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Julio Chevalier (1824-1907) Fundador de los Misioneros del Sagrado Corazón

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"Si partes de París hacia el sur, atravesando la ciudad de Orleáns -dice Mons. Cuskelly (Julio Chevalier: un hombre con una misión),- llegarás pasadas pocas horas (o menos, si conduce un francés) a la ciudad de Issoudun. La mayoría de los días es una ciudad tranquila, a 300 kilómetros de Paris, en los ondulantes labrantíos del departamento del Indre. Pero hay días en que se vuelve sorprendentemente activa, porque en la actualidad es un centro de peregrinación de toda Francia».

Ahora podría afirmarse que ya es centro de peregrinación de todo el mundo. El motivo es muy significativo: en la Basílica del Sagrado Corazón, en su cripta, reposan los restos del P. Julio Chevalier, sacerdote, fundador de los Misioneros del Sagrado Corazón y descubridor, por segura inspiración divina, de uno de los títulos más teológicos dado nunca a la Madre de Dios: Nuestra Señora del Sagrado Corazón.



El hombre

Julio Chevalier nació en Turena (Francia), en la pequeña población de Richelieu (2.500 habitantes), el 15 de marzo de 1824. Era el menor de tres hermanos. Por toda Francia resonaban aún los ecos de la Revolución de 1789, la que en España llamamos por excelencia Revolución Fran-cesa. Sus padres eran Juan Carlos Chevalier y Luisa Orly.

De su madre aprendió lo humano y lo divino de la vida. De ella recogió el valor y la firmeza ante las dificultades, y el sentido de los valores cristianos; y de ella heredó el buen humor que siempre le caracterizó. Con ella inició y vivió las prácticas religiosas. Para aligerar un poco la situación económica -su padre regentaba una panadería que daba lo justo para vivir-, su madre revendía frutas y verduras los días de mercado. Un día, su marido va a buscarla al mercado y tiene con ella unas palabras un poco fuertes. En parte la culpa era del niño que no dejaba de llorar. La madre, desesperada y sin saber qué hacer, se va a la iglesia parroquial, coloca al niño a los pies de la Virgen y le presenta sus penas: que Ella haga con el niño lo que le plazca. Y se vuelve a su trabajo. Cuando regresa, ya más calmada, a por él, le encuentra durmiendo plácidamente. A partir de ese día, cuando el niño se pone impertinente, lo lleva a la iglesia, y ambos se colocan a los pies de la Virgen. Más de una vez los dos se quedan dormidos.

Su vocación sacerdotal surge en él siendo aún un niño, poco después de hacer la Primera Comunión. Pero las posibilidades económicas de la familia eran nulas, y no podían pagarle los estudios. Para poder entrar en el seminario y pagarse sus estudios, se puso a trabajar como aprendiz de zapatero. Mientras tanto, se preparaba para el sacerdocio.

La precariedad familiar obliga a sus padres a trasladarse a Vatan, a 21 kilómetros al norte de Issoudun, en marzo de 1841. Su padre trabajará allí en una finca como guardabosques. Y la Providencia Divina decide. El dueño de la finca se compromete a facilitar el ingreso de Julio Chevalier en el seminario. Hecho que ocurrió en ese mismo año. Tenía ya 17 años, y debía convivir con muchachos cuatro y cinco años más jóvenes que él. Terminada la primera etapa de formación, pasó al Seminario Mayor de Bourges para estudiar Filosofía y Teología.



Los moldes de Dios

En el Seminario Mayor comienza de un modo mucho más acentuado la acción de Dios sobre este su elegido.

Pequeñas -y no tan pequeñas- circunstancias de su vida de Seminario acabarán modelando el carácter de Julio Chevalier, que se hace más serio y responsable, viviendo más íntimamente su fe. La primera de ellas fue como consecuencia de una excursión a la montaña. Varios seminaristas -Julio entre ellos- resbalan por un precipicio de más de cuarenta metros de profundidad. Todos logran salvarse agarrándose a arbustos o a salientes rocosos. Julio llega dando tumbos hasta el fondo. Cuando lo recogen, no da señal alguna de vida. Para todos está muerto, y así lo notifican. Hasta se llega a velar a su «cadáver». Y en ese velatorio Julio «regresa» a la vida. El susto para todos fue mayúsculo.

