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Gloria de la futura Jerusalén: Comentario al profeta Isaías


Emiliano Jiménez



 Gloria de la futura Jerusalén

Comienza uno de los grandes poemas del libro, que canta con espléndidas imágines el triunfo de la luz del Señor y la peregrinación de los pueblos hacia Jerusalén. El monte Sión aparece como un inmenso faro, cuyos destellos alcanzan a todas las naciones, que se ponen en marcha en busca de su luz, fuente de paz. La luz inaugura un día único. Se trata de la aurora del día del Señor. Según amanece los hijos de Israel dispersos por las naciones y los pueblos extranjeros se ponen en camino. Son los mismos pueblos que habían esclavizado a Israel los que ahora se ofrecen para llevarlos de vuelta a su tierra. Una multitud de camellos inunda la ciudad y naves blancas, como una bandada de palomas, vuelan hacia Jerusalén. Todos se apresuran, llevando sus tesoros, pues no quieren ser excluidos de la reconstrucción de la ciudad santa, en la triunfará la justicia y la paz. El tiempo sigue su curso y el día avanza, pero no llega la noche, porque ha llegado el día sin ocaso, el día de la luz. El Señor, con su grito de júbilo, despabila a la ciudad:

¡Levántate, resplandece, que llega tu luz; la gloria de Yahveh amanece sobre ti! Mira, las  tinieblas cubren la tierra, y una densa nube a los pueblos; pero sobre ti amanece Yahveh y su gloria aparece sobre ti (60,1-2).

La luz inunda primero la ciudad y desde ella se refleja en su alrededores. La luz es la gloria del Señor. La ciudad no tiene luz propia, es como la luna que en la noche refleja sobre la tierra la luz del sol.

Pueblos, reyes y los propios israelitas caminan juntos hacia la ciudad, de donde se expande la luz. La gloria del Señor despliega un poder de atracción:

-Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada. Alza los ojos en torno y mira: todos se reúnen y vienen a ti. Tus hijos vienen de lejos, y tus hijas las traen en brazos (60,3-4).

Una caravana llega de oriente y flotas de occidentes, por tierra y por mar, todos convergen en la ciudad. A la cabeza llegan los propios hijos. Todos vuelcan sus tesoros sobre la ciudad iluminada. Lo citará Mateo, cuando narre la llegada de los magos a la gruta de Belén (Mt 2,11):

Tú entonces, al verlo, te pondrás radiante, se estremecerá y se ensanchará tu corazón, porque vendrán a ti los tesoros del mar, te traerán las riquezas de las naciones. Una multitud de camellos te inundará, y jóvenes dromedarios de Madián y de Efá. Todos ellos vienen de Sabá, trayendo oro e incienso y proclamando las alabanzas de Yahveh (60,5-6).

Desde sus almenas Jerusalén contempla los rebaños de ovejas que alegran las colinas y las velas de las naves que se deslizan por el mar como nubes bajas o palomas que vuelan:

-Las ovejas de Quedar se apiñarán junto a ti, los machos cabríos de Nebayot estarán a tu servicio. Subirán a mi altar como holocausto agradable, con lo que honraré mi hermosa Casa. ¿Quiénes son esos que vuelan como nubes y como palomas a sus palomares? Son los barcos que acuden a mí, a la cabeza los navíos de Tarsis, trayendo a tus hijos de lejos, y con ellos con su plata y su oro, por el nombre de Yahveh, tu Dios, del Santo de Israel, que te honra (60,7-9).

Día y noche afluyen las gentes con sus dones a Jerusalén, que no tiene necesidad de cerrar sus puertas al anochecer, pues no hay peligro de agresión:

-Hijos de extranjeros reconstruirán tus muros, y sus reyes se pondrán a tu servicio, porque en mi cólera te herí, pero en mi benevolencia tengo compasión de ti. Tus puertas quedarán abiertas de continuo; no se cerrarán ni de día ni de noche, para dejar entrar en ti las riquezas de las naciones, traídas por sus reyes. Pues la nación y el reino que no se sometan a ti perecerán, esas naciones serán arruinadas por completo. La gloria del Líbano, el ciprés, el olmo y el boj, vendrán a ti, a embellecer mi Lugar Santo y honrar el lugar donde reposan. mis pies (60,10-13).


