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16 En los torbellinos de la historia: El P. Julio Chevalier msc, ¿Quién es? (Jean Tostain msc)

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EN LOS TORBELLINOS DE LA HISTORIA

 

En 1872, la parroquia de Issoudun se encuentra  vacante.  El  P.  Maugenest, religioso  de  corazón,  pero  de  hecho sacerdote diocesano, se cansó de estar “sentado entre dos sillas”. No podía volver a ser Misionero del Sagrado Corazón sin obligar al obispo a retractarse, pero siempre atraído por la vida religiosa y la predicación, entró con los Dominicos. El Arzobispo pide entonces al Padre Chevalier que acepte el cargo de párroco.

Alega dos  razones:  primero,  una perfecta armonía entre la Basílica y la parroquia para el bien de Issoudun. Después, un gran temor por el porvenir suscitado por los trastornos políticos que se vislumbran. Hay que temer que las Congregaciones conozcan las más grandes dificultades en un futuro cercano. La parroquia, para los Padres, podría ser una base de retirada.

En efecto, más de 50 años después de la Revolución, Francia tiene problema para encontrar su identidad, vacilando entre la nostalgia  del  pasado  tumultuoso  pero conocido, y por tanto tranquilizador, y las incertidumbres de un nuevo universo lleno de promesas y de peligros. Por eso es que ese siglo 19 es un período fascinante. Es verdaderamente el centro entre el mundo viejo y el mundo moderno; y la Iglesia es llevada en ese torbellino, a menudo contra su voluntad.

La Revolución fue una conmoción, una perturbación. Esa perturbación hubiera podido ser de otra manera, sin tanta violencia. Pero nadie se dio cuenta de que era necesaria, inevitable. La gente la sufrió entonces  tratando de salvar desesperadamente fragmentos de lo que habían sido sus  auténticos valores,  su seguridad y su normalidad. Cuando una casa se derrumba, se tiene la tentación de apuntalarla, de tapar las grietas, de esconder los daños, para conservarle su antiguo aspecto. Pero ha llegado el tiempo de hacerla nueva, desde la base. Una casa reconstruida sobre las bases sólidas de la vieja, pero respondiendo mejor a las necesidades de cada uno, más acogedora para todos, y más segura frente a las tempestades por venir.

Antes de 1789, la Iglesia abarcaba todos los sectores de la vida humana. Después de la Revolución, un mundo se constituye fuera de la Iglesia: la sociedad industrial, las nuevas filosofías, el mundo científico. Por mucho tiempo, la Iglesia ha levantado barreras contra las amenazas del mundo exterior. Y ahora surge el riesgo de que se quede extraña al mundo. Los obispos, procedentes de familia de notables, no son insensibles a la miseria de los suburbios obreros, pero existe en ellos una especie de incapacidad para analizar las causas, y por ende para encontrar los remedios. Las antiguas  parroquias  urbanas  aumentan desmedidamente. No hay más contacto con el sacerdote. El Clero permanece en el plano estrecho de la moral individual: los patronos deben  ser  generosos,  y  los  obreros, virtuosos.

Los  primeros  socialismos  hacían referencia al Cristianismo. En la segunda mitad del siglo, se vuelven irreligiosos, considerando a la Iglesia como solidaria del poder explotador. Es el tiempo de Prudhon, de Marx, de la primera Internacional. Los responsables religiosos  no pueden sino oponerse a ese socialismo que niega a Dios, pero no tienen otro tema de prédica que la resignación y el fomento de las obras caritativas. Los cristianos que se interesan por  los  problemas  sociales  son  los conservadores.  Sueñan con una contra-revolución que restablecería el antiguo orden y pondría {in al desorden presente. Son generosos pero muy paternalistas.

