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Figuras bíblicas:  VII. RENOVACION A LA VUELTA DEL EXILIO

EMILIANO JIMENEZ HERNANDEZ

Páginas relacionadas 

 

1. Vuelta del exilio

2. Esdras y Nehemías

3. Daniel

Figuras bíblicas del Antiguo Testamento

1. VUELTA DEL EXILIO

            A la vuelta del exilio todo se renueva. El Cronista escribe de nuevo la historia de Israel. Largas listas genealógicas desde Adán a Esdras unen el pequeño resto de repatriados con las generaciones pasadas. Los débiles judíos del siglo V son los descendientes del Israel elegido por Dios. Las genealogías muestran la fidelidad de Dios, que no ha dejado extinguirse a su pueblo; lo ha acompañado siempre con la bendición de Abraham y de David. Jerusalén y el Templo son el punto de entronque con la historia de salvación. En la celebración se actualiza la historia. El culto, memorial de la historia de salvación, se hace canto de alabanza y motivo de oración confiada para el tiempo presente de reconstrucción. De este modo la comunidad de Israel mantuvo su identidad de generación en generación.

            Con el exilio, la tierra prometida quedó desolada; en ella no queda nada, ni Templo, ni ciudad, ni habitantes. Sólo un resto, un pequeño grupo permanece en Babilonia. Y queda la fidelidad de Dios, Señor de la historia. Y Dios, Señor de la historia, es el Creador, puede comenzar de nuevo, hacer realidad una nueva era. El Señor que incitó a Nabucodonosor para llevar a su pueblo al destierro, ahora suscita a Ciro para devolver a su pueblo a la tierra de sus padres. "El corazón del rey es una acequia a disposición de Dios: la dirige a donde quiere" (Pr 21,1).

            Dios guía la historia según sus planes. Por ello la anuncia de antemano por sus profetas. Jeremías, con palabras y gestos, anunció el destierro y la vuelta. Pero el gran cantor de la vuelta es Isaías, que vio en la lejanía el destino de Ciro y lo anunció como salvador del pueblo de Dios. El anuncia la buena noticia con toda su fuerza salvadora. La ciudad de Jerusalén está esperando sobre las murallas la vuelta de los cautivos. Un heraldo se adelanta al pueblo que retorna de Babilonia. Cuando los vigías divisan a este mensajero, dan gritos de júbilo que resuenan por la ciudad y se extienden por todo el país. "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas noticias, que anuncia la salvación, que dice a Sión ya reina tu Dios. ¡Una voz! Tus vigías alzan la voz, a una dan gritos de júbilo, porque con sus propios ojos ven el retorno de Yahveh a Sión. Prorrumpid a una en gritos de júbilo, soledades de Jeru­salén, porque ha consolado Yahveh a su pueblo, ha resca­tado a Jerusalén" (Is 52,7‑9). "Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá: Ahí está vuestro Dios. Ahí viene el Señor con poder" (Is 40,9).

Decreto del Rey Ciro Persa Israel vuelve a su tierra

            El heraldo pregona la victoria de Dios. La salvación de Israel viene con la palabra del anuncio. Yahveh pone en la boca del mensajero la noticia que alegra el corazón del pueblo. La hora de la actuación de Yahveh ha irrumpido. La salvación de Dios es realidad. Dios libera a los cautivos y congrega a los dispersos. El llanto se cambia en gozo. Las ruinas de Je­rusalén exultan. Las cadenas se rompen. Hasta la aridez del desierto florece para saludar a los que retornan. Ya reina tu Dios; ya puedes celebrar tus fiestas (Neh 2,1). Con el retorno del Señor se anuncia al pueblo la consolación, se le comunica la paz.

