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La nueva etapa gloriosa: Comentario al profeta Isaías


Emiliano Jiménez



    La nueva etapa gloriosa

Comienza una etapa nueva. Hay que prepararse para lo que está por llegar. Dios inaugura un nuevo régimen de vida, al realizar la salvación de su pueblo. La novedad está en que la salvación de Israel se comunica a todos los hombres, se ofrece a los extranjeros y a los eunucos, dos categorías hasta ahora excluidas. La respuesta que Dios pide al pueblo es que viva la justicia y que guarde el sábado, que Israel haga suya la justicia de los pueblos y admita con ellos en la celebración del sábado a los prosélitos, a cuantos deseen acogerse a Dios en la fe y esperanza. La observancia del sábado, es el signo de la alianza entre Dios y su pueblo, “entre mí y vosotros por todas vuestras generaciones” (Ex 31,13.17). Admitiendo a los extranjeros en la celebración del sábado se les incorpora a la alianza con Dios. Así se amplia la comunidad de Israel. Este espíritu de apertura universal contrasta con el espíritu de Esdras y Nehemías, que unos años después se opondrán a los matrimonio mixtos, protestando de que “la raza santa se ha mezclado con pueblos paganos” (Esd 9,2).

En esta tercera parte del libro de Isaías, el profeta se dirige a todo hombre. Si guarda la justicia, goza de la gracia de Dios:

-Así dice Yahveh: Guardad el derecho, practicad la justicia, que mi salvación está para llegar y mi justicia  para manifestarse. Dichoso el mortal que obra así, el hombre que persevera en ello, que guarda el sábado sin profanarlo, y guarda su  mano de hacer nada malo56,1-2).

Pablo, inspirándose en este texto, da un paso más. Para incorporarse a la comunidad de Dios y experimentar su salvación no se exigen las obras, basta la fe. Esta palabra se cumplirá plenamente el día en que un eunuco extranjero sea bautizado por Felipe (Hch 8):

-Que el extranjero que se adhiera a Yahveh, no diga: “¡Yahveh me separará de su pueblo!”

 No diga el eunuco: “Soy un árbol seco”. Pues así dice Yahveh: A los eunucos que guardan mis sábados y eligen aquello que me agrada y se mantienen firmes en mi alianza, yo les daré en mi Casa y en mis muros un monumento y un nombre mejor que hijos e hijas; nombre eterno les daré que no será borrado. En cuanto a los extranjeros que se adhieran a Yahveh para su ministerio, para amar el nombre de Yahveh y ser sus siervos, a todo aquel que guarda el sábado sin profanarle y a los que se mantienen firmes en mi alianza, yo les traeré a mi monte santo y les alegraré en mi Casa de oración. Sus holocaustos y sacrificios serán gratos sobre mi altar. Porque mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos (56,3-7).

Según la legislación recogida en el Deuteronomio (Dt 23,2-9) estaban excluidos de la asamblea litúrgica los eunucos y los extranjeros, incluso los hijos de extranjeros. Sólo se entra a formar parte de la comunidad de Israel por nacimiento de padres israelitas. Esdras y Nehemías insistirán en el cumplimiento de estas leyes para que no se contamine la fe de Israel.

Aquí, en cambio, Isaías proclama que esa legislación queda abolida. Al eunuco, que se lamenta de no poder dar fruto en la comunidad, se le dice que en adelante lo que cuenta es la observancia del sábado, cumplir la voluntad de Dios, mantenerse en la alianza. Con ello Dios transforma el “árbol seco” en “monumento imperecedero”. Por la generación se perpetúa el hombre y su nombre (Si 40,19). Al eunuco Dios le dará un nombre en su casa más valioso y duradero que el que podía darle un hijo.

Lo mismo vale para los extranjeros, que se vinculan con Dios aceptado el lazo de la alianza, el sábado. La observancia del sábado es el signo de su entrega a Dios para “servirlo y amarlo”. Con ello el Señor les ofrece una participación plena en la vida litúrgica, acceso al templo, donde les lleva él mismo, y la alegría de las fiestas. El templo, en adelante, será “casa de oración” abierta a todos los pueblos (Mc 11,17); un día ni siquiera ese templo será el lugar del culto y la oración (Jn 4). La nueva legislación ya ahora deroga las trabas de la antigua mediante un oráculo del Señor:


-Oráculo del Señor Yahveh que reúne a los dispersos de Israel y reunirá otros a los ya reunidos (56,8) .

