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HISTORIA DE LA IGLESIA PRIMITIVA: 3. Pablo, Apóstol de las Gentes


Emiliano  Jiménez Hernández

Páginas relacionadas


 
a) El cristianismo entre los paganos

b) El concilio de Jerusalén

c) Oposición a Pablo

 

 

a) El cristianismo entre los paganos

El entusiasmo de la fe y el amor entre los hermanos son algo contagioso. El cristianismo viene de Oriente: “La salvación viene de los hebreos” (Jn 4,22). El judaísmo es la fuente del cristianismo. Israel es el pueblo elegido en el que nace Jesús, en el que escoge a sus discípulos y al que predica el Evangelio. La Iglesia católica se llama Iglesia romana, porque su cabeza vive en Roma. Pero su cuna está en Palestina, de donde parte la difusión de la Iglesia. Desde Palestina la fe en Cristo pasa a Samaría, Siria, Asia menor, Macedonia, Grecia, Antioquía, Roma y España, que se considera “el fin de la tierra”.

La efusión del Espíritu Santo en Pentecostés impulsa un movimiento de evangelización que ya no se detendrá. Los oyentes de Pedro no son sólo judíos de Jerusalén, sino “partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes” (Hch 2,9-11). Gran parte de ellos, pasadas las fiestas, regresan a sus casas, llevando consigo la fe y los dones del Espíritu Santo recibidos. No son fundadores de Iglesias, pero sí misioneros que siembran la semilla del Evangelio a lo largo del Imperio romano. Así la levadura de la fe cristiana comienza a fermentar el mundo hebreo, helenístico y romano.

Los contactos establecidos ya desde largo tiempo entre el judaísmo y el helenismo ayuda notablemente a la difusión del cristianismo en el ambiente greco-romano. En tiempos de Jesús Palestina forma parte del Imperio romano y los primeros predicadores del Evangelio, los apóstoles y otros discípulos, son súbditos de Roma. Por otra parte, muchos hebreos viven en la diáspora, fuera de Palestina. Los apóstoles encuentran en todas partes hermanos de raza. Entre ellos halla la Iglesia los primeros cristianos. Toda ciudad importante, visitada por los primeros heraldos de la buena nueva, tan pronto como tiene un pequeño grupo de fieles, que acogen la predicación, se convierte en sede de una comunidad cristiana. Así, por lo general, se funda una Iglesia por cada ciudad, en la que reside su cabeza, el obispo.

Sin embargo, los apóstoles, pese a haber sido formados por el Señor durante largo tiempo y haber sido enviados a todo el mundo y a todas las gentes, no tenían conciencia clara de que también los paganos, es decir, los “impuros”, podían ser admitidos en la Iglesia. La visión de san Pedro de los animales puros e impuros, su informe ante la comunidad de Jerusalén (Hch 11,1-18), así como la sorpresa de los judíos que han ido con Pedro a Cesarea ante las gracias concedidas a los paganos (Hch 10,45), dejan entrever los obstáculos que Pedro tiene que superar para admitir en la Iglesia a Cornelio, el centurión pagano. A pesar de las extraordinarias manifestaciones divinas que le llevan a dar este paso, en los círculos judeocristianos subsiste la oposición.

Pablo es el hombre llamado por Dios para quebrantar esta oposición. Su vida entera es una lucha para liberar al cristianismo de la ley judía y ganar a todos los hombres para Cristo. Es de sangre judía, pero a él se le encomienda la misión de arrancar al cristianismo del suelo judío, llevarlo al escenario universal de la cultura greco-romana e implantarlo en el amplio suelo del mundo. Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, nos describe los orígenes de la Iglesia de Jerusalén y su expansión. La historia de Pedro ocupa los primeros capítulos y, a continuación, se refiere casi exclusivamente a Pablo. Recoge también la predicación de los evangelizadores Esteban, Felipe y Bernabé, a quienes ha conocido personalmente. Como compañero de Pablo, conoce a Felipe durante su estancia en Cesarea, y en Antioquía conoce a Bernabé. A Esteban no lo ha conocido de vista, pero sí de oídas, pues Pablo nunca podrá olvidar su martirio, cuando él, muchacho aún, guardaba los vestidos de los lapidadores y aprobaba su muerte (Hch 22,20).

