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JOB CRISOL DE LA FE: 3. DESDE EL SENO DE LA TORMENTA 38,1-39

Comentario al libro de Job
Emiliano Jiménez Hernández

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a) ¿Quién es el que oscurece mis designios?: 38,2-3

b) Desde la tormenta: 38,1

c) Viaje cósmico: 38,4-39,30

 

Job: desde la tormenta



3. DESDE EL SENO DE LA TORMENTA

a) ¿Quién es el que oscurece mis designios?

Saliendo de su ocultamiento y de su silencio, Dios accede a la petición de Job y así barre los dos reproches fundamentales que le ha dirigido tantas veces: tú estás lejos y nunca respondes. Dios acepta el desafío de Job: "Responda el Todopoderoso" (31,35) terminaba diciendo Job al final de su alegato. Ahora se dice: "Respondió Yahveh desde el seno de la tempestad" (38,1). Dios desciende a presentar su defensa en el proceso a que le ha citado el hombre. La acusación de lejanía, de silencio e indiferencia, lanzada por Job, cae por tierra. La respuesta de Dios es ante todo un acontecimiento que Job vive y que le conduce a una experiencia nueva de la presencia y del actuar de Dios. En cierto sentido, toda la respuesta de Dios está ya dada en el encuentro que Dios le concede, con el que reafirma la permanencia de su amor. Sólo, para que Job no se engañe sobre el sentido de la venida de Dios, como se engañaba al interpretar su ausencia y su silencio, Dios abre su boca y habla. Con su palabra desvela el significado del acontecimiento.

Según la expectación de los amigos, la manifestación de Dios, en respuesta al desafío de Job, tenía que ser un rayo que fulminara a Job y le impusiera el silencio definitivo. Esa es la suerte que repetidamente han pronosticado para el malvado. Y, efectivamente, Dios se presenta en la tormenta. El trueno, voz de Dios sin palabras, les hace presentir el rayo que ejecute la sentencia merecida por Job. Job, en cambio, esperaba un encuentro, ciertamente dramático, como preludia la tormenta, pero un encuentro en el que pudiera aducir sus razones en defensa de su inocencia, con la sentencia de Dios sellando su justicia. Job proponía una alternativa: o Dios me responde o me arrolla con la tormenta (9,15-17). Dios rompe la alternativa, viene en la tormenta para responder, no para arrollar ni para arrebatar a Job, como hizo con Elías. Si la tormenta lo muestra inaccesible, la palabra lo acerca. Dios habla desde la tormenta. La tormenta es el marco de la palabra. Teofanía y palabra se complementan. La teofanía del Sinaí, con truenos y relámpagos, el sonar de la trompeta y la montaña humeante, prepara al pueblo para escuchar las Diez Palabras de la alianza (Ex 20.18-20). Dios hace preceder su palabra del fuego y la tempestad, para que el pueblo le escuche (Sal 50,3.7). Job, no sólo deseaba encontrar a Dios, sino que, cansado de escuchar los razonamientos de los amigos, deseaba hablar con Dios, dialogar con él. Y Dios se lo concede. Dios acepta tomar la palabra y lanzar preguntas a Job. Con sus desafíos Job ha conseguido que Dios le hable.


Dios en su respuesta no toma en cuenta la doctrina tradicional de los amigos, no proclama el principio de la retribución, no acusa a Job de pecado, ni en sus obras precedentes ni tampoco en las palabras que ha proferido. Si lo acusa de algo es de ignorancia atrevida. Dios sólo le reprocha el que haya censurado, sin comprenderlo, su plan: "¿Quién es el que oscurece mi designio con palabras insensatas?" (38,2). La 'esad de Dios es su plan de acción, su designio, su proyecto. La Escritura presenta este plan de Dios como estable, pues Dios lo ha madurado desde toda la eternidad (Is 25,1; Pr 33,11). Es por ello irrevocable e infalible (Pr 19,21; Is 14,24-26; 46,11). Este plan de Dios se refiere siempre a su acción en la historia de los pueblos, de su pueblo en concreto o de los individuos (Jr 32,19-20). Job ha reprochado a Dios la manera como actúa en la historia, pues utiliza el mundo creado para hacer fracasar al hombre, incluso al hombre inocente. A esos agravios concretos es a los que Job quiere que Dios responda. Desea que Dios pruebe la coherencia de su plan en la historia de cada individuo, sobre todo en la suya. Dios, en vez de responder a esta pretensión de Job, le sitúa desde el comienzo en su lugar. Si Job no percibe el misterio del designio de Dios en la historia de cada hombre, se debe a su ignorancia. Por eso se debe guardar de "enturbiar el plan de Dios con palabras sin sentido".

