disposición de todos.

Esta actitud proviene de un concepto muy especial de lo sagrado. Los hombres  se ven expuestos a problemas, sufrimientos, sorpresas desagradables, catástrofes etc. Buscan protección y seguridad. Buscan a Dios para que los proteja.  Desde los tiempos antiguos había lugares especiales  dedicados al culto de la divinidad. Se considera un recinto sagrado y las personas (sacerdotes) relacionadas o al servicio  eran consideradas santas. Todo lo demás era considerado profano, es decir, lejos de Dios. Esta presentación muy simplificada quiere hacernos entender porqué los cristianos creen que la oración del sacerdote es más eficaz que la de un “simple” cristiano. Él pertenece a lo sagrado (cerca de Dios) y ellos a lo profano (lejos de Dios).

Los bautizados deberíamos saber que desde la encarnación del Hijo de Dios, desde su muerte y resurrección – misterios que nos injertan en el Cuerpo Místico de Cristo por medio del bautismo – ya no hay nada profano. Todos somos consagrados. Todos participamos  de la santidad de Dios. Por eso la Iglesia nos habla del sacerdocio común de todos los bautizados. Nuestra vida, nuestros actos, pensamientos y deseos, toda nuestra existencia ha sido llamada a ser un acto de culto, un servicio a Dios.

Ya en el Antiguo Testamento podemos leer  que Dios consagra a todo  el pueblo de Israel y lo constituyo como “reino de sacerdotes”. En la Nueva Alianza todos tenemos este sacerdocio que es infinitamente superior al sacerdocio del pueblo de Israel. E Iglesia somos todos.

¿Por qué estas explicaciones? Porque hay cristianos aún a tantos años del Concilio Vaticano II no han descubierto que todos participamos del sacerdocio común, es decir, que todos tenemos el derecho y el privilegio de poder ofrecer el culto a Dios. Esto nos hace también comprender que es muy mucha verdad que el hogar cristiano es una Iglesia doméstica en la cual los padres de familia desempeñan el papel sacerdotal de anunciar la Palabra de Dios, dirigir el culto espiritual, i.e. la oración. Leamos esta lectura y démonos cuenta cuánto Dios nos quiere y que todos estamos en igualdad de condiciones ante Dios porque pertenecemos a la nación santa del Señor.

 

1.2. Segunda lectura: Romanos 5, 6-11

Muchas veces pienso que está bien vivir la vida en la fe, es decir, caminar en la oscuridad del “no saber” sino del “confiar” en la providencia de Dios. Anima mucho  el hecho  que Dios nos quiere. Tiene confianza en que tomemos libremente  las decisiones necearías. Esta respuesta a la voluntad de Dios no sería libre si pudiéramos ver a Dios  en toda su gloria. Dios nos aplastaría. Así que el caminar en la nube del “no saber” es para mí oportunidad  de vivir la fidelidad al Señor.

Sin embargo, en otras oportunidades pienso de manera distinta.  Quisiera que Dios me hablara directamente, se manifestara directamente en mi vida para que no haya estoa momentos de desaliento, de depresiones y de angustia. Es en esos momentos que parece ya no haber vida hay vida ni futuro.  Son momentos que nos hacen preguntar al Señor: “¿Dónde estás? ¿Por qué me has abandonado ?”. Parece que nuestros pecados nos aplastan. Parece hasta dudosa nuestra salvación.

Bien a punto viene este pasaje de San Pablo.  ¿Qué más pudo hacer Dios por mí o por ti? Lo ha dado todo. Su propio Hijo  murió por nosotros para que seamos salvos. El Hijo de Dios hecho hombre no  muere en vano. Su muerte salva hasta al pecador más enviciado del mundo. Le pido al Señor que me dé la fe de cantar su alabanza también en los momentos cuando parece estar ausente. Es que su Hijo me salva. Está siempre abierta la puerta de la reconciliación. Aunque haya pecado gravemente, cuando le pido perdón me perdona.

