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APÉNDICE HISTÓRICO 36-39: Comentario al profeta Isaías


Emiliano Jiménez


                                               

 

a) Invasión de Senaquerib y su embajada: 36-37

 Estos capítulos, con los que termina la primera parte del libro de Isaías, contienen tres episodios, que coinciden con los hechos históricos narrados en el libro de los Reyes (2R 18,17-20,19). El primero se refiere a la invasión y fracaso de Senaquerib; el segundo nos narra la enfermedad y curación de Ezequías; y el tercero nos presenta una embajada del rey de Babilonia. En todos estos hechos interviene significativamente el profeta Isaías. El profeta aparece como lo que es, el signo de la presencia de Dios y, por ello, por encima del rey de Judá y del emperador de Asiria. Su palabra es precisa y concreta, pasando del anuncio salvador a la amenaza, según los hechos que se presentan ante sus ojos.

Los sucesos ocurren en el año 701 (2R 18,9), cuando Senaquerib, rey de Asiria, sube contra las plazas fuerte de Judá y las conquista (36,1). Desde Laquis, a unos cuarenta kilómetros de Jerusalén, plaza fuerte conquistada por Senaquerib y elegida como cuartel general, “el rey de Asiria despacha al copero mayor a Jerusalén” (36,2). Antes de llegar a Jerusalén, se detiene en el canal de la Alberca, donde antes se había encontrado Isaías con Acaz (7,3). Allí manda Ezequías a sus delegados Eliaquín, mayordomo de palacio, Sobná, el secretario y Yoaj, el canciller (36,3).

El copero mayor, en nombre de Senaquerib, intenta persuadir a los enviados de Ezequías de lo absurdo que es poner la confianza en Dios para oponer resistencia a los ejércitos de Asiria. En su discurso va desmontando la confianza humana, las estrategias militares de Ezequías, la alianza con Egipto, para terminar atacando la confianza en Dios. En un primer momento no niega el poder de Dios, pero lo declara contrario a Ezequías y favorable al emperador asirio. Es curioso constatar cómo el discurso del copero mayor coincide en muchos puntos con los oráculos de Isaías (36,4-10).

Isaías ha intentado disuadir a Israel de la tentación de buscar un apoyo en Egipto. Para Isaías Egipto es “una fiera que ruge y huelga” (30,1-7), “los egipcios son hombres y no dioses, sus caballos son carne y no espíritu (31,3). El copero mayor ahora dice a los delegados de Ezequías: “¿En quién confías para rebelarte contra mí? ¡Te fías de ese bastón de caña cascada, que es Egipto? Al que se apoya en él se le clava en la mano y se le atraviesa” (36,5-6).

Sigue interpelando a Israel con una interpretación tergiversada de la obra de renovación religiosa de Ezequías. La centralización del culto en Jerusalén, con la destrucción de altares y santuarios en los lugares altos de Judá, los asirios la interpretan como algo que ha dañado a Dios y al pueblo de Israel. Es un argumento que puede haber tomado de los rumores oídos entre algunos judíos, que pensaban de la misma manera (36,7).

Con esto el copero mayor pasa a presentar a Senaquerib como el enviado del Dios de Israel para acabar con Ezequías: “¿Te crees que he subido a devastar este país sin contar con el Señor? Ha sido el Señor quien me ha dicho que suba a devastarlo” (36,10). Isaías piensa casi igual, cree que Dios ha enviado a los asirios a atacar a Israel, por infieles y rebeldes, pero no cree que les ha enviado a devastar a Israel. Más bien Isaías anuncia que Dios “quebrantará a Asiria en su país, la pisoteará en sus montañas” (14,25); para ese final la ha convocado en Israel.

Los argumentos del enviado asirio tienen su fuerza sobre los enviados de Ezequías, que piden que la conversación se lleve a cabo en arameo y no en hebreo, para que los hombres de Israel que están sobre las murallas no entiendan. Pero el copero mayor de Senaquerib reacciona con arrogancia, sigue hablando en hebreo y grita para que todos le oigan (36,11-13). A voz en grito lanza la amenaza insultante, tratando de dividir al pueblo del rey, promete paz y seguridad y niega el poder de Dios para librar a su pueblo del poder asirio:

-Así dice el rey: No os engañe Ezequías, porque no podrá libraros. Que Ezequías no os haga confiar en Yahveh diciendo: “Yahveh nos librará y esta ciudad no será entregada  en manos del rey de Asiria”. No escuchéis a Ezequías, porque así dice el rey de Asiria: Haced paces conmigo, rendíos a mí, y comerá cada uno de su viña y de su higuera, y beberá cada uno de su cisterna, hasta que yo llegue y os lleve a una tierra como vuestra tierra, tierra de trigo y de mosto, tierra de pan y de  viñas” (36,14-17).

