Te seguiré adonde quiera que vayas


 

 

 

"El Señor les propone metas más elevadas y los llama

a entregarse a ese amor sin reservas.

Descubrir esta llamada, esta vocación

es caer en la cuenta de que Cristo tiene los ojos fijos en ti

y que te invita con la mirada a la donación total en el amor.

Ante esa mirada, ante ese amor suyo,

el corazón abre las puertas de par en par

y es capaz de decirle que sí".

(Asunción, Paraguay, 19-06-1988).

 

 

Jesucristo realmente vale la pena.

Jesucristo es el gran cautivador. Es el enamorado más grande de toda la historia. El enamorado más ardiente por toda la eternidad. Es el gran cautivador de corazones.

Jesucristo vale la pena. Él merece la entrega de toda una existencia. Y mucho más.

¿Por qué? ¿Qué es lo que, de hecho, en el fondo, mueve a tantos jóvenes a entregarse incondicionalmente a su seguimiento, a seguirlo a donde quiera que vaya?

Según algunos es la Resurrección. No es correcto. No. Con la resurrección difícilmente se despierte alguna vocación, porque creerán que uno está haciendo propaganda, al estilo de esas instituciones que por televisión hacen "jingles" pegadizos: "Si al escuchar esta música tu corazón late más aprisa, entra en la Escuela de..., tendrás un gran porvenir...".

Según otros se trata de un "susto" con el infierno; o de algún fracaso amoroso; o de algún "lavado de cabeza", o del fruto de una coacción. Verso. Si un joven o una joven llegan a intentar consagrarse por esos motivos, no dura ni dos horas. Pura mentira.

Me crean o no, a mi modo de ver la vocación al sacerdocio y, en general, a la vida consagrada, es producida por la CRUZ DE CRISTO. Se trata de que "me amó y se entregó por mí" (Gal 2,20), y de que "el amor todo lo soporta" (1Co 13,7), menos una cosa: que se le pongan límites. Se trata de que por eso Cristo amó hasta la muerte; se trata de que jamás un joven le podrá reprochar que no lo amó lo suficiente. Y eso mueve. Eso llama. Eso quema. Eso atrae. Eso enardece.

El llamado no es, entonces, otra cosa que un llamado a compartir radicalmente los dolores de Cristo. No es un llamado a pasarla bien, sino a pasarla mal, como enseña el Espíritu Santo: "Hijo, si te acercares a servir al Señor Dios, prepara tu alma para la prueba" (Si 2,1). Es un llamado a "morir cada día" (1Co 15,31). Es un llamado a "crucificarse con Cristo" (Gal 2,19). Es un llamado a ser "como condenados a muerte"[1]. Es un llamado a subir al Calvario.

Lo dijo de algún modo Jesucristo, en general; y creo que puede entenderse de la vocación, en particular: "Cuando yo sea elevado a lo alto –es decir, a la cruz–, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12,32).

Si un joven o una joven están realmente dispuestos a ser elevado a lo alto con Jesucristo, es posible que tenga vocación. Si se asusta ante esto, probablemente no la tenga. El que tiene vocación está dispuesto a hacer cosas grandes, heroicas, incluso épicas por Cristo y su Iglesia.

Muchas personas, ignorando la naturaleza de la vocación –otros, directamente, con mala intención–, han buscado evitar con falsas razones la concreción de la vocación de muchos chicos y chicas que realmente se sintieron llamados. Por eso quisiera detenerme brevemente a considerar algunas de las más comunes objeciones para mostrar, con la autoridad de los santos, que esas objeciones no tienen ningún fundamento real.

 

1. Sublimidad del estado de vida consagrada

La entrada misma a la vida religiosa representa, evidentemente, un bien mejor, y quien duda de esto, dice Santo Tomás, "contradice a Cristo"[2], que la hizo objeto de un consejo evangélico. En otra parte enseña el Angélico que es "injuriar a Cristo"[3] no darse cuenta que la vocación consagrada es un bien mayor. De ahí que diga San Agustín: "te llama el Oriente", es decir Cristo, "y tú atiendes al Occidente"[4], es decir, al hombre mortal y capaz de error[5].

Respondiendo a la siguiente objeción, "si es aconsejable entrar en la vida religiosa sin antes haber pedido el parecer de muchos y haberlo pensado por mucho tiempo", responde Santo Tomás que: "...el que pide el ingreso no puede dudar de que su vocación venga de Dios, de quien es propio 'conducir al hombre por caminos rectos' (Sal 142,10)"[6].

