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La Renovación de la Parroquia por medio de la Liturgia

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TERCERA PARTE
EL SACERDOTE EN EL MOVIMIENTO LITÚRGICO



CAPITULO I 
EL SACERDOTE Y LA LITURGIA

El párroco es el pastor de su comunidad; anuncia a sus fieles el mensaje evangélico y la voluntad divina. Con todo no sería completa la imagen del pastor de las almas si no le consideráramos como sacerdote y como liturgo. Por eso voy ahora a tratar este tema ateniéndome a los puntos siguientes:

1. Quiero, primeramente, hacer un paralelo entre los dos conceptos de sacerdocio y de liturgia, que, si bien podría suponerlos conocidos, con todo eso hay que dejarlos sólidamente asentados por ser la base y el pedestal del asunto que tratamos.
2. Inmediatamente expondré las relaciones del ministerio con la liturgia, y
3. por fin, señalaré los deberes que tiene un pastor de almas como liturgo.

1. Liturgia y sacerdocio.
a) ¿Qué es la liturgia? Hoy día la palabra liturgia, movimiento litúrgico, renacimiento litúrgico, está en boca de todos, pero ciertamente no se tiene de ella sino una idea bastante vaga. Su concepto cabal es de muy pocos. Primeramente expliquemos esa palabra: Liturgia viene del griego leiton ergon, es decir, servicio del pueblo, empleo público. Y con esto hemos llegado a la explicación del objeto designado con este nombre, que, sin embargo, no es más que una definición provisional: la liturgia es el culto divino oficial de la Iglesia.

Esta expresión: culto divino, no llega a agotar enteramente el concepto de liturgia; le expone a uno a engañarse, porque parece dar a entender que la liturgia no es más que una cosa humana, un servicio que realiza la Iglesia para con Dios. La liturgia es también un servicio de Dios para con el hombre. La liturgia no es solamente un deber del hombre, sino que es también una acción de Dios. En la liturgia existe un doble aspecto, humano y divino. No es sola la humanidad congregada en la Iglesia la que actúa en la liturgia, sino que es Dios también quien en la liturgia hace derivar la corriente de sus gracias sobre los miembros de la Iglesia. En el aspecto humano la liturgia es el servicio que se realiza en la corte del Rey divino. En toda sociedad existe un protocolo. La Iglesia, nuestra Madre, nos enseña este ceremonial o la practica por nosotros, y la liturgia nos enseña ese divino servicio determinado por Dios.

En el aspecto divino, la liturgia es una acción de Dios, es el desbordamiento de las gracias divinas, la actividad redentora de Cristo; en una palabra, la continuación de la obra salvífica del Señor.

Este aspecto divino no debe preterirse; los hombres tenemos propensión a ver con demasiada evidencia en la religión el elemento humano; en la primitiva Iglesia el primer plano lo ocupaba el elemento divino. La liturgia nos diviniza y nos llena de la vida de Cristo; sí, vivimos con Cristo y estamos incorporados a El. He ahí el sentido más hondo de la liturgia: lá participación en la vida divina de Cristo.

Por medio de la liturgia el Cuerpo místico de Cristo vive, se agranda y camina hacia la perfección. La liturgia, pues, Posee un cuerpo y un alma. El conjunto de formas y fórmulas establecidas por la Iglesia forman su cuerpo. Una gran mayoría no ven en la liturgia más que este cuerpo y aprecian poquísimo la liturgia. Y, sin embargo, la liturgia tiene también un alma que es la acción de la gracia de Cristo, Cristo mismo perpetuando su obra bajo el símbolo de estas formas.

b) Visto el concepto de liturgia examinemos el del sacerdote. ¿Qué es un sacerdote? Es esencialmente un intermediario entre Dios y el hombre; se sitúa entre los dos: tiene que representar los derechos de Dios ante los hombres y tiene que procurar que éstos cumplan sus deberes para con Dios, y. además, debe trasmitir a los hombres las gracias divinas.

Estas relaciones entre Dios y el hombre, entre el hombre y Dios se realizan según una forma determinada que se llama precisamente liturgia. El sacerdote es ante todo un liturgo y el punto culminante de su actividad mediadora ha sido siempre el sacrificio; el sacrificio es el centro de toda la liturgia.

