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VITA CHRISTI: De la memoria de la muerte

Fray Luís de Granada

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Antes de estas tres cosas sobredichas (que son juicio, paraíso y infierno) precede la muerte, que es camino y puerta para ellas: y así no menos aprovecha la consideración de ella, que las demás.

Pues para esto considera primeramente cuán incierta sea la hora de esta muerte: porque ordinariamente suele venir al tiempo que el hombre está más descuidado y menos piensa que ha de venir, echando sus cuentas y haciendo sus trazas para adelante. Y por esto se dice que viene como ladrón, el cual suele venir al tiempo que los hombres están más seguros y más dormidos.

Piensa luego todo lo que precede la muerte, y lo que entreviene en la muerte, y lo que se sigue después de ella. Y para que mejor entiendas cada cosa de estas, imagina que tú eres el que has de morir, pues a la verdad has de morir, y piensa desde ahora todo esto que por ti ha de pasar.

Antes de la muerte, piensa en la enfermedad grave que ha de preceder la muerte, con todos los accidentes, hastíos, tristezas, medicinas y molestias y noches largas que allí te han de fatigar: lo cual todo es camino y disposición para la muerte. Porque así como antes de entrarse por fuerza un castillo o una ciudad, suele preceder una recia batería que derriba los muros y fuerzas por tierra, y tras de esto es luego entrada y conquistada, así para esto suele preceder a la muerte una gravísima enfermedad, la cual de tal manera bate noche y día sin parar las fuerzas naturales y los miembros principales de nuestro cuerpo, y de tal manera los deja maltratados, que el ánima no pudiéndose ya más defender ni conservar en ellos, los desampara y se va.

Piensa luego, cuando ya la enfermedad llega a lo postrero, y o el médico o ella nos desengañan y nos quitan la esperanza de la vida, las angustias que entonces te cercaran, y las cosas que se te representaran. Porque lo primero, allí luego se representa la salida de esta vida y el apartamiento de todas las cosas que amábamos en ella, hijos, mujer, amigas, parientes, hacienda, honra, y finalmente este mundo, este aire y esta luz que es a todos común. Tras de esto se representa todo el curso de la vida pasada y todos los mas graves pecados que se han hecho en ella, especialmente tal y tal pecado mas grave, y la cuenta que entonces de todo esto se ha de dar y la sentencia que por esto se ha de esperar. Pónese también ante los ojos el tiempo pasado y el venidero: y el pasado, como ya no es, parece un soplo, y el venidero, como está por venir y es eterno, parece lo que es, que es infinito. Y con esto comienza el hombre a reprehenderse y condenarse, viendo que por placeres y bienes que entonces le parecerán de un punto, está en peligro de padecer tormentos que durarán para siempre. Y para remedio de este tan grande yerro, comienza a desear espacio de penitencia y condenar su negligencia, y a caer, aunque ya muy tarde, en la cuenta. Estas y otras semejantes olas y fatigas son las que, demás de la enfermedad, combaten y afligen al doliente en aquel trabajoso tiempo noche y día sin parar.

Tras de esto piensa luego en los accidentes y trabajos que entrevienen en la misma muerte, que son aun mayores que los pasados. Mira como el cuerpo comienza ya a perder el calor natural, y los miembros las fuerzas y el movimiento, y quedar como si fuesen de piedra. Las partes altas y las extremidades se paran fría, la cara demudada, el color como el plomo, las cuencas de los ojos hundidas, los ojos envidriados, la boca llena de sarro y espuma, la lengua gruesa y torpe para hablar, y la garganta adelgazada. El pecho con angustias se levanta, los labios se vuelven azules y los dientes pardos, y cuasi todo el hombre viene a estar como muerto antes que muera.

Aquí puedes también pensar en el sacramento de la extrema unción que en este caso se administra para ayudar en esta postrer batalla, y en todas las oraciones y sufragios de que la Iglesia usa en esta necesidad, cuando el hombre está ya tirando y agonizando a la salida de esta vida: en la cual paga la deuda de las angustias con que en ella entró, padeciendo los dolores al tiempo del salir, que su madre padeció al tiempo de parir. Y así concuerda muy bien la entrada de la vida con la salida, pues la una y la otra es con dolores, aunque la una con los ajenos y la otra con los propios.