Y sigue insistiendo:

 -Que no os engañe Ezequías, diciendo: “Yahveh nos librará”. ¿Acaso los dioses de las naciones han librado cada uno a su tierra de la mano del rey de Asiria? ¿Dónde están los dioses de Jamat y de Arpad, dónde los dioses de Sefarváyim, dónde están los dioses de Samaría? ¿Acaso han librado a Samaría de mi mano? ¿Quiénes, de entre todos los dioses de los países, los han librado de mi poder, para que libre Yahveh a Jerusalén  de mi mano?” (36,18-20)

Las promesas del rey de Asiria suenan como las promesas de Dios en el Deuteronomio: paz, bienestar, vida en vez de muerte, además de llevarlos a una tierra mejor. Se coloca por encima de Yahveh, que les sacó de Egipto para llevarles a Canaán. Pero lo que enfurece a Isaías y provoca la ira de Dios es que sitúa al Señor al nivel de los dioses de los pueblos que Asiria ya ha conquistado. Ante la blasfemia el pueblo y los enviados de Ezequías guardan silencio, según la consigna recibida. Los enviados de Ezequías vuelven y se presentan ante el rey con las vestiduras rasgadas (36,21-22).

Al oír el informe que le hacen sus embajadores, Ezequías se rasga las vestiduras y se dirige en actitud penitencial al templo. Allí convoca a Isaías (37,1-2), enviándole este mensaje:

            -Así habla Ezequías: Este día es día de angustia, de castigo y de vergüenza. Los hijos están para salir del seno, pero no hay fuerza para dar a luz. Ojalá haya oído Yahveh tu Dios las palabras del copero mayor, al que su señor, el rey de Asiria, ha enviado para insultar al Dios vivo, y Yahveh, tu Dios, castigue las palabras que ha oído. Dirige una plegaria en favor del  Resto que aún queda! (37,3-4).

Isaías les escuchó y envió a Ezequías con esta respuesta:

-Esto dice Yahveh: No tengas miedo por las palabras que has oído, con  las que me insultaron los criados del rey de Asiria. Yo mismo pondré en él un espíritu, y cuando oiga una noticia, se volverá a su tierra, y en su país lo haré caer a espada (37,5-7).

Lo que sigue parece una nueva versión ampliada de lo anterior. Los mensajeros de Senaquerib repiten la blasfemia contra Yahveh (37,8-11). Ezequías, al leer el informe de la embajada, sube al Templo y eleva a Dios una conmovida oración:

-Yahveh, Dios de Israel, que estás sentado sobre los Querubines, tú sólo eres Dios en todos los reinos de la tierra, tú que has hecho los cielos y la tierra. Tiende, Yahveh, tu oído y escucha; abre, Yahveh, tus ojos y mira. Oye las palabras con que Senaquerib ha enviado a insultar al Dios vivo. Es verdad, Yahveh, los reyes de Asiria han exterminado a todas las naciones y su territorio, y han entregado sus dioses al fuego, porque ellos no son dioses, sino hechuras de mano de hombre, de madera y de piedra, y por eso han sido aniquilados. Ahora, pues, Yahveh, Dios nuestro, sálvanos de su mano, y sabrán todos los reinos de la tierra que sólo tú eres  Dios, Yahveh (37,16-20).

A la súplica del rey responde el Señor mediante la palabra de Isaías: “Así dice el Yahveh, Dios de Israel: He oído lo que me pides acerca de Senaquerib, rey de Asiria. Ésta es la sentencia que el Señor pronuncia contra él” (37,21):

-Te desprecia y se burla de ti la virgen hija de Sión. Menea la cabeza a tus espaldas la hija de Jerusalén. ¿A quién has insultado y blasfemado? ¿Contra quién has alzado tu voz y levantado tus ojos altaneros? ¡Contra el Santo de Israel! (37,22-23).