El anuncio universal de salvación no es un ofrecimiento barato de la gracia. Dios se enfrenta con los jefes y les exige justicia y exige a todos “escoger lo que Él quiere” y Él no soporta la idolatrías. Israel es el rebaño de Dios, sus jefes están llamados a ser sus pastores, que vigilan sobre las ovejas, para advertirles del peligro y protegerlas. Los jefes pueden ser los gobernantes y también los profetas negligentes:

-Fieras del campo, venid a comer, bestias todas del bosque: Sus guardianes son ciegos y no se dan cuenta de nada; son perros mudos incapaces de ladrar; aunque ven visiones, se acuestan, pues son amigos de dormir. Son perros voraces, su hambre es insaciable, y ni los pastores saben entender. Cada uno sigue su propio camino; cada cual, hasta el último, busca su provecho. (Se dicen): “Venid, voy a sacar vino y nos emborracharemos de licor, que el día de mañana será como el de hoy, o muchísimo mejor” (56,9-12).

Buscando sus propios intereses y entregados al placer ni ven los peligros ni denuncian el pecado del pueblo ni alejan a los culpables. La codicia es su vicio capital, por lo que en vez de promover la justicia, se instalan en la injusticia. Esta despreocupación de los jefes se manifiesta en el descarrío de los súbditos:

-El justo perece, y no hay quien haga caso; los hombres buenos son arrebatados, y no hay quien lo considere. Cuando ante la desgracia es arrebatado el justo, se va en paz. ¡Descansen en sus lechos todos los que anduvieron en camino recto! (57,1-2).

Aunque los jefes no se preocupen de proteger a los inocentes, Dios les promete la paz. En cambio el profeta tiene una palabra durísima para los idólatras. La comunidad de Israel está desposada con el Señor por la alianza. Sus hijos son un pueblo santo, consagrado a Dios. Cuando Israel es infiel a su Dios, comete un adulterio y su hijos resultan bastardos. No tienen derecho a menospreciar a otros pueblos, apelando a privilegios que ellos han anulado con su conducta:

-Venid acá, vosotros, hijos de hechicera, estirpe de adúltera y prostituta: ¿De quién os mofáis? ¿Contra quién abrís la boca y sacáis la lengua? ¿No sois vosotros engendros de pecado, hijos bastardos? (57,3-4).

El pecado de idolatría lleva su culpa correspondiente. Tendrán como herencia las piedras con las que serán apedreados y sepultados:

-Vosotros que entráis en calor entre terebintos, bajo cualquier árbol frondoso, que degolláis niños en las torrenteras y entre los resquicios de las peñas. Las piedras lisas del torrente serán tu herencia: ¡ellas, ellas te tocarán en suerte! Pues sobre ellas vertiste libaciones, hiciste oblaciones. ¿Acaso con estas cosas me voy a aplacar? (57,5-6).

Además de los nefandos cultos idolátricos con sacrificios humanos, el profeta denuncia el culto a Baal en los altos coronados de árboles sagrados, en los que practican ritos de fecundidad, tal vez con la prostitución sagrada:

-Sobre la montaña alta y empinada pusiste tu lecho. Hasta allí subiste a ofrecer sacrificios.

Detrás de las jambas de la puerta pusiste tu memorial. Sí, te desnudaste, subiste, y no conmigo, a tu lecho, y lo extendiste. Llegaste a un acuerdo con aquellos con quienes te plugo acostarte, mirando el monumento (57,7-8).

No contenta con los dioses cananeos, la esposa infiel importa otros dioses, hasta dioses infernales del Abismo:

-Te has acercado con ungüento a Moloc, prodigando tus aromas. Enviaste a tus emisarios muy lejos, y los hiciste bajar hasta el Abismo. De tanto caminar te cansaste, pero no dijiste: “Me rindo”. Recobrabas fuerzas y no desfallecías (en tus prostituciones) (57,9-10).