            El anuncio se hace realidad en el decreto de Ciro: "En el año primero de Ciro, rey de Persia, el Señor, para cumplir lo que había anunciado por boca de Jeremías, movió a Ciro a promulgar de palabra y por escrito en todo su reino:

Ciro, rey de Persia, decreta: El Señor, Dios del cielo, me ha entregado todos los reinos de la tierra y me ha encargado construirle un templo en Jerusalén de Judá. Los que pertenezcan a ese pueblo, que su Dios los acompañe y suban a Jerusalén de Judá para construir el templo del Señor, Dios de Israel, el Dios que habita en Jerusalén. Y a todos los supervivientes, dondequiera que residan, la gente del lugar les proporcionará plata, oro, hacienda y ganado, además de las ofrendas voluntarias para el templo del Dios de Jerusalén (Es 1,1-4).

            De este modo comenzó la vuelta de los desterrados en procesión solemne hacia Jerusalén. No vuelven todos, sino sólo los que Dios mueve. Algunos prefieren las seguridades adquiridas en Babilonia y allí se quedan. El "resto", en oleadas sucesivas, emprenden el retorno, en busca de la tierra prometida por el Señor y dada a sus padres. El nuevo Exodo, como el primero, es obra enteramente de Dios, que mueve al rey y también a los israelitas, que habían conservado la esperanza suscitada por los profetas. El retorno mismo es una experiencia salvífica. Como en la liberación de Egipto, también ahora Dios acompaña a su pueblo, le abre caminos, rehace su alianza con ellos, movido por su amor. Los que se habían contagiado con los ídolos y habían perdido la esperanza en la salvación se quedaron en Babilonia, lejos de Jerusalén, la santa ciudad de Dios. Los ricos, que confiaban en sus riquezas, no vieron el milagro de la presencia salvadora de Dios. Sólo los pobres de Yahveh, que confiaban únicamente en El, se pusieron en camino y subieron a reedificar el templo de Jerusalén.

Vuelta del exilio

            Lo primero que levantan es el altar para ofrecer en él holocaustos matutinos y vespertinos en la fiesta de las Tiendas. A los dos años de su llegada a Jerusalén comienzan la reconstrucción del Templo. Al ver puestos los cimientos, todo el pueblo alabó al Señor con cantos de alegría. Pero pronto cundió el desaliento ante la oposición de enemigos de Israel. Las obras se suspendieron durante quince años. Dios entonces suscitó los profetas Ageo y Zacarías para alentar al pueblo a continuar la tarea apenas comenzada. "El templo se terminó el día tres de marzo, el año sexto del reinado de Darío. Los israelitas -sacerdotes, levitas y el resto de los deportados- celebraron con júbilo la dedicación del templo, ofreciendo un sacrificio expiatorio por todo Israel" (Es 6,15-17). Y como al regreso a la tierra, la primera fiesta fue la de las Chozas, así ahora, terminado el Templo, la primera fiesta va a ser la de la Pascua. Se repite de nuevo el Exodo. Como los israelitas, al entrar en Canaán, celebraron en seguida la Pascua con los primeros frutos de la tierra, cerrando el ciclo de la salida de Egipto y de las Tiendas del desierto, así la nueva etapa se inaugura también con la celebración solemne de la Pascua: "Los deportados celebraron la Pascua el día catorce del mes de abril. Los levitas, junto con los sacerdotes, inmolaron la víctima pascual para todos los deportados. La comieron los israelitas que habían vuelto del destierro y todos los que se unieron a ellos para servir al Señor, Dios de Israel. Celebraron con gozo la fiesta de los Azimos durante los siete días; festejaron al Señor porque les había dado fuerzas para trabajar en el templo del Dios de Israel" (Es 6,19ss).

 

2. ESDRAS Y NEHEMIAS

a) Esdras, el escriba

            "Después de estos acontecimientos" (Es 7,1), subió de Babilonia a Jerusalén Esdras, descendiente de Aarón, el escriba versado en la ley del Señor. Esdras inaugura una misión de suma importancia en la reconstrucción de la comunidad de Israel. Como escriba, lee, traduce y explica la Torá al pueblo (Ne 8,8). "La mano bondadosa de Dios estaba con él" (Es 7,6.9). Esdras aplica su corazón a escrutar la Ley de Yahveh, a ponerla en práctica y a enseñarla a Israel.

