17. ¿CUÁL FUE EL ERROR EN EL CASO GALILEO?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
17. ¿CUÁL FUE EL ERROR EN EL
CASO GALILEO?
Pronto se arrepiente
el que
juzga apresuradamente.
Pablio Siro
Una comparación
—¿Y
qué me dices del famoso caso Galileo, quemado en la hoguera por defender una
teoría científica hoy comúnmente aceptada?
Hay un poco de leyenda en
todo eso. No quisiera ser puntilloso, pero lo cierto es que Galileo falleció
el 8 de enero de 1642, de muerte natural, a los 78 años de edad, en su casa
de Arcetri,
cerca de Florencia. No pasó ni un solo día en la cárcel ni sufrió ninguna
violencia.
—Bien, pero es evidente
que el proceso fue todo un error…
Efectivamente –te
contesto glosando ideas de Mariano Artigas–, nueve años antes había tenido
lugar en Roma el famoso proceso, y es cierto que desde entonces tuvo que
vivir en arresto domiciliario (aunque pudo seguir adelante con sus trabajos,
y precisamente en esa época publicó su obra más importante).
Hay que decir que tres de
los diez dignatarios del tribunal se negaron a firmar la sentencia, y que el
Papa nada tuvo que ver oficialmente con aquel proceso, que ciertamente fue
lamentable y no debió producirse.
Pero el error de aquel
tribunal –reconocido oficialmente ya en 1741– no compromete la autoridad de
la Iglesia como tal, entre otras cosas porque sus decisiones no gozaban de
infalibilidad ni iban asociadas a ninguna definición “ex cathedra” del Papa.
Pese a ello, este caso,
convenientemente manipulado, ha sido la bandera que muchos han tomado para
alimentar el mito de que ciencia y fe son incompatibles. Y suelen hacerlo
con una notable falta de ponderación a la hora de mirar hacia la verdad de
la historia. Por poner un ejemplo que sirva de comparación, creo que nadie
perdería su fe en Francia por el mero hecho, trágicamente real, de que el 8
de mayo de 1794 un tribunal francés guillotinase al gran protagonista de la
revolución científica de la química de su tiempo,Antoine Laurent
Lavoisier, a los 51 años de edad. Y supongo que nadie reniega hoy de la
autoridad de la República Francesa porque, al pedir el indulto, el
presidente de aquel tribunal dijera solemnemente que "la República no
necesita sabios". Con esto no quiero atacar a Francia, ni a la Revolución
Francesa, ni a la república, ni pretendo hacer comparaciones demagógicas,
solo quisiera llamar la atención sobre las tan diferentes conclusiones que
algunos sacan de uno y otro caso.
Una vieja controversia
El caso Galileo ha sido
durante más de tres siglos una incesante fuente de malentendidos y
polémicas. Los errores del proceso fueron intencionadamente exagerados y
sacados de contexto por el pensamiento ilustrado, que quiso hacer de aquel
asunto el paradigma del comportamiento de la Iglesia frente a la ciencia.
Desde entonces hasta nuestros días, se ha propuesto como símbolo de la
supuesta oposición de la Iglesia al progreso científico.
Esa idea fue creciendo y
consolidándose con el tiempo, hasta que se hizo patente la necesidad de que
la Iglesia lo abordara de nuevo para clarificarlo a fondo. Por eso, cuando
Juan Pablo II ordenó en 1981 abordar con todo rigor un estudio a fondo sobre
los errores cometidos por el tribunal eclesiástico que juzgó las enseñanzas
científicas de Galileo, se abrió un panorama fecundo para la relación entre
ciencia y fe.
Juan Pablo II constituyó
una comisión que se ocupó de estudiar el caso durante once años, en todos
sus aspectos teológicos, históricos y culturales. Esa comisión investigó
exhaustivamente lo que ocurrió, cómo se produjo el conflicto y cómo se
desarrollaron los hechos.
Después de más de tres
siglos y medio, las circunstancias han cambiado mucho y a nosotros nos
parece evidente el error que cometieron la mayoría de los jueces de aquel
tribunal. Pero en aquel momento el horizonte cultural era muy distinto al
nuestro. Había una situación de transición en el campo de los conocimientos
astronómicos. Galileo defendía la teoría heliocéntrica de Copérnico (que
situaba el Sol, no la Tierra, en el centro del Universo), una hipótesis que
aún no había sido oficialmente reconocida por la comunidad científica de la
época, por lo que Galileo no solo se enfrentó a la Iglesia, sino también a
la ciencia de su tiempo. Ciertos teólogos de aquella época, herederos de la
concepción unitaria del mundo que se impuso por entonces, no supieron
interpretar el significado profundo, no literal, de las Sagradas Escrituras
cuando, en el libro del Génesis, se describe la estructura física del
universo creado. Ese error les llevó a trasponer de forma indebida una
cuestión de observación experimental al ámbito de la fe.
