CAPÍTULO III. DEL TIEMPO Y FRUTO DE ESTAS MEDITACIONES SUSODICHAS

Éstas son, cristiano lector, las primeras siete meditaciones en que puedes filosofar y ocupar tu pensamiento por los días de la semana, no porque no puedas también pensar en otras cosas y en otros días además de éstos, porque, como ya dijimos, cualquiera cosa que induce nuestro corazón a amor y temor de Dios y guarda de sus Mandamientos es materia de meditación. Pero señálanse estos pasos que tengo dichos: lo uno, porque son los principales misterios de nuestra fe y los que, cuanto es de su parte, más nos mueven a lo dicho; y lo otro, porque los principiantes (que han menester leche) tengan aquí casi masticadas y digeridas las cosas que pueden meditar, porque no anden como peregrinos en extraña región, discurriendo por lugares inciertos, tomando unas cosas y dejando otras, sin tener estabilidad en ninguna.

También es de saber que las meditaciones de esta semana son muy convenientes, como ya dijimos, para el principio de la conversión (que es cuando el hombre de nuevo se vuelve a Dios, porque entonces conviene comenzar por todas aquellas cosas que nos pueden mover a dolor y aborrecimiento del pecado y temor de Dios y menosprecio del mundo, que son los primeros escalones de este camino. Y por esto deben, los que comienzan, perseverar por algún espacio de tiempo en la consideración de estas cosas, para que así se funden más en las virtudes y afectos susodichos.




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