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PARA EL «ASOMBRO EUCARÍSTICO» DESDE LOS PREFACIOS DE LA  COLLECTIO MISSARUM DE BEATA MARIA VIRGINE


Dr. Antonio C. Molinero Espadas*


 

1. INTRODUCCIÓN**

Con el presente trabajo queremos ofrecer un material que puede servir «para tomar conciencia del tesoro incomparable que Cristo ha confiado a su Iglesia. [Y que así] sea estímulo para celebrar la Eucaristía con mayor  vitalidad y fervor, y que ello se traduzca en una vida cristiana transformada  por el amor»[1] .

Para ello, tomando como base una serie de inspiraciones que  encontramos en las enseñanzas de Juan Pablo II en la Encíclica Ecclesia  de Eucharistia (= EE)[2] Y en las Cartas Apostólicas Spiritus et Sponsa  (= SS) Y Mane nobiscum Domine (= MnD), buscamos iluminar, desde  los prefacios de la Collectio Missarum de Beata Maria Virgine  (= CMBVM)[3], las «líneas de espiritualidad eucarística» que nos ofrece,  en los números 20-31. el documento de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos llamado Año de la Eucaristía.  Sugerencias y Propuestas[4] (= SyP).

 

I.1. Las «inspiraciones» de Juan Pablo II

Cada vez que releemos la Encíclica Ecclesia de Eucharistia, no podemos evitar que nos vuelva a llamar la atención la finalidad que el Santo Padre se fijaba al escribir dicho documento: «Con la presente Carta encíclica, deseo suscitar este "asombro" eucarístico» (EE 6).  Y como método particularmente importante para alcanzar dicho objetivo propone: «Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María» (ibíd.).

Haciéndose eco de esta idea básica y de otros textos pontificios, la Congregación para el Culto y la Disciplina de los Sacramentos afirma:

Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia ...  El encuentro con el «Dios con nosotros y por nosotros» incluye a la Virgen María ... Para vivir profundamente el sentido de la celebración eucarística y hacer que deje una huella en nuestra vida, no hay mejor manera que dejarse «educar» por María, la «mujer eucarística» ... Ella «nos introduce de modo natural en la vida de Cristo y nos hace como respirar sus sentimientos». Por otra parte, ... en la celebración eucarística, en cierto modo, nosotros recibimos siempre, con el memorial de la muerte de Cristo.  también el don de María, que nos ha sido hecho por el Crucificado en la persona de Juan (He ahí a tu madre: Jn 19,27) ... [Lo cual] significa asumir.  al mismo tiempo, el compromiso de conformamos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. (SyP 5)

Este párrafo, que es de gran riqueza teológica y existencial, culmina con una propuesta de corte litúrgico: «Sobre la celebración de la Eucaristía en comunión con María, extendiendo las actitudes cultuales que resplandecen ejemplarmente en ella, véase Collectio Missarum de Beata Maria Virgine» (ibid).

Y así, queda encajada toda esta cuestión dentro del marco de una recta teología espiritual, «adecuada» a los retos que presenta la Nueva Evangelización en el inicio del tercer milenio[5].

En efecto, establecidos los pilares teológico, litúrgico y existencial, el cristiano tiene opción de entrar en una relación «viviente y personal con Dios vivo y verdadero» en el punto de fusión de dichos tres pilares, la vida espiritual cristiana: lex orandi[6] .

Posibilitando el teorema lex credendi-lex celebrandi-lex vivendi: tres rostros de la única realidad que conocemos como «vida cristiana"[7].

Más aun, puesto que el punto de fusión de los referidos tres aspectos, la vida espiritual es precisamente lo que permite que dichos aspectos se relacionen tan íntimamente entre sí, hasta el punto que podamos considerarlos, sin confundirlos entre sí, como una única realidad; es legítimo que hablemos de una «espiritualidad teológico-bíblica», una «espiritualidad litúrgica» y una «espiritualidad existencial de comunión».

Pensamos que el presente modelo tiene enormes posibilidades, pero no es ahora el momento de desarrollarlas. Para el objeto de nuestro trabajo es suficiente con lo expuesto.

I.2. Las «líneas de espiritualidad eucarística»

Nos encontramos, por consiguiente, en el campo de la teología espiritual. Y más específicamente en el campo de la espiritualidad eucarística.

Para ayudamos recurrimos al documento, ya citado, Año de la Eucaristía. Sugerencias y Propuestas, de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos; allí se nos recuerda, en primer lugar y confirmando todo lo expuesto con anterioridad, que:

En la Carta Apostólica Spiritus el Sponsa con motivo del XL aniversario de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, el Papa ha expresado el deseo de que se desarrolle en la Iglesia una «espiritualidad litúrgica». Es la perspectiva de una liturgia que nutre y orienta la existencia, plasmando el actuar del creyente como auténtico «culto espiritual» (cf. Rom 12, 1). Sin el cultivo de una «espiritualidad litúrgica», la práctica litúrgica fácilmente se reduce a «ritualismo» y vuelve vana la gracia que brota de la celebración.

Esto vale de modo especial para la Eucaristía: «La Iglesia vive de .la Eucaristía». En verdad. la celebración eucarística está en función del vivir en Cristo, en la Iglesia, por la potencia del Espíritu Santo. Es necesario, por tanto. cuidar el movimiento que va de la Eucaristía celebrada a la Eucaristía vivida: del misterio creído a la vida renovada. (n. 4)

Y en el mismo número se nos ofrecen cuatro puntos referenciales que no deben nunca ser olvidados:

1) la Eucaristía es culmen et fons (cumbre y fuente) de la vida espiritual en cuanto tal, más allá de los variados caminos de la espiritualidad;

2) el regular alimento eucarístico sostiene la correspondencia a la gracia de los diversos tipos de vocaciones y estados de vida (ministros ordenados, esposos y padres, personas consagradas ...) e ilumina las diferentes situaciones de la existencia (alegrías y dolores, problemas y proyectos, enfermedades y pruebas);

3) la caridad, la concordia, el amor fraterno son fruto de la Eucaristía y vuelven visible la unión con Cristo realizada en el sacramento; al mismo tiempo, el ejercicio de la caridad en estado de gracia es la condición para que se pueda celebrar con plenitud la Eucaristía: ella es «manantial», pero también «epifanía» de la comunión;

4) la presencia de Cristo en nosotros y entre nosotros hace brotar el testimonio en la vida cotidiana, fomenta la construcción de la ciudad terrena: la Eucaristía es principio y proyecto de misión.

Pero sobre todo nos interesa el Capítulo 3 (nn. 20-31), donde se describen lo que llama el documento unas «líneas de espiritualidad eucarística», Evidentemente, tal como se indica en el n. 20, «un tratado de espiritualidad eucarística exigiría mucho más de cuanto nos proponemos ofrecer en estas páginas». Su objetivo se limita «a dar unas ideas, con la esperanza de que sean las Iglesias particulares las que afronten el tema, dando estímulos y contenidos más amplios para iniciativas específicas de catequesis y formación. Es importante, en efecto, que la Eucaristía sea acogida no solamente en los aspectos de la celebración, sino también como proyecto de vida; es importante que esté a la base de una auténtica “espiritualidad eucarística».

Ahora bien, conviene resaltar que el método utilizado para trazar estas líneas de espiritualidad es sumamente inspirador. No se trata de reflexiones más o menos piadosas sobre el hecho eucarístico siguiendo un plan teórico preconcebido. La Congregación pretende «dilatar la mirada más allá de los aspectos típicamente celebrativos ... [y partiendo de los mismos textos litúrgicos] se quiere así subrayar cómo la espiritualidad litúrgica se caracteriza por su anclaje en los signos, ritos y palabras de la celebración y puede encontrar en ellos alimento seguro y abundante» (ibíd.),

Las «líneas de espiritualidad eucarística» que allí se nos describen son once, y aparecen en el siguiente orden: «Escucha de la Palabra» (n. 21), «Conversión» (n. 22), «Memoria» (n. 23), «Sacrificio» (n. 24), «Acción de gracias» (n. 25), «Presencia de Cristo» (n. 26), «Comunión y caridad» (n. 27), «Silencio» (n. 28), «Adoración» (n. 29), «Gozo-Alegría» (n. 30)  y «Misión» (n. 31).

En cada una de estas «líneas de espiritualidad eucarística», el documento, partiendo de los textos litúrgicos del Ordinario de la Eucaristía en los que se puede encontrar algún eco de las referidas líneas de espiritualidad, desarrolla brevemente el concepto de espiritualidad al que se refiere.

Ahora bien, dichas «líneas de espiritualidad eucarística», atendiendo a la misma estructura de la celebración de la Eucaristía[8], pueden ordenarse,  describirse y articularse de la siguiente manera:

1.°) Ritos iniciales: El Pueblo de Dios que se reúne como un cuerpo
(estructurado jerárquicamente):

a)                       En comunión y caridad (SyP 27).

b)                      En conversión (SyP 22).

2.°) Liturgia de la palabra: El Pueblo de Dios en tomo a la «mesa de la Palabra»:

a)                      Que escucha la Palabra de Dios (SyP 21).

b)                      Que interioriza (silencio) (SyP 28).

3.°) Liturgia eucarística: El Pueblo de Dios en tomo a la «mesa de la Eucaristía- :

a)    Que proclama las maravillas de Dios (Prefacio), lleno de gratitud y gozo, y grita Santo (SyP 25 y SyP 30).

b)    Que hace «memorial» del Misterio Pascual (SyP 23).

c)    Que intercede por la Iglesia y por toda la humanidad.

d)    Que se parte, se reparte y se derrama: dimensión sacrificial de la Eucaristía (SyP 24).

e)    Que come lo que es ... gracias a la presencia real y «transubstancial» de Cristo (SyP 26).

4.°) Ritos conclusivos: El Pueblo de Dios que es enviado a fermentar la humanidad.

a)                       La Iglesia escucha: Id y anunciad la Buena Noticia (SyP 31).

b)                        Para una vida transformada en adoración perpetua (SyP 29).

Dos observaciones. Por una parte, nos hemos permitido unir dos «líneas de espiritualidad» (<<Acción de gracias», n. 25, y «Gozo-Alegría», n. 30) bajo un mismo momento celebrativo, dentro de la Liturgia eucarística:

A) Que proclama las maravillas de Dios (Prefacio), lleno de gratitud y gozo, y grita Santo. B) Por otro lado, hemos introducido un concepto que no aparece en el documento de la Congregación de forma expresa, pero que consideramos que es preciso tener presente: C) Que intercede por la Iglesia y por toda la humanidad. La «intercesión» ciertamente es una dimensión de la espiritualidad eucarística que tiene suficiente entidad teológica para ser considerada por sí misma y que para nuestro trabajo queremos fundamentarla específicamente en una expresión de la Encíclica Ecclesia de Eucharistia: «Las celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico. i Sí, cósmico!»  (n.8).

1.3. Los Prefacios de las Misas de la Virgen María

Puestas las bases inspiradas por el magisterio de Juan Pablo II y fijado un margen referencial de las «líneas de espiritualidad eucarística», pasamos a delimitar el otro margen para nuestro trabajo: los prefacios de las Misas de la Virgen María.

Lo primero que debemos recordar es el concepto de prefacio. El  prefacio (de praefari = decir delante) no debe entenderse simplemente  como un prólogo o introducción, sino que-en el latín antiguo del Misal  significa Oración, Confesión solemne o incluso Proclamación solemne[9];  y por eso debemos afirmar que con él «empieza el centro y el culmen de  toda la celebración, a saber, la Plegaria eucarística, que es una plegaria de  acción de gracias y de consagración. El sacerdote invita al pueblo a elevar el corazón hacia Dios, en oración y acción de gracias, y lo asocia a su oración que él dirige en nombre de toda la comunidad, por Jesucristo en el Espíritu Santo, a Dios Padre. El sentido de esta oración es que toda la congregación de los fieles se una con Cristo en el reconocimiento de las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio ... [El primero de los]  principales elementos de que consta la Plegaria eucarística [es la] Acción  de gracias (que se expresa sobre todo en el prefacio): en la que el sacerdote,  en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da las  gracias por toda la obra de salvación o por alguno de sus aspectos  particulares, según las variantes del día, fiesta o tiempo litúrgico»[10].

Es decir, nos encontramos con la voz de la Iglesia que proclama solemnemente las «maravillas de Dios» (mirabilia Dei) suscitando un canto de acción de gracias, de «” asombro'' eucarístico», que viene admirablemente definido ya desde el diálogo introductorio.

Ahora bien. es conocido por todos que la Santísima Madre del  Redentor constituye la figura (el typus) de la Iglesia[11], de tal forma que  podemos «ver a la Iglesia en María y a María en la Iglesia. María ... es el tipo de la Iglesia. el modelo, el compendio y como el resumen de todo  lo que luego iba a desenvolverse en la Iglesia, en su ser y en su  destino»[12]. De aquí podemos deducir que no es exagerado afirmar que, al escuchar la voz de la Iglesia, en los prefacios, escuchamos la voz de María:  en los prefacios habla la Virgen porque habla la Iglesia.

