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La Renovación de la Parroquia por medio de la Liturgia

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LITURGIA POPULAR
Dr. PIO PARSCH
Prior de la abadía de Klosterneuburg (Viena)
Introducción y versión española 
de DOM JESUS-MARIA DE SASIA, O. S. B. 
Monje de Esiíbaliz (Alava)




PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION 1961
No ha sido poca la sensación que han producido en los medios donde se trabaja por la liturgia las orientaciones de Pius Parsch en cuanto las presentamos a los países di lengua española. Y han influido. Nos consta directamente por el elemento clerical que nos lo ha asegurado repetida. veces, y por el espíritu de muchos cursillos, artículos, guiones y otros escritos de tipo litúrgico. Esto acusa un avance a favor del movimiento litúrgico.

Una sana inquietud se va apoderando hasta de los sectores tradicionalmente cerrados a la piedad objetiva, a la participación activa, al espíritu comunitario y a la preponderancia de los valores litúrgicos. Y esto no es poco. Tampoco todo. Pero al menos para nosotros los benedictinos, para los que nos tocó sembrar en una época prácticamente superada ---"euntes ibant et flebant mittentes semina sua = al ir iban llorando llevan su semilla"-, es un grato síntoma esperanzador de qur se va logrando, aunque lentamente, lo que hemos querido y afirmado siempre: que el movimiento litúrgico no es sólo cosa de la Orden benedictina, sino de todas las estructuras y terrenos de la Iglesia: de la Jerarquía y de los fieles, de los párrocos y sacristanes, de los seculares y regulares, de los bautizados y de los catecúmenos, de los niños y de los mayores...

Tras esta solidaridad de todas las fuerzas y elementos de la Iglesia en el movimiento litúrgico se atisba ya, en días no muy lejanos, su triunfo total y definitivo.


El Traductor
Priorato de Estíbaliz, 10 de febrero de 1960
En la fiesta de Santa Escolástica

 

 

INTRODUCCION

La figura de Pío Parsch llena toda una fase del moderno movimiento litúrgico. Desde Dom Próspero Gueranger, iniciador de este movimiento, hasta las últimas elucubraciones teológicas de la Escuela Litúrgica de la abadía de María-Laach, se ha recorrido todo un complejo camino en el que se pueden distinguir perfectamente diversas etapas o fases, tendencias u orientaciones, y por el que han tenido la suerte de transitar grandes figuras del movimiento católico contemporáneo.

Hoy día el camino antes apenas excavado se ha convertido en una amplísima avenida por la que avanza todo un ejército avasallador a la conquista del ideal más trascendental dentro del movimiento religioso de nuestro siglo: la renovación integral de la vida cristiana por medio de la liturgia.

El gran momento litúrgico que estamos viviendo de incipiente pero vigorosa fructificación ha sido el producto de una triple labor histórica, teológica y pastoral. Todos conocemos la colosal obra levantada por Dom Gueranger, Duchesne, Battifol, Dom Cabro!, Dom Leclercq, Dom Baumer, Bishop, Wilson, Dom Morin, etc., etc. Esta labor histórica de las instituciones litúrgicas, tónica de esta primera fase sembradora de principios y de bases, se ha continuado en gran extensión hasta nuestros días.

La nueva fase teológica, algo más remota de lo que se creyera por haber sido inaugurada ya por Dom Festugiere, Dom Marmión, etc., ha llegado a su máxima eclosión estos últimos años con el famoso Instituto Herwegen de la abadía renana de María-Laach. La figura cumbre de esta segunda fase es, sin género de duda, el malogrado Dom Odón Casel. El santo abad Herwegen fue el fundador y el maestro de la academia litúrgico-patrística y el gran propulsor de todo ese admirable movimiento litúrgico alemán. Dom Odón Casel fue el profundo teólogo de la sagrada liturgia descubridor de la teoría del misterio del culto cristiano. Se trata, pues, de la etapa más importante de trascendencia y valor incalculables. Precisamente esta investigación y estudio de la teología del culto es lo que ha dado preponderancia y peso decisivos al movimiento litúrgico.

