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VALOR REDENTOR DE LA PASIÓN: CATEQUESIS DEL SANTO PADRE, JUAN PABLO II, SOBRE LAS VERDADES DEL CREDO

 

El Valor Redentor de la Pasión de Jesucristo

 

REDENCIÓN -4-

(EL VALOR REDENTOR DE LA PASIÓN DE CRISTO)

 

INDICE

La Cruz, designio del amor de Dios (7.IX.88)


La muerte de Cristo como acontecimiento (8.IX.88)


La Conciencia que Cristo tenía de su vocación al Sacrificio redentor (5.X.88)


El valor del sufrimiento y de la muerte de Cristo (l9.X.88)


El valor sustitutivo y representativo del sacrificio de Cristo (26.X.88)


El sentido cristiano del sufrimiento (9.XI.88)

 

 

La Cruz, designio del amor de Dios (7.IX.88)

1. En la misión mesiánica de Jesús hay un punto culminante y central al que nos hemos ido acercando poco a poco en las catequesis precedentes: Cristo fue enviado por Dios al mundo para llevar a cabo la redención del hombre mediante el sacrificio de su propia vida. Este sacrificio debía tomar la forma de un 'despojarse' de sí en la obediencia hasta la muerte en la cruz: una muerte que, en opinión de sus contemporáneos, presentaba una dimensión especial de ignominia.

En toda su predicación, en todo su comportamiento, Jesús es guiado por la conciencia profunda que tiene de los designios de Dios sobre la vida y la muerte en la economía de la misión mesiánica, con la certeza de que esos designios nacen del amor eterno del Padre al mundo, y en especial al hombre.

2. Si consideramos los años de a adolescencia de Jesús, dan mucho que pensar aquellas palabras del Niño dirigidas a María y a José cuando lo 'encontraron' en el templo de Jerusalén: '¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?'. ¿Que tenía en su mente y en su corazón? Podemos deducirlo de otras muchas expresiones de su pensamiento durante toda su vida pública. Desde los comienzos de su actividad mesiánica Jesús insiste en inculcar a sus discípulos la idea de que 'el Hijo del Hombre... debe sufrir mucho' (Lc 9, 22), es decir, debe ser 'reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días' (Mc 8, 31). Pero todo esto no es sólo cosa de los hombres, no procede sólo de su hostilidad frente a la persona y a la enseñanza de Jesús, sino que constituye el cumplimiento de los designios eternos de Dios, como lo anunciaban las Escrituras que con tenían la revelación divina. '¿Cómo está escrito del Hijo del Hombre que sufrirá mucho y que será despreciado?' (Mc 9, 12).

3. Cuando Pedro intenta negar esta eventualidad (' de ningún modo te sucederá esto': Mt 16, 22), Jesús le reprocha con palabras muy severas: 'Quitate de mi vista, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres' (Mc 8, 33). Impresiona la elocuencia de estas palabras, con las que Jesús quiere dar a entender a Pedro que oponerse al camino de la cruz significa rechazar los designios del mismo Dios. 'Satanás' es precisamente el que 'desde el principio' se enfrenta con 'lo que es de Dios'.

4. Así, pues, Jesús es consciente de la responsabilidad de los hombres frente a su muerte en la cruz, que El deberá afrontar debido a una condena pronunciada por tribunales terrenos; pero también lo es de que por medio de esta condena humana se cumplirá el designio eterno de Dios: 'lo que es de Dios', es decir, el sacrificio ofrecido en la cruz por la redención del mundo. Y aunque Jesús (como el mismo Dios no quiere el mal del 'deicidio' cometido por los hombres, acepta este mal para sacar de él el bien de la salvación del mundo.

5. Tras la resurrección, caminando hacia Emaús con dos de sus discípulos sin que éstos lo reconocieran, les explica las 'Escrituras' del Antiguo Testamento en los siguientes términos: '¿No era necesario que el Cristo padeciera esto y entrar así en su gloria?' (Lc 24, 26). Y con motivo de su último encuentro con los Apóstoles declara: 'Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mi' (Lc 24, 44).

6. A la luz de los acontecimientos pascuales, los Apóstoles comprenden lo que Jesús les había dicho anteriormente. Pedro, que por amor a su Maestro, pero también por no haber entendido las cosas, parecía oponerse de un modo especial a su destino cruel, hablando de Cristo dirá a sus oyentes de Jerusalén el día de Pentecostés: 'El hombre... que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios; a ése vosotros lo matasteis clavándole en la cruz por mano de impíos' (Hech 2, 22-23). Y volverá a decir: 'Dios dio cumplimiento de este modo a lo que había anunciado por boca de todos los Profetas: que su Cristo padecería' (Hech 3, 18)

7. La pasión y la muerte de Cristo habían sido anunciadas en el Antiguo Testamento, no como final de su misión, sino como el 'paso' indispensable requerido para ser exaltado por Dios. Lo dice de un modo especial el Canto de Isaías, hablando del Siervo de Yahvéh como Varón de dolores: 'He aquí que prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobre manera' (Is 53, 13). Y el mismo Jesús, cuando advierte que 'el Hijo del Hombre... será matado', añade que 'resucitará al tercer día' (Cfr. Mc 8, 31).

8. Nos encontramos, pues, ante un designio de Dios que, aunque parezca tan evidente, considerado en el curso de los acontecimientos descritos por los Evangelios, sigue siendo un misterio que la razón humana no puede explicar de manera exhaustiva. En este espíritu, el Apóstol Pablo se expresará con aquella paradoja extraordinaria: 'Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres' (1 Cor 1, 25). Estas palabras de Pablo sobre la cruz de Cristo son reveladoras. Con todo, aunque es verdad que al hombre le resulta difícil encontrar una respuesta satisfactoria a la pregunta '¿por qué la cruz de Cristo?', la respuesta a este interrogante nos la ofrece una vez más la Palabra de Dios.

9. Jesús mismo formula la respuesta: 'Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna' (Jn 3,16). Cuando Jesús pronunciaba estas palabras en el diálogo nocturno con Nicodemo, su interlocutor no podía suponer aún probablemente que la frase 'dar a su Hijo' significaba 'entregarlo a la muerte en la cruz'. Pero Juan, que introduce esa frase en su Evangelio, conocía muy bien su significado. El desarrollo de los acontecimientos había demostrado que ése era exactamente el sentido de la respuesta a Nicodemo: Dios 'ha dado' a su Hijo unigénito para la salvación del mundo, entregándole a la muerte de cruz por los pecados del mundo, entregándolo por amor: ¡'Tanto amó Dios al mundo', a la creación, al hombre! El amor sigue siendo la explicación definitiva de la redención mediante la cruz. Es la única respuesta a la pregunta '¿por qué?' a propósito de la muerte de Cristo incluida en el designio eterno de Dios.