Esta doctrina es aplicable a todo sacerdocio, aun al pa. gano. Entonces, ¿cuál es el sello particular del sacerdocio cristiano? Su dignidad es infinitamente más elevada puesto que su sacerdocio está enraizado en el sumo sacerdocio de Jesucristo. Cristo es el Pontífice eterno que ha ofrecido por los hombres su sacrificio redentor en la cruz y sigue realizando este sacrificio en su Iglesia. Este es el más sublime ministerio de Jesucristo. El es, en el sentido más digno de la palabra, un liturgo. El sacerdote participa de modo particular de ese ministerio. La liturgia, en cuanto perpetuación del sacerdocio de Cristo, y en cuanto continuación de la actividad redentora de Cristo, es el oficio más digno del sacerdocio católico. Ningún sacerdote tiene derecho a despreciar la liturgia y a decir que no significa nada para él. El sacerdote debe ser el defensor de un movimiento que vuelve a situar la liturgia en el centro de la vida religiosa. La liturgia es, por decirlo así, la profesión del sacerdote y su vocación primordial.


2. Liturgia y ministerio pastoral 
Ahora que conocemos claramente los dos conceptos de liturgia y sacerdocio demos un paso más y veamos cuáles son las relaciones que guardan con el ministerio.

Es frecuente oír decir a los sacerdotes: el ministerio tiene cosas más importantes en que ocuparse que en la liturgia; la liturgia es un bocado muy dulce para algunos..., pero el ministerio ha de cumplir con otras exigencias perentorias..., por ejemplo, la organización de los católicos, el cuidado de las asociaciones, el contacto personal con los fieles, etc...

Expongamos, pues,. con toda claridad la finalidad del ministerio; muy pocos son los que se han planteado abiertamente la cuestión. Finis primum in intentione, ultimum in executione. Sólo de esta manera llegaré a hacer un estudio metódico.

¿Cuáles son las principales ocupaciones del ministerio? ¿Son la predicación, las confesiones, la misa, el catecismo, el contacto con los feligreses, el exhortar, el aconsejar y el dirigir almas? Debe, ciertamente, abarcar todo esto; pero es de suma importancia saber a dónde debe conducir todo eso y a qué hay que dar más valor. Así, por ejemplo, sucede que uno es director de obras católicas, otro de señoras piadosas, otro hombre de oficina, otro de estadística y otro dedicado al apostolado entre hombres. En todo esto falta un lazo de unión y la claridad del objetivo.

¿Cuál es el fin del ministerio? Es, sin duda, la realización y la continuación de la obra redentora de Cristo. Pero ¿en qué consiste ésta? ¿Consiste en su doctrina o consiste en sus mandamientos? Cierto que la redención nos lleva a su doctrina y a sus mandamientos; en efecto, Jesucristo ha dicho: "Enseñar a todas las naciones...; enseñarlas a observar todo esto". Pero en otro texto señala del modo siguiente el fin de su obra: "In hoc veni, ut vitam habeant et abundantius habeant". La vida divina es el fin de todo ministerio; establecerla, llevarla hasta la madurez y prepararla así para la glorificación. La Iglesia no es, ante todo, una institución moral ni un edificio filosófico, sino una institución de la gracia. El fin del ministerio no puede encontrarse en los actos humanos, sino en la acción de la tracia divina. Es este punto fundamental desde el punto de vista católico; no está lo principal en los actos humanos. Nosotros por eso, en la práctica, reconocemos la primacía de la gracia. Todo ministerio, pues, debe aspirar a abrir el corazón de los hombres al influjo de la gracia y a la acción de Dios; lo que haya de obra humana es ciertamente dispositivo y concomitante, pero lo esencial es la vida divina que procede de Cristo.

Tal vez la primitiva catequesis bautismal nos ilustre en Ja jerarquía de los deberes pastorales.
-"¿Qué deseáis de la Iglesia de Dios?
-La fe.
-Y ¿qué os proporciona la fe?
-La vida eterna.
-Si deseáis conseguir la vida eterna guardad los mandamientos: Amarás a Dios... y al prójimo como a ti mismo."
Aquí podemos ver con admirable claridad los diversos planos del ministerio pastoral y sus mutuas relaciones.

La fe es el vestíbulo.

La vida divina el santuario.

Los mandamientos el muro de protección.

