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CANTAR DE LOS CANTARES -RESONANCIAS BIBLICAS:    2. NEGRA, PERO HERMOSA: 1,5-8

 

Emiliano Jiménez Hernández

Páginas relacionadas

 

 

NEGRA, PERO HERMOSA: 1,5-8
a) Geografía e historia del Cantar

b) Negra, pero hermosa

c) Casta meretriz

d) ¡Mi propia viña no he sabido guardar!

e) Tras las huellas

 

 

Cantar de los Cantares - Cántico sobre el Amor de Dios y la Iglesia y los hombres

 

 

 

a) Geografía e historia del Cantar

La amada, iluminada con la presencia del amado, ve su tez morena. Esto la lleva a evocar toda su historia pasada. Y, como vive su amor en comunidad, con las hijas de Jerusalén, les hace partícipes de su historia: la hostilidad de sus "hermanos de madre" es causa del color oscuro de su semblante. Esa historia iluminada, se hace canto, testimonio del amor del esposo, que no la ha rechazado por el color de su rostro, sino que la ha amado y hecho hermosa a sus ojos.

La amada está en plena tierra de Israel. Evoca los pasos de su vida desde Engadí, el oasis fecundo y espléndido a orillas del desierto de Judá, donde se canta la canción de amor del amigo por su viña: "Una viña tenía mi amigo en fértil otero. La cavó, despedregó y plantó cepas exquisitas. Edificó una torre en medio de ella y excavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agraces. ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? Voy a quitar su valla para que sirva de pasto, voy a derruir su cerca para que la pisoteen; en ella crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella. La viña del Señor es la casa de Israel, son los hombres de Judá su plantel preferido. Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad" (Is 5,1ss). Es la historia pasada de la amada, de la que lleva en su cara morena el recuerdo permanente. Pero ahora sabe que Dios, aunque por un momento oculte su rostro, vela siempre con amor por su viña deliciosa: "Yo, Yahveh, soy su guardián. A su tiempo la regaré, y de noche y de día la guardaré. No me enfadaré más; si brotan zarzas y cardos saldré a quemarlos. Si se acoge a mi protección, que haga las paces conmigo" (Is 27,2ss).

Es la paz que vive ahora la amada. El desierto de su vida se ha transfor­mado en un vergel de delicias, donde florecen árboles cargados de frutas y flores, símbolos para cantar la belleza del amado y de la amada. El o ella, en un intercambio de requiebros, aparecen como "manzano del bosque", "flor de nardo", "ramo florido de ciprés", "lirio de los valles", "rosa entre los cardos". El cedro y el ciprés, con que Salomón levantó el Templo, recubren la casa y el lecho de sus amores. Y con los árboles aparecen aves y animales. Se convoca a tórtolas y palomas, gacelas y ciervas del campo, que vuelan y retozan en torno al amado y la amada, ovejas y cabras. Todo evoca una vuelta a los orígenes del Edén antes del pecado (Gén 2), aunque abierto a una perspectiva escatológica, según la descripción de Oseas, en la que Dios, esposo fiel, anuncia: "Yo sanaré su infidelidad, los amaré graciosamente, pues mi cólera se ha apartado de él. Seré como rocío para Israel; él florecerá como el lirio, echará raíces como el álamo del Líbano; se extenderán sus vástagos, tendrá el esplendor del olivo y el aroma del Líbano. Volverán a sentarse a mi sombra, harán crecer el trigo, harán florecer la viña, que tendrá la fama del vino del Líbano. ¿Qué tiene que ver Efraím con los ídolos? Yo lo escucho y lo miro. Yo soy como un ciprés siempre verde; de mí proceden sus frutos" (Os 14,6-9).

 La creación es testigo y partícipe del amor del amado y la amada, que se visten y elogian con toda la belleza de la tierra. En los seres de la creación, con su belleza y encanto, descubren sus sentimientos y emociones. Un paseo por la policromada geografía del Cantar nos revela el escenario de la historia de Israel. Es la Tierra Santa, don del amado a la amada. Con los ojos de la amada podemos contemplar los montes del Líbano, del Senir y el Hermón; la montaña de Galaad, con sus rebaños de ovejas y cabras; el Sarón con sus flores; el Hesbón de Transjordania y el oasis de Engadí; las ciudades de Tirsa, de Damasco y de Jerusalén; los roquedales y las terrazas, los jardines y los viñedos; los animales salvajes como la gacela, el león y la raposa, el cuervo y la paloma; los sabrosos frutales y las innumerables plantas aromáticas. El Cantar no es un mito, como no lo son los amores de Dios a Israel, de Cristo a su Iglesia.