Dios interviene, acusando a Israel, que ama y teme a los que no son dioses y olvida el amor y el temor de Él:

-¿De quién te asustaste y tuviste miedo, embustera, y de mí no te acordaste, no te preocupaste? ¿No es que porque me callaba, a mí no me temiste? (57,11).


            Dios se declara inocente y desenmascara el pecado de Israel, contra el que dicta su sentencia, de la que no le librarán los ídolos a que ha servido:

-Yo denunciaré tu virtud y tus hechos, y no te aprovecharán tus ídolos. Cuando grites, no ti librarán cuando les pidas que te salven, pues a todos ellos los llevará el viento, un soplo los arrebatará. Pero aquel que se ampare en mí poseerá la tierra y heredará mi monte santo (57,12-13).

Denunciada la injusticia y la idolatría, se oye el anuncio de la salvación. Parece que el pueblo aún no hubiera llegado a la tierra o se anunciara la llegada de una nueva caravana:

-Allanad, allanad, abrid el camino, quitad todo obstáculos del camino de mi pueblo. Que así dice el Excelso y Sublime, el que mora por siempre y cuyo nombre es Santo: “Yo moro en lo excelso y sagrado, pero estoy con los humildes y los de espíritu quebrantado, para reavivar el espíritu de los abatidos, para reavivar el ánimo de los humillados (57,14-15).

Dios, por su transcendencia, se halla en las alturas. Los ángeles cantan “gloria a Dios en las alturas” (Lc 2,14). Pero su grandeza no le aleja de los humildes y quebrantados de corazón (Sal 51,19), pues desde su encumbrado trono “se abaja para mirar” (Sal 113,6). María dice que Dios pone sus ojos “en la pequeñez de su sierva” (Lc 1,48). Es el Dios que no está siempre en pleito con sus fieles:

-Pues no disputaré por siempre ni estaré eternamente enojado, pues entonces sucumbirían ante mí el espíritu y las almas que yo he creado. Por culpa de su codicia me enojé y le herí, ocultándome de él por un momento. Pero el rebelde se apartó y siguió su capricho (57,16-17).

A la bondad de Dios no ha correspondido el amor del hombre, sino el pecado. El pecado aleja al hombre de Dios o, dicho de otra manera, provoca en enojo de Dios y el ocultamiento momentáneo de su rostro. El hombre, al no ver el rostro de Dios, en lugar de buscarlo como hace la esposa del Cantar de los cantares, se va por su camino, siguiendo sus caprichos. Dios, al verle perdido, le mira con compasión y va a buscarlo. Ante el amor gratuito, al hombre le brota el canto de alabanza:

-Yo vi sus caminos. Yo le curaré y le guiaré, le consolaré a él y a los que lloran con él. Haré brotar en sus labios este canto de alabanza: “¡Paz, paz al de lejos y al de cerca! ‑ dice Yahveh ‑. Yo le curaré” (57,18-19).

Sin embargo esta paz no es para los malvados, que “son como mar agitada que no puede calmarse, cuyas aguas remueven cieno y lodo. No hay paz para los malvados” (57,20-21).

 

c) Liturgia penitencial

 

A la vuelta de Babilonia, los repatriados viven un primer momento de entusiasmo. Pero muy pronto experimentan una grave desilusión, acompañada de tensiones entre quienes han vuelto y los que habían permanecido en Judá. Este estado de ánimo se encuentra en los profetas Ageo y Zacarías y en estos capítulos del libro de Isaías. El profeta les grita en nombre de Dios, llamándoles a conversión. En una liturgia penitencial pone de manifiesto las quejas del pueblo y la respuesta de Dios. La reconstrucción del pueblo no puede quedarse en algo exterior, sino que Dios busca llegar al corazón del pueblo. En realidad desea que Israel viva el Decálogo: Amor a Dios y amor a sus hermanos. La voz de Dios resuena como una trompeta en la palabra de su profeta:

-Clama a voz en grito, no te moderes; levanta tu voz como una trompeta y denuncia a mi pueblo su rebeldía, a la casa de Jacob sus pecados (58,1).


