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Luz de las Cumbres
Capítulo VII: Triunfo y sacrificio

 

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Luz de las Cumbres - Testimonio de Fe que vence la persecución y el Bullyin

 

 

Capítulo 7: Triunfo y sacrificio

Poco a poco llegó el año a su fin, semejante a una máquina vieja, que con grandes esfuerzos arrastra sus últimos movimientos, Pasaron los exámenes con felicidad. Siguió una semana de activa ociosidad en los soleados locales de las clases, distracciones, impaciencias, sueños dorados, hasta que un día de repente se esfumó todo aquel polvoriento fárrago y trajín escolar, para sumergirse silencioso en el bullicio de las deliciosas vacaciones.

A la mañana siguiente estábamos Heini, Otto y yo en un departamento del exprés de Voralberg, que a través de campos veraniegos nos llevaba en precipitada marcha a las lejanas montañas. Mi tío Enrique nos había convidado a Otto y a mí a pasar las vacaciones en Fulpmes.

En la estación de Innsbruck nos estaba esperando mi tío, como la otra vez por Navidad. Como entonces, fuimos a pie desde Isel hasta Stubaital; pero esta vez no por nevadas pendientes, envueltas en yerta noche glacial, A la luz del crepúsculo saludaban ondulantes sembrados, verdosos y rojizos bosques de alerces. De allá arrancaban las montañas, algunas bañadas aún en sol, otras envueltas ya en sombras arreboladas.

 

Alpinismo - escalar cumbres - Luz de las Cumbres

 

La corona formada por sus punteadas crestas despedía un fulgor típico de los Alpes, Aquella misma tarde estábamos Heini y yo sentados en el merendero del bosquecillo de pinos que había cerca de casa. No sentíamos el cansancio del largo viaje, La alegre vuelta a los seres queridos y a las montañas nos hizo olvidar todo el cansancio de cuerpo y alma,

Sobre Froneben se cernía la luna en un cielo verdoso. Su resplandor bañaba todo el valle con pálidos destellos y sombras crepusculares, A través de las negras ramas de los pinos, se filtraba una lluvia de plata en lúcidas gotas hasta nosotros, Nos entrábamos allí silenciosos, embebidos en el encanto de aquella noche tan apacible, Sólo el débil murmullo de un arroyuelo resonaba a través de los extensos prados allá a lo lejos. En esta hora me confió Heini con tímido júbilo un gran secre-to, Aquellos ojos, que habían contemplado durante un gran rato el firmamento, se volvieron de pronto hacia mí, y vi cómo aquellos dos brillantes luceros despedían de sí un fuego poderoso y triunfador.

-Fritzl-me dijo algo tembloroso-. He tenido que luchar y que reflexionar mucho estas semanas pasadas. Ahora lo veo claro: voy a ser sacerdote.

-¿Tú?-le pregunté yo sorprendido, Me figuraba como si estuviera ante un santuario, invadido por la majestad de Dios.

Heini afirmó, y me contó en voz baja lo feliz que se sentía. Deseaba ser un verdadero sacerdote, consagrado al Señor con todas las fuerzas de su alma,

-¿Y Helma?-le pregunté yo.

-Mañana mismo voy a escribirle-repuso Heini-. Tendrá que renunciar a mí.

En cada una de sus palabras se traslucía esa nerviosidad propia de los grandes sacrificios. Yo sabía que aquella vocación la elegía él libre y espontáneamente, Huía del mundo no por cobardía; se había dominado como pocos hombres. Expedito y alborozado, se dirigía al Señor, y le hacía oblación de su vida en la flor de la edad, con un corazón henchido de júbilo por podérselo dar todo.

Yo bajé los ojos abrasados de vergüenza, y sentí otra vez cómo yo era el esclavo, el cobarde aun en la fe.

A la mañana siguiente, aprestada la mochila, hice una excursión a las montañas. Mi alma se encontraba ante la propia y última decisión. Sin plan ninguno, subía los senderos entre bosques y pastos, sin parar mientes en aquel elevado mundo que en su magnificencia me envolvía, Hasta que a eso del mediodía, cuando traspuse el último prado y llegué a las rocas, estando ya sobre lo más alto de un gigantesco pináculo, allá junto a la Cruz de los vientos, sobre mí el cielo azul y las cumbres azotadas por las tormentas, se escurrió de mi alma, como un vestido apolillado, mi soñolienta indolencia. Aquel corto "Sí" no había tenido yo, hasta ahora, el valor de pronunciarlo, Pero ahora quería decidirme a lo que hasta aquí sabía emperezado en hacer, Quería portarme con el mismo arrojo, gallardía y generosidad de Heini. Y de lo íntimo del corazón dije decidido: Sí.