Una segunda circunstancia será como el paso definitivo. Fue un retiro espiritual que les dio un sacerdote de San Sulpicio. «Salí de esos ejercicios -comenta- deseoso de ser un seminarista ejemplar». Y a fe que, con la gracia de Dios, lo consiguió. Por eso, la espiritualidad de la Escuela de San Sulpicio está tan arraigada en toda su obra: El Dios inaccesible es comprensible gracias a Cristo; el Dios inaudible se deja oír; el Dios invisible se deja ver... Por Cristo, con Cristo y en Cristo, Dios se hace cercano a nosotros. Nuestra única forma de orar es, pues, unimos a la oración de Cristo.



Los «estados interiores de Cristo»

La formación espiritual de Chevalier en sus últimos años de Seminario se hace cristocéntrica y sacerdotal.

Esta espiritualidad de Julio Chevalier, centrada en Cristo, Sumo Sacerdote y Mediador, le hace descubrir con toda nitidez el doble aspecto del sacerdocio: Cristo, dando suprema gloria y adoración a Dios, y Cristo dando la vida y la salvación a los hombres. Esta es la clave de su espiritualidad y el punto central del carisma que luego transmitirá a sus religiosos.

Tres son las actitudes de su método cristocéntrico de oración, que permiten estar unidos con Cristo en su adoración al Padre y en su obra por la salvación de los hombres: a) Cristo ante nuestros ojos. Se medita se adora. b) Cristo en nuestros corazones. Es la respuesta afectiva y la comunión con Jesús. c) Cristo en nuestras manos. Es la unión con Cristo en la acción.



Los Caballeros del Sagrado Corazón

Entre un grupo de seminaristas se organiza una asociación: la de los Caballeros del Sagrado Corazón. Reunía a un grupo de entusiastas estudiantes que estaban dispuestos a ir al mundo a luchar por la causa de Cristo. A ella pertenecerá Julio Chevalier.

El mismo cuenta cómo su vida en la asociación, las reuniones de oración que tenían, las meditaciones sobre cómo servir mejor a tan excelsa causa y ayudar a remediar los males del mundo, favorecieron la primera inspiración que tuvo de fundar una Congregación de Misioneros que sanasen esos males.



Sacerdote

Julio Chevalier fue ordenado sacerdote el 14 de julio de 1851. Sus primeros años como tal fueron de vicario de otros sacerdotes enfermos o avanzados en años. En muy poco tiempo tuvo tres destinos diferentes. Así describe su estado de ánimo en su Primera Misa: «Celebré mi Primera Misa en la pequeña capilla del jardín... En el momento de la Consagración, la grandeza del misterio y el pensamiento de mi indignidad me penetraron tan hondamente que me deshice en lágrimas...»

En octubre de 1854 es trasladado como coadjutor a Issoudun. Allí se encontrará con el abate Maugenest, nombrado coadjutor tres meses antes. Ambos habían estado juntos en el seminario, y ambos habían pertenecido a la Asociación de Caballeros del Sagrado Corazón. Con él había hablado en alguna ocasión de fundar una Congregación. Y el hecho de que ambos se encontrasen juntos fue para Chevalier una señal de que Dios estaba de acuerdo. Después de meditarlo mucho, decide exponérselo. Y ve con alegría que Maugenest comparte la idea. Ambos estaban de acuerdo en fundar una Congregación de Misioneros con el Sagrado Corazón como modelo.



La fundación de los M.S.C.

El párroco, P. Crozat, un venerable anciano muy preocupado por la conversión del pueblo de Issoudun, de precaria salud a causa de la edad, fue informado de inmediato. Tanto Chevalier como Maugenest tenían sus preocupaciones en cuanto a la aceptación. Pero su sorpresa fue grande cuando el P. Crozat no sólo no pone objeción alguna, sino que se une, animado, a la idea. Y ofrece toda su ayuda para que puedan fundar la casa de M.S.C. en Issoudun.