Dios se puede lamentar pues es Israel es “su pueblo”. La alianza -tú eres mi pueblo y Yo soy tu Dios- es el fundamento del juicio de Dios, que acusa al pueblo de estar a todas horas consultándole, por medio de sacerdotes o profetas. Quieren conocer la voluntad, pero no se interesan en cumplirla (St 1,22ss). Desean conocer el camino de Dios, cuando están decididos a seguir sus propios caminos. Buscan a Dios en el templo y en el culto, pero luego no les interesa seguirle en la vida::

-Me buscan día a día y les agrada conocer mis caminos, como si fueran gente que practica la virtud y no hubiesen abandonado el mandato de su Dios. Me preguntan por las leyes justas,  les agrada la cercanía de su Dios. ¿Por qué ayunamos, si tú no lo ves? ¿Para qué nos humillamos, si tú no lo sabes? (58,2-3).

Hasta se atreven a reclamar a Dios, mostrando con ello la falsedad de sus ayunos interesados. Dios acepta entrar en diálogo polémico con ellos y desenmascara su farsa piadosa, la contradicción entre ayunar e ir tras el negocio, entre mortificarse y dar muerte al prójimo:

-Es que el día en que ayunabais, buscabais vuestro negocio y explotabais a todos vuestros

 trabajadores. Es que ayunáis entre riñas y pleitos, dando puñetazos sin piedad. No ayunéis como hoy, para hacer oír en las alturas vuestra voz (58,3-4).

El ayuno acompaña normalmente a la oración. Se trata de apoyar una súplica llamando la atención de Dios con el ayuno, pues se le considera como algo de su agrado. Al ver que no surte efecto, acusan a Dios, en vez de fijarse en la falsedad de su ayuno. La súplica que alcanza el cielo y traspasa las nubes para llegar a los oídos de Dios es la oración sincera (Sal 5,4; 6,9-10; 18,7...). No llega a Dios si se mezcal con sonidos de riñas, disputas, golpes; Dios mira hacia otra parte cuando la oración se hace elevando hacia Él manos que chorrean sangre (1,15). Ciertamente, el ayuno llama la atención de Dios, pero, al mirar a quienes ayunan hipócritamente (Mt 6,16-18), descubre las injusticias de su vida. ¿A eso llaman ayuno? El Señor se burla de dicho espectáculo. Se arrodillan inclinados hacia el suelo como un campo de juncos que se comban al pasar el viento, ¿qué viento les hace inclinarse?: 

-¿Acaso es éste el ayuno que yo quiero el día en que se humilla el hombre? Doblegar la cabeza como juncos, inclinarse hasta el suelo vestido de sayal y ceniza, ¿a eso llamáis ayuno y día agradable a Yahveh? (58,5).

Dios indica a sus fieles el ayuno que le agrada. El auténtico ayuno consiste en las obras de misericordia, de modo particular, se señala como obra de caridad el liberar a los cautivos. Es el pueblo que acaba de regresar de la cautividad de Babilonia, ¿cómo puede esclavizar a nadie? En vez de mortificarse a sí mismos, el verdadero ayuno está en sentir la aflicción de los otros para aliviarla. La compasión, -padecer-con el otro- rompe el egoísmo y dilata el corazón del hombre hasta hacer sitio a los demás y a Dios (2Cro 28,14-15):

-¿No será más bien éste el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los oprimidos, y arrancar todo yugo? ¿No será partir tu pan con el hambriento y recibir en tu casa a los pobres sin hogar? ¿Que cuando veas a un desnudo le vistas, y  no te apartes de tu semejante? (58,6-7).

El verdadero ayuno, la misericordia, transfigura al hombre. Sobre él brilla el sol como en el amanecer (Sal 112,4). La verdad es que la misericordia del hombre es un reflejo de la bondad de Dios (Mt 6,22-23; Lc 6,36). Si el orante se presenta con este ayuno ante Dios, Dios responde inmediatamente. Si, al implorar misericordia, se presenta con sus obras de misericordia, Dios le responderá:

-Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Te precederá tu justicia y te seguirá la gloria de Yahveh. Entonces clamarás, y Yahveh te responderá, pedirás auxilio, y Él dirá: “Aquí estoy”. Si apartas de ti todo yugo, no apuntas con el dedo y no hablas maldad, si das tu pan al hambriento, y sacias al indigente, entonces resplandecerá  tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía (58,8-10).


