,
 
MSC en el Perú

Los Misioneros del
Sagrado Corazón
anunciamos desde
hace el 8/12/1854
el Amor de Dios
hecho Corazón
y...
Un Día como Hoy

y haga clic tendrá
Pensamiento MSC
para hoy que no
se repite hasta el
próximo año

Los MSC
a su Servicio

free counters

Luz de las Cumbres
CAPÍTULO I: EL PRIMO DE LA ALDEA

Páginas relacionadas 
Novela de Franz X. Weiser SJ


Luz de las Cumbres - Testimonio de Fe que vence la persecución y el Bullyin

 

CAPÍTULO I: EL PRIMO DE LA ALDEA

 

Un poquitín excitado andaba yo desde la mañana; síntoma nada extraño un 16 de septiembre, víspera del comienzo de las clases. Ya me había comprado el papel azul para forrar cuidadosamente mis libros de texto, lo cual tenía que hacer a instancias de mi padre, que siempre se preocupaba de ello. Es una verdadera cruz que a todo un muchacho de sexto, con sus dieciséis años, se le trate como a un chico.

Con mi rollo de papel en la mano, me dirigí remolonamente Schottering abajo, y torcí hacia Walgasse. Me paré delante de la casa, y eché un vistazo a todos lados. Por encima del cuartel Rossauer sonreía sobre las calles un límpido sol de verano, así como por encima de la plaza de la Libertad. ¡Caprichitos del tiempo! Durante dos semanas lluvia y un cielo encapotado, y ahora que comienzan las clases, se despliega sobre Viena un cielo azul y alegre, y el sol sonríe picaronamente al Instituto y Escuela de Comercio, donde de nuevo tendremos que sentarnos mañana delante de los libros.

Entré en casa malhumorado. En la escalera, me salió al encuentro mi hermano Otto. El mozalbete hervía de excitación:

-Fritzl, ahí están los tiroleses-, y cogiéndome del brazo va y me dice:

-              Oye, el tío se parece a Andreas Hofer: una voz hueca como la de un oso; a todo dice: "Muy bieeeeen..."

Como un rayo desapareció escalera abajo.

-Y ¿qué hay de Heini?-le pregunté desde arriba. -También ha venido.

-              ¡Bah, qué cosa!-se me ocurrió decir, Por supuesto que ha venido. Pero lo que yo preguntaba era qué cara tenía.

Me quedé parado a mitad de la escalera mirando hacia arriba. Allá en nuestro cuarto estaba mi tío (propiamente primo lejano de mi madre), mi tío el de Stubaital y su hijo Heini. Esto era lo principal: de dieciséis abriles como yo, había de compartir conmigo la habitación, e ir conmigo a clase, a la misma clase. Así puede comprenderse que yo anduviera tan curioso sobre su persona. Todavía no nos conocíamos. Su padre había escrito al mío, hace unas semanas, para ver si podía proporcionarle habitación en Viena. El chico había estudiado en Innsbruck hasta quinto de bachillerato. Ahora se le quería traer a Viena, para que, alejado un poco de aquellas montañas, emprendiera una vida más amplia, y pudiera conocer otras tierras y otra gente. Por lo demás, era de buena salud el buen muchacho.

Mi papá accedió al punto. Heini tendría su habitación con nosotros los chicos. Por supuesto, a mí no se me pidió parecer; y, así que intenté oponerme a ello, comenzaría papá a refunfuñar. Me callé, pues, y devoré mi despecho, ¿Cómo había de tolerar yo en mi cuarto a semejante insulso tirolés? ¡Y tenerle que llevar a remolque por las calles de Viena a este primo de la aldea...! ¡Y lo que se habían de reír mis condiscípulos...!

Pero el mal humor se fue calmando poco a poco, y al mismo tiempo subía de punto mi curiosidad y expectación, Heini era un buen muchacho, según decía su padre. De acuerdo. No hay por qué negarlo...; un chico de la sierra tan ignorante y atrasado... lo que es como no fuera un perfecto zoquete, éste iba a conocer la vida, como es. Mis condiscípulos lo conseguirían a las mil maravillas; yo también ayudaría, aunque desde luego con cautela, y aun sirviendo de contén en caso necesario; que, al fin y al cabo, era su pariente, y nunca se puede saber... Con todo, interesante había de resultar introducir poco a poco y como por pasos a un chico tan inexperto en la vida de la gran ciudad.