La ciudad asediada puede burlarse del conquistador de los pueblos. Senaquerib no se está enfrentando a un pueblo más, como él cree, sino que, “por medio de sus siervos, ha insultado al Señor, diciendo: Con mis numerosos carros subo a las cumbres de los montes, a las laderas del Líbano, derribo la altura de sus cedros, la flor de sus cipreses, alcanzo el último de sus refugios, su jardín del bosque. Yo he cavado y bebido aguas extranjeras. Secaré bajo la planta de mis pies, todos los Nilos del Egipto” (37,24-25).

Senaquerib, en su orgullo, se ha atrevido a desafiar a Dios mismo. Por ello, Dios mismo se le enfrentará para defender el honor de su nombre. Dios irrumpe e interrumpe el discurso arrogante para recordar a Senaquerib y a todos que Él es el señor que guía la historia. Senaquerib no es más que el instrumento a través del cual el Señor ejecuta sus planes:

-¿Lo oyes bien? Desde antiguo lo tengo decidido; desde días remotos lo tengo planeado, y ahora lo ejecuto. Por eso tú has convertido en cúmulos de ruinas las plazas fuertes. Sus habitantes, de débiles manos, confusos y aterrados, han sido planta del campo, verdor de hierba, grama de tejados, pasto quemado por el viento de Oriente. Sé cuando te alzas o te sientas, si sales o entras; cuando te alzas airado contra mí, tu arrogancia sube a mis oídos. Te pondré mi argolla en tus narices, mi brida en tu boca, y te devolveré por la ruta por la que has venido” (37,26-29).

El Señor controla todos los movimientos de Senaquerib. Sabe cuando entra y sale por las fronteras (Sal 139); cuando se atreve a alzarse contra el mismo Señor, Dios pronuncia su sentencia irrevocable contra su arrogancia y decreta su destrucción. Isaías añade un signo concreto de su anuncio salvador para el rey y para el pueblo: el tercer año sembrarán y cosecharán, plantarán viñas y comerán sus frutos. Las cosechas del presente año han sido saqueadas o destruidas por los invasores; la nueva siembra ha sido imposible con el ejército asentado en la tierra. Pero, como señal de que esta situación llega a su fin, el tercer año todo volverá a la normalidad. La tierra volverá a su ritmo de siembra y cosecha (37,30).

Pero esta fecundidad de la tierra no es más que un signo visible de una fecundidad mayor que se dará en el pueblo. El pueblo, el resto de los salvados por Dios, como árbol frutal, “echará raíces por abajo y dará frutos por arriba; pues de Jerusalén saldrá un resto, los supervivientes, del Monto Sión” (37,31-32). El amor apasionado del Señor a Jerusalén, la morada de su gloria, excita sus celos para hacer que todo comience de nuevo (37,32).

Dios, en su amor a Jerusalén, desbarata los planes de Senaquerib. El asedio no se coronará con el asalto y conquista de la ciudad. La campaña del rey de Asiria será un fracaso, aunque sí cobre un fuerte tributo. Jerusalén es la ciudad de David, la doncella amada por Dios, el lugar de su presencia en el templo. Este es su escudo de salvación. Dios no permitirá que el ejército asirio lance ni una flecha contra ella:

-Así dice Yahveh acerca del rey de Asiria: No entrará en esta ciudad, no lanzará flechas contra ella, no le opondrá escudo, ni alzará contra ella empalizada. Por el camino por donde vino se volverá. No entrará en esta ciudad, oráculo de Yahveh. Yo escudaré a esta ciudad para salvarla, por el honor de mi nombre y por mi siervo David” (37,33-35).

Isaías no sólo lo anuncia, sino que narra su cumplimiento: “Aquella misma noche salió el ángel de Yahveh e hirió en el campamento asirio a ciento ochenta y cinco mil hombres; a la hora de despertarse, por la mañana, no había más que cadáveres. Senaquerib, rey de Asiria, partió y, volviéndose, se quedó en Nínive. Y sucedió que estando él postrado en el templo de su dios Nisrok, sus hijos Adrammélek y Saréser le mataron a espada y se pusieron a salvo en el país de Ararat. Su hijo Asarjaddón reinó en su lugar” (37,36-38) .

