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Glosario al Tercer Catecismo del III. Concilio Provincial de Lima

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SIGLAS
Voces indígenas - Voces desusadas Aclaraciones históricas y terminológica
s

 

 

SIGLAS

 

A: Voz o vocablo aimara.

AT:       Arte y Vocabulario en la lengua general del Perú: llamada quechua, y en la española. El más copioso y elegante que hasta ahora se ha impreso. DIEGO DE TORRES RUBIO. Lima, 1614.

AV:       Arte y Vocabulario en la lengua general del Perú: llamada quechua. El más copioso y elegante que hasta ahora se ha impreso. Los Reyes, 1586.

BAE: Biblioteca de Autores Españoles.

CBBD : Colección de Bulas, Breves y otros Documentos relativos a la Iglesia de América y Filipinas. PABLO HERNÁEZ. Bruselas, 1879 (2 vols.).

CCI     : Confesionario para los Curas de Indios (III Concilio de Lima). Lima, 1584.

Cód. L :   Códice Limense. Manuscrito original de las cinco acciones o sesiones del III Concilio Provincial de Lima (1582-1583). Archivo del Cabildo Ecle­siástico de la Catedral de Lima. Texto latino-castellano.

CL:       Concilios Limenses. Edición de RUBÉN VARGAS LIGARTE (3 vols.). Lima, 1951­1952.

CRI     : De los Comentarios Reales de los Incas. INCA GARCILASO DE LA VEGA. BAE, vols. 132-135. Madrid, 1960.

DK:      Die Kechua Sprache. Dritte Ableilung. JuAN JACOBO VON Tsenum. Vol. III: Wörterbuch. Viena, 1853 (3 vols.).

DPI:    De Procuranda Indorum Saluie. JOSÉ DE ACOSTA.. BAE, vol. 73. Madrid, 1954.

El:        Extirpación de la idolatría en el Perú. PABLO JOSÉ DE ARRIAGA. BAE, vol. 209. Madrid, 1960.

GPM: Gobierno del Perú. JUAN DE MATIENZO. Edición del Institut Français d'Études Andines. París, 1967.

HI:      Historia de los Incas. PEDRO SARMIENTO De GAMBOA. Buenos Aires, 1943.

HNM:    Historia del Nuevo Mundo. BERNABÉ COBO. BAE, vols. 73. Madrid, 1956.

HNMA: Historia Natural y Moral de las Indias. JOSÉ DE ACOSTA. BAE, vol. 73. Madrid, 1954.

IL :        La Imprenta en Lima (1584-1824). JOSÉ TORIBIO MEDINA. Santiago deChile, 1904-1911 (4 vols.).

IP :       Impresos Peruanos (1584-1650). Biblioteca Peruana, tomo VII. Lima,1953.

OCI :     Relación del origen y gobierno de los Incas. HFRNANDO DE SANTILLÁN. BAE,  vol. 209. Madrid, 1960.

OIOP :  Organización de la Iglesia y las Órdenes Religiosas en el Virreinato del

            Perú en el Siglo XVI. Documentos del Archivo de Indias. RICARDO  LEVILLIER. Madrid, 1919 (2 vols.).

PNC :   El Primer Nueva Crónica y Buen Gobierno. FELIPE GUAMÁN POMA DE  AYALA. Edición crítica de John V. Murra y Rolena Adorno. Traducciones y aná­lisis textual del    quechua por Jorge L. Urioste. Ed. Siglo XXI, 3 vols. México, 1980.

Q :        Voz o vocablo quechua.

RCA :   Relación de las costumbres antiguas de los naturales del Pirú (anónima). BAE, vol. 209. Madrid, 1968.

RCM :   Relación de muchas cosas acaescidas en el Perú. CRISTÓBAL DF. MOLINA (el almagrista). BAE, vol. 209. Madrid, 1968.

RF :      Relación de los ritos y fábulas de los Incas. CRISTÓBAL DE MOLINA (el  cuzqueño). Buenos Aires, 1947.

SI :       El Señorío de los Incas. PEDRO CIEZA DE LEÓN. Edición del Instituto de Estudios Peruanos. Lima, 1967.

SN :      Suma y Narración de los Incas. JUAN DE BETANZOS. DAE, vol. 209. Madrid, 1968.

TA :      Tratado y Averiguación. POLO DE ONDEGARDO. Incluido en el Confesionario para los Curas de Indios del III Concilio Provincial de Lima (Tole. 7r 16v). Lima, 1585.

VH :      Vocabulario de la lengua general de todo el Perú: llamada quichua o del Inca. Corregido y renovado conforme a la propiedad cortesana del Cuzco. DIEGO GONZÁLEZ HOLGUÍN Lima, 1608.

VB :      Vocabulario de la lengua aymara. Lunovico BERTONIO. Juli, 1612.

WM :    Die einheimischen Sprachen Perus. Band I: Das Runa Simi oder Keshua Sprache; Bond 11: Wörterbuch des Runa Simi oder Keshun Sprache. ERNST W. MIDDENDORF Leipzig, 1890.

 

 

ABUSIONES: Si tomamos como guía la lista de supersticiones que redactó el II Concilio de Lima (1567-68), y la completamos con los datos que aportan POLO DE ONDEGARDO, GUAMÁN POMA v ARRIAGA, podemos establecer el siguiente repertorio de abusiones y agüeros malos, agrupados según la fuente de donde surge el presagio o anuncio malo o funesto: animales, fenómenos atmosféricos o telúricos, movimien­tos corporales, sueños, visiones quiméricas, fenómenos extraordinarios de repro­ducción, maleficios, etc.

1. Animales cuya presencia o canto anuncia daños, despedidas, peleas, muertes, etc.:

-Ver en el campo o en la propia casa culebras, serpientes, víboras, la­gartijas, arañas, pulgas, gusanos grandes, mariposas, zorros y otros ani­males semejantes;

-Oír cantar lechuzas, búhos, ruiseñores, jilgueros, murciélagos, mochue­los, buitres y otras aves extrañas;

-Oír aullar perros.

2. Fenómenos atmosféricos y telúricos que presagian infortunios, calamidades, daños graves, muertes, etc.;

-Ver eclipses (de sol y de luna), cometas, arco iris, movimientos de estrellas, etc.;

-Ver granizar, nevar, tempestad grande, terremotos, etc.

3. Movimientos corporales que vaticinan mal agüero:

-Si tiemblan los párpados, los labios u otra parte del cuerpo (siempre que sea del lado izquierdo);

-Si zumban los oídos, se tropieza con los pies, o se siente escozor en ellos (ídem);

-Si se estremece el cuerpo, se tose, se estornuda, se bosteza, se saliva de determinada manera, etc.

4. Sueños que pronostican enfermedades, peleas, viudez, muertes (del padre, madre o hermano), etc.:

-Soñar con gusanos de fuego, pájaros diversos, hongos, zapallos, etc.; -Soñar que se degüella una llama, o se pone el sol o la luna al pasar un puente sobre un río, etc.;

-Caérsele un diente durante el sueño.

5. Visiones de ciertas partes del cuerpo de hombres o mujeres vivos que anun­cian muerte próxima, viajes a lugares lejanos, separación matrimonial, separación de parientes, etc. Ver, por ejemplo, solamente cabezas, piernas o vísceras.

6. Visitan de familiares o conocidos difuntos que auguran daños graves y muerte próxima. Ver sus cabezas o fantasmas.

7. Maldiciones que si no se conjuran a tiempo, se cumplen inexorablemente. Ejemplos:

huérfanos, vigilar el orden en las calles, casas, mercados, etc. Cf. PNC, III, 326­329; Leyes de Indias (Recopilación), Lib. VI, Tít. III, leyes 15 y 16; C. BAYLE, Los cabildos seculares en la América..., 363-388; J. M. OTS Y CAPDEQUÍ, Historia del Derecho español,.., 158-160, y E. Ruiz GUIÑAZÚ, La magistratura indiana, 301-311.

-El demonio te lleve a un lugar donde te pudras, donde te conviertan en un ser andrajoso, anides como un animal salvaje, coma un limosnero, como un alma en pena, etc.;

-El demonio te lleve a un lugar donde mueras quemado por el sol, perdido en la tierra, etc.

-Morirás en la miseria, pidiendo limosna, como un desecho, miserable, cobarde, ladrón corrompido, hijo de mala madre y piojoso, etc.

8. Hechizos para vengar ofensas recibidas, para que le venga mal o muera el que aborrecen:

-Hacer una estatua de la persona que se aborrece (de barro, cera o masa). Vestirla con su propia ropa. Maldecirla, escupirla y colgarla; -Someter la estatua a la acción del sol o del fuego.

9. Amuletos para enamorar (huacanqui, philtrum de los antiguos), hechos con yerbas o plumas de aves, que sirven como hechizos o gualichos (para que les quieran bien otras personas).

Frente a este cúmulo de circunstancias adversas que amenazaban continua­mente la vida indígena con la desgracia y la muerte, sólo quedaba en pie el recurso al mágico conjuro, el que se presentaba en aquellos aciagos momentos como la más oportuna y segura defensa contra los persistentes embates del mal (pestes, ham­bre, enfermedades, tempestades, infortunios, maldiciones, hechizos, etc.). Aquel exorcismo, que incluía la acción conjunta de los ministros del culto y de las per­sonas amenazadas, les aseguraba, al menos, la posibilidad de verse librados al instante de los demonios y espíritus malignos, que siempre deseaban producirles daños y amarguras. Estos ritos imprecatorios consistían de ordinario en:

1. Ciertas ceremonias secretas de los hechiceros y adivinos (ofrendas, sacri­ficios, mirar las entrañas de animales, etc.);

2. Algunos ayunos, penitencias (no beber chicha, ni comer sal ni ají, por ejemplo) y procesiones (con antorchas, armas, tambores, flautas, trompetas y cam­panillas, dando grandes gritos), por parte de los afectados;

3. Determinadas vigilias nocturnas; en cuyo transcurso los naturales baila­ban, cantaban, mascaban coca, bebían, se emborrachaban y comían carne cruda, etc. (ICCR, Cap. V; TA, Caps. IV, XI-XIII; PNC, 284-285; El, 214-218.)

AGÜEROS: Véase ABUSIONES.

ALCALDE: Miembro del cabildo o municipio indígena que actuaba como juez en la administración de la justicia; sobre todo, en el orden civil. Por lo general, ejercían una amplia serie de atribuciones en orden a procurar el bien moral y material del pueblo: juez de paz en los litigios, reprimir los escándalos y pecados públicos, fomentar las obras comunales, vigilar la administración de las cajas de comunidad y bienes propios del pueblo, visitar la cárcel y e) hospital, cuidar de los

ANACONAS, YANACONAS (Q): JUAN De MATIENZO refiere que "hay en este Reino del Perú otra manera dé indios que se llaman yanaconas: ésos son indios que ellos o sus padres salieron del repartimiento o provincia donde eran naturales, y han vivido con españoles sirviéndoles en sus casas, o en chácaras y heredades, o en minas" (GPM, I Parte, Cap. VIII, 25). En su nuevo régimen de vida "poseen agora su ganada y chácaras, y. hacen sus sementeras para sí, y tratan y contratan". Estando entre los españoles, han `aprendido oficios de sastres, zapateros, labra­dores y otros oficios mecánicos con que ganan de comer", y "viven como cristianos entre cristianos".

El cronista señala la existencia de cuatro clases de yanaconas, a saber:

1°) "Los que sirven en chácaras de pancoger, se ocupan en arar, sembrar y coger el pan de trigo, cebada, o maíz, o papas, o chuño, suyos y de sus amos"; 2°) "Los que los españoles tienen en sus casas, y se sirven de ellos en la caballería, o en acompañamiento, o en trajinería, que es ir con cargas de carneros de la tierra a Potosí o a otras partes";

3") "Los que están en las minas de Potosí y Porco, que luego que se descubrió Potosí se solían encomendar y daban cada semana un tanto a sus amos";

4°) "Los que están en los Andes en el beneficio de la coca; a éstos se los llama camayos, que también sirven de trajinería". (GAIP, I Parte, Cap. VIII, 25-29.)

APACHETA, APACHITA (Q): Vocablo utilizado para designar las abras de los cerros y cordilleras donde los viajeros suelen descansar. Todos las crónicas de la conquista, y las descripciones o relaciones de las zonas que formaron parte del Imperio Incaico, al igual que las crónicas misionales, han hablado de las apachitas, dándoles una significación particular: montones de piedras situados en los pasos de la cordillera o en las encrucijadas de los caminos, en los cuales los viajeros indígenas nunca dejaban de añadir una nueva piedra, como signo de agradeci­miento a las divinidades que los protegían durante las travesías.

El II Limense condenó esta práctica como supersticiosa, y autorizó su tole­rancia, facultando a los doctrineros para poner, si les parecía conveniente, una cruz en la apachita, quedando así cristianizada (Constituciones para los Naturales, Cap. 99). El P. FRANCISCO DE AVENDAÑO, perspicaz. y práctico visitador de idolatrías, aludiendo a la cristianización de las apachitas, en uno de sus sermones les recor­daba a los indios que los antiguos hechiceros, sin conocer quién daba fuerzas a los caminantes, llamaron a tan benigno ser Apachec; y que ellos ahora debían reco­nocer en esta divinidad al Dios desconocido, cuyo altar encontró ya San Pablo en Atenas, y que el Apóstol identificó con Jesucristo: "...De la misma manera, los hechiceros no conocieron ni supieron quién era el Dios que ayudaba y daba fuerzas a los caminantes que llevaban cargas sobre sus hombros, y sin conocerlo lo llama­ron Apachec, que quiere decir el que ayuda a llevar la carga; y a este Apachec le ofrecían coca mascada, o maíz mascado, o plumas, o calzado viejo, o las guaracas con que ataban la cabeza, o le ofrecían una piedra pequeña, y hasta ahora se ven en los caminos estos montones de piedras ofrecidas a esta huaca no conocida... Oídme con atención, y sabréis quién es este Apachec, que da las fuerzas para lle­var las cargas. Sabed, hijos, que cuando el Apóstol San Pablo andaba predicando y enseñando a los hombres que Jesucristo Nuestro Señor era Dios verdadero, llegó a una ciudad llamada Areópago, y vio en el templo un altar en que estaban escritas estas palabras: Ignoto Deo: al Dios desconocido; y entonces el Apóstol dijo­-Este Dios que vosotros no conocéis es el que yo os enseño, esto es Jesucristo...­De la misma manera, hijos, este Apachec, que vuestros padres no conocieron; este que da fuerzas para llevar las cargas, es Jesucristo Nuestro Señor, y por eso los españoles han puesto en estas apachitas la Santa Cruz, ya las habéis visto, para que cuando fuéredes caminando y Ilegáredes a estas apachitas, adoréis la Santa Cruz, y le pidáis que os dé fuerzas y os ayude para llevar las cargas..." (Sermones..., I, fol. 55V.)

Para Middendorf; apachita es "una forma de acusativo: apachula o apachij­ta; pero en el día de hoy se usa como el nominativo de un sustantivo simple". Y teniendo en cuenta el significado que le otorgan las crónicas, agrega, "como al llegar a la cima de una cuesta suele descansarse, se llama cada lugar de descanso, y aun el lugar del descanso, apachita; y de allí se originan las expresiones apa­chita ruruy: hacer un descanso; apachita-icuy: descansar y hacer colación; apa­chitaicusunchis: descansemos y refresquémonos..." (IVM, II, 51-52). En el Voca­bulario de la DCC se lee: "montones de piedras en las pampas o encrucijadas, cumbreras de montes o sepulcros o mochaderos" (fol. 76v). Cf. HNM, Lib. XIII, Caps. XI-XII, II, 166, 203-204; RCM, 76; HNMA, Lib. V, Cap. V, 144-145; CRI, Lib. II, Cap. IV, 11, 48; y ANTONIO DE LA CALANCHA, Historia del Santuario de Ntra. Sra. de Copacabana, Lib. I, Cap. V, I, 162.

AYA NIARCAY (Q) (Aya, cadáver; marcay, cargar: "cargar los cadáveres o mo­mias"): Dos ceremonias principales se realizaban en este mes (noviembre), que era el último del año. Ante todo, era el mes en que se rendía culto a los muertos. Acostumbraban sacar los cadáveres momificados de sus bóvedas o sepulcros (pucullos), y los exponían a la veneración de todos sus familiares. Les cambiaban las vestimentas, les daban de comer y beber, adornaban sus cabezas con vistosas plumas de colores, y cantaban y bailaban a su alrededor. Después, según cuenta GUAMÁN POMA, los ponían sobre unas andas, y los paseaban de "casa en casa y por las calles y por las plazas". Concluida la procesión, los volvían a depositar en sus sepulcros, con abundante provisión de alimentos y ropas.