Este era, pues, el Heini que allí estaba. Esto me sacó al punto de sentido; subí a zancadas la escalera, y me planté en nuestro cuarto. En la antesala se veían colgados dos sombreros de fieltro grises y pesadas capas de burdo paño. Allá dentro, se dejaban oír las voces de mis padres y una voz de bajo profundo en animada conversación.

Estuve escuchando un rato, y en esto salió mi padre. Así que me vio, abrió la puerta de par en par y me hizo entrar. Allá estaba mi tío sentado a la mesa y fumando. Vestía oscuro traje de caza. Su poblada barba recia y negra encuadraba perfectamente un rostro de marcadas facciones. Se levantó para saludarme. Afable y sonriente me alargó la mano, y me dijo con voz grave y reposada: Dios te guarde, Fritzl. Sé bueno y encárgate de Heini.

Bien; pero ¿dónde estaba el tal Heini? Miré alrededor; mi madre me señaló hacia el cuarto de los chicos y se dirigió hacia allá. Yo la seguí. Heini estaba junto a la cama. Acababa de lavarse y en aquel momento se estaba abrochando las mangas. Lo miré de arriba abajo en silencio. Curiosos buscaban mis ojos la impresión primera. Momento de enorme tensión. Por fin respiré tranquilo; gracias a Dios, no se trataba de un cateto insulso y desmañado. Ya nos encontrábamos cara a cara el uno del otro. Era exactamente de mi estatura, ágil y delgado. Su traje era de ciudad y casi elegante. Y ¡qué bien le caía! Me quedé desconcertado. Le alargué la mano y quise hacer mi presentación, diciendo: Fritzl Egger...; pero me atraganté en el preciso momento. Entonces se me adelantó él cortésmente: Tanto gusto, Fritzl.

 

¡Qué ojos tan hermosos tienen estos montañeses! Una mirada chispeante me lanzaron sus hermosos ojos negros. De la reacción del agua fría le ardían las mejillas; los cabellos, todavía húmedos, le caían desaliñados sobre la frente. Sonriente, se los echó hacia atrás. Un vaho de frescas auras de la montaña me envolvió en aquel momento y como un soplo hizo desaparecer de mi alma la última brizna de despecho y mal humor.

-Tanto gusto, Heini-le contesté yo estrechando cariñoso su mano.

Ya presentía yo que habíamos de ser buenos amigos; y si se dejaba llevar, habíamos de pasar un curso delicioso, con tal que no resultara un insípido, de lo cual no daba la menor muestra. Por lo demás, me alegraba de poder amaestrarle en todo el espíritu de ligereza que, oculta pero en gran escala, reinaba dentro del Instituto. Tal vez no hubiera necesidad de ello. Su padre decía en su carta que el chico era tan sano como valiente. Y es natural; también para el mío seré yo otro tanto; pues... ¿qué saben los padres?...

Tío Enrique se quedó aquella noche en casa. Mis padres siguieron con él en el salón. Los chicos debíamos retirarnos a dormir. Pero... ¡qué dormir ni dormir! Para ello no teníamos el menor humor. Yo ardía en deseos de conocer más de cerca a mi primo.

Ya en el cuarto de los chicos, me puse a forrar cuidadosamente mis libros con el papel azul. Heini desalojaba su baúl.

Otto mientras tanto le miraba curioso. La ropa la iba poniendo sobre la cama; después se la amontonó dentro de un armario. Entre sus prendas se hallaba un típico traje tirolés: calzones de cuero ya viejos y mugrientos, medias claras de sport y una chaqueta de color oscuro. Pensativo, casi con aire de seriedad observaba Heini aquellas prendas.

-Con esto subo yo siempre a la montaña. Allí sí que se encuentra uno, a veces, entre la vida y la muerte.

Yo le miraba bastante incrédulo. No debía de ser cosa tan peligrosa. Debo confesar ingenuamente que por entonces no tenía yo la menor idea de aquellas montañas.

Heini se inclinó silencioso hacia el baúl, sacó de él un libro y me alargó dos fotos que entre sus hojas se hallaban,

-Fíjate-dijo sencillamente. Eran dos postales.