Dios defiende su plan. El designio de Dios es amplio y concreto, abarca el universo y se ciñe a los mínimos detalles. El actuar de Dios es expresión de su providencia universal, abarca la naturaleza y la historia. Job, con toda su singularidad, no queda fuera de ese designio. Dios lleva al hombre, con su actuar admirable y misterioso, a la confesión: "me guías según tus planes, me llevas a un destino glorioso" (Sal 73,24). Frente a las palabras insensatas del hombre, que juzga lo que no entiende y le supera, Dios hace resplandecer con su palabra su plan providencial.

Dios pone a Job ante los misterios del mundo con una buena dosis de ironía: "Así, pues, ciñe tus lomos como un hombre, te voy a preguntar para que me hagas saber" (38,3). Pero esta ironía es desde el principio hasta el final una ironía benévola y paternal. Dios no intenta disminuir ni degradar al hombre, le concede el honor de hacerle su interlocutor, aunque le lleva a la humildad, a apearse de sus pretensiones falsas. De cuestionador, Dios convierte a Job en cuestionado. El mundo, que Dios ha dado al hombre, es suyo, pero Job apenas le conoce. El mundo está lleno de secretos inaccesibles al hombre. Dios con sus preguntas le hace levantar los ojos, sacándole del repliegue sobre sí mismo, de la concentración en su problema, para abrirle la mirada a otros problemas más grandes e insolubles para él. Colocándole ante los misterios del mundo, Dios ayuda a Job a encontrar su lugar en el mundo. El mundo es creación de Dios y no de Job. Es un mundo bueno, bello, maravilloso, muy por encima de la mente del hombre. La maravilla de la creación con sus misterios desdramatiza la angustia obsesiva del hombre, que hace un mundo de sus pequeños problemas.

Después de haber enfrentado a Job con sus propios límites, Dios se pone a desmenuzar despacio su primera respuesta para llevar a Job a arrodillarse ante él. Job reclamaba un proceso judicial. Dios le ofrece, en cambio, un torneo sapiencial. Este desplazamiento del eje del diálogo muestra la intención pedagógica de la intervención de Dios. No se presenta como juez, según la imagen que Job y los amigos esperaban, sino como maestro o padre que educa a su discípulo o hijo, abriéndole los ojos a la realidad de la creación. Dios, con su sabiduría, ve hondo y lejos, se pasea por los espacios desconocidos, suscitando en Job, no sólo el conocimiento, sino el asombro y la admiración. Y Dios, que se mueve con libertad en medio de los seres infinitamente grandes, se muestra también como el Dios de las más delicadas atenciones para cada una de sus criaturas. En ese gran fresco de la creación Dios se mueve con dominio y libertad, traza el camino, el sendero o el surco de cada cosa, se complace igualmente en cuidar de lo superfluo y hasta lo aparentemente nocivo. Su providencia es gratuita y sobreabundante.

b) Desde la tormenta


Dios no responde a Job con una teoría, sino revelándose a él. Dios deja oír su voz en la tempestad. En lo incomprensible para el hombre Dios se muestra como Dios. Dios no pretende explicar a Job el enigma del dolor, sino llevarle a la fe. Mientras el hombre pretende medir el bien y el mal, ser "conocedor del bien y del mal" (Gn 3,5), está a merced de Satanás, fuera de Dios. El hombre que pretende ser juez de Dios y le presenta la lista de sus méritos se queda encerrado en sí mismo, en su mundo cerrado, sin abrirse a la acción gratuita y bondadosa de Dios. Limitado a su visión miope, el hombre no alcanza a vislumbrar la sabiduría y bondad de Dios. Sólo la renuncia a toda autojustificación abre al hombre el camino hacia Dios. Abierto a la confianza total en Dios, el hombre no sabrá explicarse el misterio del sufrimiento, pero lo puede vivir como misterio de amor. Si el hombre se siente el centro del universo y pretende medir a Dios, a sí mismo y al mundo con el corto metro de su yo, no sólo el dolor, sino todo cuanto ocurre ante sus ojos le es incomprensible e inaceptable. Vuelve al caos y a la nada.

Dios responde a Job directamente. De este modo le concede el mismo favor que a los patriarcas (Ex 12,1; 15,1, etc), a Moisés (Ex 19,16) y a los profetas (Ez 1,4). El encuentro se da en medio de la tormenta. La voz le llega a Job desde el viento desencadenado, desde el torbellino que se levanta cuando el trueno "estremece la tierra" (Si 43,17). Se trata de la se'arah que raptó a Elías a la presencia de Dios (2R 2,1.11), del carro de fuego de la aparición de Dios a Ezequiel (Ez 1,4), del torbellino salvador que acompaña la teofanía salvadora que contempla Zacarías (Za 9,14). En estos casos, como en el de Job, se trata de una intervención extraordinaria de Dios.