Es en el martirio de Esteban cuando Pablo aparece por primera vez en la historia de la Iglesia. Se llama Saulo y, siendo aún joven, es ya enemigo encarnizado de los cristianos. Asiente al martirio de Esteban y toma parte en él, cuidando los vestidos de los que le apedrean (7,58). Por nacimiento, pertenece al grupo de los helenistas. Nace en la ciudad helénica de Tarso de Cilicia, en el Asia Menor, de padres judíos, que poseen el derecho de ciudadanía romana (9,11; 16,37; 21,39; 22,3; 23,25ss; 25,10) y, por razón de su familia, goza de la ciudadanía judía (21,39), es “de la raza de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo e hijo de hebreos” (Flp 3;5). En esta familia, establecida en territorio griego, pero fiel a las tradiciones judías y fariseas, Saulo aprende desde la infancia la lengua griega y la aramea. En arameo le habla Jesús, cuando le hace caer en el camino de Damasco (26;14) y también en arameo se dirige él mismo al pueblo de Jerusalén el día de su arresto (21,40). La lengua aramea es para él la lengua religiosa y nacional. En cambio, el griego es la lengua de las relaciones cotidianas y, por tanto, la lengua de su apostolado.

Pablo es judío, romano y helenista. De este modo, por nacimiento, educación y estilo de vida, es un representante de las tres grandes culturas con las que se enfrenta el cristianismo. Pablo se hace todo a todos para ganarlos a todos, gentil para los gentiles, griego para los griegos, judío para los judíos (1Co 9,20ss). Es un hombre “católico”. La educación hebrea, iniciada en Tarso, la continúa en Jerusalén, “a los pies de Gamaliel” (22,3), donde se forma como escriba fariseo, que arde en celo por la ley de sus padres. El mismo lo testimonia: “Yo he sido instruido en el conocimiento exacto de la Ley de nuestros padres y estuve lleno de celo por Dios, como lo estáis todos vosotros” (22,3). Asimismo, escribe a los filipenses: “En cuanto a la observancia de la Ley, fui fariseo; y, por celo en defenderla, perseguidor de la Iglesia de Dios, según la justicia de la Ley irreprensible” (3,5-6).

En los grupos helenistas de Jerusalén, enfurecidos por la predicación de Esteban, Pablo se hacía notar por la violencia de su pasión: “Vosotros habréis oído hablar, dice después a los gálatas, de mi conducta, cuando aún vivía en el judaísmo, de cómo me ensañaba en la Iglesia de Dios y la devastaba aventajando en el celo por el judaísmo a muchos de los coetáneos de mi nación y mostrándome extremadamente celador de las tradiciones paternas” (Ga 1,13-14). También a los judíos de Jerusalén evoca los mismos recuerdos con mayor precisión: “Yo mismo perseguí a muerte esta doctrina, apresando y poniendo en la cárcel a hombres y mujeres, como son testigos el príncipe de los sacerdotes y todo el colegio los ancianos...” (22,4-5).

No le basta el martirio de Esteban. Pide y consigue una misión para Damasco: “Habiendo recibido de los ancianos cartas para los hermanos, partí con dirección a Damasco para llevar encadenados a Jerusalén a los que allí encontrara y hacer que fueran castigados” (22,5). Pero Dios le espera en el camino de Damasco, donde Cristo le libera del terrible yugo de la Ley, que ha sido una tortura para su alma (Rm 7). Siente al principio el dolor de alejarse de todo su pasado, pero muy pronto comprende como nadie el valor de la libertad de Cristo. Este acontecimiento fundamental en la historia de la Iglesia es referido tres veces en el libro de los Hechos (9,3-8; 22,6-11; 26,12-16) y el mismo Pablo lo recuerda en sus cartas (1Co 15,7-8). Mientras se acerca a Damasco, una gran luz le envuelve, cae a tierra y oye una voz que le dice en arameo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Levántate, entra en la ciudad y allí se te dirá lo que has de hacer”.

