Vittorio Messori lanza tres
sugerencias a todos los sacerdotes para que sus homilías no aburran
En el libro de Nicola Bux «Cómo ir a misa y no perder la fe»
Veinticinco de los 288 apartados de la exhortación apostólica Evangelii
Gaudium están consagrados a las homilías, un signo de la importancia que el
Papa Francisco concede a la predicación en misa. De hecho, el 10 de febrero
la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
presentó un Directorio Homilético de 150 páginas, que había sido solicitado
por el sínodo de 2008, dedicado al a Palabra de Dios, como orientación a los
sacerdotes para aprovechar mejor los sermones en beneficio de los fieles.
Un liturgista y un periodista
A esta cuestión dedica también Vittorio Messori su contribución al libro de
Nicola Bux Cómo ir a misa y no perder la fe (Stella Maris), de reciente
aparición. Messori es autor de dos históricos libros-entrevista: en 1984, el
decisivo Informe sobre la fe, con el entonces cardenal Joseph Ratzinger; y
en 1994, el libro-entrevista a San Juan Pablo II Cruzando el umbral de la
esperanza, el primero que se hacía a un Papa. Considerado el escritor
católico más traducido del último medio siglo, la labor periodística y
ensayística a la que se ha consagrado desde su conversión se ha centrado en
una apologética directa, fundamentada y entretenida.
Vittorio Messori: consejos de un comunicador acreditado.
Como son las veinte páginas finales que ha aportado a la obra de Bux, a su
vez teólogo y liturgista consultor de diversos dicasterios vaticanos de su
especialidad y uno de los principales teóricos de la hermenéutica de la
continuidad que sostuvo Benedicto XVI como clave interpretativa del Concilio
Vaticano II y de la reforma litúrgica postconciliar.
Al final, se trata de "vender palabras"
Messori añade a Cómo ir a misa y no perder la fe precisamente el capítulo
sobre "El problema de la homilía", esto es, el estado de desconexión (o,
peor aún, de incomprensión; o, peor aún, de irritación) en la que muchos
fieles entran en cuanto el sacerdote empieza a hablar. No necesariamente la
responsabilidad es del predicador, y por eso Messori se excusa admitiendo
que es sólo un laico opinando de asunto ajeno. Pero también recuerda sus
décadas de oficio "vendiendo palabras" como periodista y escritor... y
ciertamente no le ha ido mal.
Tanto Nicola Bux como Vittorio Messori han defendido la hermenéutica de la
continuidad de Benedicto XVI, que se plasma en este libro para los aspectos
litúrgicos.
En realidad, sostiene, las bases de una buena homilía son las de cualquier
comunicación, y las sintetiza en "tres verbos: simplificar, personalizar y
dramatizar".
El consejo de Doña Margherita
Cuenta Messori que Don Bosco, sacerdote bastante culto, predicaba
siempre con gran sencillez. Había "truco": cada una de sus homilías, tan
celebradas, pasaba el filtro de Doña Margherita, su madre, que apenas tenía
estudios. Lo que ella no entendía, lo cambiaba hasta que lo entendiese. La
costumbre empezó en una ocasión en la que le dio a leer el texto, y la mujer
le preguntó qué significaba la palabra "clavígero", con la que el santo
designaba a San Pedro. "El que lleva las llaves", respondió el fundador
salesiano. "¿Por qué, entonces, no lo llamas así?", replicó la mamma.
Simplificar no es sólo cuestión de lenguaje: también de método. Messori
aconseja que el sacerdote reduzca a una ("una -y sólo una-") las ideas que
quiere transmitir, a uno ("¡uno, sólo uno!") los argumentos que aborde.
Con todo, la simplificación no implica racionalizar el discurso y eliminar
el misterio, que es inherente a la fe: "Las ideas claras y el lenguaje
igualmente claro del predicador conviven, necesariamente, con lo inefable
(es decir, con aquello que, por su esencia, no se puede expresar) y con el
símbolo, instrumento privilegiado con el cual es posible por lo menos aludir
a dichas realidades".
Contar historias y apuntar al adversario
Personalizar y dramatizar: contar historias, implicarse en ellas y
convertirlas en escenario de un combate en el cual señalar el campo propio y
el ajeno. En resumen: huir de la abstracción, que aleja al oyente de lo que
se le está contando.
Messori aconseja arriesgarse a usar el "yo": "Los más eficaces de los
anunciadores cristianos son quienes no han buscado se «autores», sino
hombres, testigos, a través precisamente de la temeridad de decir «yo»". Y
cita el caso de obras clásicas como las Confesiones de San Agustín, los
Pensamientos de Blaise Pascal o el Diario de Sören Kierkegaard.
Y ¿por qué dramatizar? Esto es, ¿por qué "proponer lo que se debe pensar,
narrando (o mejor, mostrando) lo que se debe hacer", y además apuntar al
adversario? Porque en el fondo del corazóln humano hay una necesidad "de
antagonismo, de choque, de beligerancia". Hay que incitar al bien señalando
el mal. Los partidos amistosos, subraya Messori, aburren.
Para enmarcar
En resumen, concluyen estas páginas finales de Cómo ir a misa y
no perder la fe: "Querer comunicar sin simplificar puede confundir en
lugar de iluminar; olvidarse de personalizar lleva a la insignificancia de
ideas que resbalan por la roca y no van a lo profundo; sin dramatizar, se
consigue un discurso que, a falta de adversario, ya no es humano; se afloja,
provocando no la atención y la pasión, sino las miradas al reloj para ver si
la predicación está ya a punto de acabar.