Catequesis del Papa Francisco sobre la Familia: Los niños y la historia de su pasión
CIUDAD DEL VATICANO,
08 de abril de 2015
El Santo Padre afirma que los niños pagan el precio de 'uniones inmaduras y de separaciones irresponsables'. El Señor juzga nuestra vida escuchando lo que refieren los ángeles de los niños
Queridos hermanos y hermanas,
en la catequesis sobre la familia completamos hoy la reflexión sobre los
niños, que son el fruto más bonito de la bendición que el Creador ha dado al
hombre y a la mujer. Ya hemos hablado del gran don que son los niños, hoy
debemos lamentablemente hablar de las “historias de Pasión” que viven muchos
de ellos.
Muchos niños desde el principio son rechazados, abandonados, despojados de
su infancia y de su futuro. Alguno osa decir, casi para justificarse, que ha
sido un error hacerles venir al mundo. ¡Esto es vergonzoso! ¡No descarguemos
sobre los niños nuestras culpas! Los niños no son nunca “un error”. Su
hambre no es un error, como no lo es su pobreza, su fragilidad, su abandono;
y no lo es ni siquiera su ignorancia, o su incapacidad. Muchos niños no
saben lo que es una escuela.
En todo caso, se trata de motivos para amarlos más, con mayor generosidad.
¿Qué hacemos con las solemnes declaraciones de los derechos del hombre y del
niño, si después castigamos a los niños por los errores de los adultos?
Aquellos que tienen la tarea de gobernar, de educar, pero diría todos los
adultos, somos responsables de los niños y de hacer lo que cada uno de
nosotros pueda para cambiar esta situación. Me refiero a la pasión de los
niños. Cada niño marginado, abandonado, que vive por la calle mendigando e
intentando sobrevivir de cualquier manera, sin escuela, sin atención médica,
es un grito que sube a Dios y que acusa el sistema que hemos construido. Y
lamentablemente estos niños son presa de criminales, que les explotan para
el tráfico y el comercio indigno, y los adiestran para la guerra y la
violencia.
Pero también en los países, así llamados, ricos, muchos niños viven dramas
que les marcan de una forma muy fuerte, por la crisis de la familia, de los
vacíos educativos y de condiciones de vida a veces deshumanas. En cualquier
caso, son infancias violadas en el cuerpo y en el alma. ¡Pero ninguno de
estos niños es olvidado por el Padre que está en el cielo! ¡Ninguna de sus
lágrimas se pierde!, como tampoco se pierde nuestra responsabilidad, la
responsabilidad social de las personas y de los países.
Una vez Jesús regañó a sus discípulos porque alejaban a los niños que los
padres le llevaban para que les bendijera. Es conmovedora la narración
evangélica: “Le trajeron entonces a unos niños para que les impusiera las
manos y orara sobre ellos. Los discípulos los reprendieron, pero Jesús les
dijo: ’Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a mí, porque el Reino
de los Cielos pertenece a los que son como ellos’. Y después de haberles
impuesto las manos, se fue de allí. ¡Qué bonita esa confianza de los padres,
y esta respuesta de Jesús! ¡Cómo quisiera que esta página se convirtiera en
la historia normal de todos los niños!
Es verdad que gracias a Dios los niños con graves dificultades encuentran
muy a menudo padres extraordinarios, preparados para cualquier tipo de
sacrificio y de generosidad. ¡Pero no se debería dejar solos a estos
padres!, deberíamos acompañar su fatiga, pero también ofrecerles momentos de
alegría compartida y de alegría despreocupada, para que no sean presos solo
de la rutina terapéutica.
Cuando se trata de los niños, en cualquier caso, no se deberían escuchar
esas fórmulas de la defensa legal de oficina tipo: ‘Después de todo, no
somos una organización benéfica” o “En lo privado, cada uno es libre de
hacer lo que quiere” o también “Lo sentimos, no podemos hacer nada”. Estas
palabras no sirven cuando se trata de niños.
Demasiado a menudo en los niños recaen los efectos de la vida de un trabajo
precario o malpagado, de horarios insostenibles, de transportes
ineficientes… Pero los niños pagan también el precio de uniones inmaduras y
de separaciones irresponsables, son las primeras víctimas. Sufren los
resultados de la cultura de los derechos subjetivos exasperados, y se
convierten después en hijos más precoces. A menudo absorben una violencia
que no son capaces de “disponer”, y bajo los ojos de los de los grandes
están obligados a acostumbrarse a la degradación.
También en esta época, como en el pasado, la Iglesia pone su maternidad al
servicio de los niños y de sus familias. A los padres y a los hijos de este
nuestro mundo lleva la bendición de Dios, la ternura materna, el reproche
firme y la condena decidida. Hermanos y hermanas, pensemos bien: ¡Con los
niños no se bromea!
Pensemos como sería una sociedad que decidiera, de una vez por todas,
establecer este principio: “Es verdad que nos somos perfectos y que
cometemos muchos errores. Pero cuando se trata de los niños que vienen al
mundo, ningún sacrificio de los adultos se juzgará demasiado costoso o
demasiado grande, para evitar que un niño piense que es un error, que no
vale nada y estar abandonado a las heridas de la vida y a la prepotencia de
los hombres”. Que bonita sería esta sociedad. Yo creo que a esta sociedad,
mucho le sería perdonado por sus innumerables errores. Mucho, de verdad.
El Señor juzga nuestra vida escuchando lo que refieren los ángeles de los
niños, ángeles que “ven siempre el rostro del Padre que está en los cielos".
Preguntémonos siempre: ¿Qué contarán a Dios de nosotros estos ángeles de los
niños?