Y vaya si me fijé. Me quedé completamente frío y horripilado. En lo alto de una roca, en su picacho más alto aparecía Heini en traje tirolés. Detrás de él, sirviéndole de fondo, crestas de blanca nieve. Debajo, rodeando la roca, un ondulante mar de niebla. Sobre su cabeza espacio vacío, impalpable. Cualquiera hubiera dado un grito de angustia, temiendo que ya vacilara; un solo momento más... pero allá estaba Heini en lo más alto, tan sonriente.

En la segunda foto aparecía agarrado a unos peñascos, en una pared de roca. Apretando cada dedo, como si de cada uno de ellos estuviera colgada su vida. La vista, fija hacia arriba. Debajo de él se abría un abismo sin fondo.

 

Luz de las cumbres - escalando una montaña

 

Allá, en lo más profundo, se percibía algo blancuzco, una cosa serpenteante, como un trazo de tiza sobre una pizarra negra. Tal vez un arroyo bravío. En el fondo del cuadro se apelotonaban cenicientos jirones de niebla, como tigres que solapadamente se arrastraran. Así le había sorprendido un extranjero con el objetivo en uno de los pasos más peligrosos, sin que él se diera cuenta de ello. Algo terrible; me hacía estremecer.

-              ¡Bravo!-exclamó Otto. Y al momento comenzó a hojear con ansiedad el libro que Heini, sin advertirlo, había dejado por allá. Había en él dos estampas y algo escrito.

-              Trae acá-dijo Heini ruborizado e impaciente, queriendo arrebatar el libro; pero Otto se resistía y le rogaba con unos ojillos zalameros:

-¿Qué es? ; dímelo, Heini. ¿Es algo chistoso lo que tienes ahí?

-              Mi libro de excursiones. Cuando acompaño a los veraneantes a las montañas, me suelen escribir ahí unas líneas, como recuerdo.

-              A ver, a ver-, instó Otto en tono de súplica.

Heini cedió al fin. Mi hermano y yo nos pusimos a hojear el libro desde el principio hasta el fin, y leíamos los diversos dichos y poesías. En las más de las hojas había también pegada alguna estampa: magníficas vistas de los Alpes, Otto iba declamando las poesías; las serias, de prisa y en voz baja; las chistosas, despacio y en alta voz:

Loado sea el Creador del mundo, Que, sabio sin segundo,

Tan altísimas hizo estas montañas,

No fuera que los brutos majaderos, Que tantísimo abundan en los valles, Inundando, gaznápiros, sus calles, Con su aliento empañaran las hazañas De los nobles viajeros,

Que escalan estas cumbres, placenteros.

Dr. Meier.

 

Montaña Tirolesa - Luz de las Cumbres

Mi hermano se desternillaba de risa. Lo de "gaznápiros" le hizo muchísima gracia. Heini reía también por su parte. Por lo demás, la tal poesía no la había compuesto el tal Dr. Meier. La mismísima la leí yo más tarde en el libro de firmas de Rumerspitz; y, ciertamente, estaba escrita por otro.

Seguimos leyendo hoja por hoja.

-              Olé, otra chistosa-exclamó de nuevo Otto.

Lo que el Rey entre los Príncipes,

Lo que el magro jamón entre los fiambres,

Y los bollos de Viena entre los panes, Tal es entre las cumbres el Pfeilspitze.

Los dichos que seguían eran en su mayor parte serios y dignos. Se acababa, pues, para Otto la materia de risa. Llegó, por fin, la última hoja. Otto intentó volverla; pero en esto, le echó Heini la mano.

-Eso no-dijo.

-¿Por qué no? Aida,  déjamelo ver-dijo Otto en tono suplicante. ¿Es también algo chistoso?

Heini le arrebató el libro.

-              ¿Qué es, Heini?-insistió Otto con más curiosidad.

-              Nada, unos versos que yo escribí una vez que me encontraba solo en una montaña.

-              ¿Tú mismo? Vaya, cosa buena debe ser. Eso tengo yo que verlo. Déjamelo, si no, te he de quitar una vez el libro.

-              Que no-repuso Heini algo brusco. Y diciendo, metió el libro en el baúl y cerró. -Esto no lo has de leer tú jamás-. Y se guardó la llave en el bolsillo del pantalón,

Entonces nos fuimos a dormir.

Yo no podía sosegar. Yo tenía que ver lo que Heini había escrito en su libro, allá en lo alto de aquella montaña. Me incorporé y me puse a escuchar. Acompasadas y tranquilas se dejaban oír las respiraciones de los dos. ¡Ea, ya Pero nunca acababa de decidirme. Veía demasiado claro que aquello iba a ser una bajeza.