El autor del cuarto Evangelio, donde encontramos el texto de la respuesta de Cristo a Nicodemo, volverá sobre la misma idea en una de sus Cartas: 'En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados' (l Jn 4, 10).

10. Se trata de un amor que supera incluso la justicia. La justicia puede afectar y alcanzar a quien haya cometido una falta. Si el que sufre es un inocente, no se habla ya de justicia. Si un inocente que es santo, como Cristo, se entrega libremente al sufrimiento y a la muerte de cruz para realizar el designio eterno del Padre, ello significa que, en el sacrificio de su Hijo, Dios pasa en cierto sentido más allá del orden de la justicia, para revelarse en este Hijo y por medio de El, con la toda riqueza de su misericordia ('Dives inmisericordia' (Ef 2, 4)), como para 'introducir', junto a este Hijo crucificado y resucitado, su misericordia, su amor misericordioso, en la historia de las relaciones entre el hombre y Dios.

Precisamente a través de este amor misericordioso, el hombre es llamado a vencer el mal y el pecado en sí mismo y en relación con los otros: 'Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia' (Mt 5, 7). 'La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros', escribía San Pablo (Rom 5, 8).

11. El Apóstol vuelve sobre este tema en diversos puntos de sus Cartas, en las que reaparece con frecuencia el trinomio: redención, justicia, amor. 'Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús... en su sangre' (Rom 3, 23-25). Dios demuestra así que no desea contentarse con el rigor de la justicia, que, viendo el mal, lo castiga, sino que ha querido triunfar sobre el pecado de otro modo, es decir, ofreciendo la posibilidad de salir de él. Dios ha querido mostrarse justo de forma positiva, ofreciendo a los pecadores la posibilidad de llegar a ser justos por medio de su adhesión de fe a Cristo Redentor. De este modo, Dios 'es justo y hace justos' (Rom 3, 26). Lo cual se realiza de forma desconcertante, pues 'a quien no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él' (2 Cor 5, 21).

12. El que 'no había conocido pecado', el Hijo consubstancial al Padre, cargo sobre sus hombros el yugo terrible del pecado de toda la humanidad, para obtener nuestra justificación y santificación. Este es el amor de Dios revelado en el Hijo. Por medio del Hijo se ha manifestado el amor del Padre 'que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros' (Rom 8, 32). A entender el alcance de las palabras 'no perdonó', puede ayudarnos el recuerdo del sacrificio de Abrahán, que se mostró dispuesto a no 'perdonar a su hijo amado' (Gen 22, 16); pero Dios lo había perdonado (22, 12). Mientras que, a su propio Hijo 'no lo perdonó, sino que lo entregó' a la muerte por nuestra salvación.

13. De aquí nace la seguridad del Apóstol en que nadie ni nada, 'ni muerte ni vida, ni ángeles.... ni ninguna otra creatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro' (Rom 8, 38-39). Con Pablo, la Iglesia entera está segura de este amor de Dios 'que lo supera todo', última palabra de a autorrevelación de Dios en la historia del hombre y del mundo, suprema autocomunicación que acontece mediante la cruz, en el centro del misterio pascual de Jesucristo.

 

 

La muerte de Cristo como acontecimiento (8.IX.88)

1. Confesamos nuestra fe en la verdad central de la misión mesiánica de Jesucristo: El es el Redentor del mundo mediante su muerte en cruz. La confesamos con las palabras del Símbolo Niceno-Constantinopolitano según el cual Jesús 'por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato padeció y fue sepultado'. Al profesar esta fe, conmemoramos la muerte de Cristo, también como un evento histórico, que, como su vida, conocemos por fuentes históricas seguras y autorizadas. Basándonos en esas mismas fuentes podemos y querernos conocer y comprender también las circunstancias históricas de esa muerte, que creemos fue 'el precio' de la redención del hombre de todos los tiempos.

2. Antes de nada, ¿cómo se llegó a la muerte de Jesús de Nazaret? ¿Cómo se explica el hecho de que haya sido dado a la muerte por los representantes de su nación, que lo entregaron al 'procurador' romano, cuyo nombre, transmitido por lo Evangelios, figura también en los Símbolos de la fe? De momento, tratemos de recoger las circunstancias, que 'humanamente' explican la muerte de Jesús. El Evangelista Marcos, describiendo el proceso de Jesús ante Poncio Pilato, anota que fue 'entregado por envidia' y que Pilato era consciente de este hecho. 'Se daba cuenta... de que los Sumos Sacerdotes se lo habían entregado por envidia' (Mc 15, 10). Preguntémonos: ¿por qué esta envidia? Podemos encontrar sus raíces en el resentimiento, no sólo hacia lo que Jesús enseñaba, sino por el modo en que lo hacia. Si, según dice Marcos, enseñaba 'como quien tiene autoridad y no como los escribas' (Mc 1, 22), esta circunstancia era, a los ojos de estos últimos, como una 'amenaza' para su prestigio.

3. De hecho, sabemos que ya el comienzo de la enseñanza de Jesús en su ciudad natal lleva a un conflicto. El Nazareno de treinta años , tomando la palabra en la Sinagoga, se señala a Sí mismo como Aquél sobre el que se cumple el anuncio del Mesías, pronunciado por Isaías. Ello provoca en los oyentes estupor y a continuación indignación, de forma que quieren arrojarlo del monte 'sobre el que estaba situada su ciudad...'. 'Pero El, pasando por en medio de ellos, se marchó' (Lc 4, 29-30).

4. Este incidente es sólo el inicio: es la primera señal de las sucesivas hostilidades. Recordemos las principales. Cuando Jesús hace entender que ve en él el poder de perdonar los pecados, los escribas ven en esto una blasfemia porque tan sólo Dios tiene ese poder (Cfr. Mc 2, 6). Cuando obra milagros en sábado, afirmando que 'el Hijo del hombre es Señor del sábado' (Mt 12, 8), la reacción es análoga a la precedente. Ya desde entonces se deja traslucir la intención de dar muerte a Jesús (Cfr. Mc 3. 6): 'Trataban. de matarle porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a Si mismo igual a Dios' (Jn 5, 18). ¿Qué otra cosa podían significar las palabras: 'En verdad, en verdad os digo antes que Abrahán existiera Yo soy'? (Jn 8, 58). Los oyentes sabían que significaba a aquella denominación 'Yo soy'. Por ello Jesús corre de nuevo el riesgo de la lapidación. Esta vez, por el contrario 'se oculto y subió al templo' (Jn 8, 59).

