[_Sgdo Corazón de Jesús_] [_Ntra Sra del Sagrado Corazón_] [_Vocaciones_MSC_]
 [_Los MSC_] [_Testigos MSC_
]

MSC en el Perú

Los Misioneros del
Sagrado Corazón
anunciamos desde
hace el 8/12/1854
el Amor de Dios
hecho Corazón
y...
Un Día como Hoy

y haga clic tendrá
Pensamiento MSC
para hoy que no
se repite hasta el
próximo año

Los MSC
a su Servicio

free counters

JOB CRISOL DE LA FE: 3. JOB HABLA DESDE LA ANGUSTIA DE SU ESPIRITU 6,1-7

Comentario al libro de Job
Emiliano Jiménez Hernández

Páginas relacionadas 

 


a) El lúcido desvarío de Job: 6,2-30

b) Los íncubos de la noche: 7,1-19

d) ¿Donde está la "hesed" de Dios?: 7,20-21

 

Job habla de la angustia de su espíritu

 

DESDE LA ANGUSTIA DE SU ESPIRITU

a) El lúcido desvarío de Job

Job responde a Elifaz elevando un conmovido lamento, acusando a los amigos que no comprenden que actúa y habla con sinceridad, buscando la verdad al declararse inocente. A un cierto momento se repliega sobre sí mismo y lamenta su situación. Y, finalmente, se enfrenta con Dios, que insensatamente asusta al hombre. Job se sitúa frente a Dios con el problema del hombre desde su situación real de hombre ante la muerte: "¡No cerraré mi boca. Hablaré desde la angustia de mi espíritu!" (7,11)

El discurso razonable y bien intencionado de Elifaz no ha convencido a Job. Las promesas de felicidad llegan tarde y las veladas amenazas no le asustan, porque mucho más terrible que lo que le anuncia Elifaz es su situación actual. Por eso, frente al discurso racional de Elifaz, Job defiende el absurdo, pues no es razonable su dolor. Job justifica sus quejas, lamentando el enorme peso de su aflicción desmesurada: "¡Ah, si pudiera pesarse mi aflicción, si mis males se pusieran en la balanza juntos! Pesarían más que la arena de los mares: por eso mis razones se desmandan" (6,2-3). Abrumado por el peso de sí mismo, Job desvaría, pero mira con lucidez el desvarío de sus palabras y las justifica. Job se siente como el blanco de las flechas de Dios. Dios ha escogido su víctima y Job es consciente de que la obra de muerte, que ha comenzado en él, se realizará inexorablemente bajo el efecto del veneno de las flechas: "Pues las flechas de Sadday están en mí, mi espíritu bebe su veneno, y contra mí se alinean los terrores de Dios" (6,4).

La amargura insoportable de la existencia presente lleva a Job al deseo de la muerte. Está harto de vivir y penar. No puede medir su dolor ni controlar sus palabras, que fluyen como olas del mar de su angustia. Si el asno rebuzna o el buey muge es porque tienen hambre, y si el hombre grita es porque le aflige un dolor que no puede acallar (6,5-7). Sólo la muerte, amada, deseada e invocada, podría callar el dolor y la lengua. Job, en su largo lamento, grita contra sí mismo, contra los amigos y contra Dios. Job se siente circundado de un muro de hostilidad: Dios, los amigos y la vida misma le atormentan y le obligan a una desesperada defensa. La hostilidad de Dios y de los amigos y la náusea de la vida le roban el sentido de la existencia. Sólo vislumbra como salida posible la esperanza de la muerte: "¡Ojalá se realizara lo que pido, que Dios cumpliera mi esperanza, que él consintiera en aplastarme, que soltara su mano y me segara!" (6,8-9).


