41. ¿POR QUÉ TANTAS PEGAS A LA ANTICONCEPCIÓN?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
41. ¿POR QUÉ TANTAS PEGAS A LA ANTICONCEPCIÓN?
¿Y por qué no los medios
artificiales?
Dos brotes de una misma
mentalidad
El amor es una fuente
inagotable de reflexiones:
profundas como la
eternidad,
altas como el cielo
y grandiosas como el
universo.
Alfred de Vigny
Paternidad responsable
—¿Por qué la Iglesia
católica parece empeñada en que todo el mundo tenga “los hijos que Dios le
mande”?
Esa afirmación es un
tanto equívoca. La Iglesia católica habla sobre todo de “paternidad
responsable”, que en absoluto significa una procreación ilimitada, ni una
falta de consideración ante las dificultades que conlleva criar a los hijos.
Se trata de que los padres usen de su inviolable libertad con sabiduría y
responsabilidad, teniendo en cuenta su propia situación y sus legítimos
deseos, a la luz de la ley moral.
La Iglesia católica no
sostiene la idea de una fecundidad a toda costa. La Iglesia alaba y promueve
la generosidad que supone formar una familia numerosa. Como es lógico,
cuando hay serios motivos para no procrear, o para espaciar los nacimientos,
esa opción es lícita. Pero permanece el deber de hacerlo con criterios y
métodos que respeten la verdad total del encuentro conyugal en su dimensión
unitiva y procreativa, como es sabiamente regulada por la naturaleza misma
en sus ritmos biológicos.
¿Y por qué no los medios artificiales?
—Pero si lo que se
persigue es lo mismo..., ¿qué más da utilizar métodos naturales o
artificiales?
Si se emplearan los
métodos naturales con una finalidad exclusivamente antinatalista y sin
suficiente motivo, en tales casos sería ciertamente difícil distinguirlos de
los medios artificiales (en cuanto a su valor moral, se entiende).
Pero el recto recurso a
la continencia periódica se diferencia sustancialmente de las prácticas
anticonceptivas. Los medios artificiales se dirigen siempre a quitar su
virtualidad procreadora a los actos conyugales, falsificándolos de raíz. En
cambio, los métodos naturales, si se realizan por motivos justos, respetan
la naturaleza propia de la sexualidad y de sus ritmos biológicos. No se
trata, pues, de una simple diversidad de métodos, sino de una diferencia
ética de comportamiento.
Además, los métodos
naturales facilitan el respeto a la otra persona y a su cuerpo. La
abstinencia temporal, decidida de mutuo acuerdo por el hombre y la mujer, no
solo no debilita el amor, sino que lo hace más fuerte, más libre y más
profundamente personal. En cambio, con los medios artificiales se abre el
camino a que cada uno –y sobre todo el varón–, habituándose al uso de las
prácticas anticonceptivas, se despreocupe del equilibrio físico y
psicológico de la otra persona, y llegue a considerarla como un objeto de
placer sexual que debe estar siempre disponible para su propia satisfacción.
Muchos acaban comprendiendo esto, y desearían poder emplear esos métodos
naturales (son eficaces, gratuitos y sin efecto secundario alguno), pero sus
maridos o mujeres no están preparados para un cambio tan radical. Los
anticonceptivos llevan a estar sexualmente disponible sin exigir compromiso.
Los métodos naturales, en cambio, son comparables a una dieta: exigen
sacrificios mutuos, pero fortalecen la relación de los esposos con Dios y
favorecen la misma relación conyugal.
—Pero los métodos
naturales fallan...
Hace tiempo que eso ya no
es así. La anticoncepción química o instrumental falla tanto o más, aunque
se diga mucho menos, quizá porque mueve grandes intereses comerciales (no
hay que olvidar que los métodos naturales ponen en peligro los fabulosos
ingresos que produce la industria de la anticoncepción). Una prueba de que
los métodos artificiales también fallan es la insistencia en el aborto o la
píldora del día después para los casos en que el preservativo o la píldora
anticonceptiva no han producido el efecto deseado.
Los métodos naturales,
además de ser compatibles con todas las culturas y todas las religiones, son
fáciles de enseñar y comprender. Son gratuitos y sin efecto secundario
alguno. La libertad y los derechos de la mujer o del marido se respetan
mejor, pues desarrollan una relación interpersonal más profunda entre los
esposos, basada en la comunicación, las decisiones compartidas y el respeto
recíproco: fortalecen el matrimonio y, por tanto, la vida familiar.
