[_Sgdo Corazón de Jesús_] [_Ntra Sra del Sagrado Corazón_] [_Vocaciones_MSC_]
 [_Los MSC_] [_Testigos MSC_
]

MSC en el Perú

Los Misioneros del
Sagrado Corazón
anunciamos desde
hace el 8/12/1854
el Amor de Dios
hecho Corazón
y...
Un Día como Hoy

y haga clic tendrá
Pensamiento MSC
para hoy que no
se repite hasta el
próximo año

Los MSC
a su Servicio

free counters

La música sacra: LAS PIEDRAS, LOS SONIDOS,  LOS COLORES DE LA CASA DE DIOS

Páginas relacionadas 

 

 

Mons. Mauro Piacenza :
La música sacra
entre los bienes culturales
de la Iglesia.


El Santo Padre Juan Pablo II, de santa memoria, quiso celebrar en el 2003 el centésimo aniversario del Motu propio de San Pío X “Tra le sollecitudini”, que delinea todavía válidamente las características de la música sacra, según la “mens” de la Iglesia católica (Juan Pablo II, Quirógrafo sobre la música sacra “Movido por el vivo deseo”, 23 de noviembre 2003, n 1; cfr. Pío X, Motu proprio sobre la música sacra “Tra le sollecitudini”).


La música sacra se configura esencialmente como parte integrante de la liturgia divina , teniendo como fin “la gloria de Dios y la santificación de los fieles” (Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, 120). En esto la música sacra se coloca en el álveo de una tradición viva, que hunde sus raíces hasta llegar a las primitivas comunidades cristianas, exhortadas por el apóstol Pablo “a cantar a Dios de corazón y con gratitud salmos, himnos y cánticos inspirados” (Col 3, 16; cfr. Ef 5, 19).


Pero para que la música sacra pueda llamarse de verdad así debe poseer algunas características bien delineadas en los textos del magisterio pontificio. Debe expresar ante todo santidad, poseer el sentido de la oración y constituir tanto un medio de elevación del espíritu a Dios como una ayuda para los fieles en la “participación activa en los sacrosantos misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia” (“Tra le sollecitudine”, Proemio); debe presentar adherencia a los textos bíblicos y eucológicos, consonancia con los tiempos litúrgicos y correspondencia a los gestos y contenidos de una celebración.


Un segundo principio caracterizante debe ser la bondad de las formas, por lo que la música sacra debe ser “ verdadero arte”, adornada por una dignidad y belleza capaz de introducir en los sagrados Misterios. Finalmente - y éste es un punto especialmente delicado - debe saber conjugar a las legítimas exigencias de adaptación y de inculturación - exigidas tanto por la difusión de la Iglesia entre los varios pueblos y culturas, como por la adecuación a los tiempos - el requisito de la universalidad, que se individua cuando una composición es en todo lugar y tiempo percibida como sagrada.


Cuando el magisterio pasa concretamente a ejemplificar qué música satisface a las características anteriormente citadas, se pueden recordar todavía al Papa Pío XII, de venerable memoria, que define el canto gregoriano “patrimonio” de la Iglesia (Carta Encíclica Musicae sacrae disciplina, 25 de diciembre 1955, parte III) y el Concilio Ecuménico Vaticano II que, en armónica continuidad, en la constitución sobre la liturgia afirma que “la Iglesia reconoce el canto gregoriano como canto propio de la liturgia romana” (Sacrosanctum Concilium 116).


Ciertamente se debe considerar, junto al canto gregoriano, también la polifonía sacra y toda aquella inmensa producción de misas, motetes, cantos corales… cuya “sacralidad” es tanto mejor perceptible cuanto más los compositores, además que expertos en el arte musical, estaban “empapados por el sentido del misterio” y eran partícipes de la vida de la Iglesia (Juan Pablo II, Carta a los artistas, 4 de abril 1999, nº 12). Tales composiciones, junto al repertorio propiamente “religioso”, como los oradores, con intentos exquisitamente didácticos o toda aquella producción, a veces de un nivel altísimo, formalmente litúrgica, pero demasiado ligada a postulados estéticos temporales, constituyen uno de los frutos más consistentes del humanismo cristiano y una preciosa contribución de la fe a la cultura del hombre.


