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Comentario al profeta Isaías:  Canto primero del Siervo de Yavé


Emiliano Jiménez



   Canto primero del Siervo de Yahveh

a) Elección del Siervo de Yahveh

 

Una vez bautizado, Jesús salió del agua ... y una voz, que salía de los cielos, dijo: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mt 3,17; Mc 1,11). Este es “mi Hijo” o este es “mi Siervo” es la traducción del término griego “pais”. Isaías nos presenta cuatro cantos del Siervo de Yahveh, figura que se cumple plenamente en el servicio filial de Cristo al Padre.

Es Dios quien presenta a su siervo. El le ha elegido para una misión y le da su espíritu para cumplirla:

-He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él para que haga triunfar el derecho en las naciones (42,1).

El Siervo elegido por Dios tiene la misión de implantar entre las gentes el designio de Dios. Aunque es enviado en primer término para su pueblo, su acción salvadora se extiende a todos los hombres. En la medida en que triunfa la justicia de Dios en el mundo, los hombres experimentan la libertad, la paz y la alegría.

El Siervo llevará a cabo esta misión sin violencia, sin armas. No usará la fuerza, sino la suavidad del Espíritu, brisa suave y benéfica, que vivifica lo débil y vacilante. No quebrará la caña cascada, en que se apoya el hombre, ni apagará la mecha medio apagada, sino que reavivará su luz, para que alumbre la esperanza. Él tampoco se quebrará, se mantendrá firme en el sufrimiento hasta haber realizado plenamente su misión:

-No gritará ni alzará la voz, no clamará en las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha mortecina no la apagará. Hará triunfar la justicia; no desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho, y su instrucción, que esperan las islas (42,2-4).

Dios habla a su Siervo. Pero antes se presenta a sí mismo como el creador de cielo y tierra, de la vegetación y de los hombres. Toda vida es don de su aliento, obra de su espíritu. Este espíritu, que hizo surgir la vida en el principio, es el que realizará la nueva creación mediante el Siervo. La obra salvadora será una recreación:

-Así dice el Dios Yahveh, el que creó los cielos y los desplegó, el que afianzó la tierra y lo que brota en ella, el que dio aliento al pueblo que habita en ella, y espíritu a los que se mueven por ella. Yo, Yahveh, te he llamado para la justicia, te he tomado de la mano, te he formado, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos de los ciegos, sacar a los presos de la prisión, de la cárcel a los que viven en tinieblas (42,5-7).

Dios mismo ha formado a su Siervo antes de llamarle. Su misión es en primer lugar restablecer la alianza de Dios con su pueblo, y luego iluminar a todas las gentes con la luz de la salvación, como canta el anciano Simeón al encontrar a Cristo en el templo: “Ahora, Señor, puedes dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos,  luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,29-32). La prisión es la pérdida de la libertad y de la luz; Cristo, Siervo de Dios, da la luz a los ciegos (Jn 9) y la libertad a los cautivos (Ga 5,1).

El Siervo restableciendo la unidad del pueblo, irradiará sobre la naciones la luz de la salvación. En el amor y la unidad verán los gentiles la salvación de Dios en los creyentes, como esperanza para ellos. Son los signos que señala Cristo para llamar a la salvación a los paganos (Jn 13,34-35; 17,21). Dios, que comenzó presentándose a su Siervo como Creador, vuelve a presentarse como el Díos único frente a los dioses:

-Yo soy Yahveh, este es mi nombre, no cedo mi gloria a nadie, ni mi honor a los ídolos. Lo de antes ya ha llegado, y anuncio cosas nuevas; os las hago saber antes de que se produzcan (42, 8-9)


Dios revela su nombre y muestra su gloria. En su palabra nos da a conocer su nombre y en sus acciones nos manifiesta su gloria. Lo contrario de lo ídolos mudos e inertes. Lo que Dios anunció con su palabra en el pasado ha sucedido. Lo que anuncia para el futuro también se cumplirá. Si el exilio anunciado al pueblo rebelde se ha cumplido, la salvación proclamada también se realizará. Ya está en tierra la semilla de la salvación; se trata sólo de esperar que “germine” (Gn 2,5; Is 42,9; 43,19; 55,10). En el desierto brotará una vegetación espléndida, pues Dios vivifica sus arenas (42,5). La certeza de la promesa provoca el júbilo, que se expresa en un himno de exultación:

-Cantad a Yahveh un cántico nuevo, llegue su alabanza a los confines de la tierra. Que le cante el mar y cuanto contiene, las islas y sus habitantes. Alcen la voz el desierto y sus ciudades, los cercados que habita Quedar. Aclamen los habitantes de Petra, clamen desde la cima de los montes. Den gloria a Yahveh, publiquen su alabanza en las islas. Yahveh sale como un héroe, despierta su ardor como un guerrero; grita y levanta la voz contra sus enemigos (42,10-13).