Además, y puesto que los
métodos naturales ayudan a conocer los períodos de fertilidad o
infertilidad, también sirven para ayudar a los cónyuges a conseguir el
embarazo cuando este no llega con facilidad. De hecho, han hecho posible la
fecundidad de muchos esposos que se consideraban no fértiles.
Hábitos que hacen daño
—¿Y qué dices sobre la
idea de promover la distribución de preservativos a adolescentes en escuelas
y colegios?
Al proporcionar los
preservativos y animar a adolescentes a emplearlos, no se les está
simplemente proporcionando un método para evitar embarazos o para impedir el
contagio del sida. Aparte de que para ambas cosas está demostrándose un
medio bastante poco eficaz, lo que ese uso juvenil del preservativo modifica
es el comportamiento de sus usuarios, pues a través de esa práctica se
impone una determinada manera de conducirse en su vida sexual. Como ha
señalado Aquilino Polaino,
al suministrar el preservativo, se está estimulando una conducta que, con la
repetición de actos (con el consumo de más preservativos), acabará por
configurar y modular una determinada facilidad para las relaciones sexuales,
pues se implanta y emerge un nuevo hábito de comportamiento. En la persona
en que arraigue el nuevo hábito, cambiará también su sistema perceptivo y,
por consiguiente, cualquier estímulo erótico tendrá más capacidad de
suscitar en él una respuesta sexual, haciéndole más dependiente –y por tanto
menos libre– con respecto a lo que le plantea el ambiente.
Por otra parte, su
organismo también se habituará a ese tipo de respuestas sexuales,
frustrándose con mayor frecuencia e intensidad cuando no pueda satisfacer la
facilidad para obrar de esa manera que ahora le reclama –con una mayor
exigencia que antes– el nuevo hábito.
Por consiguiente, en
tanto que el uso del preservativo genera un hábito de comportamiento y, a
través de este, una mayor facilidad para obrar así con mayor frecuencia,
habrá que concluir que propiciar su uso multiplica la probabilidad de que en
el futuro los usuarios establezcan más relaciones sexuales (es decir, mayor
número de contactos potencialmente contagiosos). Por eso, la estrategia de
recomendar preservativos, como se ve, no solo está equivocada, sino que
además es peligrosa. Si realmente se quiere ayudar a la juventud, y nos
preocupa el aumento de embarazos en adolescentes y el contagio por sida, las
campañas de ayuda no tienen que apuntar a lo puramente biológico, sino a
cultivar en ellos su espíritu, su recta razón, y esas facultades tan
importantes en el ser humano como son la voluntad y la libertad.
Dos brotes de una misma mentalidad
—Hay quien acusa a la
Iglesia católica de favorecer de hecho el aborto al continuar obstinadamente
enseñando la ilicitud moral de la anticoncepción.
Ese razonamiento es un
tanto extraño. Me parece difícil que alguien evite los anticonceptivos, y
que los evite precisamente por seguir las enseñanzas de la Iglesia, y que a
su vez esté pensando en abortar después, cuando la misma Iglesia afirma que
el aborto es un crimen.
Pienso que sucede al
revés. La mentalidad anticonceptiva hace más fuerte la tentación del aborto
ante la eventual llegada de una vida no deseada, y es patente que la cultura
abortista está mucho más desarrollada en los ambientes que rechazan la
enseñanza de la Iglesia sobre la anticoncepción.
La anticoncepción y el
aborto, a pesar de ser errores de naturaleza y peso moral muy distintos, a
menudo están muy relacionados, pues son fruto de una misma mentalidad:
cuando la vida que podría brotar del encuentro sexual se convierte en
enemigo a evitar absolutamente, el aborto suele ser la única respuesta
posible frente a una anticoncepción frustrada.
—¿Y qué dices de la
transmisión del sida?
No faltan también quienes
reclaman a la Iglesia mayor "comprensión". La secuencia argumentativa suele
ser así de simple: el sida se transmite por contagio sexual, la Iglesia se
opone al uso del preservativo, luego la Iglesia está colaborando en la
difusión de la epidemia.