Este pasaje paulino se presta muy bien para transformarlo en oración: “Señor, cuando era tu enemigo, cuando yo estaba todavía sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por mí el impío...”. Siga rezando y alabando al Señor.

 

 

1.3  Evangelio: Mato 9, 36-10,8

“Maravilloso es nuestro Dios”, dice la canción.  Nos mira en nuestro abatimiento y desconcierto y siente compasión. No nos deja abandonados. A través de los siglos llama a sus mensajeros y los envía para que  cuenten a todos los hombres que Dios tiene compasión de todos, que entren a la Iglesia para experimentar su misericordia.

Este evangelio te dice dos cosas: De un lado te asegura que Dios te ama y, del otro lado, te dice que tú también puedes ser obrero que ayuda a recoger la mies. Tú también puedes convocar  a los hombres a que se reúnan en la Iglesia.  Dios te da y te pide, promete y reclama.  De esta manera todos los hombres son llamados. De esta manera todos los cristianos somos llamados a salvarnos y a ser instrumentos de la salvación.

A los apóstoles Jesús les da poder para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. No vemos estos signos entre nosotros. Es cierto que los santos sí han manifestado en su  vida estos signos y han confirmado  así su predicación. A lo mejor no estamos abiertos a que Dios nos dé esta autoridad porque no lo creemos posible.

Abramos nuestro corazón a las palabras de Jesús. Dejemos que nos llame y dejemos que intervenga en nuestra vida con poder.

 

 

2. Reflexionemos

2. 1 Los Padres

¿Entendía Jesús  el advenimiento del reino como algo fuera de las dimensiones humanas? Es el Hijo de Dios hecho hombre y fue hallado semejante a nosotros en todo, a excepción del pecado.  Por eso hizo lo mismo que Dios hiciera en el Antiguo Testamento: formó un pueblo.

Al comienzo fue sólo un grupo reducido. Pero esto grupo fue dueño de una magnifica promesa: “No temas pequeño rebaño, porque  a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el reino” (Lc 12, 32).  Poco a poco este reino toma forma entre los hombres.

Hay muchos indicios de que Jesús no sólo previó este pueblo, sino que además se preocupó de antemano por él. Naturalmente, sería muy humano pensar que  antes de su muerte ya habría tener que establecer las estructuras y la organización de este su pueblo. Se ha limitado a buscar el corazón del hombre. Sería desconocer su persona si  se quisiera hacer de el un profeta sublime que esparce su palabra  sin que esta palabra pueda conformar un pueblo santo.  De Él nació un pueblo nuevo que está llamando a ser fermento y signo en medio de la humanidad. La raza y la alcurnia no cuentan para nada. Lo que cuenta  es la conciencia de la propia imperfección y  el deseo de recibir el reino de Dios, es decir, el anhelo de formar parte de su pueblo sacerdotal. ¿Dónde damos los primeros pasos para ello? En la familia.  Vale la pena reflexionar  cómo este reine ha de llegar a su familia. ¿Cómo?

El pueblo sacerdotal tiene una función insoslayable, la predicación de la verdad.  También aquí  el primer mensaje de la Iglesia es nuestra insuficiencia. Predicamos, también en familia, una verdad que sobrepasa todo cálculo humano. La verdad que lo que recibimos por medio de ella es la misma Palabra de Dios, es Jesucristo mismo.

No se trata de  un manojo de verdades hechas y derechas. Cuando la humanidad vislumbró la revelación de Cristo en ese mismo momento fue acogida y purificada y renovada por todos aquellos que proclaman su pasión y  resurrección.  El acoger esta realidad en familia nos da una enorme ventaja. Podemos discernir  sobre nuestra vida a la luz de Dios.