Si tú sacias el hambre del prójimo, Dios saciará tu hambre. Dios ya se ha anticipado y lo ha hecho con Israel en su marcha por el desierto, durante el primer éxodo y durante el segundo. Dios, con su misericordia, hizo del desierto un paraíso. Ahora, en la tierra, toca al hombre hacer del desierto árido, en que viven los indigentes, transformarlo con su misericordia en un paraíso. El éxodo al que Dios invita a su pueblo no consiste en salir de un lugar para ir a otro, sino en salir de sí mismo para ir al otro, romper el cerco del egoísmo para hacer espacio a los demás en el propio corazón:

-Yahveh te guiará siempre, en el desierto saciará tu alma, dará vigor a tus huesos, y serás como huerto regado, o como manantial cuyas aguas nunca se agotan. Reedificarán, de ti, tus ruinas antiguas, levantarás los cimientos de pasadas generaciones, se te llamará reparador de brechas, y restaurador de senderos frecuentados (58,11-12).

Del ayuno, Dios pasa a otro tema: el sábado. Las dos tablas del Decálogo están unidas. El amor al prójimo se funda en el amor a Dios y el amor a Dios se muestra en el amor al prójimo. La observancia del sábado es lo mismo que la acogida de Dios en la vida. Es la señal que se ha establecido para entrar en la alianza con Él (56,1-8). El sábado no puede reducirse a una práctica ritualista, casi idolátrica. Jesús se proclamará muchas veces señor del sábado, superior al sábado. El sábado es un tiempo sustraído a los intereses egoístas del hombre, para dedicarlo a Dios. No es un reposo, para recuperar fuerzas, en honor del trabajo y la producción. El sábado es para el hombre y para Dios, no para los negocios. El reposo es para la fiesta. En él el hombre halla su delicia, pero la delicia que le viene de Dios y no de la idolatría, del afán insaciable de dinero. El sábado está consagrado a la gloria de Dios, a celebrarla y gozar en ella: 

-Si detienes tus pies el sábado y dejas de hacer tu negocio en el día santo, si llamas al sábado tu delicia, si honras el día santo de Yahveh, si lo honras evitando tus viajes, no buscando tu interés ni tratando tus asuntos, entonces Yahveh será tu delicia. Te haré cabalgar sobre las alturas de la tierra, te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob, ha hablado la boca de Yahveh (58,13-14).

Como quien dirige un examen de conciencia, Dios enumera los pecados, que luego el pueblo confiesa. Y concluye el capítulo con el perdón de Dios, que renueva la alianza con el pueblo. La situación de injusticia en que vive la comunidad es el pecado del que Dios acusa a Israel, pero es también la consecuencia del pecado. El Pueblo ha acusado a Dios de que no se entera de su ayuno o, si se entera, no interviene con la salvación. El salmista formula así esta queja: “¿Por qué retraes tu mano izquierda y tienes tu derecha escondida en el pecho?” (Sal 74,11). Ya antes Dios contradecía esta apreciación con el interrogante: “¿Tan corta crees que es mi mano que no puede redimir?” (50,2). Ahora responde de nuevo:

-Mira, la mano de Yahveh no es demasiado corta para salvar, ni es duro su oído para oír,  sino que son vuestras faltas las que os separaron de vuestro Dios, y vuestros pecados los que os ocultan su rostro e impiden que os oiga (59,1-2).

Dios no es sordo ni impotente. Escucha la súplica y puede salvar. Pero el pecado se interpone, separa al hombre de Dios, rompiendo la relación entre ellos. Dios comienza a enumerar los pecados, tanto de palabra como de obras, que separan de Él a su pueblo:

-Porque vuestras manos están manchadas de sangre y vuestros dedos de culpa;, vuestros labios dicen mentiras y vuestra lengua habla con perfidia. No hay quien invoque la justicia ni quien juzgue con sinceridad. Se apoyan en la mentira y afirman la falsedad, conciben la maldad y dan a luz iniquidad (59,3-4).

El pecado, con su maldad, se contagia, da frutos de maldad, difunde su veneno, como si la serpiente del paraíso siguiera empollando huevos venenosos:

-Incuban huevos de serpientes y tejen telarañas; el que come esos huevos muere, y si son cascados sale una víbora. Sus hilos no sirven para vestido ni con sus tejidos se pueden cubrir. Sus obras son obras inicuas y sus manos ejecutan actos violentos (59,5-6).