El torbellino de la tempestad es el signo de la distancia, de la trascendencia de Dios, el totalmente Otro, pero la voz es el signo de la intimidad, de la cercanía de Dios, que se deja oír del hombre, se comunica con él. Dios y hombre se encuentran en la palabra, en el diálogo, en la comunicación que crea la comunión. La experiencia de Job es la experiencia de Israel (Ex 16) y la experiencia de todo hombre. Job, desolado por el sufrimiento, como Israel angustiado por el hambre, se lamentan contra Dios. Dios se aparece a Job en el centro de la tormenta, como la Gloria del Señor se mostró a Israel en la nube. Dios habla a Job y su palabra lo salva como salvó a Israel con el maná. Job e Israel en la palabra descubren a Dios, confiesan su fe en él y Dios se une a ellos en alianza de amor.

Desde la tormenta, Dios se pasea con Job por la creación, mostrándole sus obras. Job queda sorprendido y maravillado por los misterios de los que él sólo vislumbra una microscópica parte, mientras Dios les recorre con su soberanía absoluta. Dios, ha quien Job ha interrogado insistentemente, responde interrogando a Job. Ahora se invierten los papeles: el interrogado es Job. Job es interpelado por Dios en un plano completamente diverso del que él había señalado: "¿Dónde estabas tú cuando la tierra fue fundada?" es la primera pregunta que Dios hace a Job. Job, que se ha atrevido a citar a Dios a juicio, ahora se encuentra con el interrogatorio que Dios le hace a él: ¿Tú, quien eres? ¿Eres tú acaso el Creador? Del misterio de la creación Job es conducido al misterio de Dios y, por él, a la fe en Dios en cuanto Dios.

Dios se muestra como el arquitecto del universo. El solo ha diseñado los planos del mundo. El es el principio y, por tanto, él es el fin. Sólo él conoce el significado de cada cosa, ordenada al fin que se ha propuesto "en el principio". Sólo él tiene la visión del conjunto. ¿Qué valor puede tener un juicio sobre un cuadro de Van Gogh antes de estar terminado? Dios creó al hombre el sexto día para que nunca se creyera socio de Dios en la creación del mundo. "¿Dónde estabas cuando yo ponía los fundamentos de la tierra?". Sólo quien conoce el principio conoce el fin y el significado de cada cosa, incluido el sufrimiento, dado en vistas a lograr el fin del diseño. El designio de Dios supera la capacidad del hombre, pues "en el principio creó Dios los cielos y la tierra" (Gn 1,1).


Dios, arquitecto del mundo, revive emocionado la colocación de la primera piedra de la tierra. La piedra sobre la que se sustenta el edificio anticipa la construcción entera. Los astros de la mañana elevan el canto entusiasta de alabanza. El hombre, Adán o Job, no pudo asistir a aquel momento solemne ni unirse al coro celeste. Sólo lo hará más tarde al colocar la primera piedra del templo: "En cuanto los albañiles echaron los cimientos del santuario de Yahveh, se presentaron los sacerdotes, revestidos de lino fino, con trompetas, y los levitas, hijos de Asaf, con címbalos, para alabar a Yahveh según las prescripciones de David, rey de Israel. Cantaron alabando y dando gracias a Yahveh: Porque es bueno, porque es eterno su amor para Israel. Y el pueblo entero prorrumpía en grandes clamores, alabando a Yahveh, porque la Casa de Yahveh tenía ya sus cimientos" (Esd 3,10-11). Mientras Dios transporta a Job al momento de la creación de la tierra, le hace escuchar la sinfonía de voces de las criaturas. El silencio se rompe con el canto de las estrellas de la mañana, que marcan el ritmo del tiempo, para que los hombres unan sus voces al canto coral de alegría y adoración de los ángeles. Job es invitado a unir su voz "entre el clamor a coro de las estrellas del alba y las aclamaciones de todos los Hijos de Dios" (38,7). La tierra es el templo de la presencia de Dios, donde resuenan los cantos de todos los seres, como en el templo de Jerusalén cantan los hijos de su pueblo.

