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ABRAHÁN EL CREYENTE SEGÚN LA ESCRITURA Y EL MIDRASH (José Pons.-Emiliano Jiménez)

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6. ABRAHAM EN EL HORNO DE FUEGO

Horno de FuegoPasado un año, Nimrod se acordó de Abraham, a quien tenía encerrado en lo más profundo de la prisión. Convocó a su corte, para decidir la suerte de Abraham, a quien no había querido ejecutar en consideración a los servicios de su padre, el fiel servidor Téraj. Los consejeros, por adulación del rey y por envidia de Téraj, sentenciaron por unanimidad:
-Quien ha ofendido al rey, debe morir. Y como ha ultrajado también al fuego, nuestro gran dios, Abraham debe ser quemado vivo. Si el rey está de acuerdo con nuestra sentencia que, durante tres días, se encienda el horno mayor de Caldea y que sea arrojado a él, así dejará de causar molestias a nuestro rey y dios.

El rey se alegró, al comprobar que sus consejeros seguían siéndole fieles y dictaban la sentencia que el deseaba oír. Dio órdenes para que se encendiera inmediatamente el horno. Mientras tanto Nimrod mandó llamar al jefe de su guardia, a quien ordenó que condujera ante sí a Abraham. El comandante de la guardia se postró ante el rey y, sin que apenas se oyera su voz, dijo:
-Mi amado y respetado rey, ¿cómo puedes ordenarme una cosa semejante? Ya ha pasado un año desde que ese hombre está en la prisión y no le he dado ni una gota de agua ni un trozo de pan, siguiendo tus órdenes.
Nimrod le replicó:
-Ve a ver. Tratándose de Abraham, jamás se puede uno fiar. Tú ve, llámalo y, si responde, me lo traes aquí y lo arrojaremos al fuego y, si está muerto, le enterraremos y, así, su nombre será olvidado para siempre.

El jefe de la guardia se dirigió a la prisión, abrió las puertas de la mazmorra y gritó:
-Abraham, Abraham, ¿estás vivo o estás muerto?
-Estoy vivo-, respondió Abraham.
-¿Y quién te ha dado agua para beber y pan para comer?
-Todo me lo ha dado Aquel que todo lo puede, el Señor de señores y Dios Único de cielos y tierra. Sólo El hace cosas maravillosas. El es el Dios de Nimrod, el Dios de mi padre Téraj y de todos los seres del mundo. El sustenta a todas sus criaturas y no deja morir de hambre a quien confía en El.
Más por lo que veía que por lo que oía, el comandante creyó a Abraham y dijo:
-Tu Dios, Abraham, es el Dios verdadero. Testimoniaré en tu favor ante Nimrod, el gran mentiroso, pues tú eres el verdadero profeta del único Dios.

Como todo esto lo estaba gritando, para que le oyera Abraham desde el fondo de la mazmorra, lo guardias pudieron oírlo todo y corrieron a referírselo al rey. El rey mandó que se presentase al instante ante él:
-¿Es que has perdido la razón? ¿Qué es lo que andas diciendo?
-Muy sencillo, lo que he dicho y ahora repito ante ti, es que no volveré a servir a ningún dios falso y engañador como tú.

Nimrod montó en cólera, ordenando que le torturasen y le decapitasen inmediatamente. Pero la cosa no fue tan fácil como el rey se creía. Las espadas rebotaban y se quebraban apenas rozaban el cuello del comandante de la guardia. El terror cundió entre los servidores del rey, que, alarmado por las consecuencias que podía tener el hecho, mandó que le dejaran en libertad y que huyera de su presencia.
Rojo de ira, respirando amenazas, con la mente entenebrecida por la humillación, Nimrod comenzó a impartir órdenes a cual más desatinada:

-Hay que acabar con esta situación. Convocad a todo el pueblo ante el horno de Caldea. Llevad allí a Abraham y, también, a su hermano Harán, a su padre y a su madre con toda la familia. Es la hora de dar un escarmiento ante todo el reino.

Las llamas del fuego subían por encima de los techos de las casas más altas. La gente, con miedo o con regocijo, acudió desde todas las partes. Allí estaban el rey, los ministros, jueces, magos, siervos, soldados y el pueblo entero. Nimrod gritó:
-Arrojad a Abraham al fuego y que venga su Dios y le salve.
Pero apenas uno de los guardias intentó cumplir la orden del rey, la llama del horno se inclinó hacia él, envolviéndolo y abrasándolo al instante. Así ocurrió con el segundo, tercero... Bastaba que uno extendiera el brazo para agarrar a Abraham y una lengua de fuego salía del horno y lo consumía. El pánico comenzaba a cundir entre todos, cuando apareció Satán bajo el semblante humano y propuso a Nimrod que se hiciera una catapulta y se arrojara a Abraham al fuego desde una gran distancia, donde no pudieran alcanzar las llamas.