Los nombres propios, que aparecen en el Cantar, están cargados de historia. Sólo nombrarlos es hacerlos presentes, vivos, memoriales del amor salvador de Dios. El Cantar se puebla de ciudades, que señalan puntos claves de la amplia geografía, pero tan concreta y cercana, donde Dios ha dejado sus huellas salvadoras. Por eso sus nombres son evocadores, rebosantes de simbolismo. La figura esbelta del amado es como el Líbano; su cabeza es como el Carmelo, corona del valle de Esdrelón y gloria de todo el país; el aroma inconfundible del amado se refleja en el racimo de las viñas de Engadí. La amada es narciso del Sarón, la fértil llanura entre Jafa y el Carmelo, que se tapiza de flores durante la primavera; sus cabellos tienen la gracia de la montaña de Galaad con sus cabras negras extendidas por sus colinas; sus ojos son como las albercas de Jesbón, capital del reino de Moab. Es hermosa como la deseable Tirsa; graciosa como Jerusalén, la ciudad gloriosa y santa.

La creación, contemplada con ojos de fe, se convierte en canto al Creador. Los montes y los valles abiertos, los huertos cercados, los minerales y sus metales preciosos, los vegetales y sus árboles, plantas y flores, los animales salvajes y domésticos, los manjares y bebidas... todo concurre para exaltar el gozo del encuentro del amado y la amada. Todos los seres se mueven libres y gozosos en montes perfumados, en huertos fértiles, en jardines deleitables. Es el paraíso recreado, donde Dios desciende a la hora de la brisa de la tarde a pasear con la amada. Ya no hay árbol prohibido. El amado es manzano, que ofrece manzanas a la amada. Todo invita a celebrar el amor en la fiesta de los sentidos. El gozo que se disfruta no produce inquietud, es inocente y hermoso. Todo es luz, flores y cantos. El agua corre alegre, portadora de vida; el viento airea el perfume de las flores. Es el salto del invierno a la primavera, cuando el sol da luz y calor y los árboles echan sus brotes, presagio de sus frutos. La vida se renueva en cada cosa.

 Cantar de los Cantares: negra soy pero hermosa

b) Negra, pero hermosa

 Negra soy, pero hermosa. La asamblea de Israel dice: "negra soy" a mis propios ojos, "pero hermosa" ante mi Creador, que dice "¿No sois acaso como hijos de los etíopes", pero "para mí sois la Casa de Israel!" (Am 9,7). Negra soy por lo que sucedió en el Mar Rojo, pues "fueron rebeldes junto al Mar Rojo" (Sal 106,7), pero hermosa, por haber cantado allí: "El es mi Dios y he de cantarle" (Ex 15,2). Negra por lo sucedido en Mara, donde "murmura­ron contra Moisés, diciendo: ¿Qué vamos a beber?" (Ex 15,24), pero hermosa, pues "Moisés clamó a Yahveh, quien le mostró un madero que echó al agua y se volvió dulce" (Ex 15,24-25). Negra soy por lo sucedido en Refidim, pues "puso por nombre a aquel lugar Tentación y Litigio" (Ex 17,7), pero hermosa, ya que allí "Moisés construyó un altar y lo llamó Yahveh mi bandera" (Ex 17,15).

Negra soy se refiere a lo sucedido en Horeb, cuando "se hicieron un becerro en Horeb" (Sal 106,19), pero hermosa por haber dicho "todo lo que Yahveh nos diga haremos y obedeceremos" (Ex 24,7). Negra soy se refiere al paso por el desierto, donde "¡cuántas veces se rebelaron en el desierto!" (Sal 78,40), pero hermosa, porque en el desierto se levantó el Tabernáculo y "el día que se erigió, lo cubrió la Nube" (Nú 9,15). Negra soy se refiere a los exploradores, porque "difamaron ante los hijos de Israel la tierra que habían explorado" (Nú 13,32), pero hermosa por Caleb y Josué, de quienes se dice "excepto Caleb y Josué" (Nú 32,12). Negra soy se refiere a lo sucedido en Sittim, donde "se estableció Israel y el pueblo comenzó a prostituirse" (Nú 25,1), pero hermosa, porque "surgió Pinjás e hizo justicia" (Sal 106,30).[1]