A lo largo de los treinta años de su vida cristiana, Pablo escucha muchas veces la palabra del Señor y tiene muchas visiones. Pero ninguna de esas gracias puede compararse con la aparición de Jesús en el camino de Damasco, donde ha visto al Señor (1Co 9,1). Por eso es apóstol, testigo de la resurrección de Cristo, como lo son los otros Apóstoles (1Co 15,8; Hch 9,7.17; 22,14; 26,16). Es el propio Jesús quien se le ha aparecido, le ha revelado su Evangelio (Ga 1,11-12) y le ha confiado el apostolado de los gentiles (Hch 26,15-18).

Pablo, deslumbrado, es conducido a Damasco, Donde le cura y bautiza Ananías, que le dice: “Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino, te ha enviado a mí para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo”. Apenas recibe el bautismo, el apóstol se apresta al trabajo, “predicando en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios”. Quienes le oyen se asombran y dicen: “¿No es éste el que perseguía en Jerusalén a los que invocaban este nombre? ¿Acaso no vino aquí para llevarlos maniatados ante los príncipes de los sacerdotes?” (Hch 9,20-21). Los Hechos añaden: “Pero Saulo se hacía cada vez más fuerte y confundía a los judíos que vivían en Damasco, demostrando que Jesús es el Cristo. Pasado un tiempo, los hebreos acordaron matarle...” (9,22-23). Pablo tiene que huir (2Co 11,32; Hch 9,23-25; Ga 1,17).

Entre estos dos acontecimientos, que Lucas aproxima, hay una larga estancia de tres años en Arabia y en Damasco, donde se prepara para su nueva misión entre las gentes (Ga 1,15-19). Después de esta estancia en Damasco, Pablo llega a la ciudad santa e intenta unirse a los discípulos, “pero todos tenían miedo de él, no creyendo que fuera discípulo” (9,26). Entonces Bernabé sale en su defensa y “le conduce a los Apóstoles, refiriéndoles que Saulo había visto por el camino al Señor, quien le habló, y que en Damasco había predicado con libertad en el nombre del Señor”. De este modo, se disipan los recelos. Pablo puede ver a Pedro y conversar quince días con él. Encuentra también a Santiago, hermano del Señor. En Jerusalén comparte la vida de los discípulos, hablando con absoluta sinceridad en el nombre de Cristo.

Durante esta primera estancia en Jerusalén Pablo tiene en el Templo la visión que refiere más tarde a los judíos: “Cuando volví a Jerusalén, orando en el templo tuve un éxtasis, y vi al Señor, que me decía: date prisa y sal pronto de Jerusalén, porque no recibirán tu testimonio acerca de mí. Yo contesté: Señor, ellos saben que yo era el que encarcelaba y azotaba en las sinagogas a los que creían en ti, y cuando fue derramada la sangre de tu testigo Esteban, yo estaba presente, y me gozaba y guardaba los vestidos de los que le mataban. Pero él me dijo: Vete, porque yo quiero enviarte a naciones lejanas” (Hch 22,17ss). Pablo pone en práctica inmediatamente esta palabra, discute con los helenistas, le amenazan de muerte: “Los hermanos, al saberlo, le condujeron a Cesarea e hicieron que partiera para Tarso”. En Cilicia se queda hasta que va a buscarle Bernabé para llevarle a Antioquía (años 42 ó 43). Catorce años más tarde vuelve a Jerusalén a exponer su evangelio a los apóstoles, “para saber si corría o había corrido en vano” y entonces Juan, Pedro y Santiago le ratifican el encargo de la misión de los gentiles (Ga 2,1-9).

Pablo realiza tres viajes misioneros. La predicación de Jesucristo, el Kyrios, la cruz y su locura, y la justificación por la fe constituyen el centro de su vida y de su misión:  “¡Ay de mí si no predicase el evangelio!” (1Co 9,16). Desde Antioquía, con Bernabé y Juan Marcos, hacia el año 46, emprende su primer viaje apostólico. Se dirigen, en primer lugar, a Seleucia de Siria, y allí embarcan para Chipre (Hch 13,4-5). En el puerto de Salamina predican el Evangelio, y luego marchan para Pafos, donde logran la conversión del procónsul Sergio Paulo. Salidos de Chipre, se dirigen al continente y llegan a Perge de Panfilia. Allí los abandona Juan Marcos. Pablo, con Bernabé, llega a Antioquía de Pisidia. En esta ciudad, y luego en Iconio, Listra y Derbe de Licaonia predica el Evangelio conforme al plan que luego sigue en todas partes. Primero, se presenta ante los judíos en la sinagoga, les predica el Evangelio y, ante la oposición que encuentra entre ellos, se dirige a los gentiles, entre los cuales obtiene numerosas conversiones. Derbe es el punto extremo a donde llega en este primer viaje apostólico. Desde allí vuelve, en orden inverso, por Listra, Iconio y Antioquía de Pisidia, estableciendo presbíteros y consolidando las comunidades. Luego parte para Antioquía de Siria, en donde se halla hacia el año 49.

