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LAS ANTILLAS

Echemos ya un vistazo panorámico a la historia eclesiástica de las Indias españolas de 1493 a 1517, espacio reducido en lo cronológico y en lo geográfico. Son los primeros tanteos misionales y se desenvuelven entre las Grandes Antillas y algo de las costas de Darién y Cumaná. Desde estos establecimientos se da el siguiente paso decisivo hacia los grandes imperios azteca e inca. La conquista se verifica primero en Santo Domingo, 1492 - 1496; se corre a Puerto Rico, 1509 - 1511; Cuba, 1511 - 1514; y las costas de Urabá y Cumaná (desde 1515). Como elementos importantísimos de la evangelización hay que señalar la bula concesora de los diezmos y la del Patronato Real con la erección y puesta en funcionamiento de las primeras diócesis.

Para el segundo viaje de Colon, los reyes consiguieron del Papa grandes facultades eclesiásticas para fray Bernardo Boyl, que se dirige a Santo Domingo con a algunos religiosos. Ni él ni los demás permanecieron demasiado tiempo allí, aunque algu­nos de ellos volvieron enseguida con otros compañe­ros. La mayoría eran franciscanos, al principio, con alguno que otro a titulo personal, de otras Ordenes, algunos mercedarios, y después de unos años, los dominicos. También algunos sacerdotes seculares, en número difícil de precisar.

Al volver Boyl a España quedó un delegado eclesiástico - cuya actuación concreta se desconoce - hasta que llegaron los primeros obispos. Estos, consa­grados dos de ellos en Sevilla en 1512, se dirigen a sus sedes. El primer electo, fray García de Padilla, O.F.M., murió antes de ser consagrado. Los otros tuvieron grandes dificultades en poner en marcha sus respecti­vas diócesis. Así funcionaron desde 1513 las diócesis de Concepción de la Vega y de Puerto Rico. El primer obispo llegado a América fue don Alonso Manso, que debió de arribar a Puerto Rico, su diócesis, a fines de 1512. En cuanto al segundo, don Pedro Suárez de Deza, debió llegar en 1514 a su diócesis de Concep­ción de la Vega. Ya había allí un convento franciscano. A la tercera sede fue designado don Alejandro Geraldino en junio de 1516 para Santo Domingo. En 1513 se crea la diócesis de Darién, que iniciara su marcha al año siguiente en la costa atlántica, para trasladarse poco más tarde a Panamá, donde sigue con el nombre de esta capital. Y, finalmente, en 1517 se establece la primera diócesis cubana, tenien­do su sede en Santiago de Cuba.

Los métodos empleados dependieron más de las órdenes o consejos de los reyes de las de Roma directamente. En ellos se habla mucho del buen trato a los naturales, después de las primeras quejas de los misioneros y de otros personajes de la colonia. Comienzan las primeras disputas acerca de los proble­mas qué trae consigo todo lo referente a la encomien-da de indios, a su libertad de movimiento, a los matrimonios mixtos con españoles, a la creación de nuevos pueblos, donde pudieran contar con iglesias y escuelas propias. Punto de referencia constante es el relacionado con el trato de los indígenas con los españoles, suponiéndolo unos convenientes para la evangelización y otros perjudiciales. Se habla de crear colegios para hijos de caciques, cosa que luego se repetirá en México y Perú.

Hay pocos datos concretos para los métodos de catequización: el bautismo de los niños, las cartillas de catecismo y de lectura que se llevan, la administra­ción de los sacramentos con sus problemas. Hay opiniones para lodos los gustos. Las guerras, los trabajos forzados, las epidemias, son algunos de los elementos que frenan la evangelización o la destruyen momentáneamente, y hay que volver a comenzar. Pero lo importante es que las Antillas se convirtieron en el puente de paso para el continente americano y donde se experimentaron los primeros métodos misio­nales, que con el transcurrir del tiempo darían abundantes frutos espirituales en todas las direcciones.           

 