Habrá que esperar la encíclica "Rerum Novarum" (en 1891: un poco tarde) para que aparezca algo más realista. León XIII constata en ella que el mundo ha cambiado, que la concentración de las riquezas en las manos de unos pocos trae una "miseria no merecida" para los otros.  Llama a los católicos a abrir por fin los ojos sobre el mundo en el que viven.

En ese contexto, el lugar del P. Chevalier es completamente original. No tiene  posición  prefabricada  frente  al problema social. Contrariamente a muchos otros, no tiene solución que proponer. La formación  que ha recibido  no  lo ha preparado a tomar los problemas de su época por la fuerza. Su intuición, su fin, su "misión", su pasión se sitúan en otro plano. "Todo  principio  y  todo  sentimiento religiosos  han  desaparecido  de  las instituciones, decía la encíclica de León XIII, y los trabajadores están aislados y sin defensa.." Es exactamente el sentimiento de Julio Chevalier, y quiere sacar a los hombres de su aislamiento, presentándoles a un Dios muy cercano. No un Dios paternalista que legisla , condena y recompensa; no un Dios lejano que acepta más o menos la necesidad de misterio y de sagrado que hay en todo corazón humano; sino un Dios cercano, humano. Un Dios que ama y que espera una sola cosa: ser amado.

Julio Chevalier piensa que es el Amor que salvará al mundo. No quiere restablecer nada, ni restaurar nada. Es un mundo nuevo que tiene a la vista (del Corazón de Cristo, veo surgir un mundo nuevo.."). Cuando uno ama y se siente amado, todo se hace nuevo, se ve todo bajo una nueva luz, y se encuentran caminos nuevos. No hay más deberes ni obligaciones, porque se toma la delantera y se los rebasa. No existen mas indecisiones,  ni  temores,   ni búsqueda angustiada y estéril, pues el amor es espontáneo,  creativo,  y mira hacia el porvenir.

El P. Chevalier no propone soluciones a los males de su tiempo, sino la manera de eliminar su fuente. Nacen como efecto de la indiferencia, del egoísmo, de la ignorancia, de la envidia, de la injusticia, de la mentira. Y san Pablo dice: "El amor es paciente, servicial y sin envidia. No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad.." (1 Cor. 13,4-6).

Podríamos  agregar:  el  amor,  el verdadero, no excluye a nadie. Pues el que ama quisiera compartir su felicidad con todos. Por eso es que en boca del P. Chevalier se repiten esas palabras: todos.. en todas partes. La indiferencia contra la que quiere luchar primero es  la falta  de referencia no a ciertos valores, sino a Alguien, luchar contra el anonimato, la soledad, la tristeza, la vida sin meta.

Esas reflexiones eran necesarias para comprender  la  continuación  de  los acontecimientos en que serán arrastrados el P. Chevalier y su Congregación. Se podría pensar que vivió esa época, llevado contra su voluntad  por  aventuras  que  no  le interesaban. Poco importa lo que se haga, aparecerá a menudo como el pequeño sacerdote que fundó "su" obra en el marco de una pequeña ciudad, aislado del mundo agitado.  Solamente  las  circunstancias hubiesen provocado la extensión de su congregación.  Ahora  bien,  desde  el comienzo, es la toma de conciencia de los males de su tiempo que determinó al P. Chevalier a fundar su congregación para dar a conocer a todos los hombres el amor de Cristo.

En el momento en que el obispo recurre a él para encargarse de la parroquia de Issoudun, graves acontecimientos habían sucedido en Francia. La breve guerra de 1870 trajo la caída de Napoleón III. El país está traumatizado por la derrota. Las elecciones de 1871 dan una mayoría rural y conservadora que espera una restauración de la monarquía. Pero la población de París se subleva contra la Asamblea y el gobierno de Thiers. La "Comuna"  es proclamada. Violentas medidas son tomadas contra la Iglesia:  confiscaciones,  detenciones.  La represión ordenada por Thiers es terrible (varias decenas de millares muertos). Los rebeldes, por su parte, fusilaron sus rehenes (entre otros el Arzobispo Mons. Darboy y 24 sacerdotes).