 

b) El concilio de Jerusalén

En el año 49 acontecen dos episodios que marcan una crisis entre judeo-cristianos y cristianos de la gentilidad: el concilio de Jerusalén y el incidente de Antioquía. La Epístola a los Gálatas es la única que menciona el incidente de Antioquía. El 48 Pablo vuelve a Antioquía con Bernabé y expone los resultados conseguidos entre los paganos de Asia (Hch 14,27). Los gentiles convertidos no son obligados a las observancias judías ni, en particular, a la circuncisión. Pero ese mismo año, “gente venida de Judea” turba a la comunidad de Antioquía enseñando que la circuncisión es obligatoria para todos.

Se ha dicho que se trata de judeo-cristianos de la tendencia de Santiago, que se oponen a Pablo como representante de los cristianos de la gentilidad. Sin embargo los judeo-cristianos, que son entonces casi toda la Iglesia, han admitido desde el principio que los paganos convertidos no están obligados a la circuncisión, cosa que Pedro recuerda en el concilio de Jerusalén (Hch 15,10). La obligación de la circuncisión es, por tanto, una novedad. Probablemente se debe a la situación política del judaísmo en conflicto abierto con Roma. El hecho de que los cristianos, considerados aún como parte de la comunidad judía, admitan a no circuncidados aparece como una traición a los ojos del judaísmo. Por eso, bajo la presión de judíos nacionalistas, algunos judeo-cristianos pretenden mantener la pertenencia de los cristianos a la comunidad judía, signo de lo cual es la circuncisión.

El peligro consiste en unir el cristianismo al destino temporal de Israel. Pablo y Bernabé lo comprenden perfectamente y se oponen con viveza a tales exigencias. Sin embargo, ante la gravedad de la cuestión, la comunidad de Antioquía desea llevarla ante los Apóstoles, a Jerusalén (Hch 15,2). Se envía a Pablo y Bernabé junto con Tito (Ga 2,1), a quienes reciben los Apóstoles y los ancianos. Algunos cristianos de la secta de los fariseos defienden la tesis de la circuncisión de los gentiles. Pedro, en nombre de los Apóstoles, y Santiago, en nombre de los ancianos, deciden la cuestión en favor de Pablo, precisando que los paganos sólo están obligados a “abstenerse de carnes inmoladas a los ídolos, de carnes ahogadas y de la fornicación” (Hch 15,20). Pablo y Bernabé, a quienes acompañan Silas y Judas, llamado Barsabás, reciben el encargo de transmitir la decisión a Antioquía. Esta decisión señala la ruptura del cristianismo con la comunidad judía, ruptura que se irá acentuando en los años siguientes.

El concilio de Jerusalén es un momento importante para la comunidad cristiana. En él participan  Pedro y Juan, que representan a los Doce. La presencia de Pedro en la ciudad es significativa, pues había abandonado Jerusalén el año 43. Ha vuelto a Jerusalén para el concilio. Santiago, rodeado de los ancianos, representa a la comunidad local de Jerusalén. Silas y Judas también forman parte de los ancianos. Son llamados higoumenoi, término que parece sinónimo de presbíteros. Aparece en la Epístola a los Hebreos (13,7.17.24) y en la Epístola de Clemente (1,3). Además, participan en el concilio Pablo y Bernabé, del mismo rango que Pedro y Santiago. Los acompaña Tito, que es en el plano misional de mismo orden que los ancianos.