LA EVANGELIZACIÓN DE MÉXICO Y AMÉRICA CENTRAL

La evangelización de México es una de las más antiguas y gloriosas de España. Los franciscanos tuvieron en ella la parte más activa y significativa. Les siguieron luego los agustinos, los dominicos y los jesuitas Ya antes de Hernán Cortés habían llegado al territorio mexicano algunos misioneros; pero no obtuvieron resultado alguno. La evangelización de México comienza con Hernán Cortés, hombre profun­damente religioso y convencido de que su primera obligación era contribuir a la cristianización de los pueblos conquistados. Acompañaban a Cortés en su entrada en México diversos religiosos entre los cuales sobresalía el clérigo Juan Díaz que bautizó a cuatro caciques de Tlaxcala y muchos nobles y el merce­dario Bartolomé de Olmedo, que era el capellán del ejército y que acompañaba a todas partes a Cortés. Al poco tiempo pidió este a Carlos V nuevos misioneros y, en efecto, fueron enviados en 1 523 tres francis­canos, entre los cuales sobresale Fr. Pedro de Gante, quien por espacio de cincuenta años trabajó incan­sablemente por aquella cristiandad. Pero la expedi­ción más notable fue la de otros doce franciscanos, llamada con razón "los doce apóstoles de México", a cuya cabeza iba Fr. Martín de Valencia, superior de la primera provincia franciscana en el Nuevo Mundo y una de las columnas de la Iglesia mexicana. No menos ilustre fue Fr. Toribio de Benavente, perteneciente también a los "doce apóstoles", quien tomó el nombre de Motolinía, palabra indígena que significa pobreza, y que fue la primera que oyó a los naturales admirados ante la pobreza que ostentaban los nuevos misioneros.

La actuación de estos primeros operarios fue admirable. Con señas, o como pudieron, se fueron dando a entender a los naturales. Para hacerlos más respetables, Cortés les hizo un recibimiento con todos los honores, de 1 o que q quedaron grandemente impre­sionados los habitantes. No mucho después, apenas dominada la lengua del país, aparecía en 1528 la primera gramática obra de Pedro de Gante y Martín de Valencia, de los cuales el primero afirma que ya en 1529 habían bautizado más de 200,000 habitantes, y el segundo, unos años después los hace subir a un millón.

A los franciscanos siguieron los dominicos, que fueron recibidos por Cortés con las mismas señales de veneración el años1526. Eran doce también, y a su cabeza iban Fr. Domingo de Betanzos y Fr. Tomás Ortiz. El más célebre fue el primero, quien organizó en seguida un noviciado en México. A la muerte de P. Betanzos en 1548, la provincia dominicana de México poseía unas sesenta casas. A los dominicos pertenecía el célebre Fr. Bartolomé de las Casas, el gran defensor de los indios y del que trataremos más adelante.

Los éxitos obtenidos por los franciscanos y los dominicos suscitaron cierta emulación en otras Or­denes religiosas, además que ellos solos no abastecían los nuevos campos de apostolado que se iban descu­briendo. Por esto ya en 1533 llegó una expedición de agustinos, capitaneada por Fr. Francisco de la Cruz y en la que tomaban parte Fr. Agustín de la Coruña y Fr. Juan de San Román. Otro misionero célebre, Fr. Nicolás de Agreda, conducía una expedición en 1535, y en los años siguientes van llegando sucesivas expediciones de misioneros, entre los que descuella Fr. Alonso de la Veracruz. En 1548 la Orden agustiniana poseía cuarenta y seis monasterios y a fines de siglo dos provincias.

A los operarios ya existentes, entre los que hay q que contar a muchos clérigos seculares, se juntaron desde 1572 los jesuitas. Comenzaron su trabajo por la Florida, donde pierden la vida varios de ellos. Es Felipe II quien obtiene del padre general, S. Francisco de Borja, el envío de una expedición de quince jesuitas a Nueva España. Al llegar los jesuitas a México estaban y a puestas las bases de la Iglesia mexicana, pero el trabajo en la conversión de los indios limítrofes era todavía inmenso, y a ese trabajo se dedicaron con ahínco los jesuitas, fundando escuelas y misiones.

Con todos estos operarios de las diferentes Or­denes religiosas y del clero secular, la Iglesia mexicana estaba sólidamente establecida a principios del siglo XVII. Los obispos que sobresalen en esta primera época son el obispo de Tlaxcala Fr. Julián Garcés, dominico, y el santo Fr. Juan de Zumárraga, obispo franciscano de México, que fue el verdadero padre y organizador de la Iglesia mexicana, en la que celebró juntas y concilios, que construyó iglesias y colegios, organizó misiones y defendió a los indios. Poco a poco se fueron añadiendo las diócesis de Nicaragua y Honduras en 1531, Guatemala en 1533, Antequera en 1535, Michoacán en 1536, Chiapas en 1543. No mucho después encontramos las diócesis de Oaxaca, Durango, Linares, Guadalajara y Sonora.

Aquí no podemos menos de recordar la pronta aceptación de María Santísima  por parte de los neófitos americanos, en este caso bajo la advocación de la Virgen de Guadalupe (1531>. como lo recono­cen expresamente los obispos latinoamericanos en el documento de Puebla (282) cuando dicen: "'Desde los orígenes -en su aparición y advocación de Guadalu­pe-, María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo con quienes ella nos invita a entrar en comunión . . . Como el de Guadalupe los otros santuarios marianos del continente son signos del encuentro de la fe de la Iglesia con la historia latinoamericana".