Por eso enseña San Juan Bosco: "El estado religioso es un estado sublime y verdaderamente angélico. Los que por amor de Dios y de su eterna salud sienten en su corazón el deseo de abrazar este estado de perfección y de santidad, pueden creer, sin duda alguna, que tal deseo viene del cielo, porque es demasiado generoso y está muy por encima de los sentimientos de la naturaleza"[7].

 

2. Temor de que falten fuerzas

Santo Tomás dice, haciendo alusión al miedo de que falten las fuerzas necesarias para perseverar en la vocación: "Tampoco hay aquí lugar a duda ya que los que entran en religión no confían en sus fuerzas para perseverar, sino en la ayuda divina. Así, dice Isaías: 'Los que esperan en el Señor recibirán nuevas fuerzas; andarán y no sentirán fatiga' (40,31)"[8].

"El temor de algunos de no llegar a la perfección entrando en la vida religiosa es irracional y refutado por el ejemplo de muchos. ...dice San Agustín[9] '...tantos niños y niñas, innumerable juventud y toda suerte de edades, viudas reverenciales y ancianas que envejecieron en su virginidad. Se burlaban de mi con cariño y decíanme con ironía: ¿Y tú no podrás lo que pudieron éstos y éstas? ¿Acaso éstos y éstas lo pudieron por sí mismos y no en su Dios y Señor? Confías en ti mismo y por eso dudas"[10].

Don Bosco afirma al respecto: "Y no teman, los candidatos, que les falten las fuerzas necesarias para cumplir con las obligaciones que el estado religioso impone; tengan por el contrario, gran confianza, porque Dios, que comenzó la obra, hará que tengan perfecto cumplimiento estas palabras de San Pablo: 'El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo' (Flp 1,6)"[11].

 

3. Prontitud en seguir la vocación

Santo Tomás se pregunta si es aconsejable entrar en la vida religiosa habiendo antes pedido el consejo de muchas personas y luego de haberlo pensado por mucho tiempo. Y responde que es aconsejable lo contrario, o sea, no pedir consejo a muchas personas, ni dejar pasar mucho tiempo.

El consejo y la deliberación se necesitan en las cosas de bondad dudosa, pero no en ésta, que es ciertamente buena, porque es aconsejada por el mismo Jesucristo. De lo cual nos dieron ejemplo los Apóstoles: San Pedro y San Andrés, a la llamada de Jesús, "inmediatamente, dejadas las redes lo siguieron" (Mt 4, 20); y San Pablo contando su vocación dice que respondió: "...al instante, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre,..." (Gal 1,16). Comenta San Juan Crisóstomo: "Cristo nos pide una obediencia tal, que no nos detengamos ni un instante"[12].

 

a- Los hombres mundanos

Comentando esta doctrina dice Don Bosco: "¡Cosa singular! Los hombres del mundo, cuando alguno quiere entrar en un instituto religioso para darse a una vida más perfecta y más segura de los peligros del mundo, dicen que se requiere para tales resoluciones mucho tiempo, a fin de asegurarse de si la vocación viene verdaderamente de Dios y no del demonio"[13].

 

b- Aun en la hipótesis que fuese una tentación del Diablo.

"Pero no hablan ciertamente así cuando se trata de aceptar un cargo honorífico en el mundo, en donde hay tantos peligros de perderse. Lejos de pensar así, Santo Tomás dice[14] que la vocación religiosa debería abrazarse aunque viniese del demonio, porque siempre debe seguirse un buen consejo aunque nos venga de un enemigo. Y San Juan Crisóstomo asegura que Dios, cuando se digna hacer semejantes llamamientos, quiere que no vacilemos ni un momento siquiera en ponerlos en práctica"[15].

 

c- Razones para no dilatar la decisión

"En otro lugar dice el mismo santo que, cuando el demonio no puede disuadir a alguno de la resolución de consagrarse a Dios, hace cuando menos todo lo posible para que difiera su realización, teniendo por gran ganancia si logra que la difiera por un solo día y hasta por una hora. Porque después de aquel día y de aquella hora vendrán nuevas ocasiones y no le será muy difícil obtener más larga dilación, hasta que el joven llamado, hallándose más débil y menos asistido de la gracia, ceda del todo y abandone la vocación"[16].