El concilio de Jerusalén, con la presencia de la jerarquía de la Iglesia, zanja definitivamente la cuestión de la circuncisión de los gentiles. Pero la preocupación de los judeo-cristianos no se aquieta tan fácilmente, según lo que se ve a fines del 49, con ocasión de un viaje de Pedro a Antioquía, donde se detiene algún tiempo. Al principio se reparte entre las dos comunidades, la judeo-cristiana y la pagano-cristiana. Pero, al llegar algunas personas del círculo de Santiago, se abstiene de comer con los pagano-cristianos. Bernabé le imita. Pablo se lo reprocha vivamente. ¿Obra así Pedro por simple cobardía? Las preocupaciones de Pedro y de Pablo son opuestas. Para Pablo, que piensa en los pagano-cristianos, es esencial librar al cristianismo de sus ataduras judías. Por su parte, Pedro teme una defección de los judeo-cristianos, quienes, bajo la presión del nacionalismo judío, corren peligro de volver al judaísmo. Y pretende conservarlos demostrando que es posible ser a la vez fiel a la fe cristiana y a la Ley judía. Los hombres de Santiago han acudido probablemente a pedirle un gesto de ese tipo. Las dos posiciones, igualmente legítimas, son inconciliables. Pablo se resigna desde este momento a prescindir del judeo-cristianismo. Sólo piensa en el porvenir de la Iglesia en ambiente griego. Así se comprende la hostilidad de los judeo-cristianos contra él. Pedro, por el contrario, a pesar de la situación de la Iglesia en Judea, no pierde la esperanza de conservar una comunidad judeo-cristiana.

 

c) Oposición a Pablo

Con la decisión del concilio de Jerusalén, el peligro aún no está eliminado. En la gran obra de la evangelización de los paganos, los “falsos hermanos” de Palestina crean al Apóstol de las gentes continuas dificultades en su misión. Frente a ellos tiene que defender, a veces con duras palabras, el derecho de su misión y anunciar al mismo tiempo la libertad de los hijos de Dios, que han sido llamados a vivir según el espíritu de filiación y no en la esclavitud (Rm 8,l6ss; Ga 5,13).

Para conocer la expansión del pagano-cristianismo disponemos de una documentación excelente: la segunda parte de los Hechos, donde Lucas, ya compañero de Pablo, emplea su diario de viaje. Disponemos asimismo de las Epístolas paulinas. A comienzos del año 50 Pablo emprende su segundo viaje apostólico. Esta vez lleva como compañero a Silas. Atraviesa Siria y Cilicia. Pasa, sin duda, por Tarso, su ciudad natal. Luego visita las Iglesias de Derbe, Listra, Iconio y Antioquía de Pisidia, ya evangelizadas por él. A partir de allí penetra en regiones nuevas: Galacia, Frigia del Norte, Misia. En Listra conquista a Timoteo, quien se le junta como compañero. Luego atraviesa Galacia y llega a Tróade, donde se le junta, y ya no se le separa, San Lucas, que es quien describe todos estos hechos. El acontecimiento principal de esta misión es el paso de Pablo a Europa, del cual depende la fundación de las iglesias de Macedonia y Acaya (1Ts 1,7-8). Indeciso sobre el rumbo a tomar, tiene en sueños una visión, que lo decide a dirigirse a Macedonia. Así, pues, entra en Filipos de Macedonia, donde convierte a la matrona Lidia y a numerosos paganos. Pero, denunciado y apresado por las autoridades romanas, es azotado y encarcelado. Pablo apela a su condición de ciudadano romano (Hch 16,37; 1Ts 2, 2) y es puesto en libertad.

De allí marcha a Tesalónica, donde, conforme a su plan, se dirige primero a los judíos y luego a los gentiles (17,4). Lo mismo hace en Berea. Pero de nuevo los judíos se levantan contra él y tiene que partir, dejando sólidamente fundadas las cristiandades de Filipos y Tesalónica. Poco después entra en Atenas (17,16-34; 1Ts 3,1), donde dirige la palabra a los filósofos, estoicos y epicúreos, reunidos en el areópago. Pero consigue poco fruto, pues aquellos hombres altaneros no responden a la voz del Apóstol. Sin embargo, se convierte uno de ellos, Dionisio, llamado por esto el Areopagita. De Atenas pasa a Corinto, ciudad cosmopolita y comercial, donde permanece año y medio (18,11), desde principios del 51 al verano del 52. En Corinto encuentra a dos judíos, Aquila y Priscila, que tienen un taller de tejidos, con quienes Pablo trabaja. Aquila y Priscila acaban de ser expulsados de Roma por Claudio en virtud de un edicto del año 49, mencionado por Suetonio. Desde Corinto Pablo escribe las dos Epístolas a los Tesalonicenses. También en Corinto los judíos se le oponen y tiene que presentarse ante el procónsul Gallón; consigue la conversión de Crispo, jefe de la sinagoga, y, a través de muchas dificultades, organiza una de sus mejores cristiandades. Finalmente parte para Efeso, donde promete volver, y de allí se encamina a Cesarea y a Jerusalén, en cumplimiento de un voto.