Job se queja de sí mismo, porque ya no resiste más; se queja de los amigos, porque se distancian de él o le acosan con sus razonamientos; y se queja de Dios porque lo ha herido y se ensaña con él en vez de librarlo. Solo, en medio de la batalla, Job afila las armas de su palabra, con la que ataca a todos. Es cierto que sus palabras son un desvarío, pero tiene razón para ello: "¿Rozna el onagro junto a la hierba verde? ¿Muge el buey junto al forraje? ¿Se come acaso lo insípido sin sal? En la clara del huevo ¿hay algún gusto?" (6,5-6). Si el buey muge y el asno rebuzna por algo será. Por eso decide seguir hablando, no admite que nadie le tape la boca: "Yo no he de contener mi boca, hablaré en la angustia de mi espíritu, me quejaré en la amargura de mi alma. ¿Acaso soy yo el Mar, soy el monstruo marino, para que pongas guardia contra mí?" (7,11-12). Sin embargo, su único deseo es no renegar de Dios: "Este será mi consuelo: aun torturado sin piedad, saltaría de gozo, por no haber renegado de las palabras del Santo" (6,10). Job ha imprecado, pero no ha renegado de Dios. ¿Conseguirá contenerse si la situación se prolonga? Como el mártir, que en medio de la tortura desea la muerte para no renegar, Job la invoca para mantenerse fiel. Al final le será concedido este consuelo y Job realmente saltará de gozo. Como en el prólogo Dios elogia la conducta de Job, en el epílogo Dios alaba sus palabras (42,7-8).

Job es el sufriente. No aguanta más. El no tiene la fuerza que Dios prometió a Jeremías: "Te haré plaza fuerte, columna de hierro, muralla de bronce" (Jr 1,18). No es capaz, como el Siervo de Yahveh, de "endurecer su cara como un pedernal" (Is 50,7). Job experimenta en su carne toda su fragilidad: "¿Cuál es mi fuerza para que aún espere, qué fin me espera para que aguante mi alma? ¿Es mi fuerza la fuerza de la roca? ¿es mi carne de bronce? ¿No está mi apoyo en una nada? ¿no se me ha ido lejos toda ayuda?" (6,11-13). Job esperaba un poco de piedad de sus amigos, pero le han defraudado. En vez de compasión por su enfermedad, se asustan del posible contagio. Job ve su interior como un inmenso desierto de soledad, cruzado por un cauce seco de palabras vacías, que aumentan su sed. Desde su debilidad acusa a los amigos de frialdad e insensibilidad ante su grito de auxilio: "Me han defraudado mis hermanos lo mismo que un torrente, igual que el lecho de torrentes que pasan: turbios van de aguas de hielo, sobre ellos se disuelve la nieve; pero en tiempo de estiaje se evaporan, en cuanto hace calor se extinguen en su lecho. Por ellos las caravanas se apartan de su ruta, en el desierto se adentran y se pierden. Las caravanas de Temá los otean, en ellos esperan los convoyes de Sabá. Pero se ve corrida su confianza; al llegar junto a ellos se quedan confundidos" (6,15-20). Los amigos, para defender a Dios, que no necesita que nadie le defienda, se han vuelto contra él.

El desierto con sus horizontes ilimitados y desolados, con la soledad de sus pistas borradas es el símbolo de la soledad de la vida de Job. Sufre como una caravana golpeada por el viento seco y aplastada por el sol implacable. Como un caminante solitario en el ardor del verano, Job está siguiendo desesperadamente los rastros perdidos del desierto. Los regatos que, en primavera, recogían las aguas de las lluvias, ahora son sólo canales secos, llenos de piedras calcinadas. Su vida es un desierto, un vagar de espejismo en espejismo. La búsqueda del agua es tan angustiosa que lleva al caminante a salirse del camino, girando en torno, de decepción en decepción, hasta perderse en medio del paisaje siempre igual. En su desesperación, Job abandona la imagen del desierto y grita a sus amigos: "Así sois ahora vosotros para mí: veis algo horrible y os asustáis" (6,21). La amistad, el agua del consuelo, que Job busca en ellos, no suscita en ellos más que horror, como si fuese un apestado contagioso. De los amigos Job se esperaba un consejo, afecto y comprensión, pero sólo ha recibido acusaciones y juicios condenatorios de sus palabras de desesperado.