Si bien no toda la música religiosa puede ser considerada litúrgica, ésta constituye un patrimonio cultural que está vivo aún hoy, apreciado y que debe ser valorizado plenamente en las oportunas sedes. Si el canto y la música propiamente litúrgicos del pasado deberían ser todavía útilmente ejecutados durante las celebraciones, el resto del repertorio puede encontrar su plena apreciación en oportunas manifestaciones, confiadas a instituciones culturales cuyo fin es la búsqueda, conocimiento y ejecución de la música sacra antigua más conocida y más rara, tanto para la liturgia como, según los casos, para ejecuciones de igual manera espiritualmente fecundas.


Por tanto, se comprende bien la definición de música como “bien cultural” entendido, en primer lugar, como patrimonio a conservar, tutelar, valorizar y promover mientras se deben promover nuevas producciones atentas a cumplir las objetivas características más arriba mencionadas. En este ámbito deben ser alentados los trabajos de catalogación de los fondos musicales manuscritos presentes en muchas bibliotecas y archivos eclesiásticos, su publicación y los estudios de filología musical. En ese sector la Iglesia puede buscar la colaboración con instituciones universitarias y científicas y aprovechar las subvenciones públicas que, en ocasiones se consiguen.


Puesto que la música es expresión de una realidad creadora de cultura, como lo es la Iglesia, es a título pleno un “bien cultural de la Iglesia”, que debe entenderse como realidad viva. Así se expresaba Juan Pablo II en la Primera Plenaria de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia: “(…) Se ha querido dar un significado preciso y un contenido inmediatamente asequible al concepto mismo de ‘bien cultural’, comprendiendo en él, ante todo, los patrimonios artísticos de la pintura, escultura, arquitectura, mosaico y música, puestos al servicio de la misión de la Iglesia (…)” (Alocución 12 de octubre de 1995, nº 3).


Como se entiende claramente, el bien cultural, en la mente de la Iglesia, no es una realidad estática, a conservar en un museo, en una biblioteca o en un archivo sino que, como siempre se expresaba Juan Pablo II, “los ‘bienes culturales’ están destinados a la promoción del hombre y, en el contexto eclesial, asumen un significado específico en cuanto que están ordenados a la evangelización, al culto y a la caridad” (Quirógrafo a la Segunda Plenaria, 27 de septiembre de 1997, nº 2).


La Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia, se ha esforzado siempre en inculcar tal concepto con sus escritos e intervenciones. En un documento dedicado a la formación de los futuros presbíteros respecto a la necesaria atención hacia los bienes culturales de la Iglesia, se afirma: “Además de realizar un propio acercamiento a la promoción integral del hombre mediante varias iniciativas educativas y culturales, la Iglesia ha anunciado el Evangelio y perfeccionado el culto divino en múltiples modos a través de las artes literarias, figurativas, musicales y arquitectónicas; además de la conservación de memorias históricas y de preciosos documentos de la vida y de la reflexión de los creyentes. El mensaje de la salvación se ha comunicado, y aún hoy se comunica, a través también de tales medios, a multitudes de creyentes y no creyentes” (La formación de los futuros presbíteros, 15 de octubre 1992, nº 1).
Por lo tanto, también cuando mira al pasado, la Iglesia en realidad mira siempre al presente y, en lo que concierne a la música, la considera un patrimonio siempre vivo, que se debe utilizar en la liturgia o, de todas formas, para el anuncio del Evangelio o la elevación espiritual, según las características que cada composición posee.


Inspirándome en la proposición treinta y seis del reciente Sínodo de los Obispos que, según el dictado del Concilio Vaticano II (Cfr. Sacrosanctum Concilium, nn. 36), exhorta a no descuidar el uso del latín en la celebración de la Santa Misa, especialmente en los encuentros internacionales, y a valorizar el canto gregoriano (cfr. Sacrosanctum Concilium nn. 116-117), sobre todo en estos contextos, querría detenerme en algunas consideraciones generales sobre tales tradiciones musicales.


El latín y el canto gregoriano, íntimamente unidos a las fuentes bíblicas, patrísticas y litúrgicas, forman parte de aquella lex orandi que se ha forjado en el arco de más de un milenio. En la actualidad se habla mucho de raíces y de su redescubrimiento: pues bien, el latín y el canto gregoriano constituyen, por así decir, las raíces de la música litúrgica.