El ángel Gabriel, que reconoció a Satán, bajo las apariencias de un consejero, voló ante el Señor del cielo y le dijo:
-Señor del mundo, tu gloria llena la tierra y ¿vas a permitir que ese malvado de Nimrod mate a Abraham, tu siervo y profeta? Déjame bajar a apagar el fuego para salvarlo.
Pero el Señor no se lo consintió:
-Haré que un día salves del fuego a otros tres justos (Dn 3). Pero a Abraham, mi amigo, lo salvaré yo mismo.

Satán, que no estaba muy seguro de su estratagema y que tampoco quería perder su batalla contra Abraham, estaba ya convenciendo a la madre de Abraham para que le diera una mano. Esta se acercó a su hijo, para abrazarlo antes de ser arrojado al fuego, y le dijo al oído:
-Hijo mío, póstrate, por una vez, ante Nimrod y salva tu vida y la de tu madre.
-Apártate de mí, madre. Las aguas apagan el fuego de Nimrod, pero el fuego del Señor, mi Dios, no lo apagarán nunca ni las aguas ni otra criatura alguna.
-Hijo mío, que el Señor, tu Dios, te proteja y te salve del fuego de Nimrod.

El Señor escuchó la súplica de la madre y no aguardó más. El Señor mandó su palabra y el fuego se apagó. Los ángeles bajaron y se juntaron a Abraham, paseándose con él en medio del horno y cantando himnos de alabanza al Señor, que manda su palabra y corre veloz.

Harán, el hermano de Abraham, estaba allí dudando. Se decía en su interior: "Si Abraham se salva esta vez, me declararé a favor suyo; y si vence Nimrod, me pondré de su lado".
Cuando vio que ninguno era capaz de arrojar a Abraham al fuego, gritó entusiasta:
-El Dios de mi hermano Abraham es el único Dios verdadero.

Lo apresaron y lo echaron al horno; sus entrañas se quemaron, pues en su interior dudaba del Señor. Salió vivo, pero a los pocos días murió en presencia de su padre, como está escrito: "Y Harán murió en presencia de su padre Téraj" (Gn 11,28). Su corazón no era fiel al Señor, que no mira las apariencias, sino que escruta el corazón y los riñones.

Nimrod estaba perplejo ante lo que contemplaban sus ojos. No comprendía cómo el fuego quemaba a un hermano y no al otro. Pero, viendo cómo eran abrasados sus siervos, sintió miedo y ordenó que sacaran a Abraham del horno, cosa que hizo Abraham por sí mismo. Cuando el rey lo tuvo ante sí, viéndolo sin la mínima quemadura, le preguntó:
-Abraham, siervo del Señor del cielo, explícame cómo es que no se te ha quemado ni un cabello.
-El Señor, en quien confío, me ha salvado de las llamas a las que tú me arrojaste. El Señor todo lo puede y no permite que perezca ninguno de los que confían en El.

El rey, y con él todo el pueblo, se postraron ante Abraham para venerarle, pero él no se lo permitió, gritando:
-No a mí, que soy un hombre como vosotros, sino al Señor, que os ha creado, a El debéis venerar, sólo a El es debido el culto y la adoración, siguiendo sus caminos. El es quien me ha salvado del fuego, El es el que ha formado a todo hombre en el seno de la madre y a todos nosotros nos ha hecho nacer. El, como me ha salvado a mí, salvará a todo el que crea en El y marche por sus sendas.

El rey, impresionado por todo lo ocurrido, quiso congraciarse con Abraham y le colmó de dones, le dio siervos y ganados. También algunos ministros se le ofrecieron como sus siervos, entre ellos Eliezer, que siguió fielmente a Abraham por todos los caminos por donde el Señor le llevó.

Abraham se mostró realmente superior, no sólo a Nimrod, sino también a Noé, que, aparte el hecho de haber plantado una viña y haberse emborrachado, no supo difundir la fe en Dios y, así, no pudo librar a los hombres del diluvio. Con Abraham comenzó el Señor la historia de salvación para toda la humanidad.




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