Pero más aún, cuando profundizamos releyendo el Magnificat en  perspectiva eucarística[13], descubrimos el sorprendente paralelismo entre  la estructura y los contenidos del Magnificat y de los prefacios de la  Plegaria eucarística: los diálogos introductorios, la solemne proclamación de las «maravillas de Dios», el «"asombro" eucarístico» que suscita, etc.  El Magníficat se nos muestra, por consiguiente, como el gran «prefacio» de la Virgen María. Y por la comunicación de lenguaje existente entre María y la Iglesia, podemos afirmar que el Magnificat se explicita (se explica, se expone) en los prefacios eucarísticos. Los prefacios eucarísticos  son como un caleidoscopio, de figuras infinitas, del Magnificar[14]. Escuchar la voz de María en los prefacios eucarísticos es ciertamente sentarse en la «escuela de María» (EE Cap. VI), y así la Iglesia (y en ella, el cristiano):

- asociándose a la voz de la Madre del Señor bendice a Dios Padre y lo glorifica con su mismo cántico de alabanza;

- con ella quiere escuchar la Palabra de Dios y meditarla asiduamente;

- con ella desea participar en el Misterio Pascual de Cristo y ser asociada en la obra de la salvación de los hombres;

- con ella, que esperaba orando en el Cenáculo, juntamente con los Apóstoles, la venida del Espíritu Santo, pide sin cesar el don del Espíritu;

- apelando a su intercesión, se acoge bajo su amparo, y la invoca para que visite al pueblo cristiano y lo llene de sus beneficios;

- con ella, que protege sus pasos hacia la patria celeste, sale gozosa al encuentro de Cristo[15].

De esta forma, «la Iglesia que quiere vivir el misterio de Cristo con María y como María, a causa de los vínculos que la unen a ella, experimenta continuamente que la bienaventurada Virgen está a su lado siempre, pero sobre todo en la sagrada liturgia, como Madre y como Auxiliadora»[16].

I.4. Las «líneas de espiritualidad eucarística» explicadas por la Santísima Virgen María

Planteadas de esta forma las cosas, vamos a sentamos en la «escuela de María» y a escucharla proclamando las «maravillas de Dios», para unimos a su voz y así contemplar la obra admirable de nuestra redención: contemplando a Cristo con los ojos del corazón de María.

Para ello vamos a seleccionar algunos de los prefacios de la CMBVM, los que pensamos que más se pueden ajustar a las «líneas de espiritualidad eucarística» antes trazadas, y trataremos de comprender y profundizar lo que en ellos se dice. Sabemos que nos acercamos a algo que nos supera absolutamente y que de ninguna manera somos capaces de agotar, nos acercamos al Mysterium fidei. Con el presente trabajo, de hecho, pretendemos simplemente abrir pistas de estudio, reflexión y oración; ya que «el panorama abierto por el Año de la Eucaristía exige y promueve un  trabajo de envergadura, que conjuga todas las dimensiones del vivir en  Cristo en la Iglesia. La Eucaristía, de hecho, no es un "tema" entre los demás, sino que es el corazón mismo de la vida cristiana» (SyP 1).

Por todo ello creemos que la mejor manera de acercarnos a nuestro estudio es con los mismos sentimientos que expresa Sta. Catalina de Siena en el siguiente texto:

¡Oh Divinidad eterna, oh eterna Trinidad, que por la unión con tu divina naturaleza hiciste de tan gran precio la sangre de tu Hijo unigénito! Tú, Trinidad eterna, eres como un mar profundo en el que cuanto más busco, más encuentro, y cuanto más encuentro, más te busco. Tú sacias el alma de una manera en cierto modo insaciable, ya que siempre queda con hambre y apetito. deseando con avidez que tu luz nos haga ver la luz, que eres tú misma.

Gusté y vi con la luz de mi inteligencia, ilustrada con tu luz, tu profundidad insondable. Trinidad eterna, y la belleza de tus criaturas ...

¡Oh abismo, oh Trinidad eterna, oh Divinidad, oh mar profundo!: ¿qué don más grande podías otorgarme que el de ti mismo? Tú eres el fuego que arde constantemente sin consumirse; tú eres quien consumes con tu calor todo amor del alma a sí misma. Tú eres, además, el fuego que aleja toda frialdad e iluminas las mentes con tu luz ...

En esta luz. como en un espejo, te veo reflejado a ti, sumo bien, bien  sobre todo bien, bien dichoso, bien incomprensible, bien inestimable,  belleza sobre toda belleza, sabiduría sobre toda sabiduría; porque tú  eres la misma sabiduría, tú el manjar de los ángeles, que por tu gran amor te has comunicado a los hombres[17].

Y así nos ajustamos a la invitación de Juan Pablo II: «Sigamos, queridos hermanos y hermanas, la enseñanza de los Santos, grandes intérpretes de la verdadera piedad eucarística. Con ellos, la teología de la Eucaristía adquiere todo el esplendor de la experiencia vivida, nos "contagia" y, por así decir, nos "enciende"» (EE 62).

En el siguiente cuadro, respetando la estructura básica de la celebración eucarística, señalamos, en la primera columna, las «líneas de espiritualidad eucarística», acompañada de la referencia oportuna del documento Año de la Eucaristía. Sugerencias y Propuestas (en negrita) y de un pensamiento mariológico en relación con cada «línea de espiritualidad» (en cursiva). En la segunda columna reflejamos, del total de cuarenta y seis esquemas de Misas que nos ofrece la CMBVM, la Misa de la Virgen María que hemos seleccionado porque su eucología y sus textos bíblicos se ajustan al pensamiento en cuestión (subrayado) y debajo el título del prefacio de la misma (en letras mayúsculas).

Pretendemos, en la segunda parte de nuestro trabajo. desgranar los once prefacios seleccionados. Repasarlos, como se desgranan las cuentas del Santo Rosario, añadiendo alguna consideración que pensamos puede ser útil para contemplar la Celebración de la Eucaristía con los ojos del corazón de la Madre del Redentor. A tal fin, reproducimos el cuerpo central de cada prefacio, prescindiendo del comienzo y del paso al Santo, y añadiendo en notas al pie de página referencias bíblicas al texto (se señalan, oportunamente, las citas de la Sagrada Escritura que el Leccionario de la CMBVM indica como propias para la Misa que nos ocupa), ciertas resonancias litúrgicas, patrísticas, magisteriales, etc., y algunos breves comentarios. Todo ello con la intención de abrir pistas para la reflexión, esforzándonos por no oscurecer con nuestra palabra la belleza, la fuerza y la autenticidad de la voz de la Iglesia en su eucología. l «asombro eucarístico»

 

 

 

 

 

 

II.            LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA DESDE LOS OJOS DEL CORAZÓN DE MARÍA

 

II.1. El Pueblo de Dios que se reúne como un cuerpo (estructurado jerárquicamente):

a)    En comunión (unidad, paz y caridad)[18]:

«La principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar donde preside el Obispo, rodeado de su presbiterio y ministros» (SC 41). Manifestación que se muestra, esencialmente, como  Cuerpo de Cristo[19]; el cual no es un cuerpo amorfo, sino que, para que  mantenga su funcionalidad, necesita estar en comunión entre sus miembros.

Diversos aspectos pueden definir el concepto de comunión eclesial, entre ellos destacamos tres: unidad, paz y caridad. La Virgen María es alma de la unidad[20], madre de la paz[21] y reina de la caridad[22].

 

LA FUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA EN LA UNIDAD DE LA IGLESIA[23]

Porque él [Cristo J, autor de la fe integra[24]  y amante de la unidad[25],

eligió para sí una Madre incorrupta de alma y de cuerpo[26]  y quiso Esposa a la Iglesia una e indivisa[27].

Elevado sobre la tierra, en presencia de la Virgen Madre[28],  congregó en la unidad a tus hijos dispersos[29],

uniéndolos a sí mismo con los vínculos del amor[30].

Vuelto a ti y sentado a tu derecha[31],

envió sobre la Virgen María,

en oración con los apóstoles, el Espíritu[32]

de la concordia y de la unidad, de la paz y del perdón[33].

 

b)   En conversión[34]:

Aunque el sentido nuclear de la Eucaristía es «eucarístico», la dimensión penitencial está muy presente (en los ritos iniciales, en el Gloria, en el Cordero de Dios, antes de la comunión ...) porque nos es necesaria.  Necesitamos conocemos y tomar conciencia de nuestra absoluta  indigencia[35], para así poder conocer quién es Dios y cuál es su acción en  favor nuestro.

María, «refugio de pecadores y madre de la reconciliación», nos acompaña y nos instruye para que podamos recorrer un verdadero camino de conversión, de regreso al que nos llama con gritos de amor.

LA BIENAVENTURADA VIRGEN, REFUGIO DE PECADORES  Y MADRE DE LA RECONCILIACIÓN[36]

Por tu inmensa bondad,

no abandonas a los que andan extraviados[37],

sino que los llamas para que puedan volver a tu amor[38]: 

tú diste a la Virgen María, que no conoció el pecado,

un corazón misericordioso con los pecadores[39].

Estos perciben su amor de madre,

se refugian en ella implorando tu perdón;

 al contemplar su espiritual belleza[40],

se esfuerzan por librarse de la fealdad del pecado, 

y, al meditar sus palabras[41]

y ejemplos, se sienten llamados

a cumplir las mandatos[42] de tu Hijo[43].

 

II. 2. El Pueblo de Dios en torno a la «mesa de la Palabra»:  a) Que escucha la Palabra de Dios[44]:

María escuchó y guardó tan fielmente la Palabra de Dios que concibió  al Verbo por obra del Espíritu Santo.

LA BIENAVENTURADA VIRGEN, DISCÍPULA DEL VERBO ENCARNADO, ES PROCLAMADA DICHOSA[45]

Cuya Madre, la gloriosa Virgen María,

con razón es proclamada bienaventurada,

  porque mereció[46] engendrar a tu Hijo[47]

  en sus entrañas purísimas[48]:

Pero con mayor razón es proclamada aún más dichosa, 

porque, como discípula de la Palabra encarnada[49],

 buscó solícita tu voluntad

y supo cumplirla fielmente[50].

 

b) Que interioriza la Palabra que escucha[51]:

Para poder escuchar e interiorizar es imprescindible una actitud de silencio, y se conoce que la Palabra escuchada ha sido acogida en el interior por la respuesta que suscita.

María, en silencio, escucha y acoge la Palabra de Dios. Ella está siempre detrás de todo lo que dice y hace Dios por su Hijo: «María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19).

VIDA DE LA VIRGEN MARÍA EN LA CASA DE NAZARET[52]

Ella, en Nazaret, al recibir con fe el anuncio del ángel,

 concibió en el tiempo como salvador y hermano para

 nosotros a tu Hijo[53], engendrado desde toda la eternidad[54]. 

Allí, viviendo unida a su Hijo[55],

alentó los comienzos de la Iglesia,

ofreciéndonos un luminoso ejemplo de vida[56].

Allí, la Madre. hecha discípula del Hijo[57],

recibió las primicias del Evangelio[58],

conservándolas en el corazón y meditándolas en su mente[59].

 Allí, la Virgen purísima[60], unida a José, el hombre justo[61],

 por un estrechísimo y virginal vínculo de amor[62],

te celebró con cánticos[63], te adoró en silencio[64],

te alabó con la vida[65] y te glorificó con su trabajo[66]:

 

II. 3. El Pueblo de Dios en torno a la «mesa de la Eucaristía»:

a) Que proclama las maravillas de Dios (Prefacio), lleno de  gratitud y gozo, y grita Santo[67]:

Ya nos hemos referido más arriba de la estrecha conexión que existe entre el Magnificat de la Virgen María y los prefacios de la celebración eucarística de la Iglesia, en los que «la Iglesia da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras, por la creación, la redención y la santificación. Toda la asamblea se une entonces a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos, cantan al  Dios tres veces santo» (CEC 1352).

Ahora. con una sola voz -María, la Iglesia y nosotros- quisiéramos exclamar: «proclama mi alma la grandeza del Señor ... porque ha mirado  mi humillación. ... ».

LA VIDA DE LA VIRGEN, CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA[68]

Padre santo ... proclamar[69] tu grandeza[70]

en esta memoria de la Virgen María, tu hija amada.

Su nacimiento dichoso anunció la alegría[71]

a todo el mundo[72];

su maternidad virginal manifestó la Luz gozosa[73];

su vida humilde[74] ilumina a toda la Iglesia[75];

y su tránsito glorioso la llevó a los cielos,

donde espera, como hermana y madre,

hasta que podamos alegrarnos con ella[76],

contemplándote para siempre[77].

 

b) Que hace «memorial» del Misterio Pascual[78]:

Solo puede hacer «memorial» quien guarda en su corazón las «maravillas de Dios». María, al guardar en su corazón la obra redentora de Cristo, es capaz de hacer «memorial».