También dice la asamblea de Israel: "Negra soy" todos los días de la semana, "pero hermosa" el Sábado; o bien "negra soy" todos los días del año, "pero hermosa" el Yom kippur. "Negra soy" por haber hecho el becerro; "pero hermo­sa" por el arrepenti­mien­to. Tengo la iniquidad del bece­rro, pero también el mérito de haber acogido la Torá y haber hecho el Tabernáculo, sobre el que se posó la Shekinah. Soy "como las tiendas de Quedar", que se ven feas por fuera, pero por dentro están decoradas con piedras preciosas y gemas. A pesar de que a los ojos del mundo aparezca sin relevancia, sin embargo en mi interior llevo la riqueza de la Torá. Soy "como las cortinas de Salmá": Así como las cortinas se ensucian una y otra vez, y una y otra vez se lavan, así también Israel, a pesar de que se ensucia con las maldades que comete todos los días del año, cuando llega el Yom Kippur les sirve de expiación (Lv 16,30), de modo que "aunque fueran vuestros pecados como la grana, quedarán blancos como nieve" (Is 1,18).

 La pequeña hija de Sión nace en Israel, su tierra, entre los hititas y los amorreos. Nace entre las naciones, de las que toma su carácter rebelde, inconstan­te, infiel. Pero conserva la herencia de sus madres: la nobleza de Sara, la gracia cautivadora de Rebeca, la belleza y pasión de Raquel. Cuando era aún una niña, el Señor la vio y se prendó de ella. Con amor, ardiente y celoso, decidió ser para ella Salomón, el Príncipe de paz. Se la llevó al desierto, para hablarle al corazón y enamorarla. Es el tiempo de los primeros amores, que ni él ni ella olvidarán. La primavera del amor hizo del desierto un paraíso. Negra como las tiendas de Quedar, por el sol y pruebas del desierto, pero hermosa con el reflejo del esplendor del Sinaí, cubierta de gloria por la palabra del Señor. Bajo la nube luminosa corría tras el amor del Señor, sin importarle por dónde la llevaba. En su corazón sentía la voz del amor: "para ir donde no sabes has de ir por donde no sabes". Para llegar a la cámara nupcial, el amor abría caminos donde no hay caminos. Como la sed guía hacia la fuente, el amor conduce a la alianza.

"No os fijéis en que soy morena, pues me ha quemado el sol. Los hijos de mi madre se airaron contra mí, me pusieron a guardar viñas; ¡mi propia viña no he podido guardar!". Dijo Israel a las naciones: Vosotras no me despreciéis porque soy negra como vosotras, puesto que he adorado lo que vosotras adoráis, y me he postrado ante el sol y la luna (Dt 4,19;17,3). Profetas de mentira han provocado contra mí la ira del Señor, enseñándome a servir a vuestras iniquidades y a caminar según vuestras leyes (Dt 13,2ss). Por ello no he servido a mi Dios y no he caminado según sus leyes y no he guardado sus preceptos y enseñanzas.

También dice a los profetas: No os fijéis en mi tez morena, pues Moisés no entró en la tierra prometida por decir: "¡Escuchad, rebeldes!" (Nú 20,10). También Isaías dijo "habito en medio de un pueblo impuro de labios impuros" y Dios le reprendió: ¡Isaías!, que digas de ti mismo "soy un hombre de labios impuros", puede pasar, pero no que insultes a mi pueblo. Por ello un Serafín voló hacia él con un carbón encendido (Is 6,6) y quemó la boca del que había calumniado a los hijos de Dios. Lo mismo le sucedió a Elías, que dijo: "ardo en celo por Yahveh, pues los hijos de Israel han abandonado tu alianza" (1Re 19,14). El Señor le replicó: Es la alianza hecha conmigo, no contigo; "derruido tus altares": Se trata de mis altares, no de los tuyos; "y asesinado a espada a tus profetas": Se trata de mis profetas, ¡y a ti qué te importa! No le quedó más salida que decir: "Es que quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela". Y Dios le replicó: ¡Elías, antes de acusar a estos, ve y acusa a esos otros: "anda, vuelve tu camino por el desierto hacia Damasco" (1Re 19,15).

