Cáritas: Los pobres también ayudan a dar de comer a los venezolanos
Carlos Zapata/Aleteia Venezuela 2017
La solidaridad ayuda a mitigar una crisis que no ve colores, raza o edad
En Venezuela la Iglesia Católica “está abriendo su propio canal
humanitario”, como respuesta al incremento de muertes derivadas de la crisis
socioeconómica que afecta al país sudamericano. Una nación donde la
solidaridad se sobrepone a la muerte y la tristeza.
Lo afirma el presidente de los obispos, Diego Padrón, quien tocó el tema
durante la asamblea ordinaria de la Conferencia Episcopal, en un nuevo
espaldarazo al despliegue de Cáritas para brindar ayuda desde distintas
regiones del planeta.
La movilización del organismo eclesial se viene traduciendo en aportes
monetarios recibidos de países como México, España, Portugal, Italia,
Noruega y Japón, que van desde los 20.000 hasta los 40.000 euros, lo cual
permite financiar la proteína de 200 de las 1.000 “ollas solidarias” con las
cuales se alimentan gratuitamente -cuatro veces al mes- familias pobres de
toda la nación.
Más de 1 millón 80 mil porciones de sopa han repartido de esta forma en lo
que va de 2017, pero el sólo anuncio de aumento salarial por parte de
Nicolás Maduro encareció aún más los productos hasta elevar el costo del
programa a unos 200.000 euros mensuales. El monto se destina solamente a la
adquisición de alimentos, pues la mayor parte de la labor es desarrollada
por un ejército que supera los 2.000 voluntarios.
En cada olla comunitaria preparan de 500 a 600 almuerzos que dan a los
pobres, gracias a un descomunal trabajo que se desarrolla en las parroquias.
Y “ha sido todo un éxito esta iniciativa”, según cuenta en conversación con
Aleteia el arzobispo emérito de Coro, monseñor Roberto Lückert, quien
preside la comisión de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal Venezolana
(CEV).
“Las parroquias se han dedicado a eso. Es para los pobres. Es una olla
física lo que da Cáritas”, institución que dona también parte del alimento
que se procesará y repartirá gratuitamente en ella. “Es una olla inmensa.
Pero lo bonito de todo eso es que las comunidades se integran por completo
para ayudar. Y en su mayoría quienes ayudan son también familias pobres”.
Su visión coincide con la de Janeth Márquez, presidente de Cáritas
Venezuela, quien destaca el hecho de que buena parte de la ayuda llega de
quienes menos recursos tienen, lo que representa un estímulo “y un motivo
más para continuar el servicio”.
Las comidas van más allá del aporte alimentario. Se trata de una oportunidad
para reunirse y compartir tiempo, alegrías y tristezas en una acción de
solidaridad sin precedentes. “Es un espacio en el que la gente conversa,
comparte y celebra”, indica Márquez.
“Algunos colaboran seleccionando y pelando las verduras; otros buscan el
agua y organizan el fogón. Hay quienes se dedican al envasado del hervido o
el arroz, para luego llevarlos a las casas”, agrega por su parte Roberto
Lückert.
“Los enviamos a hogares censados. A familias conformadas habitualmente por
cuatro a cinco adultos y uno a dos niños. Los envases se retornan a las
parroquias para que los podamos volver a llevar el siguiente fin de semana.
Quien tiene carro, las traslada. Otros lo hacen caminando y así brindan
también su aporte para estos hogares”, agrega.
Ayudan mayoritariamente personas con entre 35 y 50 años de edad. Ocho de
cada diez son mujeres, pero el servicio va más allá de eso: “Se siente la
parroquia… Y ocurre mucho en parroquias pobres, como la de Las Mercedes. Por
eso es aún más bonita la solidaridad de la gente”. La labor también llega a
cárceles y hospitales, donde la Iglesia se mueve con rapidez, entrega y
silencio.
También se destina gran cantidad de esfuerzo logístico y recursos al sector
salud. La Iglesia visita los hospitales para seguir casos puntuales de
desnutrición infantil y hambruna, que reciben su ayuda directa en un intento
desesperado por mitigar las consecuencias mortales de la crisis.
Pacientes que no consiguen medicinas o que no cuentan con los recursos
económicos para adquirirlas son apoyados. Aunque a mayor costo, las
adquieren principalmente en las zonas de frontera: Cúcuta y el Arauca son
los sitios más visitados.
En repetidas ocasiones han acudido a la Defensoría del Pueblo para impulsar
la apertura del canal humanitario rechazado abiertamente por el gobierno de
Nicolás Maduro. Aunque el trato institucional es amable, las acciones
visibles nunca han llegado a un apoyo concreto.
Consultada con respecto al riesgo de que les retengan alimentos o medicinas
en la frontera, como sucedió en 2016, sostiene la directora de Cáritas
Venezuela que hasta el momento no han vuelto a ocurrir tales situaciones.
“Contamos con la buena fe de quienes están en puntos de control en la
frontera, donde los militares de ambos países han sido muy considerados. Nos
han dejado pasar los medicamentos, porque en el fondo saben que todo cuanto
estamos adquiriendo o trasladando es para atender aquí. ¡Pero dependemos
siempre de la humanidad de la gente!”, observa.
“Casi todos los militares que nos detienen en la carretera debido a los
medicamentos que llevamos han respetado mucho el tema de que eso es para
ayudar. El problema es cuando entras a la Aduana. Ahí ya todo es diferente,
porque influyen temas legales”, sobre los que no ha habido grandes avances.
A través de Aleteia, Janeth Márquez reiteró su pedido de ayuda a los países
que están organizándose. Recordó que existen varias formas de hacerlo:
apalancamiento de recursos, en moneda; bienes como medicinas (muy puntuales
según casos concretos, que se solicitan) y alimentos “que no resulta fácil
traerlos, pero cuyo traslado se puede tramitar formalmente”.
El último es la visibilidad: aunque el nuestro es un país de renta media,
“tenemos fuerte emergencia con el tema de las medicinas y los alimentos.
Algo que lastimosamente se sigue agudizando”. Contamos con Dios, la
intercesión de la Virgen y la solidaridad de la gente, dijo. Mientras… En la
nación aumenta la esperanza, alimentada en la confianza de que el trago
amargo culminará pronto y llegarán tiempos mejores para Venezuela.