Dar Posada al Peregrino: El Camino de la Hospitalidad
Diciembre 30, 2015
REVISTA SAN GABRIEL
Por Ernesto J. Martínez.
Director del Hogar Amparo Maternal
A simple vista podemos comprobar que nuestra sociedad se muestra solidaria
en las catástrofes y necesidades extremas. También nos encontramos con
múltiples asociaciones que se ocupan de los que no tienen techo, de los que
sufren alguna enfermedad que necesita un tratamiento costoso, de aquellos
que esperan una frazada o un plato de comida caliente en el invierno.
Pero al mismo tiempo, contradictoriamente, vivimos como si estuviéramos
entre enemigos: nos protegemos detrás de rejas, colocamos alarmas en
nuestras casas, usamos rastreadores para ubicar a “los nuestros”,
adiestramos perros para defensa, blindamos los autos, vemos gente de
seguridad hasta en las jugueterías, las cámaras para monitoreo son política
de Estado, algunos han llegado a armarse para sentirse protegidos y
podríamos seguir poniendo ejemplos.
En los últimos años los extraños se han convertido en objetos de hostilidad
(del lat. “hostis”) antes que de hospitalidad (del lat. “hospes”). Han
dejado de ser extraños ante quienes guardamos reservas para pasar a ser
enemigos, aquellos de quienes desconfiamos. Si tienen un color de piel
“oscuro”, si hablan otra lengua (que no sea inglés u otro idioma europeo) se
pueden llegar a convertir en un peligro potencial.
Podríamos hilar más fino, ir más allá de los prejuicios estereotipados
arriba descriptos y afirmar que también en nuestro entorno, invadido por la
competitividad, miramos a compañeros de trabajo y de estudio como una
posible amenaza a nuestra seguridad intelectual, afectiva y profesional.
Para poder ser hospederos, “recibir al forastero” como dice la Palabra de
Dios, para hacer el camino que nos lleve de la hostilidad a la hospitalidad
tenemos que comenzar por reconocer las semillas hostiles que hay en cada uno
de nosotros. Indudablemente ese recorrido nos demandará toda la vida, por lo
tanto nuestro proceso interior está llamado a convivir con gestos y acciones
exteriores que vayan respondiendo simultáneamente a la invitación bíblica.
Más allá del camino interior y personal, podemos proponer desde estas líneas
algunas características que hacen al hospedero y al hospedaje.
Ofrecer un espacio libre: entendemos esta característica como la oferta de
una libertad exenta de reglas o normas estrictas. Quizás podamos definirlo
como un espacio vacío, no vacío de sentido y contenido, sí de un vacío
disponible para ser llenado, completado, en libertad. El desafío radica en
no invitar al huésped a vivir como vivo yo, sino a ofrecerle un espacio para
que viva como él vive.
Situarnos en pie de igualdad: recibir al otro como otro igual a mí, ante
quien no tengo nada que temer, nada que defender. Como decíamos arriba, no
es un enemigo, es un extraño llamado a convertirse en huésped por medio de
la hospitalidad. Con esta actitud cae la enemistad y la extrañeza y se
instala la igualdad, no sólo no somos extraños, no somos enemigos, somos
iguales.
Estar dispuestos a establecer un vínculo recíproco: cuando hemos podido
establecer la igualdad, cuando dejamos un espacio de libertad para la
expresión y el desarrollo del huésped, estamos creando un vínculo con aquel
que alojamos. Es más, podemos llegar a establecer las bases de una amistad
que complemente y complete la vida de ambos, revelándonos mutuamente el
tesoro que cada uno lleva dentro.
Entregarnos gratuitamente: Podemos proponer como algo clave que el hecho
primordial no es “dar” algo, sino “darnos”. Podemos correr el riesgo de
pensar que solo nosotros, los hospederos, somos quienes tenemos algo para
dar, algo que ofrecer. Pero dando lugar al otro, dejando un espacio de
libertad y amistad para que se exprese y desenvuelva, seguramente podremos
recibir el regalo que su persona trae.
En la tradición bíblica aquel que era alojado, el huésped, siempre dejaba
algo de Dios para quien lo albergaba. Podemos ver a la viuda de Sarepta, que
por dar de beber y alimentar al profeta Elías, recibe como regalo de Yavé la
inagotabilidad de su recipiente de harina y de su cántaro de aceite. Más
tarde Elías invocará a Yavé para que resucite al hijo de la viuda que lo
alojaba en su casa. (1Re 17,9-24).