Pero, a su vez, otras acciones rituales reclamaban la atención de los indíge­nas. Eran éstas las relacionadas con los preparativos a los que debían ser some­tidos todos aquellos muchachos que al mes siguiente (Cápac Raymi) serían ar­mados caballeros del Inca (orejones). En grupo se trasladaban al cerro de Guanacauri, coreano al Cuzco. A la guaca del lugar le pedían licencia para armarse caballeros, le ofrecían ciertos sacrificios, y ayunaban durante dos jornadas. De regreso a la ciudad, mascaban el maíz necesario para hacer la chicha que se consumiría en la gran pascua del Cápac Raymi, y participaban de varios sacrifi­cios y borracheras. A estos preparativos, que no podían presenciar los extranjeros, los llamaban "fiesta del Ytu Raymi". (PNC, 259; TA, Cap. VIII.)

AYLLO (Q): Linaje, tribu, familia, parcialidad, género. (DK, 75.)

BORRACHERA: Vicio profundamente arraigado en todos los estratos de la pobla­ción del Incario, desde la nobleza hasta la plebe más desheredada. En efecto, el vino de la tierra, como decían los españoles, o sea la chicha de maíz mascado, tostado o germinado, corría a raudales en las fiestas y bailes (taquíes); sobre todo, en las nocturnas, haciendo de ellas verdaderas orgías, bacanales, cibelinas o luper­cales, según expresión de los cronistas.

Aquel insaciable deleite que les provocaba la bebida, iba lógicamente acompañado por una serie de nefastas secuelas que alteraban en extremo la armónica y pacífica convivencia entre los integrantes de los diversos ayllos o parcialidades; deleite que, a su vez, se convertiría con posterioridad en el obstáculo más difícil de superar para que arraigara con firmeza la fe cristiana en las masas indígenas. A los efectos primarios de la embriaguez, como son la perturbación y alteración de la mente y los sentidos, se sucedían, sin que conocieran límite alguno, la exalta­ción de las pasiones e instintos; la perversidad de las costumbres -especialmente, en el orden sexual (violaciones, fornicaciones, adulterios y homosexualidad; rela­ciones con las madres, hermanas y parientes, etc.)-; los insultos, maldiciones y peleas, y finalmente, las heridas y muertes.

Si estas celebraciones eran en el mismas nocivas, la frecuencia con que se realizaban las hacía aun más nefastas. Al respecto son bien ilustrativas las decla­raciones del P, Acosta, perfecto conocedor de las lacras físicas y morales que se seguían de estas interminables borracheras, cuando dice: 'Y son entre los indios estas bacanales..., no una vez al año, sino mensuales, o por mejor decir continuas. No hay mes que se pase sin esta fiesta; no se congrega una reunión, no se comien­za una feria, no se casa la hija, no pare el ganado, no se cavan los campos, finalmente, no se celebran cultos religiosos, sin que acompañe como buena guía la borrachera. Ella da honor a toda fiesta pública o privada, como argumento de magnificencia y religión". Y agrega: "Los indios cantan solemnemente; concurren sin ninguna diferencia de todas las edades, sexo y parentesco; beben a porfía, y cubas enteras se vacían de una vez; se arman bailes y danzas hasta que Baco los tumba por el suelo; todo es lícito contra cualquiera, según las leyes de la borra­chera". (DPI, Lib. III, Cap. XXI.)

La corrupción y los trastornos orgánicos que difundía por doquiera entre la población aborigen aquel desaforado consumo de chicha, fueron males que no pa­saron inadvertidos a los cristianos ojos de GUAMÁN POMA, el cual, siendo indio puro, se dio bien cuenta de la lacra en que el alcoholismo sumía irremediablemente a sus hermanos de raza, mientras éstos, con la valiosa ayuda que comenzaba a dispensarle la religión cristiana, no intentaron renunciar para siempre ni vicio de la embriaguez: él personalmente se manifestaba convencido, a diferencia de los cronistas españoles y de algunos mestizos, de que los taquíes prehispánicos "no tenían cosa [alguna] de hechicería ni idolatría ni encantamiento", sino que eran simplemente bailes y canciones populares, llenos de alegría, "huelgo y regocijo". Y con verdadera tristeza y vergüenza se ve necesitado n confesar que sólo las borra­cheras empañaban y desvirtuaban aquellas coloridas y entusiastas fiestas, llenas de felicidad y encanto. Firme persuasión que lo lleva a exclamar en su media lengua castellana: "Si no hubiese borrachera (taquíes], sería cosa linda". Frase que, por cierto, no está desprovista de cierta dosis de sarcasmo e ironía, muy propia de su interpretación psicológica de los hechas indianos. (PNC, 317.)

CACIQUE: Vocablo de origen antillano con el que se designaba a los antiguos señores de los indios. Curaca: vocablo quechua de idéntico significado. El P. BERNABÉ COBO los considera sinónimos: °...llamaron a estos señores, caciques, porque con este nombre los comenzaran a llamar en la Isla Española, que en las das lenguas generales de este reino se nombran curacas en la quichua, y maycos en la aymara..." (IINM, Lib. XII, Cap. XXV, 11, 115.)

Según relata el mismo cronista, fue costumbre de los Incas, a medida que avanzaban sus conquistas sobre diversos territorios indígenas, respetar la autori­dad ejercida por los señores o caciques de los pueblos sojuzgados, incorporándolos a ciertas formas de gobierno. El Inca era ayudado en la conducción del Imperio por "cuatro jueces o consejeros", que constituían el "Consejo del Inca", llamados Apucunas, residentes siempre en el Cuzco, "cada uno de los cuales atendía a lo tocante n la parte del reino que les pertenecía; porque, como estaba dividido en cuatro regiones o partidos, uno tenía cargo del Chinchaysuyu; otro, del de Co­llasuyu; el tercero, de Cuntisuyu, y el cuarto, de Antisuyu".

Cada uno de estos grandes distritos se dividía, a su vez, en gobernaciones o provincias, al frente de las cuales estaba una especie de virrey llamado Tocricuc o "delegado del Inca", que residía "en los pueblos cabeceras de provincias"; y "notando estas dos suertes de magistrados y gobernadores [consejeros y virreyes], los demás... eran los señores y caciquea que los Incas hallaron en las provincias cuando las conquistaron. A los cuales, por no caer en aborrecimiento de los natu­rales, no les quitaban los cacicazgos, sino que los dejaban en ellos, como no los hubiesen desmerecido".

Las funciones del cargo eran las siguientes: "No podían dar pena de muerte; solamente conocían de los agravios pequeños y culpas livianas. Tenían cuidado de repartir las tierras de labor a sus súbditos, señalando a cada indio la cantidad que les bastaba, y asimismo, el agua que había de tomar para regar sus chacras y sementeras... Ítem, sacar oro y plata los que tenían minas en sus distritos; una vez al año, juntar en la plaza los mancebos y mujeres casaderas, y la que [el cacique les daba] recibían los indios por mujeres... Tenían cuidado de ver cómo vivían los que estaban a su cargo, y de acusarlos cuando cometían algún delito. Otro sí, cuidaban de avisar de las necesidades que tenían a quien había de remediarlas; de contar los que nacían y morían; los mancebos y mujeres que llegaban a edad de casarse; los viejos y contrahechos..., para que en todo se diese orden como fuesen remediadas sus necesidades..." (IINM, Lib. XII, Cap. XXV.)

Producida la conquista española del Incanato, frente a estos jefes tribales la Corona adoptó una doble actitud, común a todas las regiones indianas: la violencia de las armas, para los que opusieran una resistencia tenaz a la penetración del avance conquistador, y una política de captación de su benevolencia, para los que aceptaran el hecho de la colonización, reconociéndoles sus antiguos privilegios de poder político y social, siempre que éstos no fueran obstáculos para la soberanía española y para la labor misional. Con claridad se pensaba que por el solo hecho de ser infieles no perdían el señorío natural, ni tampoco los privaba de él su conversión al cristianismo. Por estos motivos, la Real Cédula del 26 de febrero de 1557, luego incorporado a la Recopilación, confirmó a los critiques en sus cargos y cacicazgos: "Algunos naturales de las Indias eran en tiempo de su infidelidad caciques y señores de pueblos, y porque después de su conversión a nuestra Santa Fe, es justo que conserven sus derechos, y el haber venido a nuestra obediencia no los haga de peor condición, mandamos a nuestras Reales Audiencias que si estos caciques o principales descendientes de los primeros pretendieren suceder en aquel género de señorío, y sobre esta pidieren justicia, se les haga" (Lib. VI, Tít. VII, ley 1). Con esta actitud procuraba la Corona que los indígenas se agruparan en torno a sus jefes naturales; y que éstos; después de convertidos al cristianismo, por su ejemplo estimularan a los demás a dar el mismo paso. (Cf. JOSÉ M. OTS Y CAPDEQUÍ, historia del Derecho Español en América..., 158; GONZÁLEZ DE SAN SEGUNDO Pervi­vencia de la organización señorial aborigen: Contribución al estudio del cacicazgo y su ordenación por el derecho indiano, en Anuario de Estudios Americanos, XXXIX (1982), 47-92; SEMPAT ASSADOURIÁN Las señores étnicas y los corregidores de indios en la conformación del Estado colonial, ldem XLIV (1987),325-426.

CAMOTE (del náhuatl camotli): Nombre vulgar de la especie Conovulvus batatas L., de la familia de las convolvuláceas, llamada vulgarmente batata o papa dulce. (Cf. IINM, Lib. IV, Cap. VIII.)

CÁPAC INTI RAYMI (Q) (Cápac, poderoso rey; inti, sol; raymi, fiesta: "fiesta del poderoso Rey o Señor Inca, hijo del Sol", "fiesta rica o principal", "la gran fiesta"). Esta era la fiesta más solemne y principal de todo el calendario. Se celebraba en el mes de diciembre. Al decir de GUAMÁN POMA y de Cono, "era entre ellos como la Pascua entre nosotros". La finalidad de su celebración radicaba en dedicar los "muchachos" de la nobleza al Inca, y armarlos sus fieles "orejones" o caballeros. Sus edades oscilaban entre doce y quince años. Esta fiesta alcanzaba especial importancia y lucimiento en el Cuzco, lugar donde residía la mayor parte de la aristocracia. Los ritos fundamentales consistían en horadarles las orejas, ponerles las guaros o pañetes (signo de que se convertían en adultos), azotarlos con hondas (muestra de la resistencia al dolor y los sufrimientos que deben mostrar los gue­rreros) y untarles el rostro con sangre (transmisión de vida y fuerza divina). "Todo ello en señal de que habían de ser caballeros leales del Inca" (Polo). Por varios días se sucedían los bailes y regocijos (taquíes), con sus infaltables comidas y bo­rracheras.

Presidían las ceremonias las estatuas del sol y del trueno. Se sacrificaba gran número de carneros y corderos de la tierra (llamas, guanacos), que se quemaban con leña labrada y olorosa, y se ofrecían buenas cantidades de oro y plata, en polvo o en forma de estatuas. Al finalizar el mes se repartía al pueblo, e incluso a los forasteros que durante todo el tiempo de los festejos habían permanecido fuera del Cuzco, una especie de bollos o panes, amasados con harina de maíz y sangre de los corderos que en aquel día se sacrificaban. Este manjar era ofrecido a la mul­titud en nombre del Sol, y debía ser comido en señal de comunión con él y de confederación con el Inca. (PNC, 261; HNM, Lib. XIII, Cap. XXV,)

CARNERO (de la tierra): Con el nombre genérico de "carneros de la tierra" y "corderos de la tierra", los españoles designaron a la llama y a su cría. El P. Corra señala la existencia de dos tipos de llamas: "unas mansas y otras monteses". Las mansas, a su vez, "son para cargas y otras no". A las utilizadas como animales de carga "los españoles las llaman carneros de carga, o también carneros rasos", por poseer menos cantidad de lana. En cambio, a Iris que no eran empleadas para transportar cargas se las llamaba pacos, "y son de los mismos colores y hechuras que las de carga, sólo que son un poco menores y no tan recias, y crían la lana más larga, delgada y pareja por todas partes de su cuerpo; por lo cual las llaman los españoles carneros lanudos". A ambas clases, si son de más de un color, se las denomina "carnero moromoro". Por último, a las montesas "llaman los naturales del Perú guanacos; los cuales en todo son semejantes a las llamas mansas y do­mésticas, salvo que todos son pardos y nunca se amansan y domestican, y su lana es más corta y áspera" (IINM, Lib. IX, Cap. LVII, I, 265-367).

Zoológicamente, la llama (Auchenia lama), el guanaco (Auchenia guanicoe), al igual que la alpaca (Auchenia pacos) y la vicuña (Vicugna vicugna), pertenecen al grupo de los artiodáctilos rumiantes, de la familia de los camélidos. Sobre el empleo de estos animales en los sacrificios, véase RF, 52-59, 79-81; El, Cap. IV, 210; HNM, Lib. XIII, Cap. XXI, Il, 201-202, e IINMA, Lib. IV, Cap. XLI, 136-137; Lib. V, Cape. XVIII, 160, y XXVIII, 175-176.

COCA (Q): El P. BERNABÉ COBO, en su Historia del Nuevo Mundo, hace la siguiente descripción de este arbusto del antiguo Incanato, refiriendo el modo de usarlo que tenían los indígenas: "...Es la coca una mata no mayor que los manzanos enanos de España, de hasta un estado de alto; su hoja, que es la que tanto aprecian y estiman los indios, es del tamaño y talla de la del limón ceutí y a veces menor. Da una frutilla colorada, seca y sin jugo, tamaña como pequeños escaramujos, que sólo sirven de semilla. Plantaban y cultivaban antiguamente la coca los naturales del Perú a manera de viñas, y era de tanta estimación su hoja, que solamente la comían los reyes y nobles, y la ofrecían en los sacrificios que de ordinario hacían a los falsos dioses... El uso de esta hoja es de esta manera: de ella, majada, hacen los indios unas pelotitas como un higo, y éstas traen de ordinario en la boca, entre el carrillo y las encías, chupando el zumo sin tragar la hoja; y afirman que les da tanto esfuerzo, que mientras la tienen en la boca, no tienen sed, hambre ni can­sancio..." (Lib. V, Cap. XXIX, I, 214-215).

A su vez, el P. ARRiAGA nota que la coca es "universal ofrenda a todas las huatas, y en todas las ocasiones" (El, Cap. IV, 210). Cf. GPM, I, Cap. 1, Nros. XLIV­L, 161-179.

Científicamente; con este nombre se designa a las especies del género Erytroxylon P. Br., de la familia de las erytroxilaceas, pero en especial a las hojas de la especie Erytroxylum coca Lam. Se conocen unas 120 especies de coca.

COLLCA (Q): N respecto, B, Cobo dice: «La adoración de las estrellas procedió de aquella opinión en que estaban de que para la conservación de cada especie de caras había el Criador señalado, y como substituido, una causa segunda; en cuya conformidad creyeron que de todos los animales y aves de la tierra había en el cielo un símil que atendía a la conservación y aumento de ellos, atribuyendo este oficio y ministerios a varias constelaciones de estrellas. Y, así, de aquella junta que se hace de estrellas pequeñas llamadas vulgarmente las Cabrillas, y de estos indios Colica, afirmaban que salieron todos los símiles, y que de ella manaba la virtud en que se conservan; por la cual la llamaban madre y tenían universalmen­te todos los ayllos y familias por guaca muy principal; conocíanla todos, y los que entre éstos algo entendían, tenían cuenta con su curso en todo el año más que con el de las otras estrellas..., y le hacían grandes sacrificios por todas las provin­cias..." (HNM, Lib. XIII, Cap. VI, 11, 159).

Adelantamos el posible significado de otras estrellas: Urcuchillay (Q): Constelación zodiacal, Aries. Catuchillay (Q): Según G. HOLGÍN, se trataría de la Vía Láctea o de la Cruz del Sur. Chuquichinchay (Q): Constelación zodiacal, Leo. Ancochinchay (Q): Cometa. Machacuay (Q): Constelación zodiacal, Cáncer. Topatorea (Q): Constelación zodiacal, Capricornio. Hirco (Q): Planeta Marte o conste­lación de los Gemelos. Miquiquiray (Q): Constelación zodiacal, Acuario. Marrana (Q): Constelación de la Virgen (Virgo). Chacona (Q): Estrellas que forman la Cruz del Sur. Cf. VICENTE FIDEL LÓPEZ, Les roces aryennes du Pérou, II Parte, Cap. l, 137­148. París, 1871.

CORREGIDOR (de indios): El cargo fue instituido en el Perú durante el gobierno del Licenciado García de Castro (1584-15G9), a pesar de la denodada oposición del  Arzobispo Fr. Jerónimo de Loaysa. Fue un oficio de gobierno y de justicia con autoridad suprema en el corregimiento. Al respecto, JUAN DE SOLÓRZANO y PERERYRA recuerda que fueron instituidos `para que los pueblos se conservasen en paz y justicia, y que fuesen defendidos y amparados loe indios, como personas misera­bles y expuestas a las injurias de otros, y se refrenasen sus vicios, borracheras e idolatrías" (Política Indiana, Lib. V, Cap. 2, N° 2).