Es un canto que tiene semejanzas con los salmos 96 y 98. Los continentes y los mares son la caja de resonancia del himno de los hombres, habitantes del mar y de la tierra. El Señor abre el camino, despejándolo de enemigos, para que su pueblo camine en paz. Al frente de su pueblo salió en Egipto (Ex 11,4) y lo mismo hace en otras muchas ocasiones (Ju 5,4; 2S 5,24; Sal 44,10; 60,12; 108,12). Ahora de nuevo el Señor anuncia su intervención salvadora. Dios promete un nuevo éxodo. Por mucho tiempo, -por tres generaciones-, el Señor ha aguantado el sufrimiento de su pueblo en el exilio, sometido a la arrogancia de Babilonia. Como a la mujer encinta le llega el momento del parto, al Señor le ha llegado el momento de actuar, de recrear a su pueblo, llevándole a la luz de la libertad.

-Desde antiguo guardé silencio, me callaba, aguantaba. Como parturienta grito, resoplo y jadeo entrecortadamente (42,14).

Dios, en la imagen poética de Isaías, resuella como mujer en la hora del parto. Va a nacer una nueva vida, que supone la muerte de los enemigos. El orgullo de Babilonia será abatido. La ciudad arrogante, cruzada de canales, experimentará la sequía (Sal 107,33-37), al mismo tiempo que el pueblo oprimido saldrá en peregrinación de vuelta a su patria:

-Agostaré montes y collados, y secaré todo su césped; convertiré los ríos en tierra seca  y secará las lagunas. Conduciré a los ciegos por un camino que no conocían, los guiaré por senderos que ignoraban. Trocaré delante de ellos la tiniebla en luz, y lo escabroso en llano. Estas cosas haré, y no dejaré de hacerlas (42,15-16).

En lugar de la columna de fuego, que guiaba a Israel en el primer éxodo, ahora el Señor dará la vista a los ciegos, transformando sus tinieblas en luz. Así los ciegos podrán caminar sin tropezar, como ya había anunciado antes (35,5-7). Este triunfo de Dios con los ciegos, con todos los débiles y oprimidos, lo verán los idólatras y se sentirán defraudados por sus falsos dioses:

-Retrocederán, confusos de vergüenza, los que confían en los ídolos, los que dicen a la estatua fundida: “Tú eres nuestro dios” (42,17).

Es lo que dijo el pueblo en las faldas del Sinaí cuando Aarón fundió un becerro y se lo presentó. Entonces ellos exclamaron: “Este es tu Dios, Israel” (Ex 32,4). El pueblo actual es hijo de aquellos padres. Es probable que ahora acuse a Dios (Cf 40,27ss) de se ciego y sordo ante su sufrimiento. Dios, antes de sacarles de Babilonia, se enfrenta con ellos y vuelve la queja contra el pueblo:

-¡Sordos, oíd! ¡Ciegos, mirad y ved! ¿Quién está ciego, sino mi siervo? ¿y quién tan sordo como el mensajero a quien envío? Por más que has visto, no has hecho caso; mucho abrir las orejas, pero no has oído (42,18-20).

El pueblo, siervo de Dios, está ciego porque no comprende la acción de su Dios en la historia. Dios glorifica su Ley haciendo justicia, castigando la infidelidad con el destierro. El pueblo, en cambio, se queja de Dios, en vez de aceptar el sentido de la historia. Si acepta el castigo y se vuelve a Dios con fe, experimentará la salvación que Dios le está anunciando:


-Yahveh, por amor de su justicia, se interesa en engrandecer y glorificar su Ley. Pero son un pueblo saqueado y despojado, han sido atrapados en agujeros todos ellos, encerrados en cárceles. Les despojaban y no había quien les salvase; se les robaba y nadie decía: ¡Devuélveselo! ¿Quién de vosotros escuchará esto, y escuchará atento el futuro? (42,21-23).