Y pasamos a la tercera fase: la pastoral. También esta labor tuvo una cuna y una sede: la abadía de Mont-César (Bélgica). La semilla la lanzó a los cuatro vientos en 1910 la revista fundada por Dom Lamben Beauduin "Les questions liturgiques et paroissiales" y produjo el céntuplo... Mucho deben a este ilustre monje liturgista, teólogo y gran publicista, todos los movimientos litúrgicos-pastorales de las distintas naciones. Los Institutos Litúrgicos, los Centros de Pastoral litúrgica, etc., son los más bellos frutos de aquella ya lejana labor de sementera secundada por las experiencias de pastores de almas y liturgistas como Chevrot, Michoneau, Doncoeur, Morin, etc.

En esta fase pastoral se ha querido y se trabaja sin descanso por dar vida y actualidad a todo. Ya no se tolera un rito sin contenido ni una fórmula que resulte letra muerta. Todo ha de tener su sentido para todos, para el sacerdote, para el pueblo, para el niño. Se quiere hacer de la liturgia no sólo un culto sino además edificación de los fieles, formación cristiana y estímulo de santidad y de res-ponsabilidad. La pastoral litúrgica tiende a fundir dos polos que hasta ahora venían repeliéndose mutuamente: la liturgia y el pueblo. Para la solución práctica y radical del problema se trabaja tanto en el terreno de la lengua vulgar como en el de la participación activa del pueblo en la liturgia.

El paladín universalmente reconocido de esta nueva batalla que viene riñendo el movimiento litúrgico ha sido el Dr. Pío Parsch. Su obra puede decirse que casi llena esta etapa o fase del movimiento litúrgico, sobre todo en los últimos veinte años antes de su santa muerte.

Para presentar a todos los países de habla española la personalidad de esta eximia figura del movimiento litúrgico-pastoral y popular, vamos a dedicarle a continuación una pequeña reseña biográfica.

Pío Parsch nació en Neustift (Moravia) el 18 de mayo de 1884. Manifestó ya desde temprana edad predilección por el estado eclesiástico y una vez terminados sus cursos académicos en el colegio ingresó en los Canónigos Regulares de San Agustín, en Klosterneubourg, tan enraizados en el suelo austríaco, emitiendo sus votos religiosos el 28 de agosto de 1905, fiesta del gran Doctor de la Iglesia y Patriarca de los canónigos regulares, San Agustín. En sus años de formación eclesiástica sintió verdadera pasión por los estudios de sagrada Escritura, y por la liturgia. Ordenado sacerdote sirvió como vicario auxiliar en la parroquia María-Treu, regentada por la comunidad de Klosterneubourg, donde ejerció su ministerio sacerdotal durante cuatro años, doctorándose al mismo tiempo en sagrada teología. Fue destinado después por sus superiores a la cátedra de teología pastoral y a la formación de los jóvenes novicios a quienes explicó el Salterio y el Breviario. Declarada la guerra europea (1914) tuvo que incorporarse al ejército como capellán, cargo que ocupó hasta el fin de la guerra. En el otoño de 1918 ya estaba en su cabildo regular, reanudando inmediatamente sus tareas docentes anteriores. De estos años (1919-1921) data el comienzo de su enorme actividad pastoral bíblica y litúrgica en la capital de Austria. El año 1922, exactamente el día de la Ascensión del Señor, reunía ya a la primera comunidad litúrgica popular en la famosa capilla de Santa Gertrudis. Desde ese histórico día el ideal de sus múltiples actividades fue volver a dar a la parroquia católica moderna el carácter comunitario y litúrgico de los primeros siglos cristianos. Para esto el Dr. Pío Parsch se dedicaba con todo ahinco al estudio de la palabra divina contenida en la sagrada Biblia y a las experiencias pastorales litúrgicas. Su gran labor fue más de experiencia que de gabinete... Esta labor de tanteo constante y metódica fue cristalizando en su capilla de Santa Gertrudis con verdadero éxito y fruto espiritual para las almas. El propio Parsch en su Liturgische Erneuerung nos describe con rasgos bien concretos y vivos la vida religiosa de esta comunidad y el marco de su actividad litúrgica. "Tenemos una capilla propia rodeada de jardines, campos de juego, un salón de conferencias, ágapes y cambio de impresiones. Varios días a la semana nos reunimos para tener explicaciones litúrgicas, veladas bíblicas, canto, latín y sesión para los niños... 