La fe y los mandamientos son actos humanos; la vida es una acción divina. El hombre pone la razón (fe) y la voluntad (mandamientos); pero el que da la gracia es Dios.
Lo mismo sucede en el ministerio pastoral: la predicación y la instrucción religiosa nos presentan la fe; por medio del ministerio pastoral, tanto en la confesión como en toda la disciplina pastoral, se nos inculca el cumplimiento de la ley de Dios. Pero la fe y los mandamientos son solamente condiciones indispensables, medio, no fin. Lo que se pretende es infundir la vida divina en las almas y hacer que lleguen a su madurez espiritual. ¿Qué medio existe para esto? El medio es la liturgia con su tesoro, la sagrada Eucaristía.

La Eucaristía, en cuanto sacrificio, debe volver a ser el punto centro del ministerio. El párroco, el pastor de las almas, nunca es más digno que cuando junta en torno suyo a su comunidad y ofrece con ella el santo sacrificio. Este es el acto más grande del ministerio sacerdotal. Por desgracia los pastores de almas modernos nos hemos hecho tan racionalistas que no vemos otra salvación más que en los actos humanos, en la organización, y con mucha frecuencia hemos preterido la obra de la gracia en el cristianismo.

¿Cómo nos figuramos al pastor ideal? Tiene bien organizada su parroquia, la cuestión administrativa marcha a las mil maravillas, las asociaciones están florecientes, cada católico aparece fichado exactamente en el libro de almas, se suelen organizar reuniones Parroquiales, en la iglesia reina un orden perfecto. Funcionan instituciones que se encargan de proveer todas las necesidades de la vida parroquial. Dispone de auxiliares parroquiales; da conferencias prematrimoniales y conferencias para los que dudan y se lanza a la búsqueda de los que se alejan.

Así nos forjamos la idea del verdadero pastor de almas. Yo afirmo: ciertamente lo será si es que ese sacerdote no ve en todo esto más que una preparación a la acción de la gracia divina, si no considera toda esa labor como la primordial de su ministerio y si, a través de todos estos medios, conduce a los fieles a las mismas fuentes de la gracia, al santo sacrificio. No hay duda de que la organización parroquia] es necesaria e importante; pero si no se pasa de ahí, si el párroco no tiene el sentido de la organización sobrenatural de su parroquia, entonces ha pedido prestados al mundo sus métodos..., podrá ser un perfecto organizador, un director general..., pero no será un auténtico pastor, puesto que no se cuida de lo más preciado que las almas necesitan, de la vida divina.

Aprendamos de la primitiva Iglesia a ejercer el sagrado ministerio. No digamos que las condiciones son totalmente distintas. Es más, yo estoy persuadido de que nuestra época presenta una gran analogía con la antigua Roma imperial. Y si queremos saber cómo se ejercía el sagrado ministerio en la Iglesia primitiva, podemos responder que lo hacía también de un modo exterior, pero que el corazón de la vida pastoral era el culto litúrgico, el cultivo de la vida divina.

Para la antigua Iglesia los puntos culminantes del ministerio pastoral tenían su realización cuando el Papa, como padre de la gran comunidad romana, celebraba la liturgia estacional, cuando la noche de Pascua conducía a la basílica lateranense a los catecúmenos para recibir el bautismo y celebrar la primera fiesta pascual. Todas las demás manifestaciones de la vida cristiana, y por ende el ministerio pastoral, se unían en torno al santo sacrificio y a las fuentes bautismales. La comunidad de sacrificio, de oración y de vida de los fieles constituía el cuerpo principal del ministerio cristiano primitivo.

Si procedemos conforme a todo esto, veremos con muy distintos ojos las tareas del ministerio, y lo que es mucho más importante, se ordenarán conforme a un plan y con miras a una misma finalidad. El templo no será ya un museo de altares, de imágenes de santos y de objetos de devoción, sino una reproducción del Cuerpo Místico, una iglesia, una casa para la comunidad parroquial, un escenario sagrado para los divinos misterios. ¿Qué papel jugará la predicación? No se reducirá a moralizar y a instruir, sino que también se explicarán en ella los ritos del sacrificio y servirá de lazo de unión entre el altar y la vida... El confesionario estará en el templo para quitar los obstáculos a esa vida divina. La instrucción religiosa girará en torno a la gracia y a la vida divina. La vida de las asociaciones será el vestíbulo del santuario, un catecumenado para llevar a la comunidad sacrificarte a los que se encuentran fuera de ella. La práctica de la caridad ha de ser santificada por medio del altar y, por tanto, de la liturgia (ofrenda). De esta manera el sacrificio de la misa ocupará el centro de la actividad pastoral.