La peste violenta diezma el ejército y obliga a la retirada. El hecho evoca la muerte de los primogénitos de Egipto (Ex 12). También, en el paso del mar Rojo, la mañana descubre los cadáveres (Ex 14,24). Isaías ha cantado este acontecimiento varias veces en sus poemas: “Al atardecer, ahí está el espanto; antes que amanezca, ya no existen” (17,14). “Acabará como sueño o visión nocturna el tropel de los pueblos que combaten a Ariel (Jerusalén), sus trincheras, sus baluartes, sus sitiadores” (29,7). El asesinato de Senaquerib en el templo, cuando está postrado ante su dios, es la burla de esa fe en los ídolos: el dios a quien ora no es capaz de librarlo de la muerte. Con su muerte, en el año 681, comenzó la decadencia del imperio asirio.


b) Enfermedad y curación de Ezequías: 38

Es el año 713. Ezequías, con apenas veinte años, cae enfermo de muerte. Isaías fue a visitarlo, llevándole una palabra del Señor: “Así habla Yahveh: Da órdenes acerca de tu casa, porque vas a morir y no vivirás”. El hecho de la enfermedad de Ezequías se nos narra con las mismas palabras aquí en el libro de Isaías y también en el segundo libro de los Reyes (2R 20,1-11). Es un hecho que conmueve la persona del joven rey en todas sus dimensiones, físicas y espirituales. Según el Deuteronomio a una vida recta y sincera ante Dios corresponde la bendición de largos años. A ello se apela Ezequías en su oración. Con la cara vuelta a la pared ora a Dios entre lágrimas y sollozos:

¡Ah, Yahveh! Recuerda que yo he andado en tu presencia con fidelidad y corazón perfecto haciendo lo recto a tu ojos (38,3).

Y Ezequías lloró con abundantes lágrimas. Dios se conmueve y, antes de que Isaías hubiera salido del patio central, le fue dirigida la palabra de Yahveh, que le dijo:

-Vuelve y di a Ezequías, jefe de mi pueblo: Así habla Yahveh, Dios de tu padre David:  He oído tu plegaria y he  visto tus lágrimas y voy a curarte. Dentro de tres días subirás a la Casa de Yahveh. Voy a darte quince años más de vida y te libraré a ti y a esta ciudad de la mano del rey de Asiria, y ampararé esta ciudad por mi santo nombre y por amor a mi siervo David (38,4-6; 2R 20,5-6).

Quince años más de vida, paz para él y para la ciudad es una gran promesa para el rey moribundo. Isaías, al mismo tiempo que se lo anuncia a Ezequías, ordena a los siervos de la casa del rey:

-Tomad una masa de higos y la apliquen al rey para que se cure (38,21).

La tomaron, la aplicaron sobre la úlcera y Ezequías sanó, dice la crónica del libro de los Reyes, pero en el libro de Isaías, el rey pide al profeta un signo de su curación:

-¿Cuál es la señal de que subiré a la casa del Señor (38,22).

Le respondió Isaías:

-Esta será para ti, de parte de Yahveh, la señal de que Yahveh hará lo que ha dicho: ¿Quieres que la sombra avance diez grados o que retroceda diez grados?

 Ezequías dijo:

Fácil es para la sombra extenderse diez grados. No. Mejor que la sombra retroceda diez grados.

El profeta Isaías invocó a Yahveh y Yahveh hizo retroceder la sombra diez grados sobre los grados que había recorrido en la habitación de arriba de Ajaz (2R 20,9-11).

El libro de Isaías recoge el “cántico de Ezequías, rey de Judá cuando estuvo enfermo y sanó de su mal” (38,9). Es un canto de acción de gracias, pero la mayor parte de ella es la narración de la desgracia. El lamento abarca varios versículos:

“Yo me dije: A la mitad de mis días me voy; en las puertas del Abismo se me asigna un lugar para el resto de mis años” (38,10). Que le llegue la muerte a los veinte años es como si le robaran un tiempo suyo, al que el hombre cree tener derecho. Sin nombrar a Dios es a Él a quien Ezequías pide cuentas. Y, como piensa en Dios, cree que Dios le priva del encuentro con Él en el culto del templo: “Me dije: No veré a Yahveh en la tierra de los vivos; no veré ya a ningún hombre de los que habitan el mundo” (38,11).

“Mi morada es arrancada, se me arrebata como tienda de pastor. Como tejedor devanaba yo mi vida, y me cortan la trama. De la noche a la mañana acabas conmigo; sollozo hasta el amanecer. Como león trituras todos mis huesos. De la noche a la mañana acabas conmigo. Como

 grulla, como golondrina estoy piando, zureo como paloma. Se consumen mis ojos de mirar hacia el cielo. Yahveh, estoy oprimido, sal fiador por mí” (38,12-14).