Pero su pobreza material y su impotencia ante los obstáculos que comienzan a presentarse les empujan a confiar la obra al Señor: si El quería, todo iría adelante. Esto ocurría a finales de noviembre de 1854. Toda la Iglesia se estaba preparando para la definición papal (era el Papa Pío IX) del dogma de la Inmaculada Concepción, que se haría solemnemente el 8 de diciembre.

Y la idea surge enseguida: harían una novena a la Santísima Virgen, para que obtuviera de su Hijo una señal de que la obra pensada, era conforme a su voluntad, y que El les diera los medios para lograrlo. La novena concluiría el mismo día 8 de diciembre. El P. Maugenest había pintado un cuadro de la Virgen, especial para la ocasión. No debió ser muy bueno, ya que un experto artístico comentó que «si la Virgen escuchó sus oraciones, no fue precisamente por amor al arte».



La promesa

Su oración fue escuchada. Por eso se considera el 8 de diciembre como la fecha de fundación de la Congregación de Misioneros del Sagrado Corazón. Ellos habían prometido que, si su súplica era atendida, la Congregación llevaría el título de Misioneros del Sagrado Corazón. Y que honrarían a María «de un modo muy especial».

Y, fieles a la promesa, cumplieron. La misión particular de la nueva Congregación sería rendir culto especial de adoración, homenaje y reparación al Corazón de Jesús; extender su devoción por todas partes; hacer conocer a los hombres, en todo tiempo y lugar, los tesoros de santificación y misericordia que Él contiene; y hacer que María fuese conocida y honrada de un modo especial por todos los medios posibles. Esa honra a María se vería realizada casi de inmediato en el título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón.

Hacia falta una prueba concreta. Y ésta se dio. Al terminar la Santa Misa, un parroquiano se acercó al P. Chevalier y le entregó una carta de un tal Felipe de Begny. El mensaje era sencillo y explícito: entregaba 20.000 francos para una obra para el bienestar espiritual del pueblo de Berry; y deseaba que esa obra fuese preferentemente una casa de misioneros. Dios había hablado bien claro.

El necesario permiso de su Obispo, el Cardenal Arzobispo de Bourges, Mons. de la Tour de Auvergne, tuvo en principio sus pequeñas dificultades. El Cardenal ponía como condición que dispusiesen de recursos más concretos que los pocos que en ese momento tenían. Sólo hay una solución: Chevalier y Maugenest inician, esperanzados, una segunda novena. A ellos se añade su párroco, el P. Crozat, que no sólo pide con ellos, sino que se dedica a mendigar esa ayuda. Y lo consigue. Una persona anónima -en realidad, la vizcondesa de Quene- promete una cantidad anual de mil francos «por el tiempo que los necesiten». El Cardenal dará su aprobación a la nueva obra, a pesar de la oposición de su consejo diocesano:

«Les he pedido una nueva señal de la voluntad de Dios, y me la han traído. Lo han conseguido y yo estoy obligado. Autorizo a estos dos sacerdotes a que se unan y comiencen su obra». Era el año 1855. EL texto del permiso dice: «Julio Chevalier está autorizado a tomar el título de Misionero del Sagrado Corazón». Poco después, el P. Maugenest recibía el mismo permiso.



Un pajar fue la primera casa

El 8 de septiembre (1855), domingo, los dos sacerdotes recibieron el nombre de Misioneros del Sagrado Corazón y se instalaron oficialmente en su primera residencia. Se trataba de una casa que llevaba varios años abandonada, junto con un pajar. No había dinero para más. Ambos destartalados edificios estaban situados en una huerta con una viña al lado. El pajar fue acondicionado como capilla. Los comienzos no podían ser más humildes. Hubo hasta un derrumbe más tarde. Y no fue hasta 1964 cuando se consagró solemnemente la iglesia, que hoy es la Basílica del Sagrado Corazón.



Los Hermanos M.S.C.