Job no ha asistido a la liturgia primordial. En el amanecer del mundo no pudo unirse al coro de las estrellas. Pero ahora, hablando del primer canto de la creación, Dios mismo hace para Job el canto de la creación. Así le permite asistir al canto de Dios, al nacimiento de los seres. Dios canta la creación para Job. Apenas Dios ha puesto la piedra angular de la tierra, comienza a resonar el canto celeste. Adán no formaba aún parte de la orquesta. La creación comienza en la noche y termina en la mañana, pasa de las tinieblas a la luz, del caos de la nada a la armonía de la vida. Y todos los seres cantan la alabanza divina. Las estrellas de la mañana son los últimos vestigios de la noche. Ellas marcan el paso de la noche al día, constituyen el límite entre la nada y el ser, entre el ayer y el hoy. No es aún pleno día. Es el alba del día que despunta. El día llega cuando los hijos de Dios se unen al canto de las estrellas. Los ángeles esperan a los hombres para comenzar las laudes a Dios. La creación entera es un canto a Dios: "Cantad al Señor un canto nuevo, cantad al Señor toda la tierra" (Sal 96,1). Cada árbol, cada flor, cada ave canta su melodía. Pero desea que el hombre sea el director de la orquesta.

Dios eleva un verdadero cántico de las criaturas, pleno de estupor y de entusiasmo. Nada existe por casualidad. Dios tiene un plan maravilloso, ciertamente muy superior de lo que el hombre puede sospechar. Su plan dista de los deseos del hombre como el cielo de la tierra. Con sus interrogantes, Dios invita e incita a Job a salir de los mezquinos conceptos de los amigos, pero también de los no menos insensatos conceptos de su mente. Dios le invita a ceñirse los lomos para elevarse a la contemplación de su plan realizado en la creación. Las preguntas no son más que la mano de Dios que aferra la de Job para conducirle durante el viaje espacial por el cosmos. Ante los ojos y oídos de Job pasan la tierra, el mar, la aurora, algunos meteoros, algunas constelaciones, una serie de animales salvajes, ibis y gallo, leona, gamuza y cierva, asno salvaje y búfalo, avestruz y caballo, águila y halcón. Concluyendo con una interpelación directa sobre las pretensiones de Job (40,7-14).


Job había descrito el retrato de los malvados que se sienten a su aire en la noche, diciendo: "Otros hay rebeldes a la luz: no reconocen sus caminos ni frecuentan sus senderos. Aún no es de día cuando el asesino se levanta para matar al pobre y al menesteroso. Por la noche merodea el ladrón. El ojo del adúltero espía el crepúsculo: Ningún ojo dice me divisa, y cubre su rostro con un velo. Las casas perfora en las tinieblas. Durante el día se ocultan los que no quieren conocer la luz. Para todos ellos la mañana es sombra, porque sufren entonces sus terrores" (24,13-17). Ahora Dios le presenta el esplendor de la aurora que sacude la tierra, como si fuera una alfombra, para que caigan de ella todos los parásitos: "¿Has mandado, una vez en tu vida, a la mañana, has asignado a la aurora su lugar, para que agarre a la tierra por los bordes y de ella sacuda a los malvados? Ella se trueca en arcilla de sello, se tiñe lo mismo que un vestido. Se quita entonces su luz a los malvados, y queda roto el brazo que se alzaba" (38,12-15). Como la arena frena el ímpetu del mar, así la luz de la mañana reprime la actividad de los malvados. Las tinieblas son el reino de la injusticia y de la violencia; la luz es el reino de la justicia. La aurora agarra el manto de la tierra por las cuatro puntas y lo sacude para expulsar a los malvados. "Cuando sale el sol se retiran las fieras y se tumban en sus guaridas y el hombre sale a sus faenas" (Sal 104,22). Despejado el campo de amenazas por la luz, el hombre puede salir a sus quehaceres. Es el actuar diario de Dios: "Cada mañana haré callar a los hombres malvados para alejar de la ciudad del Señor a todos los malhechores" (Sal 101,8). Los hijos de Dios son hijos de la luz, poseen la vida; los hijos de las tinieblas están en la muerte. Esta luz está en Dios y lo manifiesta en el rostro de su Hijo Jesucristo: "Quien le sigue no camina en tinieblas" (Jn 8,12).

"La aurora se convierte en arcilla de sello y se colorea como un vestido" (38,14). La tierra, penetrada por la luz de la aurora, se vuelve un sello personal, con todos sus relieves visibles y con todos sus colores. La luz da forma y color a las cosas. El hábito es símbolo de cada ser. Así la luz modela los seres como el sello da forma a la arcilla. La tierra, masa amorfa en la oscuridad nocturna, con la luz del alba, recobra formas infinitas y de diversos colores. Durante la noche todos los gatos son pardos, no se distingue su forma o color, todo vuelve al caos de la nada. Con la luz de la mañana todo es recreado y adornado. Es el don de Dios, luz increada, que saca la vida de la nada.