No sería imposible crear toda una teoría pastoral tomando como base la liturgia. Tendría como gran resultado el hacer del ministerio algo más teocéntrico, más sobrenatural, y no dar tanta preponderancia a la acción humana. El ministerio volvería a ser el arte de abrir el alma humana a la acción de la gracia divina, el arte de inyectar en el hombre la vida, la vida en su plenitud.


3. Deberes del pastor de almas, como litúrgico.
Trátase ahora de sacar conclusiones prácticas de lo dicho hasta aquí, pero en vez de perdernos en los detalles, preferimos solamente presentar tres puntos de programa pastoral que yo considero como conclusión de mi doctrina.
1. El altar, o con más exactitud, el sacrificio eucarístico debe ser el centro en torno al cual ha de girar el ministerio.
2. El sacerdote con cura de almas debe concentrar sus esfuerzos en la santificación de sus fieles.
3. El sacerdote debe llevar a través del Año Litúrgico y de una manera activa a todos los que están confiados a su cuidado.

Voy a exponer brevemente estos tres puntos:

1. El altar es la base del ministerio. Ya conocemos el significado del sacrificio eucarístico como representación del sacrificio de la cruz. Conocemos también la Eucaristía como fuente única de vida, o mejor, como fuente conservadora de la vida. Claramente lo dice Jesucristo: "El que no come mi carne no puede tener vida en sí". Tener vida y tenerla plenamente es, pues, el principal objeto del ministerio. Esto nos da pie a que examinemos seriamente nuestra actividad pastoral. Desgraciadamente he de reconocer que son muy pocos los sacerdotes que se encuentran en esa disposición.
Pongamos un ejemplo que nos sirva de ilustración: Un párroco trata de organizar la fiesta patronal. ¿Cómo proceder para ello? Se celebra un triduo, es decir, que se predica durante tres días en la función de la tarde; se tiene una comunión general y el último día una misa solemne a toda orquesta con una asistencia lucida... A esto se reduce la fiesta; y el párroco se dice satisfecho: he ahí una hermosa labor pastoral.
Examinemos un poco más de cerca esta fiesta y veremos que ese sacerdote ha procedido conforme a dos puntos de vista. En primer lugar su acción ha sido más que nada psicológica, y en segundo lugar, de lo que más se ha preocupado ha sido de las conversiones, como si esa fuera la actividad principal del pastor de almas. Esta fiesta ha tenido mucho de humano, y en cambio la acción de la gracia divina ha tenido muy poca cabida e importancia. La primacía se la han llevado los sermones, las funciones de la tarde y las confesiones. El párroco se ha dado por satisfecho al ver los confesionarios invadidos; lo demás le ha parecido que no tiene tanta importancia. El santo sacrificio, como tal, no constituye el centro espiritual de esta parroquia.

Esto mismo sucede con el ministerio ordinario: el sacerdote oye confesiones, predica, atiende a los feligreses, les visita a domicilio; todo esto es bueno y laudable, pero su mayor dignidad y la acción más influyente del párroco se manifiestan cuando está en el altar rodeado de sus feligreses, ofreciendo éstos con él activamente el santo sacrificio y recibiendo la vida divina. Ahora bien, al no haber preparado su parroquia para este acto sublime, los fieles han de asistir a él sin captar nada.

Ponga el párroco la misa en el centro de su programa ministerial durante un año, con estos dos fines principales: el de enseñar a comprender la misa y el de que se tome parte en ella. ¿Cuál será el resultado?

a) Comprobará que los fieles no comprenden bien el santo sacrificio. Démonos cuenta de esta paradoja: los cristianos no comprenden el acto principal del culto. Predique durante una temporada sobre la misa. ¡Qué raro suele ser esto! Sería muy acertado tener un ciclo de predicación sobre este tema: podría distribuirse en varios meses, o bien en ocho días seguidos; en cuanto a la conveniencia de hacerlo en el púlpito o en un salón, es cuestión circunstancial. Lo que importa es que se explique la misa con todo detalle en su esencia y su importancia. Con una sola serie de conferencias no esperemos hacer milagros, puesto que no puede lograrse tan pronto lo que ha sido penuria de siglos... La misa debe ser para el párroco objeto de continua reflexión.

