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Los archivos eclesiásticos: LAS PIEDRAS, LOS SONIDOS,  LOS COLORES DE LA CASA DE DIOS

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Mons. Mauro Piacenza

 

Para usar una imagen, según nuestro parecer adaptada, un archivo eclesiástico es comparable a un álbum de familia. Es un álbum que habla de nuestra historia y, aunque se refiere al pasado, siempre habla de nosotros. Es un álbum un poco complejo, y que por lo tanto, necesita personas que conozcan su llave de lectura. Es un álbum un poco frágil, que necesita ser cuidado y que debe ser salvaguardado con amor. Los archivos eclesiásticos representan en efecto la memoria de una Iglesia particular y recogen un material habitualmente único. Dichos documentos narran los hechos alegres y tristes de las instituciones eclesiásticas y de las comunidades cristianas.

Aunque lo específico de tales archivos es la "cura de almas”, sin embargo el contenido real generalmente abre también una vía elocuente en la vida civil. Por consiguiente, los archivos eclesiásticos representan un bien cultural de primario valor tanto para la comunidad cristiana, como para la civil, que pueden allí descubrir páginas significativas de la historia, en la que está implicada la porción habitualmente mayoritaria de los habitantes de un lugar. br />
La documentación archivística como bien cultural.

Queriendo definir el concepto de bienes culturales en el "mens" de la Iglesia, se deben precisar cuales son: "ante todo los patrimonios artísticos de la pintura, de la escultura, de la arquitectura, del mosaico y de la música, lugares al servicio de la misión de la Iglesia. A estos se deben añadir los bienes de libros contenidos en las bibliotecas eclesiásticas y los documentos históricos custodiados en los archivos de las comunidades eclesiales. Entran también, en este ámbito, las obras literarias, teatrales, cinematográficas, producidas por los medios de comunicación de masa" (Juan Pablo II, Alocución a los participantes en la I Asamblea Plenaria de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia, el 12 de octubre de 1995).

En segundo lugar, se debe evidenciar su finalidad. Ellos están destinados a la promoción del hombre y, en el contexto eclesial, asumen un sentido específico en cuanto que están ordenados a la evangelización, al culto y a la caridad" (Juan Pablo II, Mensaje a los participantes en la II Asamblea Plenaria de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia, 25 de septiembre de 1997). En particular "los archivos, especialmente los eclesiásticos, no conservan sólo huellas de hechos humanos, sino que también llevan a la meditación sobre la acción de la divina Providencia en la historia de modo que los documentos en ellos conservados se convierten en memoria de la evangelización obrada en el tiempo y en un auténtico instrumento pastoral" (ibid.).

Tal perspectiva también encontró articulación en la carta circular de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia sobre "La función pastoral de los archivos eclesiásticos" [FPAC] del 2 de febrero de 1997. En el documento, destinado a todos los Ordinarios diocesanos del mundo, se sostiene la importancia eclesial de la transmisión del patrimonio documentario; se perfilan los elementos para un proyecto de gestión estimulando una relación de colaboración con los organismos civiles; se subraya la urgencia de la conservación de los papeles de la memoria; se corrobora la importancia de la valorización del patrimonio documentario para la cultura histórica y para la misión de la Iglesia.

La transmisión histórica en la continuidad eclesial.

El archivo histórico eclesiástico se cualifica transmitiendo de generación en generación la vivencia eclesial. Está en la lógica de la continuidad histórica dado que el archivo eclesiástico es el depósito de la memoria de una comunidad que existe en el hoy. Esto evidencia sus raíces y transmite sus diversas impostaciones eclesiales, hasta el punto de legitimar el presente y abrir al futuro. Parafraseando "una feliz reflexión de la escuela de Chartres del siglo XII, podemos decir que nos sentimos gigantes si tenemos la conciencia, aún siendo enanos [u hombres normales], de estar a espaldas de las generaciones que nos han precedido en el signo de la única fe" (FPAC, Proemio).

Está en la lógica de la Traditio Ecclesiae ya que la memoria documentaria no es voluntad autocelebrativa sino una ocasión para agradecer al Señor por las "grandes cosas" que ha obrado en su Iglesia, a pesar de la humana fragilidad de sus miembros. Cuanto se encuentra depositado en los archivos expresa los hechos que se han ido alternando de fidelidades e infidelidades, de fuerza carismática y de debilidad institucional, de compromisos caritativos y de carencia de los mismos, que han marcado la vivencia de cada comunidad cristiana. La compleja vivencia bíblica del "pueblo elegido", que huía con frecuencia de las atenciones del Señor, continua dándose en la historia de la Iglesia. Los archivos documentan así el lento proceso de recapitulación de todas las cosas en Cristo, que se inaugura de generación en generación, además de en cada individuo, hasta la consumación de los tiempos. Por tanto, "el tener el culto […] de los archivos, quiere decir como consecuencia, tener el culto de Cristo, tener el sentido de la Iglesia, darnos a nosotros mismos y quienes vendrán después, la historia del paso de esta fase del transitus Domini en el mundo" (Pablo VI, Alocución a los archiveros eclesiásticos, 26 de septiembre de 1963).