Dios sabe muy bien que Job no estaba presente en el principio de la creación y que es totalmente incapaz de hacer surgir la aurora. El saber de Job es sumamente limitado, no penetra ni discierne la razón última de las cosas. Se le oculta el principio y se le escapa la finalidad de los seres que le circundan. Nació después de ellos y le sobreviven casi todos. No proceden del hombre los criterios de lo bello, de lo útil, de lo bueno o verdadero, sino que brotan de Dios, de su libertad creadora. Y, en la medida en que se despliegan ante los ojos de Job la fuerza y habilidad del Creador, en esa medida se va estrechando el campo de su poder y pretensiones y se va ampliando su sensación de impotencia. Su palabra de hombre no crea nada, no puede por tanto dar órdenes a la mañana, ni al águila (38,12; 39,27). Los polluelos del cuervo, si tienen hambre, no chillan hacia Job, sino hacia Dios (38,41). ¿Sabría Job cuidar de los seres de la creación con la solicitud de Dios?


c) viaje cósmico

Dios hace a Job consciente de su ignorancia e impotencia, pero no para aplastarlo, sino para situarlo en el sitio que le corresponde para enfrentarse con Dios. El poder de Dios se muestra en su sabiduría y bondad con los animales salvajes. Es un poder, que muestra su majestad y sobrecoge a Job, sin aplastarle, aunque le deje sin palabras. Job es el hombre, viajero por un inmenso reino de maravillas, de la mano de Dios. Lo maravilloso atrae y desborda. Dios va señalando con el dedo y la palabra cada cosa. La palabra, siempre poética, transfigura los seres, creando casi su presencia. Así el hombre va descubriendo el universo en que vive, los animales que desde el principio le fueron sometidos. Con pasmo y sorpresa va descubriendo su propia ignorancia, su limitado poder. Ser hombre y sufrir es una triste tragedia, pero ¡qué maravilla ser hombre y poder descubrir el mundo creado por Dios para él!

El encuentro con Dios en la tempestad revela a Job la pequeñez y limitación del hombre frente a la inmensidad de la creación y, más aún, frente al Creador. Pero esta revelación no es humillante para el hombre, sino la invitación a ver a Dios como Dios y a sí mismo como hombre, dependiente de Dios, pero abierto al amor de Dios, en diálogo con él. La tempestad de interrogantes que Dios lanza a Job le hace ver sus límites y sus posibilidades. Dios le hace partícipe de sus grandezas. Le abre los ojos para que contemple las maravillas de las obras de Dios. Job puede contemplar la gratuidad de Dios que está muy por encima de la mezquina teoría de la retribución. Que la lluvia caiga sobre la estepa sin buscar beneficio alguno es un derroche de gracia maravilloso. Como es maravilloso contemplar la vida del caballo salvaje o del búfalo sin ninguna utilidad para nadie... La creación es un canto extraordinario a la bondad infinita y gratuita de Dios. Si el hombre no logra comprender más que una mínima parte de estas maravillas, sí puede adorar a su Creador. La creación es la clara manifestación del amor salvífico de Dios en la historia.


De la tierra Dios conduce a Job a contemplar los orígenes del mar y le hace asistir a su nacimiento del seno materno. Una fuerza interior empuja al agua desde el seno de la tierra. La tierra se abre y el caudal de agua irrumpe entre sus piedras. El agua nace de la tierra como una criatura que fuerza su paso desde el seno materno. Nacida la criatura, se la envuelve en pañales y mantillas. Al mar recién nacido Dios lo envuelve en pañales de nubes y mantillas de nieblas: "¿Quién encerró el mar con doble puerta, cuando del seno materno salía borbotando; cuando le puse una nube por vestido e hice del nubarrón sus pañales" (38,8-9). Estas vendas, con que Dios envuelve el mar, son el signo de la delicadeza y ternura de Dios para con sus criaturas, pero son también el signo de su potencia. A un niño tan implacable y violento como el mar nadie sino Dios lo puede controlar: "¿No me temeréis a mí que puse la arena por término al mar, límite eterno, que no traspasará? Se agitará, mas no lo logrará; mugirán sus olas, pero no pasarán" (Jr 5,22). La creación no está abandonada a los mecanismos ciegos de sus impulsos, sino sometida a su Creador que la domina y regula con poder y bondad. Y si Dios se ocupa del mar con la delicadeza de una madre, ¿cómo puede Job, el hombre, poner en duda que cuide de él?