Regreso a Israel desde el exilio

            El escriba Esdras busca el encuentro con Dios en la meditación asidua de su Ley (Sal 119). En el Eclesiástico tenemos la más bella descripción del escriba: "Se entrega de lleno a meditar la Ley del Altísimo; escruta la sabiduría de sus predecesores y dedica sus ocios a estudiar las profecías. Examina los relatos de autores célebres y penetra en los repliegues de las parábolas. Busca el misterio de los proverbios y da vueltas a las parábolas. Aplica su corazón a ir bien de mañana donde el Señor, su Creador y ora ante el Altísimo: ante El abre su boca para pedir perdón por sus pecados. Si el Señor lo quiere, él será lleno de espíritu de inteligencia. Dios le hará derramar como lluvia las palabras de su sabiduría, y en la oración dará gracias al Señor. Dios guiará sus consejos prudentes, y él meditará sus misterios. Comunicará la enseñanza recibida y se gloriará en el Señor. Muchos alabarán su inteligencia y su recuerdo perdurará por generaciones. La comunidad comentará su sabiduría y la asamblea cantará su alabanza. Mientras viva, tendrá fama entre mil, que le bastará cuando muera" (39,1ss).

Esdras lee la torá en el templo

            Dios se mantiene fiel con la comunidad de Israel, retornada del exilio. Mediante la liturgia del Templo y la actividad de los sacerdotes y levitas forma la asamblea santa de su pueblo. Se trata de recrear el nuevo Israel con espíritu y corazón nuevos. La Ley del Señor será la norma de su fe y de su vida. En torno al Dios único, al Templo único, a la única Ley de la Alianza se mantendrá vivo su pueblo. El resto de los salvados será la simiente del nuevo Israel. Probada al crisol del destierro, la comunidad puede fijar su tienda en torno a la casa de Dios, establecerse en Jerusalén, "dándonos una estaca de tienda en su santo lugar, un refugio, iluminando así nuestros ojos" (Es 9,8).

 

b) Nehemías, el gobernador

            Con el escriba Esdras va unido para siempre el nombre de Nehemías, nombrado Gobernador. "También es grande la memoria de Nehemías, que nos levantó las murallas en ruinas, puso puertas y cerrojos y reconstruyó nuestras moradas" (Eclo 49,13).

Nehemías regresa a Jerusalén

 

            Las lamentaciones de Jeremías lloraron la destrucción de la muralla de Jerusalén (Lam 2,8). El salmista ora por su reconstrucción (Sal 51,20). Isaías había anunciado esa reconstrucción. Los desterrados se dedicaron, en primer lugar, a la reconstrucción del templo. El profeta Zacarías hasta considera innecesaria la muralla de la ciudad, defendida por Dios: "Yo seré para ella muralla de fuego en torno" (Zac 2,9). En realidad la ciudad siguió sin muralla unos setenta años. Era la misión reservada a Nehemías, como narra él mismo en sus confesiones autobiográficas: "El mes de diciembre del año veinte me encontraba yo en la ciudadela de Susa cuando llegó mi hermano Jananí con unos hombres de Judá. Les pregunté por los judíos que se habían librado del destierro y por Jerusalén. Me respondieron: Los que se libraron del destierro están pasando grandes privaciones y humillaciones. La muralla de Jerusalén está llena de brechas y sus puertas consumidas por el fuego. Al oír estas noticias lloré e hice duelo durante varios días, ayunando y orando al Dios del cielo" (Ne 1,1ss).