El corregidor tenía jurisdicción sobre todos los españoles e indios que habita­ban en su distrito, en todas las causas, así civiles como criminales. Esta especie de justicias rurales, según las Instrucciones de García de Castro, tenían como función primordial arreglar los pleitos entre los mismos indios, y ampararlos de la rapacidad y tiranía de los caciques y encomenderos. El cargo era siempre de­sempeñado por españoles. Se los nombraba por tres años, y se les otorgaba una remuneración, con la expresa prohibición de recibir estipendios y honorarios extra­ordinarios. El frecuente incumplimiento de esta última disposición, que llevó a un rápido enriquecimiento de los corregidores, unido al hecho de los repetidos roces con la autoridad misional, que en muchas ocasiones se vio gravemente comprometida, fueron algunos de los argumentos que visionariamente Fr. Jerónimo de Loaysa adujo para desaconsejar su institución, y que la experiencia confirmó en más de una oportunidad.

Las principales atribuciones y deberes del cargo eran iniciar las causas judi­ciales; evitar los pleitos, y arreglar amistosamente los litigios; probar los delitos, y castigar a los culpables; procurar la paz de los pueblos, y prevenir la parcialidad de la justicia; reconocer el orden y la forma de vivir los indios; enseñar y promover el cultivo de la tierra y la crianza de los animales; fiscalizar el abastecimiento y la limpieza de la población; velar por la catequización de los naturales y por el respeto de sus derechos, etc. Cf. PNC, 11, 319-329; Leyes de Indias, Lib. V, Tít. 11, leyes 3, 4, 8, 10; GPM, I Parte, Cap. I, Nros. XX y XXII, 71-75, 78-79; E. Ruiz GUIÑAZÚ, La Magistratura Indiana, 292-299; V. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Tori­bio..., 11, 3-11; C. BAYLE, El Protector de Indios, 125-152; ALFONSO GARNICA GALLO, Alcaldes Mayores y Corregidores de Indios, en Actas del I Congreso Venezolano de Historia. Caracas, 1971 (este mismo estudio ha sido incluido por García Gallo en su obra Estudios del Derecho Indiano. Madrid, 1972), y GUILLERMO LOHMANN VILLENA, El Corregidor de Indios en el Perú bajo los Austrias. México, 1957.

CUICHI, CUICHU (Q): Con este vocablo designaban el arco iris. Su origen debía buscarse en los designios de Inti (el Sol), que decidió llamarlo a la existencia, colocándolo majestuosamente en el cielo junto a los otros dioses celestes. Motivo por el cual los Incas, que se preciaban de ser hijos del áureo astro, lo adoptaron por divisa y blasón de sus armas, acompañando su representación con el agregado de dos culebras, cuyos cilíndricos y serpenteantes cuerpos completaban la decora­ción del escudo imperial. (CRI, Lib. 11, Cap. XXI; HNMA, Lib. V, Cap. IV.)

CUY: Trátase del Causa porsellus, también llamado cobayo o conejo de Indias. De este animal el P. Cono refiere los siguientes datos: "El cuy es el menor de los animales mansos y domésticos que tenían los naturales de estas Indias, el cual criaban dentro de sus casas y en sus mismos aposentos, como lo hacen hoy día. Es poco mayor que una rata; en la figura, muy semejante al conejo; el pelo blanco y corto; carece de cola; en cada uno de los pies tiene tres uñas pequeñuelas, y cuatro en cada una de las manecillas. No tienen más de dos dientes en la parte alta de la boca, y otros dos en la laja, muy largos y delgados. Los hay de muchos colores: blancos, negros, pardos, cenicientos, bermejos, y algunos pintados de varios colo­res" (HNM, Lib. IX, Cap. XLVI).

El P. ARRIAGA hace notar que el cuy, junto con la coca, era una de las ofrendas más comunes utilizadas en los sacrificios: «...El sacrificio ordinario es de cuyes, de los cuales se sirven mal, no sólo para sacrificios, sino para adivinar por ellos y para curar con ellos con mil embustes... Con todo, tienen sus huacos particulares o conopas para su multiplico, y cuando actualmente estaba escribiendo esto de las cuyes, trajo una india un cuy chiquitita labrado de piedra, que era su conopa. Cuando los han de sacrificar, unas veces los abren por medio de la uña del dedo pulgar, otras... los ahogaban en un mate de agua, teniendo la cabeza dentro hasta que muera, y van hablando entre tonto con la huata, y luego le abren de alto abajo con otras ceremonias ridículas..." (El, Cap. IV, 210). Cf. HNMA, Lib. V, Cap. XVIII.

CHÁCARA, CHACRA (Q): Barbecho, sembradío, parcela de tierra dedicada a la agricultura, heredad de corta extensión.

CHAQUIRA (Q): Cuentas o collares de conchas de mar. Mello (Q): concha colorada ele mar, concha ofrendada a las guacas. Cf. HNM, Lib. XII, Cap. XXXI.

CHICHA: Señala el P. Corso que bajo el nombre genérico de chicha (voz de origen antillano) "se comprehenden todas las bebidas que usaban los naturales de este Nuevo Mundo en lugar de vino, y con que muy frecuentemente se embriagan". Para producirla, cada pueblo indígena utilizaba las distintas semillas y frutas que en mayor abundancia producía la tierra. Unas chichas "se hacen de ocas, yucas y otras raíces; otros, de quinua y del fruto del melle. Los indios de Tucumán las hacen de algarrobas; los de Chile, de fresas; los de Tierra Firme, de piñas; los mexicanos, del maguey, el vino que ellos llaman pulque... Pero la mejor de todas y que generalmente se bebe en esta tierra, la cual, como vino precioso, tiene el primer lugar entre todas las demás bebidas de los indios, es la que se hace de maíz..." La misma se preparaba agregándole al maíz, previamente germinado, tostado o mascado, agua y azúcar en determinadas proporciones. Luego de un tiempo de fermentación se obtenía la apreciada bebida. La hecha en base al maíz mascado era la más consumida por los indígenas del Perú. HNMA, Lib. IV, Cap. IV.) (Sobre la chicha como ofrenda en los sacrificios, véase RCA, 155; El, Cap. IV; RCM, 75, y HNM, Lib. XIII, Cap. XII.)

CHINCIIAYSUYOS (Q): Los indígenas que habitaban la zona norte del Incario. El imperio, llamado en lengua quechua Tltahuantinsuyo, había sido dividido admi­nistrativamente por los Incas en cuatro grandes provincias, "que eran Chinchasuyo, Collasuyo, Andesuyo, Condesuyo, conforme a los cuatro caminos que salen del Cuzco, donde era la Corte... Estos caminos y provincias... están a las cuatro esqui­nas del mundo: Condesuyo, al sur; Chinchasuyo, al norte; Condesuyo, al poniente; Andesuyo, al levante..." (IINMA, Lib. VI, Cap. XIII.)

CHUSPA (Q): Bolsa para guardar la coca; taleguilla, zurrón. Los indios "debajo de la manta y encima de la camiseta traen colgadas del cuello una bolsa o taleguilla, dicha chuspa, larga un palmo, poco más o menos, y ancha en proporción; viéneles a caer por la cintura debajo del brazo derecho, y la cinta de que están pendientes pasa por encima del hombro izquierdo. Sírveles esta bolsa de lo mismo que a nosotros la faltriquera..." (HNM, Lib. XIV, Cap. II.)

DERRAMA: Etimológicamente, de derramar. En la terminología del derecho in­diano, significa tributo o contribución temporaria o extraordinaria. Los indígenas, desde que fueron considerados vasallo libres de la Corona de Castilla, quedaron obligados a pagar un tributo en dinero o en especie. En los pueblos de indios incorporados a la Corona, este tributo se recaudaba en beneficio de la Real Hacienda, y en beneficio de los encomenderos, en los pueblos repartidos en encomiendas. Además de este tributo, los naturales tuvieron que seguir tributando en favor ele sus propios caciques, según la vieja costumbre incaica que la Corona respetó, señalando determinadas y precisas tasas. Las fuentes de la época son unánimes en señalar que los caciques y curacas no siempre se conformaban con recibir la tributación estipulada por la legislación vigente. Estos acostumbraban echar o repartir entre sus súbditos tributos o contribuciones especiales en propio beneficio. La mayoría de ellas eran exigidas bajo la forma de especie: plata, oro, gallinas, huevos, tejidos, ganados, cereales, etc.

Los abusos cometidos motivaron la temprana aparición de una legislación en defensa de los indígenas así oprimidos por sus propios señores naturales. Ya Car­los V, mediante la Cédula Real del 18 de enero de 1552, luego incorporada a la Recopilación, reconoció el derecho de los caciques de exigir tributación; pero tam­bién ordenó que se corrigiesen con prontitud los abusos que los mismos cometían contra los indios: "En algunos pueblos tienen los Caciques y Principales tan oprimidos y sujetos a los indios, que se sirven de ellos en todo cuanto es de su volun­tad, y llevan más tributos de los permitidos, con que son fatigados y vejados, y es conveniente ocurrir a este daño. Mandamos que los Virreyes, Audiencias y Gober­nadores... se informen... y procuren saber... qué tributos, servicios y vasallajes llevan los Caciques, por qué causa y razón, y si se derivan de la antigüedad y heredaron de sus padres y legítimo título, o es impuesto tiránicamente contra razón y justicia; y si hallaren que injustamente y sin buen título reciben lo suso­dicho, o alguna porte, provean justicia..." (Lib. VI, Tít. VII, ley 8).

En el Perú la tiranía de los caciques se trató de remediar con la institución de los Corregidores de indios. Sobre la rapacidad y abuso de los caciques, véase GPM, I Parte, Cap. VIII, 22-24, y HNM, Lib. XI, Cap. VIII, II, 24.

DOCTRINA (Parroquia de Indios): En la América española, durante los siglos xvi y xvii, según el P. CYRIACI MORELLI (Muriel), se llamaba doctrinas a las parroquias de indios. En su Fasti Nobi Orbis dice: "Doctrinae vero in Indiis appellantur Indorum parochiae, in quibus unus, duo vel plures resident sacerdotes saeculares vel regulares cum animarum cura" (Ordinario DXVI, Adnotationes, fol. 541). De esta manera, las doctrinas eran las parroquias de indios asistidos por uno, dos o más sacerdotes, bien seculares o regulares, con cura de almas.

Sin embargo, la figura canónico-pastoral de este tipo de parroquias se fue configurando paulatinamente a partir de ciertos esbozos o modelos, tendientes a organizar la vida religiosa y social de los indígenas. Fueron ellos la misión, re­ducción o conversión. Términos perfectamente idénticos desde el punto de vista histórico-canónico. Esta primera experiencia de evangelización constituía como la iniciación a la vida cristiana por la cual debían pasar todos los pueblos o núcleos aborígenes, antes de ser elevados a la categoría de parroquias. Durante este pe­ríodo, los sujetos de la acción pastoral eran en su mayoría infieles, la vida parro­quial apenas comenzaba a desarrollarse, y los misioneros tendían, ante todo, a lograr la conversión y a introducir la "policía cristiana". El trabaja misional se desarrollaba con independencia de los obispos y del Real Patronato, estando el mismo a cargo de las diversas Ordenes religiosas. Se procuraba cristianizar a los indígenas reuniéndolos en pueblos o parcialidades, siguiendo en esto criterios más o menos uniformes, según las diversas circunstancias y lugares (cf. II Limense, Constituciones para los Naturales, Cap. 80).

La transformación de las misiones, reducciones o conversiones en doctrinas se realizaba al cabo de un tiempo prudencial, que en los comienzos no era fijo, pero que más tarde se estableció en un período de diez años, transcurridos los cuales, eran elevadas a la categoría de doctrinas, sometidas a la jurisdicción episcopal y al régimen patronal, quedando los indios obligados al pago de los tributos o tasas. A diferencia de las primeras, compuestas por catecúmenos, la doctrina o parroquia ele indios se constituía a partir de un núcleo poblacional de neófitos, o sea de fieles recién convertidos. Estas diferencias no se perfilaron sino hasta después del Con­cilio de Trento (1564).

Por lo menos en lo que se refiere al Perú, y sobre todo desde el momento en que fue asimilada la disciplina tridentina, a juicio del P. VALENTINO TRUJILLO MENA, los elementos constitutivos de la doctrine eran:

1") Porción determinada de territorio dentro de los confines de una diócesis, de suerte que las doctrinas ocupaban casi desde el comienzo una zona determina­da del territorio de un obispado;

2") lglesia o iglesias subordinadas a una principal. Esta unidad o pluralidad de iglesias dependía del número de pueblos que abarcara una doctrina. En la generalidad de los casos, durante el siglo xvi, una doctrina comprendía varios pueblos de indios. La iglesia principal o matriz estaba situada en el pueblo más importante o cabecera de reducciones. El doctrinero o párroco recorría las iglesias subordinadas situadas en los caseríos o rancherías, siendo la iglesia principal o matriz el lugar donde residía generalmente;

3°) Doctrinero, sacerdote secular o regular, uno o más, según la importancia o necesidad de la doctrinó, con oficio de cura de almas y jurisdicción;

4") Población o feligreses en su totalidad indígenas o autóctonos. Esta es la razón por la cual los documentos legislativos, tanto eclesiásticos como reales, les dan el nombre de parroquia de indios. (La Legislación Eclesiástica en el Virreinato del Perú durante el Siglo XVI, 91-94.)

En cuanto al número de los feligreses que componían una doctrina, el II Limense fijó en cuatrocientos los indios casados que pudieran encomendarse a un solo sacerdote, "con los cuales entran los demás que les pertenecen, como mucha­chos, viejos, huérfanos, forasteros..." (Constituciones para los Naturales, Cap. 77). De este modo, el número de feligreses atendidos por un doctrinero podía estimarse en unas mil trescientas almas de confesión. En la época de Santo Toribio, al contarse con mayores posibilidades de clero, se trató de reducir esta cifra, para permitir una mejor atención pastoral. El III Limense estimó que no podía "en­cargarse a un cura... pasados de cuatrocientos indios de tasa o vecinos", y propuso que "en cualquier pueblo de indios que tenga trescientos indios de tasa o doscien­tos se debe poner propio cura, y cuando fueren menos que doscientos, procure el Prelado con efecto que estén reducidos de suerte que puedan cómodamente ser doctrinados y regidos" (Tercera Acción, Cap. 11). Los trescientos tributarios eran unas mil almas de confesión; los doscientos, unas setecientas. Sobre los doctrinas (significado, alcance y evolución histórica) y su figura canónico-pastoral (estructura o naturaleza y origen histórico), al igual que sobre los doctrineros o párrocos de indios, véanse V. TRUJILLO MENA, o.c., Cap. 10; A. GASIHEL PEFIEZ, El Patronato Español en el Virreynato del Perú..., 100-120; R. Gómez Hoyos, La Iglesia de América en las Leyes de Indias, 155-172; R. RODRÍGUEZ VALENCIA, Santo Toribio de Mogrovejo..., I, 367-415; F. ARMAS MEDINA, Evolución histórica de las doctrinas de indias, en Anuario de Estudios Americanos, 9 (1952), 101-129, y A. OYARYZÚN, La Organización Eclesiástica en el Perú..., 24 es.

EMBIJADOS: Se hace referencia a la costumbre usada por la mayor parte de los indios de pintarse de diferentes colores el pecho y el rostro. El vocablo tiene su origen en la pasta colorante que se obtenía de la bija o achiu (voz antillana), planta tintórea de las regiones tropicales de América, de cuyo fruto se extrae una substancia de color encarnado. Para el mismo efecto, los indígenas del Perú uti­lizaban el mineral llamado Ilimpi. (Cf. J. DE ACOSTA, Carta Anua de 1577..„ BAE, vol. 72, 282.)

ESPINCO, ESPINGO (Q): El P. Coso hace la siguiente descripción de este vegetal: "Esta es una yerba olorosa y tan parecida al trébol, que sin duda es especie suya; su hoja y llores son como las del trébol, salvo que no se levanta de la tierra, y tienen unas espinillas redondas como ruedecillas. Es caliente y húmeda esta yer­ba, y de ella hacen los indios una pasta de que forman unas cuentes negras muy olorosas, que, ensartadas, las suelen traer al cuello... Llámase espinco en la lengua general del Perú" (HNM, Lib. IV, Cap. XCI), y pertenece a la familia de las bignoniáceas.