5. El hecho que en definitiva precipito la situación y llevo a la decisión de dar muerte a Jesús fue la resurrección de Lázaro en Betania. El Evangelio de Juan nos hace saber que en la siguiente reunión del sanedrín se constato: 'Este hombre realiza muchos signos. Si le dejamos que siga así todos creerán en El y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación'. Ante estas previsiones y temores Caifás, Sumo Sacerdote, se pronunció con esta sentencia: 'Conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación' (Jn 1, 47-50). El Evangelista añade: 'Esto no lo dijo de su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación sino para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos'. Y concluye: 'Desde este día, decidieron darle muerte' (Jn 11, 51-53).

Juan, de este modo, nos hace conocer un doble aspecto de aquella toma de posición de Caifás. Desde el punto de vista humano, que se podría más precisamente llamar oportunista, era un intento de justificar la decisión de eliminar un hombre al que se consideraba políticamente peligroso, sin preocuparse de su inocencia. Desde un punto de vista superior, hecho suyo y anotado por el Evangelista, las palabras de Caifás, independientemente de sus intenciones, tenían un contenido auténticamente profético referente al misterio de la muerte de Cristo según el designio salvífico de Dios.

6. Aquí consideramos el desarrollo humano de los acontecimientos. En aquella reunión del sanedrín se tomó la decisión de matar a Jesús de Nazaret. Se aprovechó su presencia en Jerusalén durante las fiestas pascuales. Judas, uno de los Doce, entregó a Jesús por treinta monedas de plata, indicando el lugar donde le podía arrestar. Una vez preso, Jesús fue conducido ante el sanedrín. A la pregunta capital del Sumo Sacerdote: 'Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios'. Jesús dio una gran respuesta:' Tú lo has dicho' (Mt 26, 63-64; cfr. Mc 14, 62; Lc 22, 70). En esta declaración el sanedrín vio una blasfemia evidente y sentenció que Jesús era 'reo de muerte' (Mc 14, 64).

7. El sanedrín no podía, sin embargo, exigir la condena sin el consenso del procurador romano. Pilato está convencido de que Jesús es inocente, y lo hace entender más de una vez. Tras haber opuesto una dudosa resistencia a las presiones del sanedrín, cede por fin por temor al riesgo de desaprobación del Cesar, tanto más cuanto que la multitud, azuzada por los fautores de la eliminación de Jesús, pretende ahora la crucifixión. '¡Crucifige eum!' Y así Jesús es condenado a muerte mediante la crucifixión.

8. Los hombres indicados nominalmente por los Evangelios, al menos en parte, son históricamente los responsables de esta muerte. Lo declara Jesús mismo cuando dice a Pilato durante el proceso: 'El que me ha entregado a tiene mayor pecado' (Jn 19, 11). Y en otro lugar: 'El Hijo del hombre se va, como está escrito de El, pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!' (Mc 14, 21; Mt 26,24; Lc 22, 22). Jesús alude a las diversas personas que, de distintos modos, serán los artífices de su muerte: a Judas, a los representantes del sanedrín, a Pilato, a los demás... También Simón Pedro, en el discurso que tuvo después de Pentecostés imputará a los jefes del sanedrín la muerte de Jesús: 'Vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos' (Hech 2, 23).

9. Sin embargo no se puede extender esta imputación más allá del circulo de personas verdaderamente responsables. En un documento del Concilio Vaticano II leemos: 'Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su pasión se hizo no puede ser imputado, ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni (mucho menos) a los judíos de hoy' (Declaración Nostra Aetate, 4).

Luego si se trata de valorar la responsabilidad de las conciencias no se pueden olvidar las palabras de Cristo en la cruz: 'Padre perdónalos, porque no saber lo que hacen'(Lc 34)

El eco de aquellas palabras lo encontramos en otro discurso pronunciado por Pedro después de Pentecostés: 'Ya se yo. hermanos, que obrasteis por ignorancia, lo mismo que vuestros jefes' (Hech 3, 17). Qué sentido de discreción ante el misterio de la conciencia humana, incluso en el caso del delito más grande cometido en la historia, la muerte de Cristo!

10. Siguiendo el ejemplo de Jesús y de Pedro, aunque sea difícil negar la responsabilidad de aquellos hombres que provocaron voluntariamente la muerte de Cristo, también nosotros ve remos las cosas a la luz del designio eterno de Dios, que pedía la ofrenda propia de su Hijo predilecto como víctima por los pecados de todos los hombres. En esta perspectiva superior nos damos cuenta de que todos, por causa de nuestros pecados, somos responsables de la muerte de Cristo en la cruz: todos, en la medida en que hayamos contribuido mediante el pecado a hacer que Cristo muriera por nosotros como víctima de expiación, También en este sentido se pueden entender las palabras de Jesús: 'El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará' (Mt 17, 22)

11. La cruz de Cristo es, pues, para todos una llamada real al hecho expresado por el Apóstol Juan con las palabras 'La sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. Si decimos: !no tenernos pecado!, nos engañamos y la verdad no está en nosotros' (1 Cor 1, 7-8), La Cruz de Cristo no cesa de ser para cada uno de nosotros esta llamada misericordiosa y al mismo tiempo, se ve reconocer y confesar la propia culpa. Es una llamada a vivir en la verdad.

 

 

La Conciencia que Cristo tenía de su vocación al Sacrificio redentor (5.X.88)

1. 'Por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato: padeció y fue sepultado'. En la última catequesis, haciendo referencia a estas palabras del Símbolo de la fe, hemos considerado la muerte de Cristo como un acontecimiento que tiene su dimensión histórica y que se explica también a la luz de las circunstancias históricas en las que se produjo. El Símbolo nos da igualmente indicaciones, a este respecto, haciéndose eco de los Evangelios, en los que se encuentran datos mas abundantes. Pero el Símbolo también pone de relieve el hecho de que la muerte de Cristo en la cruz ha ocurrido corno sacrificio por los pecados y se ha convertido, por ello, en 'precio' de la redención del hombre: 'Por nuestra causa fue crucificado', 'por nosotros los hombres y por nuestra salvación'.

Resulta espontáneo preguntarse qué conciencia tuvo Jesús de esta finalidad de su misión: cuando y cómo percibió la vocación a ofrecerse en sacrificio por los pecados del mundo.

A este respecto, es necesario decir de antemano que no es fácil penetrar en la evolución histórica de la conciencia de Jesús: el Evangelio hace alusión a ella (Cfr. Lc 2, 52), pero sin ofrecer datos precisos para determinar las etapas.

Muchos textos evangélicos, citados en las catequesis precedentes, documentan esta conciencia, ya clara, de Jesús, sobre su misión: una conciencia en tal forma viva, que reacciona con vigor y hasta con dureza a quien intentaba, incluso por afecto hacia El, apartarle de ese camino: como ocurrió con Pedro al que Jesús no dudó en oponerle su 'Vade retro Satana!' (Mc 8, 33).