Todos los días celebramos una misa coral cantada y con su homilía... Celebramos todos los tiempos y fiestas litúrgicas. De modo especial damos solemnidad al culto dominical. El altar, en la capilla, lo tenemos orientado hacia el pueblo. La cruz adornada con gemas suspendida bajo arcos triunfales. Empezamos generalmente cantando la Hora de laudes... Los días de defunción de algún socio de la comunidad leemos los dípticos. Conforme al ideal primitivo cristiano celebramos la misa con la mayor participación posible por parte del pueblo "omnium circunstantium non genuflectentium... = de todos que están alrededor y no están de rodillas...". Terminada la misa los domingos celebramos un desayuno común: el ágape. Cantamos entonces algunas partes del Mandatum. Resulta hermoso ver a la comunidad sentada y distribuida según su estado: arriba los hombres, al lado en una gran mesa los niños, abajo los jóvenes. Son muchas las veces que sumamos cien personas... No nos contentamos con hablar de liturgia; la vivimos. Hay muchos seglares entre nosotros que rezan a diario gran parte del Oficio canónico y aun todo el breviario."

La obra pastoral litúrgica la completó Parsch con toda una rica e interesante serie de publicaciones. Las primeras fueron traducciones de textos del misal y breviario con sus correspondientes aclaraciones y notas, etc. En 1923 inició su tan conocida obra "Anuario Litúrgico", refundida y ampliada después bajo el título de "El año del Señor", que cuenta hoy día con cientos de miles de ejemplares y que ha sido traducida a los principales idiomas europeos. Sus revistas Bibel und Liturgie (Biblia y liturgia), Lebe mit der Kirche (Vive con la Iglesia), etc., pueden figurar, juntamente con las que publican las abadías benedictinas belgas, como las mejores revistas de liturgia pastoral en todo el mundo.

El objetivo primario de su obra pastoral fue la santa misa. Aparte de algunos opúsculos de experiencias de primera hora que llegaron a la cifra de 15 millones en cuatro años, sus repetidos ensayos en torno a la participación de los fieles en la "gran acción sagrada" se concretaron por fin en los tres tipos de misas comunitarias: Betsingmesse, Chormesse y Choralmesse que, con ligeras variantes, corresponden, respectivamente, a nuestras misas dialogadas. misas cantadas y solemnes (con ministros).

Otro de los puntos pastorales que Parsch estudió con más acierto, fue la predicación litúrgica. Para facilitar a todos los sacerdotes con cura de almas la tarea de la predicación litúrgica, emprendió la publicación de una biblioteca de predicación titulada "Predicación litúrgica". Según su autor contaría con once tomos, conteniendo ciclos de homilías para todo el Año Litúrgico sobre las epístolas, sobre la liturgia de cada una de las misas, sobre el valor formativo del Año Litúrgico, etc. Esta magnífica colección de sermones, homilías, sermones de circunstancias, etc., constituye una valiosísima aportación a la teología kerigmática y, francamente, no creemos que exista otra más completa y práctica sobre la predicación litúrgica.

Añadamos, por otra parte, que la biblioteca popular de Pío Parsch de divulgación litúrgica contiene folletos sobre todas las consagraciones y bendiciones del Pontifical y Ritual romanos, que han sido repartidos por todos los países de lengua alemana con una profusión increíble.
El libro cuya versión presentamos a todos los países de lengua española, puede decirse que condensa toda la doctrina que sobre pastoral litúrgica estudió, ensayó, vivió e hizo vivir el piadoso canónigo regular agustiniano en sus casi veinticinco años de intenso apostolado litúrgico popular. Se trata, pues, de una obra singular y quizás la mejor en su género. Es un trabajo de los más originales de Parsch y de un carácter experimental y popular muy pronunciado. Su mérito creemos que reside, sobre todo, no en haber abordado ampliamente el problema de la participación activa del pueblo cristiano en la sagrada liturgia, sino en haberle dado aquí su respuesta práctica, concreta y optimista...