Y si nubes y nieblas cubren por encima el mar, por los extremos está encerrado como una ciudad amurallada por las arenas de la playa (38,10). Así es domeñado el "mar borrascoso que no sabe calmarse" (Is 57,20). San Juan Crisóstomo comenta: "El agua marina, agitada, azotada, hinchada desde dentro, al no poder propasar sus límites, proclama el poder de Dios". Y cuando Dios habla de los límites y fronteras que pone al mar, es como si le susurrase a Job: "Debes saber que en la creación hay cosas secretas; la creación tiene sus misterios. Aunque no los descubras, conténtate con saber que existen".

Dios sigue conduciendo a Job en su viaje cósmico, maravilloso. En una acrobacia de buceo Dios le sumerge hasta las fuentes de los ríos, hasta el seno de los mares, hasta el fondo del abismo. Desde el abismo Dios le muestra el oriente y el occidente, la residencia de la luz y de la tiniebla. El hombre, esa frágil criatura, nacida ayer y que en un soplo se le consuman sus días, ante la infinitud del actuar de Dios descubre una vez más sus estrechos límites: "¿Has penetrado hasta las fuentes del mar? ¿has circulado por el fondo del Abismo? ¿Se te han mostrado las puertas de la Muerte? ¿has visto las puertas del país de la Sombra? ¿Has calculado las anchuras de la tierra? Cuenta, si es que sabes, todo esto. ¿Por dónde se va a la morada de la luz? Y las tinieblas, ¿dónde tienen su sitio?, para que puedas llevarlas a su término, guiarlas por los senderos de su casa. Si lo sabes, ¡es que ya habías nacido entonces, y bien larga es la cuenta de tus días!" (38,16-21). Es el viaje de la Sabiduría, que proclama: "Rodeé el arco del cielo y paseé por la hondura del abismo" (Si 24). Dios lo llena todo y el hombre no puede huir y esconderse de él: "¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu, a dónde de tu rostro podré huir? Si hasta los cielos subo, allí estás tú, si en el Seol me acuesto, allí te encuentras. Si tomo las alas de la aurora, si voy a parar a lo último del mar, también allí tu mano me conduce, tu diestra me aprehende. Aunque diga: ¡Me cubra al menos la tiniebla, y la noche sea en torno a mí un ceñidor, ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día!" (Sal 139,7-12).

Job, con sus palabras, ha querido hacer de un día noche (c. 3), oscureciendo el designio luminoso de Dios. ¿Sabe él acaso por dónde se va a la morada de la luz o a la de las tinieblas? Como el sol pasa la noche en su tálamo (Sal 19,6), así la luz y las tinieblas se recogen cada una en su morada cuando se retiran de la tierra, para volver a aparecer en su giro diario. Hay unas puertas de la aurora y del ocaso (Sal 65,9). Luz y tinieblas necesitan un guía que conozca su respectiva morada y el camino asignado desde el principio a cada uno. Job no puede explicar lo que le sucede, porque no puede abarcar el tiempo que le desborda por delante y por detrás. Le falta perspectiva para conocer el designio original y el final de la historia. Frente a los días contados de Job se alza el tiempo de Dios, para quien "mil años son un ayer que pasó" (Sal 90,4) y "es Dios desde siempre y por siempre" (Sal 90,2).


Dios sigue mostrando a Job los tesoros que tiene en reserva para el hombre: agua, nieve y rocío para sus necesidades, y granizo como arma para su liberación de los enemigos. Sólo Dios les controla y dirige según la oportunidad del momento (38,22-30). Dios ensancha los confines de la tierra habitable, derramando la lluvia en regiones no habitadas, en un derroche que parece inútil y es providente. Con la lluvia generosa y continua Dios defiende la tierra cultivada de la amenaza de la sequía y el bochorno, fuerzas que intentan devolverla al caos amorfo y estéril. ¿Puede Job mandar la lluvia en el momento oportuno? La pregunta delata de nuevo la ignorancia de Job y muestra la sabiduría escondida de Dios. La lluvia, en forma de agua, nieve, escarcha o granizo, el rayo y el trueno esconden un sentido, benéfico siempre, incluso como instrumentos de castigo, que Job no comprende; tienen un poder, que Job no controla. El Creador tiene un designio preciso incluso cuando derrocha la lluvia donde no se espera ni hace falta. Su designio es más amplio de cuanto el hombre puede imaginar. Sólo Dios guía los astros (38, 31-34), que "ocupan su puesto a una orden de Dios" (Si 43,10). Job no tiene ningún poder sobre ellos, ha de contentarse con contemplarlos admirado, como el cantor del salmo 8. Sólo Dios "ha establecido las leyes del cielo y de la tierra" (Jr 33,25). Desde el principio Dios ha encomendado al sol "regir el día y la noche, separar la luz de las tinieblas" (Gn 1,18) y a la luna "determinar las fiestas y las fechas" (Si 43,7). La tierra está subordinada al cielo y el cielo obedece a Dios. En el Padrenuestro el creyente desea e implora que "se haga la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo" (Mt 6,10). Job no tiene una voz tan potente que alcance las nubes ni tan perentoria que las haga obedecer. Igualmente, los rayos cumplen velocísimos las órdenes de Dios y se presentan a él a dar cuenta de su cumplimiento y a recibir nuevos encargos (38,35). Sólo Dios tiene dominio sobre el rayo: "envía el rayo y él va, lo llama y le obedece temblando" (Ba 3,33). Sólo Dios desencadena los aguaceros y huracanes (38,37-38).