La verdad sobre la condena
—¿Y
se ha reconocido el gran sufrimiento que padeció Galileo por parte de
hombres e instituciones de Iglesia?
Juan Pablo II reconoció
la grandeza de Galileo, y lamentó profundamente los errores de aquellos
teólogos. Aunque, siendo objetivos, hay que decir que en torno a estos
sufrimientos se ha creado un gran mito. Según una amplia encuesta realizada
por el Consejo de Europa entre estudiantes de ciencias de todo el
continente, casi el 30 % tienen el convencimiento de que Galileo fue quemado
vivo en la hoguera por la Iglesia; y el 97 % están seguros de que fue
sometido a torturas. Durante tres siglos, pintores, escritores y científicos
han descrito con todo lujo de detalles las mazmorras y torturas sufridas por
Galileo a causa de la cerrazón de la Iglesia. Y en eso no hay nada de
verdad.
Es indudable que Galileo
sufrió mucho, pero la verdad histórica es que fue condenado solo a “formalem carcerem”,
una especie de reclusión domiciliaria. No pasó ni un día en la cárcel, ni
sufrió ningún tipo de maltrato físico. No hubo por tanto mazmorras, ni
torturas, ni hoguera. También es incuestionable que varios jueces se negaron
a suscribir la sentencia, y que el Papa tampoco la firmó.
Galileo pudo seguir
trabajando en su ciencia, siguió recibiendo visitas y publicando sus obras,
hasta que murió pacíficamente nueve años después en su domicilio, en Arcetri,
cerca de Florencia, como ya hemos dicho. Viviani,
que le acompañó durante su enfermedad, testimonia que murió con firmeza
filosófica y cristiana, a los setenta y siete años de edad, en su cama, con
indulgencia plenaria y la bendición del Papa. Galileo vivió y murió como un
buen creyente.
—De todas formas,
reconocer ahora ese error significa que el Magisterio de la Iglesia puede
equivocarse...
Ya hemos dicho que las
resoluciones judiciales de un tribunal de esas características no
comprometen el Magisterio de la Iglesia. Juan Pablo II, al término de los
trabajos de la citada comisión, recordó la famosa frase de Baronio:
“La intención del Espíritu Santo fue enseñarnos cómo se va al cielo, no cómo
está estructurado el cielo”. La asistencia divina a la Iglesia no se
extiende a los problemas de orden científico-positivo.
La infeliz condena de
Galileo está ahí para recordárnoslo. Este es su aspecto providencial. Es
cierto que se ha tardado quizá demasiado tiempo en abordar a fondo este
asunto. Por eso la Iglesia ha deplorado en diversas ocasiones ciertas
actitudes que a veces no han faltado entre los mismos cristianos, que no han
entendido suficientemente la legítima autonomía de la ciencia. De todos
modos, hay que recordar que Galileo Galilei, como científico y como persona,
ya estaba rehabilitado desde hacía mucho tiempo. De hecho, cuando en 1741 se
alcanzó la prueba óptica del giro de la Tierra alrededor del Sol, Benedicto
XIV mandó que el Santo Oficio concediera el “imprimatur”a la
primera edición de las obras completas de Galileo. Y en 1822 hubo una
reforma de la sentencia errónea de 1633, por decisión de Pío VII.
Diálogo entre ciencia y fe
Ante estas u otras
leyendas, en las que la verdad histórica ha quedado empañada y deformada, es
preciso reaccionar, en nombre de aquella verdad y aquel respeto que hoy
invocamos para todos.
Las perspectivas del
diálogo entre ciencia y fe son ahora más prometedoras, partiendo de la
esperanza que da la clarificación de este triste caso. El mito de la
incompatibilidad entre la ciencia y fe empieza ya a declinar. Por otra
parte, también la Iglesia se interroga hoy más que nunca sobre los
fundamentos de su fe, sobre cómo dar razón de su esperanza al mundo de hoy.
La ciencia es cada vez más consciente de sus propios límites y de su
necesidad de fundamentación. Por eso, ciencia y fe están llamadas a una
seria reflexión, a tender puentes sólidos que garanticen la escucha y el
enriquecimiento mutuos, pues no puede olvidarse que la ciencia moderna se ha
desarrollado precisamente en el Occidente cristiano y con el aliento de la
Iglesia. La fe ha constituido a lo largo de la historia una fuerza
propulsora de la ciencia.