En este sentido, el canto gregoriano debería ser considerado punto de referencia y, según las posibilidades, recuperado también para la asamblea. Y esto en el ámbito de aquel regreso, tan deseado, a la seriedad de la liturgia, a la santidad, a la bondad de formas y a la universalidad, que deben caracterizar toda música litúrgica digna de este nombre, que entra en la óptica de la debida obediencia a la reforma litúrgica exactamente como ha sido entendida por el Concilio Vaticano II.


A veces se tiene la impresión de que los Pastores subestimen las capacidades del pueblo cristiano para aprender. ¡Y pensar que hace un tiempo la asamblea conocía melodías gregorianas, que ahora ha sido casi obligada a olvidar, en provecho de otros cantos a veces verdaderamente llenos de carencias en la forma y en el contenido! Es obvio que no todo el repertorio se le puede proponer al pueblo, pero es verdad también que en el canto, como en la liturgia, no todos deben hacerlo todo sino, como subrayaba Juan Pablo II en el reciente quirógrafo: “De la buena coordinación de todos - el sacerdote celebrante y el diácono, los acólitos y los ministrantes, los lectores, el salmista, la schola cantorum, el cantor, la asamblea - brota aquel justo clima espiritual que hace el momento litúrgico verdaderamente intenso, participado y fructífero”. Por otra parte, también en la tradición cristiana oriental, en la que el canto litúrgico - al igual que el arte figurativo - tiene una función esencial, las partes del presbítero, del diácono y del coro, a veces complejas, se han hecho de tal manera populares que son cantadas de memoria también por los simples fieles.
Un “relanzamiento” del canto gregoriano de la asamblea podría comenzar por las aclamaciones, por el Padre Nuestro, por los cantos del ordinario de la Misa, especialmente el Kyrie, el Sanctus, el Agnus Dei. En muchos países el pueblo conocía bien el Credo III y todo el ordinario de la Misa VIII (de Angelis). Y no sólo. Sabía incluso el Pange lingua, la Salve Ragina y otras antífonas, que hoy poquísimos conocen. Un repertorio mínimo está contenido en el famoso “Jubilate Deo” de Pablo VI, o en el “Liber cantualis”. Si se habitúa al pueblo a cantar aquel repertorio gregoriano que le agrada, estará entrenado para aprender cantos nuevos en las lenguas vivas, aquellos cantos, se entiende, dignos de ser ejecutados en una iglesia y de estar junto al repertorio gregoriano.


Sin embargo, lo más grave es que se ha, por decirlo así, cortado el “cordón umbilical” de la tradición, con el efecto de educar nuevos compositores de músicas litúrgicas en las lenguas vivas, a veces también bien preparadas desde el punto de vista técnico, pero a las que falta el humus indispensable para componer en sustancia con el espíritu de la Iglesia. Es un poco como cierta concomitancia en campo arquitectónico o en las artes plásticas, como también en los muebles litúrgicos. Es necesario el sensus fidei y no ideas preconcebidas o ideologías o una osmosis con el pensamiento secularizado.

- En el vasto mar, agitado y atormentado, de la música “sacra”, ¿qué hacer? Ciertamente el primer trabajo a realizar atañe a la formación, sobre todo del clero, llamado a su vez a ser promotor de música sacra. Por desgraciada, se constata una carencia cada vez más difundida y tanto más grave en seminarios y lugares de formación de religiosos y religiosas, de una verdadera educación a la gran tradición musical de la Iglesia, es más, con frecuencia de la más elemental formación musical y el prosperar de la banalidad y del mal gusto.


San Pío X entendió bien, y con él todo el posterior Magisterio de la Iglesia, que es imposible cualquier obra de “reforma” sin una adecuada formación, tanto de clérigos como de laicos. Entre los frutos más sustanciosos del Motu propio, que perdura en el tiempo, es el Pontificio Instituto de Música Clásica, que se dispone a celebrar el primer centenario de fundación. De tan benemérita institución han salido maestros de canto gregoriano, de polifonía, organistas, operadores de música sacra, repartidos ahora por todos los rincones del planeta. Un trabajo precioso es el desarrollado también por otras Escuelas Superiores de Música sacra, por las escuelas diocesanas, y por varios cursos y seminarios de formación litúrgico-musical. En estas sedes no se debería jamás omitir la enseñanza, incluso profundizada, del canto gregoriano.