La situación se invierte. La ciudad humillada es exaltada y la que antes dominaba ahora siente el peso de la carga sobre sus espaldas. Sión recibe el nombre de su esposo y recibe el alimento de las naciones, el tributo de reyes. Este es el rescate de Yahveh, su Dios:

-Los hijos de los que te humillaban acudirán ante ti encorvados, se postrarán a tus pies todos los que te menospreciaban, y te llamarán la Ciudad de Yahveh, la Sión del Santo de Israel.  En vez de estar tú abandonada, aborrecida y sin viandantes, yo te convertiré en lozanía eterna, gozo de siglos y siglos. Te nutrirás con la leche de las naciones, serás amamantada con las riquezas de los reyes, y sabrás que yo soy Yahveh tu Salvador, y el que rescata, el Fuerte de Jacob (60,14-16).

Dios reconstruye la ciudad con materiales preciosos, como en tiempos de Salomón (1R 10,21-27), aunque lo más importante será la reconstrucción interna:.

-En vez de bronce traeré oro, en vez de hierro traeré plata, en vez de madera, bronce, y en vez de piedras, hierro. Te pondré como gobernantes la paz, y por gobierno la justicia. En tu tierra ya no se oirá hablar de violencia, ni en tus fronteras de despojo o destrucción. Llamarás a tus murallas “Salvación”, y a tus puertas “Alabanza” (60,17-18).

La creación antigua queda superada por la nueva. La presencia de Dios hace innecesarias las lumbreras que dividían el tiempo en día y noche y distinguían los días de fiesta de los días de trabajo (Gn 1,14; Ap 21,23; 22,5). Toda la creación queda transfigurada:

-No será para ti ya nunca más el sol luz del día, ni el resplandor de la luna te alumbrará de noche, sino que tendrás a Yahveh por luz eterna, y tu Dios será tu esplendor. No se pondrá jamás tu sol, ni tu luna menguará, pues Yahveh será para ti luz eterna, y se habrán acabado los días de tu luto (60,19-20).

La bendición de Abraham se cumple en el presente: multiplicarse y poseer la tierra. Y además, la tierra se poblará, según la promesa hecha a Abraham, pero de hombres justos, de modo que pueden vivir por siempre en el paraíso:

-Todos los de tu pueblo serán justos, y heredarán por siempre la tierra; es el retoño de mis

 plantaciones, obra de mis manos para manifestar mi gloria. El más pequeño vendrá a ser un millar, el más chiquito, una nación poderosa. Yo, Yahveh, a su tiempo me apresuraré a cumplirlo (60,21-22).

 

b) Proclamación de la Buena Nueva a Sión

 

Este texto hay que escucharlo de labios de Jesús en la sinagoga de Nazaret al comienzo de su vida pública (Lc 4,16ss). Ya en el libro de Isaías tiene una resonancia mesiánica o, quizás mejor, escatológica. Es la proclamación de la Buena Nueva a Sión, a la que Jesús quita la frase final sobre la venganza y añade, como comentario: “hoy se ha cumplido esta Escritura”.

El profeta se presenta en primera persona, señalando el envío y la misión. Investido del Espíritu, queda constituido al servicio de la palabra. Su misión es “evangelizar”, proclamar la buena nueva. Para ello es ungido por el Espíritu de Dios:

-El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, porque Yahveh me ha ungido. Me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos; a pregonar la liberación a los cautivos, y la libertad a los prisioneros; para pregonar el año de gracia de Yahveh, el día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran, para darles una corona en vez de

 ceniza, óleo de alegría en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido (61,1-3).

La proclamación de la buena nueva vence la muerte, cambia el vestido de luto en vestido de fiesta (Sal 30; 45,8). Este cambio se sella con la imposición de un nombre nuevo. Con una imagen vegetal, “se les llamará robles de justicia, plantación de Yahveh para manifestar su gloria” (61,3b). La renovación del pueblo supone la reconstrucción de la ciudad y de la tierra con sus rebaños y campos cultivados por los extranjeros, para que el pueblo quede libro para el culto a Dios. Israel es un pueblo sacerdotal:


-Edificarán las ruinas seculares, levantarán los lugares de antiguo desolados, y restaurarán las ciudades en ruinas, los lugares por siempre desolados. Vendrán extranjeros y apacentarán vuestros rebaños, e hijos de extranjeros serán vuestros labradores y viñadores. Y vosotros seréis llamados “sacerdotes de Yahveh”, “ministros de nuestro Dios” (61,4-6).