También podemos encontrarnos con el resucitado que camina junto a los
discípulos de Emaús y al hacer ademán de seguir el camino, es invitado por
ellos a quedarse a pasar la noche. En ese momento es cuando parte el pan y
es reconocido regalándoles a los caminantes el gozo de haber caminado y
alojado a Jesús mismo (Lucas 24 28-33).
Y en la misma línea de tomar un ejemplo bíblico podemos mirar a José, esposo
de María. Cuando se acercaba el tiempo de dar a luz a Jesús, en medio de la
noche, toma a María, busca dónde alojarla y recibe junto a Ella a Jesús, el
Hijo de Dios hecho hombre, el gran regalo del Padre para toda la Humanidad
(Lucas 2,4-7).
Me gustaría dejarles aquí el testimonio de Juan Carlos, con muchos años de
vivir en la calle: “el final, el teje de la historia es ese, la gente no
ayuda al que está en la calle, la gente lo que puede hacer…, te puede dar
una manta, un saco, lo mismo que la Iglesia, una leche, dos pesos, pero no
te va a ayudar…”.
Somos muchos los que acompañamos situaciones de calle desde lo cotidiano y
nuestro camino y experiencia, nos enriquecen y cuestionan cada día
disponiéndonos a nuevos encuentros. También podemos remitirnos a lugares
específicos que alojan gente en situación de calle, quizás nosotros creemos
que no tenemos lugar físico para albergar a otros y deslindamos nuestra
responsabilidad social en ese ámbito hacia el Estado, que es quien tiene que
resolver la situación, o en diferentes ONGs que incluso podemos apoyar y
sostener con nuestro aporte.
Muchos de esos espacios que albergan gente en situación de calle son
llamados “hogares”, seguramente como un deseo de serlo para los que lo han
perdido por una u otra razón, pero me gustaría remitirme a otro testimonio:
Juan vivió durante 10 años en la calle. Un día decidió alojarse en un “Hogar
convivencial” con la idea de reorganizarse. Allí lo valoraban y querían
mucho y él se sentía muy a gusto entre ellos.
Después de un tiempo volvió a la calle.
En el Hogar comenzaron a preguntarse por él y Ricardo, que trabajaba allí,
lo fue a buscar donde habitualmente paraba.
Al encontrarse se dio el siguiente diálogo:
R: Hola Juan, ¿cómo está?
J: Bien Ricardo, ¿y usté?, ¿qué raro por acá?
R: Si, lo estamos extrañando, ¿no quiere volver al Hogar?
Juan levantó la cabeza, fijó su mirada cargada de memoria y sentimientos en
Ricardo y después de un breve silencio eterno, le respondió…
J: ¿Hogar?… ¡Usté no tiene idea lo que es un Hogar!
Sería muy bueno preguntarnos: ¿por qué esos lugares llamados Hogares no
encarnan verdaderamente uno? Podríamos cuestionarnos a nosotros mismos, y no
a espacios a los que no pertenecemos, ¿cómo ser un hogar para aquel que lo
está necesitando?, ¿cómo hacer que en cada encuentro con aquél que necesita
ser alojado le brindemos nuestra hospitalidad en el Hogar que juntos podemos
construir en ese mismo momento?
Espero que desde nuestro deseo de responder a la invitación de Jesús a
recibirlo en nuestras casas, podamos ir enfrentando nuestras hostilidades
más profundas, para transformarnos en buenos hospederos acogiendo al hermano
y brindándole un lugar donde nos encontremos mutuamente y nos enriquezcamos
con los dones de cada uno.
Les dejo una poesía de un sacerdote jesuita que hace más de 25 años vive en
Centroamérica, más específicamente entre República Dominicana y Cuba.
AL BORDE DE LA CALLE
Mírame, Señor,
al borde de la calle
mientras corre la vida.
Estás pasando sin cesar
en la piel mulata de la gente,
pero no te veo.
Eres la última consistencia
de cada espalda que se dobla,
pero no te abrazo.
Es nuestro y tuyo
el olor de la pobreza,
pero no te huelo.
Eres una gota de ternura
en cada paladar enamorado,
pero no te saboreo.
Alientas el giro de las ruedas
y el grito de la dignidad,
pero no te oigo.
¡Ten piedad de mí,
inevitable mendigo de Absoluto!
Sustenta mi vigilia
hasta el instante exacto
en que se disuelve
la superficie de las cosas
y te reveles a mis sentidos
que tú afinas en la espera.
Benjamín González Buelta S.J.