Del mismo modo hay que proceder en el catecismo: dedíquense varias lecciones todos los años al estudio de la misa.

b) Hay que poner los textos litúrgicos en manos de los fieles. En los cines, teatros y conciertos se reparten programas, y es natural. Y sin embargo, para las ceremonias de la misa, que se desarrollan además en una lengua extraña, se suele dejar al personal abandonado a sí mismo. Realmente es digno de compasión el público que se suele ver en las iglesias, sentado y sin saber qué hacer, luchando nerviosamente contra el aburrimiento y las distracciones...

c) Y ahora otra cosa que tiene su importancia: Debemos hacer que los fieles participen convenientemente en la misa y es preciso organizar las ceremonias de modo que puedan tomar parte activa en ellas.

¿Medios viables? Hay diversas maneras de proceder en esto, pero ahora no es el momento de explicarlas. También en esto han de ser las circunstancias las que decidirán si los fieles deben seguir en silencio la misa con un libro o con el texto de la misa, o bien si han de tomar parte en los cantos de la misa. Lo que interesa es que el párroco tenga gran empeño en atraer lo más posible a sus fieles al santo sacrificio de la misa, por eso tanto el sermón como la comunión deben tener su verdadero lugar dentro de la misa.
Hoy día, en las ciudades, no tenemos un genuino culto religioso. Los que desean comulgar se van a una misa temprana, y los que no comulgan se van a la misa mayor (cristianos de segunda categoría); la misa mayor actual viene a ser (perdóneseme la expresión) una misa de gala exhibicionista y no un emotivo sacrificio eucarístico (1).

El ideal sería que el párroco, en cuanto padre de la gran familia parroquial, celebrara la misa mayor con una participación lo más activa posible por parte de sus fieles y a una hora en que todos pudieran celebrar un verdadero sacrificio eucarístico. El sacrificio del domingo debería convertirse en una gran solemnidad, en un auténtico sacrificio parroquial. No se trata de un deslumbrante concierto..., sino de una celebración piadosa y activa llevada a cabo por los miembros más selectos de la parroquia. En ella el párroco habla a su comunidad, la familia parroquial deposita su ofrenda semanal como expresión de su espíritu de sacrificio y recibe el Pan de vida para poder luchar durante la semana. Evidentemente para esto se precisa una buena preparación de los textos el día anterior.

Para llegar a una celebración eucarística que sea el eje de la comunidad parroquial, hay que trabajar durante muchos meses hasta que los fieles comprendan y tengan conciencia de todo esto.

Lo digo y repito: la misa del domingo es el termómetro de la vida parroquial; nunca ostenta más dignidad el párroco que cuando ofrece con sus feligreses el Cordero de Dios en sacrificio y reparte entre ellos el Pan de la vida divina. Estoy en la persuasión de que ha de llegar un tiempo en el que se volverán a formar grupos comunitarios que modelarán su vida según el prototipo de la vida divina; entonces es cuando habrá verdaderos lugares de sacrificio. Desaparecerá del altar ese muro de imágenes y volverá a ser la mesa del sacrificio de la comunidad; la mesa del altar estará colocada en medio de la iglesia, y el sacerdote, de cara al pueblo, celebrará activamente el sacrificio eucarístico rodeado de sus fieles (circunstantes). El coro de los cantores descenderá de "sus alturas" y se colocará junto al altar, con sus vestiduras litúrgicas para dirigir los cantos de la asamblea. La Sagrada Eucaristía, en cuanto sacrificio y en cuanto alimento, hará de toda la comunidad un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo. La comunidad será "un solo corazón y una sola alma".

