Laméntase santa Brígida al Señor, de las distracciones que padecía en sus ejercicios espirituales, y cómo la consuela Jesucristo.
REVELACIÓN 8

De qué te acongojas y turbas? le dijo Jesucristo santa Brígida. Señor, respondió ella, porque ando llena de diversos y vanos pensamientos, que no los puedo echar de mí, y la voz de tu terrible juicio me trae trastornada. Es mucha justicia, dijo Jesucristo, que pues en tu vida pasada te deleitabas con afectos de mundo contra mi voluntad, así ahora te atormenten pensamientos varios contra la tuya. Sin embargo, teme con discreción, y confía mucho en mí, que soy tu Dios, y ten por muy cierto, que cuando el alma no se deleita en los malos pensamientos, sino que lucha con ellos, le sirven para purificarse y granjear mayor corona. Pero si entendiendo tú que una cosa es pecado, aunque leve, gustas de hacerla, y confiada en tu abstinencia y en mi amistad lo haces, y no te arrepientes ni le pones otra enmienda, ten entendido que podrá llevarte al pecado mortal.

Por consiguiente, si con pensar en el pecado hubieres tenido algún deleite por pequeño que sea, mira bien a lo que propende, y haz penitencia. Porque después que enfermó la naturaleza humana, cae muchas veces en pecado, y no hay hombre que no peque, al menos venialmente. Pero Dios misericordioso díó al hombre el remedio, que fué dolerse de todos los pecados, hasta de los enmendados, por si no fué suficiente la enmienda; porque nada hay que odie Dios tanto, como que el hombre conozca su pecado y no haga caso de él, o que presuma que por otras obras de virtud que haya hecho está desquitado, como si Dios, por ejemplo, tolerase algún pecado tuyo, porque sin ti no pudiese ser honrado, y por esto te permitiese lícitamente hacer algo malo, porque hiciste muchas cosas buenas; siendo todo a la inversa, pues aunque cien veces hubieras obrado bien, aun no tendrías bastante para pagar a Dios por un solo pecado, según es el amor y bondad del Señor.

Vive, pues, con prudente temor, y si no puedes desechar los pensamientos, al menos ten paciencia y pelea contra ellos con toda tu voluntad; porque no te condenarás por tenerlos, pues esto no está en tu mano, sino por deleitarte en ellos. Y aunque no consientas los malos pensamientos, teme también, no sea que vengas a caer por tu soberbia; pues todo el que persevera, únicamente persevera por la virtud de Dios; y así, el temor es una puerta del cielo, que por no tenerlo, se han despeñado muchos y caido en la muerte eterna, por haber desechado de sí el temor de Dios, y tenido vergüenza de confesar su culpa ante los hombres, no teniéndola de pecar ante Dios. Por tanto, al que no cuidare pedir perdón por un pecado pequeño, tampoco cuidaré yo de perdonárselo; y aumentados de esta suerte con la repetición los pecados, lo que era remisible con la contrición y no pasaba de ser venial, llega a ocasionar pecados graves con la negligencia y desprecio, según puedes ver en esta alma ya condenada que voy a mostrarte. Esta alma después que cometió un pecado venial y de fácil perdón, fué aumentándolos con la costumbre confiada en algunas buenas obras, y sin acordarse de que había yo de juzgar los pecados leves. Aprisionada así el alma con la costumbre del desordenado deleite, no se enmendó, ni reprimió el placer de pecar, hasta que el juicio estaba a la puerta y acercábase la última hora. Por esto, llegado su fin, ofuscóse de pronto y miserablemente su conciencia y afligióse de morir tan presto, temiendo separarse de lo mezquino y temporal que amaba. Pues bien, Dios sufre al hombre hasta el último momento y está esperándolo para ver si el pecador quiere apartar toda su voluntad, que es libre, del afecto del pecado. Mas como no se corrige en su mal deseo, perece su alma; porque como el demonio sabe que cada uno ha de ser juzgado según su voluntad y deseos, trabaja muchísimo en la hora de la muerte, para que el alma sea seducida y apartada de la rectitud de intención, lo cual también lo permite a veces Dios, porque el alma no quiso velar, cuando debiera.