Job no pide que paguen su rescate, sino que acepten su inocencia. Deja de lado el consuelo, que los amigos no saben darle, y pasa a defender su inocencia. Ya no está en juego su vida o su bienestar; está en juego la justicia y su inocencia. Job la defenderá aunque se quede sólo, sin amigos: "¿He dicho acaso: Dadme algo, haced regalos por mí de vuestros bienes; arrancadme de la mano de un rival, rescatadme de la mano de tiranos? Instruidme, que yo me callaré; hacedme ver en qué me he equivocado. ¡Qué dulces son las razones ecuánimes!, pero, ¿qué es lo que critican vuestras críticas? ¿Intentáis criticar sólo palabras, dichos desesperados que se lleva el viento? ¡Vosotros echáis a suerte al mismo huérfano, especuláis con vuestro propio amigo!" (6,22-27). Los amigos, aunque estén presentes, lo han abandonado. Llegados a él para consolarlo se han situado contra él. Con desesperación les pide comprensión de su desgracia. Los amigos no saben dársela porque no han pasado por su dolor (Cf. Hb 4,15). No saben que: "el que retira la compasión al prójimo abandona el temor de Sadday" (6,14), pues como dice San Gregorio "el amor de Dios engendra el del prójimo y el amor del prójimo nutre el de Dios", añadiendo en relación a los amigos: "Cuando uno está en la prosperidad, no se sabe si los otros aman su prosperidad o su persona. La desgracia es la prueba del amor".

Job se siente juzgado y rechazado sin que sus amigos hayan comprendido el sentido de su lamento. El diálogo ha perdido el calor de una discusión fraterna y ha asumido la forma glacial de la imparcialidad de un juicio formal. Sin embargo, Job no se resigna a esta situación e implora la ayuda de los amigos: "Ahora, por favor, volveos a mí, que no os mentiré en la cara. ¡Tornad, pues, a mí pero sin maldad! ¡Tornad, que está en juego mi justicia! ¿Hay maldad en mis labios? ¿no distingue mi paladar las cosas malas?" (6,28-30). Job no está para discusiones teológicas o legales, sólo desea que acepten su persona en el estado en que se encuentra. Desea confundir la sabiduría de los sabios con la fuerza de su dolor.

b) Los sobresaltos de la noche

Dejando de mirar a los amigos, Job se recoge en sí mismo para enfrentarse a Dios en un largo interrogatorio: "¿No es una milicia lo que hace el hombre en la tierra? ¿No son jornadas de mercenario sus jornadas? Como esclavo que suspira por la sombra, o como jornalero que espera su salario, así meses de desencanto son mi herencia, y mi suerte noches de dolor. Al acostarme, digo: ¿Cuándo llegará el día? Al levantarme: ¿Cuándo será de noche?, y hasta el crepúsculo ahíto estoy de sobresaltos. Mi carne está cubierta de gusanos y de costras terrosas, mi piel se agrieta y supura. Mis días han sido más raudos que la lanzadera, han desaparecido al acabarse el hilo" (7,1-6). Job describe, con toda su fantasía, la miseria humana y, en particular, la que ahora pesa sobre él. Si es triste la situación de todo mortal, la suya es desesperante. Las sombras del atardecer marcan para los otros el final de la fatiga del día, pero para él la llegada de la noche no mitiga sus sufrimientos, sino que los exaspera con sus sobresaltos. Para Job no hay un momento de respiro, un oasis de descanso.

"El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio" (7,1). Comenta fray Luis de León: "Así ha de entender el que nace alquilado para trabajo y peligro. Porque en todas las horas de la vida hay su trabajo: en la niñez, el de ignorancia y flaqueza; en la mocedad, el de sus pasiones y ardores; en la edad de varón, el de las pretensiones y competencias; y en la vejez, el de ella misma. Y en todas acontece la enfermedad y reina la muerte y es poderoso el desastre".


El soldado espera el fin del combate y la soldada. El jornalero espera el atardecer y el salario. Job desea el gozo del descanso, pero no lo halla. Job se identifica con el Eclesiastés: "¿Qué le queda al hombre de toda su fatiga y esfuerzo con que se fatiga bajo el sol? Todos sus días son dolor y penar; y ni aun de noche su corazón descansa. También esto es vanidad. No hay mayor felicidad para el hombre que comer y beber, y disfrutar en medio de sus fatigas. Yo veo que también esto viene de la mano de Dios, pues quien come y quien bebe, lo tiene de Dios" (Qo 2,22-25). Job ni siquiera tiene ese pequeño consuelo. Su existencia en el dolor es absurda y sin sentido: "Meses de desencanto son mi herencia, y mi suerte noches de dolor" (7,4). Su enfermedad es una presencia adelantada y prolongada de la muerte. Su carne ya está cubierta de gusanos y de costras terrosas, se acaba el hilo de su existencia. Los días se le acortan, no porque pasen de prisa, sino porque se le acaba el hilo prematuramente, como lamentaba también el rey Ezequías: "Yo dije: A la mitad de mis días me voy; en las puertas del seol se me asigna un lugar para el resto de mis años" (Is 38,10). La vida es un ir y venir inquieto de lanzadera, añadiendo cada vez una línea a la tela de la existencia hasta completar el tapiz. Pero Job no tiene esperanza de completar el dibujo, pues le cortarán la trama antes de tiempo. Job, elevando su voz a Dios, le pide que no olvide que es él quien ha diseñado su vida: "¡Recuérdalo!". Los lugares de nuestra vida se acostumbran a nuestra presencia y nos echan de menos cuando morimos. Dios mismo mirará al país de Job y preguntará: ¿has visto a mi siervo Job? (1,8). Y, por mucho que pregunte, no le encontrará. En sus oídos resonarán las negaciones: no existe, bajó y no subirá, no volverá.