2. Jesús sabe que será bautizado con un 'bautismo' de sangre (Cfr. Lc 12,50), aun antes de ver que su predicación y comportamiento encuentran la oposición y suscitan la hostilidad de los círculos de su pueblo que tienen el poder de decidir su suerte. Es consciente de que sobre su cabeza pende un 'oportet' correspondiente al eterno designio del Padre (Cfr. Mc 8, 31), mucho antes de que las circunstancias históricas lleven a la realización de lo que está previsto Jesús, sin duda. se abstiene por algún tiempo de anunciar esa muerte suya, aun siendo consciente de su mesianidad, desde el principio, como lo testifica su autopresentación en la sinagoga de Nazaret (Cfr. Lc 4,16-21); sabe que la razón de ser de la Encarnación, la finalidad de su vida es la contemplada en el eterno designio de Dios sobre la salvación. 'El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos' (Mc 10, 45).

3. En los Evangelios podemos encontrar otras abundantes pruebas de la conciencia que Jesús tenga sobre su suerte futura en dependencia del plano divino de la salvación. Ya la respuesta de Jesús a los doce años, cuando fue encontrado en el templo, es de alguna forma, la primera expresión de esta conciencia suya. El niño, de hecho, explicando a María y a José su deber debe 'ocuparse de las cosas de su Padre' (Cfr. Lc 2, 49) da a entender que está interiormente orientado hacia los futuros acontecimientos, al tiempo que, teniendo apenas doce años, parece querer preparar a sus seres más queridos para el porvenir, especialmente a su Madre.

Cuando llega el tiempo de dar comienzo a actividad mesiánica Jesús se encuentra en la fila de los que reciben el bautismo de penitencia de manos de Juan en el Jordán. Intenta hacer entender, a pesar de la protesta del Bautista, que se siente mandado para hacerse 'solidario' con los pecadores, para acoger sobre sí el yugo de los pecados de la humanidad, corno indica, por lo demás, la presentación que Juan hace de El: 'He aquí el Cordero de Dios... que quita el pecado del mundo' (Jn 1, 29). En estas palabras se encuentra el eco y, en cierto sentido, la síntesis de lo que Isaías haba anunciado sobre el Siervo del Señor: 'herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas... Yahvéh descargó sobre El la culpa de todos nosotros... como un cordero al degüello era llevado... Justificará mi Siervo a muchos, y las culpas de ellos él soportará' (Is 53, 5-7. 11). Había sintonía, sin duda, entre la conciencia mesiánica de Jesús y aquellas palabras del Bautista que expresaban la profecía y la espera del Antiguo Testamento.

4. A continuación, los Evangelios nos presentan otros momentos y palabras, de los que resulta la orientación de la conciencia de Jesús hacia la muerte sacrificial. Piénsese en aquella imagen de los amigos del esposo, sus discípulos, que no debían 'ayunar' mientras el Esposo está con ellos: 'Días vendrán en que les será arrebatado el Esposo (prosigue Jesús) y en aquel día ayunarán' (Mc 2, 20). Es una alusión significativa que deja traslucir el estado de conciencia de Cristo. Resulta. además, de los Evangelios que Jesús nunca aceptó ningún pensamiento o discurso que pudiera dejar vislumbrar la esperanza del éxito terreno de su obra Los 'signos' divinos que ofrecía, los milagros que obraba, podían crear un terreno propicio para tal expectativa Pero Jesús no dudó en desmentir toda intención, disipar toda ilusión al respecto, porque sabía que su misión mesiánica no podía realizarse de otra forma que mediante el sacrificio.

5. Jesús seguía con sus discípulos el método de una oportuna 'pedagogía'. Esto se ve, de modo particularmente claro, en el momento en que los Apóstoles parecían haber llegado a la convicción de que Jesús era el verdadero Mesías (el 'Cristo'), convicción expresada por aquella exclamación de Simón Pedro: 'Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo' (Mt 16,16), que podía considerarse como el punto culminante del camino de maduración de los Doce en la ya notable experiencia adquirida en el seguimiento de Jesús. Y he aquí que, precisamente tras esta profesión (ocurrida en las cercanías de Cesarea de Filipos), Cristo habla por primera vez de su pasión y muerte: 'Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días' (Mc 8,31; cfr. también Mt 16,21; Lc 9,22).

6. También las palabras de severa reprensión dirigidas a Pedro, que no quería aceptar aquello que oía ('Señor, de ningún modo te sucederá eso': Mt 16, 22), prueban lo identificada que estaba la conciencia de Jesús con la certeza del futuro sacrificio. Ser Mesías quería decir para El 'dar su vida como rescate por muchos' (Mc 10, 45). Desde el inicio sabia Jesús que éste era el sentido definitivo de su misión y de su vida. Por ello rechazaba todo lo que habría podido ser o parecer como la negación de esa finalidad salvífica. Esto se vislumbra ya en la hora de la tentación, cuando Jesús rechaza resuelta- mente al halagador que trata de desviarle hacia la búsqueda de éxitos terrenos (Cfr. Mt 4, 5-10; Lc 4, 5-12).

7. Debemos notar, sin embargo, que en los textos citados, cuando Jesús anuncia su pasión y muerte, procura hablar también de la resurrección que sucederá 'el tercer día'. Es un añadido que no cambia en absoluto el significado esencial del sacrificio mesiánico mediante la muerte en cruz, sino que pone de relieve su significado salvífico y vivificante. Digamos, desde ahora, que esto pertenece a la más profunda esencia de la misión de Cristo: el Redentor del mundo es aquel en quien se debe llevar a cabo la 'pascua', es decir, el paso del hombre a una nueva vida en Dios.

8. En este mismo espíritu Jesús forma a sus Apóstoles y traza la prospectiva en que deberá moverse su futura Iglesia. Los Apóstoles, sus sucesores y todos los seguidores de Cristo, tras las huellas del Maestro crucificado, deberán. recorrer el camino de la cruz: 'Os entregarán a los tribunales, seréis azotados en las sinagogas y compareceréis ante gobernadores y reyes por mi causa para que deis testimonio ante ellos' (Mc 13,9). 'Os entregarán a la tortura y os matarán, y seréis odiados de todas las naciones por causa de mi nombre' (Mt 24,9). Pero ya sea a los Apóstoles o a los futuros seguidores, que participaran en la pasión y muerte redentora de su Señor, Jesús también preanuncia: 'En verdad, en verdad os digo:... Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo' (Jn 16,20). Tanto los Apóstoles como la Iglesia están llamados, en todas las épocas, a tomar parte en el misterio pascual de Cristo en su totalidad. Es un misterio, en el que, del sufrimiento y la 'tristeza' del que participa en el sacrificio de la cruz, nace el 'gozo' de la nueva vida de Dios.

 

 

El valor del sufrimiento y de la muerte de Cristo (l9.X.88)

1. Los datos bíblicos e históricos sobre la muerte de Cristo que hemos resumido en las catequesis precedentes, han sido objeto de reflexión en la Iglesia de todos los tiempos, por parte de los primeros Padres y Doctores, por los Concilios Ecuménicos, por los teólogos de las diversas escuelas que se han formado y sucedido durante los siglos hasta hoy.