Cansado en todos los miembros, pero feliz en lo más íntimo de mi alma, me volví aquella tarde a casa. Al llegar, me encontré a Heini en el cuarto de los chicos escribiendo una carta,

                Hola! ¿Dónde estabas?-me preguntó.

Yo le señalé hacia el Serles, me arrimé a la mesa, y le dije:

-              Heini, ¿me permites un momento?

Entonces echó la carta a un lado y se me quedó mirando fijamente,

-¿Pudieras venir conmigo a los Salesianos? Quisiera confesar.

La inesperada sorpresa encendió por un momento sus mejillas, Entonces me cogió por el brazo y me preguntó alborozado:

-Fritzl, ¿me lo dices en serio?

Asentí con la cabeza sin decir palabra, y él respiró como si hubiera caído de su alma un enorme peso. Noté cómo se esforzaba por ocultar su alegría.

-Vamos-dijo levantándose, Nos dirigimos, pues, atravesando el pueblecito al Colegio de los Salesianos. Ya allí, me llevó Heini a su confesor; pero me encontraba un poco angustiado. Si quería confesar sinceramente, tenía que acusarme que desde hacía años venía recibiendo indignamente los Sacramentos.

Heini me presentó al sacerdote, y nos dejó solos, diciendo al salir:

--En la Capilla te espero,

Durante un momento estuve tragando saliva, como quien se está ahogando, Por fin salió todo afuera.

-Padre, tenga la bondad de ayudarme,

El Padre comprendió al instante. Me hizo algunas preguntas. Yo sólo tenía que decir sí o no. Así que ya estuvo enterado de todo, me propuso que me preparara mañana a una buena confesión. Ya sabía la mayor parte de mis cosas; pero había que hacerlo todo a conciencia, Tanto más grande sería después mi dicha. Me preguntó si me parecía bien. Yo asentí gustoso.

Con esto estaba dado el paso principal. Ya no me podía volver atrás, ni se me hubiera ocurrido. Con el corazón rebosando de contento, me volví a casa con Heini.

-No le digas nada a Otto-le supliqué-. Vamos a darle una sorpresa, Pasado mañana, domingo, iré yo también con vosotros a comulgar. Y entonces verá el pequeño...

A Heini le pareció muy bien. Embebido como estaba en sus ideas, me propuso al instante:

-Tengo una buena ocurrencia: Pasado mañana voy a decir a mis padres que quiero ser sacerdote, y tú vas a confesarte. Para los dos será un día muy grande. En este caso, me voy mañana a buscar edelweiss[1] a Stocklen y a Viller. Allí crecen los más grandes y hermosos. Eso nos servirá corno recuerdo de este día. Por la noche, cuando yo vuelva, ya te habrás confesado,

Yo me di cuenta al punto que Heini, con prudente delicadeza, me quería dejar solo aquel día, Y así, asentí. La misma tarde, dispuso todo lo necesario para su excursión: el traje, las botas, la mochila y (todo lo demás, Aquella tarde se fue muy temprano a la cama, De mi confesión no hablamos ni una palabra más.

Al despertarme a la mañana siguiente, ya estaba Heini vestido. En aquel momento se apretaba las hebillas de la mochila. Después se me acercó a mi cama, y me dio la mano: -Hasta la vista, Fritzl. Me voy en el primer "auto" a Neustift. Allí oiré Misa (y añadió en voz baja) ¡por ti!

Yo le estreché agradecido la mano, di media vuelta en la cama y seguí durmiendo.

Otto se quedó admirado de mi comportamiento aquel día: de que me pasara horas y horas sentado en el jardín, y evadiera toda diversión, sumergido completamente en mis pensamientos,

-¿Qué traes tú hoy entre manos?-me preguntó al fin-.

¿Te has vuelto loco? Pues que te mejores-. Dijo, y se fue corriendo a los prados.

 

Casa Tirolesa - Luz de las Cumbres

 

Al mediodía me fui a la iglesia, y estuve allí arrodillado un gran rato, y pedí perdón a Dios de todos mis pecados, que ahora reconocía en toda su torpeza. Al recuerdo de mi vida pasada se llenaba mi corazón de profunda vergüenza, y al mismo tiempo de un ardiente deseo de la enmienda. Ser puro y noble con su gracia.

Después abrí mi corazón al sacerdote, corazón de hijo pródigo que años y años anduvo extraviado en amarga obscuridad, hasta que la plácida luz de la casa paterna le sacó de la noche del pecado.

..."Ego te absolvo"... Benigno y compasivo pronunció el sacerdote la palabra eficaz de la gracia. Por fin me vi libre, puro, feliz. ¡Cuánto tiempo había luchado con la gracia y plantándome terco y obstinado contra el mismo Dios! Esta fue para mí la hora de redención. Inclinado en el reclinatorio, oculté el rostro entre mis manos, y lloré en silencio a torrentes. Mi corazón estaba a punto de estallar de puro gozo y felicidad.