 

CENTROAMÉRICA

La evangelización de Centroamérica se realizó desde México y desde las Antillas. En Guatemala trabajaron los franciscanos desde 1525 y se distinguie­ron don Francisco Marroquín y Fr. Gómez Fernández de Córdova. Desde 1533 aparecen igualmente activos los dominicos y los mercedarios. Desde México, a partir de 1534 introdujeron los franciscanos el Evangelio en Yucatán. En León de Nicaragua fundaron los mercedarios una diócesis en 1534. La diócesis de Panamá fue fundada en 1513 en Santa María de Darién, que luego pasó a Panamá. Su primer obispo, el franciscano Fr. Juan de Quevedo, se distinguió por su infatigable celo apostólico.

En las regiones inmensas que se extienden al norte de México y en parte de los actuales Estados Unidos y Canadá, se comenzaron también algunas misiones por los franciscanos y jesuitas a principios del siglo XVII, cómo las famosas de California. Sus iglesias y conven­tos son admirados aún hoy en día.

 

VENEZUELA Y COLOMBIA

Continuando con la historia misionera de Améri­ca, nos toca dar ahora unos datos históricos sobre la América del Sur. De modo semejante al estableci­miento del cristianismo en los territorios del norte, se organizan misiones e iglesias en las naciones actuales de Venezuela y Colombia, territorios conocidos tam­bién como Nueva Granada.

En efecto, según se hacía en todas partes, siguiendo a los conquistadores, entraron los misione­ros en las diversas regiones de América del Sur. Más aun: frecuentemente se adelantaron a los conquista­dores. Los que más trabajaron en todas regiones fueron las grandes Ordenes misioneras: dominicos, franciscanos, mercedarios y agustinos, a las que se añadieron más tarde los jesuitas y capuchinos, estos últimos sobre todo en Venezuela.

La evangelización de estos inmensos territorios se inició desde Panamá, y sus primeros misioneros fueron los dominicos, entre quienes sobresalen los padres Reginaldo Pedraza y Tomás Ortiz. Este último llega con un numeroso grupo de dominicos en 1529, y 1531 se erigía la sede de Santa Marta con su primer obispo Fr. Tomás Martín. Inmediatamente se intensi­ficaron los trabajos apostólicos entre los indios, organizando misiones en el río Magdalena y entre los indios zipacuas. Los dominicos Fr. Jerónimo de Loayza y Fr. Bartolomé de Hojeda colaboraron eficazmente en la fundación de Cartagena, que convirtieron en centro de evangelización. Su primer obispo fue Fr. Tomás de Toro, a quien sucedió Fr. Loayza, uno de los hombres que más trabajaron iniciando en 1527 su actividad misionera en Nueva Granada. Intensificaron más y más sus trabajos, de manera que en 1565 constituyeron ya una Custodia de su Orden. A Jiménez de Quesada, en la célebre expedición iniciada a través de los bosques vírgenes en 1536 y terminada con la fundación de Bogotá, lo acompañaban los religiosos dominicos Fr. Domingo de las Casas y Fr. Pedro Zambrano. En 1538 se erigía la sede de Bogotá. Otros dominicos se dirigen en 1540 a Cundinamarca. Entretanto, los franciscanos, a la cabeza de Fr. Francisco de Vitoria, organizaban sus misiones entre los indios, al igual que los agustinos en 1553. Entre los franciscanos se distinguió Fr. Juan de los Barrios, que llegó a ser arzobispo de Bogotá, en 1564.

Los jesuitas llegan a Colombia en 1589, pero sólo a partir de 1604 se afianzan en Bogotá y Cartagena, donde pronto se distinguieron por su heroica caridad el p. Sandoval y, sobre todo el apóstol de los negros: S. Pedro Claver. Diremos unas palabras sobre este santo y San Luís Beltrán.

El dominico San Luís Beltrán (1526-1581) pron­to sintió la vocación misionera americana, y así trabajó sobretodo en Cartagena de Indias durante siete años Atormentado por escrúpulos de' conciencia ante el trato que ciertos encomenderos daban a los indios, aconsejado por el P. Las Casas, regresó a España, donde murió santamente en 1581.

El santo misionero jesuita Pedro Claver fue el apóstol de los negros que en la dramática condición de esclavos eran enviados en grandes masas a América. Embarcado en 1610 para el Perú se queda definitivamente en Cartagena de Indias. Él se encargó de atender a los negros. En esta tarea pasó más de cuarenta años: visitar las naves y prestar las primeras ayudas a esta gente desarraigada de sus tierras; les enseña la doctrina cristiana para luego bautizarles. Pero no faltaban las epidemias y había que asistirles con heroica caridad en los hospitales. Al fin, querido por ellos y tenido cómo "padre" muere santamente en 1654.