En los primeros tiempos de la Congregación no existían los Hermanos Coadjutores. Para el P. Chevalier el objetivo prioritario, al comienzo, era la recluta de sacerdotes. Sin embargo, el primero borrador de las Constituciones, redactado en 1855, muestra bien a las claras que su Congregación estaría compuesta por misioneros sacerdotes y hermanos del Sagrado Corazón. Y exige para pertenecer a ellos las mismas garantías que a los sacerdotes. Igual que gozarán de los mismos privilegios y ventajas. Al redactar en 1869 la Formula Instituti, ya se llamaba a todos

-sacerdotes o hermanos- con el título general y único de Misioneros del Sagrado Corazón.



La Liga de los Hombres del Sagrado Corazón

Pero sigamos con los hechos cronológicamente. Una vez organizada un poco la humilde capilla, los dos jóvenes sacerdotes buscan los medios para conseguir que la asistencia a los actos religiosos sea mayor, ya que eran muy pocas las personas que acudían a los actos de culto. Debido a esto, el P. Chevalier crea la Liga de los Hombres del Sagrado Corazón. Para ello comienza en octubre de 1856 a visitar a las familias de Issoudun. Y pronto consigue los primeros frutos: a los pocos meses ya tenía inscritos en la Liga a 30 hombres.

Ese pequeño éxito le empuja a ser más osado: organiza una misa al mes sólo para hombres. Y cada mes, esos 30 hombres, y algunos más que iban añadiéndose, de todas las clases sociales, acuden a la Eucaristía y oyen la Palabra de Dios. La Pascua de 1857, un año más tarde, ya son 50 los hombres que se acercan a comulgar. Fue la primera comunión pública de hombres en lssoudun desde comienzos de siglo. Terminando el año 1857, ya eran 300 los que pertenecían a la Liga de Hombres del Sagrado Corazón.



El primer noviciado

En el mismo año 1856 deciden ambos religiosos comenzar su noviciado. Un noviciado que debería compaginarse con los trabajos en la construcción y remodelación de la casa, ya que, no teniendo dinero para pagar las obras, todo dependía de su esfuerzo personal. Y, además, deberían atender sus obligaciones como encargados de la iglesia. Todo ello lo organizan, dedicando gran parte del tiempo a la meditación y al estudio, como buenos novicios.

En esas fechas, el P. Chevalier, como superior religioso, redacta el primer ensayo provisional de las Constituciones, al que llama «Regías de los M.S.C.». A finales de 1856 dieron por finalizado el noviciado, y en la fiesta de Navidad emitieron sus primeros votos. Se trataba de votos privados, ya que la nueva Congregación aún no había sido reconocida. En esa primera profesión religiosa estuvo presente el P. Carlos Piperon, antiguo compañero del seminario, y que había decidido unirse a ellos. Era el tercer M.S.C. Fue el primer biógrafo del P. Chevalier y, más tarde, persona de gran relevancia en la Congregación.



Algunas espinas

El P. Maugenest era un gran predicador. Por eso y por sus otras cualidades, el Arzobispo de Bourges, necesitado de un sacerdote para arcipreste de la catedral y deán de la ciudad, decide encargar al bien preparado P. Maugenest ese trabajo a pesar de su juventud: tan sólo tenía 28 años.

Las respetuosas protestas de ambos sacerdotes fueron en vano. Perder a Maugenest era perder gran parte de los efectivos. Chevalier y Maugenest acuden a la trapa de Fontagombault a hacer un retiro y poner en orden sus ideas, a la vez que piden con todas sus fuerzas las luces de lo alto. Volvieron a Issoudun convencidos de que tal era la voluntad de Dios; igual que lo era también el que los dos que quedaban, PP. Chevalier y Piperon, continuarían el trabajo emprendido.