En todo este bello historial tejido día a día por Parsch con sus experiencias pastorales y litúrgicas hay muchísimas cosas aprovechables y aleccionadoras. Quizás no todo sea aplicable en todas las tierras que hablan el español... Detalles, soluciones y actitudes que en Austria o en Alemania han sido posibles, han caído bien y hasta se han impuesto, quizás no sean posibles ni convenientes en otros sectores... Pero, incluso en este caso, ese detalle, esa actitud o esa solución no dejará de tener grandísimo interés aun cuando no sea más que para ver cómo se trabaja y se trata de dar una solución práctica al problema de la liturgia pastoral. Mucho hay que admirar, aprender e imitar en este libro. Los países todos de lengua española -insistimos- tienen una gran tarea que realizar en la renovación total de la vida religiosa empleando este medio realmente providencial de la liturgia. En este libro que hemos traducido tienen esos países una meta, una lección y un tesoro de liturgia pastoral.

No nos resta más que expresar, en esta misma introducción, nuestro cordial y reconocido agradecimiento al eximio liturgista el Dr. Pío Parsch y a su ilustrísimo cabildo regular de Klosterneubourg por el rasgo que tuvo para con nosotros los monjes del Santuario de Santa María de Estíbaliz (Alava) al concedernos el permiso de traducción para todos los países de lengua española. Precisamente dos meses después de otorgarnos dicho permiso fallecía el fundador del Movimiento Litúrgico Popular en Austria el jueves 11 de marzo de 1954, a los setenta años de edad, cuarenta y nueve de vida religiosa y cuarenta y cinco de sacerdocio.

¡Descanse en la paz de Cristo tan celoso siervo de su Señor!


D. JESÚS-MARÍA DE SASIA.

 


Primera Parte
COMO LLEGUÉ HACERME LITURGISTA



El sentido y gusto litúrgicos son carismas que he recibido de Dios; de esto estoy firmemente convencido. Jamás Había oído yo hablar de liturgia, ni hube de ser influenciado por nadie. Esta es la pura verdad.
Mi infancia y juventud transcurrieron en medio de una familia amante de la religión, aunque sin practicarla en el sentido que tiene esta palabra hoy día. Tenía yo un tío cura y pasaba la mayor parte de mis vacaciones en su casa rectoral. Dentro de aquel ambiente comencé a gustar la vida sacerdotal y quizá también la liturgia. Los niños disponíamos en el desván de cierto rincón donde podíamos jugar "a los curas"; allí teníamos nuestro altar, nuestros objetos y ornamentos litúrgicos. Muchas veces dije yo allí misa y prediqué mis sermones... En la iglesia ayudaba además a misa. 

Durante mis años de colegial tuve ocasión de entablar relaciones con sacerdotes y seminaristas teólogos, mas no recuerdo que me hablara alguno de ellos de la liturgia impulsándome a su cultivo. Hasta que ingresé en el monasterio no tuve conocimiento de la existencia del misal. El colegio, desde el punto de vista religioso, no me infundió muchos ánimos. En esa época no se conocían aún las Asociaciones y demás movimientos juveniles católicos, y por otra parte mis condiscípulos en su mayoría carecían de religión o eran indiferentes. Ellos me miraban como un ser aparte, pues sabían que deseaba consagrarme a Dios en el sacerdocio. A esto último me determiné y resolví pasada ya mi infancia. Tanto mis padres como mis parientes no habían hecho sobre mí presión alguna, pero ya era cosa manifiesta en toda la familia que "Juan iba a ser religioso". 

Como en los colegios de mi patria sudete (Olmütz) los alemanes sólo eran una minoría, muchos estudiantes de lengua alemana entraban en las comunidades religiosas de la Baja-Austria, y, así, yo ingresé en la de los Canónigos Regulares de Klosterneubourg el 28 de agosto de 1904. Tampoco encontré allí un ambiente litúrgico notable ni el estudio de la liturgia se cultivaba de una manera extraor-dinaria. No obstante, mi primer contacto con los oficios litúrgicos me hizo gran impresión. Todavía recuerdo que, a los pocos días de ingresar en el monasterio, saqué de la biblioteca un comentario de los salmos, pues me resultaba insoportable el recitarlos en el coro sin entenderlos. Con esto me sentí inmediatamente inclinado al estudio del Breviario, inclinación que fue en aumento durante mis estudios de teología hasta el extremo de resolverme a escribir un comentario del breviario al ver que no existía ninguno en la literatura religiosa. También empecé a leer con asidui-dad la sagrada Biblia aficionándome enormemente a ella.