Como los levitas recibían el sustento del pueblo por estar dedicados al servicio del templo, así ahora todo el pueblo sacerdotal recibirá para sustentarse “la riqueza de las naciones” (61,6b). Así ve Pedro al nuevo Israel (1P 9-10). El Señor resarce con creces a su pueblo el exilio sufrido entre las naciones. Les otorgará el doble en bienes y en gozo:

-A cambio de su vergüenza y afrentas, obtendrán una porción doble; poseerán el doble en su país y tendrán alegría eterna. Pues yo, Yahveh, amo el derecho y aborrezco la rapiña y el crimen. Les daré fielmente el salario de su trabajo, y pactaré con ellos una alianza eterna (61,7-8).

Israel ya ha vuelto del exilio, ha entrado en la tierra, pero aún espera tomar posesión de ella. Es la situación permanente del pueblo de Dios, que posee a Dios y le espera, tiene sus dones y los pide cada día. Si se abre en la fe a Dios goza de Él y de sus bienes. Dios colma de bendiciones a su pueblo, pues es la semilla sembrada en su plantación para que le reconozcan todas las naciones:

-Su linaje será conocido entre las naciones su raza y sus vástagos entre los pueblos; todos los que los vean reconocerán que son estirpe bendita de Yahveh. Porque, como la tierra echa sus brotes, como un jardín hace germinar sus semillas, así el Señor Yahveh hace germinar la justicia y la alabanza en presencia de todas las naciones (61,9.11).

Las promesas espléndidas de Dios suscita la aclamación que sigue:

-Con gozo me gozaré en Yahveh, exulta mi alma en mi Dios, porque me ha revestido de ropas de salvación, me ha envuelto en manto de triunfo como esposo que se pone la corona, como novia que se adorna con sus joyas (61,10).

La ciudad adornada como esposa del Señor se presenta espléndida en el día de bodas. El amor del esposo ha rejuvenecido a Israel:

-Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación brille como antorcha. Verán las naciones tu justicia, todos los reyes tu gloria, y te llamarán con un nombre nuevo que te impondrá la boca de Yahveh. Serás corona brillante en la mano de Yahveh, y diadema real en la palma de tu Dios (62,1-3).

En su esplendor hay un recuerdo de los tiempos pasados, pero no para llorarlos, sino como contraste de la situación actual:

-Ya no te llamarán la “Abandonada”, ni a tu tierra la “Desolada”, sino que se te llamará “Mi Complacencia”, y a tu tierra, “Desposada “. Porque Yahveh se complacerá en ti, y tu tierra tendrá marido. Porque como un joven se casa con una doncella, así te desposa tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará tu Dios por ti (62,4-5).

El gozo de la boda se desborda y prolonga en los regalos que el esposo ofrece a la esposa, como expresión y recompensa del gozo que encuentra en ella. La gloria de Jerusalén redunda en honor de Yahveh, pues la ciudad santa es un himno viviente de alabanza a Dios. El heraldo canta e invita a cantar a Dios, elogiando a su esposa, la ciudad de sus preferencias:

-Sobre tus murallas, Jerusalén, he puesto centinelas; no callarán ni de día ni de noche. Los que invocáis a Yahveh, no hagáis silencio. No le dejéis descansar, hasta que la restablezca, hasta que se alabe a Jerusalén en toda la tierra (62,6-7).

Trabajar para que otro se lleve los frutos es tarea de esclavos, es una maldición. En cambio disfrutar de los productos del propio trabajo es una bendición de Dios (Dt 28):

-Yahveh ha jurado por su diestra y por su fuerte brazo: “No daré tu grano jamás por manjar a tus enemigos. No beberán hijos de extraños el mosto por el que te fatigaste, sino que los que lo cosechen lo comerán y alabarán a Yahveh, y los que los recolecten lo beberán en mis atrios

 sagrados (62,8-9).


Las bendiciones y el gozo que desprenden señalan la inminencia de la salvación. Hay urgencia en la invitación a entrar en la sala de las bodas. Llega el Salvador, llega la salvación. Es una llegada con sones de triunfo y exultación, como resuena en el evangelio de Lucas en los cantos del Magnificat, del Benedictus y del Nunc Dimitis:

-¡Pasad, pasad por las puertas! ¡Abrid camino al pueblo! ¡Preparad, preparad el camino,  limpiadlo de piedras! ¡Izad una bandera para los pueblos! Mirad que Yahveh hace oír hasta los confines de la tierra: Decid a la hija de Sión: Mira que viene tu salvación; mira, su salario le acompaña, y su paga le precede. Se les llamará “Pueblo Santo”, “Rescatados de Yahveh”; y a ti se te llamará “Buscada”, “Ciudad no Abandonada” (62,10-12).

 

 

 

 





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