El objeto principal del estudio y de la investigación ha sido y es el del valor de la pasión y muerte de Jesús de cara a nuestra salvación. Los resultados conseguidos sobre este punto, además de hacemos conocer mejor el misterio de la redención, han servido para arrojar nueva luz también sobre el misterio del sufrimiento humano, del cual se han podido descubrir dimensiones impensables de grandeza, de finalidad, de fecundidad, ya desde que se ha hecho posible su comparación, y más aún, su vinculación con la Cruz de Cristo.

2. Elevemos los ojos, ante todo, hacia El que cuelga de la Cruz y preguntémonos: ¿quién es éste que sufre? Es el Hijo de Dios: hombre verdadero, pero también Dios verdadero, como sabemos por los Símbolos de la fe. Por ejemplo el de Nicea lo proclama 'Dios verdadero de Dios verdadero... que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajo del cielo, se encarnó y padeció' (DS, 125. El Concilio de Éfeso, por su parte, precisa que 'el Verbo de Dios sufrió en la carne' (DS. 263).

'Dei Verbum passum carne': es una síntesis admirable del gran misterio del Verbo encarnado, Jesucristo, cuyos sufrimientos humanos pertenecen a la naturaleza humana, pero se deben atribuir, como todas sus acciones, a la Persona divina. ¡Se tiene, pues, en Cristo a un Dios que sufre!

3. Es una verdad desconcertante. Ya Tertuliano preguntaba a Marción: '¿Sería quizá muy necio creer en un Dios que ha nacido de una Virgen, precisamente carnal y que ha pasado por la humillación de la naturaleza? Por el contrario di que es sabiduría de un Dios crucificado (De carne Christi, 4, 6)6,1).

La teología ha precisado que lo que no podemos atribuir a Dios como Dios, sino por un metáfora antropomórfica que nos hace hablar de su sufrimiento, etc., Dios lo ha realizado en su Hijo, el Verbo, que ha asumido la naturaleza humana en Cristo. Y si Cristo es Dios que sufre en la naturaleza humana, como hombre verdadero nacido de María Virgen y sometido a los acontecimientos y a los dolores de todo hijo de mujer, siendo El una persona divina, como Verbo, da un valor infinito a su sufrimiento y a su muerte, que así entra en el ámbito misterioso de la realidad humano-divina y toca, sin deteriorarla, la gloria y la felicidad infinita de la Trinidad.

Sin duda, Dios en su esencia permanece más allá del horizonte del sufrimiento humano)divino: pero la pasión y muerte de Cristo penetran, rescatan y ennoblecen todo el sufrimiento humano, ya que El, al encarnarse, ha querido ser solidario con la humanidad, la cual, poco a poco, se abre a la comunión con El en la fe y el amor.

4. El Hijo de Dios, que asumió el sufrimiento humano es, pues, un modelo divino para todos los que sufren, especialmente para los cristianos que conocen y aceptan en la fe el significado y el valor de la Cruz. El Verbo encarnado sufrió según el designio del Padre también para que pudiésemos 'seguir sus huellas', como recomienda San Pedro (1 Pe 2, 21; cfr. S. Th II, q. 46, a. 3).Sufrió y nos enseñó a sufrir.

5. Lo que más destaca en la pasión y muerte de Cristo es su perfecta conformidad con la voluntad del Padre, con aquella obediencia que siempre ha sido considerada como la disposición más característica y esencial del sacrificio.

San Pablo dice la Cristo que se 'hizo obediente hasta la muerte de Cruz' (Flp 2, 8), alcanzando, así, el máximo desarrollo de la kénosis incluida en la encarnación del Hijo de Dios, en contraste con la desobediencia de Adán, que quiso 'retener' la igualdad con Dios (Cfr. Fil 2, 6).

El 'nuevo Adán' realizo de esta forma un vuelco de la condición humana (una 'recirculatio', como dice San Ireneo): El, 'siendo de condición divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo' (Flp 2,7). La Carta a los Hebreos recalca el mismo concepto. 'Aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencial' (Heb 5, 8). Pero es el mismo el que en vida y en muerte, según los Evangelios, se ofreció a sí mismo al Padre en plenitud de obediencia. 'No sea lo que yo quiero sino lo que quieras Tú' (Mc 14, 36). 'Padre en tus manos pongo mi espíritu' (Lc 23, 46). San Pablo sintetiza todo esto cuando dice que el Hijo de Dios hecho hombre se 'humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz' (Flp 2, 8).

6. En Getsemaní vemos lo dolorosa que fue esta obediencia: '¡Abbá, Padre!: todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea la que yo quiero, sino la que quieras Tú'(Mc 14, 36). En ese momento se produce en Cristo una agonía del alma, mucho más dolorosa que la corporal (Cfr. S.Th. III, q. 46, a. 6), por el conflicto interior entre las 'razones supremas' de la pasión, fijada en el designio de Dios, y la percepción que tiene Jesús en la finísima sensibilidad de su alma, de la enorme maldad del pecado que parece volcarse sobre El, hecho casi 'pecado' (es decir, víctima del pecado), como dice San Pablo (Cfr. 2 Cor 5, 21), para que el pecado universal fuera expiado en El. Así, Jesús llega a la muerte como el acto supremo de obediencia: 'Padre en tus manos pongo mi espíritu' (Lc 23, 46): el espíritu, o sea, el principio dela vida humana.

Sufrimiento y muerte son la manifestación definitiva de la obediencia total del Hijo al Padre. El homenaje y el sacrificio de la obediencia del Verbo encarnado son una admirable concreción de disponibilidad filial, que desde el misterio de la encarnación sufre, y, de alguna forma, penetra en el misterio dela Trinidad! Con el homenaje perfecto de su obediencia Jesucristo lora una perfecta victoria sobre la desobediencia de Adán y sobre todas las rebeliones que pueden nacer en los corazones humanos, muy especialmente por causa del sufrimiento y de la muerte, de manera que aquí también puede decirse que 'donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia' (Rom 5, 20). Jesús reparaba, en efecto, la desobediencia, que siempre está incluida en el pecado humano, satisfaciendo en nuestro lugar las exigencias de la justicia divina.

7. En toda esta obra salvífica, consumada en la pasión y en la muerte en Cruz, Jesús llevó al extremo la manifestación del amor divino hacia los hombres, que esta en el origen tanto de su oblación, como del designio del Padre.

'Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de todas las dolencias' (Is 53, 3), Jesús mostró toda la verdad contenida en aquellas palabras proféticas: 'Nadie tiene mayor amor, que el quo da la vida por sus amigos' (Jn 15, 13). Haciéndose 'varón la dolores' estableció una nueva solidaridad la Dios con los sufrimientos humanos. Hijo eterno del Padre, en comunión con El en su gloria eterna, al hacerse hombre se guardó bien la reivindicar privilegios la gloria terrena o al menos de exención del dolor, pero entró en el camino la cruz y escogió como suyos los sufrimientos, no sólo físicos, sino morales que le acompañaron hasta la muerte; todo por amor nuestro, para dar a los hombres la prueba decisiva la su amor, para reparar el pecado de los hombres y reconducirlos desde la dispersión hasta la unidad (Cfr. Jn 11, 52). Todo porque en el amor de Cristo se reflejaba el amor de Dios hacia la humanidad.

Así puede Santo Tomás afirmar que la primera razón de conveniencia que explica la liberación humana mediante la pasión y muerte de Cristo es que 'de esta forma el hombre conoce cuánto le ama Dios, y el hombre, a su vez, es inducido a amarlo: en tal amor consiste la perfección de la salvación humana'(III, q. 46, a. 3). Aquí el Santo Doctor cita al Apóstol Pablo que escribe: 'La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros' (Rom 5, 8).

8. Ante este misterio, podemos decir que sin el sufrimiento y la muerte de Cristo, el amor de Dios hacia los hombres no se habría manifestado en toda su profundidad y grandeza. Por otra parte, el sufrimiento y la muerte se han convertido, con Cristo, en invitación, estimulo y vocación a un amor más generoso, como ha ocurrido con tantos Santos que pueden ser justamente llamados los 'héroes de la Cruz' y como sucede siempre con muchas criaturas, conocidas e ignoradas, que saben santificar el dolor reflejando en sí mismas el rostro llagado de Cristo. Se asocian así a su oblación redentora.

9. Falta añadir que Cristo, en su humanidad unida a la divinidad, y hecha capaz, en virtud de a abundancia de la caridad y de la obediencia, de reconciliar al hombre con Dios (Cfr. 2 Cor 5, 19), se establece como único Mediador entre la humanidad y Dios, a un nivel muy superior al que ocupan los Santos del Antiguo y Nuevo Testamento, y la misma Santísima Virgen María, cuando se habla de su mediación o se invoca su intercesión.

Estamos, pues, ante nuestro Redentor, Jesucristo crucificado, muerto por nosotros por amor y convertido por ello en autor de nuestra salvación.

Santa Catalina de Siena, con una de sus imágenes tan vivas y expresivas, lo compara a un 'puente sobre el mundo'. Si, El es verdaderamente el Puente y el Mediador, porque a través de El viene todo don del cielo a los hombres y suben a Dios todos nuestros suspiros e invocaciones de salvación (Cfr. S, Th. III, q. 26, a. 2). Abrahán, con Catalina y tantos otros 'Santos de la Cruz' a este Redentor nuestro dulcísimo misericordioso, que la Santa la Siena llamaba Cristo-Amor. En su corazón traspasado está nuestra esperanza y nuestra paz.

 

El valor sustitutivo y representativo del sacrificio de Cristo (26.X.88)

1. Tomemos de nuevo algunos conceptos que la tradición de los Padres ha sacado de las fuentes bíblicas en el intento de explicar las 'riquezas insondables' (Ef 3, 8) de la redención.

Ya hemos aludido a ellos en las últimas catequesis, pero merecen ser ilustrados, de forma más particularizada por su importancia teológica y espiritual.

2. Cuando Jesús dice: 'EI Hijo del hombre... no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos' (Mc 10, 45) resume en estas palabras el objetivo esencial de su misión mesiánica: 'dar su vida en rescate'. Es una misión redentora. Lo es para toda la humanidad, porque decir, 'en rescate por muchos', según el modo semítico de expresar los pensamientos, no excluye a nadie. A la luz de este valor redentor había sido yavista la misión del Mesías en el libro del Profeta Isaías, y, particularmente, en los 'Cánticos del Siervo de Yahvéh': 'Y con todo eran nuestras dolencias las que EI llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados' (Is 53, 46).

3. Estas palabras proféticas nos hacen comprender mejor lo que Jesús quiere decir cuando habló de que el Hijo del hombre ha venido 'para dar su vida en rescate por mucho'. Quiere decir que ha dado su vida 'en nombre' y en sustitución de toda la humanidad, para liberar a todos del pecado. Esta 'sustitución' excluye cualquier participación en el pecado por parte del Redentor. El fue absolutamente inocente y santo. Tu solus sanctus! Decir que una persona ha sufrido un castigo en lugar de otra implica, evidentemente, que ella no ha cometido la culpa. En su sustitución redentora (substitutio), Cristo, precisamente por su inocencia y santidad 'vale ciertamente lo que todos', como escribe San Cirilo a Alejandría (In Isaiam 5, 1; PG 70, t.176; In 2 Cor 5, 21; PG 74, 945). Precisamente porque 'no cometió pecado' (1 Pe 2, 22), pudo tomar sobre sí lo que es efecto del pecado, es decir, el sufrimiento y la muerte, dando al sacrificio de la propia vida un valor real y un significado redentor perfecto.

4. Lo que confiere a la sustitución su valor redentor no es el hecho material de que un inocente haya sufrido el castigo merecido por los culpables y que así la justicia haya sido satisfecha de algún modo (en realidad, en tal caso, se debería más bien hablar de grave injusticia). El valor redentor, por el contrario, viene de la realidad de que Jesús, siendo inocente, se ha hecho, por puro amor, solidario con los culpables y así ha transformado, desde dentro, su situación. En efecto, cuando una situación catastrófica como la provocada por el pecado es asumida por puro amor en favor de los pecadores, entonces tal situación ya no está más bajo el signo de la oposición a Dios, sino, al contrario, bajo el de la docilidad al amor que viene de Dios (Cfr. Gal 1, 4) y se conviene, de esta forma, en fuente de bendición (Gal 3, 13)14). Cristo, ofreciéndose a sí mismo 'en rescate por muchos' ha llevado a cabo hasta el fin su solidaridad con el hombre, con cada hombre, con cada pecador. Lo manifiesta el Apóstol cuando escribe: 'El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron' (2 Cor 5, 14). Cristo, pues, se hizo solidario con cada hombre en la muerte, que es un efecto del pecado. Pero esta solidaridad de ninguna forma era en El efecto del pecado; era, por el contrario, un acto gratuito a amor purísimo. El amor 'indujo' a Cristo a 'dar la vida', aceptando la muerte en la cruz. Su solidaridad con el hombre en la muerte consiste, pues, en el hecho de que sólo El murió como muere el hombre )como muere cada hombre) pero murió por cada hombre. De tal forma, la 'sustitución' significa la 'sobreabundancia' del amor, que permite superar todas las 'carencias' o insuficiencias del amor humano, todas las negaciones y contrariedades ligadas con el pecado del hombre en toda dimensión, interior e histórica, en la que este pecado ha grabado la relación del hombre con Dios.