El Cura de Ars: "La Virgen lo hará todo en su Congregación"

Es la época en que, un poco desalentado por los acontecimientos, el P. Chevalier acude a visitar y consultar a Juan Maria Vianney, párroco de Ars, el Santo Cura de Ars. El Santo Cura de Ars está gravemente enfermo, y el sacerdote que le atiende se opone a la visita. Pero la insistencia del P. Chevalier conseguirá sus frutos. Por fin podrá pasar a hablar de sus cuitas con una persona tan experimentada y llena de la gracia divina, como es Juan Maria Vianney. Y en esa entrevista las nubes que había desaparecen por completo. No se sabe exactamente de qué hablaron. Pero lo que si sabemos es que el P. Chevalier regresó con otros ánimos a Issoudun. Cuentan sus biógrafos que, entre otras cosas, el Santo Cura de Ars le dijo: «Esta obra es la obra de las obras... El infierno utilizará todos sus recursos para destruirla, ya que está llamada a salvar muchas almas. Pero no tema. El Sagrado Corazón de Jesús intervendrá. La Virgen lo hará todo en su Congregación».

La aprobación definitiva de la Congregación por parte de la Santa Sede fue el 20 de junio de 1874, veinte años después de su fundación.



La Pequeña Obra

El nombre de Pequeña Obra ha sido por tradición el nombre que los M.S.C. han dado siempre a su Seminario Misionero, al lugar donde se preparaban y se preparan los futuros Misioneros del Sagrado Corazón.

Su nacimiento se debe al P. Juan María Vandel. El P. Vandel era un sacerdote diocesano que llegó a las puertas de Issoudun a través de la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón.

El P. Vandel había unido dos ideas: por un lado, crear una escuela para niños con intención de hacerse sacerdotes misioneros en la Congregación de los M.S.C. Por otro lado, sufragar los gastos que dicha escuela ocasionaría, escribiendo a todo el mundo conocido y por conocer, pidiéndole su aportación de cinco céntimos al año (el «sou» francés, la perra chica española, 10 céntimos). De ahí viene el nombre de Pequeña Obra: de la pequeña cantidad que se pedía. ¿Y qué mejor que ponerla bajó la protección del Sagrado Corazón? Por eso toda escuela apostólica de los M.S.C. se llamará desde entonces Pequeña Obra del Sagrado Corazón.

El 25 de marzo de 1866, el P. Chevalier y el P. Vandel se trasladaron a Arlessur-Tech al sur de Francia, a celebrar la eucaristía ante los sepulcros de los Santos Abdón y Senén. Antes de la celebración redactaron una nota con el anteproyecto de la Pequeña Obra del Sagrado Corazón y la colocaron en el altar donde celebraron la Eucaristía. La Pequeña Obra acababa de nacer. «Había tenido como cuna un altar y había nacido el mismo día en que el Hijo de Dios fue engendrado en el seno de María», comentaba el P. Vandel. Ambos sacerdotes, terminada la misa, pasaron la frontera con España y se dirigieron al pueblo de La Junquera, que estaba en fiestas, a una pequeña capilla dedicada a María, para darle gracias por su inspiración. Del P. Vandel es la frase: "La Pequeña Obra tuvo por cuna un altar español". La primera Pequeña Obra se abrió en Chezal-Benoit en 1867.



Los sacerdotes seculares del Sagrado Corazón

Muchos de los sacerdotes que trabajaban en la campiña francesa vivían solos, y siempre con cierta independencia de sus compañeros. Por desgracia, no siempre tenían el éxito que ansiaban en el fomento del fervor cristiano. A veces, el desánimo prendía en ellos.

Julio Chevalier cree que podrían ser ayudados y animados en la renovación de su espíritu y de sus ministerios. Como intento de ayuda para su vida espiritual y su apostolado sacerdotal, se lanza a la fundación de una Asociación de Sacerdotes Seculares del Sagrado Corazón. El intento del P. Chevalier era confederar todos esos grupos, centrándoles en Issoudun. De conseguirse tales propósitos, se revitalizaría el trabajó apostólico, además de que, cómo así ocurrió, algunos de ellos pasarían a formar parte de la nueva Congregación de M.S.C.