LA BIENAVENTURADA VIRGEN ESPERÓ CREYENDO LA RESURRECCIÓN DEL HIJO[79]

Porque en la resurrección de Jesucristo, tu Hijo,

 colmaste de alegría[80] a la santísima Virgen

y premiaste maravillosamente su fe:

ella había concebido al Hijo creyendo,

y creyendo esperó su resurrección[81];

fuerte en la fe[82] contempló de antemano el día de la luz y de  la vida,

 en el que. desvanecida la noche de la muerte[83],

el mundo entero saltaría de gozo

y la Iglesia naciente, al ver[84] de nuevo[85] a su Señor inmortal,

se alegraría entusiasma[86].

 

c) Que intercede por la Iglesia y por toda la humanidad[87]:

María, como la Iglesia, permanece constantemente con sus manos levantadas, haciendo "plegarias. oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres" (1 Tm 2, 1).

LA BIENAVENTURADA VIRGEN. ESCLAVA HUMILDE, ES ENSALZADA COMO REINA DE LOS CIELOS[88]

Porque, con tu misericordia y tu justicia[89],

dispersas a los soberbios y enalteces a los humildes[90],

A tu Hijo, que voluntariamente se rebajó[91]

lo coronaste de gloria y lo sentaste a tu derecha[92],

ya la Virgen. que quiso llamarse tu esclava[93]

la exaltaste sobre los coros de los ángeles,

para que reine[94] gloriosamente con él,

intercediendo por todos los hombres

como abogada de la gracia y reina[95] del universo[96].

 

d) Que se parte, se reparte y se derrama: dimensión sacrificial de la Eucaristía[97]:

Nuestros ojos ven que en la Eucaristía se rompe el Pan para ser repartido y comido, pero nuestra fe nos dice que Cristo mismo se parte, se reparte y se deja triturar para nuestro bien, sembrando en nosotros una semilla que fructifica en nuestra vida al dejamos partir, repartir y comer por nuestros hermanos. Con Cristo se nos entrega su Madre, con Cristo nuestra Madre interviene en nuestra transformación.

JUNTO A LA CRUZ DEL HIJO, LA MADRE PERMANECIÓ FIEL[98]

Porque en tu providencia estableciste

que la Madre permaneciera fiel junto a la cruz de tu Hijo[99],

para dar cumplimiento a las antiguas figuras[100],

y ofrecer un ejemplo nuevo de fortaleza![101].

Ella es la Virgen santa

que resplandece como nueva Eva[102],

para que así como una mujer contribuyó a la muerte![103]

así también la mujer contribuyera a la vida.

Ella es la misteriosa Madre de Sión[104]

que recibe con amor materno a los hombres dispersos[105],

reunidos por la muerte de Cristo[106],

Ella es el modelo![107] de la Iglesia Esposa[108],

que, como Virgen intrépida, sin temer las amenazas[109]

ni quebrarse en las persecuciones[110]

guarda íntegra la fidelidad[111] prometida al Esposo

 

e) Que come lo que es... gracias a la presencia real y «transubstancial» de Cristo[112]:

El Verbo se hizo carne en María, tomó la naturaleza humana, para que el hombre pudiera tomar la naturaleza divina. Al comer su Cuerpo y  beber su Sangre, gracias a la presencia real y eficaz, que aptísimamente  llamamos «transubstancial»[113], de Cristo en la Eucaristía, el cristiano se  transforma en lo que come y bebe experimentando su «divinización» , su «cristificación»[114], que comenzó con el Bautismo, se perfeccionó con la  Confirmación y llega a su plenitud con la Eucaristía[115]. Fruto de la comunión con el Cuerpo y Sangre del Señor es la «inhabitación»: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él» (Jn 6, 56). «Porque  somos hechos partícipes de Cristo, si es que retenemos el principio de  nuestra seguridad firme hasta el fin» (Hb 3,14)[116].

 

MARÍA, LA NUEVA MUJER, PRIMERA DISCÍPULA DE LA NUEVA ALIANZA[117]

Porque a Cristo, autor de la nueva Alianza[118],

le diste por Madre y asociada[119] a la Virgen santa María,

y la hiciste primicia[120] de tu nuevo pueblo[121].

Pues ella, concebida sin pecado[122] y colmada de tu gracia[123],

es en verdad la mujer nueva[124]

y la primera discípula[125] de la nueva Ley[126]:

Ella es la mujer alegre en tu servicio,

dócil a la voz[127] del Espíritu Santo[128],

solícita en la fidelidad a tu Palabra[129].

Ella es la mujer dichosa por su fe[130],

bendita[131] en su Hijo

y ensalzada entre los humildes[132].

Ella es la mujer fuerte en la tribulación[133],

firme junto a la cruz del Hijo

y gloriosa en su salida de este mundo[134].

II. 4. El Pueblo de Dios que es enviado a fermentar la humanidad:

a) La Iglesia escucha: Id y anunciad la Buena Noticia[135]:

María, desde que escuchó al ángel que le anunciaba que sería Madre del Salvador, sintió en su interior el mandato: «id y anunciad la Buena Noticia», y presurosa fue a visitar a su prima. También sintió este mandato en las bodas de Caná, y dijo: «haced lo que Él os diga». Del mismo modo resonó dicho mandato cuando' escuchó: «mujer, ahí tienes a tu hijo», y desde entonces acompaña al cristiano en su misión, ya que el cristiano la «acoge en su casa» como madre.

LA ENTREGA MUTUA DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN

Y DEL DISCÍPULO[136]

Porque junto a la cruz de Jesús,

por voluntad suya,

se establece, entre la Virgen y los fieles discípulos,

un fuerte vínculo de amor[137]:

María es confiada como madre[138]

a los discípulos, y estos la reciben como herencia

preciosa del Maestro[139].

Ella será para siempre la madre de los creyentes,

que encontrarán en ella refugio seguro[140].

Ella ama al Hijo en los hijos[141],

y estos, escuchando los consejos[142] de la Madre[143],

cumplen[144] las palabras del Maestro[145].

b) La vida del cristiano transformada en adoración ininterrumpida[146]:

El apóstol nos manda: «orad constantemente»[147], para transformar  nuestra vida en «alabanza de la gloria de la gracia» de Dios[148]. Esto será  posible si nos sentamos en la escuela de oración, escuela de adoración[149]  ininterrumpida, de la Santísima Virgen María

POR MEDIACIÓN DE LA VIRGEN, CRISTO SE MANIFIESTA AL MUNDO[150]

Porque por mediación de la Virgen María[151]

atraes a la fe del Evangelio[152]

a todas las familias de los pueblos[153].

Los pastores, primicias de la Iglesia de Israel[154],

iluminados por tu resplandor[155]

y advertidos por los ángeles[156],

reconocen[157] a Cristo Salvador.

Pero también los magos[158];

primeros retoños de la Iglesia de los paganos[159],

impulsados por tu gracia y guiados por la estrella,

entran en la humilde casa

y, hallando al Niño con su Madre,

lo adoran[160] como Dios, lo proclaman como Rey[161]

y lo confiesan[162] como Redentor[163].

 

III. CONCLUSIÓN

Terminamos con las mismas palabras de la Iglesia:

Por todo esto, «innumerables ángeles en tu presencia, contemplando la gloria de tu rostro, te sirven siempre y te glorifican sin cesar. Y con ellos también nosotros, llenos de alegría, y por nuestra voz las demás criaturas, aclamamos tu nombre cantando[164]:

Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo.

Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

Hosanna en el cielo.

Bendito el que viene en nombre del Señor.

Hosanna en el cielo.

Santo eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus  criaturas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza  del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo  sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde  donde sale el sol hasta el ocaso»[165].

 

 

 

 

Notas


*Doctor en S, Teología y Profesor de la Facultad de Teología Redemptoris Mater del Callao, Perú.

** En el caso de este artículo. para facilitar su lectura, las notas han sido ubicadas al final.

[1] JUAN PABLO Il, Carta Apostólica Mane nobiscum Domine, n. 29.

[2] Especialmente el n. 6 y el cap. VI.

 

[3] Cfr. JOSE ALDAZÁBAL, «Las nuevas misas marianas. El lenguaje de su eucología», Phase 159 (1987) 207-236. PEDRO FARNES, «Liturgia y pastoral de las nuevas "Misas" de la Virgen María», Oración de las Horas 7/8 (1988) 233-240. MANLlO SODl, «La "Collectio Missarum de Beata Maria Virgine" a dieci anni dalla sua pubblicazione», Notitiae 358 (1996) 316-358.

 

[4] Documento publicado en Roma el 15 de octubre de 2004.

 

[5] Cfr. SS 16.

[6] Cfr. CEC 2558. Utilizamos para este apartado la terminología que se encuentra en la Introducción del recientemente aparecido Catecismo de la Iglesia Católica - Compendio (28 de junio de 2005), que matiza la usada ordinariamente hasta el momento.

El binomio lex credendi - lex orandi parece remontarse a Próspero de Aquitania, discípulo de S. Agustín, y es patrimonio común de la teología de los últimos siglos (cfr. A.G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, Ed. Herder, Barcelona 1987, pp. 300s). El asimilar a dicho binomio el tercer aspecto, lex vivendi, es fruto propiamente de la teología posterior al Concilio Vaticano II y queda reflejado en la misma estructura del Catecismo de la Iglesia Católica, tal como se explica en el citado número 2558 del mismo. Detrás de esta nueva visión, no creemos equivocamos al afirmar que existe la preocupación de la Iglesia por hacer desaparecer el dramático divorcio entre fe, liturgia y vida que descubrimos en la inmensa mayoría de los bautizados y que se presenta como el gran reto de la Iglesia ante la Nueva Evangelización.

Por otra parte, al diferenciar la lex orandi de la lex celebrandi se abre paso a otros dos asuntos de sumo interés: precisar los límites de las acciones litúrgicas y delimitar las coordenadas específicas en las que se desarrolla la espiritualidad.

[7] Cfr. ANTONIO C. MOLINERO, «Consideraciones sobre la "espiritualidad litúrgica" que es preciso desarrollar al inicio del Tercer Milenio», Catechumenium 4 (2005) 100-148

[8] Cfr. Ordenación General del Misal Romano, tercera edición, n. 28: «La Misa podemos decir que consta de dos partes: la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un solo acto de culto, ya que en la Misa se dispone la mesa, tanto de la palabra de Dios corno del Cuerpo de Cristo, en la que los fieles encuentran instrucción y alimento. Otros ritos abren y concluyen la celebración».

[9] Cfr. PEDRO F ARNES, «El prefacio y las palabras de la consagración: Liturgia y Espiritualidad 6 (2004) 267ss

[10] Ordenación General del Misal Romano, tercera edición, nn. 78-79a.

[11] Cfr. CEC 967, LG 63, CMBVM Orientaciones generales 15.

[12] EMILlANO JIMENEZ HERNÁNDEZ, María. Madre del Redentor Grafite Ediciones Bilbao 2000, 21.

[13] En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de Mana. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama "mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi Salvador:', lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre "por" Jesús, pero también lo alaba en Jesús y con' Jesús. Esto es precisamente la verdadera "actitud eucastica".

Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Le 1,55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el Magnificat, en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la "pobreza" de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que se "derriba del trono a los poderosos" y se "enaltece a los humildes"(cf. Lc 1, 52). María canta el "cielo nuevo" y la "tierra nueva" que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su "diseño" programático.

Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. [La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat» (EE 58).

 

[14] Esta afirmación vale para todos los prefacios en general, y con mucha más propiedad para los prefacios que encontramos en CMBVM.

15 CMBVM Orientaciones generales 13. 

[15] CMBVM Orientaciones generales 12.

 

[16] CMBVM Orientaciones generales 12.

 

[17] Del Diálogo de santa Catalina de Siena, virgen, sobre la divina providencia; versión castellana para el Oficio de Lectura del 29 de abril.

18 Cfr. SyP 27.

 

[18] Cfr. SyP 27

[19] Cfr. 1 Co 12

[20] Ella ha engendrado, ha dado luz, ha vivificado, al Hijo único del Dios Uno (1 Jn 4, 9): causa de la unidad del género humano. Él es el «nuevo Adán» por el que todos revivirán (1 Co 15, 22).

 

[21]    Ella es la madre del «príncipe de paz» (1s 9,5), que nos ha dejado la paz y nos ha dado su propia paz (Jn 14,27).

 

[22] A ella ha estado sujeto (Lc 2, 51) Aquel al que están sometidas todas las cosas (J Co 15, 27s).

 

[23] Prefacio de la Misa: Santa María, Madre y Reina de la unidad (CMBVM 38).

 

[24] Cfr. Hb 10.23; 2 Tm 1. 14. Siendo la Eucaristía la fuente y la cumbre de la vida y comunión de la Iglesia, "la celebración de la Eucaristía, no obstante, no puede ser el punto de partida de la comunión, que la presupone previamente, para consolidarla y llevarla a perfección" (EE 35). El punto de partida de la comunión es la fe íntegra. Fe que, básicamente, es Trinitaria y que supone el conocimiento de la economía trinitaria y la participación (como experiencia personal) de la salvación en mi vida: salvación-redención que viene del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo y me conduce hacia el Padre.