Expliquémoslo en términos sencillos. Si en la calle x, no. 3, vive una familia católica y en el no. 5 una familia que se llama así misma “sin religión”, la familia no. 3 cuenta con medios para vivir una vida plenamente humana -  fe, el perdón, la oración, el sacramento del matrimonio, la primera comunión, el viático - que representan  la realidad más auténtica del hombre.  Esta realidad entraña  el hacer que la propia vida y las propias capacidades, sociales e individuales, produzcan el mayor fruto posible; vivir de modo que la vida dé una alegría para Dios, y, por ende, para sí mismos y para los demás.  Aun en el caso que de la familia del no. 3 viva deficientemente su fe, siempre es cierto que posee por lo menos las formas de expresión del más profundo anhelo que hay en el hombre.

“Reconoce, cristiano, tu dignidad”. Pero esa dignidad sólo adquiere su verdadero sentido cuando la familia del no. 3 vive de hecho su fe, cuando el vivir y el morir en ella está realmente compenetrada  por la Buena Nueva. Sólo entonces ejerce su “sacerdocio regio” incluso en favor de su vecinos incrédulos.

(Cf. Catecismo holandés).

 

 

2.2 Con los Hijos.

La Iglesia anuncia por todo el mundo la Bueno Nueva y nos enseña. Nos instruye con su predicación y enseñanza, y por medio del culto divino nos introduce cada vez más profundamente  en los misterios de la fe.

Cristo nos habla por medio  de la Iglesia. Esta predica su palabra, enseña en su nombre y es iluminada por el Espíritu Santo.

La Iglesia docente la forman el Papa y los obispos, que están en comunión con él. Tienen la misión de conservar en toda su pureza la doctrina de Cristo y de anunciarla de modo infalible. Cuando el Papa y los obispos unánimemente anuncian algo como dogma de fe, son infalibles, porque Cristo, por el Espíritu santo, preserva a la Iglesia de todo error. En un concilio ecuménico  deciden de común acuerdo si una doctrina ha sido revelada o no por Dios, si es verdadera o falsa.

El maestro supremo de la Iglesia es el Papa. Sin él no puede decidir ningún concilio de manera infalible. En cambio, el Papa, incluso solo,  puede decidir infaliblemente. El Papa es infalible cuando decide sobre doctrina de fe o de moral y manda que sea aceptada por toda la Iglesia. Cristo dijo a Pedro: “He rogado por ti, para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos” (Lc 22, 32).

El obispo enseña a los fieles  de su obispado, sobre todo, mediante el catecismo prescrito por él, mediante la predicación y las cartas pastorales. Por mandato suyo predican y enseñan los sacerdotes.

Loa fieles, con su palabra y ejemplo, tienen el deber de ayudar  a que sus semejantes conozcan la verdadera fe y crezcan en ella. A esto están llamados especialmente los padres, los maestros y los catequistas seglares.

(Catecismo alemán).

 

Parece un pasaje muy denso para que lo comprendan los niños. ¿Como realizar esta reflexión?

 a) Léales el texto tal cual

Haga una especie de competencia  respecto a quien recuerda mejor y lo premia. Al recordar puede explicarlo todo de manera apta par a los niños para que entiendan mejor.

b) Busque una noticia de alguna enseñanza del Papa o de su obispo y compártala con los hijos. Luego en forma resumida explique lo anterior. Después escriba con sus hijos una carta de agradecimiento  al Papa y / o al obispo.

c) Reflexionar cómo ayudar a otras familias para que encuentren la fe.

 

3. Relación con la Misa

La celebración de la Santa Misa  es un actuar recíproco. Dios nos convoca para que, reunidos en asamblea, ofrezcamos  el sacrificio perfecto de su Hijo. La celebración del sacrificio de la Misa nos santifica. Como pueblo santificado somos enviados a dar testimonio del amor de Dios. La Misa dominical debería empujarnos a vivir la fe cada vez con mayor alegría y entusiasmo.