 

ECUADOR

Las costas de la actual república del Ecuador pronto fueron también visitadas por los conquista dores y sus capellanes. Pero es sólo a partir de 1533 cuando los franciscanos se establecen en Quito, con el p. Marcos de Niza, que deja a dos o tres religiosos y él se regresa a México. Sólo al año siguiente, en 1534, tienen casa los franciscanos con los flamencos Fr. Jodoco Ricke y Pedro Gosseal. Estos religiosos enseñan a los naturales a arar los campos, a leer y escribir, música, pintura y otros oficios. Años más tarde la Orden Franciscana vio notablemente incre­mentadas sus casas y misiones.

Los dominicos también entran en 1534 al Ecua­dor con Benalcázar, que se dirige de Piura hacia la ciudad de Quito. El primer dominico es Fr. Alonso de Montenegro, quien funda el convento en esta ciudad. Años más tarde, en 1538, Fr. Vicente Valverde, ya obispo del Cuzco, deja varios dominicos más en el territorio ecuatoriano, para organizarse en 1586 como provincia. Mientras tanto Quito era constituida en sede episcopal en 1546 y su primer obispo fue don Garcí Diaz Arias, que gobernó por doce años su diócesis. Entre sus obispos fue célebre don Alonso de la Peña Montenegro, por haber publicado su Itinerario para párrocos de indios excelente directorio pastoral y fuente de primer orden para conocer el estado real de la Iglesia en el Ecuador del siglo XVII.

La expansión de los agustinos tuvo a Lima como centro de irradiación en América del Sur. Siendo provincial Fr. Juan de San Pedro comenzó a tratar de la fundación en Quito hacia 1569. También para esta fecha ya tenían casas los mercedarios.

Los jesuitas se establecen en Quito a partir de 1586, desde donde van a desplegar una gran activi­dad misionera, extendiendo su apostolado desde el Napo hasta el Marañón. Son famosas sus misiones en Maynas, donde se establecen en 1 638 hasta su expulsión en 1767. Aquí se distinguen los padres Rafael Ferrer, Raimundo de la Cruz, Francisco de Figueroa, Enrique Richter, Lorenzo Lucero y Sa­muel Fritz.

Por las relaciones oficiales de los obispos quitenses conocemos que dominicos, franciscanos, agus­tinos y mercedarios trabajaban intensamente entre comunidades indígenas y selváticas, que propasaban incluso los límites actuales de esta nación. Los actuales conventos de estas y otras Órdenes religio­sas se convirtieron así en centros de vida religiosa, artística, educativa y social.

 

BRASIL

El cristianismo entró al Brasil con los conquistadores, y los primeros misioneros fueron los franciscanos. Ya en el primer descubrimiento en 1500, Fr. Enrique de Coimbra que acompañaba a Cabral, erigió una cruz, en el' lugar que luego tomó el nombre de Bahía de Santa Cruz. Una segunda expedición, en 1503, terminó con el martirio de los franciscanos. Después de 1525 hallamos algunos más y, según parece, bautizaron a muchos.

No se había adelantado mucho en la evangeli­zación del Brasil, cuando llegaron los jesuitas en 1549. Eran el P. Nóbrega con otros cinco, que acompañaban al gobernador Sousa. Al P. Nóbrega se debió la erección de la sede episcopal de San Salvador de Bahía, que se encargó al clero secular, mientras él y los suyos se dedicaban a los indios. Las luchas contra la dureza de los colonos fueron aquí más terribles que en otras partes. En ellas se distinguió el P. Vieira, abogando con toda su elo­cuencia por la libertad de los indios. Desde 1553 los jesuitas del Brasil formaban una provincia.

Entre los hombres célebres de la misión brasi­leña deben citarse: el beato Azevedo, martirizado por los calvinistas cuando volvía a la misión con otros cuarenta misioneros; el P. Anchieta, verdadero apóstol, que recorrió innumerables veces aquellas misiones con los pies descalzos y una cruz en la mano, que supo defender a sus neófitos y escribió gramáticas para el aprendizaje de sus lenguas. En 1606 había en el Brasil 180 jesuitas que tenían ya organizadas una serie de misiones, con centros en las principales ciudades.

Entretanto, los franciscanos renovaban su obra misionera, y a fines del siglo XVI, poseían ya una serie de misiones en Brasil. En esta segunda fase de su actividad fundaron conventos en Pernanibuco, en 1585, y otros en Bahía, en 1587. Del mismo modo fueron multiplicando sus conventos, que a principios del siglo XVII competían con los de los jesuitas.

Los capuchinos portugueses, por su parte, iniciaron también sus actividades a fines del siglo XVI entre Pernambuco, organizaron aldeas de indios cris­tianos. Por su lado, los capuchinos italianos tra­bajaban hacia 1672 entre los Guarulhos, y en torno a Bahía hacia 1676 instruían a multitudes de negros. A su lado se distinguieron los carmelitas y merce­darios en la conversión de los indígenas. A fines del siglo XVII los franciscanos reorganizaron sus misio­nes brasileñas entre los negros.





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