Del mundo mineral Dios pasa al mundo animal: leona y cuervo, gamuza y cierva, onagro y búfalo, avestruz y caballo, halcón y buitre. Los diez animales pertenecen al mundo del desierto, mundo caótico, ajeno u hostil al hombre. Son animales nocivos o, al menos, sin utilidad para el hombre, no se dejan domesticar. Son presas de caza que, al máximo, como el caballo, sirven sólo para la guerra. Pues bien, Dios los ha creado y no los destruye, sino que los alimenta y cuida, aunque les mantiene a raya. Dios no elimina los poderes hostiles, pero los controla. Así responde a las quejas de Job sobre la impunidad de los malvados y el desorden del mundo. Los dones de Dios a cada animal muestran su atenta solicitud por los seres de su creación: a todos da su sustento, asistencia en el parto, libertad al asno salvaje, robustez al búfalo, velocidad a falta de inteligencia al avestruz, enseña a saltar al caballo, a volar al halcón, da casa inaccesible y vista de largo alcance al buitre. Dios se complace en la contemplación de la obra de sus manos. El león es valeroso, amable la cierva, libre el onagro y fuerte al búfalo; el caballo es bello e intrépido, velocísimo el avestruz, seguro en el vuelo el halcón, de ojos penetrantes el buitre.

El reino de los seres vivos, con sus instintos que les impulsan a la conservación de la vida, es un prodigio: "¿Cazas tú acaso la presa a la leona? ¿calmas el hambre de los leoncillos, cuando en sus guaridas están acurrucados, o en los matorrales al acecho? ¿Quién prepara su provisión al cuervo, cuando sus crías gritan hacia Dios, cuando se estiran faltos de comida?" (38,39-41), La descripción empieza por el león, "el más valiente de los animales, que no retrocede ante nadie" (Pr 30,30). Dios le procura el sustento para sus crías: "Los cachorros rugen por la presa reclamando a Dios su comida. Todos ellos esperan que les des a su tiempo su alimento; tú se lo das y ellos lo toman, abres tu mano y se sacian de bienes" (Sal 104,21.27-28). Al león sigue el cuervo, que se alimenta de carroña, de los despojos que dejan para ellos la leona y sus cachorros.


El instinto, que impulsa a los animales a la conservación de la vida, les impulsa también a la conservación de la especie: "¿Sabes cuándo hacen las gamuzas sus crías? ¿has observado el parto de las ciervas? ¿has contado los meses de su gestación? ¿sabes la época de su alumbramiento? Entonces se acurrucan y paren a sus crías, echan fuera su camada. Y cuando ya sus crías se hacen fuertes y grandes, salen al desierto y no vuelven más a ellas" (39,1-4).

Dios se recrea paseando a Job por el zoológico natural de la estepa, donde los más variados animales se mueven en libertad: "¿Quién dejó al onagro en libertad y soltó las amarras del asno salvaje? Yo le he dado la estepa por morada, por mansión la tierra salitrosa. Se ríe del tumulto de las ciudades, no oye los gritos del arriero; explora las montañas, pasto suyo, en busca de toda hierba verde" (39,5-8). Dios ha fijado la habitación propia para cada animal. La maleza o montaña para la leona, el campo abierto para gamuzas o ciervas, la llanura salada para el asno salvaje, lejos del establo el búfalo, la arena para el avestruz, el viento para el halcón, un picacho para el buitre. Son regiones no habitadas por el hombre. La creación es la alegría de un artista que ve en su obra la bondad y la belleza de movimientos y colores: "¿Querrá acaso servirte el búfalo, pasar la noche junto a tu pesebre? ¿Atarás a su cuello la coyunda? ¿rastrillará los surcos tras de ti? ¿Puedes fiarte de él por su gran fuerza? ¿le confiarás tu menester? ¿Estás seguro de que vuelva, de que en tu era allegue el grano?" (39,9-12).