            Ante las noticias recibidas, Nehemías, como en otro tiempo Moisés, abandona la corte de Artajerges, donde era copero del rey, para visitar a sus hermanos, se interesa e intercede ante Dios por ellos. Su oración es una confesión del pecado del pueblo con una súplica de perdón al Dios fiel a la Alianza. Al llegar a Jerusalén inspecciona el estado de la muralla, comprobando que estaba derruida y las puertas consumidas por el fuego. Entonces se presentó a los sacerdotes, a los notables y a la autoridades y les dijo: "Ya veis la situación en que nos encontramos. Jerusalén está en ruinas y sus puertas incendiadas. Vamos a reconstruir la muralla de Jerusalén para que cese nuestra ignominia" (Ne 2,17). Todos se pusieron manos a la obra con entusiasmo, aunque pronto tuvieron que vencer las burlas y oposición de los samaritanos, que sembraban la vergüenza, el desánimo y el miedo entre el pueblo. Uno decía: "¿Se creen estos estériles judíos que van a resucitar unas piedras calcinadas?" (Ne 3,34).  Otro añadía: "Déjalos que construyan. En cuanto suba una zorra abrirá brecha en la muralla de piedra". Nehemías no les replica, se vuelve a Dios y ora: "Escucha, Dios nuestro, cómo se burlan de nosotros. Haz que sus insultos recaigan sobre ellos y mándalos al destierro para que se burlen de ellos. No encubras sus delitos, no borres de tu vista sus pecados, pues han ofendido a los constructores" (Ne 3,36).

Nehemías reconstruye el muro de Jerusalén

            La mejor respuesta a las burlas de los enemigos es la actividad incesante y los resultados patentes. Nehemías consigna: "Seguimos levantando la muralla, que quedó rematada hasta media altura". Pero los enemigos no cejan en su oposición. Como las burlas no surten efecto, pasan a las intimidaciones. Se confabulan para luchar contra Jerusalén y sembrar en ella la confusión. Los constructores tienen que montar guardia en torno a la muralla día y noche para vigilarlos. Nehemías tiene que alentar al pueblo cansado y desanimado: "No les tengáis miedo. Acordaos del Señor, grande y terrible, y luchad por vuestros hermanos, hijos, hijas, mujeres y casas". Dios desbarató los planes de los enemigos y pudo seguir la obra. Con todo, los que construían la muralla estaban armados; con una mano trabajaban y con la otra empuñaban el arma. Todos los albañiles llevaban la espada al cinto mientras trabajaban. "Así seguimos trabajando desde que despuntaba el alba hasta que salían las estrellas". Todos dormían vestidos y con las armas al alcance de la mano.

            En menos de dos meses, a pesar de la oposición externa y las dificultades internas, se terminó la reconstrucción de la muralla. La obra era un milagro de Dios, que había infundido confianza en sus fieles: "El veinticinco de septiembre, a los cincuenta y dos días de comenzada, se terminó la muralla. Cuando se enteraron nuestros enemigos y lo vieron los pueblos circundantes se llenaron de admiración y reconocieron que era nuestro Dios el autor de esta obra" (Ne 6,15). Al inaugurar la muralla se buscaron levitas por todas partes para traerlos a Jerusalén y celebrar la inauguración con una gran fiesta y con acciones de gracias, al son de platillos, arpas y cítaras. Una inmensa procesión gira en torno a la muralla para entrar en la ciudad y dirigirse al templo. Los cantores entonan salmos: "Dad la vuelta en torno a Sión, contando sus torreones" (Sal 48), "El Señor rodea a su pueblo ahora y por siempre" (Sal 125). "Ha reforzado los cerrojos de sus puertas y ha bendecido a sus hijos" (Sal 147). La fiesta fue solemne y alegre "porque el Señor les inundó de gozo. La algazara de Jerusalén se escuchaba de lejos" (Ne 12,43).