 

d- Peligros de la dilación

"Por esto San Jerónimo, a los que son llamados a dejar el mundo, les da este consejo: 'Te ruego que te des prisa, y antes bien cortes que desates la cuerda que detiene la nave en la playa'. Con esto quiere decir el santo que, así como si uno se hallase atado a un barco y en peligro de sumergirse, no se entretendría en desatar la cuerda, sino que la cortaría; así el que se halla en medio del mundo debe inmediatamente librarse de él, a fin de evitar cuanto antes el peligro de perderse, lo cual es muy fácil".

 

e- Aceptar el primer movimiento de la gracia

"Véase lo que escribe nuestro San Francisco de Sales en sus obras sobre la vocación religiosa: 'Para tener una señal de verdadera vocación, no necesitáis experimentar una constancia sensible; basta que persevere la parte superior del espíritu; por esto no debe creerse falta de verdadera vocación la persona llamada que, antes de realizarla, no siente aquellos afectos sensibles que sentía en un principio; sino que, por el contrario, siente repugnancias y desmayos que acaso le hagan vacilar, pareciéndole que todo está perdido.

No; basta que la voluntad siga constante en no querer abandonar el divino llamamiento, que quede algún afecto hacia él. Para saber si Dios quiere que uno sea religioso, no es necesario aguardar que el mismo Dios hable o que desde el cielo envíe un ángel para manifestar su voluntad. Ni tampoco es necesario un examen de diez doctores para resolver si la vocación debe o no seguirse; lo que importa es corresponder a ella y acoger el primer movimiento de la gracia sin preocuparse de los disgustos o de la tibieza que puedan sobrevenir; porque, haciéndolo así, Dios procurará que todo redunde a su mayor gloria'[17]".

 

4. Principales enemigos

Los principales enemigos en materia de seguirlo a Cristo en la entrega total suelen ser los padres carnales. De ahí que enseñe en términos generales San Juan Crisóstomo: "Cuando los padres impiden las cosas espirituales, ni siquiera deben ser reconocidos como padres"[18].

Santo Tomás respecto a esta cuestión responde: "Así como 'la carne tiene tendencias contrarias a las del espíritu' según dice el Apóstol (Gal 5, 17), también los amigos carnales son contrarios al progreso espiritual. Así, se lee en Miqueas (7,6): 'Los enemigos del hombre están en su propia casa'". Por eso dice San Cirilo, comentando a San Lucas (9,61): 'Esta preocupación por avisar a los suyos deja entrever la división del alma, pues informar a los parientes y consultar a gentes contrarias a la justa estimación de las cosas indica un ánimo poco esforzado y retraído'. Por eso respondió el Señor: 'Nadie que ponga su mano en el arado y vuelva su vista atrás es apto para el reino de Dios' (Lc 9,62). Y mirar hacia atrás es buscar dilación para poder volver a su casa y consultar con los suyos"[19].

La vocación es una flor tan delicada que mucho debe cuidarse. San Alfonso, preguntándose qué se requiere en el mundo para perder la vocación, responde: "Nada. Bastará un día de recreo, un dicho de un amigo, una pasión poco mortificada, una aficioncilla, un pensamiento de temor, un disgusto no reprimido. El que no abandona los pasatiempos debe estar convencido de que indudablemente perderá la vocación. Quedará con el remordimiento de no haberla seguido, pero seguramente no la seguirá..."[20]. ¡Nada!...en el mundo o también en un seminario o convento donde no reina el espíritu de Cristo, sino el espíritu del mundo, no el Israel espiritual, sino el Israel carnal. Porque "el mundo no puede recibir el Espíritu de la Verdad, porque no le ve ni le conoce"[21].

 

5. Dudas sobre la vocación

Sigue enseñando Don Bosco: "El que se consagra a Dios con los santos votos hace uno de los ofrecimientos más preciosos y agradables a su divina majestad. Pero el enemigo de nuestra alma, comprendiendo que con este medio uno se emancipa de su dominio, suele turbar su mente con mil engaños para hacerle retroceder y arrojarle de nuevo a las sendas tortuosas del mundo. El principal de estos engaños consiste en suscitarle dudas sobre la vocación, a las cuales sigue el desaliento, la tibieza y, a menudo, la vuelta a este mundo, que tantas veces había reconocido traidor y que, por amor a Jesucristo, había abandonado.