Desde Jerusalén Pablo parte para Antioquía, y da comienzo a su tercer recorrido apostólico (54-58). Después de visitar las cristiandades del Asia Menor, llega a Efeso, ciudad grande y próspera. El plan de Pablo es establecer la Iglesia en las grandes ciudades, que sirvan como centros de irradiación del cristianismo. En Efeso predica en la sinagoga y también en una escuela para los paganos (19,9). Durante los tres años que permanece en Efeso escribe la Carta a los Gálatas y la Primera Carta a los Corintios.

En Efeso, Pablo ha sido precedido por Apolo, un judío de Alejandría, instruido en “el camino del Señor”, pero que “sólo conoce el bautismo de Juan” (Hch 18,25). A él se debe la fundación de una comunidad (Hch 18,26). Apolo se ha trasladado a Acaya alrededor del 54 y más tarde le vemos en Corinto. Parece ser el origen de las dificultades de que habla Pablo (1Co 1,12). Apolo enseña que en Cristo está la Sabiduría (sophia) venida al mundo e ignorada de los arcontes (1Co 2, 6-11). Pablo reprocha a Apolo que convierta el cristianismo en una gnosis, que en esa época para un judío no es sino la apocalíptica, que revela los secretos celestes... Semejante gnosis se hallaba particularmente desarrollada en los medios esenios. Pero se la encuentra también en Egipto entre los terapeutas, que les están emparentados. De ese medio procede Apolo. Convertido por Priscila y Aquila, conserva en el cristianismo el enfoque especulativo que encontramos en algunas obras judeo-cristianas, como la Ascensión de Isaías.

Esto nos ilustra sobre el cristianismo asiático. Durante su segundo viaje, el Espíritu Santo prohíbe a Pablo dirigirse a Asia (Hch 16,6). Cuando por fin llega a Asia, del 54 al 57, encuentra allí algunos judeo-cristianos de la tendencia de Apolo. Choca con una viva oposición por parte de los círculos judaizantes (Hch 19,33). El mismo habla de los adversarios que le salen al paso (1Co 16,9). Parece ser que se trata de una comunidad judeo-cristiana bastante poderosa, frente a la cual intenta fundar una comunidad de pagano-cristianos. A consecuencia de la hostilidad de los judaizantes, es entregado a las bestias (1Co 15,32). En el 61, choca de nuevo con los judeo-cristianos de Efeso (1Tm 1,3) y, más tarde, en el 63, se lamenta de que en Asia todos le han abandonado (2Tm 1,15).

Mientras los corintios, y después los efesios, son influenciados por Apolo, en Galacia se registran la situación es más grave todavía. Los gálatas vuelven a las prácticas judías; liberados por Cristo, vuelven a la servidumbre (Ga 5,1), a la observancia de la Ley impuesta como obligatoria a los pagano-cristianos (Ga 5,2). En concreto, conceden especial importancia “a los días, a los meses, a las estaciones y a los años” (Ga 4,10). Ahora bien, la apocalíptica judía de la época concedía una gran importancia al calendario como expresión de la determinación del tiempo por Dios. Tal importancia se relaciona con la expectación del acontecimiento escatológico. Este es el espíritu que anima al nacionalismo judío, que comprende dos elementos: fidelidad fanática a las prácticas legales y exasperación de la expectación escatológica. Precisamente las dos tendencias que agitan a los gálatas.

