La liturgia es esencialmente adoración
LAS PALABRAS DE LA DOCTRINA
de don Nicola Bux
y don Salvador
Vitiello
La exhortación Apostólica post-sinodal
"Sacramentum caritatis" recuerda que hay una relación intrínseca entre
celebración eucarística y adoración, que, después del Concilio, no ha sido
claramente percibida. Se ha llegado a objetar que el Pan eucarístico no ha sido
dado para ser contemplado sino comido. Es una contraposición sin fundamento,
porque - dice el documento citando a san Agustín - "nadie come esta carne sin
adorarla primero; pecaríamos si no la adorásemos…la celebración eucarística…es
en si mismo el mayor acto de adoración de la Iglesia" (66).
En verdad, los liturgistas saben que "En la Misa…si tiene la cumbre sea de la
acción con la que Dios santifica el mundo en Cristo, sea del culto que los
hombres rinden al Padre, adorándolo a través de Cristo Hijo de Dios en el
Espíritu Santo" (Ordenamiento general del Misal Romano, n 16). Este texto retoma
la Constitución litúrgica del Concilio Vaticano II, cfr. SC n. 10, pero sobre
todo no hace otra cosa que actuar la afirmación de Jesús: "Los verdaderos
adoradores adorarán el Padre en espíritu y verdad" (Jn 4,23).
La adoración es el corazón de la dimensión cósmica de la liturgia: resume en
Cristo Jesús, como dice San Pablo, todas las cosas del cielo y la tierra. La
adoración es el "opus Dei", según San Benedicto, el culto público, según la
encíclica "Mediator Dei" de Pío XII, que cada día la Iglesia con Cristo alza al
Padre. Pero tal liturgia en realidad la recibimos del cielo, como narra el
Apocalipsis, tiene su forma típica en el altar del cordero inmolado y adorado
por los santos. Por tanto, la liturgia realmente católica no deja espacio al
subjetivismo creativo, sino sólo a la participación adorante, la "Theo-latría"
no la"ídolo-latría."
A Max Thurian le gustaba decir que la liturgia es contemplación del misterio que
significa adoración: no es otra cosa de la Santa Misa y de los sacramentos, pero
es su estructura íntima de que debe manar la actitud personal de adoración. En
los ritos orientales este es el presupuesto que lleva a los ministros a
dirigirse siempre hacia el altar del Señor después de haberse dirigido hacia el
pueblo en los diálogos. También la liturgia romana era así, luego alguien
inventó que la orientación al altar, es decir al Señor, era en realidad darle la
espalda al pueblo. Extraño que durante muchos siglos nadie se hubiera enterado,
hasta el 1967. Y tampoco se han enterado hasta hoy los orientales que siguen
mirando hacia Oriente símbolo del Señor que viene. ¡Y pensar que en el
postconcilio se ha insistido tanto en la necesidad de restaurar la dimensión
escatológica y trascendente de la liturgia!
Mirarse cara a cara el sacerdote y los fieles deja la liturgia, si, como se
dice, esta obra por medio de los signos) en la dimensión inmanente del mundo.
Bastaría la liturgia de la Palabra para subrayar la escuela en que el didascalos
habla a los discípulos. La del Sacrificio debe mirar al Señor empezando por el
sacerdote que dirige la oración de los fieles ‘dirigidos al Señor’, símbolo
además de la conversión de los corazones, como recuerda de modo figurado
precisamente la expresión latina "conversi a Dominum". Dice Isacco Siro:
"Cristo, pintor perfecto, pinta los rasgos de su rostro de hombre celeste sobre
los fieles que están orientados hacia El. Si alguien no fija la mirada
continuamente parar, despreciando cualquier otra cosa que sea contraria a Él, no
tendrá en si mismo la imagen del Señor diseñada por su luz. Que nuestro rostro
esté siempre fijo en Él, con fe y amor, dejando todo para estar solo en Él
fijos, para que se imprima su imagen en nosotros, y así llevando en nosotros a
Cristo podamos llegar a la vida sin fin". (Agencia Fides 26/4/2007; Líneas: 44
Palabras: 647)