Tampoco se ha de confiar mucho ni tener presunción porque yo llame a alguno amigo o siervo mío, como llamé a este que te he dicho; porque también a Judas lo llamé amigo, y a Nabucodonosor siervo; porque como dije en mi Evangelio, son amigos míos los que cumplieren mis mandamientos. También digo ahora, que son amigos míos los que me imitan, y enemigos los que me persiguen, menospreciándome a mí y mis mandamientos. David, después de decir yo de él que había hallado un varón según mi corazón, fué un homicida; y Salomón, a quien hice tan señaladas mercedes y promesas, dejó de ser bueno, y por su ingratitud no se cumplió en él todo lo prometido en orden a mí, el Hijo de Dios. Y así advierte, que como cuando tú escribes algo, lo concluyes con una cláusula, de la misma manera concluyo yo todas mis palabras con esta cláusula final: Si alguien hiciere mi voluntad y dejare la suya mala, recibirá la vida eterna; mas el que oyere mis palabras y no perseverare con obras, será tenido por siervo inútil e ingrato.

Tampoco se ha de desconfiar porque yo llame a alguno enemigo, pues aunque lo sea, en mendando su mala voluntad, se hace mi amigo. También estaba Judas con los demás Apóstoles, cuando dije: Vosotros sois mis amigos; y os sentaréis en doce asientos.

Seguíame entonces Judas, pero no se sentará con los doce. Y si me preguntas cómo se han de cumplir las palabras de Dios, te respondo que Dios ve los corazones y voluntades de los hombres, juzga según ellas y remunera lo que ve; pero el hombre juzga según lo que ve exteriormente; y para que no se ensoberbezca el bueno ni desconfiase el malo, llamó Dios al apostolado a buenos y malos, como cada día llama a las dignidades a buenos y a malos, a fin de que todo el que viviere, según el cargo que tiene, goce la vida eterna; mas el que recibe la honra y arroja de sí la carga, disfruta en este mundo, y perece después para siempre. Judas, que no me seguía con todo su corazón, no pertenecia a los que yo dije: Vosotros los que me seguís, porque no perseveró hasta alcanzar la recompensa; y así no lo dije por él, sino por los que habían de perseverar; así sucede en los tiempos presentes y sucederá en los futuros; porque como todas las cosas me están presentes, hablo a veces como si fueran presentes, de las que están por venir y de las que se han de hacer, comi si ya estuviesen hechas; y algunas veces mezclo lo pasado con lo futuro, y hablo de lo pasado como si fuera futuro, para que nadie presuma discutir los inmutables consejos de mi divinidad. Oye por último: Escrito está que muchos son los llamados y pocos los escogidos.

Te maravillas, hija, de que uno de estos dos hombres que señalo tuvo tan dichoso fin y el otro tan horrendo, según el parecer de los hombres, porque al caer una pared lo cogió debajo, y lo poco que sobrevivió fué con sumo dolor. A eso te respondo con lo que dice la Escritura y yo mismo dije, que el justo, muera de la muerte que muriese, siempre es justo para con Dios; pero los hombres del mundo piensan que es justo el que tiene una tranquila muerte, sin dolor ni deshonra. Mas Dios considera justo al que ya tiene probado con una larga abstinencia, o padece trabajos y tribulaciones por la justicia; porque los amigos de Dios son afligidos en este mundo, o para tener menos purgatorio o mayor corona en el cielo. San Pedro y san Pablo murieron por la justicia; pero san Pedro padeció más cruel muerte que san Pablo, porque siendo cabeza de mi Iglesia, debió asemejarse a mí en tener más penosa y amarga muerte. Por haber amado la continencia y trabajado mucho, obtuvo san Pablo la espada como soldado valeroso, porque yo lo dispongo todo según los méritos y medida.

Por consiguiente, en el juicio de Dios no justifica ni condena el fin o muerte a la vista despreciable, sino la intención y el deseo de los hombres y la causa porque mueren.