En la requisitoria se enfrentan Dios y el pueblo. Dios provoca al pueblo, deseando llevarle a la confesión de sus culpas y a la esperanza en el futuro de vida que Él les prepara:

-¿Quién entregó al saqueo a Jacob, y a Israel a los saqueadores? ¿No ha sido Yahveh, contra quien pecamos, rehusando seguir sus caminos, al no escuchar sus instrucciones? Vertió sobre él el ardor de su ira, y la violencia de la guerra le abrasó; lo rodeaban sus llamas por todos lados y no se daba cuenta; le consumían y no hacía caso (42,24-25).

 

b) Yahveh, salvador de Israel

 

Dios, para despertar la esperanza de la salvación, le recuerda al pueblo su elección. El memorial siempre suscita esperanza. Dios mismo creó y modeló a su pueblo. Le dio un nombre y ha tomado posesión de él. Y si Dios ha hecho de Israel el pueblo de su propiedad personal, Dios se ha comprometido a ser su Dios y salvarlo. Dios eligió a Abraham como padre de todo su pueblo. Después de su pelea con Jacob en la noche del Yaboc, Dios le dio el nombre nuevo de Israel, fuerte con Dios. En verdad Dios no se puede desentender de Israel, aunque siga siendo Jacob, el que a veces no se apoya en Dios, sino en su talón, confiando en sí mismo, en las propias fuerzas:

-Ahora, así dice Yahveh tu creador, Jacob; el que plasmó, Israel. No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío (43,1).

Dios, al llamar a Israel por su nombre, entabla una relación personal con él. Por eso Dios se dispone a guiar a Israel, sosteníendolo en los peligros que encuentre en el camino. Dios no libra a sus elegidos de las dificultades y pruebas, pero le hace salir ileso de ellas:

-Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo, los ríos no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, la llama no prenderá en ti. Porque yo soy Yahveh, tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador (43,2-3).

Agua y fuego son el símbolo de todo peligro. Egipto es presentado con frecuencia como un horno, de donde Dios saca a su pueblo (Dt 4,20; Jr 11,4); la tribulación es también, según Isaías, un horno purificador (48,10). En su marcha desde Egipto a la tierra prometida, las aguas del Mar Rojo y más tarde las del Jordán sellaron dos momentos fundamentales, en los que Dios manifestó su gloria y amor salvador para con su pueblo. Por ese amor de predilección Dios entregó a la muerte a otros pueblos en rescate de Israel:

-Entregué como expiación tuya a Egipto, a Etiopía y a Seba en tu lugar, porque tú eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo. Entregaré la humanidad en tu lugar, y los pueblos en pago de tu vida (43,4).

Una vez rescatado, Dios se preocupa de congregar a su pueblo disperso por todos los rincones de la tierra. Con una palabra, Dios ordena al norte y al sur que no retengan más a sus hijos y les dejen ya salir hacia su patria:

-No temas, que yo estoy contigo; desde Oriente haré volver a tu estirpe, y desde Occidente te reuniré. Diré al Norte: “Dámelos”; y al Sur: “No los retengas”, Traeré a mis hijos de lejos, y a mis hijas de los confines de la tierra;  a todos los que llevan mi nombre, a los que creé para mi gloria, a los que hice y plasmé (43,5-7).


Los hijos llevan el nombre del padre. Israel lleva el nombre de Dios. Así glorifican al Padre en medio de las naciones donde están dispersos. Del mismo modo los discípulos de Cristo se llaman cristianos y dan testimonio con su vida de que son hijos de Dios . Su vida glorifican a Cristo y, con él, al Padre . Siendo hijos en el Hijo, nos signamos con el nombre del Padre, del Hijo y  del Espíritu Santo al comienzo de toda acción u oración, que concluimos con el Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Dios, a quien invocan con su nombre sus fieles, está en pleito con las naciones paganas y con sus dioses. Ya lo hemos visto antes (41-21-29). Los paganos se presentan en este pleito como testigos en favor de sus dioses, atribuyéndoles sus victorias. Dios llama como testigos suyos a los israelitas. Dios, mirando al pasado, tiene testigos oculares y testigos de oídas. Los primeros han visto con sus ojos las maravillas que Dios ha realizado con ellos. Los segundos han oído la narración fieles de esos hechos, transmitidos por tradición oral de padres a hijos (Ex 10,2; Sal 78). Para ser testigo de Dios en medio de las naciones ha sido elegido Israel. Dios actúa en su pueblo y le educa, mediante sus profetas, a reconocerle en los acontecimientos de su historia. Los grave es que Israel, tantas veces, tiene ojos y no ve, oídos y no sabe escuchar (Dt 29,1-5):

