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EZEQUIEL, Parábolas, alegorías, cantos, enigmas y acciones simbólicas: 12. UN REFRÁN QUE NO GUSTA A DIOS

 

Emiliano Jiménez Hernández

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El profeta Ezequiel: un refrán que no le gusta a Dios

 

 

                                     12. UN REFRÁN QUE NO GUSTA A DIOS

 

La historia crea ciertos interrogantes difíciles de responder. El profeta Ezequiel se encuentra en medio de los desterrados en Babilonia, que le plantean sus preguntas acuciantes. Y Ezequiel no se conforma con repetir las respuestas tradicionales. Eso hacen los amigos de Job y Dios les descalifica, sentenciando: “Mi ira se ha encendido contra ti (Elifaz) y contra tus amigos, porque no habéis hablado con verdad, como mi siervo Job” (Jb 42,7). El profeta está puesto ante Israel como centinela para darle la palabra viva de Dios y no una palabra muerta, aprendida.

Después de la caída definitiva de Jerusalén, entre los desterrados corren voces amargas, intentando explicar lo sucedido. Algunos dicen que el presente del pueblo es consecuencia del pasado, no precisamente fruto de los pecados de la generación actual, que no merecía tan enorme castigo, sino fruto de los pecados acumulados de Manasés y otros como él (2R 23,31-24,4). A lo largo de la historia, Israel, según esta interpretación tradicional, ha colmado la medida del pecado, ha desbordado la copa, agotando la misericordia divina y dando paso a su ira. ¿Es justo que Dios haga pagar a la presente generación los pecados de los padres? Si Dios toma en cuenta, para castigar, los pecados de los padres, ¿por qué no tiene en cuenta la bondad de Josías, de Ezequías y otros como ellos?

Con amargura, más que con arrepentimiento, se lamentan: Dios ha roto la alianza sellada con Abraham, la promesa hecha a David. Nos hemos quedado sin el culto, que nos permitía renovar esa alianza, con la confesión del pecado y el perdón de Dios. Lejos de la tierra prometida, de la ciudad santa, con el templo derruido, ¿qué esperanza nos queda? Víctimas de un pasado del que no somos responsables y sin esperanza de un futuro, ¿qué podemos hacer? A alguien se le ocurre un refrán o les llega de Jerusalén, pues Jeremías también lo recoge (Jr 31,29-30). Muy pronto está en boca de todos, hasta llegar su rumor a los oídos de Dios, que le dice a Ezequiel:

El profeta Ezequiel: un refrán que no le gusta a Dios

-¿Por qué andáis repitiendo este proverbio en la tierra de Israel: Los padres comieron el agraz, y los dientes de los hijos sufren la dentera? (18,2).

Dios urge a su profeta a desmentirlo. Dios puede romper la cadena del pasado y crear un futuro nuevo. Junto a la responsabilidad colectiva, que une solidariamente a los miembros de la comunidad entre sí y con sus padres, Ezequiel anuncia la responsabilidad personal. Dios mira a cada uno singularmente. Dios pone ante cada uno “la vida y la muerte”, para que él elija libremente (Dt 30,15). Y esto vale para los israelitas y para todo hombre: “Delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él elija” (Si 15,11-17). No vale echar la culpa a los padres para burlarse de la justicia divina, que proclama con la boca de Ezequiel:

-Por mi vida, oráculo del Señor Yahveh, que no repetiréis más este proverbio en Israel.  Mirad: todas las vidas son mías, la vida del padre lo mismo que la del hijo, mías son. El que peque es quien morirá (18,3-4).

Ezequiel recoge la respuesta de Dios y la aplica a diversos casos: un padre, un hijo y un nieto. El padre es justo, el hijo es malvado y sanguinario, el nieto en cambio es justo, ¿quién de los tres vivirá y quién deberá morir?:

-El que peque es quien morirá; el hijo no cargará con la culpa de su padre, ni el padre con la culpa de su hijo: al justo se le imputará su justicia y al malvado su maldad (18,20).

En el refrán se esconde un reproche a Dios y también una especie de resignación como si la situación actual fuera ya insuperable. Es como si la gente se dijera: “No hay remedio, nuestros pecados acumulados son demasiados para cargar con su peso; no saldremos nunca de este estado de postración, ya no hay esperanza para nosotros”; “se ha desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros” (37,11). Esta desesperación cierra las puertas a la conversión. Es una excusa cómoda para seguir en el pecado. Ezequiel, en nombre de Dios, reacciona contra ellos. Ellos, sintiéndose inocentes, preguntan: ¿Es justo que paguen justos por pecadores? Ezequiel les replica que para él todos, padres e hijos, comieron agraces, todos se volvieron escoria (22,18-22).