Se podría afirmar que el canto gregoriano es el canto de la Iglesia, no en el sentido de que la Iglesia no admita otras formas musicales, sino porque es paradigmático en su relación entre texto litúrgico y música. Es más, también desde un punto de vista técnico, los grandes maestros de la polifonía han basado sus innovaciones en el canto gregoriano, cambiando sus temáticas, modalidades y poliritmia. Podemos encontrar el gregoriano como base de las composiciones de Palestrina, Lasso, Victoria, Guerrero, Morales, y otros autores de la reforma tridentina. El canto gregoriano es también fondo de las composiciones de grandes músicos contemporáneos que han acompañado la reforma litúrgica del siglo XX: Perosi, Refice y Bartolucci. El gregoriano se advierte como una filigrana.


No me refiero sólo a las composiciones complejas o corales, sino también a las varias melodías, en latín o lengua romance, tanto para la liturgia como para los actos de devoción. El verdadero canto popular sagrado, será más válido y sustancioso cuanto más se inspire al canto gregoriano. Juan Pablo II, de venerada memoria, hizo totalmente suyo el conocido principio de San Pío X: “Una composición religiosa será más sagrada y litúrgica cuanto más se acerque en aire, inspiración y sabor a la melodía gregoriana, y será tanto menos digna del templo cuanto diste más de este modelo soberano”. (Tra le sollecitudini, nº 3; Chirografo º 12).

Es obvio que no será posible afrontar la creación de un repertorio de calidad para la liturgia, también en las lenguas vivas, si los compositores continúan ignorando el canto gregoriano. Naturalmente toda cosa hermosa y buena tiene un costo. Si bien es muy importante la buena voluntad, a veces la buena voluntad sola no basta. Para obtener buenos resultados, es necesario invertir recursos, sobre todo en la formación, en la que deben emplearse verdaderos profesionales a tiempo pleno. También a nivel de scholae, al menos las de las Catedrales o Santuarios, es necesario confiarlas para la dirección y acompañamiento organístico a figuras profesionales con una formación litúrgica y musical apropiada. Con esto no se subestima la creación de nuevas obras musicales, convenientemente pensadas para la liturgia festiva y de los tiempos fuertes del año litúrgico, las cuales, teniendo presente la gran tradición litúrgica musical de la Iglesia, sean adecuadas a la sensibilidad actual.


Recordaba siempre Juan Pablo II: “El aspecto musical de las celebraciones litúrgicas, por tanto, no puede dejarse ni a la improvisación, ni al arbitrio personal de cada uno, sino que debe ser confiado a una bien concertada dirección en el respeto de las normas y de las competencias, como significativo fruto de una adecuada formación litúrgica”.






[_Principal_]     [_Aborto_]     [_Adopte_a_un_Seminarista_]     [_La Biblia_]     [_Biblioteca_]    [_Blog siempre actual_]     [_Castidad_]     [_Catequesis_]     [_Consultas_]     [_De Regreso_a_Casa_]     [_Domingos_]      [_Espiritualidad_]     [_Flash videos_]    [_Filosofía_]     [_Gráficos_Fotos_]      [_Canto Gregoriano_]     [_Homosexuales_]     [_Humor_]     [_Intercesión_]     [_Islam_]     [_Jóvenes_]     [_Lecturas _Domingos_Fiestas_]     [_Lecturas_Semanales_Tiempo_Ordinario_]     [_Lecturas_Semanales_Adv_Cuar_Pascua_]     [_Mapa_]     [_Liturgia_]     [_María nuestra Madre_]     [_Matrimonio_y_Familia_]     [_La_Santa_Misa_]     [_La_Misa_en_62_historietas_]     [_Misión_Evangelización_]     [_MSC_Misioneros del Sagrado Corazón_]     [_Neocatecumenado_]     [_Novedades_en_nuestro_Sitio_]     [_Persecuciones_]     [_Pornografía_]     [_Reparos_]    [_Gritos de PowerPoint_]     [_Sacerdocip_]     [_Los Santos de Dios_]     [_Las Sectas_]     [_Teología_]     [_Testimonios_]     [_TV_y_Medios_de_Comunicación_]     [_Textos_]     [_Vida_Religiosa_]     [_Vocación_cristiana_]     [_Videos_]     [_Glaube_deutsch_]      [_Ayúdenos_a_los_MSC_]      [_Faith_English_]     [_Utilidades_]