Esta es la dramática situación en que se encuentra Pablo. La Epístola a los Romanos, escrita en el invierno del 57, es su expresión. El mundo judío se ve sacudido por una fuerte corriente de rebelión contra Roma, en la cual se hallan envueltos numerosos cristianos. El conflicto que los opone a Pablo no es dogmático. No se trata de dos cristianismos, sino de la situación de los cristianos respecto de la comunidad judía de que proceden. Renunciar a la circuncisión les parece una traición política, no una infidelidad religiosa. Traicionar a la comunidad judía es poner a los cristianos de origen judío en una situación difícil, exponerlos de nuevo a las persecuciones de los judíos, inducirlos a la desesperación y a la apostasía. Se trata, en resumidas cuentas, del problema planteado en Antioquía, pero más agudo. Hombres doctos y eminentes, como Pedro, Bernabé y otros, piensan que conviene hacer concesiones para salvaguardar el judeo-cristianismo. Pablo está preocupado por la ausencia de Tito. Por lo demás, le persiguen también los paganos, en Filipos y en Efeso, y se burlan de él los filósofos de Atenas. Tal vez se pregunta si no estará equivocado. Incluso está dispuesto a hacer concesiones. De hecho, aconseja a los corintios que eviten escandalizar comiendo de los idolotitos. Pero la certeza de la voz que le ha hablado le impide claudicar.

En Efeso, Pablo funda una cristiandad sólida; pero, a causa de una sedición promovida contra él por la avaricia del platero Demetrio, tiene que salir, partiendo para Macedonia. Su proyecto era regresar a Jerusalén pasando por Corinto y Roma (19,21). Pero, de hecho, se detiene en Macedonia (1Co 16,5) y no llega a Corinto hasta fines del 57 (20,2), después de reunírsele Tito (2Co 7,6). Durante el invierno del 57 escribe la Epístola a los Romanos antes de dirigirse a Filipos, donde le sale al encuentro Timoteo, quien vuelve de Corinto. Luego se interna en el Ilírico, donde se detiene algún tiempo; después parte para Corinto y, sin detenerse mucho allí, vuelve por Macedonia y Tróade, donde obra el milagro de la resurrección de un muerto; se detiene en Mileto y sigue hasta Cesarea de Palestina. Aquí le anuncian muchas calamidades si marcha a Jerusalén.

Pablo sabe a lo que se expone regresando a Jerusalén (Hch 20,22), pero sigue su camino, presentándose en Jerusalén para Pentecostés del 58, portador de una buena limosna para aquella Iglesia. Le reciben Santiago y los ancianos, que le advierten de las acusaciones que los judíos hacen circular a su cargo: aparta a los judíos de la circuncisión y de sus costumbres (21,21). Le aconsejan que haga un acto público de lealtad judía. Pablo va al Templo. Pero los judíos de Asia le reconocen y levantan contra él una sedición. Le acusan injustamente de haber profanado el Templo introduciendo en él a un pagano. Los soldados de Roma le detienen, pero hace valer su título de ciudadano romano, evitando así ser objeto de malos tratos. Ante el Sanedrín tiene lugar una discusión, seguida de un nuevo tumulto. A duras penas, el tribuno Lisias, con sus soldados, puede librarlo de ser apedreado. Lisias le conduce a la torre Antonia, donde trata de azotarlo. Pablo se libra de esta ignominia alegando que es ciudadano romano. Un grupo de judíos concibe el proyecto de asesinarle. Entonces el tribuno le envía a Cesarea, al procurador Félix, que desempeña el cargo del 52 al 59. Félix se da cuenta de su inocencia, pero le retiene dos años en prisión. El 59, Félix es remplazado por Festo (24,27). Los judíos reclaman que Pablo sea llevado a Jerusalén. Pero éste apela al César. Por lo cual, Festo decide enviarle a Roma. Antes le interrogan Agripa II y su hermana Berenice, quienes se convencen de su inocencia.

En el viaje a Roma, que emprende entre cadenas, está a punto de perecer junto con toda la tripulación. Llegados milagrosamente a la isla de Malta, Pablo  obra allí estupendos milagros. En la primavera del año 61 llega a Pozzuoli y los cristianos le acogen con cariño, así como también en las proximidades de Roma, en Tres Tabernas, y, finalmente, llega a la capital del Imperio. En Roma vive en una cautividad suave, del 61 al 63. Durante este tiempo Pablo escribe las Epístolas a los Colosenses, a los Efesios y a los Filipenses. La carta a los Colosenses alude a la actividad de los judeo-cristianos en Frigia: turban a la comunidad con las cuestiones que suscitan sobre prohibiciones alimenticias y problemas de calendario (2,16). Pablo no las condena como malas, sino porque obedecen a un orden caducado. Además les pone en guardia contra las especulaciones sobre los ángeles, que es otro de los rasgos de la apocalíptica judía (2,18). Cristo ha desposeído en la cruz a los principados y a las potestades (2,10).