-Haced salir al pueblo ciego, aunque tiene ojos, y sordo, aunque tiene oídos. Congréguense todas las gentes y reúnanse los pueblos. ¿Quién de entre ellos anuncia eso, y desde antiguo nos lo hace oír? Aduzcan sus testigos, y que se justifiquen; que se oiga para que se pueda decir: “Es verdad”. Vosotros sois mis testigos ‑ oráculo de Yahveh ‑ y mi siervo a quien elegí, para que me conozcáis y me creáis a mí mismo, y entendáis que yo soy: Antes de mí no fue formado otro dios, ni después de mí lo habrá. Yo, yo soy Yahveh, y fuera de mí no hay salvador. Yo lo he anunciado, he salvado y lo he hecho saber, y no hay entre vosotros ningún extraño. Vosotros sois mis testigos ‑ oráculo de Yahveh ‑ y yo soy Dios; yo lo soy desde siempre, y no hay quien libre de mi mano. Yo lo tracé, y ¿quién lo revocará? (43,8-13).

Dios, examinando el pasado, muestra que Él es el único Dios, pues es el único que realmente salva. Dios mismo se presenta con todos los títulos que acreditan sus acciones salvadoras. En el presente libra a su pueblo de la cautividad de Babilonia:

-Así dice Yahveh, vuestro Redentor, el Santo de Israel. En favor vuestro he enviado a arrancar todos los cerrojos de las prisiones de Babilonia, y los hurras de los caldeos se vuelven en lamentos. Yo, Yahveh, vuestro Santo, el creador de Israel, vuestro Rey (43,14-15).

La liberación presente trae a la memoria la liberación de Egipto, con la que se ilumina la salvación actual:

-Así dice Yahveh, que trazó un camino en el mar, y una senda en las aguas impetuosas.  El que sacó para la batalla carros y caballos, un poderoso ejército; juntos cayeron para no levantarse, se apagaron, como mecha que se extingue (43,16-17)

La profesión de fe es siempre hacer memoria de las actuaciones salvadoras de Dios. El Credo de Israel es un credo histórico. Más que un enunciado de verdades es un memorial de acontecimientos. Proclamar las maravillas del Señor en la liturgia (Sal 78) y transmitirlas de generación en generación es lo que Dios pide a su pueblo. Pero la memoria del pasado no es una fuga del presente ni un refugio por miedo al futuro. El memorial no es un regreso al seno materno para escapar de la historia. El memorial es una luz sobre el presente, que se proyecta en esperanza futura. Isaías reprocha al pueblo, que recordando el pasado glorioso, no tiene ojos para apreciar el comienzo casi insignificante de algo nuevo, que comienza a brotar en la historia. Pero ese futuro inminente superará todo el pasado:

-¿No os acordáis de lo pasado, ni caéis en la cuenta de lo antiguo? Pues bien, he aquí que yo hago algo nuevo: ya está brotando, ¿no lo reconocéis? Abriré un camino en el desierto, ríos en el páramo. Las bestias del campo, los chacales y las avestruces, me darán gloria, pues les daré agua en el desierto, haré correr ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo elegido, el pueblo que yo me he formado para que proclame mis alabanzas (43,18-21).