Así razonaba, por
ejemplo, un conocido político italiano, que no hace mucho pidió a la Iglesia
que cambiara su criterio para salvar así millones de víctimas del sida en
África. Por fortuna, no hizo falta respuestas muy elaboradas para documentar
lo que resultaba patente para quienes conocen de cerca aquel drama: la
epidemia del sida es mucho más fuerte en las zonas donde menos presente está
el cristianismo, y donde por tanto poco puede influir la Iglesia en las
mentalidades y los consiguientes comportamientos.
Como explicaba Mia Doornaert,
si los varones africanos fueran tan respetuosos con la palabra del Papa que
rechazaran por eso cualquier medio anticonceptivo, se supone que serían
igualmente estrictos para seguir el resto de las enseñanzas de la Iglesia,
que predican la monogamia, la pureza extramatrimonial y la fidelidad
conyugal, que es lo que realmente podría frenar la difusión del virus. Y no
parece que sea así. No es serio echar la culpa al Papa y al Vaticano de la
propagación del sida, por la misma razón que no es serio pensar que el varón
africano, que usa de su sexualidad según tradiciones muy lejanas a lo que la
Iglesia católica recomienda, esté esperando la palabra de Roma para usar o
no un preservativo.
Y aparte de que el
preservativo es mucho menos seguro de lo que muchos piensan, quienes
conviven a diario con el problema del sida saben bien que para luchar contra
esa tragedia en esos países hay que ir por la vía de una educación que eleve
el nivel económico y cultural, la conciencia de la dignidad de cada hombre
y, sobre todo, la valoración de la mujer. Y a todo eso ayudan en gran manera
los millares de misioneros que gastan allí su vida creando y manteniendo
hospitales y escuelas.
Además, el hecho de que
en Europa –según un reciente estudio francés del Instituto Nacional de la
Salud– dos de cada tres mujeres que han abortado o no han deseado el último
embarazo utilizaran anticonceptivos considerados “seguros”, revela que los
fallos de utilización u otros no explicados son bastante mayores de lo que
aseguran sus fabricantes y vendedores. La política de repartir o vender
preservativos y asegurar que son “sexo seguro” no está funcionando: ¿no
sería lógico por tanto que al menos se respete un poco a quien sostiene que
es más realista una prevención del sida basada en una conducta sexual más
responsable que evite la promiscuidad?
Es muy difícil...
—La doctrina católica
sobre la sexualidad sigue pareciendo a muchos muy difícil de seguir. Si
fuera menos exigente, quizá abandonaría menos gente la Iglesia.
Hoy la Iglesia católica
es casi la única iglesia cristiana en todo el mundo que tiene el valor y la
integridad de enseñar esta verdad tan impopular. Por ejemplo, hasta
aproximadamente el año 1930 la postura de todas las iglesias cristianas
había sido unánime en su rechazo de la anticoncepción. Todos los
reformadores (Lutero, Calvino,Zwinglio, Knox,
etc.) mantuvieron sobre esta cuestión la misma postura que la Iglesia
católica. Sin embargo, en torno a esa fecha las iglesias protestantes
empezaron a ceder, una tras otra, y los resultados muestran que esa
condescendencia no ha hecho más atractivo el Evangelio, ni ha llenado sus
templos, ni ha disminuido sus problemas. Aceptar esas prácticas que la
Iglesia católica no admite no ha resuelto nada.
Vivir bien la moral
sexual es sin duda un reto. Ofrece un modelo de vida exigente, pero
revestido de auténtica humanidad. Un estilo que puede y debe cambiar muchas
cosas en nuestra sociedad. Si se vuelve la mirada a la historia, y se
analiza, por ejemplo, la figura de San Benito y su enorme influencia en las
raíces culturales de Europa, vemos que fue un hombre que marchó bastante en
contra de su tiempo. Pero su singularidad se convirtió más tarde en la clave
de todo un cambio cultural y espiritual sobre el que se ha cimentado el
mundo occidental de hoy. También ahora, en nuestro tiempo, hay muchos buenos
cristianos que no aceptan esos modelos de permisividad sexual, aunque estén
tan extendidos que casi se nos imponen. Son personas que buscan en la fe
nuevos modelos de vida. Quizá aún no llamen la atención de la opinión
pública, pero con el tiempo, el futuro reconocerá la importancia de lo que
están haciendo.