ESTRELLAS (PLANETAS): Las estrellas, según el contenido de los relatos mito­lógicos que intentaban explicar el origen de los dioses incas, fueron consideradas en su totalidad las preciosas y agraciadas hijas del augusto matrimonio que for­maban el Sol y la Luna, o como las fieles criadas de la Luna, que constantemente la acompañan y sirven de noche. En su conjunto recibían el nombre de Coyllur (estrellas). Pero algunas de ellas poseían nombres propios, y se les tributaban cultos privativos de acatamiento y adoración.

De acuerdo con las informaciones del P. Cobo, el origen de este culto estelar debe verse en el convencimiento que los indígenas tenían, sobre la subsistencia y multiplicación de todas las especies de animales. El gran Viracocha, además de su

primigenio acto creador y de su continua providencia sobre el orden de lo creado, habla señalado una especie de segunda causa, "en cuya conformidad creyeron que de todos los animales y aves de la tierra habla en el cielo un símil que atendía a la conservación y aumento de ellos, atribuyendo este oficio y ministerios a varias constelaciones de estrellas". (IINM, Lib. XII, Cap. VI.)

1. Dentro de éstas, el primer lugar en los sentimientos de veneración lo ocu­paba aquel conjunto de pequeñas estrellas llamarlas vulgarmente Siete Cabrillas, y que los astrónomos suelen identificar de ordinario con las Pléyades que confor­man la constelación del Toro. En quechua se las llamaba Collca (de montón, granero, conjunto) u Oncoy (de canto, danza, baile en rueda).

Las Cabrillas eran respetadas, sobre todo, "por la extrañeza de su postura y conformidad de su tamaño". En ellas se originaban los demás símiles estelares de las aves y animales que poblaban la dilatada geografía del Incario, y el poder o

virtud que permitía su mantenimiento y reproducción. Razón por la cual 'la lla­maban madre, y tenían universalmente todos los ayllos y familias por guaca muy principal". Todos los naturales la reconocían de inmediata en el cielo, y en todas las provincias le ofrecían especiales sacrificios; y los que estudiaban el movimiento de los astros "tenían cuenta con su curso en todo el año más que con el de otros estrellas". (Ídem; CRI, Lib. 11, Cap. XXI.)

2. El P. Blas Valera comenta que los quechuas veneraban, además, de una manera muy especial, a tres planetas, a cada uno de los cuales el gran Illa Tecce le había confiado la protección de determinadas actividades humanas relacionadas directamente con el engrandecimiento y prosperidad del Reino Inca.

Así, por ejemplo, Júpiter, Pirua, fue nombrado "guardador y señor del Imperio y de las provincias del Pirú y de su república y de sus tierras". Motivo por el cual correspondía que se le ofrecieran en sacrificio las primicias de las cosechas, y los frutos más hermosos y notables; entre ellos, las mazorcas más señaladas por su conformación y color. A su patrocinio se confiaban especialmente las trojes o gra­neros de maíz, los tesoros y los almacenes de comestibles.

Marte, Auyacoc, tenía a su cargo el cuidado de "las cosas de guerra y los soldados", para que la paz reinara en el Incanato, y éste pudiera extender sin cesar sus fronteras.

Y Mercurio, Catuilla, la vigilancia de los "mercaderes y caminantes y mensa­jeros", para que cada uno de ellos pudiera cumplir con eficacia y sin peligros sus propias funciones en beneficio del bien común imperial. (RCA, 154.)

3. Asimismo, los habitantes del antiguo Perú rendían a otros dos planetas particular sumisión y reverencia. Al lucero Venus, Chasca ("de cabellos largos y crespos"), se lo reputaba una deidad beneficiosa que desempeñaba el papel de hermoso y diligente paje del Sol, "que andaba más cerca de él, unas veces delante, y otras veces en pos". En cambio, Saturno, llancha, adquiría los perfiles siniestros de una especie de vicario enfurecido del gran Illa Tecce o Viracocha, descoso siempre de desatar sobre el género humano largas aflicciones encaminados a ex­piar todas las malicias que éste hubiere cometido a lo largo de los meses y los años. Era su ministerio enviar a la tierra las pestes, mortandades y hambres, y los rayos y truenos; y los indios decían que "estaba con una porra y con sus arcos y flechas, para herir y castigar a los hombres por sus maldades". (CRI, Lib.1I, Cap. XI; RCA, 154.)

4. El resto de las estrellas, según los oficios que a cada una se le atribuían, eran adoradas solamente por aquellos indígenas que en sus necesidades cotidianas experimentaban la urgencia de sus peculiares gracias y auxilios; y "ellos no más las conocían y tenían cuenta con ellas y les ofrecían sacrificios; y loa otros no, ni lo tenían por precepto obligatorio".

Así, vgr., los pastores acudían a Urcuchillay (Lira), "que dicen que es un carnero (llama o guanaco de muchos colores, el cual entiende en la conservación del ganado"; y "a otras dos pequeñas que tiene debajo a manera de T, decían ser los pies y la cabeza". Y, asimismo, "adoraban a otras dos que andaban cerca de ellas que Ilaman Catuchillay (Vía Láctea o Cruz del Sur)", a las que imaginan como a tina llama con su cría. Los que vivían en loe montañas y tierras cálidas ("yungas"), reverencian a otra que nombran Chuquichinchay (constelación zodiacal, Leo), "que dicen es un tigre a cuyo cargo están los tigres, osos y leones", y le pedían en los sacrificios que estos animales no les hicieran ningún daño mientras trabajaban o iban de viaje. Otros tenían en gran cuenta a la que invocaban como Machacuay (constelación zodiacal, Cáncer), que pensaban entendía en la conservación de las "serpientes, culebras y víboras, para que no les hagan mal". Finalmente, porque creyeron que de todos los animales y aves que hay en la tierra "hubiese su seme­jante en el ciclo, a cuyo cargo estaba su procreación y aumento..., así tenían cuenta con diversas estrellas, como las que llamaban Chacona (Cruz del Sur] y Topatorca [constelación zodiacal, Capricornio] y Mamana [Virgo] y Mirco [conste­lación de los Gemelos] y Miquiquiray (Acuario), y otras así". (TA, Cap. V; IINM, Lib, XIII, Cap. VI.)

FISCALES (de doctrina): La institución de los fiscales, llamados también inicial­mente alguaciles o alcaldes, constituyó una de las expresiones más notables de la participación del laicado indígena en los trabajos pastorales de la Iglesia. Su origen, que se remonta aproximadamente a 1532, estuvo ligado a los primeros pasos de la evangelización en el Virreinato de Nueva España. Allí se los conoció con el nombre de calpixques, tepixques o teduítlatos. Con estas voces de la lengua náhuatl se designaba a los indígenas que, por iniciativa de los misioneros, comen­zaron a ejercer ciertas funciones religiosas y sociales en el ámbito de sus propias poblaciones. La institución quedó íntimamente vinculada al surgimiento de los municipios o cabildos de indios, de los cuales formaban parte mediante el desem­peño de un papel específico. De este modo, los que ocupaban el cargo pasaron a constituirse en los ayudantes directos del misionero en la organización de la vida religiosa y social del pueblo, en el establecimiento del orden, en el deseo de una vida pacífica, y en el respeto de las costumbres cristianas.

Al principio, como su nombre lo indica, tenían a su cargo el fiscalizar el desarrollo de la vida cristiana; sobre todo, en los núcleos o poblaciones aborígenes donde no residía de manera permanente el misionero o doctrinero. En esos lugares velaban por la pureza de la práctica de la religión, detectando todo posible rebrote de las idolatrías, y denunciando a los que practicaban los antiguos cultos. A su vez, gozaban de ciertas facultades coercitivas sobre los culpables. Probablemente, el abuso con que las desempeñaron motivó su temporaria supresión por parte de la Audiencia de México. Un posterior reclamo de los Obispos de Nueva España, hecho en 1565, posibilitó nuevamente al nombramiento de un fiscal en cada pueblo (ef. PEDRO BORGES, Métodos Misionales..., 293-294).

En el Perú, igualmente, los doctrineros contaron con la valiosa ayuda de estos colaboradores. En esta zona geográfica, al acentuado carácter policial que ofrecía el cargo, se le añadieron otras funciones que ponen de manifiesto la dimensión apostólica positiva. En cuanto al número y a la autoridad competente para nombrarlos, existen, asimismo, algunas diferencias entre ambas regiones. En México parecería que fue lo común el nombramiento de uno solamente por cada población, y el mismo corría más bien a cargo de la autoridad civil. En el Perú, en cambio, por cada pueblo eran designados dos o tres, y la institución dependía más direc­tamente de los misioneros. Por esta razón, los Concilios Limenses se creyeron autorizados a legislar en esta materia. La lectura de alguna de sus disposiciones permite comprobar la diversidad de funciones que se les confiaron. En el Primero de ellos (1551-1552) se ordena que todos los sacerdotes "que doctrinan en pueblos de indios" y "todos los caciques cristianos", "tengan en cada pueblo dos indios como alguaciles, de los que parecieren de más confianza y razón, los cuales tengan cuenta de todos los indios e indias cristianos, grandes y pequeños, y de los nom­bres de ellos, y de los casados, y de ver los que vuelven a sus ritos y costumbres, y de dar de ello razón al sacerdote. El cual sea obligado a tomar cuenta, a lo menos dos veces a cada un año, a las tales personas, de todos los bautizados y casados, para que se sepa los que son muertos, y con los que fueren vivos tengan cuenta cómo viven" (Constitución 12).

El PADRE GUARDA se inclina a pensar que los "muchachos", de los cuales habla la Constitución 42 de este mismo Concilio, son incluidos en la categoría de "fisca­les" o "alguaciles". En ella se establece que los doctrineros quedan autorizados

para dejar en los "pueblos de su distrito", a los que por otra parte debe visitar por lo menos dos veces al año, "dos o tres muchachos de los que trajere consigo bien doctrinados para proseguir la doctrina de los muchachos cada día, y de los demás indios e indias dos días cada semana y todos los domingos y fiestas de guardar". Por otra parte, la misma Constitución prescribe que corresponde al doctrinero la instrucción de estos auxiliares de la catequesis, a los cuales, "con gran cuidado Y diligencia, particularmente doctrine en las cosos de nuestra santa fe católica, y les enseñe cómo han de rezar cuando se levantan y cuando se acuestan, y bendecir lo que comieren y bebieren, y otras buenas costumbres y policía, y leer y escribir y contar, y los libros que leyeren sean de buena doctrina" (cf. Los laicos y la Cris­tianización de América, 62-63. Santiago de Chile, 1973).

El II Limense (1567-1568) reafirma la obligación de instituir alguaciles, am­pliando su número hasta tres (Constituciones para los Naturales, Cap. 118). El III Limense (1582-1583) recoge lo estipulado por los Concilios precedentes; y los obis­pos asistentes al mismo se encargaron de describir las funciones de estos utilísi­mos ministros de la doctrina. En la Carta Colectiva al Rey, fechada el 19 de marzo de 1583, los prelados aclaran que no son "alguaciles ejecutores de justicia". De ello, "con mucha utilidad y aprovechamiento de la doctrina cristiana ha usada la lglesia de esta tierra desde su principio". Su oficio "es y ha sido hacer venir a los indios a la doctrina y oficios divinos, y dar noticias al clérigo, y por él al prelado, de los pecados escandalosos que hay en la república, y de quien nace o está enfermo, para hacerlo sacramentar, y otras utilidades que a éstos tocan..." (OIOP, 1, 166, N° 4).

Por lo tanto, de acuerdo con la legislación conciliar, la figura del fiscal o alguacil de doctrina pasó a convertirse en una de las más representativas dentro del ámbito de la vida indígena ya cristianizada, y por lo general ejercieron una amplia serie de atribuciones en orden a procurar el bien religioso y moral del pueblo: velar por la desaparición de la idolatría, colaborar en la enseñanza de la catequesis, denunciar los pecados y escándalos públicos (borracheras, amanceba­mientos, hurtos, etc.), fiscalizar el cumplimiento de los deberes religiosos de la feligresía (catecismo, misa, confesión), cuidar de los enfermos, procurar el pronto bautismo de los recién nacidos, etc.

Sobre el tema de los fiscales, además de los estudios ya mencionados, puede consultarse G. GUARDA, El Apostolado Seglar en la cristianización de América: la institución de los fiscales. Santiago de Chile, 1968. Para el de loe cabildos o mu­nicipios indígenas, el P. C. BAYLY ofrece un detallado análisis en Cabildos de In­dios en la América Española, en Missionalia Hispanica, 22 (1951), 5-35; el mismo estudio en Los Cabildos Seculares en la América Española, Cap. XVIII, 363­388. Madrid, 1952.

GUACA, HUACA (Q): Los vocabularios de la época traducen esta palabra por ídolos, figurillas de hombres y animales que traían consigo los indios; ídolo, ado­ratorio o cualquier cosa señalada par la naturaleza; ídolo, cosa extraordinaria, fuera de lo común; ídolo en forma de hombre, carnero, etc., y los cerros que ado­raban en su gentilidad (VH, AT, AV). Y los modernos, como el de ERNEST W. MIDDENDORF o el de JUAN JACOB0 VON TSCHUDI, aclaran que es "todo objeto sagrado, sobrenatural o sólo extraordinario", como "templos, sepulturas y lo que contenían, momias, antigüedades, ídolos, cerros altos y peñas, animales grandes y monstruo­sidades", o "cosa sagrada, cosa sacrificada al Sol, como figuras de hombres o ani­males de oro, plata o madera, cosa extraño, nada común, sea hermosa o fea, mujer que pare dos mellizos, huevos de dos yemas, monstruos, fuentes caudalosas, pie­drecillas de varios colores, torre alta, cuesta muy alta, la Cordillera del Perú". (1fhf, 413; DK, 91.)

El INCA GARCILASO, buen filólogo del quechua, su lengua materna, en los Comentarios Reales, alude a dos posibles pronunciaciones de esta palabra, que ori­ginan a su vez dos significaciones distintas: cuando la palabra es pronunciada con "la última sílaba en lo alto del paladar, quiere decir ídolo, como Júpiter, Marte o Venus", siendo éste el sentido con el cual más se la usa; en cambio, cuando es pronunciada con %a última sílaba en lo más interior de la garganta, se hace verbo y significa llorar".

Además, el cronista registra las ocho posibles acepciones que el término puede connotar cuando se lo utiliza como sinónimo de ídolo, algunas de las cuales ya nos han sido adelantadas hace unos momentos por los filólogos alemanes Middendorf y Tschudi, quienes se inspiran muchas veces en esta fuente de información para redactar sus propias notas lingüísticas. Pasemos entonces a percibir en detalle los diversos significados que la palabra adquiere al ser proferida con unción sagrada por los labios indígenas:

1. "Cosa sagrada, como eran todas aquellas en que el demonio les hablaba; esto es, los ídolos, las peñas, piedras grandes o árboles."

2. "Las tosas que habían ofrecido al Sol, como figuras de hombres, aves y animales hechas de oro, o de plata, o de palo, y cualesquiera otras ofrendas, las cuales tenían por sagradas."

3. "Cualquier templo grande o chico, a los sepulcros que tenían en los campos, y a los rincones de las casas, de donde el demonio hablaba a los sacerdotes." 4. "A todos aquellas cosas que en hermosura o excelencia se aventajaban de otras de su especie, como una rosa, manzana o camuesa, o cualquier otra fruta que sea mayor o más hermosa que todas las de su árbol; y a los árboles que hacen su misma ventaja a los de su especie."

5. "A las cosas muy feas y monstruosas que causan horror y asombro, y así daban este nombre a les culebras grandes de los antis, que son de veinticinco y de treinta pies de largo."

6. "A las cosas que salen de su curso natural, como a la mujer que pare dos de su vientre, a la mujer y a los mellizos daban este nombre..., a las ovejas que paren dos de su vientre, digo al ganado de aquella tierra [llamas, guanacos], que

por ser grande su ordinario parir no es más que de uno..., al huevo de dos yemas..., y a los niñas que nacen de pie, o doblados, o con seis dedos en pies y manos, o nace encorvado, o con cualquier defecto mayor o menor en el cuerpo o en el rostro, como sacar partido alguno de los labios."

7. "A las fuentes muy caudalosas que salen hechas ríos..., y a las piedrecitas y guijarros que hallan en los ríos y arroyos con extrañas labores o de diversos calores." 8. Y, por último, "a la gran Cordillera de la Sierra Nevada (o de los Andes), que corre por todo el Perú, a la larga hasta el estrecho de Magallanes,' por su largura y eminencia..., n los cerros muy altos..., las torres altas de las casas comunes, y a las cuestas grandes". (CRI, Lib. II, Cap. IV.)