Nehemías repoblación de Jerusalén

            Rodeada la ciudad de su muralla almenada, "como corona real" (Is 62,3), se aprecian los vacíos internos, por falta de casas y vecinos: "La ciudad era espaciosa y grande, pero los habitantes eran escasos y no se construían casas". La repoblación de Jerusalén es la siguiente tarea de Nehemías, para que sea la "ciudad bien compacta" descrita por el salmista (Sal 122,3). Una ciudad poblada de numerosos habitantes es lo que ya había anunciado Isaías: "Porque tus ruinas, tus escombros, tu país desolado, resultarán estrechos para tus habitantes. Los hijos que dabas por perdidos te dirán otra vez: mi lugar es estrecho, hazme sitio para habitar" (Is 49,19-20). También lo había anunciado Ezequiel: "Acrecentaré vuestra población, serán repobladas las ciudades y las ruinas reconstruidas" (Ez 36,10.33). Nehemías se encarga con celo de repoblar Jerusalén: "Las autoridades fijaron su residencia en Jerusalén, y el resto del pueblo se sorteó para que, de cada diez, uno habitase en Jerusalén, la ciudad santa, y nueve en los pueblos. La gente colmó de bendiciones a todos los que se ofrecieron voluntariamente a residir en Jerusalén" (Ne 11,1-2).

 

c) Renovación interior

            Esdras ha levantado los muros del Templo y Nehemías ha reparado las brechas de la muralla. Pero para reconstruir el pueblo de Dios no basta con la reconstrucción exterior. Es necesario renovar interiormente al pueblo. Bajo el impulso de Esdras y Nehemías la comunidad de Israel se reconstruye y adquiere hondura espiritual con la proclamación de la Palabra de Dios, la celebración penitencial, la celebración de las fiestas y la renovación de la Alianza con Dios.

            La Alianza con Dios es lo que da sentido a toda la obra reconstructora de Esdras y Nehemías. Esta celebración, que no puede ser ritualística, se prepara con la proclamación gozosa de la Palabra y con la confesión dolorosa de los pecados. "Todo el pueblo se reunió como un solo hombre en la plaza que se abre ante la Puerta del Agua. Esdras, el escriba, pidió que le llevaran el libro de la Ley de Moisés, que Dios había dado a Israel. Desde el amanecer hasta el mediodía estuvo proclamando el libro a la asamblea de hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Todos seguían la lectura con atención. Esdras estaba de pie en el estrado de madera que había hecho para esta ocasión. Esdras y los levitas leían el libro de la Ley del Señor, traduciéndolo e interpretándolo para que todos entendieran su sentido. Al oír la Palabra de Dios, la gente lloraba. Esdras, Nehemías y los levitas dijeron al pueblo: Hoy es un día consagrado al Señor, vuestro Dios. No estéis tristes ni lloréis. Al mediodía les despidieron: Id a casa, comed manjares exquisitos, bebed vinos dulces y enviad porciones a los que no tienen nada, porque hoy es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes que la alegría del Señor es vuestra fuerza. El pueblo hizo una gran fiesta, porque habían entendido las palabras que les habían enseñado" (Ne 8,1ss).

Nehemías redescubre la fiesta de las tiendas

            En el libro de la Ley se encontraron con la fiesta, para ellos olvidada, de las Tiendas. Con gozo inaudito la celebraron, viviendo durante siete días al aire libre bajo las tiendas de ramas de olivo, pino, mirto y palmeras. Durante los siete días Esdras siguió proclamando en voz alta el libro de la Torá. El octavo día celebraron solemnemente la liturgia penitencial, con ayuno, vestidos de saco y polvo. La asamblea confesó sus pecados y los de sus padres ante el Señor, su Dios. Y Esdras, en nombre de todos, rezó:

Tu, Señor, eres el único Dios, creador de todo, pues a todos das vida. Tú eres el Dios que elegiste a nuestro padre Abraham e hiciste con él una alianza. Viste luego la aflicción de nuestros padres en Egipto y les liberaste con grandes signos y prodigios. Bajaste al monte Sinaí y hablaste con ellos desde el cielo. Les diste tu santa Ley por medio de Moisés. Pero ellos, olvidando tus prodigios, desoyeron tus mandatos. Pero Tú, Dios del perdón, clemente y compasivo, paciente y misericordioso, no los abandonaste. Multiplicaste sus hijos como las estrellas del cielo y los introdujiste en la tierra que habías prometido a sus padres. Pero indóciles, se rebelaron contra ti, se echaron tu Ley a las espaldas, mataron a tus profetas, que los invitaban a volver a ti. Los entregaste en manos de sus enemigos, que los oprimieron. Pero en su angustia clamaron a ti y tu, por tu gran compasión, los escuchaste y les enviaste salvadores, que los libraron de sus enemigos. Pero al sentirse tranquilos hacían otra vez lo que repruebas. Te volvieron la espalda sin querer escucharte. Fuiste paciente con ellos durante muchos años hasta que los entregaste en manos de los pueblos paganos. Mas por tu gran compasión no los aniquilaste, porque eres un Dios clemente y compasivo. Ahora, Dios nuestro, tú que eres fiel a la alianza, no menosprecies las aflicciones que nos han sobrevenido desde el tiempo de los reyes asirios hasta hoy. Eres inocente de cuanto nos ha ocurrido: ¡Nosotros somos culpables! (Ne 9,6ss).