Desde este retrato interior de sí mismo se encara con Dios, con humildad primero y despiadado después: "Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no volverán a ver la dicha. El ojo que me miraba ya no me verá, pondrás en mí tus ojos y ya no existiré. Una nube se disipa y pasa, así el que baja al seol no sube más. No regresa otra vez a su casa, no vuelve a verle su lugar" (7,7-10). Pero antes de irse para no volver, Job habla y reclama. La vida es corta y llena de aflicciones, pero es la única vida. La angustia de la existencia marca el tono de las palabras de Job: "Por eso yo no he de contener mi boca, hablaré en la angustia de mi espíritu, me quejaré en la amargura de mi alma" (7,11). En su atropello, Job mezcla el deseo de morir y el deseo de vivir. El ansia de vivir se abre paso en su desesperación y, enfrentándose con el deseo de morir, lacera y descoyunta la conciencia de Job: "¡Preferiría mi alma el estrangulamiento, la muerte más que mis dolores! Ya me disuelvo, no he de vivir por siempre; ¡déjame ya; sólo un soplo son mis días! ¿Qué es el hombre para que tanto de él te ocupes, para que pongas en él tu corazón, para que le escrutes todas las mañanas y a cada instante le escudriñes? ¿Cuándo retirarás tu mirada de mí? ¿no me dejarás ni el tiempo de tragar saliva?" (7,15-19).

La atormentada vida de Job corre como un río hacia la muerte. En realidad, la muerte ya ha invadido su organismo. El hilo de la rueca está llegando a su fin. Con nostalgia mira a su vida acabada y le parece un soplo. "Mi morada es arrancada, se me arrebata como tienda de pastor. Enrollo como tejedor mi vida, me cortaste del hilo del tejido. De la noche a la mañana acabas conmigo" (Is 38,12). En un suspiro Job evoca el amor de sus conocidos que sufrirán su ausencia: "El ojo que me miraba, ya no me verá". Dios mismo, que le ha mirado con amor al darle la vida, sentirá que le falta: "Pondrás en mí tus ojos y ya no existiré". Dios, mirando sobre la tierra, lamentará no ver entre los vivos a su siervo. La fe de Job sigue viva en medio de sus lamentos desesperados. Quiere tocar el corazón de Dios, que sentirá la nostalgia de él. Dios "como el que ve" había sido también invocado por Agar en su desesperación: "Dio Agar a Yahveh, que le había hablado, el nombre de 'Tú eres El Roí', pues dijo: ¿Si será que he llegado a ver aquí las espaldas de aquel que me ve?" (Gn 16,13). Job implora a Dios que no se olvide de que se lamentará de su ausencia: "¡Acuérdate!". La memoria de Dios expresa su fidelidad en relación a su aliado en los momentos de dificultad e incertidumbre.

d) ¿Donde está la "hesed" de Dios?