Estas observaciones, que parecen mostrarse lo suficientemente detalladas y precisas, nos permiten concluir que el vocablo en cuestión admite múltiples signi­ficaciones. Todas ellas, en un intento por sintetizar cuanto revelan las fuentes consultadas, y teniendo en cuenta nuestras propias inquietudes, pueden ser redu­cidas básicamente a cuatro categorías de seres, realidades y objetos a los que con toda propiedad los indígenas llamaban guacas. Son ellos:

1. Los ídolos fabricados por sus manos, o sean las representaciones o figuras de una determinada divinidad a la que se le daba culto de adoración (podían ser de piedra, metal, madera, etc.);

2. Determinados accidentes geográficos (la Cordillera de los Andes, los ríos, arroyos, fuentes, cerros, cuestas, piedras, etc.) o elementos de la naturaleza (árbo­les, flores, frutos, animales, etc.) que por su excelencia, hermosura o majestad despertaban inmediatamente en el alma indígena actitudes de admiración y fas­cinación;

3. Ciertos seres que, al contrario, provocaban al instante en quien los miraba sentimientos de aversión o de estupor, a causa de su defectuosa conformación física, marcada por la fealdad, lo grotesco o lo monstruoso (animales u hombres), o porque su reproducción escapaba al curso que de ordinario imponía la naturaleza (mellizos);

4. Los templos, las sepulturas o cementerios y los mismos cuerpos embalsama­dos de sus difuntos.

GUANCAS, HUANCAS (Q): Según CIEZA DE León, este núcleo aborigen estaba si­tuado en el valle de Jauja. (Cf. La crónica del Perú, Cap. LXXXIV, 432-433.) El INCA GARCILASO divide a los guancas o huancas en las siguientes tribus: sausas, huancauilcas, llacsa palancas, pumpus, chucurpus, antaras, huayllas, yauyus... (Cf. CR[, Lib. VI, Caps. X y XVI.)

GUARAS, HUARAS (Q): Pañetes, calzoncillos. (Véase PAÑETES.)

HATUN AYMORAY (Q): (Hatun, grande; aymoray, recoger: «gran cosecha"): En este mes (mayo) se iniciaba la recolección y entroje del maíz. En relación n este momento de tanta trascendencia para la vida agraria indígena, de la que dependía la mayor parte de su subsistencia, se realizaba la fiesta del aymoray (canción de la cosecha). El acto principal consistía en traer procesionalmente las mazorcas desde las chacras o heredades a sus casas, bailando al compás de ciertos cantares en que rogaban "que dure mucho el maíz y no se acabe hasta In próxima cosecha" (Polo). Ya en sus hogares, cada familia con las mejores espigas hacen una troja pequeña (pirua), a la que luego veneran como a guaca con el nombre de mamazara, que quiere decir "madre del maíz de su chacra". A su culto se le debía el nacimiento y la conservación del maíz. Además, en el Cuzco, y con sentido de acción de gracias, se sacrificaban al Sol "cien carneros de todos colores" (P0LO), algunos de los cuales se quemaban y otros se repartían entre la población, "y comían su carne cruda con maíz tostado, y no quedaba ninguna, chico ni grande, que no comiese" (Cono). (TA, Cap. VIII; PNC, 247.)

HECHICEROS: Si bien es posible establecer una clara distinción entre los hechi­ceras, sacerdotes y otros oficios relacionados con el culto idolátrico, se debe tener en cuenta que In documentación de la época una indistintamente loa términos hechiceros, dogmatizadores, sacerdotes, ngoreros, adivinos y sortílegos; y, muchas veces, los incluye a todos bajo el nombre genérico de "ministros de la idolatría". En orden a introducir algunas distinciones en los aludidos ministerios, conviene consultar algunas fuentes de información.

El P. PABLO J. DE ARRIAGA, que como acompañante de algunos visitadores en muchas ocasiones los había tratado personalmente, en el Cap. III de su Extir­pación, ofrece el siguiente catálogo de ministros: Huacapuillac, el que habla con la huaca, la cuida, ofrece su culto y transmite sus mensajes; malguipuillac, el que habla con los malquis o momias de los difuntos; libiaopauillac, el que habla con el rayo; puncaupvillac, el que habla con el Sol; macsa o vilha, el que cura con supersticiones y sacrificios; aucachic o ichuris, los que confiesan a los indios; azuac o accac, el que prepara la chicha para los sacrificios; socyac, el que adivina por maíces; rapiac, el que adivina por el movimiento de sus brazos; pacharicue, pacchacatic o pachacuo, el que adivina por las patas de las arañas; moscoc, el que adivina por sueños; hacaricuc o cuyricuc, el que adivina mirando las entrañas do los cuyes. El Jesuita agrega que "estos oficios y ministerios son comunes a hom­bree y mujeres, aun el confesar... Pero lo más común es que los oficios principales los ejecuten los hombres".

En cuanto a la obtención de los mismos, señala tres posibles modalidades: por herencia de padres a hijos, por elección de quienes los practican, o por propia decisión. A esta nómina, por último, se deben agregar los cauchos o runapmicuc: eran brujos chupadores de sangre, práctica por la cual comprobaron los visitadores que muchas personas hablan muerto.

Por su parte, el autor de la Relación de las Costumbres Antiguas --crónica atribuida al jesuita mestizo BLAS VALERA- agrupa a los ministros de la idolatría en tres categorías (págs. 161-174):

1°) Ministros mayores: "Los que atendían a la inteligencia de las cosas de su falsa religión, que eran maestros de las ceremonias y ritos que habían de usar". El cargo abarcaba una amplia gama de atribuciones: enseñar al pueblo el número de sus dioses, y explicar, promulgar e interpretar las prescripciones cultuales. Este grupo estaba integrado por "ciertas jueces", elegidos para que "conociesen y castigasen todos los delitos y males, excesos y descuidos que contra su falsa reli­gión se cometiesen". De entre ellos se elegía "el gran Vilahoma, que era como pontífice máximo", y "supremo árbitro y juez en las cosas de su religión y de los templos". A él le correspondía presidir los sacrificios en las fiestas importantes; elegir los confesores para las vírgenes consagradas al Sol (los eunucos), y para el resto de las provincias y pueblos; designar a los historiadores religiosos del reino, y autorizar la construcción de nuevos templos. En las provincias el gobierno reli­gioso estaba en manos de los nueve Villcas, "prelados, vicarios y visitadores" del gran Vilahoma, los cuales nombraban a los sacerdotes menores o yanavillcas;

2°) Ministros menores: Esta segunda categoría estaba integrado por las diver­sas clases de adivinadores. Siendo los principales: hamurpa o agorero (el que hacía agüeros), huatuc (el que interpreta oráculos), ichuris (el que confiesa) y amautas (sabios que examinan la idoneidad de los confesores);

3°) Ayudantes de los ministros: "Estos eran como siervos y ministros de los de la primera y segunda diferencia. Su oficio principal era aderezar los templos, limpiarlos y proveer de todo lo necesario para los sacrificios: leña, flores, ramos, animales, ropa, coca, sebo, conchas, pan, vino, mieses, frutas, ollas, asadores, platos, tazas de oro y pinta". Entre ellos se cuenta a los humo (hechiceros) y n los nacac (carniceros o desolladores de las víctimas para los sacrificios). En íntima relación con los ministros de In idolatría, sin ser propiamente tales, coloca el cronista a los huancaquili o uscauillullu (monjes o religiosos) y a las acllas (vír­genes o monjas).

Los primeros se consagraban al dios Viracoclca por medio de la práctica de la virginidad y de una vida de recogimiento y penitencia. Su ministerio consistía en la continua oración a las divinidades por el Inca, el pueblo y los ministros del culto. Algunos optaban por la castración, y todos se dedicaban a la práctica de duras penitencias. Las acllas, segunda clase de consagrados, llevaban parecido tipo de vida. Las que no eran entregadas en matrimonio, o no se constituían en mancebas del Inca o de sus allegados, eran dedicadas al servicio del culto (confec­ción de las vestimentas para la liturgia, para el Inca y familia, y para el gran Vilahorna; custodia del fuego sagrado; visita y cuidado de los templos, etc.). Otros catálogos de ministros en IINM, Lib. XIII, Caps. XXXIII-XXXVI, II, 224­230;11NMA, Lib. V, Cape. XIV-XVI y XXV, 155-157, 168-169; CCI, Instrucción..., Cap. III, fol. 3; TA, Cape. V, fols; 8v-9v, y X-XIII, tole. 11v-14v; y PNC, I, 439-443.

HUACANQUI (Q): Amuleto hecho con hierbas o con plumas de aves que llevaban los enamorados, y servía como hechizo o gualicho: 'ciertas yerbas o chinillas que, según la opinión de los indios, tienen la facultad de ganar el amor al que los lleva consigo; huacanquiyoc: el que lleva estas yerbas o chinillas consigo para ser ama­do" (WM, 293). (Cf. IINM, Lib. XIII, Cap. XXXV.) El P. ARRIAGA agrega: "...El tener huacanquis, o como llaman en los llanos, manchucu, que es el philtrum que lla­man los griegos y latinos, para que les quieran bien otras personas, se usa en todas partes. Hácenlos de los cabellos de las personas de quienes quieren ser amados, o de unos pajarillas de muchos colores que traen de los Andes, o de las plumas de los mismos pajarillos o mosquillas pintadas, a vuelta de otras cosas que ponen con ellas..." (El, Cap. VI, 217.)

ICHURI (Q): De ichu, paja de la Cordillera con la que se hacía una especie de hisopo sobre el cual confesor y penitente escupían, o con el cual el confesor asper­jaban los penitentes después de la confesión. Los ichuris o confesores constituyen una de las clases de ministros de la idolatría que nuestro Sermonario más fustiga y denuncia como peligrosos en sumo grado para la perseverancia de los neófitos. flor lo tanto, conviene conocer más de cerca sus prácticas.

No cabe duda alguna, según el testimonio de las crónicas, que al llegar los españoles al Perú, los indígenas tenían la costumbre de confesar sus pecados a ciertos hechiceros. La comprobación de tal práctica pre-cristiana es un motivo de admiración para el mismo P. Acosta, quien expresa el asombro que causa su sola existencia: "Con razón se admirará cualquiera de haber estado en uso la confesión de los pecados, aun ocultos y graves, entre estos bárbaros mucho antes de haber oído la predicación del Evangelio" (DP1, Lib. VI, Cap. XII).

En los principales adoratorios o santuarios, los confesores, al parecer, eran designados por el gran Vilahoma del Cuzco. En otros lugares ejercía el oficio cualquier hechicero. Durante los ayunos que precedían a las grandes festividades, se confesaban todos, indios e indias, mayores y adolescentes; al igual que en momentos de peligro, como viajes, enfermedades, proximidad de la muerte, etc. El Inca y el Vilahoma no se confesaban con persona alguna: lo hacían directamente con el Sol, para que él dijese los pecados al Viracocha, y éste los perdonase. Luego bajaban al Urubamba (el gran río sagrado), para los ritos de purificación. El resto ele la nobleza y la población recurría a los confesores.

La confesión era auricular y secreta, sujeta a estricto sigilo. El que oía y el que se confesaba, se sentaban en el suelo, en lugares señalados al efecto. No confesaban pecados interiores, sino solamente actos exteriores. Todos quedaban obligados a no esconder ninguna falta, pudiendo el confesor en caso de fundada sospecha inquirirlo mediante enérgicas amonestaciones, e incluso recurrir al em­pleo de la fuerza. Una vez dichos los pecados, cada penitente recibía las necesarias reprensiones y las reparadoras penitencias. En cuanta a estas últimas, entre las más corrientes se contaban, por ejemplo, no comer por un tiempo sal ni ají, ni dormir con el cónyuge.

Aquella acusación concluía con algún sacrificio, y con ciertos ritos de purifi­cación, como lavarse la cabeza en los ríos o fuentes, o cambiarse de ropa.

En ocasión de loe fiestas solemnes, acribadas las confesiones, todos expresa­ban la alegría del perdón mediante la ejecución de especiales taquíes, en los que con entusiasmo los purificados cantaban, bailaban y bebían por largas horas.

Con referencia a lo que podríamos llamar las vías concretos de acceder al oficio de la hechicería, nuestras fuentes de información señalan, al menos, tres maneras distintas por las que algunos indígenas podían comenzar a ejercerlo. Son ellas por sucesión (el hijo lo hereda del padre), por elección (los otros ministros eligen al que consideran más idónea, contando con el parecer de los caciques y curacas) y por propia voluntad (cuando en virtud de su sola autoridad alguien se apropia del oficio como medio de ganarse la vida, adquiriendo luego fama y renom­bre por la eficacia de sus artes). (Cf. El, Cap. V; TA, Cap. X.)

ILLAPA (Q) (Trueno, Relámpago, Rayo): JUAN POLO DE ONEGARDO, antiguo Co­rregidor de la ciudad del Cuzco, nos informa que después del Viracocha y del Sol "la tercer guaca y de más veneración" entre los naturales del Incario era induda­blemente el Trueno, al que también designaban indistintamente con los vocablos Relámpago o Rayo, tomando como una sola divinidad a estas tres manifestaciones eléctricas (auditivo-visuales) que acompañan de ordinario el estallido de las gran­des tormentas andinas (TA, Cap. V).

En la lengua quechua recibía uno pluralidad de nombres (al menos, cuatro). Generalmente, se lo conocía con el nombre simple de Illapa ("Hillapa"), incluyendo en el mismo al trueno, el relámpago y el rayo. Pero, asimismo, recurrían a nom­bres compuestos para hablar de este dios: lo llamaban Chuquiilla (resplandor de oro), Caluilla (resplandor de estrellas) o Intiillapa (rayo de sol). (HNMA, Lib. V, Cap. IV; CRI, Lib. II, Cap. XXI.)

Esta divinidad tenía por oficio propio el enviar, según las diversas estaciones del año, las abundantes y beneficiosas lluvias, muchas veces precedidas de inten­sas granizadas, que permitían el constante rejuvenecimiento de la naturaleza.

Quedando únicamente librado a su soberano dictamen establecer los momentos más oportunos y hacer caer copiosa agota del cielo para calmar la sed de las resecas y agrietadas tierras; permitiendo, de este modo, el crecimiento de los vegetales que sirven de alimento para los hombres y los animales, y para orna­mentación de los distintos paisajes.

Los naturales acostumbraban representarlo como a un hombre de grandes proporciones, cuya morada se encontraba en el mismo cielo. Su figura era suma­mente luminosa, por estar formada en base a un grupo de estrellas muy hermosas y resplandecientes (una constelación). En la mano izquierda sostenía permanen­temente tina maza, y en la derecha, tina honda.

Según este mito, el proceso que desencadena la lluvia debe explicarse en estos términos: el agua que cae, proviene de un gran río celestial, especie de gran cinta blanca que recorre el cielo, o sea la Vía Láctea. Illapa, según su parecer, la de­rrama con generosidad sobre la tierra. El chasquido o restallido que produce ¡ti honda al soltarla es el trueno; la piedra lanzada contra el río, el rayo; el agua que por efecto del golpe se desborda del cauce del río, la lluvia, y el continuo resplan­decer de las lucidas ropas con las que se encuentra ataviado Illapa, por resultado de las agitaciones que en ellas produce el movimiento de tirar la honda, el relám­pago. (HNM, Lib. XIII, Cap. VII.)

Respecto del nombre Illapa, el INCA GARCILASO precisa que mediante el verbo "que le juntaban", distinguían las tres posibles significaciones de las cuales podía estar revestido el mismo. Si decían viste la Illapa, entendían por el relámpago; si decían oíste la Illapa, entendían por el trueno, y cuando decían la Illapa cayó en tal parte, o hizo tal daño, entendían por el rayo (CRI, Lib. II, Cap. XXI). Sobre los actos con que los indígenas honraban a Illapa en sus grandes fes­tividades, GUAMÁN POMA DE AYALA señala que éstos eran de dos clases: cultuales y penitenciales. Era costumbre sacrificarle "quemando coca y comidas y chicha..., velando una noche pacari con misaciconmi, y por otro nombre le llaman curi caccha y llapa (cultuales]..., ayunando sal y no durmiendo con sus mujeres, ni las dichas mujeres con sus maridos (penitenciales]" (PNC, 267).

INTI (Sol, divinidad) (Q): Entre estas divinidades intermediarias (medianeras o intercesoras), figuraba en primer lugar el Sol (Inti, que en quechua quiere decir halcón), deidad principal para la mayoría de la población aborigen, y progenitor de ln dinastía real incaica. También se le daba el nombre de Punchao, que significa el día. Al parecer, era hijo dilecto del Illa Tecce o Viracocha, y su luz corporal era como parte de ln divinidad que su padre le había transferido o donad¡i"para que rigiese y gobernase los días, los tiempos, los años, los veranos, y alías reyes y reinos y señores y otras cosas" (RCA, 153).     `r.

Sin lugar n dudas, entre todos los dioses, depués de Viracocha, erá,lnti el más adorado y respetado por los naturales. Su veneración creció no sólo por la repu­tación que su hermosura y resplandor tenían entre ellos, a causa de los manifies­tos y excelentes beneficios que de él a diario recibían, sino también "por la diligen­cia de los Incas, que como se jactaban de ser hijos suyos, pusieron todo su conato en autorizarla y levantarla de punto con más lucido culto, número de sacerdotes y frecuencia de ofrendas y sacrificios" (IINM, Lib. XIII, Cap. V).