De ahí que el signo de la cruz, al comienzo de la Misa, manifiesta a la Iglesia que, como "pueblo congregado", se reúne en nombre de la Santísima Trinidad; y de esta manera responde

al Padre celeste que llama a sus hijos para estrecharlos consigo por Cristo, en el amor del Espíritu Santo. El fruto de la comunión. que nace de la fe íntegra, es la edificación de la Iglesia, reflejo visible de la comunión trinitaria (Cfr. EE 34).

La Santísima Virgen María, la "llena de Gracia" (Lc 1, 28), conoció por su propia experiencia su ser más profundo, configurado por el plan salvífico de Dios: hija del Padre, esposa del Espíritu Santo y madre del Hijo. Fe-experiencia que nace de la unidad de Dios y que se derrama en la unidad de su propio ser. Por eso. ciertamente, es la madre y maestra de la comunión, porque nos engendra y educa en la participación de la vida Trinitaria. Es el alma, el espíritu, que vivifica por su intercesión la vida del cristiano y de la Iglesia que tantas veces parece que se apaga, cuando desaparece la alegría vital, cuando todo se impregna de amargura hasta el extremo de vemos a nosotros mismos y a todos los que nos rodean como algo repulsivo. Ella entonces dice: "no tienen vino" (Jn 2. 3) y Dios mismo transforma nuestra agua de incapacidad de amor y alegría, en el vino nuevo que inaugura el banquete del Reino de los Cielos. Ella, sentada junto al trono de su Hijo, el Rey del Universo a quien le están "sometidas todas las cosas" (1 Co 15, 28), es soberana de la unidad, la paz y la caridad: de la comunión.

La Fe íntegra precede a la celebración de la Eucaristía, pero a la vez la expresa haciéndola realidad en la vida y en las obras, obras de vida eterna, del cristiano y, finalmente, también es fortalecida y alimentada gracias al hecho de que todos escuchamos una misma Palabra y comemos y bebemos un mismo pan y un mismo cáliz.

Así se reproduce en el cristiano el modelo diseñado en la "llena de gracia": en ella la fe íntegra precedió a la Encarnación del Verbo, la realizó y la llevó hasta su plenitud, Ella fue la que aguardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc 2, 19) Y por eso es doblemente bienaventurada: "[Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron! ... ¡Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan!" (Lc 11, 27s).

[25]     Cfr. 1 Co 12, 12; Rm 12, 5. «Dios es amor» (1 Jn 4, 8), pero antes de revelarse como Amor, .se revela como Uno: ((Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh» (Dt 6, 4). Unidad y amor, en DIOS, son realidades inseparables. Tan inseparables que su reflejo en la comunidad cristiana son el único medio por el que la humanidad pueda llegar a conocerlo, conocer a su Enviado y reconocer a sus discípulos (Cfr. Jn 13,35; 17,20-26).

El enemigo del Amor y la Unidad es el «Diablo» (= el que divide). Por eso: «Padre nuestro que estás en los cielos ... líbranos del Maligno» (cfr. CEC 2850-2855). El germen de la división, sembrado desde siempre por el Enemigo (Adán-Eva, Caín-Abel, Babel.), encuentra su antídoto oportuno en el germen de la unidad que constituye la comunidad de los fieles: El «pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento no contenga a todos los hombres, y muchas veces aparezca como una pequeña grey es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano» (LG 9).

 

[26] Cfr. Ap 14: 4; Le 1, 27. María es la que «sigue al Cordero a dondequiera que vaya» (Ap 14,4), y esta es la raíz de la incorrupción del «cuerpo y del alma» y la rz de la unidad y de la comunión: «vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gál 3, 28). El pecado nos impide seguir a Cristo, corrompe el cuerpo y el alma, destruye la unidad y la comunión.

 

[27] Cfr. Ap 21, 9. Si Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio Mana y Eucaristía (cfr. EE 57). La Iglesia, y en consecuencia el cristiano (puesto que la Iglesia concibe y da a luz a los fieles cristianos y los fieles cristianos forman la Iglesia una y santa), será Esposa fiel en tanto sea una en seguir al Cordero "a dondequiera que vaya>; si admite la división se le puede llamar "infiel" (adúltera), ya que tendría el corazón dividido entre dos esposos, entre dos señores (Mt 6, 24), siendo objeto de la interpelación del profeta: "¿Hasta cuándo vais a estar cojeando con los dos pies? Si Yahveh es Dios seguidle, si Baal, seguid a éste" (1 R 18).     '           ,

Por otra parte, dado que "la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía se deduce que hay una relación sumamente estrecha entre una y otra" (EE 26); y en consecuencia podemos afirmar que la Eucaristía es ciertamente la fuente y el culmen de la unidad y fidelidad de la Iglesia a su Esposo.

Además, puesto que "el Concilio ha querido ver en la Liturgia una epifanía de la Iglesia, pues la Liturgia es la Iglesia en oración. Celebrando el culto divino, la Iglesia expresa lo que es: una, santa, católica y apostólica" (Vicesimus quintus annus 9), dos preguntas tienen modo de ser resueltas. ¿Qué es la Iglesia?: mira en el espejo de la Eucaristía. ¿Qué eres tú?: mírate en el espejo de la Eucaristía. Y paralelamente, dado que María es el icono de la Iglesia "eucarística" (cfr. SyP 5) (no debemos olvidar que la Iglesia, antes que apostólica o petrina, es mariana: cfr. Hch 1, 14), también podemos expresar las cuestiones anteriores de la siguiente manera. ¿Quieres saber que es la Iglesia?: mira en el espejo de María. ¿Quieres saber qué eres tú?: mírate en el espejo de María.

[28] Cfr. Mc 16, 19.

 

[29] Cfr. So 3, 14-20; Jr 31, 10-14 Y Jn 11, 45-52: primera lectura, salmo responsorial y evangelio propios de esta Misa.

¿A dónde va el Cordero? Va a la cruz, y por la cruz llega a su trono de gloria a la derecha del Padre, y así va a congregar a la humanidad en el Reino de los Cielos. La Iglesia, como esposa fiel, sigue a su Esposo en todo su camino. Consciente de que «el camino de Cristo ... [es el] único camino hacia la dicha eterna a la que aspira el corazón del hombre» (CEC 1697).

Cristo-Jesús, que está sentado a la derecha del Padre, es el único que tiene poder para reunir a los hijos dispersos. La Iglesia es enviada, por el mismo Señor y con su mismo poder la realiza: esta misión para servicio de la humanidad entera: «Cristo se. ha proclamado Hijo de DIOS, íntimamente unido al Padre, y, como tal, ha Sido reconocido por los discípulos.  confirmando sus palabras con los milagros y su resurrección. La Iglesia ofrece a los hombres el Evangelio, documento profético que responde a las exigencias y aspiraciones del corazón humano y que es siempre Buena Nueva. La Iglesia no puede dejar de proclamar que Jesús vino a revelar el rostro de Dios y alcanzar, mediante la cruz y la resurrección, la salvación para todos los hombres» (Redemptoris Missio 11,2). Si la Iglesia traiciona esta misión ... ¿quién la realizará?

 

[30] «A los gérmenes de disgregación entre los hombres, que la experiencia cotidiana muestra tan arraigada en la humanidad a causa del pecado, se contrapone la fuerza generadora de unidad del cuerpo de Cristo. La Eucarisa, construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre los hombres» (EE 24). La Eucarisa hace la Iglesia, colmándola de la caridad de Dios y espoleándola a la caridad.

La unidad en la humanidad y la unidad en la Iglesia solo podrá alcanzarse si permanecemos unidos en Cristo por vínculos de amor. Esta unión en Cristo nace de la relación personal y viva con el Señor, de ahí la importancia sustancial de responder, personalmente, de forma adecuada a la pregunta que nos dirige el Señor a cada uno de nosotros: «¿y vosotros quién decís que soy yo (Mt 16, 15). Estos vínculos de amor que construyen la unidad son gestados precisamente en la celebraci��n de la Eucaristía, ya que en ella escuchamos la única y misma Palabra divina y comemos el mismo pan y bebemos del mismo cáliz, para así asociamos al «sacrificio vivo y santo» del Señor: «para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, y llenos del Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» (Plegaria eucarística III).

Dando, en definitiva, cumplimiento a las palabras del apóstol: «Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad» (Ef 2, 13-16).

 

[31]          Cfr. 1 Tm 2,5-8: primera lectura propia de esta Misa; F/p 2, 9.

[32] Cfr. Hch 2, 1ss; Jn 17,20-26: evangelio propio de esta Misa; Flp 2, I s. El «hacedor» de la comunión es el Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo (el Siervo de Yahveh que no se resistió al mal que le hacían (cfr. Mt 5, 39) y de esta forma venció al mal con el bien (cfr. Rm 12, 17.21). El Espíritu Santo, como es Espíritu, solo modela nuestro espíritu de forma espiritual, esto es en la oración (cfr. CEC 2558). Además, para que el milagro de la comunión pueda realizarse, suscita carismas que, «presidiendo en la caridad», gobiernan sirviendo a la comunión; administran, como José (cfr. Gn 51, 55-57), los tesoros del amor, la unidad, la caridad y la comunión, atesorados en el Triduum sacrum en el que se enmarca el mysterium paschale (EE  2), a la Iglesia y la humanidad entera que está hambrienta y clama.

Toda la celebración de la Eucaristía es reflejo de este nuevo orden de cosas: uniformidad en los movimientos, aclamaciones y respuestas «una voce dicentes», el «beso santo de la paz» (cfr. Rm 16, 16; I Co 16,20; 2 Co 13, 12; 1 Ts 5, 26). Por este camino se llegará a una verdadera «eclesiología de comunión», cuya alma es la «espiritualidad de comunión», por la que puedo reconocer al otro como un don para mí, porque el otro es Cristo ... (cfr. Novo Millennio ineunte 43; Ecclesia de Eucharistia, Cap. IV; CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Communionis  notio. Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión, 28 de mayo de 1992).

 

[33]    La comunión (unidad, paz, concordia, caridad) da paso, ineludiblemente la reconciliación y al perdón mutuo. Donde no existe reconciliación y perdón mutuo es imposible que se pueda dar la comunn.

 

[34] Cfr. SyP 22

[35] Cfr. Rm 7, 18.

 

[36] 36 Prefacio de la Misa: La Virgen María, Madre de la Reconciliación (CMBVM 14).

 

[37] Cfr. 2 Co 5, 17-21: primera lectura propia de esta Misa; Hb 5, l s; Sal 144, 8s; Rm 5, 10. Mirar al hombre como lo mira Dios, mirar al débil y pecador como lo mira Cristo: «y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9, 36). Esa es la misma mirada de María, que, atenta a la necesidad, descubre que a la humanidad le falta el vino que alegra la vida del hombre y le dice a su Hijo: «No tienen vino» (Jn 2,3). Esta es la misma mirada de la Iglesia, es la mirada del cristiano, del hombre nuevo.

Esta forma de mirar es totalmente desconocida para el hombre-Adán y para el mundo. El pecado lleva al hombre-Adán a verse a él mismo y al otro desnudos, se siente vulnerable ante la alteridad. Esto le provoca sentir la «experiencia originaria» (sobre el riquísimo concepto de «experiencias originarias» ver JUAN PABLO II, Hombre y mujer, Ed. Cristiandad, Madrid 2000) del miedo y su única salida: esconderse (cfr. Gn 3, 10). Los filósofos existencialistas han expresado perfectamente esta forma de mirar al otro: «el infierno son los otros» (cfr.  JEAN-PAUL SARTRE, A puerta cerrada, Ed. Alianza, Madrid 1989).

[38] Cfr. I Jn 3, l. La Eucaristía llama al hombre y lo estimula a la conversión, purificando el corazón penitente, consciente de las propias miserias y deseoso del perdón de Dios: nos libera de la autocomplacencia, nos mantiene en la verdad delante de Dios, nos lleva a confesar la misericordia del Padre que está en los cielos, nos muestra el camino que nos espera, nos conduce al sacramento de la Penitencia, nos abre a la alabanza y acción de gracias, nos ayuda a ser benévolos con el prójimo.

La Eucaristía llama al cristiano a sumergirse en el infinito amor de Dios por nosotros, a ser recreados por las entrañas de misericordia de Dios (cfr. Lc 1, 78), lo cual lo capacita para ser misericordioso (cfr. Col 3, 12): «sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48).

 

[39] Cfr. Sal 102, 1-4.8s.13s.17s y Jn 19,25-27: salmo responsorial y evangelio propio de esta Misa. Así como Dios tiene «entrañas de misericordia» (con capacidad de recrearnos), la que no conoció el pecado tiene «corazón misericordioso» (con capacidad de comprendemos y desde su espíritu mover nuestro espíritu) gracias al cumplimiento de la palabra profética: «¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al descubierto las intenciones  de muchos corazones» (Le 2, 35). 

[40] Cfr. Jdt 10,19; Est 4, l7-kl; Sal 26, 8.

 

[41]. Cfr. Lc 8, 15.