El relato de San Lucas no nos narra el final de la cautividad en Roma.  Sin embargo, un conjunto de argumentos sólidos prueban que a los dos años es puesto en libertad, en el año 63. Así puede realizar su proyectado viaje a España, volviendo luego al Asia Menor, donde pone término a su actividad apostólica. Sobre este último período estamos informados por las Cartas a Timoteo y  a Tito. Aumenta el conflicto con los judaizantes. Pablo escribe a Tito, a quien ha dejado en Creta para que establezca ancianos en cada ciudad (1,5). Le pone en guardia contra los judíos (1,10). Estos dan oídos a fábulas (mythoi) judaicas. Insisten en las prescripciones alimenticias (1,14-15). Tito debe dar de lado las disputas relativas a genealogías, es decir, las especulaciones sobre los ángeles, y a las observancias judías (3,9).

Las dos Epístolas a Timoteo se refieren a la situación de Efeso. Pablo ha confiado a Timoteo la iglesia de Efeso, al partir él para Macedonia, desde donde le envía instrucciones para que combata a los que enseñan fábulas y genealogías (1,4), que no hacen sino crear divisiones. Timoteo debe conservar el depósito doctrinal y huir de “una ciencia que no merece tal nombre (seudonymos)” (6,21). Este último término designa las especulaciones judaicas. Lo emplea luego Ireneo para designar el gnosticismo, que es una de sus ramas. Estos judeo-cristianos, además, proscriben el matrimonio y el uso de ciertos alimentos (4,3). Timoteo se ha dejado impresionar, pues Pablo le recomienda que beba vino (5,3). Hallamos aquí un nuevo rasgo del judeo-cristianismo, el encratismo, que proscribe el matrimonio y beber el vino. El encratismo afecta especialmente al judeo-cristianismo palestinense y mesopotamio.

Otro rasgo importante de la Primera Epístola a Timoteo es que Pablo da instrucciones sobre la organización de la comunidad de Asia, paralelas a las que ha dado a Tito para Creta. Hay un colegio de presbíteros. Este colegio tiene un presidente, que es uno de sus miembros. Se le da el titulo de obispo (episcopos), que indica más la función que la dignidad. Hay, además, diáconos, que dependen directamente del obispo. La insistencia de Pablo, en las Epístolas pastorales, sobre la jerarquía institucional ha hecho dudar de la autenticidad de las mismas. Sin embargo, la situación descrita parece corresponder a su momento histórico. Lo único que encontramos es la sustitución de la jerarquía misionera por una jerarquía local ordinaria. En Siria, por la misma época, descubrimos la misma evolución en la Didajé.

Dos años más tarde, cuando Pablo envía a Timoteo una segunda carta, la situación se ha agravado aún más. Pablo se muestra hosco. Los hombres no soportan la sana doctrina: prestan oído a las fábulas (mythoi) (4,3-4). Los falsos apóstoles se insinúan en las familias, seducen a las mujeres (3,3). El papel desempeñado por las mujeres es un rasgo característico de las sectas judeo-cristianas. Aparece de nuevo en el gnosticismo. Tales pseudoapóstoles son semejantes a Jannés y Jambrés, los adversarios de Moisés y Aarón en la tradición judía (3,8). En particular, Himeneo y Fileto enseñan que la resurrección ya tuvo lugar (2,18). Es una afirmación que vemos más tarde en Cerinto: expresa la exasperación de la espera apocalíptica. Todo el mundo abandona a Pablo en Asia (1,15). Nunca el judeo-cristianismo se mostrado tan triunfante como en esta hora. Sin embargo, se halla en vísperas de su ruina.

Julio del 64 es la fecha del incendio de Roma. Nerón, que reina desde el 54, echa la culpa del incendio a los cristianos. Pablo vuelve a estar preso en Roma, donde el año 67 sufre el martirio, juntamente con san Pedro, probablemente en la Vía Ostiense, según cuenta la tradición.

 

 

 





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