Del Hacedor del Mundo, su padre, había recibido especialísimas virtudes y facultades para hacer germinar y crecer todas las hierbas y plantas que se encuen­tran sobre la tierra; especialmente, aquellas que sirven de alimento para los hombres y animales, entre las cuales descollaba el maíz. Motivo por el cual ocupaba un lugar tan destacado en la religiosidad aborigen, a tal punto que con sumo respeto se lo llamaba Apu Inti (el Señor Sol).

Dentro de la imaginación iconográfica indígena, se lo figuraba o representaba como si fuera un hombre. Su mujer era la Luna; y las estrellas, las hijas de tan ilustre y bondadoso matrimonio. Este Gran Señor era tan venerado y acatado en todo el extenso Imperio de los Incas, que, al decir del P. Cono, en ningún lugar donde reinó la idolatría, no hubo otra divinidad que fuera tan respetada y servida como ésta.

Tal preeminencia queda testificada plenamente por el hecho de ser el dios que más templos tenía dedicados, todos ellos magníficos. Se los podía encontrar en cada uno de los pueblos principales. Para el servicio de su culto contaban con la presencia continua de sacerdotes y mamaconas (mujeres del Sol), y cuantiosas rentas para la realización de los sacrificios, ofrendas y oblaciones. Pero ninguno tan espléndido y rico como el que los Reyes Incas le habían edificado en el Cuzco, la ciudad del Sol, sede permanente de la corte imperial. Se lo llamaba Coricancha (barrio de oro, plata y piedras preciosas, recinto de oro). Era una gran habitación, con una especie de altar mayor sobre lo que se podría llamar el ábside del recinto. La techumbre, muy alta, estaba confeccionada de madera y paja Las cuatro paredes estaban cubiertas o revestidas de arriba abajo de planchas o tablones de oro. En el testero del altar mayor estaba colocada la figura o imagen del Sol, presidiendo permanente desde ese lugar de honor los incesantes y prolongados actos de culto que se tributaban en su honor. (Cf. CRI, Lib. III, Cap. XX; SN, Cap. XI; RMC, 75.)

En aquel lugar sagrado se encontraba todo el ritual y la devoción de ln reli­giosidad del pueblo incaico, a quien por este motivo se le daba precisamente el apelativo de `el Pueblo del Sol". Allí estaba su sagrada imagen de bulto, llamada específicamente Punchau (el Día). Confeccionada toda ella de finísimo oro, con exquisitos adornos de preciosísima pedrería (incrustaciones). Le figura era el ros­tro humano en redondo, rodeado de rayos y llamas de fuego. Todo de una sola pieza, y tan grande, que cubría enteramente el aludido testero del templo, de pared a pared. Estaba dispuesta hacia el oriente, p,.r lo que el Sol al salir "hería en ella; y como era una plancha de metal finísimo, reverberaban y volvían los rayos con tal claridad, que parecía el Sol. Decían los indios que juntamente con su luz, le comunicaba el Sol su virtud". (CRI, Lib. III, Cap. XX.)

INTI RAYMI, AUCAY CUSQUI (Q) ("tiempo en que la tierra se pone dura"): En este mes (junio) todo el Cuzco se vestía de galas y regocijos. Con la terminación de la estación de las lluvias copiosas había llegado el preciso momento de celebrar le gran fiesta del Inti Raymi (fiesta del Sol). Los festejos y sacrificios principales se realizaban en el cerro Manturcalla, con la exclusiva participación de los Incas de sangre real, servidos al momento de comer y beber por las mamaconas con vajilla de oro puro. Allí se ofrecían al Viracocha, al Sol y al Trueno treinta carne­ros y treinta piezas de ropa de cumóí muy pintada. Todo lo cual se quemaba. Además, a modo de grande y acepta libación, se enterraban quinientos niños inocentes, junto con mucho oro, plata y mollo (concha colorada de mar). Este sacrificio se llamaba capacocha (invocación para que fueran perdonados los peca­dos del Inca, de la nobleza y del pueblo).

Concluidos los ritos, cuatro veces al día, bailaban la danza que llamaban cayo (ofrenda). A su fin, en varias ocasiones, inmolaban solemnemente más carneros, hasta alcanzar el número de ciento. Al promediar la tarde, regresaba del cerro el Inca acompañado de todo el pueblo. Por el camino, a su paso, se derramaba mucha coca, flores y plumas de colores. Todo el cortejo avanzaba cantando. Los indios iban muy embijados, y los señores con primorosas patenillas de oro puestas en las barbas. Al llegar a la plaza principal del Cuzco se proseguían los festejos, y can­taban bebiendo "lo que restaba del día, y a la noche se iba el Inca a su casa y todos se recogían a las suyas, con que se daba fin a esta fiesta del Inti Raymi" (Cono). (PA'C, 249; TA, Cap. VIII.)

MAMACOCHA (Q): A la mar, el Neptuno o la Tetis del olimpo quechua, la llama­ban Mamacocha (madre mar, madre de los lagos o del agua), dando a entender que con los indígenas hacía el oficio de madre, nl sustentarlos copiosamente con su pescado, y al ofrecerles en sus playas considerables cantidades de cabezas de sardinas que utilizaban a modo de estiércol para fertilizar las tierras de cultivo. (CRI, Lib. I, Cap. X; Lib. VII, Cap. XVIL)

En especial, la veneraban los pescadores de las costas del Pacifico, desde Tru­jillo hasta Tarapacá. Y le pedían, sobre todo, que no se embraveciera o picara, a fin de poder realizar una abundante pesca. Y para lograr el efecto deseado, echaban "en ella harina de maíz blanco y almagre (el silotticum de los antiguos] u otras cosas". Los indígenas de las sierras, por su parte, en los viajes a la costa marítima en busca del abono antes mencionado, al momento de comenzar a divisar el mar en el hori­zonte, le hacían grandes reverencias, y antes de regresar a sus pueblos le implora­ban con insistencia que los librara de posibles enfermedades, y que a] retornar a sus hogares desde las mitas, donde trabajaban parte del año, lo hicieran con salud y buena provisión de plata. (IINM, Lib. XIII, Cap. VII; El, 201.)

MAMACONAS (Q): En las crónicas, ente vocablo posee varios matices: madres, matronas, señoras nobles, monjas del Sol, maestras de novicias, etc. Pero todos hacen referencia a las funciones que estas mujeres ejercían dentro de los monas­terios de doncellas indígenas, también llamados acllahuaci (casa de escogidas), por vivir en ellos las arpas, o vírgenes electas y consagradas al Sol. Refiere el P. Acosta que en "el Perú hubo muchos monasterios de doncellas quo de otra suerte no podían ser recibidas, y por lo menos en cada provincia había uno, en el cual había dos géneros de mujeres: unas ancianas, que llamaban mamaconas, para enseñanza de las demás; otras eran muchachos, que estaban allí cierto tiempo, y después Iris sacaban para sus dioses o para el Ingn... Estas, encerradas allí, eran adoctrinadas por ]no mamaconas en diversas cosas necesarias para la vida huma­na, y en los ritos y ceremonias ;1~ sus dioses; de allí se sacaban de catorce años para arriba, y con grande guardia se enviaban n la Corte; parte de ellas se disputaban para servir en loe guacas y santuarios, conservando perpetua virginidad; parte para los sacrificios ordinarios que hacían de doncellas, y otros extraordinarios por la salud, muerte o guerras del Inga; parte también para mujeres o man­cebas del Iugar, y de otros parientes y capitanee suyos, a quien él las daba, y era hacerles gran merced; este repartimiento se hacía cada año..." (HNMA, Lib. V, Cap. XV, 155-156).

El INCA GARciLAso, que llegó a conocer el edificio que ocupaba el acllahuaci del Cuzco, describe en estos términos el significado de la palabra mamocona y las funciones propias del cargo:

«...Dentro de la casa había mujeres de edad que Yivían en la misma profesión, envejecidas en ella; que habían entrado en las mismas condiciones, y por ser ya viejas y por el oficio que hacían, las llamaban mamacona, que interpretándolo superficialmente, bastaría decir matrona; empero, para darle toda su significación, quiere decir mujer que tiene cuidado de hacer el oficio de madre, porque es com­puesto de mama, que es madre, y de esta partícula cuna, que por sí no significa nada, y en composición significa lo que hemos dicho... Hacia les bien el nombre, porque unas hacían el oficio de abadesas, otras de maestras dé novicias para enseñarlas, así en el culto divino de su idolatría, coma en las cosas que hacían de manos para su ejercicio, como hilar, tejer, coser. Otras eran porteras, otras pro­visores de la casa para pedir lo que había menester; lo cual se les proveía abundantísimamente de la hacienda del Sol, porque eran mujeres suyas."

Agrega el cronista que en el monasterio o recogimiento del Cuzco «había de ordinaria más de mil y quinientas monjas, y no había tasa de las que podían ser" (CRI..., Lib. IV, Cap. 1,11,122). Cf. HNM, Lib. XIII, Cnp. XXXVII, II, 231-233; RCA, 169-174, y SI, Cap. XXVII, 93.

MARCACAMAYOC (Q): Oficial del pueblo. FR. MARTIN DF MUROA, en su Historia General del Perú, hace referencia a "unos funcionarios que existían en todos los pueblos grandes y chicos, que eran llamados marcacamayoc o llactacamayoc, que tenían cuenta por sus propios quipus de todos los habitantes, para repartirles la taren conforme a lo que hubiesen dispuesto los curacas. Dicho marcacamayoc se ponía en una parte alta de la aldea, y a la hora que estaba la gente en reposo, como a prima noche o de madrugada, proclamaba a grandes voces todo lo que había de hacerse en el curso del día, previniendo del castigo que se les aplicaría a los que no cumpliesen" (L. E. VuÁncFL, historia del Perú Antiguo, 11, 498-499).

El INCA Garcilaso escribe llactacamayu, y lo traduce por "regidor del pueblo". Estos oficiales eran "diputados solamente para hacer beneficiar las tierras de los que llamamos pobres..., tenían cuidado al tiempo de barbechar, sembrar y coger los frutos, subirse de noche en atalayas o torres..., y tocaban una trompeta o caracol para pedir atención, y a grandes voces decena: tal día se labran las tierras de los impedidos, acuda cada uno a su pertenencia..." Componían In categoría de impedidos "los viejos y enfermos..., las viudas, huérfanos y pobres..." (CR1, Lib. V, Cap. 11, 11, 150).

Para el INCA, llactacamayu también significa "ciertos jueces que tenían el car­go de visitar los templos, los lugares y edificios públicos y las casas particulares". En cuanto a la visita de las casas, "por sí o por sus ministras, controlaban el cuidado y diligencia que así el varón como la mujer tenían acerca de sus casas y familia, y la obediencia, solicitud y ocupación de los hijos... Y a los que hallaban aliñosos premiaban con loarlos en público, y a los desaliñados castigaban con azotes en brazos y piernas, o con otras penas que la ley mandaba..." (Ídem, Cap. XI, 163).

MITA (Q): Turno, tanda. Según Tscuuui, "como sustantivo, servicio forzado de los indios a los apus, a los prefectos y curacas" (DK, 390). La mita, una de las formas básicas del trabajo indígena, es una institución de origen incaico que a lo largo del período colonial presentó diversas características, según los tipos de trabajos: mi­nero, agrícola, pastoril, servicio doméstico, etc. El P. Coiw señala que, por dispo­sición del Inca, los indígenas estaban obligados a la prestación del trabajo agrícola y ganadero, al igual que para las obras públicas, minas y servicios del Estado, incluido el militar. La contribución personal a estas labores se hacía por mita, tanda o turno: "...Allende del trabajo que en el lugar de pecho o tributo ponían los pueblos en las labranzas y crianzas de las tierras y ganado del Inca y de la religión y en los otros oficios y tareas..., era grandísima la contribución que daban de gente y peones para cuantos ministerios y obras se hacían en el reino, así para servicio y utilidad del rey, como de la república. A los cuales trabajos acudían los pecheros por su turno o mita (como ellos dicen), cuando a cada uno le cabía la vez..." (HA'6f, Lib. XII, Cap. XXXIII).

Producida la conquista, la Corona adoptó esta institución de trabajo prehispá­nica, y en virtud de ella "los indios de un determinado lugar se sorteaban perió­dicamente para trabajar durante un plazo determinado de tiempo al servicio de los españoles mediante el paga de un salario adecuado, controlado por las autorida­des. La duración de la mita para el servicio doméstico se fijó en quince días; la mita pastoril, en tres o cuatro meses, y la mita minera, en diez, dentro de cada riño. Estuvieron exceptuados de entrar en los sorteos para el servicio de la mita los indios cultivadores de sus propias tierras, y los especializados en algún oficio: carpinteros, albañiles, sastres, herreros, etc. Los sorteos se hacían con interven­ción de los caciques. Nadie podía ser obligado a una segunda mita sin haberse agotado el turno de la primera". La Corona, asimismo, les reconoció a los caciques el derecho de exigirles a sus súbditos este tipo de trabajo. (J. M. Ors y CAPDequl, Historia del Derecho Español,.., 208-209.)

Sobre el enfoque de juristas, teólogos y misioneros en torno al repartimiento de indios para trabajos mineros: los llamados mitayos, véase el estudio de PAumNo CASTAÑEDA DFLcAno, Un capítulo de Etica Indiana Española: los trabajos forzados en las minas, en Anuario de Estudios Americanos, N° 27 (1970), 815-916; y MwuFL AI;CF;r, GON7.ÁLE7 DE SAN SECUNix), Notas sobre la pervivencia de servicios personales de origen prehispánica y su regulación por el derecho indiano, en Reu. de Indias, N" 172 (1983), 729-795.

MOCHADERO (Q): Derivado de mochay: besar, odorar. Lugar donde se ofrecen ~mcrificios a las guacas. (Cf. DK, 2G1.)

PACHAMAMA, MAMAPACHA) (Q) (Madre tierra): Paro honrar a esta deidad telúrica, la cual generosamente les brindaba según las estaciones del año los principales alimentos para sustentarse (maíz, papas, batatas, quinua, yuca, frijo­les, calabazas, ajfee, etc.), era su costumbre colocar en Ias chacras o campos de cultivo una piedra ('como ara o estatua de elle"), alrededor de la cual le rezaban y sacrificaban para que «les guardase y fertilizase" sus haciendas; y "cuando una heredad era más fértil, tanto era mayor el respeto que le tenían". (HNM, Lib. XIII, Cap. VII.)

De esta diosa eran especialmente devotas las mujeres; sobre todo, cuando afrontaban las tareas de roturar y sembrar las chacras. Era común verlas hablar con la Pachamama mientras iban realizando los diversos aspectos del laboreo de la tierra. Le pedían en esta conversación que les diera buena cosecha, derramando para esto "chiche y maíz molido, o por su mono o por medio de los hechiceros" (EI, 201). Además, agrega el cronista VIfiflNANDO DE SANTILLÁN, acudían a su veneración Ins embarazadas ante la proximidad del alumbramiento, "y cuando habían de parir, le hacían sacrificios", como derramar chicha, quemar ropa y sacrificar ani­males (OGI, 111).

PANETES: Parte de la vestimenta de los indígenas varones. Especie de calzoncillos que envolvía la cintura, cayendo hasta la parte media de los muslos inferiores. En quechua, guaros y huaras. (Cf. IINM, Lib. XIV, Cap. Il.)

QUILLA (Q) (Luna): Se la conocía generalmente con los apelativos de Quilla, Mamaquilla (madre luna) o Coya (reina). Los reyes incas, y con ellos todo el pue­blo, le hablan atribuido carácter divino, en virtud de las mismas razones que los impulsaron a adorar al Sol; o sea `por su admirable hermosura y belleza, y por las grandes utilidades que causa en el mundo" (IINM, Lib. XIII, Cap. VI).

Como deidad femenina, era a la vez "hermana y mujer del Sol, y madre de loe lncas y de toda su generación, y así la llamaban Mamaquilla, que es madre luna". También a ella, Illa Tecce (Viracocha) la había agraciado con la comunicación de su potencia divina, .y héchola señora de la mar y de los vientos, de las reinas y princesas, y del parto de las mujeres y reina del cielo". (CRI, Lib. II, Cap. XXI; RCA, 153.)

En razón de sus desposorios con el Sol, se le tenla reservado uno de los cinco grandes aposentos o cuadros (capillas o ermitas) que estaban ubicados alrededor del claustro central del Coricancha. A este recinto sagrado se lo denominaba Pumap Chupan (cola de león). Como los demás, era cuadrado y cubierto en forma de pirámide; pero se lo consideraba más digno e importante, por ser el más cer­cano al altar mayor del templo, lugar donde se encontraba la grandiosa imagen áurea del Sol.