 

Cantar de los Cantares: casta meretriz

c) Casta meretriz

 "Negra soy, pero hermosa", dice la Iglesia, congregada de entre los gentiles (He 21,25), a las hijas de Jerusalén. Ella no puede atribuirse la nobleza de origen de las hijas de Jerusalén, descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. Le ha tocado en suerte morar en las tiendas de Quedar (Sal 120,5). Sin embargo,  olvidando su pueblo y la casa paterna (Sal 44,11), llega a Cristo. Por ello, no teme levantar el velo de su cara y revelar el origen de su existencia; iluminada, reconoce: "negra soy", pero tengo mi belleza, que me viene de la creación, en que fui hecha a imagen de Dios (Gén 1,27). Y ahora, al acercarme a Cristo, he recobrado mi belleza. Realmente podéis comparar­me, por la oscuridad de mi color, con las tiendas de Quedar y con las pieles de Salomón. Quedar, ciertamente, desciende de Ismael (Gén 25,13), pero también él tuvo parte en la bendición divina (Gén 16,11ss), que en mí se ha cumplido según el anuncio del profeta: "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira, las tinieblas cubren la tierra; la oscuridad, los pueblos; pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora. Echa una mirada en torno, mira, todos esos se han reunido, vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos... Los rebaños de Quedar los reunirán en ti; sus ovejas subirán en holocausto agradable a mi altar y mi hermosa Casa la hermosearé aún más" (Is 60,1ss).

Y las pieles de Salomón, con que me comparáis, ¿no son acaso las pieles de la tienda de Dios (Ex 25,2;26,7)? La belleza visible del Tabernáculo del testimonio, comenta Gregorio de Nisa, no era nada en comparación de la belleza escondida en su interior. Tapices de lino fino y cortinas de pieles de cabra, recubiertos de púrpura violeta, constituían el aspecto externo del Tabernáculo. Pero en su interior  brillaba el oro, la plata y las perlas preciosas en las columnas, las basas, los capiteles, el turíbulo, el altar para el sacrificio, el arca, el candelabro, el propiciatorio, los varales... (Ex 26). Su belleza brillaba como el centelleo del arco iris. Es la belleza del "Tabernáculo verdadero, erigido por el Señor", que refulge en su interior por la belleza de los misterios escondidos tras el velo de las imágenes de la Escritura, que nos invitan a superar la letra y a penetrar en su espíritu. La amada es la morada del Señor; en su interior se halla el Santo de los Santos. Todo creyente lleva velado, ¡en vaso de barro!, este tesoro del Evangelio de la gloria de Dios (2Cor 4,1ss).

¡Me extraña, pues, que vosotras, hijas de Jerusalén, queráis echarme en cara mi color oscuro! ¿Cómo no recordáis lo que padeció María por criticar a Moisés cuando éste tomó por esposa a una etíope negra (Nm 12,1ss)? Yo soy aquella etíope,  negra ciertamente por mi linaje, pero hermosa por la penitencia y por la fe, pues he acogido en mí al Hijo de Dios, he recibido al Verbo hecho carne (Jn 1,14). Me he revestido del que es imagen de Dios, primogénito de toda criatura (Col 1,15) y resplandor de su gloria (Heb 1,3); así me he vuelto hermosa. Canta San Juan de la Cruz: "No quieras despreciarme, que, si color moreno en mí hallaste, ya bien puedes mirarme después que me miraste, que gracia y hermosura en mí dejaste".

Esto puede decirlo cada alma que, después de sus ­muchos pecados, se convierte y hace penitencia. Negra por los pecados, hermosa por los frutos de la penitencia. De ella se dice con admiración: "¿Quién es ésa que sube toda blanca, recostada sobre su amado?" (Cant 8,5). Se hizo negra porque bajó al pecado; cuando comience a subir, recostada sobre el amado, adherida a él, se irá emblanqueciendo hasta ser totalmente blanca y entonces, eliminada toda negrura, resplandecerá envuelta por el resplandor de la verdadera luz del sol de justicia (Ml 3,20; Jn 1,9s). Entonces ella misma será llamada luz del mundo (Mt 5,14). Aquel día se cumplirá el salmo: "De día el sol no te quemará ni la luna de noche" (Sal 120,6). El sol tiene doble poder: ilumina a los justos y quema a los pecadores, porque éstos, al obrar mal, odian la luz (Jn 3,19-20). El Señor es luz para los justos y fuego para los pecadores. Comenta san Gregorio: "No os extrañéis de que, a pesar de estar negra por mi pecado y emparentada con las tinieblas por mis obras, me haya amado mi esposo. Porque, con su amor, me ha hecho bella, cambiando su belleza por mi deformidad; tomando él la suciedad de mis pecados, me ha comunicado su propia pureza, me ha hecho partícipe de su propia hermosura".

