18. ¿CÓMO ACTUÓ LA IGLESIA ANTE EL NAZISMO?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
18. ¿CÓMO ACTUÓ LA IGLESIA ANTE EL
NAZISMO?
La Santa Sede y el
Holocausto nazi
La acción más prudente y
eficaz
Haz lo que sea justo.
Lo demás vendrá por sí
solo.
Goethe
La Santa Sede y el Holocausto nazi
De vez en cuando se
repite la acusación de que la Iglesia católica mantuvo una actitud un tanto
confusa ante el exterminio de millones de judíos durante la Segunda Guerra
Mundial.
Estas críticas no
comenzaron hasta 1963, cuando se estrenó una obra teatral del dramaturgo
alemán Rolf Hochhuth,
y desde entonces han venido repitiéndose con una notable falta de
documentación histórica.
La realidad, en cambio,
es que las más contundentes y tempranas condenas del nazismo en aquellos
años provinieron precisamente de la jerarquía católica. Y si no fueron más
contundentes aún fue por los difíciles equilibrios que hubieron de hacer
para denunciar los abusos de Hitler sin poner en peligro la vida de millones
de personas. Nunca dejaron de combatir y condenar los atropellos nazis. Pero
tenían las manos atadas: pronto comprobaron que cuando arreciaban sus
denuncias, las represalias nazis eran mucho mayores.
Un breve repaso histórico
Adolf Hitler fue nombrado
Canciller alemán el 28 de enero de 1933. Su partido, el nacionalsocialista,
estaba en minoría, pero Hitler tardó solo tres días en convocar nuevas
elecciones. Con una mayoría absoluta por escaso margen, los nazis aprobaron
una ley de plenos poderes. Un año después, el 2 de agosto de 1934, fallecía
el presidente alemán, mariscal Hindenburg.
Tan solo una hora después, se anunció que se unificaban los puestos de
presidente y canciller en la persona de Hitler. Se convocó un plebiscito
para ratificar la medida, y gracias a la poderosa maquinaria de propaganda
nazi en manos de Goebbels,
el 19 de ese mismo mes el pueblo alemán votó afirmativamente por abrumadora
mayoría y Adolf Hitler se convirtió en amo absoluto de Alemania.
Desde 1930, tanto Pío XII
como la jerarquía católica alemana mostraron su preocupación por las
consecuencias del pensamiento nazi. Los obispos redactaron cartas pastorales
con ocasión de las elecciones, recordando los criterios morales sobre el
voto y las ideas que resultaban inaceptables para un católico. No puede
decirse que los católicos recibieran con indiferencia esas declaraciones,
pues el gran ascenso nacionalsocialista se registró sobre todo en las zonas
de mayoría protestante.
Poco después del triunfo
nazi de 1933, los obispos alemanes publicaron otra carta colectiva del
episcopado que hablaba con enorme claridad sobre cómo los principios nazis
de la sangre y de la raza conducían a injusticias gravemente contrapuestas a
la conciencia cristiana. También enviaron un mensaje al gobierno,
manifestando la repulsa unánime del episcopado católico ante esos
atropellos.
Ante esto, Hitler pensó
que sería más práctico intentar abrir una brecha entre los obispos alemanes
y la Santa Sede. Esta fue una de las razones por las que vio con buenos ojos
la posibilidad de firmar con la Santa Sede un concordato.
En la Santa Sede
acogieron bien la idea del concordato, pues pensaban que era mejor intentar
entenderse con los regímenes hostiles a la Iglesia, como se había
demostrado, por ejemplo, con ocasión de la reciente república española. La
Iglesia no se hacía muchas ilusiones con ello, pero consideraba que al menos
serviría de referencia para denunciar previsibles abusos que cometieran las
autoridades alemanas, y quizá así mitigarlas. Es difícil calibrar hasta qué
punto sirvió para lograr ese objetivo, pero no parece que fuera muy
desacertado aquel concordato de 1933 si se tiene en cuenta que sigue hoy
todavía vigente.
El gobierno nazi
incumplió el concordato desde el primer momento y hostigó a la Iglesia de
diversos modos. Organizó, por ejemplo, una campaña de desprestigio con
varios procesos amañados contra personalidades eclesiásticas.
En enero de 1937 se
desplazaron a Roma, con la máxima discreción, los principales representantes
del episcopado alemán (los cardenales Bertram, Faulhaber y Schulte,
y los obispos Preysing y
von Galen),
para solicitar una nueva intervención pontificia que condenara formalmente
el nazismo. De ahí nacería la encíclica “Mit brennender sorge“
(Con ardiente preocupación), que hubo de ser introducida en el país
de modo clandestino y fue leídael domingo
21 de marzo de 1937 en los 11.000 templos católicos alemanes. Fue un
aldabonazo enorme. La denuncia de la ideología y la conducta nazis era
clarísima: racismo, divinización del sistema, etc. No faltaban referencias a
lo que hoy se denominaría “culto a la personalidad”.
Nunca el régimen nazi
recibió en Alemania una contestación semejante a la que se produjo con la
”Mit brennender sorge“.
Al día siguiente, el órgano oficial nazi, “Volskischer Beobachter“,
publicó una primera réplica a la encíclica que, sorprendentemente, fue
también la última. El ministro alemán de propaganda, JosephGoebbels,
advirtió enseguida la fuerza que había tenido esa declaración y, con el
control total de prensa y radio que ya tenía por esas fechas, decidió que lo
mejor era ignorarla completamente.