Proclamándose la Iglesia "experta en humanidad", ordena su acción al bien de las personas por medio de un compromiso de promoción cultural y evangelización cristiana. La conservación respetuosa de la acción pastoral de la Iglesia en las distintas realidades locales (crónicas parroquiales, directores de almas, libros contables etc...), indica la cura de las personas y deja "entrever la historia de la santificación del pueblo cristiano en sus dinámicas institucionales y pastorales" (FPAE 1.2.). Lo indicado y lo omitido en los documentos locales, describe la mens del clero, la impostación pastoral, la incidencia social, la sensibilidad de los fieles, de modo que traza un viva imagen de la comunidad cristiana en continuo cambio.

El crecimiento del sensus ecclesiae por medio de los archivos.

El empleo del archivo histórico eclesiástico favorece la maduración del sensus ecclesiae. La primacía en la vida de la Iglesia es dada a los christifideles, esto es, al "pueblo de Dios". Los creyentes son los elementos del "cuerpo místico", del que Cristo es la cabeza, y constituyen la Iglesia de "piedras vivas" en Cristo, "piedra desechada, convertida en piedra angular". Por tanto también su historia es "consagrada" y consecuentemente digna de ser recordada.

En este contexto, el archivo es lugar eclesial. Testimonia la labor de la Iglesia en el pasado, que encuentra cotejo entre los materiales documentales que han sobrevivido a las vicisitudes históricas. Es señal del futuro histórico, de los cambios culturales, de la caducidad contingente. Narra la historia de la comunidad cristiana, las múltiples formas de piedad, las coyunturas sociales, las específicas situaciones ambientales. Pertenece a la complejidad irreducible de la labor de la Iglesia en el tiempo porque es una "realidad viva."
Los archivos dan pues a la comunidad de fieles en el presente la percepción histórica que favorece el desarrollo eclesial. En efecto, "el conocimiento prospectivo de la acción eclesial de los archivos ofrece la posibilidad de una congrua adecuación de las instituciones eclesiásticas a las exigencias de los fieles y de los hombres de nuestro tiempo" (FPAE 1.3.). Ellos determinan la obra de inculturación de la fe en un contexto local, por lo que es oportuno "valorar los archivos […] para crecer en el sentido de pertenencia a un determinado territorio" (Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia, Carta circular a la conclusión de la II Asamblea Plenaria, 10 de noviembre de 1997). Indican además el tejido conectivo generacional de cada comunidad individual cristiana, de modo que es oportuno, por ejemplo, "hacer descubrir a los fieles el propio archivo parroquial dónde se conservan los testimonios de las diversas familias y de la vida de la comunidad" (ibid.).

Los archivos también tienen una proyección hacia el futuro. Sobre la base de la conciencia del propio pasado, la comunidad cristiana vive hoy en el propio compromiso eclesial en la conciencia del deber de entregar una herencia al futuro, garantizando de este modo un original momento de la Traditio. El período actual debe ser reexaminado en la urgencia de la "nueva evangelización", recogiendo el tesoro de historia y de actualidad, dónde se expresa el malestar y el éxtasis de tantas generaciones que trabajan por adherirse al mensaje evangélico.

Los archivos eclesiásticos, un "tesoro en vasos de barro".

La importancia, es más, la esencialidad de los archivos para la misión de la Iglesia es directamente proporcional a su complejidad y fragilidad.

El acercamiento a un archivo histórico necesita ante todo de mediadores adecuados para descodificar las noticias allí recogidas, para poder entregarlas a la pública comprensión. Se necesitan, por tanto, expertos capaces de investigar el material documental, dotándolo de instrumentos adecuados, y se necesitan gestores preparados, para favorecer una adecuada fruición del material sin comprometer su persistencia. La actividad de realizar inventarios y de divulgación de los datos presentes en un archivo está necesariamente en progreso, en cuanto que siempre es perfectible. Esto requiere múltiples y diversas iniciativas de valorización en el seno de la comunidad depositaria y de toda la colectividad.

Tales instituciones precisan además intervenciones congruas de tutela jurídica, de conservación del material y de valorización eclesial. Los archivos deben ser tutelados con especial cuidado en el contexto de nuestros días, en que las mudables condiciones sociales y del clero obligan a la unión de diócesis y parroquias, a la supresión de institutos o cofradías que carecen ya de energías, a la asimilación de competencias de variados organismos, cuyos correspondientes archivos o bien yacen ignorados, o lo que es peor, sufren disposiciones incongruentes.

La transmisión del patrimonio documentario es pues un peculiar momento de la Traditio, es memoria de la evangelización, es instrumento pastoral. Cómo momento de la Traditio tal transmisión hace evidente la continuidad del eventum salutis del hecho histórico de Jesucristo al actual pentecostés de la Iglesia, de modo que el recuerdo cronológico lleva a una relectura espiritual de los acontecimientos, sensibilizando las conciencias al sensus ecclesiae. Cómo memoria de la evangelización las fuentes documentarias dan cotejo de la plantatio ecclesiae en todos los lugares donde se ha difundido la predicación del evangelio. Como instrumento pastoral dan el sentido de la historia a cada comunidad eclesial que puede de este modo percibir el propio pasado y abrirse al futuro.

La valorización de tal patrimonio es fundamental para la cultura histórica y para la misión eclesial. La comunidad cristiana local puede contar así la propia historia con conocimiento de causa y tomar conciencia de si. Además puede liberarse críticamente de consideraciones prejudiciales y de ciertas lagunas.


+ Mauro Piacenza. Presidente de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia, Presidente de la Pontificia Comisión de Arqueología Sagrada.


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