Aún pueden ilustrar mi interés por la liturgia ciertos sucesos que tuvieron lugar por aquel entonces. En 1905 publicó Herder la obra en cinco tomos de Dom Wolter "Psallite sapienter", que comenta litúrgicamente el salterio; la fui adquiriendo por entregas y recuerdo que la devoraba con verdadera pasión.

Cuando me ordené de Presbítero, mi tío cura me ofreció cierta suma de dinero para comprarme una biblioteca como recuerdo de mi ordenación, pero en lugar del mueble adquirí la gran obra en quince tomos de Dom Gueranger "L'Année Liturgique". Mucho he leído y estudiado esta obra, siendo quizás ella la base de mis ulteriores trabajos litúrgicos.

Por esta época apareció el decreto de San Pío X referente a la sagrada comunión. (He de hacer notar que mi nombre en religión de Pío lo recibí después de haber sido elegido ya Papa Pío X.) Me hice en seguida entusiasta propagandista de la comunión frecuente y diaria en mi convento, aunque no dejó de haber conflictos poco agra-dables con el P. Espiritual y con mis compañeros que no acababan de comprender el porqué de esta innovación. ¡Cuántas veces los de la minoría teníamos que ir a comulgar en plena madrugada ..! Al redactar los recuerdos de ordenación sacerdotal puse como texto en las estampas una frase del decreto de Pío X sobre la sagrada comunión.

Recordando ahora todas estas cosas, descubro en ellas un indicio de mi sentido litúrgico.

Inmediatamente después de ordenado sacerdote me destinaron al ministerio, ejerciendo durante cuatro años el cargo de vicario auxiliar en la ciudad de Viena (parroquia de María Treu).

Durante todos estos años viví totalmente absorbido por el sagrado ministerio confesando al día durante horas enteras, ocupándome de las Asociaciones, creando una nueva destinada a los estudiantes y haciendo mientras tanto el doctorado en teología. Mis aficiones litúrgicas quedaron relegadas al último lugar, siendo incapaz de señalar un solo hecho de interés litúrgico en estos cuatro primeros años de sacerdocio. La cura de almas me absorbía por completo. Al cabo de estos mis cuatro primeros años sacerdotales la obediencia me hizo volver al monasterio para encargarme o de la clase de Teología Pastoral o de las del Nuevo Testamento, según mi elección; opté por la de Teología Pastoral debido a mis preferencias por el ministerio. Simultáneamente hube de cooperar en la formación de los novicios. Con ocasión de esta nueva labor se despertó en mí de súbito la antigua predilección Por la sagrada liturgia. En las clases del noviciado me ocupé sobre todo del comentario de los Salmos y de la explicación del Breviario. Mas esta actividad no duró mucho porque al estallar la guerra europea tuve que ir al frente de capellán, incorporándome en mayo de 1915 al regimiento en el que permanecería hasta terminar la guerra. Esta época fue para mí una gran lección; al contacto con oficiales y soldados, adquirí un conocimiento real de lo que son los hombres, de su estado espiritual y sus problemas religiosos, y comprendí que necesitaban de un alimento espiritual más sólido que toda esa acaramelada Piedad subjetiva de antes de la guerra... De este modo el terreno se iba disponiendo para recibir las nuevas ideas que fluían de esas dos fuentes que son la Biblia y la Liturgia.

Mi contacto directo con la Biblia y con la Liturgia durante mi vida de trinchera fue así: Pasado el primer año de aquella guerra tan agitada, el regimiento se estacionó, en los Cárpatos para pasar allí el invierno y con esto pude disponer de mucho más tiempo libre que antes. Cierto día me vino este serio pensamiento: no conozco como debiera la vida de Nuestro Señor. Encargué, pues, me enviaran un comentario de los Evangelios y me puse a estudiar con verdadera pasión la vida de Jesucristo, lo cual me hizo compenetrarme con el Evangelio, dándome cuenta además de que tanto en el clero como en el pueblo existía un vacío respecto al conocimiento e inteligencia de la Sagrada Escritura.

Precisamente, cuando renacía en mí el amor al oficio divino y a los salmos, comenzó a regir el nuevo salterio semanal del Papa Pío X y empecé a hacer un comentario litúrgico explicando los salmos de las horas canónicas.