Una vez sometida la revuelta de la Comuna,  el Gobierno y  la Asamblea (llamada del "Orden Moral") se muestran muy favorables a la Iglesia. Comienza la construcción de la Basílica de Montmartre, declarada  de  "utilidad  pública".  Cien diputados siguen oficialmente una procesión nacional a Paray-le-Monial. Una ley concede la libertad a la enseñanza superior católica.. Todas esas medidas exasperan al campo de los "Republicanos" que esperan su revancha. En  adelante  hay  dos  Francia:  una, "republicana", anticlerical y laica a ultranza; la otra, "monárquica" por oposición, ligada, sin matices, a los valores tradicionales.

Y el P. Chevalier, ¿de cuál Francia es miembro? De ninguna. Se situaba muy por arriba. Se dijo que era realista. Digamos solamente que no era republicano: lo que no es la misma cosa. Era imposible que fuera "republicano" en el  sentido que tenía entonces ese nombre. Pues el republicano se define, en esa época, por su admiración hacia la Revolución que ha arrancado a los franceses a la servidumbre de los nobles y de los sacerdotes. Cree también en el progreso indefinido de la Ciencia. El católico le aparece como el adversario que quiere restablecer la monarquía, y como el testigo de una religión oscurantista, llamada a desaparecer (y que hay que ayudar a desaparecer).

En ese contexto, el P. Chevalier acepta ser párroco de Issoudun. El obispo le hizo ver que era prudente prever una alternativa. Las   congregaciones   religiosas   serán perseguidas. Pero el más "republicano" de los gobiernos no podrá atacar a los curas de parroquia. La población no lo permitiría. Para el P. Chevalier, ser párroco era la seguridad de permanecer en Issoudun y de salvar su obra, a lo menos en parte.

Recordamos que en los comienzos de su instalación en el "Sagrado Corazón", el P. Chevalier hizo todo lo posible para no estar limitado  a  una  parroquia.  Pero  las circunstancias han cambiado. Quince años antes,  eran  solamente  dos  sacerdotes. Aceptar una parroquia era emplear toda la Congregación en ese ministerio. Ahora, no será más que una obra entre otras. Y el P. Chevalier siempre ha dicho que se puede ser Misionero del Sagrado Corazón en todas partes: como párroco, profesor, capellán, misionero en países lejanos. La única cosa que lo hizo vacilar es que él mismo estaba sobrecargado: ¿podría llevar todo al mismo tiempo?

Sí, lo podrá. Y lo hará muy bien, mientras  se  ocupa  activamente  de  su Congregación,    sacudida  por  los acontecimientos y que, a pesar de eso (quizá por  eso),  se  desarrolla.  Supervisa  la peregrinación a la que da un impulso nacional e internacional, vigila la organización de la Archicofradía de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, que tiene ahora su sede en Roma y está establecida en numerosos países. Además, y sobre todo, será el tiempo de su segunda gran obra: la Congregación de las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, que funda y ayuda a su desarrollo.

Pero   también   transformará   la parroquia  en  profundidad.  Su  primera preocupación será los catecismos a los que da vigor y seriedad. Instituye una misa de los niños, una misa para los hombres, la adoración perpetua, y numerosas obras de caridad y de piedad para los jóvenes, muchachas y muchachos, los hombres y las mujeres. Sabe movilizar todas las buenas voluntades y se hace ayudar por los Padres jóvenes. Y a pesar de todas esas actividades y    preocupaciones, comienza  la reconstrucción  de la  inmensa iglesia parroquial, en ruina desde la Revolución. Su pena será de no haber podido terminar la aguja del campanario, por la mala voluntad de la municipalidad. Permanecerá párroco de Issoudun durante 35 años: hasta su muerte.