            Hecha la confesión arrepentida del pecado, el pueblo renueva la Alianza con Dios, aceptando su Ley, como lo hiciera la asamblea de Israel en el Sinaí: "Haremos cuanto ha dicho el Señor". Los pobres, tantas veces humillados, se han hecho humildes. Esta humildad les abre el corazón al amor de Dios, sellando con confianza la Alianza con El. A El alzan su cabeza, a El dirigen su corazón, a El confían toda su vida. Desnudos han llegado a Jerusalén, desposeídos de todo. Sólo les queda como seguridad la fidelidad firme de Dios, el único que no defrauda sus esperanzas. Abiertos a los insondables caminos de Dios, ellos son los que acogerán al Salvador. En un pobre, Jesús de Nazaret, que no tiene donde reclinar la cabeza, verán la salvación de Dios. "Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres. Ha escogido Dios lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte" (1Cor 1,25ss).

Daniel en oración

 

3. DANIEL

            Dios lleva adelante su historia de salvación. No se agota su potencia creadora. Cuando parecía acabada la inspiración profética, Dios suscita a Daniel que, con la apocalíptica, recoge la herencia de la profecía. Con sus visiones interpreta la historia, predice el destino de los Imperios y mantiene la esperanza en Dios, salvador de toda opresión. La lectura que hace de la historia, viendo el sucederse de los Imperios que han dominado a Israel, es fuente de esperanza para Israel, que en su pequeñez no pasa, porque Dios permanece para siempre y es fiel. El final es siempre victorioso. El Señor de la historia instaurará su reino definitivo y universal. La historia es apocalipsis, revelación de Dios.

            Con relatos y leyendas, revestidos de imágenes grandiosas y plásticas, nos presenta el desenvolverse de la historia. La estatua gigantesca que rueda por tierra al simple toque de una piedrecita que se desprende y rueda desde la montaña, el emperador convertido en fiera, el festín del emperador Baltasar, los jóvenes en el horno de fuego, Daniel en el foso de los leones, las cuatro fieras con el anciano de figura humana son algunas de la imágenes con las que nos describe la larga historia de los pueblos, que se alzan y caen, yendo en escala descendente cada vez menos potentes. De este modo reaviva la fe en el Señor de la historia.

            El pueblo de Dios puede estar en la prueba, contemplar su insignificancia, pero sabe que todo el poder, toda estatua "hechura de manos humanas", termina en polvo. El futuro está en las manos de Dios. El emperador, aunque en su arrogancia se sienta dios, se verá transformado en una fiera, apartado de los hombres, compartiendo la hierba como los toros, mojado de relente. El hombre que se exalta, sin mantener su lugar ante Dios, es humillado a la condición animal. Pierde el reino, el paraíso, para habitar en el desierto. Este es el sueño de Nabucodonosor: "Estaba yo en paz en mi casa, con buena salud en mi palacio, cuando tuve un sueño que me asustó: Vi un árbol gigantesco, cuya copa tocaba el cielo, de donde bajó un Guardián que gritó con voz fuerte: Derribad el árbol; dejad en tierra sólo el tocón con sus raíces. Encadenado con hierro y bronce pacerá hierba, mojado de relente, compartirá con las fieras los pastos del suelo. Perderá el instinto de hombre y adquirirá instintos de fiera. Lo han anunciado los Santos, para que todos los vivientes reconozcan que el Altísimo es dueño de todos los reinos humanos, que da el reino a quien quiere y pone al más humilde en el trono" (Dan 4,1ss).