Más aún, celebraba yo la santa misa a los soldados. unas veces delante de todo el destacamento, delante de un grupo, o bien delante de los heridos del puesto de socorro. Me di cuenta de que no comprendían nada de la misa, y, por otra parte, habiendo visto en Galacia y en Bukovine cómo todos los fieles participaban activamente en los oficios de rito griego, ideé un plan de participación activa en la liturgia, plan que sin embargo no llegó a madurar sino años más tarde.

Durante estos años de la guerra adopté la siguiente táctica: encargaba a otro sacerdote que celebrase la santa misa y mientras tanto iba yo explicándola a los soldados por medio de oraciones, de suerte que lo que andando el tiempo se llamó misa comunitaria ya había sido un hecho con los militares en el frente.
Tampoco dejaría de ejercer sobre mí su duradera influencia el siguiente incidente: El último semestre de la guerra lo tuvo que pasar mi regimiento en Kiew, capital de Ucrania. La abundancia de iglesias con sus cúpulas doradas, la vida monástica y el culto solemnísimo de la vigilia pascual en esta Roma rusa me impresionaron fuertemente. Por aquellos días vino a Kiew para visitar los campamentos el famoso etnólogo P. W. Schmidt, de San Gabriel, capellán también del ejército, con quien me paseaba por la ciudad enseñándole yo las iglesias y monasterios. Por su parte, y con esta ocasión, me expuso su plan, consistente en editar después de la guerra unos folletos con el común y propio de las misas de los domingos y fiestas, Porque según él los católicos no sabían lo que se realizaba y decía en las misas. Semejante cambio de impresiones sobre esta materia fue de gran trascendencia para mi futura evolución.

La terminación de la guerra me resultó fatal, pues quedé despojado de mis cosas, incluso del altar portátil con el que estaba tan encariñado y por añadidura de los sermones escritos que prediqué a los soldados y de mis fichas de liturgia. Para mediados del mes de noviembre ya estaba de vuelta, y no bien hube llegado a mi monasterio, cuando tuve que emprender de nuevo las clases de teología pastoral y las de los novicios. Lo primero que hice con éstos fue darles unas conferencias sobre la vida de Jesucristo y una explicación del breviario en general y más particularmente del salterio semanal, llegando a comprobar que la hora que dedicábamos al estudio de la sagrada Biblia era la que más apreciaban los jóvenes. En estas clases les distribuía los textos evangélicos debiendo cada novicio examinar un evangelio y de este modo llegamos a estudiar sinópticamente la vida de Jesús. Entonces comprobé que ésta contenía en sí misma un gran tesoro de vida para el elemento seglar.

Unos meses después de terminada la guerra, el Padre Schmidt vino a comunicarme que iba a realizar su plan, publicando los folletos sobre la santa misa, y, efectivamente, para la Pascua de 1919 salía ya su Primer fascículo magníficamente presentado, de los que yo me hice propagandista. Aparecían todos los domingos y fiestas y se vendían en la puerta de los templos, mas, por desgracia, al no tener aún preparado el terreno, esta iniciativa no tuvo el merecido apoyo por parte del clero.

Entre tanto reanudaba yo mis lecciones bíblicas en Klosterneubourg. La Cuaresma de aquel año me encargaron los sermones que se solían predicar en nuestra iglesia. En uno de ellos traté del conocimiento de la persona de Jesucristo y recalqué el triste hecho de nuestra ignorancia respecto a la figura de nuestro Redentor recomendando a los fieles la lectura de su vida. Después del sermón se me acercó una señora rogándome le indicara una vida de Jesús. Me quedé perplejo al ver que no conocía ninguna a propósito y por esto me propuse inmediatamente dar una serie de conferencias sobre la vida de Jesucristo. Esto hizo su efecto en el pueblo. Unos decían, riéndose, que aquellas cosas de historia sagrada estaban bien en el catecismo y no en el púlpito; otros veían en esta iniciativa cierta inspiración protestante, pero con todo eso, mis conferencias bíblicas encontraron buen ambiente y las repetí en los años siguientes. Más adelante volveré a hablar de estas conferencias bíblicas.