 Con otras palabras también lo dice Filón de Carpasia: Negra por los pecados, bella por la conversión. Negra por mí misma, bella por la clemencia del esposo, que me concede la conversión y el perdón de los pecados. Aunque era negra como las tiendas de Quedar, cuyos habitantes nunca abandonan la idolatría (Jr 2,10-11), sin embargo el esposo me vistió con las pieles de Salomón, me introdujo en el templo santo y me revistió de su santidad. Mientras vivía en la locura de la idolatría, guardando sus viñas, ¡mi propia viña no pude guardar! Me quemó el sol hasta que "el más hermoso de los hijos de Adán" (Sal 44,3), me escondió a la sombra de sus alas (Sal 16,8), imprimiendo en mí la luz de su rostro (Sal 4,7), adornándome con el esplendor de su gloria (Sal 89,16).

Cristo mismo dice que no vino a llamar a conversión a los justos, sino a los pecadores (Lc 5,32), haciéndoles "brillar como antorchas en el mundo" (Flp 2,15), mediante el bautismo de regeneración. Es lo que ya contempló David en la ciudad celeste, fundada sobre los montes santos (Sal 86). En ella nacen a la vida, como ciudadanos de Jerusalén, los paganos y pecadores, Rahab la prostituta, los habitantes de Babilonia, de Tiro y de Etiopía. La prostituta se vuelve virgen casta y los negros de Etiopía luminosos. Pues, cuando el esposo toma a uno, aunque sea negro como las tiendas de Quedar, lo hace hermoso, haciéndole partícipe de su gracia y hermosura. Lo hace Templo de Salomón, es decir, del rey de la paz, que viene a habitar en él. Así lo entiende San Bernardo en un discurso de navidad: "Animada la Iglesia del sentimiento y del espíritu del Esposo, su Dios, acoge en su seno a su amado para que repose en él, mientras que ella misma posee y conserva para siempre el primer lugar en su corazón. Es ella la que ha herido el corazón de su esposo; es ella la que ha hundido el ojo de la contemplación hasta el abismo profundo de los secretos divinos. El y ella han hecho su eterna morada en el corazón uno del otro". La encarnación de Cristo es un misterio nupcial.

La Iglesia, amada de Cristo, no es una realidad espiritual ideal, lejos de nuestra experiencia. La esposa amada está formada de bautizados, es decir, de pecadores llamados por Dios de las tinieblas a la luz. La Iglesia es a la vez santa y pecadora: casta meretriz, como la llaman los Padres. El esposo la ama a pesar de su pecado. Es amada con un amor destinado a cambiar su fealdad en belleza. "Soy negra, pero hermosa, hijas de Jerusalén". Con esta declaración, la esposa, que ha gustado el amor del Esposo, da testimonio a los demás de las maravillas que él ha hecho en ella, invitándolas a gozar de sus amores. No os admiréis, les dice, si me ha amado a mí, pues no soy distinta de vosotros. El me ha embellecido con su amor, mientras era negra por el pecado. El ha cambiado mi fealdad, revistién­dome de su belleza, tomando sobre sí mis pecados. Es lo que dice Pablo a Timoteo: "Doy gracias a Cristo Jesús que me consideró digno de colocarme en el ministerio a mí, que antes fui blasfemo, un perseguidor y un insolente... Es cierta y digna se ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo. Y si encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna" (1Tim 1,12-17). "Sed, pues, como yo, pues yo soy como vosotros" (Gál 4,12).

 La esposa no quiere que desesperen las hijas de Jerusalén, que la contemplan. Les abre el corazón y les muestra su vida pasada: Aunque ahora en mí resplandece la belleza, fruto del amor del Esposo, yo sé muy bien quién era antes de que él me encontrara; no era luminosa, sino negra, envuelta en las tinieblas del pecado. También vosotras, aunque os veáis negras como las tiendas de Quedar, levantad los ojos y mirad a vuestra madre, a Jerusalén, pues podéis ser transformadas en "pieles de Salomón", es decir, ser transformadas en el Templo (1Cor 3,16) del rey, revestidas de su belleza y de su paz. Pablo no se cansa de insistir en el amor de Dios hacia nosotros, que éramos pecadores y enemigos suyos, haciéndonos luminosos y dignos de amor por su gracia (Rom 5,6-11).