            Los más humildes, en cambio, los fieles del Señor, aunque pasen por el fuego, el Señor no permitirá que se les queme un solo cabello de su cabeza. Saldrán intactos de la prueba. Los tres jóvenes, Sidrac, Misac y Abdénago, en medio del horno de fuego pueden cantar a Dios el himno de toda la creación: "Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, a ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito tu nombre, santo y glorioso... Alabad a Dios, todos sus fieles, porque es eterna su misericordia, dura por los siglos de los siglos" (3,46ss).

Daniel explica la inscripción en el muro: mene tekel farej

            En medio del festín sacrílego del rey Baltasar, Dios, Señor de la vida y de los imperios, escribe con los dedos de su mano invisible el destino de los señores de este mundo: Mené, Tequel y Parsin. Mené: Dios ha medido tu reino y le ha puesto fin; Tequel: has sido pesado en la balanza y encontrado falto de peso; Parsin: tu reino ha sido dividido y entregado a otras dos potencias (c. 5).

            Daniel, como contraste, es puesto a prueba y salvado por Dios. El rey mandó traer a Daniel, acusado de no seguir sus órdenes de adorarlo a él solo, y le arrojó al foso de los leones, diciéndole: "¡Que te salve ese Dios a quien tu veneras con tanta constancia!". De en medio de los leones sale Daniel sin un rasguño, "porque había confiado en Dios" (6,25). El mismo rey lo confiesa: "El Dios de Daniel es el Dios vivo que permanece siempre. Su reino no será destruido, su imperio dura hasta el fin. El salva y libra, hace signos y prodigios en el cielo y en la tierra. El ha salvado a Daniel de los leones" (6,27-28). Y como Daniel, es salvada de la prueba Susana, el Israel débil y fiel, que pone su confianza únicamente en Dios, que desbarata lo planes de potentes y malvados (c. 13).

            Frente a los sueños del emperador se alza el sueño de Daniel. Daniel contempla cuatro bestias: un león con alas de águila; un oso con tres costillas en la boca, entre los dientes; un leopardo, con cuatro alas en el lomo y cuatro cabezas; y una cuarta bestia terrible con dientes de hierro y diez cuernos. Por encima de todo, sentado sobre un trono, Daniel contempla un Anciano: "Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana purísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él". Mientras sigue mirando, "he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo del hombre. Se dirigió hacia el Anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás" (c. 7).

Daniel sueña acerca de las cuatro bestias

            Jesús se dará a sí mismo el título de Hijo del hombre (Mt 8,20). El Hijo del hombre, que no tiene donde reclinar la cabeza, "será entregado en manos de los hombres, le matarán y al tercer día resucitará" (Mt 17,22-23). Su triunfo inaugurará el reino eterno, que no tendrá fin. El Hijo del hombre "será levantado para que todo el que crea en él tenga vida eterna" (Jn 3,14s). Esteban, mientras su­fre el martirio, mirando fijamente al cielo, le contempla en pie a la derecha de Dios (He 7,55ss). También lo contempla Juan mientras se halla deportado en la isla de Patmos por causa de la Palabra de Dios y del testimonio de su fe en Jesús. Detrás de él oye una potente voz, como de trompeta: "Me volví a ver qué voz era la que me hablaba y, al volverme, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros como a un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, ceñido al talle con un ceñidor de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana, como la nieve; sus ojos como llama de fuego; sus pies parecían de metal precioso acrisolado en el horno; su voz como voz de grandes aguas. Tenía en su mano derecha siete estrellas y de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro, como el sol cuando brilla con toda su fuerza. Me dijo: No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto, pero estoy vivo por los siglos de los siglos" (Ap 1,9ss).

Daniel en la cueva de los leones


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