Al final, encarándose con Dios, en vez de la muerte, Job se conforma con que Dios le de un momento de respiro, se olvide por un momento de él, dejándole en paz. Dios, a quien el salmista contempla ocupándose del hombre para engrandecerle (Sal 8,5;144,3), Job le ve ocupándose del hombre para expiarle y aplastarle. Job retuerce el salmo: "Dios es grande y cuida del hombre en todo momento, para vigilarlo, espiarlo en todas sus acciones". ¡Dios es el guardián del hombre, que no le deja pasar una! ¿Qué es el hombre, esta nada, para que le tomes como punto de mira a todas horas?: "¿Qué es el hombre para que tanto de él te ocupes, para que pongas en él tu corazón, para que le escrutes todas las mañanas y a cada instante le escudriñes? ¿Cuándo retirarás tu mirada de mí? ¿no me dejarás ni el tiempo de tragar saliva?" (7,17-19). De Dios proceden las flechas envenenadas y los sueños que le espantan. Su mirada es obsesiva, vigilancia opresora. Es cierto que Dios es custodio y guardián del hombre, pero para ponerle trabas. Job está a punto de ceder y confesarse culpable con tal de que Dios le deje en paz, le de un tiempo de respiro. Mas tarde arriesgará todo con tal de que se reconozca su inocencia. Pero ahora, en su enfrentamiento con Dios, Job llega a algo sumamente grave. Para decirle que no puede más, Job acusa a Dios de torturador. Está a punto de confesar, bajo tortura, incluso lo que no ha hecho. Está a punto de renunciar a su dignidad: ¿Por qué no cancelas mi pecado y olvidas mi iniquidad? ¡Con tal de que me dejes en paz estoy dispuesto a admitir todo lo que quieras! : "Si he pecado, ¿qué te he hecho a ti, oh guardián de los hombres? ¿Por qué me has hecho blanco tuyo? ¿Por qué te sirvo de cuidado? ¿Y por qué no toleras mi delito y dejas pasar mi falta? Pues ahora me acostaré en el polvo, me buscarás y ya no existiré" (7,20-21). Llegará el momento en que Dios busque a Job y será tarde, pues habrá pasado del sueño cotidiano al sueño definitivo y no existirá: "Ya me disuelvo, no he de vivir por siempre; ¡déjame ya; sólo un soplo son mis días!".

En el retrato del hombre, que Job nos ofrece mediante espléndidas imágenes, el hombre aparece en toda su fragilidad y fugacidad. "Como flor, que brota y se marchita, huye como la sombra sin detenerse" (13,28-14,2). "Habita en casas de arcilla, que ahondan su fundamento en el polvo" (4,19; 10,9). "Si ni la luna tiene brillo, ¡cuanto menos el hombre, ese gusano de la tierra!" (25,6). "A los gusanos llama: ¡Mi madre y mis hermanos!" (17,14). Este ser frágil y caduco "¿puede ser justo ante Dios, inocente ante su Creador?" (4,17). "¿Quién puede sacar lo puro de lo inmundo?" (14,4). Sin embargo, este retrato, penetrado por la luz de la fe, se ilumina. Job es siempre un creyente, un "siervo de Dios", que nunca reniega de su adhesión y amor. Desde el abismo de su desolación Job habla o grita siempre desde la fe. Es siempre consciente de que el hombre no tiene el origen en sí mismo y, por ello, no tiene la vida entre sus manos. Si lo pretendiera se le escaparía de ellas. Sólo Dios "tiene en su mano la vida de todo viviente y el soplo de toda carne humana... Si él destruye no se puede edificar; si a uno encierra, no se le puede abrir; si retiene las aguas, viene la sequía; si las suelta, devastan la tierra" (12,10.14-15).

Como creyente quedará fascinado ante el misterio y gratuidad de la creación. El, que no es capaz de conocer "cuando dan a luz a sus crías las gamuzas" (39,1), ¿cómo podrá descifrar el sentido del misterio de la creación con todas sus realidades escondidas? Job sabe y proclama que su vida y cuanto posee es don de Dios: "Desnudo salí del seno de mi madre y desnudo allá retornaré. Yahveh me lo dio, Yahveh me lo quitó. ¡Bendito sea el nombre de Yahveh!" (1,21). Job confiesa que en la raíz de su vida está el amor de Dios, es criatura amada de Dios: "Tus manos me formaron, me plasmaron... Como arcilla me has plasmado. Me has colado como leche y me cuajaste como queso. De piel y de carne me vestiste y me tejiste de huesos y de nervios. Vida y benevolencia me has otorgado y tu solicitud ha cuidado mi espíritu" (10,8-12).