Dios se complace en la simplicidad, abaja de sus tronos a los soberbios y exalta a los humildes. El Señor prefiere lo que el mundo desprecia. La verdadera belleza, que enamora al Amado, no es la que el mundo busca y aprecia: "Ha escogido Dios lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Ha escogido Dios lo despreciable, lo que no es, para reducir a nada lo que es. Para que nadie se gloríe en la presencia de Dios. De él os viene el que estéis en Cristo Jesús, a fin de que el que se gloríe, se gloríe en el Señor" (1Cor 1,27ss)

El creyente no olvida nunca su origen. Vive siempre en la simplicidad de su alma nómada, como extranjero, peregrino por este mundo, sin instalarse en los palacios de la tierra. Canta siempre a su amado: "¡Qué deseables son tus moradas. Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne se alegran por el Dios vivo. Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre. Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación: cuando atraviesan áridos valles, los convierten en oasis; caminan de altura en altura hasta ver a Dios en Sión. Un solo día en tu casa vale más que mil fuera; prefiero el umbral de la casa de Dios a vivir con los malvados. Porque el Señor es sol y escudo, él da la gracia y la gloria" (Sal 84). Ligera y libre, la amada marcha por el mundo, sin sentirse del mundo. Su patria no es la tierra; su verdadera patria es el corazón del Amado, por el que suspira continua­mente. Sabe que es bella solamente porque es amada. Sólo el amor da belleza a su rostro. El amor es siempre creador de belleza. De lo vil saca lo bello (Jr 15,19). También los habitantes de Quedar están invitados a entonar el cántico nuevo: "Cantad a Yahveh un cántico nuevo, llegue su alabanza hasta el confín de la tierra, alégrese el desierto con sus tiendas, las explanadas en que habita Quedar" (Is 42,10s).

En el interior de su simplicidad lleva el tesoro del amor de Dios, como esperanza del mundo. Su aparente esterilidad es fecunda de vida. Por eso se la invita a saltar de alegría: "Grita de júbilo, estéril que no dabas a luz, rompe a cantar de alegría, porque la abandonada tendrá más hijos que la casada. Ensancha el espacio de tu tienda, despliega tus lonas, alarga tus cuerdas, clava bien tus estacas, porque te expandirás a derecha e izquierda. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades desiertas. No temas, que no te avergonzarás; ni te sonrojes, que no te afrentarán; olvidarás la vergüenza de tu juventud y la afrenta de tu viudez. El que te creó te tomará por esposa: Yahveh Sebaot es su nombre, el Santo de Israel" (Is 54,1ss).


Cantar de los Cantares: mi viña

 

 

d) ¡Mi propia viña no he sabido guardar!

La esposa sabe que el Creador no la hizo negra. Al principio no era así. Plasmada por las manos luminosas de Dios, se ennegreció por el pecado. El sol la quemó. En la parábola del sembrador, la semilla no cae sólo en el buen corazón. La generosidad del sembrador le lleva a sembrar su palabra sobre todos, también en el corazón de piedra, en el corazón con espinas y sobre el camino, donde es pisada (Mt 13,3-7). Al explicar la parábola, refiriéndose a la que cae sobre la piedra, se dice que brota en seguida por no tener hondura de tierra, "pero al salir el sol se agostó y, por no tener raíz, se secó" (Mc 4,5-6). Se trata del sol de la tentación (Lc 8,13). La semilla era buena, pero apenas germinada, ante la prueba se agostó y no dio fruto. El sol, vez de alumbrarla y hacerla luminosa, la quema y la vuelve negra. Sólo a quien levanta los ojos al Señor, que hizo el cielo y la tierra, confiando en él, "de día el sol no le hará daño ni la luna de noche" (Sal 120). En cambio, el sol hace daño si su calor no es reparado por la nube del Espíritu, que es la nube que el Señor extiende como protección de sus rayos abrasadores.

En el principio el hombre, puesto en el paraíso, disfrutaba de todos los dones que el Señor le otorgaba, sin necesidad de procurárselos por sí mismo. Pero, "los hijos de mi madre se airaron contra mí, me pusieron a guardar viñas y ¡mi propia viña no he podido guardar!". La insidia de mis enemigos me despojaron de todos mis bienes, haciéndome perder la herencia, la propia viña, que Dios me había dado. Así me convertí en guardiana de las viñas ajenas, yendo tras los bienes terrenales, fuera del paraíso. Seducida por mis instintos, hermanos míos de madre, me perdí a mí misma, guardando viñas engañosas. Es lo que enseña Pablo: "Sabemos que la ley es espiritual, mas yo soy de carne. Realmente mi proceder no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Queriendo hacer el bien, es el mal lo que hago. Me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros, que me esclaviza a la ley del pecado, que está en mis miembros" (Rom 7,14ss). La esposa confiesa: Esta lucha interior es obra de mis hermanos, hijos de mi madre, pero enemigos de mi salvación. Vencida por ellos, no he guardado mi viña, he perdido el paraíso, y "mi piel se ha ennegrecido sobre mí" (Job 30,30). "¡Ay, cómo se ha deslucido el oro más puro! Los hijos de Sión eran más blancos que la nieve, más blancos que la leche; eran más rojos que corales, con venas como zafiros, ahora están más negros que hollín, no se les reconoce en la calle, pues la culpa de la hija de Sión supera al pecado de Sodoma" (Lam 4,1ss).