Si a ellos añadimos el grupo de seglares que participaban ya de la misma espiritualidad apostólica del Sagrado Corazón, nos encontramos con una extraordinaria visión de futuro en Julio Chevalier, que más tarde fue muy imitada por otras Ordenes y Congregaciones. El corazón de esta Hermandad más amplia sería el grupo de los religiosos M.S.C. Un segundo grupo lo formarían los Sacerdotes del Sagrado Corazón. Y el tercero serían los seglares que participaban de la misma espiritualidad. Al cabo de los años este grupo de sacerdotes asociados con los M.S.C., debido a los cambios posteriores habidos en la Iglesia, dejó de existir como asociación específica.



La Tercera Orden. La Fraternidad Seglar M.S.C.

Acabamos de indicar que, en su plan original, el P. Chevalier concebía su Congregación formada por tres ramas: la de los religiosos M.S.C., la de los sacerdotes diocesanos afiliados y el grupo de devotos seglares.

Más tarde, cuando la Asociación de Sacerdotes Seculares del Sagrado Corazón desapareció, la concepción del P. Chevalier varió un tanto, manteniendo las tres ramas: los religiosos M.S.C., las religiosas (Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón), y los seglares no religiosos.

En este segundo esquema, este grupo de seglares, denominado al estilo de las Ordenes antiguas como Orden Tercera, será «una tercera familia, cuyos miembros comparten la vida, méritos y favores de las dos primeras Ordenes a las que están unidos». Para el Fundador de los M.S.C., la Tercera Orden tenía que ser para personas de ambos sexos que vivían en el mundo. Llegó a extenderse, además de Francia, por Italia, Bélgica, Inglaterra, Austria y Canadá. Y su número superó los 300 miembros.

Pero las normas relativas a los religiosos, publicadas en Roma en 1901, pusieron punto final al nombre.

El nombre de Orden está destinado sólo a las Órdenes religiosas antiguas. Por eso, la Tercera Orden de los M.S.C. se transformará en Fraternidad de los Devotos del Sagrado Corazón, que lentamente fue desapareciendo. En la actualidad ha vuelto a resurgir con fuerza con el nombre de Fraternidad Seglar M.S.C. o Laicos M.S.C., que es el nombre con que se la conoce ahora, y ya existen numerosos grupos de ella en gran parte de Europa, Amé-rica, África y Oceanía. Su carisma es el mismo que el de los Misioneros del Sagrado Corazón, pero vivido en el campo seglar.



Las misiones: "En tu Nombre echaré la red"

La fundación de los M.S.C., sin negarse a servir a la Iglesia dónde quiera que se les enviase, iba a circunscribirse en un principio trabajar en Issoudun y toda la zona del Indre, fuertemente descristianizada. Pero la Providencia quería otra cosa para la naciente Congregación. Inesperadamente llega al P. Chevalier un ruego del Papa León XIII, pidiéndole que la Congregación se haga cargó de la Misión de Melanesia y Micronesia.

Y, aunque los problemas inmediatos son muchos -era aún muy reciente la expulsión de Francia de todos los religiosos- y algunos miembros del Consejo General se oponen, la respuesta del P. Chevalier es la de María («Hágase tu voluntad») y la de Pedro («En tu nombre echaremos la red»). Fue en la fiesta del Sagrado Corazón, el 24 de junio de 1881, poco antes de que salieran los primeros misioneros, cuando un decreto de Roma confiaba oficialmente al cuidado de los Misioneros del Sagrado Corazón el Vicariato de Melanesia y Micronesia.