 

 

4. Vivencia Familiar

La Palabra de Dios de este domingo invita a la familia a revisar si, en verdad, corresponde a su vocación de Iglesia doméstica: escucha de la palabra de Dios, hace oración, ayuda a los pobres, da testimonio ante los que no creen, vive concientemente la santificación de todas las realidades vividas.  Esta ayuda que ofrecemos a la familia quiere justamente esto: que la familia viva las riquezas que Dios le ha regalado.

En segunda instancia sugerimos  hacer una lista de las familias del vecindario que no van a Misa o se han alejado de Dios. Rezamos por ellas por turno durante la semana mencionando su nombre.

¿Cuándo se han confesado la  última vez? ¿Cuál debería ser la frecuencia adecuada?  Un indicio consiste en no dejar pasar tanto tiempo entre confesión y confesión para que uno se olvide de sus pecados. ¿Usted se acuerda de los pecados del mes pasado?

 

 

5. Nos habla la Iglesia.

Gracia y responsabilidad de la familia cristiana

La función social de la familia compete, por un título nuevo y original a la familia cristiana, fundada sobre el sacramento del matrimonio. Este sacramento, asumiendo la realidad humana del amor conyugal en todas sus implicaciones, capacita y compromete a los esposos y a los padres cristianos a vivir su vocación de laicos, y, por consiguiente, a buscar el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios.

El cometido social y político forma parte de la misión real o de servicio, en la que participan los esposos cristianos en virtud del sacramento de matrimonio, recibiendo a la vez un mandato al que no pueden sustraerse y una gracia que los sostiene y los anima.

De este modo la familia cristiana está llamada a  ofrecer a todos el testimonio de una entrega generosa y desinteresada a los problemas sociales, mediante la “opción preferencial” por los pobres y marginados. Por eso la familia, avanzando en el seguimiento del Señor  mediante un amor especial hacia todos los pobres, debe preocuparse especialmente de los que padecen hambre, de los indigentes, de los ancianos, los enfermos, los drogadictos o los que están sin familia.

(Juan Pablo II “Misión de la Familia cristiana en el mundo de hoy”, n. 47).

 

 

7. Oraciones

7.1. Oración del valiente.

Señor: Contigo y como Tú. Quiero salir de la vulgaridad, romper el anonimato de los esclavos, dar un paso al frente y seguirte. Ir contigo dondequiera vayas: cuestas y cumbres, incomodidades y sacrificios....

Ahora quiero seguirte   muy de cerca, los pies desnudos y el corazón en llamas: como Tú.  Por la vida y hasta la muerte, con tu gracia, contigo y como Tú. Amén

 

 

7.2 Himno oriental

Dirigiendo a sus íntimos palabra de vida en torno al Reino, dice el Señor: Reconoceréis en mí al Padre el día que broten en mí raudales de luz inaccesible. Entonces cantaréis llenos de gozo y alabaréis al Dios de la gloria.

 

 

7.3 Oración pro los sacerdotes

Señor, para celar tu honra y tu gloria. Todos: Danos sacerdotes santos

Señor, para aumentar nuestra fe        Todos: Danos sacerdotes santos

Señor, para sostener a tu Iglesia        Todos: Danos sacerdotes santos

Señor, para predicar tu doctrina          (Así seguidamente)

Señor, para defender tu causa,

Señor, para contrarrestar el error

Señor, para sostener la verdad,

Señor, para dirigir nuestras almas

Señor, para mejorar las costumbres

Señor, para desterrar los vicios

Señor, para iluminar al mundo

Señor, para enseñar las riquezas de tu corazón

Señor, para hacernos amar al Espíritu Santo

Señor, para que tus ministros sena la luz del mundo y la sal de la tierra.

Oremos: Corazón de Jesús, Sacerdote Santo, te pedimos con el mayor encarecimiento del alma que aumentes de día en día los aspirantes al sacerdocio que los formes según los designios de tu amante corazón. Así sea.

 

 

 

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