Si, por acaso, amadísimos hijos, os asaltare esta peligrosa tentación, respondeos inmediatamente a vosotros mismos que, cuando entrasteis en la Congregación, Dios os había concedido la gracia inestimable de la vocación, y que si ésta os parece ahora dudosa es porque sois víctimas de una tentación, a la que disteis motivo, y que debéis despreciar y combatir como una verdadera insinuación diabólica. Suele la mente agitada decir al que duda: Tú podrías obrar mejor en otra parte. Responded vosotros al instante con las palabras de San Pablo: "Cada uno en la vocación a que fue llamado, en ella permanezca" (1Co 7,20). El mismo Apóstol encarece la conveniencia de continuar firmes en la vocación a que cada uno fue llamado: "Y así os ruego que andéis como conviene en la vocación a que habéis sido llamados, con toda humildad y mansedumbre, con paciencia" (Ef 4,1s). Si permanecéis en vuestro instituto y observáis exactamente las reglas, estáis seguros de vuestra salvación.

Por el contrario, una triste experiencia ha hecho conocer que los que salieron de él las más veces se engañaron. Unos se arrepintieron, perdiendo la paz para siempre; otros cayeron en grandes peligros, y hasta hubo alguno que llegó a ser piedra de escándalo para los demás, con gran peligro de su salvación y de la ajena.

En tanto pues, que vuestro espíritu y vuestro corazón se hallen agitados por las dudas o por alguna pasión, os recomiendo encarecidamente que no toméis deliberación alguna, porque tales deliberaciones no pueden ser conformes a la voluntad del Señor, el cual, según dice el Espíritu Santo, no está en la conmoción[22]. En estos trances os aconsejo que os presentéis a vuestros superiores, abriéndoles sinceramente vuestro corazón y siguiendo fielmente sus avisos. Sea cual fuere el consejo que ellos os dieren, practicadlo y no erraréis; que en los consejos de los superiores está empeñada la palabra del Salvador, el cual nos asegura que sus respuestas son como dadas por él mismo, diciendo: 'Quien a vosotros oye, a mí me oye' (Lc 10,16)".

 

6. Conclusión

Cada vocación es una obra maestra de Dios. El divino orfebre, quien desde la eternidad ha elegido a determinados hombres y mujeres para su servicio, desde mucho tiempo antes de que hubiéramos decidido seguirlo más de cerca, nos va preparando a través de los padres y madres que nos da, de los demás familiares, por la educación, por los dones, talentos, carácter y temperamento, circunstancias y acontecimientos, etc. La misma decisión vocacional es un maravilloso filigranado de la gracia. Los que ignoran, desconocen o niegan que la vocación a la vida consagrada consiste principalmente en el llamado interior: "...voces interiores del Espíritu Santo... el impulso de la gracia... por inspiración del Espíritu Santo ..."[23], a pesar de toda la propaganda exterior vocacional que puedan hacer, desalentarán, demorarán, trabarán, e incluso, en lo que de ellos dependa, impedirán que los candidatos concreten la vocación. Pues, quien busca impedir la vocación o quien no la decide, se le aplica lo de Santo Tomás: "quien detiene el impulso del Espíritu Santo con largas consultas, o ignora o rechaza conscientemente el poder del Espíritu Santo"[24].

En el fondo siguen vivas dos herejías: la de Joviniano en Roma (406) que equiparaba el matrimonio a la virginidad; y la de Vigilancio en la Galia (370-490), que equiparaba las riquezas a la pobreza. Ambas herejías tienen un común denominador: ¡apartar a los hombres de lo espiritual esclavizándolos a las cosas terrenas! Es lo que Satanás hace por medio de hombres carnales, impedir que los hombres sean "transformados en vistas a la vida eterna"[25].

El malvado intento de querer, de mil maneras y con toda astucia, alejar a los hombres y mujeres de la vida religiosa tiene un antecedente en la actitud del Faraón que reprendió a Moisés y a Aarón que querían sacar de Egipto al pueblo elegido: "¿Cómo es que vosotros... distraéis al pueblo de sus tareas?" (Ex 5, 4).

De manera particular, en esta época gnóstica, que busca reducir el cristianismo de acontecimiento a idea[26], tarea en la que está empeñado el llamado progresismo cristiano, se vacían los seminarios y noviciados, porque los jóvenes no se sienten demasiado movidos a entregar su vida por una idea; pero sí por una Persona. El nominalismo formalista, el abandono del ser, no entusiasman a nadie y son infinitamente aburridos. Esto es análogo a lo de aquel párroco que hizo la procesión del Corpus sin llevar el Corpus, porque Cristo está en el pueblo. O sea, Cristo sin Cristo y el pueblo adorándose a sí mismo. Seminarios y noviciados vacíos porque se olvidaron del Acontecimiento, se olvidaron de Cristo y adoran sus ideas acerca de Cristo; pero siguen aferrados a las mismas a pesar de constatar sus frutos nocivos.