Sin embargo, en Francia, las cosas cambian, como era previsible. En 1876, estrenando la nueva Constitución de la República, aceptada con un solo voto de mayoría, los electores escogen la Asamblea. Por primera vez, el voto universal está vigente (hasta ese momento existía el voto censual: podían votar solamente los que pagaban ciertos impuestos). El resultado es indicativo: las dos terceras partes de los diputados son republicanos fanáticos. El Presidente Mac-Mahon resiste sólo tres años y renuncia en 1879. El republicano Grevy se convierte en Presidente, con un gobierno republicano y una gran mayoría republicana. El ministro de Educación, Julio Ferry, se mostrará particularmente activo y eficaz.

Los Republicanos quieren reducir la religión a la vida privada ("El enemigo es el clericalismo", es el slogan de moda). Y la Iglesia tiene en sus manos la casi totalidad de la enseñanza secundaria y primaria, educando, de hecho, opositores al gobierno. Para poner un supuesto orden, Julio Ferry toma una serie de medidas. Una ley decreta la enseñanza primaria gratuita y obligatoria. En consecuencia, cada departamento deberá mantener una escuela normal laica. Esas medidas fueron recibidas casi sin oposición; entonces se dio otro paso: la enseñanza privada es tolerada, pero solamente las Congregaciones  con visto bueno del gobierno podrán enseñar.

Se apunta principalmente a los Jesuitas en la enseñanza secundaria, así como a los Dominicos. Pero la mayoría de las pequeñas congregaciones  (aun  las  que  tienen solamente escuelas primarias) se unen, sea por solidaridad con los Jesuitas, sea porque juzgan inútil pedir la autorización que, piensan, les será sistemáticamente negada. Delante de ese frente opositor, el Gobierno decide  la  expulsión  de  todas  las congregaciones no autorizadas.

En conformidad con el clima de la época, las cosas se desarrollan sin suavidad. La policía, la gendarmería, el ejército ejecutan las órdenes duramente, tumbando puertas y expulsando a los religiosos sin miramiento. En ciertos lugares, hartos de las reacciones hostiles de la población, los soldados sobrepasan las consignas, quitando los crucifijos y se dedican a profanaciones inútiles. Los católicos permanecerán traumatizados por mucho tiempo.

En Issoudun, donde se conoce el cariño de los habitantes por su "Sagrado Corazón", las autoridades toman toda clase de precauciones. El 5 de noviembre de 1880 (un viernes primero), desde las 5 de la mañana, la plaza es invadida por la tropa. La gendarmería a caballo guarda las calles, todos los guardias municipales están en pie. El prefecto y el subprefecto están allí para vigilar las operaciones. El comisario de policía, llevando su insignia, se presenta a las 7, rodeado de sus agentes, de un cerrajero con un manojo de llaves y de un carpintero armado de una hacha para tumbar las puertas en caso de resistencia.

Después de las intimaciones legales, el cerrajero abre las puertas. Delante de una de ellas, el P. Chevalier está de pie y protesta con  energía  contra  esa  violación  de domicilio. El comisario no hace caso y, acompañado de sus agentes y del cerrajero, visita todas las habitaciones, las manda a abrir por la fuerza y expulsa a los misioneros, por la fuerza de las armas. Después se cierra la Basílica y es declarada prohibida al culto. Se le pone los sellos.

El único refugio que queda a los Misioneros del Sagrado Corazón es la casa curial de Issoudun, declarada oficialmente propiedad de la diócesis. Los Padres que no caben en ella son acogidos por familias de la ciudad. En cuanto a los alumnos de la Pequeña Obra que salieron de Chezal-Benoit algunos   días   antes,   previendo   los acontecimientos, serán alojados aquí y allá en dormitorios improvisados, acomodados de prisa.

Al anochecer, los vitrales de la capilla de Nuestra Señora del Sagrado Corazón brillan todavía durante algunas horas por el reflejo de las pequeñas lámparas de aceite. Y… ellas también se apagan...

 


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