El día 1 de septiembre de 1881 se convierte en un día histórico para la Congregación: desde el puerto de Barcelona saldrá el primer grupo de Misioneros del Sagrado Corazón (tres Padres y dos Hermanos) hacia «tierra de infieles». Poco tiempo después les seguirá el P. Enrique Verius, el gran apóstol de Nueva Guinea. Su campo de acción era una vasta área de Oceanía. El Papa León XIII les envía un telegrama: «Su Santidad, el Papa León XIII, bendice cordialmente a los M. S. C., a sus bienhechores y a toda la Melanesia y Micronesia consagradas al Sagrado Corazón»

Este fue el comienzo de muchas páginas gloriosas de las historia misional de los M.S.C., de viajes difíciles, de sufrimiento y sacrificio, de muchos misioneros que murieron prematuramente por la fiebre y los efectos de la pobreza, mártires... Pero el esfuerzo abnegado de la larga lista de hombres que viajaron hacia todas las partes del mundo tuvo como efecto la edificación de la Iglesia en muchas tierras, tanto en África (Sudáfrica, Namibia, Senegal, República Democrática del Congo...), cómo en Asia (India, Corea, Indonesia, Filipinas, Japón...), en América (Brasil, Canadá, Estados Unidos, Méjico, Centroamérica, República Dominicana, Perú, Venezuela, Colombia, Argentina, Paraguay, Bolivia...), en Oceanía (Australia, Nueva Guinea, Rabaul, Kiribati...) y en Europa del Este (Eslovaquia, Polonia...). La zona asiática es dónde la Congregación se encuentra en la etapa más floreciente de su expansión. Estén donde estén, siempre Nuestra Señor será su más fiel colaboradora.



Expulsión y expansión

El año 1879 llevaba la Comunidad M.S.C. 25 años de existencia. Ese mismo año se declaró por segunda vez la República en Francia. Y, consecuencia de ello y de su marcado carácter anticlerical, la ofensiva contra todo lo que fuese clero y religión se desató. Las Órdenes y Congregaciones religiosas fueron expulsadas de Francia.

El 5 de noviembre de 1880, el P. Chevalier vio en un solo día a todos sus religiosos expulsados de Francia. Las puertas de la Basílica del Sagrado Corazón y la capilla de Nuestra Señora fueron cerradas y selladas por la policía y las fuerzas armadas. Él pudo quedarse por su condición de párroco y como respeto a su ancianidad. Y -los caminos de Dios nunca los entenderemos por nuestra falta de fe- ese fue el origen de la gran expansión de la familia M.S.C. por toda Europa y allende los mares. Francia, Bélgica, Italia, Inglaterra, Holanda, más tarde Alemania, España, frían-da..., fueron naciendo como Provincias a lo largo de los años, debido a esa persecución.

La gran diáspora se había convertido en la mayor gracia del Señor para extender la Congregación a todo el mundo. Europa se quedó pequeña para los M.S.C., y las nuevas Provincias que iban naciendo en otras partes del mundo iniciaban, en cuanto les era posible, su labor misionera a lo largo y ancho de todo el mundo.

A la vez que nombres famosos dedicados al servicio de la Iglesia, entre los que pueden contarse muchos obispos, la Congregación ha dado su sangre en diversos lugares en defensa de la fe: en Baining (Oceanía), en España, en China, en Guatemala... Amén del ejemplo glorioso del P. Choblet, leproso, enterrado en vida en un islote del Pacifico.



Los últimos años

Los muchos años y las muchas dificultades sufridas habían hecho mella en la salud del P. Chevalier. Fue mucho tiempo el que estuvo al mando del timón. Y no siempre surcó aguas bonancibles. Fueron también frecuentes sus obligados viajes a Roma y otros lugares para atender necesidades de la Congregación. Por eso pide que se nombre otro Superior General. El Capitulo reunido para tal efecto vota por mayoría absoluta que siga él en el cargo. Y, siempre aceptando la voluntad de Dios, el P. Chevalier se pone de nuevo al frente de la Congregación. En ella había vivido defecciones, rebeldías, sinsabores... y muchas alegrías. Ahora aprovecharía los últimos años que le quedaban para llevarla a buen puerto.

En 1904, su enfermedad se había agravado. Durante los años 1905 y 1906 hay una pequeña recuperación en su salud. Por eso vuelve con todo el empeño al trabajo parroquial y a revisar sus muchos escritos. Pero el cáliz aún no estaba lleno. El 21 de enero de 1907 es expulsado de la casa parroquial, y la Basílica de Issoudun es puesta a pública subasta. No obstante, la mano de Dios también seguía actuando, aprovechando, siempre para bien, el mal proceder de los hombres: El vizconde de Bonneval compra la Basílica y, no contento con eso, prepara con toda dignidad una tumba para el P. Chevalier en la cripta de la Basílica, a los pies de la Señora del Sagrado Corazón que él tanto había amado y a quien tanto había servido.