[42] De entre los mandatos del Señor, mirando al acceso para la celebración-participación de la Eucaristía, dos nos parece que son los más urgentes y necesarios que debemos atender. Es preciso, en primer lugar, tomar en serio la orden de Jesús de reconciliamos con el hermano antes de llevar la ofrenda al altar: «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mt 5, 23 24). En segundo lugar, atendamos la llamada del Apóstol a examinar nuestra conciencia antes de participar en la Eucaristía: «quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo» (cfr. 1 Cor 11 ,27 -29).

 

[43] Cfr. Jn 14, 15; Pr 4, 4; Ez 24, 13s; EJ5, 14. Percibir, contemplar y meditar la belleza

del amor que se muestra en las palabras del Verbo Encarnado. Al percibir el amor encontramos un refugio seguro, al contemplar la belleza se provoca en nuestro interior la atracción irresistible hacia «lo bello» y al «escuchar y entender» la Palabra despertamos del sueño de la muerte.

 

[44] Cfr. SyP 21.

[45] Prefacio de la Misa: Santa María, discípula del Señor (CMBVM 10). 

[46] Cfr. Lc 1,48.

[47] ¿Cómo concibió la Santísima Virgen?: escuchando. Escuchando las profecías del Antiguo Testamento, escuchando al Ángel..., escuchando y guardando, en definitiva, la Palabra de Dios. S. Agustín nos lo explica con las siguientes palabras; «Os pido que atendáis a lo que dijo Cristo, el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Estos son mi madre y mis hermanos.  El que cumple la voluntad de mi Padre, que me ha enviado, ése es mi hermano, y mi hermana y mi madre. ¿Por ventura no cumplió la voluntad del Padre la Virgen María, ella, que dio fe al mensaje divino, que concibió por su fe, que fue elegida para que de ella naciera entre los hombres el que había de ser nuestra salvación, que fue creada por Cristo antes que Cristo fuera creado por ella?

Ciertamente, cumplió santa María, con toda perfección, la voluntad del Padre, y, por esto, es más importante su condición de discípula de Cristo que la de madre de Cristo, es más dichosa por ser discípula de Cristo que por ser madre de Cristo. Por esto, María fue bienaventurada, porque, antes de dar a luz a su maestro, lo llevó en su seno.

Mira si no es tal como digo. Pasando el Señor, seguido de las multitudes y realizando milagros, dijo una mujer: Dichoso el vientre que te llevó. Y el Señor, para enseñarnos que no hay que buscar la felicidad en las realidades de orden material, ¿qué es lo que respondió?: Mejor dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. De ahí que María es dichosa también porque escuchó la palabra de Dios y la cumplió; llevó en su seno el cuerpo de Cristo, pero más aún guardó en su mente la verdad de Cristo. Cristo es la verdad, Cristo tuvo un cuerpo: en la mente de María estuvo Cristo, la verdad, en su seno estuvo Cristo hecho carne, un cuerpo. Y es más importante lo que está en la mente que lo que se lleva en el seno» (San Agustín, Sermón 25, 7s: versión castellana para el Oficio de Lecturas del 21 de noviembre, La Presentación de la  Santísima Virgen).

 

[48] Cfr. Lc 2, 41-52 y Mt 12, 46-50: evangelios propios de esta Misa; Jn 1, 14. Y concibió en lo más interno de su ser: en sus entrañas-corazón. Entrañas purísimas reflejo de su corazón «sin división».

[49] Cfr. Eclo 51,13-18.20-22 y Sal 18,8-11.15: primera lectura y salmo responsorial propios de esta Misa. El Himno del Oficio de lectura del martes IV presenta así la Palabra de Dios:

¡Espada de dos filos / es, Señor tu palabra! / Penetra como Juego / y divide la entraña. /¡Nada como tu voz, / es terrible tu espada! / ¡Nada como tu aliento, / es dulce tu palabra! // Tenemos que vivir / encendida la lámpara, / que para virgen necia / no es posible la entrada. / No basta con gritar / solo palabras vanas, / ni tocar a la puerta / cuando ya está cerrada. // Espada de dos filos que me cercena el alma, / que hiere a sangre y Juego / esta carne mimada, / que mata los ardores / para encender la gracia. // Vivir de tus incendios, / luchar por tus batallas, / dejar por los caminos / rumor de tus sandalias. / ¡Espada de dos filos es, Señor, tu palabra! / Amén.

Verbum Domini: Palabra que sale de la boca de Dios. Palabra viva con la que Dios interpela al hombre ... ¡nos interpela a nosotros! Y nos interpela en lo más íntimo de nosotros mismos (cfr. Hb 4, 12), hasta el punto de dejar al descubierto las intenciones más profundas de nuestro corazón (cfr. Le 2,35). Y es que Dios tiene un deseo «incontrolable» de comunicarse con el hombre, de comunicar, de hacer participar, a su creatura de su ser, su propia vida: la Vida trinitaria. Un solo ejemplo: «Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo.  Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: a los Baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían incienso. Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer» (Os 11, 1-4).

Él habla «aquí y ahora», en la celebración eucarística, a los que quieren escucharlo.

El comienzo de la vida espiritual cristiana es la actitud de escucha. Creer en Cristo es escuchar su palabra y ponerla en práctica: lo que es lo mismo que la actitud de docilidad a la voz del Espíritu Santo, el Maestro interior (cfr. CEC 16977, 1995, 2672. 2681) que nos ga a la verdad completa (Jn 16, 13): verdad en el conocer y verdad en el obrar.

 

 

[50] Cfr. 2 M 1, 3; Sal 40, 8s; Mc 3, 31-35; Jn 6, 63. El culto que Dios quiere: «llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad» (Jn 4, 23s).

Este nuevo culto, el que Dios quiere. se ha realizado en plenitud en Cristo que «al entrar en este mundo, dice: Sacrificio y oblación no quisiste: pero me has formado un cuerpo.  Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: “He aquí que vengo --pues de mí está escrito en el rollo del libro- a hacer, oh Dios. tu voluntad'» (Hb 10,5-7).

El relato de Jesús en el huerto de Getsemaní es una descripción admirable de la profunda realidad antropológica, teológica y cristológica que configura el culto que Dios quiere (cfr. CEC 2746-2751).

Escuchar la Palabra de Dios y ponerla por obra es ciertamente la lámpara (cfr. Sal 118, 105-112) que ilumina nuestros pasos en esta vida y produce como fruto «hacer la voluntad de Dios»; fruto que madura en el vivir cotidiano de la vida del cristiano, para lo cual es necesario tener afinado el oído del corazón. La lectura personal de las Sagradas Escrituras, su meditación y contemplación son los instrumentos adecuados para tal fin.

 

[51] Cfr. SyP 28

[52] Prefacio de la Misa: Santa Maa de Nazaret (CMBVM 8).

[53] Cfr. Gál 4, 4-7: primera lectura propia de esta Misa: Le 1, 26-38

[54] Cfr. Jn 1, 1ss; Mt 1, 20s. Es admirable la confrontación: «en el tiempo / en la eternidad». La vida de Cristo-Jesús se realiza bajo estas coordenadas.

También nuestra propia existencia se desarrolla «en el tiempo en la eternidad». Dios tiene sobre nosotros un designio eterno de salvación que se va realizando en nuestra vida temporal, en un proceso de configuración de nuestro ser y existencia como alter Christus.

Poder reconocer este diso original y descubrir las huellas de Dios que lo hace realidad es ciertamente una aventura fantástica que se nos propone a los cristianos.

 

[55] Cfr. Col 3, 12-17; Sal 83, 2-6.9s y Lc 2, 22.39-40: primera lectura, salmo y evangelio propios de esta Misa.

[56] Cfr. Lc 11, 34-36. Es urgente descubrir la humildad de la vida de Nazaret y la necesidad que tenemos, para nuestra vida, de esa humildad. Es una humildad propia de los comienzos. Del que cada día comienza de nuevo. Del que cada a se considera como «recién llegado».

No hay rechazo más escandaloso de esta imagen que cuando de la vida del cristiano y de la Iglesia se apodera el espíritu del «deseo de ser», de ser importantes, de ser estimados, de la <ducha por el poder». de la carrera por ser considerados y por imponerse a los demás, Es la antítesis de Cristo, el «cordero manso» (Jr 11,19).

«Jesús manso y humilde de Corazón, óyeme. Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús. Del deseo de ser alabado, brame Jes. Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús. Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús. Del deseo de ser preferido a otros, líbrame Jesús. Del deseo de ser consultado, Líbrame Jesús. Del deseo de ser aceptado. brame Jesús.

Del temor de ser humillado. líbrame Jesús. Del temor de ser despreciado, líbrame Jesús. Del temor de ser reprendido. brame Jesús. Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús.  Del temor de ser olvidado, brame Jesús, Del temor de ser puesto en ridículo, brame Jesús.  Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús. Del temor de ser juzgado con malicia, líbrame Jesús.

Que otros sean más estimados que yo. Jesús dame la gracia de desear/o. Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse, Jesús dome /a gracia de desear/o. Que otros sean alabados y de mí no se haga caso, Jesús dame la gracia de desear/o. Que otros sean empleados en cargos y a se me juzgue inútil. Jesús dome la gracia de desear/o. Que otros sean preferidos a mí en todo. Jesús dome la gracia de desear/o. Que los des sean más santos que yo, con tal que yo sea todo lo santo que pueda, Jesús dame la gracia de desear/o.

Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio: concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo para que, humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén» (CARDENAL RAFAEL MERRY DEL VAL, Letanías de la humildad). ¡SANTA HUMILDAD DE CRISTOI ¿QUIÉN TE ENCONTRARA?

 

[57] El cristiano también debe aprender a ser discípulo-madre de Cristo, Lo primero es ser discípulo: escuchando, creyendo y poniendo por obra su Palabra. Como fruto del ser discípulo, el cristiano se transforma en madre de Cristo: lo lleva en su seno, [o gesta hasta que llega el momento de que nazca el «hombre nuevo»; cuando comulgamos el Cuerpo y la Sangre del Señor, esta maternidad empieza a realizarse en nosotros de forma sacramental.

 

[58] Cfr. Lc 2, 41-52: evangelio propio de esta Misa. Las primicias son indicio y garantía de la cosecha. Por eso debemos preguntarnos: hoy, ¿qué «primicias» tengo yo del Evangelio en mi vida? ¿Cuáles son? ¿Cuántas son? ¿Cómo son?

 

[59] Cfr. Eclo 21, 17. La oración en sus diversos matices -alabanza, súplica, invocación, grito, lamento, agradecimiento- toma forma, para ser auténtica, a partir del silencio, «hábitat» natural de la interiorización.

[60] Cfr. Ap 12,4-6.

[61] Cfr. Mt 2, 13-15.19-23: evangelio propio de esta Misa,

 

[62] El «víncul entre Jo y María puede actualizarse en nosotros, en nuestro interior.

María concibe escuchando-guardando en su corazón: nosotros escuchando-creyendo concebimos.  José le da nombre-presencia legal, lo enraíza con la historia de salvación de la humanidad «ajustándose» a la voluntad de Dios: nosotros, ajustándonos a la voluntad de Dios, nos entroncamos -tenemos lugar- en la historia de la salvación de la humanidad.

 

[63] 63    Es necesario redescubrir la importancia del canto litúrgico, de tal forma que la letra y la música, concordes con el misterio que celebramos, ayuden a una más profunda participación, y así, por ejemplo, descubramos que no es lo mismo «cantar en la misa, que cantar la misa»,

Cómo no recordar en este punto el Motu proprio Tra le sollecitudini de S. Pío X (cfr. JUAN PABLO II, «En el centenario del motu proprio "Tra le sollecitudini' sobre la sica sacra», Phase 259 (2004) 54 64; COMISIÓN EPISCOPAL DE LITURGIA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, «"Fuente primera e indispensable de la vida cristiana". Declaración de la .... en el Centenario del Motu Proprio "Tra le sollecitudini" de san Pío X y en el XL aniversario de la Constitucn litúrgica del Concilio Vaticano II: 22 de noviembre de 2003», Phase 259 (2004) 65 70; JORDI AOUSTÍ PIQUÉ, «"Tra le sollecitudini": lectura teológica desde la perspectiva de la sacramentalidad de la música en la liturgia», Phase 258 (2003) 501 516; VALENTí MISERACHS, «El motu proprio “Tra le sollecitudini" de san Pío X. Historia y contenido», Phase 259 (2004) 9-28).

[64] Cfr. Sal 130, 1-3: salmo responsorial propio de esta Misa. El silencio es necesario para el recogimiento, la interiorización y la oración interior. El silencio al que nos referimos no es vacío, ausencia, desembarco en un «nirvana gnóstico» y alienante. Es presencia, receptividad, respuesta a Dios que nos habla «aquí y ahora», y reacción a su acción en nosotros también «aquí y ahora». Si la palabra no está anclada en este silencio, puede desgastarse, transformarse en ruido, en palabrería, incluso en aturdimiento.