El búfalo no presta su vigor al hombre; es fuerte, pero no de fiar. Si no es útil al hombre, ¿tiene sentido su existencia? Los animales, incluso los aparentemente nocivos o inútiles, son buenos como todos los seres de la creación (Gn 1). Dios cuida de ellos y los controla. ¿No sucede lo mismo en el reino de los hombres? Aunque en algunos hombres se haga presente la fuerza del mal no por ello son pura maldad. Dios puede alimentarlos y cuidar de ellos, "hacer salir el sol y llover sobre ellos" (Mt 5,45). Dios cuida y controla la creación. Y los animales "inútiles" para el hombre, ¿no tienen sentido? La valoración de Dios no es utilitarista. Contemplar, admirar y alabar es más importante que usar para poseer y dominar.

Dios le da tiempo a Job para la maravilla y el estupor ante los instintos diversificados de cada especie. Estúpido como él solo, el avestruz se distingue por la rapidez: "El ala del avestruz, ¿se puede comparar al plumaje de la cigüeña y del halcón? Ella en tierra abandona sus huevos, en el suelo los deja calentarse; se olvida de que puede aplastarlos algún pie, o cascarlos una fiera salvaje. Dura para sus hijos cual si no fueran suyos, por un afán inútil no se inquieta. Es que Dios la privó de sabiduría, y no le dotó de inteligencia. Pero en cuanto se alza y se remonta, se ríe del caballo y su jinete" (39,13-18). El avestruz se ríe del caballo, pero al caballo no le importa. Es noble, fuerte, elegante, leve y poderoso al mismo tiempo: "¿Das tú al caballo su brío? ¿revistes su cuello de tremolante crin? ¿Le haces brincar como langosta? ¡Terror infunde su relincho altanero! Piafa de júbilo en el valle, con brío se lanza al encuentro de las armas. Se ríe del miedo y de nada se asusta, no retrocede ante la espada. Va resonando sobre él la aljaba, la llama de la lanza y el dardo. Hirviendo de impaciencia devora la tierra, no se contiene cuando suena la trompeta. A cada toque de trompeta responde con un relincho, olfatea de lejos el combate, las voces de mando y los clamores" (39,19-25).


Y del caballo veloz, Job es invitado a levantar la vista a las aves rapaces, para contemplar la agudeza de su vista y la rapidez de su vuelo: "¿Acaso por orden tuya el halcón emprende el vuelo, despliega sus alas hacia el sur? ¿Por orden tuya se remonta el águila y coloca su nido en las alturas? Pone en la roca su mansión nocturna, su fortaleza en un picacho. Desde allí acecha a su presa, desde lejos la divisan sus ojos. Sus crías lamen sangre; donde hay muertos, allí está" (39,26-30). Desde su altura vertiginosa, gracias a su vista agudísima, puede observar y descubrir la presa y sobre ella se lanza con velocidad incontenible.

Job pedía una tregua en su sufrimiento, antes de morir, y pedía que cesasen las hostilidades de Dios para con él "para tener un instante de alegría" (10,20). El paseo cósmico de la mano de Dios es una tregua en el dolor más bien que un instante de alegría. El tono entre irónico y condescendiente de Dios muestra que no hay hostilidad. Job se siente reconciliado con Dios, aunque no tenga respuesta para sus preguntas. Y la tregua será inicio de una etapa nueva de felicidad duplicada.

En este fascinante itinerario por la creación se muestra el verdadero rostro de Dios, deformado por los amigos y por Job mismo. Dios, en su ocultamiento a los ojos miopes del hombre, no está ausente de su creación, sino que la conoce en sus mínimos detalles y la guía con sabiduría. Dios es el creador de cada ser y actúa con libertad absoluta en la creación, pero no abandona la obra de sus manos al azar, sino que la guía con solicitud y mantiene la armonía del cosmos con su poder. La creación es el despliegue maravilloso de la gratuidad. Dios, como los niños, no se rige por el mezquino sentido de la utilidad. Derrocha tesoros inmensos en la estepa, esconde maravillas en los abismos de los océanos, multiplica las galaxias inalcanzables a la vista humana. Y Dios invita a Job, al hombre, a buscar, gozar, admirar y cantar las maravillas inagotables que ha creado para él. Desde sus límites, sin la arrogancia de querer suplantar a Dios, el hombre es invitado a recibir de Dios el ser y la gracia, la vida y la comunión con él. Dios habla al hombre y le muestra sus obras como un enamorado que desea suscitar la admiración de la amada, para que se una a él.


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