 Como fruto del pecado, "vuestra tierra es desolación; vuestras ciudades, hogueras de fuego. Ha quedado la hija de Sión como cobertizo en viña, como choza en pepinar, como ciudad sitiada" (Is 1,7-8). Privada, por su desobediencia, de los frutos que custodiaba (Gén 2,15), ahora se ve forzada a cultivar otras viñas, "las viñas de Sodoma y de Gomorra, que producen uvas venenosas, cuyos racimos son amargos y su vino, un veneno de serpiente, mortal ponzoña de áspid" (Dt 32,32-33). "De su maldad está lleno el lagar y las cavas rebosan" (Joel 4,13). Por esto, -se lamenta la esposa-, me he vuelto negra, porque, cultivando la zizaña del enemigo (Mt 13,25), no he guardado mi viña. Es el lamento de los profetas: ¿Cómo ha podido volverse prostituta la fiel ciudad de Sión, tan llena de equidad y justicia? (Is 1,21); ¿cómo ha sido abandonada la hija de Sión? (Is 1,8); ¿cómo yace solitaria la ciudad populosa? ¡Como una viuda se ha quedado la grande entre las naciones! La Princesa entre las provincias está sujeta a tributo (Lam 1,1). ¿Cómo se ha vuelto negra la que inicialmente resplandecía con la luz verdadera? (Jn 1,9). Ah, "¡cuántos pastores devastaron mi viña, convirtieron mi parcela deseada en desolado desierto!" (Jr 12,10). Señor "tú arrancaste una vid de Egipto; echaste a los extraños, la plantaste; preparaste el terreno para ella, echó raíces, llenó la tierra; cubriéronse los montes de su sombra, y de sus ramas los elevados cedros; extendió sus sarmientos hasta el mar, hasta el río sus brotes. ¿Por qué has demolido su cerca y la vendimia cualquier viandante, la pisotea el jabalí del bosque, y las fieras salvajes allí pacen? ¡Pastor de Israel, despierta, tú que guías a Israel como un rebaño! (Sal 80,1.9-14).

Con la luz del amado, recobrado de nuevo, a la amada se le ilumina la raíz de sus desgracias: Todo esto me ha sucedido porque no he guardado mi viña. En exilio, extranjera entre los míos, me he hecho infiel y no he custodiado mi viña, por ello me he visto privada de sus frutos. Despojada de todo, he tenido que cubrir mi desnudez "con una túnica de pieles" (Gén 3,21). ¡Ay!, ¿quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! (Rom 7,24). Gracias al amor de mi vida, que se ha vuelto hacia mí, soy de nuevo hermosa y radiante de luz. Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador porque ha puesto sus ojos en la pequeñez de su sierva (Lc 1,46).

Sin embargo,  la esposa ha aprendido a no fiarse de sí misma. Por eso, eleva al Esposo su oración: "Dime tú, amor de mi vida, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía, para que no ande  tras los rebaños de tus compañe­ros". ¿Dónde apacientas el rebaño, tú, que eres el buen pastor y cargas sobre tus espaldas a la oveja descarriada y la devuelves al redil? (Lc 15,5ss). El amor gratuito despierta en ella el amor y el deseo de estar con el amado a la luz plena del mediodía.

 

Cantar de los Cantares: tras tu huellas

e) Tras las huellas

Cuando le llegó a Moisés el tiempo de partir de este mundo, dijo ante el Señor: Se me ha revelado que este pueblo pecará contra ti e irá al exilio (Dt 31,27.29). Dime cómo les proveerá, pues habitarán entre naciones de leyes duras como la canícula y el ardor del sol a mediodía. ¿Por qué deberán vagar con los rebaños de los hijos de Esaú y de Ismael, que te asocian como compañero de sus ídolos? El amado responde a la amada: "Si no lo sabes, oh la más bella de las mujeres, sigue las huellas de las ovejas y lleva a pacer tus cabras al jacal de los pastores". Así dijo el Señor: "Yo iré en su busca para poner fin a su exilio" (Ez 34,13.16). Yo les haré salir de en medio de los pueblos y los reuniré de las regiones; iré en busca de la oveja perdida. La Asamblea de Israel, que es como una niña hermosa a la que ama mi alma, caminará por la vía de los justos, aceptando la guía de sus pastores y enseñando a sus hijos, que son como cabritas, a ir a la sinagoga y a la casa de estudio. En recompensa se les proveerá en el destierro, hasta que mande al rey Mesías. El les guiará (Ez 34,23) con dulzura a su jacal, que es el santuario que para ellos construyeron David y Salomón, pastores de Israel (Sal 78,70-72).