Dios, con la vida, concede al hombre su hesed, es decir, la posibilidad de entablar con él una intimidad maravillosa, que es lo único que puede llevar la vida humana a su plenitud. De esta convicción nace el contraste estridente de la situación actual de Job. Su problema es cómo conciliar la benevolencia de Dios con el sufrimiento de su carne y de su espíritu, que tiene el sabor del abandono, del desprecio y del odio. ¿Puede Dios entablar primero una relación de hesed, para luego romperlo o cambiarlo en una relación de persecución? Job, convencido de que Dios es justo, más aún, es el fundamento de la justicia, siente la necesidad de aclararse y hasta de cambiar su concepción de la justicia para adecuarlo a la concepción de Dios. Por ello no puede aceptar los razonamientos de sus amigos. El, igual que los amigos, sabe que es criatura y que ante el Creador la criatura se encuentra siempre con las manos vacías, y que ante la santidad de Dios el hombre es siempre culpable. Dios se eleva sobre toda criatura en una distancia insalvable. Ni los ángeles, que están a su servicio, son tan puros que puedan merecer la confianza plena de Dios.

De aquí los amigos deducen que el hombre que sufre es absolutamente malvado, por lo que es absurda la pretensión de Job de presentarse como justo ante Dios. Job, en cambio, admitiendo la incapacidad natural del hombre de presentarse como inocente ante Dios, sí puede hacerlo por gracia. Cuando Job insiste en la inocencia de su comportamiento para con Dios, no se considera sin pecado: "¿Cómo ante Dios puede ser justo un hombre?" (9,2; 14,4), pero presupone una relación de misericordia y condescendencia de parte de Dios para con el hombre, que él no ha rechazado. Por ello se encara con los amigos diciéndoles que no tienen por qué salvar a Dios y justificarle atacando al hombre. Job, con otras palabras, al final de la prueba del dolor, podrá confesar que "la necedad de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres" (1Co 1,25).

Job está en pleito (rib) con Dios. Job es la parte lesionada, porque es quien está sufriendo, es quien aparentemente está siendo golpeado injustamente por Dios. Por eso se presenta a Dios para entablar el pleito. Lo convoca a juicio y lo acusa, pone ante él el mal que padece, para que Dios lo reconozca y cese de maltratarlo. Pero no podemos olvidar que el pleito (rib) busca siempre la reconciliación de las partes. Por tanto, mientras lanza a Dios sus palabras durísimas, mientras parece que está rompiendo sus relaciones con Dios, Job está buscando la reconciliación con Dios. Job desea que se restablezcan las relaciones amables que antes tenía con Dios. Está intentando convencer a Dios de su injusticia para con él, pero lo hace para que vuelva a ser el Dios bueno, amigo del hombre. Mientras le acusa de "malvado", Job busca la bondad de Dios, que se restablezca la amistad entre los dos.

Job sabe que Dios está presente en su sufrimiento, él es su autor. Por eso se encara con él y le pregunta "¿por qué?". Pero Job, rechazando la teoría de la retribución, apela a la misericordia: "¿Por qué no toleras mi delito y dejas pasar mi falta? Pues ahora me acostaré en el polvo, me buscarás y ya no existiré" (7,21).


[_Principal_]     [_Aborto_]     [_Adopte_a_un_Seminarista_]     [_La Biblia_]     [_Biblioteca_]    [_Blog siempre actual_]     [_Castidad_]     [_Catequesis_]     [_Consultas_]     [_De Regreso_a_Casa_]     [_Domingos_]      [_Espiritualidad_]     [_Flash videos_]    [_Filosofía_]     [_Gráficos_Fotos_]      [_Canto Gregoriano_]     [_Homosexuales_]     [_Humor_]     [_Intercesión_]     [_Islam_]     [_Jóvenes_]     [_Lecturas _Domingos_Fiestas_]     [_Lecturas_Semanales_Tiempo_Ordinario_]     [_Lecturas_Semanales_Adv_Cuar_Pascua_]     [_Mapa_]     [_Liturgia_]     [_María nuestra Madre_]     [_Matrimonio_y_Familia_]     [_La_Santa_Misa_]     [_La_Misa_en_62_historietas_]     [_Misión_Evangelización_]     [_MSC_Misioneros del Sagrado Corazón_]     [_Neocatecumenado_]     [_Novedades_en_nuestro_Sitio_]     [_Persecuciones_]     [_Pornografía_]     [_Reparos_]    [_Gritos de PowerPoint_]     [_Sacerdocip_]     [_Los Santos de Dios_]     [_Las Sectas_]     [_Teología_]     [_Testimonios_]     [_TV_y_Medios_de_Comunicación_]     [_Textos_]     [_Vida_Religiosa_]     [_Vocación_cristiana_]     [_Videos_]     [_Glaube_deutsch_]      [_Ayúdenos_a_los_MSC_]      [_Faith_English_]     [_Utilidades_]