Después de esto, considera lo que se sigue tras de la muerte, que es la suerte que al cuerpo y ánima ha de caber. La del cuerpo es la sepultura: en la cual te debes hallar con el espíritu presente, mirando cómo te llevan a enterrar, cómo te acampanan, cómo te lloran, cómo doblan por ti, cómo preguntan los que oyen doblar por el muerto, cómo te depositan en el sepulcro entre los otros huesos de los muertos, y te pisan y dejan en aquel estrecho y oscuro aposento, acampanado de perpetua soledad.

Dejando el cuerpo en este lugar, camina con tu propia anima hasta el tribunal de Dios: donde irás acampanado por una parte de ángeles y por otra de demonios, alegando cada cual de las partes de su derecho: y mira la cuenta que allí se te pedirá del tiempo, de los beneficios y inspiraciones divinas, de los aparejos que tuviste para bien vivir, y de todos los males que hiciste, y aún de los mismos bienes, si no los hiciste como debías. Y considerando todas estas cosas, trabaja, hermano, por vivir agora de tal manera, cual entonces desearas haber vivido.

De los beneficios divinos

Después de la vida de Cristo y de estas cuatro postrimerías, es utilísima la consideración de los beneficios divinos, así para incitarlos a amar a quien tanto bien nos hizo, como para entender la obligación que tenemos a su servicio. Y es bien tener muchas cosas en qué meditar, porque con la variedad de ellas tengamos con que encender más nuestro corazón y excusar el hastío que aquí podría entrevenir.

Y aunque los beneficios divinos sean innumerables, pero todos ellos pueden reducirse a estos ocho mas principales, conviene saber, al beneficio de la creación, conservación, redención, cristiandad, llamamiento sacramentos, inspiraciones divinas, beneficios particulares y ocultos.

Pues cuanto al primer beneficio de la creación, considera cómo antes que Dios te criase, eras nada; y de ésa nada te hizo el Señor, no piedra, ni palo, ni serpiente, sino hombre, que es una nobilísima criatura, dándote ese cuerpo con todos sus miembros y sentidos, y esa ánima con todas esas nobilísimas potencias que tiene para conocer a Dios y ser capaz del sumo bien.

Cuanto al segundo, de la conservación, mira cómo el mismo Señor que te crió y te sacó de no ser a ser, ese mismo te conserva en ese ser, de tal manera, que lo que una vez te dio, siempre te lo está dando y conservando. Y mira cómo para este efecto crió toda esta tan gran máquina del mundo con todas cuantas cosas hay en él, de las cuales unas sirven para mantenerte, otras para curarte, otras para enseñarte, otras para regalarte y otras también para castigarte: porque de todo es razón que haya en la casa de buen padre.

Cuanto al tercero, de la redención, ya has visto todos los pasos que este Señor dio por ti, y lo mucho que te dio, y lo mucho que le costó, y lo mucho mas que te amé: por donde verás el amor y gracias que por todo esto le debes. Y para sentir mas la grandeza de este beneficio y del pasado, imagina que a ti solo fueron hechos estos dos grandes beneficios, pues aunque hayan sido hechos para todos, no menos sirven para ti que si para ti solo fueran hechos. Porque no menos gozas tú de todas las cosas de este mundo y de todos los trabajos de Cristo, que si para ti solo fuera hecho todo.

Cuanto al cuarto, que es de la cristiandad, mira lo que le debes por haberte hecho cristiano, y nacido en tierra de cristianos, pues tanta es la muchedumbre de hombres que hay por esos mares y mundos, que nacen y mueren paganos y se van a los infiernos. Pues ¿qué fuera de ti, si fueras uno de esos? Y ¿qué debes a quien hizo que no lo fueses? etc.

Cuanto al quinto beneficio, que es del llamamiento, si por ventura te ha Dios llamado, sacándote de pecado, mira lo que le debes por este beneficio, considerando cuánto tiempo te esperó, cuántos pecados te sufrió, cuantas inspiraciones te envío, y cuán benignamente te recibió, y que fuera de ti, si te tomara la muerte estando en pecado, como a muchos otros tomó, puesto caso que nadie puede saber de cierto si está fuera de él.

Cuanto al sexto, que es de los sacramentos, mira lo que le debes por el remedio que te dejé en los sacramentos de su Iglesia, y señaladamente en el sacramento del altar, donde se te da Él mismo en mantenimiento y en remedio. Donde puedes considerar todos los favores y espirituales consolaciones que por medio de este venerable sacramento habrás en este mundo recibido, y lo que por todo esto le debes.