La novedad, que Dios anuncia, se abre paso imperceptiblemente como una planta que germina en la tierra. Dios se siente complacido con su siervo y no se cansa de salvarlo una y otra vez, aunque sea un pueblo pecador. La nueva salvación, que despunta irresistible, exige la conversión del pueblo desde lo hondo de su ser. Israel necesita cambiar de actitud, pasar de servirse de Dios a servir a Dios. Es la actitud del Siervo fiel, que expiará los pecados del pueblo, y que aparecerá en la plenitud de los tiempos, cuando Cristo proclame que “no ha venido a ser servido, sino a servir” (Mt 20,28):

-Tú no me has invocado, Jacob, porque te has fatigado de mí, Israel. No me has traído tus ovejas en holocausto ni me has honrado con tus sacrificios. No te obligué yo a servirme con oblación ni te he fatigado a causa del incienso. No me has comprado cañas con dinero ni me has saciado con la grasa de tus sacrificios; hasta me has convertido en siervo con tus pecados, y me has cansado con tus iniquidades. Era yo, yo mismo el que tenía que limpiar tus rebeldías por amor de mí y no recordar tus pecados. Recuérdamelo tú y vayamos a juicio juntos, haz tú mismo el recuento para justificarte. Pecó tu primer padre y tus jefes se rebelaron contra mí. Destituía los príncipes de mi santuario; por eso entregué a Jacob al anatema y a Israel a los ultrajes (43,22-28).

 

c) Sólo Yahveh es Dios

 

Antes de que Israel confiese su pecado ya se ha conmovido Dios en lo más hondo de sus entrañas y le anuncia la salvación, dándole toda una serie de títulos afectuosos:

-Ahora, pues, escucha, Jacob, siervo mío, Israel, mi elegido. Así dice Yahveh que te creó, que te plasmó ya en el seno y te ayuda: “No temas, siervo mío, Jacob, mi cariño, mi elegido (44,1-2).

Dios promete a su siervo Israel la lluvia y el espíritu, la lluvia que haga brotar hierba incluso en el desierto, y el espíritu, que suscite vida en el interior del pueblo agotado en el exilio:

-Derramaré agua sobre el suelo sediento, raudales sobre la tierra seca. Derramaré mi espíritu sobre tu linaje, mi bendición sobre cuanto nazca de ti. Crecerán como hierba junto ala fuente, como álamos junto a las corrientes de aguas (44,3-4).

Ante semejante promesa de Dios, que renueva la elección, el pueblo responde entregándose al Señor. Se declara propiedad de Dios y lo sella con la marca de su pertenencia grabada en la misma carne:

-El uno dirá: “Yo soy de Yahveh”, el otro llevará el nombre de Jacob. Un tercero escribirá en su brazo: “De Yahveh” y se le llamará Israel (44,5).

Y se el Israel fiel lleva en su brazo tatuado el nombre de Dios, otros siguen poniendo su confianza en los ídolos. Dios sigue pleiteando contra los ídolos (44,6-8) hasta ridiculizar a quienes los fabrican y a quienes creen el ellos. Mientras Dios, “el primero y el último” (44,6), abarca todos los tiempos (Ap 22,13), los ídolos son más límitados en el tiempo que quien los fabrica, más pequeños en edad que quienes les veneran. Ídolos, fabricantes y quienes les adoran son iguales: nada (44,6-9).

Después de burlarse de los fabricantes, describiendo minuciosamente su vana fatiga (44,10-17), Isaías acumula de predicados negativos para calificar a los ídolos: “No saben ni entienden, sus ojos están pegados y no ven; su corazón no comprende. No reflexionan, no tienen ciencia ni entendimiento” (44,11-19). Si al final reconocieran al menos el absurdo de su obra, los artífices de vanidad estaría a punto de convertirse. Pero al cerrarse en sí mismos, sólo les espera el fracaso de su vida: “A quien se apega a la ceniza, su corazón engañado le extravía. No salvará su vida. Nunca dirá: ¿No es un engaño lo que tengo en la mano?” (44,20).

Ante las necedad de las naciones paganas, Israel se puede alegrar de la elección de Dios. Aunque la elección tenga sus exigencia, merece la pena, para vivir la fidelidad al Señor, para no caer en el vacío y sin sentido de quienes no conocen a Dios:


-Recuerda esto, Jacob, que eres mi siervo, Israel. ¡Yo te he formado, tú eres mi siervo, Israel, yo no te olvido! He disipado como una nube tus rebeldías, como un nublado tus pecados. ¡Vuélvete a mí, pues te he rescatado! ¡Gritad, cielos, de júbilo, porque Yahveh lo ha hecho! ¡Clamad, profundidades de la tierra! ¡Lanzad gritos de júbilo, montañas, y tú, bosque, con todos tus árboles, pues Yahveh ha rescatado a Jacob y manifiesta su gloria en Israel! (44,21-23).

 

 

 

 





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