15. ¿DEBE LA IGLESIA PEDIR PERÓN POR SUS ERRORES?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
15. ¿DEBE LA IGLESIA PEDIR PERDÓN POR
SUS ERRORES?
Un hombre nunca debe
avergonzarse
por reconocer
que se equivocó,
que es
tanto como decir
que hoy
es más sabio de lo que fue ayer.
Jonathan Swift
Un acto de coraje y humildad
Hoy es corriente, por
fortuna, que instituciones y Estados pidan públicamente perdón por agravios
cometidos por sus antecesores. También la Iglesia, sobre todo desde el
Concilio Vaticano II, se ha mostrado dispuesta a realizar esa tarea de
revisión histórica de los errores e incoherencias de los católicos a lo
largo de los siglos.
La Iglesia, al exponer
las verdades del depósito de la fe que tiene confiado, goza de una
infalibilidad otorgada por el mismo Jesucristo. Esa infalibilidad, según la
doctrina católica, se extiende a las declaraciones del magisterio solemne,
al magisterio ordinario y universal, y a lo propuesto de modo definitivo
sobre la doctrina de la fe y las costumbres. Sin embargo, en las actuaciones
personales de los católicos, ha habido y habrá siempre errores, más o menos
graves, como sucede en todos los seres humanos. La Iglesia asume con una
viva conciencia esos pecados de sus hijos, recordando con dolor todas las
circunstancias en las que, a lo largo de la historia, los católicos se han
alejado del espíritu de Cristo y de su Evangelio, ofreciendo al mundo, en
vez del testimonio de una vida inspirada en los valores de la fe, el
espectáculo de modos de pensar y actuar que eran verdaderas formas de antitestimonio y
de escándalo.
Por eso la Iglesia anima
a sus hijos a la purificación y el arrepentimiento de todos los errores,
infidelidades, incoherencias y lentitudes. Hacerlo ha supuesto un acto de
coraje, y también una manifestación de humildad, y por tanto, una mayor
aproximación a Dios. La Iglesia, al revisar su historia y suscitar el
arrepentimiento por los eventuales errores y deficiencias de cuantos han
llevado y llevan el nombre de cristianos a lo largo de la historia, da
ejemplo de lo que predica constantemente.
Por el vínculo que en la
Iglesia une a todos los fieles, los cristianos de hoy llevamos de alguna
manera el peso de los errores y de las culpas de quienes nos han precedido
(aun no teniendo responsabilidad personal en esos errores), y en ese sentido
la Iglesia pide ahora perdón por esas culpas. La Iglesia abraza a sus hijos
del pasado y del presente en una comunión real y profunda, y asume sobre sí
el peso de las culpas también pasadas, para purificar la memoria y vivir la
renovación del corazón y de la vida según la voluntad del Evangelio.
Sin pedir nada a cambio
La Iglesia pide perdón y,
a su vez, ofrece su perdón a cuantos la han ofendido (cuestión bastante
significativa si se piensa en tantas persecuciones como los cristianos han
sufrido a lo largo de la historia). Pero la Iglesia no exige la petición de
perdón ajena como premisa de la propia. No pide nada a cambio.
Pedir perdón de las
culpas del pasado es un signo de vitalidad y de autenticidad de la Iglesia,
que refuerza su credibilidad y ayudará a modificar esa falsa imagen de
oscurantismo e intolerancia con que, por ignorancia o por mala fe, algunos
sectores de opinión se complacen en identificarla. Esclarecer la verdad será
siempre una liberación.
Dilucidar la verdad histórica
La Iglesia es una
sociedad viva que atraviesa los siglos, y a través de ese caminar por la
historia, no puede evitar que el grano bueno esté mezclado con la cizaña,
que la santidad se establezca junto a la infidelidad y el pecado.
Clarificar la verdad hará
que la luz destaque más sobre las sombras, porque, junto a sus fallos,
destacarán sus grandes méritos. No puede olvidarse que es la Iglesia quien
inició los hospitales, los hospicios, las escuelas, las universidades; que
millones de cristianos, en todo el mundo, se han dedicado a una tarea
misionera que era también una tarea de asistencia, de caridad, muchas veces
heroica hasta el martirio. Hay que evitar tanto una apologética que pretenda
justificarlo todo, como una culpabilización indebida,
propia de cristianos acomplejados.
La Iglesia no tiene miedo
a la verdad que emerge de la historia. Está dispuesta a reconocer
equivocaciones allí donde se hayan verificado. Pero desconfía de los juicios
generalizados de absolución o de condena respecto a las diversas épocas
históricas. Confía en la investigación paciente y honesta sobre el pasado,
libre de prejuicios de tipo confesional o ideológico.
Su petición de perdón no
es ostentación de humildad ficticia, ni retractación de su historia,
ciertamente rica en méritos en el terreno de la caridad, de la cultura, de
la santidad. Responde más bien a una irrenunciable exigencia de verdad, que,
junto a los aspectos positivos, reconoce los límites y las debilidades
humanas de las sucesivas generaciones de cristianos.
El hecho de que algunas
veces a lo largo de la historia la verdad se haya alzado con aires o con
hechos de intolerancia, e incluso que en su error haya llegado a llevar
hombres a la hoguera, no es culpa de la verdad, sino de quienes no supieron
entenderla. Todo, hasta lo más grande, puede degradarse. Es cierto que el
amor puede hacer que un insensato cometa un crimen, pero no por eso hay que
abominar del amor, ni de la verdad, que nunca dejarán de ser las raíces que
sostienen la vida humana.