Todo el aposento o capilla, paredes y puertas, estaban forrados completamente de anchos tablones de plata pura, 'porque por el color blanco viesen que era aposento de la luna". En su interior, en medio del muro central, se encontraba expuesta a la veneración de todos sus hijos "su imagen y retrato..., hecho y pintado un rostro de mujer en un tablón de plata". A esta majestuosa ermita entraban diariamente diversos grupos de indias para visitar a tan beneficiosa divinidad y para encomendarse filialmente a su maternal protección, que de una manera es­pecial recata sobre las parturientas. Asimismo, la Luna recibía el asiduo y devoto saludo de la Coya reinante en el Cuzco (esposa principal del Inca) a quienes acompañaban sus hechiceras, junto con las cuales ofrecía repetidos sacrificios de agradecimiento e impetración, al igual que el Inca los hacía frente al disco del sol. (Ídem, ibídem.)

A ambos lados de la representación lunar estaban ubicados los cuerpos embal­samados de las reinas difuntas (coyas), puestas por orden de dignidad y antigüe­dad de defunción. 1,a reina Mama Ocllo, en razón de haber sido la madre del augusto Inca Huayna Cápac, se encontraba colocada delante de la misma imagen de la Luna, "rostro a rostro con ella, y aventajada de las demás, por haber sido la madre de tal hijo". (Ídem.)

Por ser la diosa de las mujeres, su culto estaba confiado a un grupo de sacer­dotisas, las cuales, además de atender diariamente los diversos oficios litúrgicos, tenían como función propia transportar la sagrada imagen sobre sus hombros, para que ésta participara de las procesiones con que se celebraban las grandes festividades religiosas del reino. (IINAI, Lib. XIII, Cap. VI.)

QUILLCA (Q): Vocablo equivalente a la palabra española "escritura". El Voca­bulario de la DCC lo traduce por "papel, libro, escritura, carta, pintura" (fol. 82v). PORRAS BARRBNECIIEA sostiene, al igual que Luis E. Valcárcel, la existencia en el Cuzco preincaico de un sistema de escritura fonética, luego olvidado, o proscripto, y reemplazado por los quipos, único sistema conocido por los Incas de las dinastías próximas n la conquista española: "...en el lenguaje de quechune y nimaras prelliapánicos, hubo una palabra equivalente a la de escritura o símbolos gráficos, dis­tinta de la usada para designar los quipos. Esta palabra es el vocablo quechua quillca o el aimara quillca..." Lo cual lleva a concluir que existieron "dos sistemas diversos de escritura: quillca o quipo" (Fuentes Históricas..., 109).

En la época de la conquista, la palabra quillca, usada antiguamente para de­nominar los signos escritos sobre pergaminos y hojas de árboles, se aplicó por analogía a la escritura española y al papel que no llegaron a conocer los Incas. Iniciada la evangelización del incario, los naturales emplearon este vocablo para designar, ante todo, a las libros que según los misioneros contenían las revelacio­nes cristianas. Con este sentido es usada la palabra quillca por el cronista indí­gena Inca Titu Cusi Yupanqui, el cual apunta que los españoles "hablaban a solas con unos paños blancos", y que en Cajamarca le entregaron a Atahualpa "una carta o Libro o no sé qué, diciendo que aquélla era la quillca de Dios y del Rey, y que Atahualpa la arrojó..." (Relación de la conquista del Perú y hechos del Inca Anrnco, 11, 9. Se cita III edición de Urtcala Rornero, publicada en In Colección de Libros y Docurnentos referentes a la historia del Perú, vol. II, Limo, 191G. El texto transcripto bit sido tomado de P. BAiutFNEcurA, o.c., 109.) Cf. RADIEATI Di PatmecI.Io, "El secreto de la quilca, escritura complementaria del quipus", en Reu. de Indias, Nro. 173 (1984), 11-60.

QUINUA (Q): Trátase del Chenopodium quinos, de la familia de las quenopodiá­ceas. Sus semillas, hojas y tallos constituían uno de los alimentos básicos en las costumbres alimenticias de los indígenas. (Cf. IINM, Lib. IV, Cap. V.)

QUIPO, QUIPU (Q): Como sustantivo, "nudo, atado, cuenta por nudo"; como verbo, "leer nudos, contar por nudos" (DK, 210). Los cronistas del siglo XVI fueron los primeros en referir el original sistema de recordación de los Incas, en cordones con técnicos especializados: los quipocamayos. PEDRO CIEZA DE LEÓN, el primero de los cronistas en hacer referencia a los quipos, a sus usos, y el oficio de los descifradores, los describe de esta manera: "...Son ramales grandes de cuerdas anudados, y los que de esto' eran contadores y entendían el guarismo de estos nudos, daban por ello razón de los gastos que se habían hecho o de otras cosas que hubiesen pasado de muchos años atrás... Había quipocamayos que entendfnn de las cuentas, y otros más retóricos y abundantes de palabra que relataban los hechos en forma de romances y villancicos, y que éstos contaban lo que pasó ha quinientos como si fueran diez..."

Este sistema nemotécnico suplantaba la carencia de In escritura, porque estos indios "no tienen letras ni cuentan sus cosas sino por la memoria que de ellas queda de edad en edad y de sus cantares y quipos". (Texto citado por R. PonnAs Dnluu:n~:cueA, Fuentes Históricas Peruanas, 120.)

El P. ACOSTA relata semejante noticia: "Los indios del Perú, antes de venir españoles, ningún género de escritura tuvieron, ni por letras, ni por caracteres o cifras, o figurillas, 'como los de la China y los de México; mas no por eso conservaron menos la memoria de sus antiguallas, ni tuvieron menos su cuenta para todos sus negocios de paz, y guerra y gobierno, porque en la tradición de unos a otros fueron muy diligentes, y como cosa sagrada recibían y guardaban los mozos lo que sus mayores les referían, y con el mismo cuidado lo enseñaban a sus sucesores. Fuera de esta diligencia, suplían la falta de escritura y letras, parte con pinturas, como los de México..., parte, y lo más, con quipos. Son quipos unos memoriales o registros hechos de ramales, en que diversos nudos y diversos colores significan diversas cosas. Es increíble lo que en este modo alcanzaron, porque cuanto las libros pueden decir de historias, y leyes, y ceremonias, y cuentas de negocios, todo eso suplen los quipos tan puntualmente, que admiran. Había para tener estos quipos o memoriales, oficiales diputados, que se llaman hoy Quipocamayos..." (HNMA, Lib. VI, Cap. VIII).

El mismo Jesuita refiere In curiosa práctica que tenían algunos indígenas de emplear los quipos para confesarse: "...Yo vi un manejo de estos hilos, en que una india trafn escrita una confesión general de toda su vida, y por ellos se confesaba, como yo lo hiciera por papel escrito; y aun pregunté de algunos hilillos que me parecieron algo diferente, y eran ciertas circunstancias que requería el pecado para confesarle enteramente..." (ldem, 190). Esta costumbre se manifestaba tan efectiva para ayudar la penitente a recordar sus pecados, que llegaba a ser reco­mendada por el mismo doctrinero al momento de realizarse el examen de concien­cia: °...Pues para que tu confesión sea buena y agrade a Dios, lo primero, hijo mío, Ims ele pensar en tus pecados, y hacer quipos de ellos; como haces quipos, cuando eres tambocamayo, de lo que das y de lo que te deben; así haz quipo de lo que has hecho contra Dios y contra tu prójimo y cuántas veces, si muchas o si pocas..." (TC, Sermón XII, fol. 67r.)

Del mismo modo los empleaban para recordar cuanto habían aprendido en la explicación de la doctrina: "...Y algunos viejos de ochenta y noventa años acudían n mí llorando y mostrándome unos cordeles, los nudos con que tenían señaladas las cosas que habían aprendido de In doctrina en aquellos días..." Y los domingos por la mañana "venían los indios a una plazuela..., y allí repartidos por coros de doce en doce o de quince en quince, los hombres aparte y las mujeres aparte, decían las oraciones y doctrina, teniendo uno como maestro que I.99 enseña, y ellos van pasando unos quipos o registros que tienen, hechos de cordeles con nudos, por donde se acuerdan de lo que aprenden, como nosotros por escrito..." (J. DF; AcostA, Carta Anuaal P. Euerardo Mercuriano, Lima, 15 de febrero de 1577; RAE, vol. 73, 280 y 287.)

Lns mejores informaciones sobre los quipos están contenidas en las obras de los cronistas posteriores al virrey Toledo (Fr. Antonio de la Calancha, Blas Varela, etc.); pero quizá la fuente informativo más completa sea los Comentarios Reales del INCA Garcilaso DE la Vega, quien los manejó desde niño en el Cuzco. En esto sentido son de especial importancia los Caps. VIII y IX del Lib. VI. Del análisis de las informaciones 'que suministran los cro­nistas, y de los estudios etnológicos y arqueológicos modernos, se puede concluir que hubo varias clases de quipos: numéricos o estadísticos, históricos, legislativos, administrativos, religiosos (conteniendo fórmulas de oraciones e himnos sagrados), militares, cronológicos o calendarios, etc. (Cf. R. PoRaAs BAnaFNecuF.A, Fuentes históricas..., 103-135, con abundante bibliografía, y Luis E. VALCÁRCEL, Historia del Perú Antiguo, II, 691-698.)

QUIPOCAMAYO, QUIPOCAMAYO (Q): Oficial de quipos. Persona encargada de la confección y lectura de los quipos, o sea del sistema incaico para llevar cuenta y memoria de los hechos notables. El PADRE Coso señala que "eran como entre nosotros los historiadores, escribanos y contadores, a los cuales les daban entero crédito" (TTNAf, Lib. XII, Cap. XXXVII, 11, 143-144). Cf. hNMA, Lib. I, Cap. XXV, 39, y Lib. VI, Cap. VIII, 189; CRI, Lib. VI, Cap. IX, 11, 204, y RF, 35. En muchas ocasiones, los quipocamayos quedaron asimilados al cabildo indígena con el cargo de escribanos.

TANIBO, TAMPU (Q): Aposento de muchos, lugar ele hospedaje o alojamiento, mesón, venta; tampucamayoc, ventero, mesonero (DK, 493). Los tambos, también llamados por los cronistas posadas o mesones, estaban ubicados en las carreteras reales generalmente de cuatro en cuatro leguas, y les ofrecían a los viajeros comi­da y lugar de descanso. El Obispo Ai,0N90 DE LA PEÑA MONTENEOSO, en su Itinerario para Párrocos de Indios, al tratar sobre los indios tamberos, expone sus obligacio­nes para con los pasajeros: darles leña; guardar las mulas; llenarles de agua sus cántaros; buscar las gallinas; ofrecerles pan, vino, frutas, lugar de descanso, etc. Justifica la existencia de este servicio, porque es el único alivio de los viajeros, sin el cual sería imposible recorrer las grandes distancias entre una población y otra; y advierte que es obligatorio para los hospedados pagar a los indios por este servicio (Lió. V, Ses. 12. Madrid, 1668). (Cf. PNC, 11, 500-504, y CPM, Parte Primera, Cap. X, 35-40.)

TAQUI (Q): Esta voz admite varias significaciones: baile, cántico, regocijos, can­ción, música vocal, melodía para cantar y emisión melodiosa de las aves. Las crónicas utilizan este vocablo para designar, ante todo, ciertos bailes y cantos que hacían los indígenas, en los cuales se vio la existencia de un doble peligro para los neófitos: las borracheras y las idolatrías. En México, estos bailes eran conocidos con el nombre de arcitos o mitotes. El P. Acosta, rememorando años más tarde lo que sus propios ojos habían contemplado durante la celebración de aquellas rui­dosas y coloridas fiestas populares, al momento de volcar al papel sus observacio­nes, señala que estos pasatiempos eran numerosos y variados. Y se apresura a declarar que en su mayoría estaban contaminados de superstición e idolatría, porque eran especies de representaciones o pantomimas rituales destinadas a "venerar sus ídolos y guacas".

De acuerdo con las informaciones que brinda este intento observador de las costumbres indígenas, en los primeros tiempos de su actuación apostólica por tierras peruanas (llegó en 1572) todavía era posible presenciar los últimas mani­festaciones de estos espectáculos prehispánicos, que los misioneros intentaron lue­go poner al servicio de la incipiente evangelización de loa masas aborígenes, cambiándolas In letra de los cantos y la finalidad de su celebración. (Cf. IINMA, Lib. VI, Cap. XXVIII, y Corvo, HNM, Lib. XIV, Cap. XVII.)

Así, por ejemplo, pudo ver personalmente el juego de la puclla, representación de una feroz pelea o batalla entre dos bandos de actores contrincantes, "que se encendía con tanta por(Ta, que venía a ser bien peligrosa", y In ejecución de "mil diferentes danzas".

Frente o esta acentuada diversidad, imposible de referir en detalle, al momen­to de seleccionar algunos ejemplos para ilustrar el relato, los recuerdos lo llevan a mencionar expresamente tres piezas coreográficas, quizá los que más se inter­pretaban o las que quedaron más grabadas en su memoria, desde que tuvo opor­tunidad de presenciarlas. Son éstas:

1. La danza de los oficios: en ella los participantes, al compás de la música y de los cantos, portando los instrumentos alusivos a cada oficio, imitaban la prác­tica de las faenas más comunes de su región, como pastores, labradores, monteros, pescadores, mineros, etc.;

2. La danza de máscaras o guatones: como su nombre lo indico, éste era un entretenimiento en el que los actores cubrían sus rostros con uno determinada careta, y remedaban el comportamiento del personaje que en suerte les tocaba encarnar (seres deformes, difuntos, animales, guerreros, etc.), llevando en las ma­nos alguna piel de fiera o algún animal salvaje embalsamado. Tanto las másca­ras como los gestos que realizaban, al decir de nuestro cronista, "eran del puro demonio";

3. Por último, la danza de los gigantes o baile sobre los hombros, en cuyo transcurso unos indígenas danzaban sobre los hombros de otros, "al modo que en Portugal llevan las pelas", que semejaban las piernas de hombres de mucha esta­tura. (IINMA, Lib. VI, Cap. XXVIII.)

Completaban el cuadro de estas recreaciones, según testimonios de PoMA y de Conu), otros bailes, relacionados con distintos aspectos de la vida indígena (la labranza de los campos, las cosechas, la cría del ganado, la guerra, etc.), entre los cuales, por ser más generales y usados, se distinguían los siguientes:

1. El aymarana, danza para ir a trabajar a la chacra o heredades;

2. El guasca, baile y canto que entonan las mujeres al regresar de la Iabrnnza; 3. El haylli araui, canción victoriosa, cantada por los doncellas, paro el buen éxito en las guerras o cosechas;

4. El guayayiurilla, lo bailaban, por diversos motivos, hombres y mujeres jun­tos. Se pintaban los rostros, y se los atravesaban, de oreja a oreja, por encima de In nariz, con uno cinta de oro o de plata. El son lo llevaban con una cabeza de venado seca que les servfa de flauta;

5. El cachiua, baile en que los hombres y mujeres, tomados de la mano, hacían una rueda o ronda, y cantaban dando vueltas en derredor. Se bailaba sólo en fiestas de mucha importancia;

6. Diversas danzas bélicas, destinadas a representar las principales guerras que se habían emprendido, y en las cuales los ejércitos imperiales merecieron las palmas del triunfo. Participaban en ellas únicamente hombres con sus armas en      ! las manos;

7. El guayyaya, baile propio de los Incas y su corte. En la ejecución intervenían -al menos, en In época prehispánica- tan sólo los de sangre real. Los hombres y mujeres, en número de doscientos o trescientos, según la solemnidad que se celebraba, danzaban tomados de la mano y puestos en hilera. Lo música y los pasos eran graves y honestos, sin brincos ni saltos. Al compás del baile, los participantes decían cantares compuestos en loor del Inca y de sus antepasados famosos. (loNC, 317-329; IINM, Lib. XIV, Cap. XVII.)

En la ejecución de estos taquíes, los bailarines contaban con el necesario e indispensable concurso de una serie de instrumentos musicales que, si bien para el desencostumbrado oído español "hacían el son poco suave", monótono y hasta cargado de disonancias, para el indígena, en cambio, se convertían de inmediato en una agradable melodía, con el secreto poder de transmitir una invitación irre­sistible a las rítmicas mudanzas corporales y al contagioso regocijo. De este modo, al momento de tener que acompañar los movimientos de los danzarines, cuyos movedizos tobillos lucían resonantes cascabeles hechos de frijoles, de plata y oro, o de coloridos caracoles de mar, aquel grupo de instrumentos comenzaba a emitir una acompasado y curiosa armonía, siendo posible percibir en el conjunto el característico sonido de los tambores (huasca), adufes (huancartinya), pífanos (pincollo), flautas cortas y anchas (antara) y de una sola caña (quena), trompetas (quepa) y flautillas de siete cañas (ayarlchic).