La comparación de la vida con una tienda muestra que la vida es una peregrinación por la tierra. El hombre está, como los nómadas, siempre de paso, sin poder instalarse en ningún lugar, huésped en cada sitio. Y en el diseño de la vida que el hombre teje sobre una tela nunca sabe el tiempo que tiene para terminar su obra, en un momento le pueden cortar el hilo y la obra queda para siempre como está en ese momento. Job desde su dolor le grita a Dios, pidiéndole que “se digne cortar de un tirón la trama de su vida” (Jb 6,9). Al hombre le duele ese irse acabando poco a poco; le duele ver cómo los acontecimientos le trituran los huesos como un león. Inerme e indefenso como la golondrina o la paloma, sólo le queda elevar a Dios el gemido de su corazón.

La plegaria le lleva a ver a Dios en esos acontecimientos de dolor y a confiar en que Él se muestre propicio y salve al pobre y oprimido que gime ante Él (38,15). Y repentinamente cambia el tono de la oración. De la angustia se pasa a la confianza, a la experiencia de la salud. En ella ve la mano de Dios, que le devuelve a la vida: “me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa” (Sal30,4). Es lo que canta el salmista y también Ezequías: “El Señor está con ellos, viven y todo lo que hay en ellos es vida de su espíritu. Tú me has curado, me has devuelto la vida. La amargura se me volvió paz, pues tú detuviste mi alma ante la tumba vacía, porque te echaste a la espalda todos mis pecados (38,16-17).

Ante la tumba vacía el hombre siente su pecado que lo empuja hacia ella. Pero Dios detiene la caída porque perdona el pecado, se lo hecha a la espalda para no volver a verlo. Con gozo concluye cantando la acción de gracias a Dios y prometiendo hacerlo todos los días de la vida recobrada para ello: “El que vive, el que vive, ése te alaba, como yo ahora. El padre enseña a los hijos tu fidelidad. Yahveh, sálvame, y cantaremos nuestras canciones todos los días de nuestra vida en la Casa de Yahveh (38,18-20).

 

c) La embajada del rey de Babilonia: 39

Al enterarse en la corte de Babilonia de la curación de Ezequías, “el rey Merodak Baladán, hijo de Baladán, envía cartas y un presente a Ezequías” (39,1). No es una embajada desinteresada, sino que el rey de Babilonia se quiere ganar al rey de Judá, para contar con un aliado más contra el imperio de Asiria. Ezequías se sintió halagado y se alegró de que llegaran desde Babilonia a felicitarle por su curación. Recibió a los enviados con cortesía, pero también con vanidad, y “les enseñó su cámara del tesoro, la plata, el oro, los aromas, el aceite precioso, su arsenal y todo cuanto había en los tesoros; no hubo nada que Ezequías no les mostrara en su  casa y en todo su dominio (39,2).

Quizás la juventud del rey, -tiene veinte años-, le hace inexperto y demasiado confiado.  El profeta Isaías se presenta ante el rey y le pide cuenta de su actuación:

-¿Qué han dicho esos hombres y de dónde han venido a ti?

Le responde Ezequías:

-Han venido de un país lejano, de Babilonia.

Hay algo de ingenuidad y vanidad en la respuesta. Isaías insiste:

-¿Qué han visto en tu casa?

Responde Ezequías:

-Han visto cuanto hay en mi casa; nada hay en los tesoros que no les haya enseñado.

            La respuesta denota un exceso de confianza en Babilonia como posible aliado. Isaías, con el dedo amenazador apuntado hacia Ezequías o más allá del rey y su tiempo, replica:

-Escucha la palabra de Yahveh Sebaot: Vendrán días en que todo cuanto hay en tu casa y cuanto reunieron tus padres hasta el día de hoy, será llevado a Babilonia; nada quedará, dice Yahveh. Y tus hijos, los que han salido de ti, los que has engendrado, se los llevarán para que sean eunucos en el palacio del rey de Babilonia (39,3-7).

La imagen del futuro destierro a Babilonia queda flotando en el final de la primera parte del libro de Isaías. El rey, que siente más la amenaza de Asiria, al escuchar la amenaza lejana de Isaías, se queda en paz y le dice a Isaías:

-Es buena la palabra de Yahveh que me dices.

Pues pensaba: ¡Con tal que haya paz y seguridad en mis días! (39,8). Con este final empalma el canto de la vuelta del exilio de Babilonia, que comienza en el capítulo siguiente, en el Libro de la Consolación de Israel.

 

 

 

 

 





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