5. Sin embargo, en este punto vamos más allá de la medida puramente humana del 'rescate' que Cristo ha ofrecido 'por todos'. Ningún hombre, aunque fuera el más santo, podía tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerlos en sacrificio 'por todos'. Sólo Jesucristo era capaz de ello, porque, aun siendo verdadero hombre, era Dios)Hijo, de la misma substancia del Padre. El sacrificio de su vida humana tuvo por este motivo un valor infinito. La subsistencia en Cristo de la Persona divina del Hijo, la cual supera y abraza al mismo tiempo a todas las personas humanas, hace posible su sacrificio redentor 'por todos'. 'Jesucristo valía por todos', escribe San Cirilo de Alejandría (Cfr. In Isaiam 5,1; PG 70,1.176). La misma transcendencia divina de la persona de Cristo hace que El pueda 'representar' ante el Padre a todos los hombres. En este sentido se explica el carácter 'sustitutivo' de la redención realizada por Cristo: en nombre de todos y por todos. 'Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis iustificationem meruit' enseña el Concilio de Trento (Decreto sobre la justificación, c. 7: DS 1.529), subrayando su valor meritorio del sacrificio de Cristo.

6. Aquí se hace notar que este mérito es universal, es decir, valedero para todos los hombres y para cada uno, porque está basado en una representatividad universal, puesta a la luz por los textos que hemos visto sobre la sustitución de Cristo en el sacrificio por todos los demás hombres. El valía 'lo que todos nosotros', como ha dicho San Cirilo de Alejandría, podía por sí solo sufrir por todos (Cfr. In Isaiam 5, 1: PG 70, 1.176; In 2 Cor 5, 21: PG 74, 945). Todo ello está incluido en el designio salvífico de Dios y en la vocación mesiánica de Cristo.

7. Se trata de una verdad de fe, basada en palabras de Jesús, claras e inequívocas, repetidas por El también en el momento de la institución de la Eucaristía. Nos las transmite San Pablo en un texto que es considerado como el más antiguo sobre este punto: 'Este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros... Este cáliz es la nueva Alianza en mi sangre' (1 Cor 11, 23. Con este texto concuerdan los sinópticos que hablan del cuerpo que 'se da' y de la sangre que será derramada... en remisión de los pecados' (Cfr. Mc 14, 22-24; Mt 26, 26-28; Lc 22, 19-20). También en la oración sacerdotal de la última Cena, Jesús dice: 'Yo por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad' (Jn 17, 19). El eco y, en cierto modo, la precisión del significado de estas palabras de Jesús se encuentra en la primera Carta a de San Juan: 'El es la víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero' (1 Jn 2, 2). Como se ve, San Juan nos ofrece la interpretación auténtica de los demás textos sobre el valor sustitutivo del sacrificio de Cristo, en el sentido dela universalidad de la redención.

8. Esta verdad de nuestra fe no excluye, sino que exige, la participación del hombre, de cada hombre, en el sacrificio de Cristo, la colaboración con el Redentor. Si, como hemos dicho más arriba, ningún hombre podía llevar acabo la redención, ofreciendo un sacrificio sustitutivo 'por los pecados de todo el mundo' (Cfr. 1 Jn 2, 2), también es verdad que cada uno es llamado a participar en el sacrificio de Cristo, a colaborar con El en la obra de la redención que El mismo ha realizado. Lo dice explícitamente el Apóstol Pablo cuando escribe a los Colosenses: 'Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia' (Col 1, 24). El mismo apóstol escribe también: 'Estoy crucificado con Cristo' (Gal 2, 20). Esas afirmaciones no parten so de una experiencia y la una experiencia personal de Pablo, sino que expresan la verdad sobre el hombre, redimido sin duda aprecio de la Cruz de Cristo, y también llamado al mismo tiempo a 'completar en la propia carne lo que falta a los sufrimiento la Cristo por la redención del mundo. Todo esto se sitúa en la lógica de a alianza entre Dios y el hombre y supone, en éste último, la fe como vía fundamental de su participación en la salvación que viene del sacrificio de Jesús en la Cruz.

9. Cristo mismo ha llamado y llama constantemente a sus discípulos a esta participación: 'Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome la cruz y sígame' (Mc 8, 34). Más de una vez también habla de las persecuciones que esperan a sus discípulos: 'El siervo no es más que su Señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros' (Jn 5, 20). 'Lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes pero vuestra tristeza se convertirá en gozo' (Jn 16, 20). Estos y otros textos del Nuevo Testamento han basado, justamente, la tradición teológica, espiritual y ascética que desde los tiempos más antiguos ha mantenido la necesidad y mostrado los caminos del seguimiento de Cristo en la pasión, no solo como imitación de sus virtudes, sino también como cooperación en la redención universal con la participación en su sacrificio.

10. He aquí uno de los puntos de referencia de la espiritualidad cristiana especifica que estamos llamados a reactivar en nuestra vida por fuerza del mismo bautismo que, según el decir de San Pablo (Cfr. Rom 6,3)4), actúa sacramentalmente nuestra muerte y sepultura sumergiéndonos en el sacrificio salvífico de Cristo: si Cristo ha redimido a la humanidad, aceptando la cruz y la muerte 'por todos', esta solidaridad de Cristo con cada hombre contiene en sí la llamada a la cooperación solidaria con El en la obra de la redención. Tales la elocuencia del Evangelio. Así es, sobre todo, la elocuencia de la cruz. Así la importancia del bautismo que, como veremos en su momento, actúa ya en sí la participación del hombre, de todo hombre, en la obra salvífica, en la que está asociado a Cristo por una misma vocación divina.

 

 

El sentido cristiano del sufrimiento (9.XI.88)

1. 'Si el grano de trigo... muere, da mucho fruto' (Jn 12, 24).

2. El Cristo que sufre es, como ha cantado un poeta moderno, 'el Santo que sufre', el Inocente que sufre precisamente por ello, su sufrimiento tiene una profundidad mucho mayor en relación con la de todos los otros hombres, incluso de todos los Job, es decir de todos los que sufren en el mundo sin culpa propia. Ya que Cristo es el único que verdaderamente no tiene pecado, y que, más aun, ni siquiera puede pecar. Es, por tanto, Aquel )el único) que no merece absolutamente el sufrimiento. Y sin embargo es también el que lo ha aceptado en la forma plena y decidida, lo ha aceptado voluntariamente y con amor. Esto significa ese deseo suyo, esa especie de tensión interior de beber totalmente el cáliz del dolor (Cfr. Jn 18, 11), y esto 'por nuestros pecados, no sólo por los nuestros sino también por los de todo el mundo', como explica el Apóstol San Juan (1 Jn 2, 2). En tal deseo, que se comunica también a un alma sin culpa, se encuentra la raíz de la redención del mundo mediante la cruz. La potencia redentora del sufrimiento está en el amor.