2. El deber primordial del párroco es la vida divina de sus feligreses. Inyectar esta vida en el alma, desarrollarla, vigorizarla, hacerla madurar y disponerla de este modo la glorificación, tal es el sentido de la vida cristiana. La Iglesia ha creado toda una serie de actos de culto con vistas precisamente a este fin tan sublime. Son estos los sacramentos y los sacramentales. Estos instrumentos de la gracia comienzan a actuar en el sacramento del matrimonio; con el nacimiento del hijo pasan a operar en el bautismo, confirmación, comunión, penitencia, concluyendo con la liturgia de los enfermos, de los moribundos, y por fin, con la de los difuntos. Para otras circunstancias están las bendiciones, muchas en número, pero con el único fin de desarrollar la vida divina de modo copioso.

¿Cómo se encuentra en la actualidad el ministerio pastoral respecto de estos instrumentos de la gracia? Por des-gracia hemos de comprobar una vez más que el ministerio moderno enfoca la vida cristiana de una manera demasiado exterior y demasiado natural, no valorando, por tanto, suficientemente los medios de la gracia. El párroco moderno se contenta con que sus fieles cumplan (como se suele decir) sus obligaciones de cristianos y con que eviten los pecados de más calibre... Y aun, ante la conversión pasa-jera de los pecadores, olvida muchas veces a los que quieren "tener vida y de una manera abundante". Este párroco semeja un roturador o un jardinero que quita las malas hierbas, pero que no se preocupa de mejorar las plantas. Para el párroco, la familia parroquial que tiene el sentido exacto de la vida divina debería ser el núcleo de su ministerio ejercido en torno al altar, y desde allí podría lanzarse a la conquista de los demás núcleos. No debiera formar a sus fieles solamente en lo que se refiere a la moral y al dogma, sino que para él la cuestión base debe ser la vida divina, la vida de la gracia. Si así fuera, apreciaría y administraría de muy distinta manera los instrumentos de la gracia.

Es preciso volver a tener más diligencia y cuidado en la administración y recepción de los sacramentos. ¿Por qué el sacramento del bautismo no ha de ser cosa de toda la parroquia? Hay que dar más solemnidad a este sacramento, sobre todo durante el Tiempo Pascual y los domingos, proporcionando a los fieles textos litúrgicos para que sigan

su desarrollo; en las promesas del bautismo ha de intervenir toda la parroquia. Se deben dar instrucciones sobre la gracia del bautismo. Se debe disponer de traducciones de los textos litúrgicos de todos los sacramentos.

Cada uno de los sacramentos precisaría una verdadera renovación en el ministerio pastoral. Recordemos la confirmación: ¡Cómo se ha convertido hoy día en algo puramente externo! ¡Qué poco entienden los cristianos del sacramento de la extremaunción! ¡Con qué facilidad se descuida la recomendación del alma! ¡Cómo sufren los seglares mejor formados viendo que la sagrada comunión se distribuye durante el curso de la misa en cualquier momento menos en el propio...! Todo esto indica que la vida divina no es la preocupación principal de nuestro ministerio. En la actualidad la labor pastoral se dirige más a la formación de una vida buena, a la edificación por medio de la predicación y de los ejercicios de devoción, y también, algo, a procurar conversiones. El segundo punto, por tanto, de nuestro programa es esforzarnos en nuestra vida ministerial por santificar toda la vida cristiana por medio de los instrumentos de la gracia. 4. Hagamos del Año Litúrgico un guía para las almas. El Año Litúrgico es un admirable sistema de fiestas y de tiempos, de usos y de cultos que enraízan en lo más hondo del corazón de la Iglesia, y que se ha formado con el único fin de proporcionar al alma la vida divina y dársela de un modo total. Volvamos a tener conciencia de las poderosas energías que el Año Litúrgico pone a disposición del ministerio pastoral. Antes he dicho que el párroco no sólo no tiene que roturar, sino ante todo cultivar y hacer florecer las plantas espirituales; y ahora añado que esta labor la podrá realizar perfectamente por medio de un asiduo cultivo de la liturgia durante el curso del año cristiano. En nuestra vida pastoral nos preocupamos casi exclusivamente de la conciencia del pecado y de su perdón, o sea, empleando los términos de la primitiva Iglesia, no existe para nosotros otro problema que el de los catecúmenos y peca-dores...; y la verdadera felicidad de la plenitud del cristianismo no la valoramos, o bien, se nos antoja una labor poco fecunda e inútil. Y sin embargo, se trata de la labor más importante de nuestro ministerio.

