Palabras de la Virgen a santa Brígida elogiando a santo Domingo de Guzmán.
REVELACIÓN 7

Te hablé ayer, hija mía, de dos religiosos del Orden de santo Domingo. Este Santo amó a mi Hijo como a su muy querido Señor, y a mí me amó más que a su misma vida. Inspiróle mi Hijo cómo en el mundo había tres cosas que le desagradaban muchísimo, y eran soberbia, codicia y sensualidad. Con muchos gemidos y lágrimas pidióle el Santo remedio, y movido por sus ruegos mi Hijo, inspiróle la regla y modo de vivir, que contenía tres remedios contra aquellos tres males. Contra la soberbia, mandó que tuviesen sus religiosos un hábito humilde y sencillo; contra la codicia prohibió poseer nada, a no ser con licencia del Prior; y contra la insaciable sensualidad, mandó se guardase abstinencia y dividióles el tiempo para que en todo tuviesen concierto. Mandó también tuviesen un prior para guardar la paz y conservar la unidad. Y queriéndoles dejar una señal y armas, con que defenderse del enemigo, imprimió a sus religiosos una cruz espiritual en el brazo izquierdo junto al corazón con su ejemplo y doctrina, enseñándoles que tuviesen perpetua memoria de la Pasión de Jesucristo, y predicasen fervorosamente las palabras de Dios, no por vanidad de mundo, sino sólo por amor de Dios y provecho de las almas. Enseñóles, además, que más bien deseasen ser súbditos que prelados, que aborreciesen su propia voluntad, que sufrieran con paciencia las injurias, que no apeteciesen más de lo precisamente necesario para comer y vestir, que amasen con el corazón la verdad y la trajeran siempre en la boca, que no buscasen su propia alabanza, sino que siempre tuviesen en sus labios y enseñasen las palabras de Dios, sin callarlas por temor o vergüenza, ni proferirlas por adquirirse favores humanos.

Llegado el día de su muerte, que le reveló mi Hijo, acogióse a mí diciendo con muchas lágrimas: Oh María, Reina del cielo, a quien escogió Dios para sí, y en quien se juntaron con estrechísimo vínculo la Divinidad y la Humanidad. Vos sois juntamente excelentísima Virgen, dignísima y singular Madre; Vos sois la poderosísima Señora de quien nació la potencia misma. Dignaos oirme, que por estar cierto de lo mucho que con Dios podéis, me atrevo a pediros recibáis bajo vuestro amparo estos hermanos míos, que he criado bajo mi estrecho escapulario, y los defendáis con vuestro soberano manto. Regidlos y dadles ayuda para que no los venza el antiguo enemigo, y destruya esta nueva viña plantada por la diestra de vuestro Hijo. Bien sabéis vos, Señora mía, que por tener el escapulario una parte a las espaldas y otra al pecho, entiendo yo dos consideraciones con que los he criado; la una, el desvelo que de día y noche he tenido en que sirvan a Dios con moderada templanza y abstinencia; la segunda, el empeño con que he rogado a Dios que no deseasen cosa alguna del mundo con que ofendiesen a Dios, o manchasen la fama de la humildad y piedad que yo les dejo encomendada. Ya, Señora, que se llega el tiempo de mi paga, os encargo y encomiendo a estos que son cosa mía; enseñadlos como a hijos y sufridlos como Madre. Con estas y otras palabras, fué santo Domingo llamado a la gloria.

Respondí, pues, a su petición, del siguiente modo: Domingo, querido hijo mío, pues tú me has amado más que a ti, defenderé con mi manto a tus hijos, los gobernaré, y se salvarán todos cuantos perseveraren con fervor en tu regla. Mi manto es mi misericordia, que no niego a nadie que debidamente la pide, sino que todos los que la buscan, hallan en ella su amparo.
Pero, ¿qué piensas tú, hija mía que es la regla de santo Domingo? No es más que humildad, continencia y menosprecio del mundo, y los que con todas veras cumplen estas tres cosas, no se condenarán y habrán guardado la regla de este Santo.