Heini dormía en su cama profunda y tranquilamente. El verle así me alentaba. Yo tenía que arrancarle el secreto.

Así estuve luchando por espacio de media hora. Al fin me decidí.

Con la linterna de bolsillo en la mano, me deslicé hacia la cama de mi primo. Con mis dedos ávidos y temblorosos le saqué del pantalón la llave con toda cautela y abrí con mucho cuidado el baúl. Primer acto de ratería de toda mi vida; pero en el momento no pensaba yo en tal cosa.

Montaña Serles - Luz de las Cumbres

 

Con el pulso excitado eché mano al libro... la última hoja. Una estampa aparecía allí pegada; una montaña de admirable majestad, un tetraedro de roca perfectamente simétrico se erguía hasta el mismo cielo. En primer plano un prado alpino, tapizado de miles y miles de blancas florecillas estrelladas. Sólo este prado. Detrás, la colosal montaña. Al pie de la estampa escrito con lápiz, con rasgos vigorosos y claros de una mano infantil, se leía: "Hoy, 22 de abril, mi 16° cumpleaños, me encuentro yo solo en lo alto del Serles. Esta mañana estuve comulgando en Waldrast".

"Dadme, oh Dios, .un corazón

En que reinen a la vez fortaleza en el dolor

Y pureza en el placer.

Dadme, Señor, que en mi frente

Pura irradie la alegría,

Cual del glacial refulgente Irradia la nieve fría".

Cómo volví a dejar el libro, cómo me volví a mi cama, es cosa que no sé explicarme. Sólo un sentimiento me dura hasta hoy: la abrasadora vergüenza que entonces me devoraba.

A la mañana siguiente, primera del nuevo curso, me dirigí por la calle de costumbre hacia el Instituto. Un sol deslumbrador caía sobre los tejados y se derramaba en torrentes de oro hasta el cauce de las angostas calles. Para mí terminaba el verano aquel preciso día. Después ya podía traernos el curso más y más variedad e interesantes acontecimientos. El primer día sólo me angustiaba la pérdida de libertad. Sólo sentía hastío y mal humor. La presencia de Heini en nada me aliviaba. A mi lado venía muy ajeno de lo que se trataba. A mí se me iba el pensamiento a lo de ayer tarde. En lo exterior me hacía el fresco y despreocupado; pero allá, para mis adentros, me decía repetidas veces: total, un condiscípulo como otro cualquiera. Pero de nada me valía esta consideración. El revelado secreto de un alma ajena pesaba sobre mí. Ayer tarde, oprimido por la profunda vergüenza de mi villanía, apretaba mi cabeza sobre la blanca almohada, y no me atrevía a mirar más a mi primo. Sentía algo así, como si un resplandor nimbara su frente y cegara mis ojos. Hoy no sentía ya vergüenza ni arrepentimiento. Sólo el despecho me consumía,

Ya desde la mañana había colocado Heini sobre su mesa una estampa, cuya vista me sacaba los colores a la cara: la misma a cuyo pie había escrito él aquella poesía. No podía darse cuenta de que aquella estampa era para mí un doloroso reproche. Y ahora venía a mi lado, tan inocente y despreocupado, por las calles de la gran ciudad, como si se tratara de su mismo pueblo; pero en su interior encerraba una luz ante la cual tenía yo que inclinarme. Me sentía simplemente vencido y derrotado sin remedio. Porque... ¿es posible que yo no tuviera nada en que fuera superior a este tirolés?

Capilla Tirol - Luz de las Cumbres

 

Con arrebatado ímpetu se me sublevaba en el fondo de mi alma todo lo más salvaje e insolente. Pero... aguarda, gritó una voz dentro de mi alma. Allá en la sierra es cosa fácil hacerse el piadoso y puro; pero vive una temporadita en nuestra capital y verás cómo escribes en tu álbum otra clase de poesías.

-Oye-dije de repente, contrayendo mis labios en un gesto de burlona ironía-, ¿qué estampa es la que tienes sobre tu mesa?

-Una estampa-repuso Heini como distraído.

-Pero, y ¿esa montaña tetraédrica..., por qué la tienes ahí sobre tu mesa?