¡Cuántas cosas aprovechables para el ministerio pastoral podríamos encontrar en el Año Litúrgico! El domingo de Ramos, por ejemplo, ¡qué bien podría convertirse para la parroquia en una fiesta majestuosa y dramática, con la distribución de los ramos que equivale a la entrega de la espada a los nuevos caballeros, con la procesión en la que acompañamos a Jesús triunfante y que es un homenaje de la parroquia a Cristo, Rey y Vencedor!

¡Qué rica variedad presenta el Año Litúrgico en su empeño de librar al alma de las garras del tiempo y de acercarla más y más a Dios y a la gloria!
Hay en el Año Litúrgico toda una serie de ideas y planes que solamente quiero ahora sugerir.

Ante todo es preciso que el párroco siga y se deje llevar por el ritmo del Año Litúrgico; para esto dispone de una fuente inagotable en el misal y en el breviario. La iglesia ha de ser el hogar de la familia parroquial y el escenario del drama litúrgico. Permítaseme hacer una observación: Considero un atraso el no tener calefacción en las iglesias. Cuando se tirita de frío y se congela uno en la iglesia y no piensa más que en meterse cuanto antes en casa, ¿cómo va a foguearse el alma y el corazón con la sagrada liturgia? Hay que preocuparse también de la decoración del templo. Debería adornarse de modo distinto en Adviento, en Navidad, en Cuaresma y en Pascua, etc. Antes de cada fiesta y cada tiempo litúrgico reúna el párroco a los fieles no sólo para prepararlos espiritualmente, sino también para ensayar las ceremonias. Sirvámonos de los fieles para adornar la iglesia y para todo lo que exija el Año Litúrgico.
Nada más propio de esta vida mortal que la monotonía y la falta de variedad. Es probable que los fieles antes de la guerra tuvieran bastante energía religiosa para sobrellevar esta condición, pero los hombres modernos que no buscan más que lo sensacional, tienen necesidad de la variedad. Me da miedo recordar aquella época en la que tenía que rezar, como vicario auxiliar, durante todo el año y todas las tardes, antes de la Bendición, las Letanías de la Santísima Virgen. ¡Ninguna huella de la riqueza del Año Litúrgico! (1).

Busquemos, pues, en el Año Litúrgico, todo lo que podemos encontrar en él y transmitámoslo a los fieles en las funciones de la tarde, en los sermones, pero sobre todo en las ceremonias propiamente litúrgicas, cuya cumbre debe ser siempre la santa misa. La misa del domingo y la de las fiestas es la expresión más digna del tiempo litúrgico. Una misa encuadrada en el ciclo litúrgico debería ser lo más bello, lo más noble que una parroquia podría ofrecer a Dios. No me refiero con esto a una misa a toda orquesta, sino a una fiesta eucarística activa y perfectamente comprendida por parte de la familia parroquial.

Cada párroco ha de comprender que esto no se logra de la noche a la mañana; hay que ir educando día a día a los feligreses. No hay que pensar que ya desde el primer año ha de marchar todo a la perfección. Es preciso dar a la vida litúrgica tiempo para crecer y para madurar. Comiéncese con los jóvenes; resultará difícil al principio sacar de sus costumbres a una parte de los feligreses; sin embargo, en todas partes existen posibilidades con tal de que haya buena voluntad y constancia.
(1) Sobre este problema da mucha luz el autor en el capítulo V de la Cuarta Parte, Las devociones populares. Hasta ahora los ejercicios de piedad extralitúrgicos se han desarrollado totalmente al margen del Año Litúrgico: la misma Exposición y Bendición con el Santísimo en Navidad que en Pentecostés, en Tiempo Pascual que Adviento..., sin ejercicio alguno inspirado en la liturgia de cada tiempo.
Sobre la armonía que debe existir entre la piedad litúrgica y la extralitúrgica repásense las acertadas y admirables orientaciones de S. S. Pío XII en su famosa Encíclica sobre la liturgia "Mediator Dei" (N. del T.).

¡Carísimos hermanos en el sacerdocio, tengamos conciencia de nuestra gran dignidad de pastores de las almas! Somos sacerdotes y liturgos, representantes e imágenes vivas del divino liturgo Jesucristo! Hemos recibido las llaves del tesoro de la salvación; podemos distribuir realmente oro, oro purísimo para la pobre humanidad; sí, podemos dar la vida divina y de un modo superabundante.
 

 




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