3. Y así, por obra de Cristo, cambia radicalmente el sentido del sufrimiento. Ya no basta ver en él un castigo por los pecados. Es necesario descubrir en él la potencia redentora, salvífica del amor. El mal del sufrimiento, en el misterio de la redención de Cristo, queda superado y de todos modos transformado: se convierte en la fuerza para la liberación del mal, para la victoria del bien. Todo sufrimiento humano, unido al de Cristo, completa 'lo que falta a las tribulaciones de Cristo en la persona que sufre, en favor de su Cuerpo' (Cfr. Col 1, 24): el Cuerpo es la Iglesia como comunidad salvífica universal.

4. En su enseñanza, llamada normalmente prepascual, Jesús dio a conocer más de una vez que el concepto de sufrimiento, entendido exclusivamente como pena por el pecado, es insuficiente y hasta impropio. Así, cuando le hablaron de algunos galileos 'Cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios', Jesús preguntó: '¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas...? aquellos dieciocho sobre los que se desplomo la torre de Siloé matándolos ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén?' (Lc 13, 1-2. 4). Jesús cuestiona claramente tal modo de pensar, difundido y aceptado comúnmente en aquel tiempo, y hace comprender que la 'desgracia' que comporta sufrimiento no se puede entender exclusivamente como un castigo por los pecados personales. 'No, os lo aseguro' )declara Jesús), y añade: 'Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo' (Lc 13, 34). En el contexto, confrontando estas palabras con las precedentes, es fácil descubrir que Jesús trata de subrayar la necesidad de evitar el pecado, porque éste es el verdadero mal, el mal en sí mismo y permaneciendo la solidaridad que une entre sí a los seres humanos, la raíz última de todo sufrimiento. No basta evitar el pecado sólo por miedo al castigo que se puede derivar de él para el que lo comete. Es menester 'convertirse' verdaderamente al bien, de forma que la ley de la solidaridad pueda invertir su eficacia y desarrollar, gracias a la comunión con los sufrimientos de Cristo, un influjo positivo sobre los demás miembros de la familia humana.

5. En ese sentido suenan las palabras pronunciadas por Jesús mientras curaba al ciego de nacimiento. Cuando los discípulos le preguntaron. 'Rabbí, quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?'. Jesús respondió: 'Ni él pecó, ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios(Jn 9, 1)3). Jesús, dando la vista al ciego l ciego, dio a conocer las 'obras de Dios', que debían revelarse en aquel hombre disminuido, en favor de él y de cuantos llegaran a conocer el hecho. La curación milagrosa del ciego fue un 'signo' que llevó al curado a creer en Cristo e introdujo en el ánimo de otros un germen saludable de inquietud (Cfr. Jn 9, 16). En la profesión de fe del que recibió el milagro se manifestó la esencial 'obra de Dios' el don salvífico que recibió junto con el don de la vista: '¿Tú crees en el Hijo del hombre?... ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Le has visto; el que está hablando contigo, ese es! ¡Creo Señor! (Jn 9, 35-38).

6 En el fondo de este acontecimiento vislumbraron algún aspecto de la verdad del dolor a la luz de la cruz. En realidad, un juicio que vea sufrimiento exclusivamente como castigo del pecado, va contra el amor del hombre. Es lo que aparece ya en el caso de los interlocutores de Job, que le acusan sobre la base de argumentos deducidos de una concepción de la justicia carente la toda apertura al amor (Cfr. Job 4 ss.). Esto se ve mejor aun en el caso del ciego de nacimiento: '¿Quien pecó, él o sus padre, para que haya nacido ciego?' (Jn 9,2). Es como señalar con el dedo a alguno. Es un sentenciar que pasa del sufrimiento visto como tormento físico, al entendido como castigo por el pecado: alguno debe haber pecado en ese caso, el interesado o sus padres. Es una censura moral: ¡sufre, por eso, debe haber sido culpable! Para poner fin a este modo mezquino e injusto de pensar, era necesario que se revelase en su radicalidad el misterio del sufrimiento del Inocente, del Santo, del 'Varón de dolores'! Desde que Cristo escogió la cruz y murió en el Gólgota, todos los que sufren, particularmente los que sufren sin culpa, pueden encontrarse con el rostro del 'Santo que sufre', y hallar en su pasión la verdad total sobre el sufrimiento, su sentido pleno, su importancia.

7. A la luz de esta verdad, todos los que sufren pueden sentirse llamados a participar en la obra de la redención realizada por medio de la cruz. Participar en la cruz de Cristo quiere decir creer en la potencio salvífica del sacrificio que todo creyente puede ofrecer junto al Redentor. Entonces el sufrimiento se libera de la sombra del absurdo, que parece recubrirlo, y adquiere una dimensión profunda, revela su significado y valor creativo. Se diría, entonces, que cambia el escenario de la existencia, del que se aleja cada vez más la potencia destructiva del mal, precisamente porque el sufrimiento produce frutos copiosos. Jesús mismo nos lo revela y promete, cuando dice: 'Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda el solo; pero si muere da mucho fruto' (Jn 12, 224). ¡Desde la cruz a la gloria!

8. Es necesario iluminar con la luz del Evangelio otro aspecto de la verdad del sufrimiento. Mateo nos dice que 'Jesús recorría las aldeas... proclamando la Buena Nueva del reino y sanando toda enfermedad y dolencia' (Mt 9, 35).Lucas a su vez narra que cuando interrogaron a Jesús sobre el significado correcto del mandamiento del amor, respondió con la parábola del buen samaritano (Cfr. Lc 10, 30)37). De estos textos se deduce que, según Jesús, el sufrimiento debe impulsar, de forma particular, al amor al prójimo y al compromiso de prestarle los servicios necesarios. Tal amor y tales servicios, desarrollados en cualquier forma posible, constituyen un valor moral fundamental que 'acompaña' al sufrimiento. Mas aún, Jesús, hablando del juicio final, ha dado particular relieve al concepto de que toda obra de amor llevada a cabo en favor del hombre que sufre, se dirige al Redentor mismo: 'Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme' (Mt 25, 35-36). En estas palabras se basa toda la ética cristiana del servicio, también el social, y la valoración definitiva del sufrimiento aceptado a la luz de la cruz.

¿No se podía sacar de aquí la respuesta que, también hoy, espera la humanidad? Esa sólo se puede recibir de Cristo crucificado, 'el Santo que sufre', que puede penetrar en el corazón mismo de los problemas humanos más tormentosos, porque ya está junto a todos los que sufren y le piden la infusión de una esperanza nueva.

 

 


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