 

[65] Los momentos de silencio, la experiencia de interiorización, si son auténticos buscan ser prolongados fuera de la celebración. Es a lo que se refiere Sta. Teresa de Jesús cuando emplea frases como: «Muchas veces se engolfa el alma o la engolfa el Señor en sí, por mejor decir»  (Libro de In vida, cap. 20, 19), tan usadas por ella, Se trata, en definitiva, de pasar de la  experiencia litúrgica del silencio a la «espiritualidad del silencio» que nos abre a la dimensión  contemplativa de la vida ordinaria; para que nuestra vida, según la voluntad de Dios, pueda ser:  «alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado» (Ef 1, 6). Son varios los momentos particularmente importantes para prolongar la experiencia del silencio: la oración personal en lo oculto de la propia habitación (Mt 6, 6), el silencio de los días de retiro y, sin duda, los ratos de adoración, oración y contemplación delante del Santísimo Sacramento.

[66] Cfr. Eclo 35, 7.

[67] Cfr. SyP 25 y SyP 30.

[68] Prefacio de la Misa: La Virgen María, causa de nuestra alegría (CMBVM 34).  

[69] La Eucaristía (= acción de gracias) es la cristalización de la espiritualidad de la acción de gracias por los dones recibidos de Dios. Agradecer es algo propio de quien se siente amado, renovado, perdonado: «gratuitamente», sin mérito alguno. «En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias SIEMPRE y EN TODO LUGAR, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno ... Y a nosotros, pecadores, siervos tuyos, que confiamos en tu infinita misericordia, admítenos en la asamblea de los santos ... ; y acéptanos en su compañía, no  por nuestros méritos, sino conforme a tu bondad» (Plegaria Eucarística 1). La «acción de gracias» es, además, lo opuesto absolutamente a la murmuración. El murmurador se cree con derecho, nada le es suficiente y provoca la queja del mismo Dios: «¿Hasta cuándo esta comunidad perversa, que está murmurando contra mí? He oído las quejas de los israelitas, que están murmurando contra mí» (Nm 14, 27).

 

[70] Cfr. Za 2, 14-17; ls 61,9-11: primera lectura propia de esta Misa; ls 61, 9-11 Y So 3,14.

[71] La alegría es uno de los frutos del Espíritu Santo (Ga 5, 22): «que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios» (2 Co 1, 4). La alegría cristiana no niega el sufrimiento, sino que lo transforma en esperanza del gozo de la mañana de Pascua. Por el contrario, la tristeza es síntoma de enfermedad, es síntoma de temor, es síntoma, en definitiva, del pecado. «Por esencia, la alegría cristiana es participación en la gloria insondable, a la vez divina y humana, que se encuentra en el corazón del Cristo glorificado, y esta participación en la alegría del Señor no se puede disociar de la celebración del misterio eucarístico» (Pablo VI, Exhortación Apostólica Gaudete in Domino, Il, IV).

 

[72] Cfr. Lc 1,39-47: evangelio propio de esta Misa y Tb 13, 11.

[73] Cfr. Jn 15,9-12: evangelio propio de esta Misa.

[74] Cfr. Eclo 35, 17.

 

[75] Ilumina el camino de la vida de la Iglesia y del cristiano porque la humildad es el camino necesario e ineludible para llegar a lo que el Señor nos tiene reservado.

«El que se ama a sí mismo no puede amar a Dios; en cambio, el que, movido por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, deja de amarse a sí mismo ama a Dios. Y, como consecuencia, ya no busca nunca su propia gloria, sino más bien la gloria de Dios. El que se ama a sí mismo busca su propia gloria, pero el que ama a Dios desea la gloria de su Hacedor.

En efecto, es propio del alma que siente el amor a Dios buscar siempre y en todas sus obras la gloria de Dios y deleitarse en su propia sumisión a él, ya que la gloria conviene a la magnificencia de Dios; al hombre, en cambio, le conviene la humildad, la cual nos hace entrar a formar parte de la familia de Dios. Si de tal modo obramos, poniendo nuestra alegría en la gloria del Señor, no nos cansaremos de repetir, a ejemplo de Juan Bautista: Él tiene que crecer y yo tengo que menguar.

Sé de cierta persona que, aunque se lamentaba de no amar a Dios como ella hubiera querido, sin embargo, lo amaba de tal manera que el mayor deseo de su alma consistía en que Dios fuera glorificado en ella, y que ella fuese tenida en nada. El que así piensa no se deja impresionar por las palabras de alabanza, pues sabe lo que es en realidad; al contrario, por su  gran amor a la humildad, no piensa en su propia dignidad, aunque fuese el caso que sirviese a  Dios en calidad de sacerdote; su deseo de amar a Dios hace que se vaya olvidando poco a poco  de su dignidad y que extinga en las profundidades de su amor a Dios, por el espíritu de humildad,

la jactancia que su dignidad pudiese ocasionar, de modo que llega a considerarse siempre a sí mismo como un siervo inútil, sin pensar para nada en su dignidad, por su amor a la humildad. Lo mismo debemos hacer también nosotros, rehuyendo todo honor y toda gloria, movidos por la superior excelencia de las riquezas del amor a Dios, que nos ha amado de verdad» (DIADOCO DE FOTlCÉ, Sobre la perfección espiritual, Caps. 12.13.14: versión castellana para el Oficio de Lecturas del viernes II del Tiempo Ordinario).

 

[76] Cfr. Col 1,5; Hb 6, 11.

[77] La Eucaristía nos educa a gozar junto con los otros, sin retener para nosotros mismos la alegría recibida como don. Alegramos siempre en el Señor (Flp 3, 1), alegría del encuentro fraterno y alegría de compartir la misma alegría. La alegría de la Eucaristía será verdadera cuando nos haga decir con verdad: «Hemos visto al Señor (Jn 20, 24).

Cantar la Misa (no simplemente cantar en la Misa) es un buen síntoma de que ciertamente el Señor Jesús ha venido a hacer comunión con nosotros, a hacer «pascua» en nosotros: ¡Nos colmarás de alegría, ¡Señor, con tu presencia! (cfr. ls 9, 2; Sal 16, 11). En nuestra asamblea eucarística, la asamblea celestial se nos une y canta con alegría las alabanzas del Cordero inmolado que vive para siempre, porque con Él ya no hay más luto, ni llanto, ni lamento. Gozo y alegría que serán colmados en nuestro destino definitivo¡ cuando los que  compartimos y compartiremos la muerte de Jesucristo, compartamos con El la gloria de la  resurrección, «cuando Cristo haga resurgir de la tierra a los muertos, y transforme nuestro  cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el suyo ... en tu reino, donde esperamos gozar todos  juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al  contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos  eternamente tus alabanzas» (Plegaria Eucarística III).

 

[78] Cfr. SyP 23

[79] Prefacio de la Misa: La Virgen María en la resurrección del Señor (CMBVM 15).

[80] Cfr. Is 61, 10s; 62, 2s: primera lectura propia de esta Misa; Le 24,41 y Jn 20, 20. El fruto de la fe es la alegría colmada que produce el cumplimiento de las promesas de las que ahora  se nos dan las primicias, especialmente en la Eucaristía.

 

[81] Cfr. Col 2,12; 1 P 1,21.

[82] Cfr. Sal 27,1.

[83] Cfr. Ap 21, 1-5 y Mt 28, 1-10: primera lectura y evangelio propios de esta Misa.

La Eucaristía es, en sentido específico, «memorial» de la muerte y resurrección del Señor; pero ambos extremos, absolutamente inseparables (EE 5), incluyen todo lo que ha hecho y dicho el Señor y toda la historia de la salvación, hasta el punto de impulsar a «que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra» (Ef 1, 10).

 

[84] Cfr. 1 Co 13, 12

[85] Esta experiencia de «ver de nuevo a su Señor inmortal», ¿quedó reservada a la Iglesia naciente? De ninguna manera. Nosotros podemos disfrutar hoy de aquellos milagros (en el tiempo verbal imposible para nuestra gramática: «pasado en presente»), ya que «a aquel lugar y a aquella hora vuelve espiritualmente todo presbítero que celebra la Santa Misa, junto con la comunidad cristiana que participa en ella» (EE 4).

[86] Del «memorial» eucarística brota, de forma natural, pero por virtud sobrenatural, una vida distinguida por la «gratitud», por el «"asombro" eucarístico» que nos lleva necesariamente a un serio sentido de «responsabilidad» ante nuestra vida, la vida de la Iglesia y la vida de toda la humanidad.

 

[87] Cfr. EE. N. 8.

[88] Prefacio de la Misa: La Virgen María, reina del universo (CMBVM 29). 

[89] Cfr. St 2, 13.

[90] Cfr. Is 9, 1-3.5s: primera lectura propia de esta Misa; SI 4, 6; 1 P 5, 5; Lc 14, 11; Flp 2, 8ss. «Una consecuencia significativa de la tensión escatológica propia de la Eucaristía es que da Impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana y asó colaborar a la edificación de un mundo habitable y plenamente conforme al designio de Dios» (EE 20).

[91] Cfr. Jn 1,26-38: evangelio propio de esta Misa; Jn 10, 18; Hb 2, 9.

 

[92] Su Santidad Juan Pablo II nos explica en la EE: «Las celebraciones eucarísticas me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico. iSí, cósrnico!»  (EE 8). Esta dimensión cósmica de la Eucaristía, que posee en virtud de los méritos y del señorío universal de Cristo, hace de la Eucaristía la columna vertebral del universo y podemos rastrearla a cuatro niveles.

. En primer lugar, en relación con la creación entera: la Eucaristía «une el cielo y la tierra. Abarca e Impregna toda la creación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada» (EE 8).

En segundo lugar, para beneficio de toda la humanidad: «Ciertamente [la Eucaristía] es un don en favor nuestro, más aún, de toda la humanidad» (EE 13).

En tercer lugar, redimensiona y reconduce la historia: «Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la pobreza» de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia» (EE 58).

Y finalmente, en cuarto lugar, las tres dimensiones anteriores se proyectan en la

tensión escatológica: «Cuando María exclama "mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en DIOS, mi Salvador. .", María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1,55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el Magníficat, en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la "pobreza" de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que se "derriba del trono a los poderosos" y se "enaltece a los humildes" (cf. Le 1,52). María canta el "Cielo nuevo" y la "tierra nueva" que se anticipan en la Eucaristía y en cierto sentido deja entrever su "diseño" programático» (EE 58).

[93] Cfr. Lc 1,38.

[94] Cfr. Sal 44, 11-18: salmo responsorial propio de esta Misa.

[95] Cfr. Est 4, 14; 4,17k.

[96] La Eucaristía, al ser «memorial de toda la obra redentora de Cristo, hace siempre  presente también la presencia y acción de María en esa obra redentora. Y así, hace presente a  María Inmaculada: mostrando la capacidad de Dios para «llenamos de su gracia»; a María  escuchando al ángel y concibiendo a Cristo: concibiéndonos a nosotros e inaugurando el camino  para que podamos~ concebir nosotros mismos; a María en las bodas de Caná: intercediendo por  nosotros; a Mana Junto a la cruz: cuidándonos maternalmente; a María en el cenáculo:  acompañándonos en nuestra oración, deseos, angustias, sufrimientos ... a María en cuerpo y  alma, sentada a la derecha de Jesucristo Rey del universo (Cfr. Sal 44, 10): participando de su  remado sobre todo lo creado e indicando que «en Dios también hay lugar para el cuerpo»  (BENEDICTO XVI, Homilía en la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, 15 de agosto  de 2005) y que ese lugar está reservado para nosotros.

[97] Cfr. SyP 24.

[98] Prefacio de la Misa: La Virgen María junto a la cruz del Señor I (CMBVM 11).

 

[99] Cfr. Jn 19, 25-27: evangelio propio de esta Misa. La Eucaristía actualiza de forma sacramental, el Misterio Pascual de Cristo; el cual supone, de manera inseparable, et' sacrificio de Cristo en la cruz y su resurrección (cfr. EE 5). El Misterio Pascual de Cristo es el momento culminante de toda la vida de Jesús, ofrecida como holocausto continuo, como víctima que se entrega absolutamente, sin reservas perseverante mente a la voluntad del Padre.

Benedicto XVI, hace poco, ha expresado todo este proceso y sus efectos en nosotros con palabras muy sugestivas: «¿Qué está sucediendo? ¿Cómo Jesús puede repartir su Cuerpo y su Sangre? Haciendo del pan su Cuerpo y del vino su Sangre, anticipa su muerte, la acepta en lo más íntimo y la transforma en una acción de amor. Lo que desde el exterior es violencia brutal la crucifixión, desde el interior se transforma en un acto de un amor que se entrega totalmente:

Esta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos (cfr. / Co 15,28). Desde siempre todos los hombres esperan en su corazón, de algún modo, un cambio, una transformación del mundo. Este es, ahora, el acto central de transformación capaz de renovar verdaderamente el mundo: la violencia se transforma en amor y, por tanto, la muerte en vida. Dado que este acto convierte la muerte en amor, la muerte como tal está ya, desde su interior, superada; en ella está ya presente la resurrección. La muerte ha sido, por así decir, profundamente herida, tanto que, de ahora en adelante, no puede ser la última palabra.