No solamente muchos tratan de impedir las vocaciones a la vida consagrada, sino, lo que es peor, muchos de los responsables no saben cuáles son las causas de la falta de vocaciones, ni cuáles son las causas de las defecciones. A veces, incluso, se convierten en ocasión de defección cuando argumentan que hubo falta de vocación; pero, ¿acaso, cuando la Iglesia llama por medio del obispo o del superior religioso, no está por ese mismo acto confirmando que se está frente a una verdadera vocación divina? Enseña San Pablo, y es de fe, que: "Los dones y la vocación de Dios son irrevocables" (Rom 11,29). Y así, los responsables, por ignorancia crasa o supina, son incapaces de poner remedio.

Si no se solucionan estos problemas será muy difícil la Nueva Evangelización. Pensar que pueda haber Nueva Evangelización sin evangelizadores, es tan absurdo como el vaciamiento gnóstico de la procesión del Corpus sin Corpus. Por eso decía Juan Pablo II en Santo Domingo: "condición indispensable para la Nueva Evangelización es poder contar con evangelizadores numerosos y cualificados. Por ello, la promoción de las vocaciones sacerdotales y religiosas... ha de ser una prioridad de los obispos y un compromiso de todo el pueblo de Dios"[27].

 

(P. Carlos M. Buela, Jóvenes hacia el tercer milenio,

Ed. Del Verbo Encarnado, Sanrafael, 1998, pp. 193-203)

 

 

[1] Cf. 2Co 4,11.

[2] Santo Tomás, S.Th., 2-2, 189, 10: "...derogat Christo...".

[3] Santo Tomás, Contra la pestilencial doctrina de los que apartan a los hombres del ingreso a la religión, Ed. Desclée, Buenos Aires, 1946, p. 80: "...iniuriam facit Christo...". (En adelante Contra la pestilencial doctrina...)

[4] San Agustín, De verb. Dom., serm. 100, c.2; ML 38, 604.

[5] Santo Tomás, S.Th., 2-2, 189, 10.

[6] Ibídem, ad 1.

[7] San Juan Bosco, Obras fundamentales, Ed. B.A.C., Madrid, 1979, 2ª. edición, p. 644, (resaltado nuestro).

[8] Op. cit. (resaltado nuestro).

[9] San Agustín, Confesiones, l. VIII, c.11.

[10] Santo Tomás, S.Th., 2-2, 189, 10, 3, (resaltado nuestro): "...est irracionabilis"

[11] Idem.

[12] Super Mt, Homilia 14; MG 57, 219; Cf. Santo Tomás, S.Th, 2-2, 189, 10.

[13] Op. cit., pp. 644-645.

[14] Santo Tomás, Contra la pestilencial doctrina..., pp. 95-96: "Pero aun suponiendo que el mismo Demonio incite a entrar en religión, siendo esto de suyo una obra buena y propia de ángeles buenos, no hay ningún peligro en seguir en este caso su consejo... Con todo se debe advertir que si el Diablo –aun un hombre– sugiere a alguien entrar en religión para emprender en ella el seguimiento de Cristo, tal sugestión no tiene eficacia alguna si no es atraído interiormente por Dios... Por consiguiente sea quien fuese el que sugiere el propósito de entrar en religión, siempre este propósito viene de Dios".

[15] Op. cit.

[16] Op. cit.

[17] Op. cit.

[18] Op. cit. p. 646.

[19] Santo Tomás, S.Th., 2-2, 189, 10, 2.

[20] Op. cit., pp. 647-648.

[21] Cf. Jn 14,17.

[22] Cf. 1Re 19,11.

[23] Op. cit., pp. 83-84.

[24] Op. cit., p. 87.

[25] Op. cit. p.16.

[26] Cf. Vox Verbi, 1 de abril de 1996, Año 3, nº 60, pp. 30-32.

[27] Discurso inaugural en Santo Domingo, 12-10-92, nº 26; citado en Documento de Santo Domingo, Conclusiones, nº 82.

 

 

 

 

 

 





 

 

 

 



 



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