Cuanto al séptimo, de las inspiraciones divinas, mira lo que debes a este Señor porque continuamente te está siempre llamando y despertando a bien obrar. Porque todos cuantos pasos buenos das, todos cuantos deseos, propósitos, pensamientos, movimientos y sentimientos buenos tienes, todos son beneficios y inspiraciones suyas y obras de esta especial providencia que tiene de ti. Pues ¿con qué le podrás pagar tan grande deuda?

Cuanto al octavo, que son beneficios particulares y ocultos, aquí tienes que considerar todas las particulares mercedes así espirituales como temporales que Dios te ha hecho, y todas las preservaciones de males así espirituales como temporales de que te habrá librado sin que tú por ventura lo hayas sentido. En esta cuenta entran todos los males de pena o de culpa que padecen todos los otros hombres, los cuales tú también pudieras padecer. Ves aquél ciego, el otro tullido, el otro perniquebrado, el otro sacrílego, o blasfemo, o amancebado. ¿Quién quita que no pudieras tu también estar así? Pues ¿que dieras, si así te vieras, a quien te librará de estos males? Adora, pues, ama y sirve al Señor, porque Él fue el que de todos esos males te preservó, pues no es menos preservar del mal para que no venga, que curarlo después de venido.

Por aquí, pues, verás lo que debes a Dios por cada uno de sus beneficios: y por ellos mismos verás cuántas veces es Dios tu padre, pues está claro que es padre porque te crió, y padre porque te conserva en ese ser que te dio, y padre porque te redimió, y padre porque en la cruz con tantos dolores te reengendró, y padre porque en el santo bautismo te adoptó por hijo, y padre, si después de perdido por el pecado este titulo, lo volvió a renovar con el beneficio del llamamiento. Pues si tanto debes y quieres al que una sola vez fue tu padre, ¡cuánto más debes al que tantas veces te ha sido padre por tan excelentes maneras! ¡Cuánto más le debes querer, y servir, y obedecer, y confiar en Él, y recurrir a Él en todas tus necesidades como a verdadero padre!

Y para entender mejor la grandeza de estos beneficios divinos, hace mucho al caso considerar cada beneficio con las circunstancias que tiene, que son quien lo da, a quien se da, por qué causa y en qué manera se da.

Cuanto a lo primero, mira cuan grande sea el que te hace estos beneficios, que es Dios. Considera la grandeza de su omnipotencia, la cual declara toda la máquina de este mundo, con toda la universidad de criaturas que hay en él. Considera también la grandeza de su sabiduría, la cual se conoce por el orden, concierto y providencia maravillosa que hay en todas ellas. Porque si consideras esto, no digo yo tan grandes beneficios, sino una manzana que te enviará este tan grande Rey y Señor, habla de ser muy estimada, por la dignidad de quien la da.

Y no menos crece la grandeza del beneficio con la otra circunstancia, que es con la vileza del que lo recibe, que con la excelencia del que lo da. Por lo cual decía David: Señor, ¿quién es el hombre, para que Tú te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que Tú le visites? Porque si todo este mundo apenas es una hormiga delante la majestad de Dios, ¿que será el hombre, que tan pequeña parte es de este mundo? Pues ¿cómo no será grande misericordia y maravilla que un tan alto y tan soberano Señor tenga tan especial cuidado de hacer tan grandes bienes a una tan pequeña hormiguita?

Pues ¿que será si consideras la causa del beneficio? Claro está que nadie hace bien, ni da un paso, sin esperar o pretender algún interese. Solo este Señor nos hace todos estos bienes sin pretender ni esperar de nosotros cosa que redunde en provecho suyo. De manera que todo lo que hace, puramente lo hace de gracia, por sola bondad y amor. Si no, dime: si eres predestinado, ¿por qué otra causa te predestinó, y después te crió, y te redimió, y te hizo cristiano, y te llamó a su servicio? ¿que causa pudo haber aquí para tan grandes beneficios, sino sola bondad y amor?

Ni hace menos para esto considerar el modo y manera con que nos hace todos estos bienes, que es el corazón y voluntad con que los hace. Porque todo cuanto bien nos ha hecho en tiempo, desde ab aeterno nos lo determino de hacer, y así desde ab aeterno con perpetua caridad, y grandísima caridad, nos amé: y por esta caridad y amor que nos tuvo, se determinó de hacernos todos estos bienes y tener tan especial cuidado de nuestra salud. En la cual entiende con tanta providencia y recaudo, como si desocupado de todos los otros negocios, no tuviera otro en que entender sino en la salud sola de cada uno.

Aquí, pues, tiene el ánima devota en que rumiar, como animal limpio, noche y día: donde hallará pasto abundantísimo y suavísimo para toda la vida.

 


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