Esta es, por usar una imagen muy conocida para nosotros, la fisión nuclear llevada en lo más íntimo del ser; la victoria del amor sobre el odio, la victoria del amor sobre la muerte.  Solamente esta íntima explosión del bien que vence al mal puede suscitar después la cadena de transformaciones que poco a poco cambiarán el mundo. Todos los demás cambios son superficiales y no salvan. Por esto hablamos de redención: lo que desde lo más íntimo era necesario ha sucedido, y nosotros podemos entrar en este dinamismo. Jesús puede distribuir su Cuerpo, porque se entrega realmente a sí mismo» (BENEDICTO XVI, Homilía del 21 de agosto de 2005).

María, junto a su Hijo y de forma particular junto a la cruz, se hizo a sí misma holocausto, participando en el holocausto de su Hijo. Con el Hijo, que se entregó como ctima por nuestro bien, se entrega su Madre.

Y esta entrega es imagen de la obra que Dios puede y quiere reproducir en nosotros, si lo dejamos. Así se lo suplicamos en la Plegaria Eucarística: «que Él nos transforme en ofrenda permanente» (Pleg. Euc. III) «a cuantos compartimos este pan y este cáliz, que, congregados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo, seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu gloria» (Pleg. Euc. IV) y así «al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición» (Pleg, Euc, I).

 

[100] De las diversas figuras del Antiguo Testamento que profetizan la Eucaristía queremos recordar tres, las que menciona expresamente la Plegaria Eucarística 1, interpretadas por la Epístola a los Hebreos.

Los dones del justo Abel: «Por la fe, ofreció Abel a Dios un sacrificio más excelente que Caín, por ella fue declarado justo, con la aprobación que dio Dios a sus ofrendas; y por ella, aun muerto, habla todavía» (Hb 11,4).

El sacrificio de Abraham, nuestro padre en la fe: «Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba. Por la fe, peregrinó por la Tierra Prometida como en tierra extraña, habitando en tiendas, lo mismo que Isaac y Jacob, coherederos de las mismas promesas ... Por la fe, Abraham, sometido a la prueba, presentó a Isaac como ofrenda, y el que había recibido las promesas, ofrecía a su unigénito, respecto del cual se le había dicho: Por Isaac tendrás descendencia. Pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos. Por eso lo recobró para que Isaac fuera también figura» (Hb 11, 8s.17-19).

La oblación pura de tu sumo sacerdote Melquisedec: «Entonces Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo, y le bendijo diciendo:  [Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de cielos y tierra, y bendito sea el Dios Altísimo,  que entregó a tus enemigos en tus manos!» (Gn 14, 18-20). «Como también dice en otro lugar:

Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec. El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente» (Hb 5, 6s ).

 

[101] Cfr. Jdt 13, 17-20; 2 M7, 1.20-29; Sal 143, Is.4-9.

[102] Cfr. 1 Co 15,22.45; 1 Tm 2, 15. La Nueva Eva, al igual que la primera, tiene capacidad de engendrar nuevos hijos. Pero mientras que la primera Eva engendra por intervención de varón, la Nueva Eva engendra por obra del Espíritu Santo, por pura Gracia, sin concurso de hombre alguno: sin concurso de nuestros méritos. La oración confiada de la Iglesia lo expresa, entre otros muchos momentos en la Eucaristía: «y a nosotros, pecadores, siervos tuyos, que confiamos en tu infinita misericordia, admítenos en la asamblea de los santos ... mártires ... y de todos los santos; y acéptanos en su compañía, no por nuestros méritos, sino conforme a tu bondad» (Plegaria Eucastica 1).

 

[103] Cfr. Sal 18,2-6; 1 Tm 2, 13s

[104] Cfr. Sal 86, 5; Ct 3, 11.

 

[105] Cfr. Jn 11, 49-52.

 

[106] Cfr. Rm 8, 31-39: primera lectura propia de esta Misa.

[107] Cfr. Ef 5, 32; Col 1,24.

[108] Al sacrificio pascual de Cristo la Iglesia asocia su sacrificio, para llegar a ser un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo, del cual es signo la comunión sacramental. La Iglesia ofrece el sacrificio de Cristo «ofreciéndose» con Él, puesto que lo propio de los esposos es unirse en el amor y transformarse en «una sola carn (Ef 5, 31). Participar de la Eucarisa, obedecer el Evangelio que escuchamos, comer el Cuerpo y beber la Sangre del Sor quiere decir hacer de nuestra vida un sacrificio agradable a Dios por Cristo, con Cristo y en Cristo.

Pero para que esto no quede en mera reflexión, sino que se transforme en lex vivendi, podemos preguntarle al Señor: «¿cómo nos amaste tú para saber nosotros cómo hemos de amamos? Escuchad: nadie tiene mayor amor que quien entrega su vida por sus amigos.  Amaos los unos a los otros de tal manera que cada uno entregue su vida por los demás. Eso mismo hicieron los mártires ... Vais a acercaros a la mesa del poderoso Sor; bien sabéis los fieles a qué mesa vais a acercaros; recordad lo que dice la Escritura: cuando te acerques a la mesa del poderoso bete que conviene que tú prepares otra igual. ¿Cuál es la mesa del poderoso a la que os acercáis? Aquella en la que Él se ofrece a mismo; no una mesa con alimentos preparados según el arte culinario. Cristo te muestra su mesa, es decir, a sí mismo.  Acércate a esta mesa y sáciate ... bete que conviene que tú prepares otra mesa igual. Para que entiendas la frase ..., escucha al comentarista: Como Cristo entregó su vida por nosotros, a también nosotros debemos preparar tales cosas ¿Qué significan tales cosas? Entregar la vida por los hermanos» (S. Agustín, Sermón 332, 2).

[109] Cfr. Ap 12, l s; Gn 3, 15.

[110] Cfr. Sal 17, 2-7.19s: salmo responsorial propio de esta Misa; Mt 10, 16-22; 24.

[111] Cfr. Os 2, 21s; Rm 3, 3; 2 Tm 2, 12s.

[112] Cfr. SyP 26.

[113] Denz.-Schönmetzer 1652.

 

[114] «Si Él ha querido llamar eternamente al hombre a participar de la naturaleza divina (cfr. 2 P 1, 4), se puede afirmar que ha predispuesto la divinización del hombre según su condición histórica, de suerte que, después del pecado, está dispuesto a restablecer con gran precio el designio eterno de su amor mediante la humanización del Hijo, consubstancial a Él» (JUAN PABLO.II, Encíclica Redemptoris Mater 51, 3).

«Él nos llamó desde la eternidad "en" y "mediante" Cristo para que fuéramos "santos”, es decir, para que participáramos de la "vida santa" de Dios, de su infinita transcendencia. Eso constituye la "consagración" de todos los bautizados, más bien, se puede decir que en el proyecto de Dios cada ser racional tiene esta vocación. La consagración se identifica con la divinización del hombre y ésta con su cristificación que ocurre por la efusión del Espíritu» (CONGREGACIÓN PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA, Jubileo de la vida consagrada. 2 de febrero del año 2000, Apéndice LA: Consagración-Vocación, n. 2).

[115] «En efecto, incorporados a Cristo por el Bautismo, constituyen el pueblo de Dios, reciben el perdón de todos sus pecados, y pasan de la condición humana en que nacen como hijos del primer Adán al estado de hijos adoptivos, convertidos en una nueva criatura por el agua y el Espíritu Santo. Por esto se llaman y son hijos de Dios.

Marcados luego en la Confirmación por el don del Espíritu, son más perfectamente configurados al Señor y llenos del Espíritu Santo, a fin de que, dando testimonio de él ante el mundo, cooperen a /a expansión y dilatación del Cuerpo de Cristo para llevarlo cuanto antes a su plenitud.

Finalmente, participando en la asamblea eucarística, comen la carne del hijo del hombre y beben su sangre, a fin de recibir la vida eterna y expresar la unidad del pueblo de Dios; y ofreciéndose a sí mismos con Cristo, contribuyen al sacrificio universal en el cual se ofrece a Dios, a través del Sumo Sacerdote, toda la Ciudad misma redimida; y piden que, por una efusión más plena del Espíritu Santo, /legue todo el género humano a la unidad de la familia de Dios.

Por tanto, los tres sacramentos de la iniciación cristiana se ordenan entre sí para llevar a su pleno desarrollo a los fieles, que ejercen la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo» (Ritual de la Iniciación Cristiana de adultos, Observaciones generales, n. 2).

[116] «participes enim Christi effecti sumus si tamen initium substantiae usque ad finem firmum retineamus» (versión de Hb 3, 14 de la Vulgata).

 

[117] Prefacio de la Misa: Santa María, la nueva mujer (CMBVM 20).

[118] Cfr. Ap 21,1-5: primera lectura propia de esta Misa; Jr 31, 31s; Le 22, 20. «También vosotros estáis sobre la mesa; tambn vosotros estáis dentro del liz» (S. Agustín, Sermón 229,6). «Si queréis entender el Cuerpo de Cristo, escuchad lo que el apóstol dice a sus fieles: Ahora bien, vosotros sois el Cuerpo de Cristo y sus miembros (1 Co 12,27). Por tanto, si sois (el cuerpo de Cristo y sus miembros, vosotros sois el misterio que ha sido colocado sobre la mesa del Señor; lo que recibís es el misterio que sois vosotros mismos. Respondéis Amén a lo que sois, y con vuestra respuesta expresáis vuestro asentimiento» (S. Agustín, Sermón 272).

[119] Cfr. Ga 4, 4.

[120] Cfr. Hb 9, 15; Sal 86, 5.

 

[121] Es un pueblo capaz de reconocer al Señor. Y de reconocerlo especialmente en la celebración de la Misa, donde se iluminan gradualmente los diversos modos de la presencia real  de Cristo: asamblea, palabra, ministro y especies eucarísticas.

 

[122] Cfr. Gn 3, 15ss.

[123] Cfr. ls 61, 10s; 62, 2s; Le 1,26-38: salmo responsorial y evangelio propios de esta

Misa.

[124] Cfr. Ez 11, 19.

[125] María es la primera discípula de un pueblo nuevo que se describe delante de Dios con  una serie de notas: «tiene como meta, tu reino; como estado, la libertad de tus hijos: como ley,  el precepto del amor» (Prefacio común VII), lo cual es posible solo porque en él ha sido  «derramado el Espíritu», un esritu nuevo que transforma la antigua vida en una vida «nueva  en Cristo»; como explica San Pablo: el «Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo ... nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en  el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según  el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en  el Amado. En él tenemos por medio de su sangre la redención, el pern de los delitos, según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él se propuso de antemano, para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra» (Ef 1,3-10).         .

La Iglesia expresa esta experiencia en sus oraciones: «Señor, que amas la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido, atrae hacia ti nuestros corazones y abrásalos en el fuego de tu Espíritu, para que permanezcamos firmes en la fe y eficaces en el bien obrar» (Or. colecta del jueves de la II Semana de Cuaresma) ... «para que siempre vivan a la luz de tu verdad los que han sido librados de las tinieblas del error» (Or. Colecta del Miércoles de la V Semana del Tiempo Pascual).

Esta revolución, iniciada en el Bautismo, se realiza en nosotros, poco a poco, por el mismo Cristo que se nos entrega en el alimento de su propio Cuerpo y Sangre; y que como germen sembrado en nuestra interior crece y se desarrolla hasta su plenitud.

 

[126] Cfr. Jn 2, 1-11: evangelio propio de esta Misa; Rm 6, 14s

[127] El Espíritu Santo es un espíritu «parlante», que habla como agua mansa y dice continuamente: «hoy conviértete». Hoy renuncia a Satanás y a todas sus obras y a todas sus pompas y a todos sus engaños; y acoge la Palabra viva y eficaz de Dios, ponla en práctica, sométete a la santa voluntad del Padre que te ama eternamente, hasta el extremo, y encontrarás la paz, la alegría, la felicidad ... la vida eterna. Porque lo que te pesa, lo que te hace sufrir y te destruye, son las cargas que te impone el enemigo, no el yugo de Cristo que es suave y liviano (cfr.  Mt 11,30).

¡Escuchemos la voz del Espíritu de Cristo que en nuestro interior quiere hacer morada por la comunión de su Cuerpo y Sangre, y cantemos!: «Dios omnipotente y misericordioso, que admirablemente creaste al hombre y más admirablemente aun lo redimiste; que no abandonas al pecador, sino que lo acompañas con amor paternal. Tú enviaste tu Hijo al mundo para destruir con su pasión el pecado y la muerte y para devolvemos, con su resurrección, la vida y la alegría.  Tú has derramado el Espíritu Santo en nuestros corazones para hacemos herederos e hijos tuyos.  Tú nos renuevas constantemente con los sacramentos de salvación para liberamos de la servidumbre del pecado y transformamos, de a en día, en una imagen cada vez más perfecta de tu Hijo amado ...» (Ritual de la Penitencia, Oración final de acción de gracias, n. 137).

 

[128] Cfr. Rm 14,17; Rm 15, 13. 

[129] Cfr. St 1, 21.

[130] Cfr. Rm 4, 1-21.