Cuando la policía se presenta en su casa para desalojarlo, debe hacerse constar la reacción de sus parroquianos como signo indicativo de lo mucho que le querían. Ninguno de ellos, negándose abiertamente, se prestó a descerrajar la puerta de la casa. Y, cuando la policía sacaba en andas al imposibilitado párroco, los vivas a su persona le acompañaron hasta la nueva casa que uno de sus parroquianos le había cedido.

Allí vivió hasta el momento de su muerte. El 7 de octubre del mismo año 1907 cayó definitivamente en cama. El 21 entregaba su alma al Señor. Aquel hombre, aquel sacerdote humilde que tanto había amado a los suyos, que tanto honor dio a la Virgen con el título de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, que confiaba absolutamente en el amor misericordioso de Dios, pasó a gozar del premio de sus trabajos. No tenía nada: la casa en que se cobijaba, la cama en que murió eran prestadas...

Los funerales resultaron, más que un cortejo fúnebre, una marcha de triunfo. Más de cien sacerdotes, la mayor parte de los canónigos de la Iglesia Metropolitana y de otras Diócesis vecinas y los Vicarios Generales de Bourges acompañaron el féretro. Desde la casa mortuoria hasta la iglesia parroquial y luego a la Basílica del Sagrado Corazón, el pueblo de Issoudun tributó el mejor de los homenajes a su querido párroco. Ahora sus cenizas descansan, en espera de la resurrección, en la cripta de la Basílica, a los pies de la Virgen a quien tanto amó y a quien honró con el más hermoso título con que es invocada en la tierra.


Testamento espiritual del P. Chevalier

Yo, Julio Chevalier, Misionero del Sagrado Corazón..., muero en la fe de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, a la que siempre he amado entrañablemente... Siempre he estado unido profundamente a la Santa Sede y a sus doctrinas... Doy gracias a Dios por ello; es una grandísima gracia que me ha hecho.

Pido a mis queridos hermanos que sean siempre fieles devotos de la Cátedra de San Pedro...; que convivan en la unión más cordial y perfecta...; que obedezcan hasta el heroísmo...; que abracen generosamente el sacrificio hasta la inmolación de sí mismos...; que sólo busquen la voluntad de Dios en todas las cosas, su gloria y el bien de las almas...

Pido humildemente perdón a todos mis hermanos por las molestias que haya podido causarles y por el mal ejemplo que les habré dado.

Perdono de todo corazón a mis enemigos, si los tengo, si he tenido alguno, a todos los que han buscado hacerme daño con la ingratitud o la calumnia. Mi alma está vacía de todo resentimiento. Me retracto de toda palabra u obra que haya podido ser mal interpretada, declarando que nunca tuve intención de hacer daño ni de molestar a nadie...

A punto de comparecer ante el Supremo Juez, creo poder declarar... que en todas las cosas sólo he buscado la gloria del Sagrado Corazón de Jesús y el bien de nuestra pequeña Congregación y el de sus miembros. Confieso humildemente que no he estado a la altura de la misión que me fue confiada. El abuso de la gracia y mis numerosos pecados han paralizado muchas veces la acción de la Divina Providencia...

Confío a mis hijos, Misioneros del Sagrado Corazón, y pongo bajo su protección a las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, tan buenas y de tanta entrega, de las que se ocuparán y a las que prestarán todos los servicios que puedan. Tenemos la misma cuna. Han nacido, como nosotros, del Corazón de Jesús, mediante la poderosa intercesión de María. Les ruego que se ocupen de sus intereses, los sirvan como padres, velen por ellas y les presten \todos los servicios que puedan» (Julio Chevalier: Testamento Espiritual, 1881 y 1904)

(Madre y Maestra nº 437)


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