Alegre como jamás en mi vida, me fui paseando hacia casa a través de los prados. Bañada por los resplandores del sol, me sonreía toda la Naturaleza. Las flores movían sus tallos como diciéndome graciosamente: "Lo podías haber con-seguido antes". Las montañas yacían en solemne quietud.

Un sacerdote venía por el camino. A pocos pasos de mí entró en el jardín y se dirigió a casa de mi tío. Yo seguí detrás de él. Junto a la entrada estaban Rudi y Otto, con sendos arcos y flechas en las manos.

-Bien venido, Sr. Párroco -exclamó, alegre, Rudi, alargando al sacerdote la mano.

-¿Está papá en casa?      preguntó el Párroco.

-No, señor; está allá, en el aserradero-dijo señalando hacia abajo.

-Corre y llámale, tengo que hablar con él. Mientras viene, estaré aquí rezando el Breviario.

-Pero tenga la bondad de pasar, Sr. Párroco-dijo Rudi, considerándolo un deber, y le abrió la puerta. Después gritó en la cocina: -Mamá, aquí está el Sr. Párroco de Neustift-. Dijo, y salió corriendo con Otto.

Mi tía salió al momento, saludó al Párroco con gran alegría y le instó a que entrara. Ella me presentó a mí, y se fue a buscar un bocadillo. El Sr. Párroco se paseaba inquieto, por la habitación; de pronto se vuelve a mí, y me dice;

-Conque, ¿eres tú primo de Heini?-. Hoy por la mañana me ha estado hablando de ti.

-¿Ha estado, acaso, en su casa?-pregunté yo.

-Eso te quería decir. Siempre hemos sido buenos amigos. Le conozco desde que era muy pequeño. Cuando daba yo hoy la Sagrada Comunión, estaba él también en el comulgatorio. Después desayunó en mi casa, y se marchó hacia Oberberg a coger edelweiss. Vosotros os arregláis muy bien, ¿no es verdad?

-Sí, Sr. Párroco, cada día mejor, y ahora como nunca. El Sr. Párroco se me quedó mirando y después clavó sus ojos en el suelo con aire de perplejidad.

-¿Conque ahora mejor que nunca? ¡Vaya, vaya!-dijo como saliendo de un sueño.

-¡ Qué estará pensando!-me dije yo para mí. En esto entró mi tía con el café y algunas tortas.

-¿Ha estado Heini en su casa, Sr. Párroco?-preguntó ella.

-Por supuesto, Sra. Moll; ha estado comulgando en Neustift, y como todavía no había desayunado, yo le invité a ello.

-Conque comulgando, ¿eh?-preguntó mi tía muy satisfecha-. ¡Qué picarillo! De esto no me había dicho nada. Ahora caigo en la cuenta; por eso no quiso tomar hoy el café.

-Sí, sí...-prosiguió como en tono de broma el Sr, Párroco-. ¡Si los padres supieran todo lo que los hijos hacen a espaldas suyas!

En esto comenzó a comer muy de prisa. Yo observé que estaba muy excitado,

Un poco después entró mi tío. En tono animado y familiar, saludó al Sr. Cura:

-Bien venido, Sr. Párroco. Cuánto gusto de verle de nuevo por aquí.

-Tengo que decirte una cosa muy seria-dijo el sacerdote.

Mi tío le llevó a su despacho. Un gran rato estuvieron allí los dos y después de un cuarto de hora, salió mi tío. Pero ¡qué aspecto traía, Dios mío! La cara con palidez de muerte; las mandíbulas apretadas; los ojos hinchados por la terrible pena. Con voz ronca llamó a mi tía, y se entró de nuevo en el despacho, Una terrible inquietud se apoderó de mí. ¡Santo Dios! ¡ Qué habrá pasado! Se habría Heini... Horrores de muerte penetraron todo mi ser y no pudiéndome contener más corrí al despacho y llamé a la puerta.

Abrieron.

-Tío-pregunté con voz temblorosa-, ¿qué hay de Heini?

El se me quedó mirando fijamente, contrajo los labios convulsivamente, puso su mano sobre mis hombros, y me dijo:

-Heini se ha despeñado-y al punto se apoderó de aquel hombre fornido un sollozo que desgarraba el alma,

-¿Muerto?-exclamé yo.

-Sí-me dijo moviendo la cabeza. El corazón estuvo a punto de parárseme. Sin poder pronunciar una palabra, me volví apesadumbrado a nuestra habitación. Allí me eché en la cama, y comencé a llorar.