Moisés, pastor fiel del Señor, se lo transmite a Josué: Te entrego este pueblo, que yo he guiado hasta aquí. No te entrego un rebaño de carneros sino de corderos, pues aún no han practicado suficientemente la Torá; aún no han llegado a ser cabras o carneros, según se dice: "Si no lo sabes, ¡oh la más bella de las mujeres!, sigue las huellas del rebaño y pastorea tus cabrillas junto al jacal de los pastores" (Cant 1,8). La morada de los pastores fieles es la morada del Señor.

Según Gregorio de Nisa, la Iglesia dice a su esposo: Muéstrame los prados de fresca hierba, condúceme a las aguas de reposo (Sal 22,2), sácame y condúceme a la hierba que nutre, llámame por mi nombre, para que oiga tu voz (Jn 10,16). Yo soy oveja tuya, dame con tu voz la vida eterna. Dime, dónde pastoreas, para que yo encuentre el pasto de la salvación y me nutra con el alimento celestial, sin el que no se puede tener vida (Jn 3,5). Yo correré hacia ti, que eres la fuente de la vida, y beberé la bebida, con la que tú sacias a los sedientos, el agua que brota de tu costado (Jn 19,34), con la esperanza de que en mí surja la fuente que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14). Con esta comida y bebida me harás reposar al mediodía contigo en la paz y luz sin sombra. Hazme, pues, hijo de la luz y del día, tú que eres el sol de justicia (Mal 3,20), para que no pierda el camino, siguiendo las sendas de otros rebaños, no de ovejas, sino de cabras, cuyo redil ha sido rechazado a la izquierda (Mt 25,32ss).

Al mediodía el sol golpea implacable y "nada escapa de su calor" (Sal 19,7). "El sol a mediodía abrasa la tierra, ¿quién puede resistir su ardor? Un horno encendido calienta al fundidor, un rayo de sol abrasa a los montes, una lengua del astro calcina la tierra habitada y su brillo ciega los ojos" (Si 43,3-4). La amada no quiere correr en esta hora de un aprisco a otro. Por ello suplica al amado: Muéstrame dónde llevas a sestear el rebaño a mediodía, es decir, en la hora de la pasión, cuando se extienden las sombras sobre toda la tierra (Mt 27,45). Que no me suceda como a los apóstoles, que en aquella hora se dispersa­ron, escandali­zados de la cruz. Es la hora de la tentación, ya que al "herir al pastor se dispersan las ovejas" (Mc 14,16ss). El mediodía, cuando los pastores reúnen sus rebaños en torno a un pozo, es la hora de las discusiones y peleas (Gén 13,7; 21,25s; 36,7). Es la hora en que la amada necesita estar con el amado, su salvador (Ex 2,16; Gén 29,1ss). Es la hora de hallar al esposo sentado junto al pozo para recibir de él agua viva, el agua que apaga toda sed, para no tener que ir vagabunda detrás de tantos maridos (Jn 4,1ss).

Al grito anhelante de la esposa responden las "hijas de Jerusalén", la Iglesia madre: "Si no lo sabes, tú, la más bella de las mujeres, sigue las huellas de las ovejas, y lleva a pastar tus cabritas junto al jacal de los pastores". Sigue las huellas de los pastores que yo elegí para conducir a mis ovejas al monte de Sión, morada de los verdaderos pastores. Allí encontrarás "al Dios en cuya presencia anduvieron Abraham e Isaac, al Dios que ha sido mi pastor desde que existo hasta el día de hoy" (Gén 48,15). Pues en Belén, la menor de las familias de Judá, cuando dé a luz la que ha de dar a luz, "El se alzará y pastoreará con el poder de Yahveh" (Miq 5,1ss).

 

Cantar de los Cantares

 



     [1] El Midrás sigue la historia con Jos 7,1.19; 1Re 21,27; 2Re 6,30...

 


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