Sigue la enumeración de pecados (Rm 3,11-18) hasta llegar al desenlace de tal comportamiento: destruye la paz propia y la de los demás:


-Sus pies corren al mal y se apresuran a verter sangre inocente. Sus proyectos son proyectos inicuos, destrucción y quebranto en sus caminos. No conocen el camino de la paz, no existe el derecho en sus pasos. Tuercen sus caminos para provecho propio, quienes van por ellos no conocen la paz (59,7-8).

Escuchada la palabra acusadora de Dios, el pueblo responde confesando sus culpas y, al mismo tiempo sintiéndose víctima impotente del pecado que le envuelve:

-Por eso está lejos de nosotros el derecho y no nos alcanza la justicia. Esperamos la luz, y vienen tinieblas; claridad, y caminamos a oscuras. Vamos palpando la pared como ciegos y vacilamos como los que le falta la vista. En pleno día tropezamos como si fuera al anochecer, y estando sanos vivimos como muertos (59,9-10).

Parece que no hay esperanza. Todo el aliento se va en gruñidos de oso o quejidos de paloma. Pero el dolor, al ahondarse, lleva a la raíz del pecado y de la muerte, la negación de Dios:

-Todos nosotros gruñimos como osos y zureamos sin cesar como palomas. Esperamos el derecho y no hubo nada; la salvación, y se alejó de nosotros. Porque son muchas nuestras rebeldías contra ti, y nuestros pecados testifican contra nosotros, pues nuestras rebeldías nos acompañan y conocemos nuestras culpas: rebelarse y renegar de Yahveh, apartarse de seguir a nuestro Dios, hablar de opresión y revueltas, concebir y urdir en el corazón palabras engañosas.

Porque ha sido rechazado el juicio, y la justicia queda lejos. Porque la verdad tropieza en la plaza y la rectitud no puede entrar. La verdad está ausente, y se despoja a quien se aparta del mal (59,11-15).

El abandono de Dios se traduce en injusticia y violencia. La ciudad se puebla de lo que describe el salmista: “Veo en la ciudad violencia y discordias, día y noche hacen la ronda de las murallas; en su recinto hay crimen e injusticias, en su interior calamidades; no se apartan de sus calles la crueldad y el engaño” (Sal 55,10-12). Otro salmo describe lo contrario, mostrando las virtudes que hacen habitable una ciudad: “Su salvación está cerca, su gloria habita en nuestra tierra, lealtad y fidelidad se encuentran, justicia y paz se besan” (Sal 85,10-12).

Dios contempla la situación y no se queda indiferente. Si antes ha denunciado el pecado, ahora que el hombre ha reconocido y confesado su pecado, Dios interviene con el perdón, implantando su justicia, venciendo el mal con el bien:

-Lo vio Yahveh y pareció mal a sus ojos que no hubiera justicia. Vio que no había nadie y se maravilló de que nadie intercediera. Entonces le salvó su brazo y le sostuvo su justicia. Se puso la justicia como coraza y el casco de salvación en su cabeza. Se puso como túnica vestidos de venganza y se vistió el celo como un manto. Según los merecimientos así pagará: ira para sus

 opresores y represalia para sus enemigos. Dará a las islas su merecido. Temerán desde Occidente el nombre de Yahveh y desde el Oriente verán su gloria, pues vendrá como un torrente encajonado contra el que irrumpe con fuerza el soplo de Yahveh (59,16-19).

El Señor se muestra en una teofanía de agua y viento. Desciende sobre la ciudad santa con su salvación, quita el pecado y establece su justicia, inaugurando una era nueva con una alianza garantizada por su espíritu y mantenida viva por la palabra. Espíritu y Palabra son dones ofrecido a todo el pueblo:

-Vendrá a Sión para rescatar a aquellos de Jacob que se conviertan de su rebeldía. En cuanto a mí, dice Yahveh, esta es mi alianza con ellos. Mi espíritu que ha venido sobre ti y mis palabras que he  puesto en tus labios no caerán de tu boca ni de la de tus hijos ni de la boca de tus nietos, desde ahora y para siempre, dice Yahveh (59,20-21).

 

 

 

 





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