[131] En María, las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-11) se han hecho carne; por lo que podemos reconocer que María es la «luz» para nuestro camino, la «sal» para nuestra existencia y el  «fermento» de nuestra vida (cfr. MI 5, 13s; 13, 33).

[132] Cfr. 1 P 3, 9.

[133] Cfr. 1 Ts 1,6; Rm 5,2-5

[134] La Eucaristía es, ante todo, acción de Dios. Su celebración, en la medida que sea auténtica, nos debe llevar a exclamar: «¡Hemos visto al Señor!» (in 20, 25) Y la experiencia de ver al Señor en la participación eucastica nos debe ayudar a «ver» los signos de su divina presencia en el mundo y a reconocerlo en el «otro».

[135] Cfr. SyP 31.

[136] Prefacio de la Misa: La Virgen Maa confiada como madre a los discípulos (CMBVM 13).

[137] Cfr. Hch 1, 14; 2 Tm 2, 10.

[138] Cfr. 1 M 7, 1.20-29: primera lectura propia de esta Misa.

[139] La Iglesia es fruto de la misión que Jesús confió a los Apóstoles y recibe en cada generación el mandato misionero. El signo por el que los hombres reconocerán que la Iglesia apostólica es la comunidad de los discípulos del Señor, que Él mismo envía al mundo a anunciar la Buena Noticia, es el amor mutuo (Jn 13, 35). A María la encontramos en medio de los discípulos que reciben el mandato misionero y por eso la podemos descubrir también en el centro del signo que da autenticidad a la misión de la Iglesia: el Amor.

 

[140] Cfr. Sal 17,2-7.19s: salmo responsorial propio de esta Misa; Jl 14, 16

[141] Cfr. Jn 19,25-27: evangelio propio de esta Misa.

[142] Cfr. Pr 1,8; Lc 5, 5.

[143] La misión es llevar a Cristo, de manera crble, a la vida del hombre, es conducir al hombre a escuchar la Palabra eterna de Dios y conseguir que resuene en su interior el consejo de María: «Haced lo que él os diga» (in 2, 5). Llevar al hombre al encuentro con Cristo que abraza el horizonte del mundo y de la humanidad entera.

[144] La Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria para cumplir su misión en la Eucaristía. Así la Eucaristía es la fuente y cumbre de toda la evangelización: se puede llamar a la Eucarisa con justicia el Pan de la misión, es el pan que se le da a Elías (cfr. EE 61), quien «con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte del Señor: (1 Re 19,8).

Es el alimento que nos permite descubrir (cfr. Sal 76, 20) y seguir las huellas de Cristo (cfr. 1 P 2, 21) para seguirle a dondequiera que vaya (cfr. Ap 14,4). Y nos protege de tentar a Dios, intentando que siga nuestras huellas, que Él se amolde a nuestros planes y se ajuste a nuestras ideas.  Ya que «se te ha declarado, hombre, lo que es bueno, lo que Yahveh de ti reclama: tan sólo practicar la equidad, amar la piedad y caminar humildemente con tu Dios» (Mi 6, 8).

 

[145] Para evangelizar el mundo son necesarios apóstoles «expertos» en la celebración, adoración y contemplación de la Eucaristía (cfr. JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2004, 3). Y, en consecuencia: ¿cómo anunciar a Cristo sin volver, regularmente, a conocerlo en los santos misterios?; ¿cómo dar testimonio sin alimentarse de la fuente de la comunión eucarística con Él?; y ¿cómo participar en la misión de la Iglesia, libre de todo individualismo, sin cultivar el vínculo eucarístico que nos une con cada hermano de fe, incluso con cada hombre?

«Nuestra misión es de amor, de auténtico amor, de verdadero amor, con todas sus consecuencias --que las tiene muy graves el amor- y con todas sus exigencias --que son muy grandes las exigencias del amor-o Porque hay que entregarse del todo, hay que darse del todo.  La santidad no olvidemos que es amor ... No hay más deber que hacer lo que Dios quiere en cada momento. Que esto os entre por los ojos y por los poros de vuestro cuerpo, y penetre hasta el fondo del alma: que no hay otra santidad más que ésta: cumplimiento de la voluntad de Dios. Lo demás es mentira, engo de Satanás ... como el demonio no puede con nosotros, no tiene más resorte que entretenemos, y nosotros nos dejamos entretener.

Planes, organizaciones, ... Pero, si después, la oración, la compenetración con el Señor, la vida íntima de unión con Él se esfuma con tanto apostolado, con tanta actividad y con tantas empresas, al fin y al cabo, nos ha jugado una mala partida el diablo: nos ha entretenido, haciéndonos jugar al apostolado» (JOSÉ MARIA GARCIA LAHlGUERA, Santidad sacerdotal, Ed. S.  Pablo, Madrid 1998, 44s).

[146] Cfr. SyP 29

[147] 1Ts 5,17

[148] Cfr. Ef 1,6.

 

[149] «La adoración ... llega a ser ... unión. Dios no solamente está frente a nosotros, como el totalmente Otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en él. Su dinámica nos penetra y desde nosotros quiere propagarse a los demás y extenderse a todo el mundo, para que su amor sea realmente la medida dominante del mundo. Yo encuentro una alusión muy bella a este nuevo paso que la última Cena nos indica con la diferente acepción de la palabra adoración en griego y en latín. La palabra griega es proskynesis. Significa el gesto de sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. Significa que la libertad no quiere decir gozar de la vida, considerarse absolutamente autónomo, sino orientarse según la medida de la verdad y del bien, para llegar a ser, de esta manera, nosotros mismos, verdaderos y buenos. Este gesto es necesario, aun cuando nuestra ansia de libertad se resiste, en un primer momento, a esta perspectiva. Hacerla completamente nuestra sólo será posible en el segundo paso que nos presenta la última Cena. La palabra latina para adoración es ad oratio, contacto boca a boca, beso, abrazo y, por tanto, en resumen, amor. La sumisión se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos es Amor. Así la sumisn adquiere sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos libera desde lo más íntimo de nuestro se (BENEDICTO XVI, Homilía en la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, 15 de agosto de 2005).

 

[150] Prefacio de la Misa: La Virgen María en la epifanía del Señor (CMBVM 6).

[151] Cuando la Iglesia anuncia el Evangelio (la Buena Noticia del kerigma apostólico) proclama tambn, porque el Misterio de la obra redentora de Cristo la incluye, la «Buena Noticia de María»: llena de gracia, virgen, madre, signo, figura ... [porque en mí ha hecho maravillas el Señor Todopoderoso!

 

[152] Cfr.ls 60, 1-6: primera lectura propia de esta Misa.

[153] Cfr. Sal 71, ls.7-13: salmo responsorial propio de esta Misa; Sal 46, 2; 95, 7; Is 66, 18ss. «Cuando vino para comunicar a los hombres la vida de Dios, el Verbo que procede del Padre como esplendor de su gloria, el Sumo sacerdote de la nueva y eterna A lianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. Desde entonces, resuena en el corazón de Cristo la alabanza a Dios con palabras humanas de adoración, propiciación e intercesión: todo ello lo presenta al Padre, en nombre de los hombres y para bien de todos ellos, el que es príncipe de la nueva humanidad y mediador entre Dios y los hombres» (Ordenación General de la Liturgia de las Horas, n. 3).

 

[154]  Cfr. Lc 2, 8-20; Is 2, 11.

[155] «Cristo manifiesta, ante todo, que el reconocimiento honesto y abierto de la verdad es condición para la auténtica libertad: Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Jn 8, 32). Es la verdad la que hace libres ante el poder y da la fuerza del martirio. Al respecto dice Jesús ante Pilato: Para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad (Jn 18,37).  Así los verdaderos adoradores de Dios deben adorarlo en espíritu y en verdad (Jn 4, 23). En virtud de esta adoración llegan a ser libres. Su relación con la verdad y la adoración de Dios se manifiesta en Jesucristo como la raíz más profunda de la libertad.

Jesús manifiesta, además, con su misma vida y no sólo con palabras, que la libertad se realiza en el amor, es decir, en el don de uno mismo. El que dice: Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos (Jn 15, 13), va libremente al encuentro de la Pasión (cfr. Mt 26,46), y en su obediencia al Padre en la Cruz da la vida por todos los hombres (cfr. Flp 2, 6 -11). De este modo, la contemplación de Jesús crucificado es la vía maestra por la que la Iglesia debe caminar cada día si quiere comprender el pleno significado de la libertad: el don de uno mismo en el servicio a Dios y a los hermanos. La comunión con el Señor resucitado es la fuente inagotable de la que la Iglesia se alimenta incesantemente para vivir en la libertad, darse y servir. San Agustín, al comentar el versículo 2 del salmo 100/99, servid al Señor con alegría, dice: "En la casa del Sor libre es la esclavitud. Libre, ya que el servicio no lo impone la necesidad. sino la caridad ... La caridad te convierte en esclavo, así como la verdad te ha hecho libre ... Al mismo tiempo tú eres esclavo y libre: esclavo, porque llegaste a serio; libre, porque eres amado por Dios, tu creador ... Eres esclavo del Señor y eres libre del Señor. ¡No busques una liberación que te lleve lejos de la casa de tu libertador!" ...

Por lo tanto, Jesús es la síntesis viviente y personal de la perfecta libertad en la obediencia total a la voluntad de Dios. Su carne crucificada es la plena revelación del vínculo indisoluble entre libertad y verdad, así como su resurrección de la muerte es la exaltación suprema de la fecundidad y de la fuerza salfica de una libertad vivida en la verdad. Caminar en la luz (cfr. 1 Jn 1,7») (JUAN PABLO II, Encíclica Veritatis splendor 87).

 

[156] Cfr. Ez 10,3-5

[157] En la Eucaristía adoramos al Dios con nosotros y por nosotros, Dios uno y único revelado a Israel y reconocido por los pequeños y humildes, y nos educa a no doblar nuestras

rodillas ante los ídolos.

[158] Cfr. Mt 2,1-12: evangelio propio de esta Misa.

[159] Cfr. Lc 2, 31s; Heh 9, 15; Hch 10,45; Rm 3, 29.

[160] La postura física que adoptamos en la celebración eucarística busca ayudar y expresar las actitudes del corazón. El estar en pie confiesa la libertad de los hijos de Dios que han sido constituidos sacerdotes. El estar sentados nos hace presente la receptividad cordial de María.  Cuando estamos de rodillas o profundamente inclinados queremos hacemos pequeños delante del Altísimo. La genuflexión ante la Eucaristía expresa la fe en la presencia real del Señor Jesús.  Pero en todos los casos, si hay autenticidad, solo queremos mostrar un sentimiento: adoración.  «La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cfr. Sal 95, l 6) y la omnipotencia del Salvador que nos libra del mal. Es la acción de humillar el espíritu ante el "Rey de la gloria" (Sal 24, 9 10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios "siempre mayor" (S. Agustín, Sal. 62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas» (CEC 2628).

 

[161] Los poderes de este mundo -políticos, económicos, sociales, intelectuales, etc.-  siempre han pretendido y pretenden ser considerados como señores absolutos, como si fueran dioses. Es la tentación que le propuso Satanás a Jesús: «todo esto te daré si postrándote me adoras» (Mt 4, 9). El Señor-Jesús rechazó al tentador tajantemente: «apártate de mí, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto» (Mt 4, 10).

El cristiano siempre tendrá que afrontar esta tentación, incluso a riesgo de su propia vida. Los cristianos de Roma de los primeros siglos sembraron con su sangre las tierras del Imperio por afirmar, de manera inamovible, que «el César no es Kyrios, Jesús es el Kyrios».  Estaban convencidos de «que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos» (Hb 11, 19), Y por eso se atrevían a provocar a sus perseguidores expresando, como los jóvenes del libro de Daniel ante Nabucodonosor, su seguridad: «Ciertamente nuestro Dios a quien servimos puede libramos del horno de fuego ardiente; y de tu mano, oh rey, nos librará. Pero si no lo hace, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has levantado» (Dn 3, 17s).

Y de esta manera se ajustaban a las palabras del Apóstol: «Os digo, pues, esto y os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente ...  [más bien] renovar el espíritu de vuestra mente, y revestiros del Hombre Nuevo» (El 4, 17, 23s).

 

[162] La Sagrada Escritura muestra diversos signos para reconocer al Mesías y adorarlo. A los pastores se les dice que la señal será «un niño envuelto en pañales» (Le 2, 12), un signo de la vida ordinaria; también nosotros podemos encontrar al Señor en lo ordinario. A los magos se les da por señal «la Madre con el Niño» (Mt 2, 11), del mismo modo nosotros podemos descubrirlo en la Iglesia virgen-madre que engendra a Cristo en cada generación. A Juan el Bautista se le dice que reconocerá al Mesías en aquel «sobre el que baje el Espíritu y se quede sobre Él» (Jn 1, 33), del mismo modo nosotros podemos verlo en los carismas y gracias que Dios derrama sobre su pueblo.

 

[163] Cfr. Is 44, 6s.24.

[164] 164 Plegaria Eucarística IV

[165] Plegaria Eucarística III.





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