El profeta Ezequiel: un refrán que no le gusta a Dios

Ezequiel, con esta palabra, invita a los exiliados a no esconderse detrás del pasado infiel de los padres, para seguir haciendo lo mismo que ellos. Dios les llama hoy a conversión. Dios les ofrece hoy la vida. Dios les abre hoy un camino nuevo. El pasado no puede ser para ellos una bola de acero ligada a sus pies, para impedirles caminar hacia el futuro. Ahora que han perdido la confianza ritualista en el templo, Ezequiel apela a la conciencia de cada a persona. Dios, en el destierro, ofrece un nuevo comienzo. Ezequiel está allí en medio de los desterrados para transmitir la llamada de Dios a empezar a formar la nueva comunidad de Israel. Ezequiel desciende a casos particulares, en un amplio examen de conciencia, al mismo tiempo que resuelve las objeciones que le plantean. Frente al refrán repetido de los israelitas, Dios repite el suyo. Ezequiel se lo dice en forma de pregunta y como afirmación directa: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (18,23.33). Es un principio que recorre toda la Escritura (Sb 1,13) hasta llegar a Cristo, hecho hombre para que el hombre tenga vida y abundancia de vida (Jn 10,10). Esa es la voluntad de Dios según Pablo (1T 2,4-6) y Pedro (2P 3,9).

El profeta, según el significado de la palabra griega profeta, es la persona que habla “ante alguien” y “en nombre de alguien”. La dimensión pública de su misión es fundamental. Como centinela, el profeta tiene en sus manos la trompeta que resuena en toda la ciudad. Pero, al mismo tiempo, el profeta busca suscitar un eco en la conciencia de cada persona y no sólo del pueblo en general. Nosotros pertenecemos a un cuerpo comunitario, somos hijos de Adán pecador. Pero el pecado original, sembrado en nosotros como una herencia, fructifica en nuestros pecados personales. La dimensión comunitaria y personal se unen y complementan. Dios puede cancelar el pasado en la virtud o en el vicio si el hombre se convierte: cae de la altura en el abismo del mal o se alza del abismo y se vuelve a Dios por el arrepentimiento. Esto es lo que Dios desea y busca con todo el amor de su corazón, por lo que dice:

-Convertíos y apartaos de todos vuestros crímenes; no haya para vosotros más ocasión de culpa. Descargaos de todos los crímenes que habéis cometido contra mí, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel? Yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere, oráculo del Señor Yahveh. Convertíos y vivid (18,30-32).

El elenco de obras que nos da Ezequiel se centra en el amor a Dios y al prójimo, prescindiendo de las prescripciones rituales sobre lo puro y lo impuro. El camino de Dios, que conduce a la vida (18,32) es fruto de un corazón nuevo y de un espíritu nuevo (18,31), incompatible con la idolatría, el adulterio, la violencia, la retención de la prenda prestada por el pobre, la rapiña, la negación de la limosna, el préstamo con interés o usura, el falso testimonio... Son transgresiones personales del amor a Dios y al prójimo, de las que no cabe culpar a los padres. Quien las comete morirá.

Ezequiel con esta palabra se acerca al Evangelio de Jesucristo, que nos muestra el amor del Padre a los pecadores. Toda palabra de Dios, brotada de este amor, busca tocar al hombre no sólo en la piel, sino penetrar en su carne y huesos, hasta hundirse en la médula más profunda del ser, para remover las aguas interiores, herir y provocar, suscitando la fe y la conversión y, de este modo, recibir el don de la vida.

Los acontecimientos del exilio prueban evidentemente que Dios castiga “hasta la cuarta generación”, pero también prueban que Dios “tiene misericordia por mil generaciones”(Dt 5,9-10; Ex 20,5-6). La misericordia de Dios atraviesa la historia sin límites. Dios ofrece a cada generación un nuevo comienzo. Dios llama a cada persona a comenzar una nueva vida. Es posible romper la cadena del pasado, abriéndose a un futuro nuevo y maravilloso.

 El profeta Ezequiel: un refrán que no le gusta a Dios

 


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