Algo había en el tono de mi voz, que debió desconcertarle. Me miró un momento algo desconfiado; mi modo de mirar tampoco pudo caerle muy en gracia. Una ciencia demasiado misteriosa se traslucía en él; pero, ¿cómo había de sospechar algo? Al fin se sonrió ingenuamente, y dijo:

-Ah ya, el Serles. Una postal del Dr. Defner, ¿sabes? Esa famosa montaña de Innsbruck.

Cerro de Serles - Luz de las Cumbres

-¿Tiene esta montaña algo de particular?-le pregunté de nuevo, mezclando otra vez en mis palabras la misma burla taimada; pero esta vez no advirtió nada. Lleno de entusiasmo, comenzó a describirme cuántas veces y por qué lados había subido allá. Entonces fulguraron sus negros ojos la misma luz chispeante que ayer, al saludarnos por vez primera. Ya casi se olvidaba de que, lejos de aquellas hermosas montañas, andábamos todavía por las calles de la gran ciudad. Por supuesto, de lo ocurrido el día de su 16° cumpleaños no se le escapó una palabra; pero yo veía cada vez más claro por qué Heini había escrito su poesía precisamente allí arriba. Una fuerza especial debía encerrarse en aquellas montañas, fuerza de la que nosotros, los de ciudad, no tenemos la menor idea, una luz que de aquellos blanquísimos campos de nieve irradia a los que de la abatida prosa de la vida se remontan a la encantada región del mundo tranquilo de los Alpes. Esa luz, bien lo sabía yo, era la que Heini quería conservar. Pero para ese torbellino de la gran ciudad que a millones de vacilantes rojizas antorchas convierte en incendio devorador, ¿qué significa esa blanca centellita, descarriada de aquellas altas montañas? Ya me parecía verla agonizar en la mano protectora de Heini... El último, débil destello.

En esto, torcimos una esquina.

-El Instituto-le dije secamente, señalando el sombrío edificio, que aparecía frente por frente en el fondo de la calle.

Envuelto en ceniciento ropaje, cual un romano en su toga, se destacaba el extraño y majestuoso edificio entre las casas de alquiler. A la vista de aquel lúgubre cuartel, con aquella serie interminable de ventanas, me subió de todos mis miembros un ligero estremecimiento y un ahogo angustiante a la garganta. Heini, por su parte, no miraba al edificio con mayor simpatía.

-Conque de nuevo a la rutina de siempre-dijo, metiéndose bruscamente la cartera debajo del brazo.

Atravesamos la calle, y subimos silenciosos la escalera de la portería, al encuentro del nuevo curso y de su suerte.

Instituto de Estudios - Luz de las Cumbres

 

 

 

 

 

 

 

 











[_Principal_]     [_Aborto_]     [_Adopte_a_un_Seminarista_]     [_La Biblia_]     [_Biblioteca_]    [_Blog siempre actual_]     [_Castidad_]     [_Catequesis_]     [_Consultas_]     [_De Regreso_a_Casa_]     [_Domingos_]      [_Espiritualidad_]     [_Flash videos_]    [_Filosofía_]     [_Gráficos_Fotos_]      [_Canto Gregoriano_]     [_Homosexuales_]     [_Humor_]     [_Intercesión_]     [_Islam_]     [_Jóvenes_]     [_Lecturas _Domingos_Fiestas_]     [_Lecturas_Semanales_Tiempo_Ordinario_]     [_Lecturas_Semanales_Adv_Cuar_Pascua_]     [_Mapa_]     [_Liturgia_]     [_María nuestra Madre_]     [_Matrimonio_y_Familia_]     [_La_Santa_Misa_]     [_La_Misa_en_62_historietas_]     [_Misión_Evangelización_]     [_MSC_Misioneros del Sagrado Corazón_]     [_Neocatecumenado_]     [_Novedades_en_nuestro_Sitio_]     [_Persecuciones_]     [_Pornografía_]     [_Reparos_]    [_Gritos de PowerPoint_]     [_Sacerdocip_]     [_Los Santos de Dios_]     [_Las Sectas_]     [_Teología_]     [_Testimonios_]     [_TV_y_Medios_de_Comunicación_]     [_Textos_]     [_Vida_Religiosa_]     [_Vocación_cristiana_]     [_Videos_]     [_Glaube_deutsch_]      [_Ayúdenos_a_los_MSC_]      [_Faith_English_]     [_Utilidades_]