Cuánto 'tiempo estuve allí echado, no lo sé. Cuando me levanté, era ya muy tarde. En la maletilla de Heini, estaban aún sus cosas, y sobre la mesa sus objetos de escritorio, sus libros y la carta comenzada.

"Querida Helma: Te va a extrañar que te escriba; pero tengo que comunicarte una cosa importante y quiero hacerlo cuanto antes. Probablemente te va a dar pena, aunque se trata de algo muy bueno y grande para mí".

Hasta aquí había llegado Heini. Con temblorosa mano tomé yo la pluma y añadí a las líneas de Heini:

"Querida Helma: Heini se ha despeñado, muerto. Lo que él quiere decirte, `te lo diré yo más tarde de palabra.

Fritzl."

Cruz de las Cumbres -Luz de las Cumbres

Después apreté la cabeza entre mis manos, y procuré recapacitar con calma sobre lo ocurrido. Y poco a poco fui comprendiendo que Heini había encontrado la muerte no por precipitación o ligereza. Siempre había sido un alpinista serio y reflexivo, Su muerte había que atribuirla a una casualidad. Pero bajo esta casualidad reconocía yo con santo estremecimiento el poder de la divina providencia, Ahora que Heini se había decidido a darlo todo y hacerse sacerdote, podía sellar sus nobles sentimientos con lo más grande y hermoso, con el sacrificio de su vida pura, juvenil.

Poco antes de las ocho de la noche vino el camión de Neustift y se paró delante de casa. Bajó mi tío. Dos mozos del aserradero esperaban ya en el camino; sacaron del coche un ataúd, cubierto con una lona, y lo trajeron por entre los prados llorando, Al pasar por delante el ataúd, rompieron a llorar fuertemente. Esperamos en el balcón hasta que mi tío y mi tía entraron con los mozos en la habitación, Al poco rato salieron éstos en silencio con el sombrero en la mano. Entonces reinó profundo silencio.

Después de un rato, abrió mi tío la puerta y nos hizo entrar. Con doloroso estremecimiento y miedo reverencial entramos en la habitación. En la mesilla de noche ardían dos velas, En medio del cuarto estaba el ataúd; la lona, medio recogida. Allí yacía el cadáver de Heini, pálido y yerto. Entre sus manos cruzadas tenía un ramito de edelweiss, como hermosas estrellas resplandecientes.

Otto y yo nos replegamos detrás de los hermanitos en el hueco de la ventana, Los padres se arrodillaron cerca del cadáver. Rudi y las niñas delante del mismo,

De repente apoyó Otto la cabeza sobre mí, y comenzó a llorar tan amargamente, que a mí mismo se me saltaron las lágrimas. Le puse mi mano sobre su cabeza, me incliné hacia él y le dije en tono suplicante:

-Sé valiente, Otto,

Pero él seguía llorando más y más.

-Ahora me quedo yo solo-decía en tono quejumbroso en voz baja-, solo en la Congregación.

Yo le cogí la mano y le dije al oído:

-Otto, ahora entro yo en lugar de Heini. Tú y yo trabajaremos juntos.

Me miró todavía llorando, y cuando vio que yo se lo decía con santa seriedad, me apretó fuertemente la mano y movió la cabeza en señal de aprobación.

En la torre de la iglesia sonó el toque de Oración. Mi tío hizo una señal a los chicos, Todos se arrodillaron. Por la ventana abierta se dejaba oír en la silenciosa estancia el gorjeo de los pajarillos en su saludo vespertino.

¡Qué tranquilo yacía allí Heini! La frente pálida; los ojos cerrados: los edelweiss le daban un cierto aire como de cosa sagrada.

Y mientras todos oraban arrodillados alrededor del yerto cadáver, y afuera resonaba por los aires el doble solemne de las campanas, se vio lucir detrás de nosotros un resplandor como de fuego, así como la luz de un gran incendio, Los rayos del crepúsculo entraban por la ventana hasta en medio de la habitación. Un rosado resplandor, suave y delicado en ex-tremo, bañó de repente el pálido y demacrado rostro de Heini, Los edelweiss despedían blancos destellos.

Otto me tiró del brazo y me señaló a Heini con tímida reverencia. Yo moví la cabeza sin pronunciar palabra. Después volví la vista en dirección hacia las montañas.

Las vertientes cubiertas de bosque yacían en lúgubres, obscuras tinieblas; pero arriba, en lo alto de las rocas, reverberaban los Alpes con purpúreos destellos.

Fin



[1] Flor muy codiciada por los alpinistas, pues sólo se encuentra en las regiones más altas de las montañas. Al mismo tiempo es un símbolo de pureza y un sencillo motivo decorativo.

Tradición de Fe católica en el Tirol

 

 

 

 

 

 











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