—Pero en Austria me
parece que la actitud de la jerarquía católica no fue tan firme...
Cuando Hitler invade
Austria en marzo de 1938, aquella anexión –el “anschluss“–,
fue en general bastante bien recibida, por la inestabilidad que sufría
Austria y por la imagen que el régimen alemán había logrado adquirir con la
activa propaganda nazi.
En ese ambiente de
euforia, Hitler, que era austriaco de nacimiento, llegó a Viena y se
entrevistó con el cardenal Innitzer,
del que logró con engaño una desafortunada declaración del episcopado
austriaco en que se le daba la bienvenida y se ensalzaba el
nacionalsocialismo alemán.
Enseguida vio lnnitzer que
había cometido un grave error, y añadió una nota aclaratoria. Como era de
suponer, la propaganda nazi aireó la declaración, pero omitiendo toda
referencia a esa nota aclaratoria. Innitzer fue
llamado a Roma y a los pocos días publicó una rectificación mucho más
contundente. Solo después fue recibido por Pío XI, pues hasta entonces no
había querido hacerlo. La respuesta nazi fue ignorar la rectificación,
suprimir las organizaciones juveniles católicas, la enseñanza de la religión
y hasta la Facultad de Teología de lnnsbruck.
El palacio arzobispal de lnnitzer fue
asaltado y arrasado por las juventudes hitlerianas.
La acción más prudente y eficaz
—¿Y
no debían haber formulado condenas aún más públicas y explícitas de lo que
fueron?
Con el estallido de la
guerra, el régimen nazi se radicalizó. Las grandes deportaciones y el
exterminio programado de los judíos comenzó en
la segunda mitad de 1942. Están apareciendo ahora numerosos documentos que
prueban que los gobiernos aliados estaban bastante bien informados de esas
atrocidades, y que la Santa Sede hizo tenaces y continuos esfuerzos para
oponerse a todos esos terribles atropellos. El aparente silencio de la Santa
Sede durante una etapa de la guerra escondía una acción cauta y eficaz para
evitar en lo posible esos crímenes.
Las razones de tal
discreción están explicadas claramente por el propio Papa en diversos
discursos, cartas al episcopado alemán y deliberaciones de la Secretaría de
Estado. Las declaraciones públicas solo habrían agravado la suerte de las
víctimas y habrían multiplicado su número. No puede perderse de vista que
las declaraciones podían ser contraproducentes y hacer que los nazis
radicalizaran más aún sus posturas, como pronto se comprobó. Por ejemplo,
cuando la jerarquía católica de Ámsterdam se quejó públicamente en 1942 del
trato que se daba a los judíos, los nazis multiplicaron las redadas y las
deportaciones, de modo que al final de la guerra habían sido exterminados el
90 % de los judíos de la capital holandesa.
Por ese motivo se
prefirió la protesta por vía diplomática, que fue muy intensa. Los esfuerzos
se encaminaron a procurar salvar vidas e influir ante los países satélites
de Hitler para que impidieran a las SS alemanas actuar impunemente en su
territorio. Se consideraba lo mas práctico, y una visión retrospectiva
parece confirmarlo, pues así se salvaron cientos de miles de vidas.
En Italia, y en menor
medida en Francia, muchos judíos se salvaron gracias a la protección de
eclesiásticos católicos, y en Roma, Pío XII participó personalmente en esa
labor. También en Rumania los estragos habrían sido mucho mayores sin las
gestiones que realizó, entre otros, Mons. Roncalli,
futuro Juan XXIII y entonces delegado apostólico en Turquía. En otros países
la Iglesia no pudo conseguir demasiado, pero lo intentó con todos los medios
a su alcance. De hecho, cuando terminó la guerra, entre los pocos a quienes
las organizaciones judías podían manifestar su agradecimiento figuraba la
Santa Sede y unas cuantas personalidades e instituciones de la Iglesia
católica, empezando por el propio Papa Pío XII.
Fueron muchos los
cristianos que arriesgaron su vida para salvar personas de raza judía. El
hecho de que algunos no lo hicieran pudo ser una muestra de poco espíritu
cristiano, pero también es verdad que no es fácil hacer un juicio moral
retrospectivo sobre lo que los demás debían haber hecho bajo las condiciones
extremas de un Estado totalitario como el nazi.
Las actuaciones
diplomáticas del Papa o la jerarquía católica pudieron ser más o menos
afortunadas en aquella coyuntura política concreta. La Iglesia, al acercarse
a este o a otros momentos de su historia, no tiene inconveniente en
reconocer ante el mundo los errores que hayan podido cometer algunos de sus
miembros, pero junto a la petición de perdón hay que poner empeño por
conocer lo que realmente sucedió.
Nunca estará de más
reflexionar sobre cómo pudo producirse aquella barbarie nazi, y observar que
no fue la crueldad aislada de un grupo de desaprensivos, sino la proyección
política de toda una serie de ideas que venían gestándose en la mente
europea (no solo alemana) desde más de un siglo antes. Eran teorías
materialistas, biologistas,
romántico-hegelianas y nihilistas, que configuraron un estilo y un núcleo
neopaganos cuyas manifestaciones más salvajes fueron las ideologías nazi y
comunista.