Todo un año estuve dando conferencias sobre este tema, llegándose a crear una asociación bíblica con más de cien componentes, que al año siguiente me sugirieron la idea de explicar también la santa misa. Esto último lo hice con un grupo, y bien pronto comprobé que era muy poco lo que los católicos conocían de ese acto principal de nuestra santa religión, por lo que me decidí a añadir a mi conferencia semanal sobre la Biblia otra sobre la santa misa. Expliqué durante un año su esencia y sus ritos, si bien no se redujo todo a simple teoría. Terminada la explicación se me ocurrió montar un altar en el salón para hacer allí las mismas ceremonias de la misa, revestido con los ornamentos, mientras que uno leía las oraciones en lengua vulgar, y aunque aquello no era en realidad una misa, sin embargo de eso los asistentes lograron comprender la misa con sus fórmulas y sus ritos. Sin embargo, después de este ejercicio, acerca del cual podría alguien opinar de distinto modo, me pregunté qué es lo que convendría hacer. ¿Iba a dejar otra vez a toda aquella gente abandonada a sí misma? Tenían sin duda a su disposición los fascículos de la misa de los domingos y un devocionario latino-alemán, pero esto no bastaba.

Oí por entonces hablar de una misa recitata que se celebraba en los centros de enseñanza y me determiné a hacer lo mismo con mi grupo el día de la Ascensión de 1922. El día anterior les reuní en Santa Gertrudis -capilla que resultaría después la cuna del movimiento litúrgico popular- y les expliqué las ceremonias y el sentido de la misa cantada (que llamábamos entonces misa litúrgica). Esto dio ocasión a que los espíritus se fueran definiendo: un buen número de católicos de espíritu subjetivo se separó de nuestro grupo. Esta misa cantada era aún muy primitiva: cantábamos en alemán el Kyrie, Sanctus y Agnus con unas melodías muy sencillas de estilo coral que nos había compuesto el profesor Goller. Todos los asistentes decían a coro unísono las respuestas, el Gloria y el Credo; en cambio las lecturas y las oraciones las decía el sacerdote. Hacíamos una ofrenda y hasta llegamos a suplir el beso de la paz con un apretón de manos. Esta fue, sin duda, la primera celebración de la misa con el espíritu de la liturgia popular en un país de lengua alemana, repetida después muchas veces y perfeccionada con el tiempo. Cada vez dábamos más importancia al canto, teniendo ensayos todos los sábados.

Fuimos introduciendo mejoras en la misma misa y puede decirse que la "misa litúrgica" celebrada en Santa Gertrudis, es el fruto de diecisiete años de ensayos y fatigas. Mi actividad no abarcaba hasta aquel entonces más que el grupo de la comunidad bíblico-litúrgica de Klosterneubourg, pero como mi monasterio se encontraba a las afueras de Viena, me esforzaba yo por trasplantar mis ideas en la capital donde el terreno estaba ya dispuesto para la renovación litúrgica y bíblica. En los medios estudiantiles funcionaban por entonces las conferencias de liturgia y se practicaba la misa dialogada; grande era también la afluencia del Pueblo a los sermones bíblicos que predicaba el R. P. Kronseder, S. J., todo lo cual acusaba una renovación católica en Viena. Mis ideas litúrgicas encontraban su eco dentro de esa renovación. Aquellos años fueron para mí el comienzo de un auténtico trabajo misionero litúrgico; en unas veinte iglesias de Viena empecé a organizar semanas litúrgicas con la explicación de la misa introduciendo, para terminar, la misa dialogada por todos los fieles, pero mientras que la mayor parte de las parroquias se contentaron con hacer un ensayo, la de Gersthof tomó muy a pecho el ideal litúrgico y la misa parroquial del domingo se convirtió en una misa dialogada. Durante todo un año di personalmente en dicha parroquia los sábados por la tarde una explicación de la misa dialogada que celebrábamos al día siguiente. Quiero evocar esta circunstancia porque fue allí donde nació la idea de publicar los textos de la misa. Cuando daba mi explicación de la misa dominical, sentía la necesidad de poner en las manos de los oyentes y participantes un texto del que disponían muy pocos, y mandé imprimir un folletito de cuatro páginas con las partes variables de la misa, que no sólo servía de base para la explicación de la misa, sino también para dialogarla. Las cuatro páginas se transformaron en seguida en un folleto de ocho a dieciséis páginas, con el común y el propio de la misa. Con esto habíase hecho ya una importante aportación para la comprensión de la liturgia entre los fieles. El folleto en cuestión llegó a repartirse en años sucesivos con una profusión de millones de ejemplares, convirtiéndose en uno de los pilares del apostolado litúrgico.
 




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