Los taquíes incluían, asimismo, en muchas de sus modalidades, ciertos cantos y poemas referidos al motivo que los ejecutantes representaban o a los fines por los que se realizaba la función danzante. En la mayoría de los casos, uno o dos indígenas, a modo de solistas, iban cantando o recitando en alta voz y con vivos gestos las canciones y poesías alusivas a la circunstancia que se celebraba, y los demás participantes, incluso los espectadores, "acudían n responder (a modo de gran coro] con el pie de la copla" que se entonaba o declamaba.

TIANCUEZ: En la lengua de México, este vocablo significaba mercado o sitio destinado a toda clase de contratación. Es voz náhuatl corrompida en la pronun­ciación castellana; los indios decían tianguitli, tiangui,so. (Cf. HNM, Lib. VI, Cap. CVII.)

TOPO, TUPU (Q): Prendedor o alfiler de plata, oro, cobre, etc., que utilizaban las mujeres para prender las vestiduras. (Cf. I-INM, Lib. XIII, Cap. XXXVIII, y Lib. XIV, Cap. II.)

VILLCA, HUILLCA (A): El P. Lunovico BenTONio le atribuye a este vocablo nymara significado semejante al quechua guaca, pudiendo tener otras tres acepciones:

1. "El Sal, como antiguamente decían, y ahora dicen Inti...";

2. "Adoratorio dedicado al Sol y otros dioses...";

3. Es también "una cosa medicinal o cosa que se daba a beber como purga para dormir, y en durmiendo dicen que acudía el ladrón que había llevado la hacienda del que tomó la purga, y cobra su hacienda: era embuste de hechizos..." (VB, 386).

Como bien lo nota J. JiJóN y CAAMAÑO, "el carácter nativo aymara de la palabra villcn, en contraposición a la de huata, tomada ésta del quechua, está bien acen­tuado, por haber sido reemplazada por la voz Inti, para designar al Sol, cuando la penetración incaica se acentuó en el Collao". (La Religión en el Imperio de los In­cas..., I, 73.)

VIRACOCHA (cristianos) (Q): Hijos de la espuma del mnr. Vocablo compuesto de vira (mar) y cocha (espuma). Esta voz se usaba generalmente para designar a los españoles por haber llegado desde el manera las tierras del Perú, flotando sus naves sobre, el agua y la espuma del océano. (Cf. RCM, 73.) So debe tener en cuenta que el INCA CARCIIA9o da otra interpretación de esta expresión. La misma tiene origen en el relato que el Inca Viracocha hizo de la aparición con que personalmente fue agraciado por el dios Viracocha antes de vencer a los chancas: 'Y porque el prín­cipe dijo que tenía barbas en la cara, a diferencia de los indios, que generalmente non lampiños, y que traía el vestido hasta los pies, diferente hábito del que los indios :raen, que no les llega más de hasta la rodilla. De aquí nació que llamaron viracocha a los primeros españoles que entraron en el Perú, porque les vieron barbee y todo el cuerpo vestido, y porque luego que entraron los españoles pren­dieron a Atahualpa, rey tirano, y lo mataron; el cual, poco antes, habla muerto a Huáscar Inca, legítimo heredero, y habla hecho en los de sangre real, sin res­petar sexo ni edad, las crueldades que en su lugar diremos; confirmaron de veras el nombre de viracocha a los españoles, diciendo que eran hijos del dios Viracocha, que los envió del cielo para que sacasen a los Incas, y librasen la ciudad del Cuzco y todo su imperio de las tiranías y crueldades de Atahualpa, como el mismo Viracocha lo había hecho otra vez, manifestándose al príncipe Inca Viracocha para librarle de la rebelión de los cliancas..." (CRI, Lib. V, Cap. XXI, 11, 177-178). A continuación el cronista rechaza por incorrecta In interpretación que hemos dado ni comienzo de este artículo. (Cf. 111, (681, 273.)

El P. Jose DF ACOSTA, mucho antes que el Inca Garcilaso, ya daba a conocer esta misma explicación, y agregaba: "...Y el llamar a los españoles viracocha fue de aquí, por tenerlos en opinión de hijos del cielo y como divinos, al modo que los otros atribuyeron deidad a Pablo y Bernabé, llamando a uno Júpiter y ni otro Mercurio, e  intentando de ofrecerles sacrificios como a dioses (Act. 14, 11) ..." (IINMA, Lib. V, Cap. 111, 142.) Es posible que Acosta tomara esta interpretación de Pfamo Cuan oP. LTóN, SI, Cap. V, 12-13. Más tarde, por extensión, se aplicó este nombre a cualquier occidentalizado por fe, fortuna o vestido.

VIRACOCHA (divinidad) (Q): Con este vocablo se designa en los relatos mitológi­cos n la "divinidad creadora" o al "hacedor del mundo". Viracocha era un dios indefinible, indescriptible, casi impensable, y, por supuesto, invisible. Al respecto dice el P. Acosta: "Primeramente, aunque las tinieblas de la infidelidad tienen oscurecido el entendimiento de aquellas naciones, en muchas cosas no deja In luz de la verdad y razón algún tanto de obrar en ellos; y así comúnmente sienten y confiesan un supremo señor y hacedor de todo, al cual los del Perú llninaban Viracocha, y le poni n nombre de gran excelencia, como Pachacamac o Pachaya­cháchic, que es criador del ciclo y tierra, y Usapu, que es admirable, y otros se­mejantes. A éste haclnn adoración y era el principal que veneraban mirando al cielo..." (HNMA, Lib. V, Cap. III, 141.) Según el P. Cono, Viracocha no sería sino uno de los muchos nombres con que se lo identificnba, porque su verdadero nom­bre habría sido considerado sagrado pera ser pronunciado: "...Daban a Ia primera causa títulos y nombres de gran excelencia: los más honrosos y usados eran dos, ambos traslaticios y de grande énfasis: Viracocha el uno, y el otro, Pachayacháchic; el primero solían anteponer o posponer algunas palabras, diciendo unas veces Ticciuiracocha, y otras, Viracochayacháchic. El de Ticciviracocha era tenido por misterioso, el cual interpretado, signifca "fundamento divino"; el nombre de Pachayacháchic quiere decir "Criador del mundo"; y la misma significación tiene el de Viracochayacháchic..." (IINM, Lib. XIII, Cap. IV, Il, 155.) El autor De las costumbres antiguas de los naturales del Piru, crónica atribuida generalmente al jesuita Blas Valera, agrega que la suprema divinidad fue inicialmente conocida por otro nombre: "Creyeron y dijeron que el mundo, cielo y tierra, y sol y luna, fueron criados por otro mayor que ellos: a éste llamaron Illca Tecce, que quiere decir Luz eterna. Los modernos añadieron otro nombre, que es Viracocha, que significa Dios inmenso de Pirua; esto es, a quien Pirua, el primer poblador de estas provincias, adoró, y de quien toda la tierra e imperio tomó el nombre de Pirua, que los españoles corruptamente dicen Perú o Pirú..."

El P. ACOSTA hace notar que esta creencia generalizada entre los indios tiene cierta semejanza "a lo que refiere el libro de los Actos de los Apóstoles, haber llamado San Pablo en Atenas (Act. 17, 23), donde vio un altar intitulado: Ignoto Deo, al Dios desconocido. De donde tomó el Apóstol ocasión de su predicación diciéndoles: "Al que vosotros veneráis sin conocerle, ése es el que yo os predico». Y así, al mismo modo, los que hoy predican el Evangelio a los indios, no hallan mucha dificultad en persuadirles que hay un supremo Dios y Señor de todo, y que éste es el Dios de los cristianos y el verdadero Dios..., pero les es dificultosísimo desarraigar de sus entendimientos que ningún otro Dios hay, ni otra deidad hay, sino uno, y que todo lo demás no tiene propio poder, ni propio ser, ni propia operación, más de lo que les da y comunica aquel supremo y solo Dios y Señor..," Por otra parte, causa extrañeza al Jesuita que, no obstante tener noticias sobre el supremo creador, no posean los naturales "un vocablo propio" para nombrar a Dios: "Porque si queremos en lengua de indios hallar vocablo que responda n este Dios, como en latín responde Deus, y en griego Theos, y en hebreo El, y, al arábigo Alá; no se halla en la lengua del Cuzco, ni en la lengua de México; por donde los que predican o escriben para indios usan el mismo nuestro español, Dios, acomodándose en la pronunciación y declaración a la propiedad de las lenguas índicas, que son diversas..." (IINMA, Lib. V, Cap. III, 141-142.)

La personalidad de Viracocha, como divinidad creadora, surge en casi hicos los relatos mitológicos que transmite-, las crónicas del siglo xvI, sean éstas de origen español, mestizo o indígena. Esta divinidad ocupaba un lugar de privilegio en el panteón incaica, reconociéndose siempre su supremacía. Incluso cuando ofre­cían sacrificios a las demás divinidades y a las guacas, primeramente se dirigían a Viracocha. CIUSTÓBAL lir: MOIANA recoge varias de las oraciones que durante los sacrificios iban pronunciando los sacerdotes, la primera de las cuales siempre iba dirigida o la suprema divinidad, mediante estas palabras: "Oh Hacedor, que estás en los fines del inundo sin igual, que diste valor a los hombres, y dijiste: sea éste Hombre, y a Ias mujeres: sea ésta mujer; diciendo esto, los hiciste y los formaste y diste ser. A éstos que hiciste, guárdalos que vivan sanos y salvos sin peligro, viviendo en paz. ¿Adónde estáis? ¿En lo alto del cielo o abajo, en los truenos o en los nublados de las tempestades? Óyeme, respóndeme y concede conmigo, y dadnos perpetua vida, para siembre tenednos de tu mano; y esta ofrendo recíbela a do­quiera que estuvieras, ioh Hacedor!" (RF, 81-82; otras oraciones en 84, 85, 86 y 89). Algunas de estos invocaciones también las reproduce R. Colla en su IINA1, Lib. XIII, Cap. XXIII, 11, 204-205.

El culto al Hacedor fue fomentado a partir del Inca Viracocha (octavo empe­rador en Ia enumeración tradicional), quien mandó construir los dos únicos tem­plos dedicados en su honor: uno en Cuzco y otro en Cacha. Paclincuti, noveno emperador, siguiendo la misma política de unificación imperial de su antecesor, revitalizó el culto a Viracocha, y "en toda la tierra que sujetó, en las cabezas de provincias, mandó que le hiciesen templo por el, y tuviesen sus ganados, criados y chacras y haciendas, de donde se le hiciesen loe sacrificios..." (RF, 39). ALIcu N. LABOURCADY, en su interesante estudio sobre La creación del hombre en las grandes religiones de América precolombina, sostiene que "el culto a Viracocha no pasó nunca de ser un culto de élite; incluso hay autores que opinan que es por sus característicos un típico culto de iniciados... El pueblo seguía alojado de este Dios abstracto, indefinible, lejano y al margen de su vida; la religión del pueblo era el culto a las huecas...' Leyendo a Lopes DE ATIENZA (Compendio historial del estado de los indios del Perú), que escribió su obra en la segunda mitad del siglo xvI, y más especialmente al PADRE AaRIAOA (Extirpación de la idolatría en el Perú), que es un siglo posterior, se capta hasta qué punto la religión popular perduraba, y cómo los indios recurrían a mil subterfugios para continuar con el culto a las huecas, cuan­do ya Inti y Viracocha habían desaparecido por completo del panorama religioso".

Sobre el mito de Viracocha, su origen, evolución y formas, pueden consultarse las siguientes fuentes y estudios modernos: RF, 17-19; SN, Capa. I-II, 9-11; HNM, Lib. XIII, Cap. IV, II, 155-166; HNMA, Lib. V, Cap. III, 141-142;111, 206-210; SI, 8-9; J. J. Tscuuol, Contribuciones a la historia, civilización y lingüística del Perú antiguo (Lima, 1918), 153-224; FRANZELIN PFAse, G. Y., El Dios creador andino. Lima, 1973; RICARDO E. LATCItAM, Lat creencias religiosas de loa antiguos peruanos. Santiago de Chile, 1928; Luis E. VALCARCeL, Kon, Pachamac, Wiracocha: Contri­bución al estudio de las religiones del antiguo Perú, en Revista Universitaria del Cuzco, Nros. 1-3 (Cuzco, 1912), e Historia del Antiguo Perú, IV, 367-381; JuLIo C. TELto, Wira Kocha. Lima, 1923; JOHN lIowLAND Rowe, The origina of Creador Worohip among the Incas. Culture in history: Essays in honor oí Paul Radin, Univ. of Columbia. Columbia, 1960; Pwme Duv10Ls, Los nombres quechuas de Viracocha, supuesto "Dios Creador" de loa evangelizadores, en All panchis Phuturinga, 10. Cuzco, 1977; HENRIQUEZ 0. URBANO, Wiracocha y Ayar: Héroes y funciones en las sociedades andinas. Biblioteca de la Tradición Oral Andina. Cuzco, 1981; y FEDERICO KADFFMANN Dola, Loe dioses del mundo andino, en Vida y Espiritualidad, Nro. 3 (Lima, 1986), 77-90. indios, aunque en ocasiones se lee delegó también expresamente para inspeccionar los cultos idolátricas" (Métodos Misionales..., 295).

VISITADORES: El texto hace alusión a los Visitadores contra la idolatría, quienes por turno recorrían las doctrinas, y con la ayuda de los sacerdotes y de los fiscales recogían y destruían públicamente todo signo relacionado con las antiguas costum­bres idolátricas (ídolos, amuletos, momias, implementos del culto, etc.). A su vez, inspeccionaban el trato que se lee brindaba a los indios, desataban una persecu­ción implacable contra los hechiceros, y castigaban a los que hablan cometido notables pecados públicos (actos de idolatría, borracheras, amancebamientos, hur­tos, etc.).

A propósito de la institución de los visitadores, transcribimos las noticias que suministra PEDRO BORCES: "A diferencia, empero, de los alguaciles o fiscales que eran siempre y exclusivamente indios, sujetos además a las órdenes (en el Perú más que en Nueva España) de loe misioneros, la de los Visitadores estaba integra­da solamente por españoles, bien fueran éstos eclesiásticos o seglares, con delega­ción oficial de las autoridades para ejercer su oficio, delegación que era indepen­diente y hasta en cierta manera superior a la autoridad misional, si bien estuviera encaminada a colaborar con ésta. Al igual, sin embarga, que loe fiscales, el oficio de los Visitadores era mixto, ya que ninguna de las dos instituciones estaba ex­clusivamente destinada a la investigación de las idolatrías ocultas. En concreta, el fin primordial de los Visitadores era vigilar el trato que se les dispensaba a los indios, aunque en ocasiones se  les delegó también expresamente apra inspeccionar los cultos idolátricos (Métodos Misionales…, 295).

A partir del siglo XVII, el fin primordial de la institución consistió en investigar las idolatrías, tarea que se encomendó generalmente a los clérigos. Al respecto, véase CONSTANTINO BAYLE, El clero secular y la evangelización de América, 268-276.

Sobre el nombramiento de los visitadores clérigos, sus condiciones y forma de realizar la visita, la obra del P. AanuGA sigue siendo la primera fuente de infor­mación. Cinco capítulos de su Extirpación los dedica a este tema. Dada la impor­tancia de la fuente, los mencionamos: Cap. XII, "Quién y cuál ha de ser el visitador para la extirpación de la idolatría"; Cap. XIII, "Lo que han de hacer en llegando al pueblo el visitador y los Padres, y la distribución del tiempo y sermones"; Cap. XIV, "Cómo se ha de comenzar la visita"; Cap. XV, "Cómo se ha de examinar el hechicero u otro indio que se manifestare o diere noticias de las huacos"; Cap. XVI, "Cómo se ha de proseguir la visita". Al final de la crónica, el autor transcribe el texto del Edicto contra la idolatría, que el visitador daba a conocer en cada pueblo visitado.

YANACONAS: Véase ANACONAS.

YUCA (voz antillana): Nombre vulgar de algunas especies de mandioca (del guaraní mandiog). Arbusto de la familia de las euforbiácens. De su raíz se obtiene la harina de tapioca. (Cf. IINM, Lib. IV, Cap. VII.)

YUNGAS, YUNGAS (Q): Región tropical de la costa y floresta. Vocablo utilizado para designar determinadas zonas geográficas subtropicales, caracterizadas por su abundante vegetación y variedad de frutos comestibles. Los cronistas hacen de este término, sinónimo de valle tropical, quebrada, tierra caliente, región con abundantes lluvias y accesos a grandes ríos, bosques o selvas, donde la producción es feraz, y donde solían encontrarse ricos yacimientos de metales. (Cf. HNM, Lib. XI, Caps. I-II, II, 8 y 11, y DK, 86.)





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