La hora de los laicos 4: Mezclarse pero sin confundirse
- Comentario a la luz de la Exhortación Apostólica 'Christifideles laici'
Germán Mazuelo-Leytón
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Dignidad esencial del bautizado
Hay una idiosincrasia sobrenatural propia, que no se opone ni supera al
sacerdocio o a la consagración religiosa, sino que es peculiar, única, en el
laico. Es su índole secular:
son personas que viven la vida normal en
el mundo, estudian, trabajan, entablan relaciones de amistad, sociales,
profesionales, culturales; de tal modo que el “mundo” se convierte en el
ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos, ya que han
sido llamados por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a
la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas (Christifideles
laici, 15).
Están llamados a la santidad, aunque en diverso ambiente del altar o de la
clausura, santidad que hunde sus raíces en el bautismo que recibieron
para pretender el seguimiento y la imitación de Jesucristo.
La vocación de los laicos a la santidad
implica que la vida según el Espíritu se exprese particularmente en su
inserción en las realidades temporales y en su participación en las
actividades terrenas (C.L,17).
Hay que plantar la viña en medio de la sociedad, y que sus
frutos sean estimados y apetecidos por los indiferentes o los perseguidores
mismos; tarea de viñadores que deben actuar allá mismo. Viven, ríen, lloran,
laboran, triunfan, fracasan, se multiplican, aman, con los demás, pero no
como los demás, porque los laicos fieles han de cumplir todo como exigencia
de su amor a Dios y con gozosa sumisión a los mandamientos divinos.
Fructifican sus almas, atraen a su vida mística a sus vecinos, con su
conducta orientan según el Evangelio en toda oportunidad social, participan
con su esfuerzo en la creación de una gran familia.
Cuando Teodosia la hermana de Santo Tomás el Aquinate le preguntó ¿qué
debo hacer para ser santa?, el gran genio respondió contundentemente
con una sola palabra: desearlo. Ahí está el quid del asunto.
Sólo se consigue aquello que se persigue. Nadie ama lo que es malo, nosotros
amamos lo que es bueno, por eso el padre de la mentira disfraza
el pecado hasta hacerlo parecer como oro del Paraíso.
Así como el cristianismo naciente tuvo que distanciarse de la moral ambiente
de la época, los cristianos de hoy, y más aún los de mañana, tendrán que
asumir su responsabilidad en fidelidad a su doble deber para con Dios y para
con el hombre, a la luz de Dios.
La crisis de la evangelización no está motivada, de manera prioritaria, por
una falta de catequistas o de docentes (profesores de religión o de
teología). Se debe al hecho de que no hay suficientes cristianos que estén
dispuestos a transmitir la fe a sus prójimos. Es decir,
que el fermento se mezcle con la masa,
pero sin confundirse con ella. La luz irradie pero sin dejarse invadir por
las tinieblas. Las disipe casi sin tocarlas. Que el fermento permanezca
oculto, desaparezca haciendo hacer a otros.
Los cristianos no son del mundo, como Yo no soy del mundo (Jn 17,
14-16). El mundo amaría a los cristianos si los considerase suyos; pero como
ve que Cristo les ha sacado del mundo, por eso los odia, como le odia a Él
(15, 19). No los ha retirado físicamente del mundo (17, 15),
pero los ha sacado de él espiritualmente, de modo que han vencido al
mundo (1Jn 4, 4; 5, 4).
Así, como en los primeros siglos del Cristianismo
negándose los cristianos a dar culto al
emperador y a otras manifestaciones de la religiosidad oficial romana, se
hacen infractores habituales del derecho común, y vienen a incurrir en
crimen de lesa majestad (José María Iraburu, De Cristo o del mundo),
la Verdadera Fe es actualmente atacada como no hay precedentes en la
historia. Los medios de comunicación y los grupos ateos, pretextando la
separación de la Iglesia y el Estado, legislan leyes para erradicar la Cruz
de las aulas, la oración de las clases. La pornografía circula libremente,
el aborto es promovido y legalizado. Es tan perverso el ataque contra los
valores morales del Cristianismo que los jueces secularistas encarcelan e
imponen sentencias injustas a quienes abogan por el movimiento pro-vida. El
anti-Reino glorifica a los salvadores de ballenas y manda a la cárcel a los
salvadores del niño en el vientre de la madre.
Sí, el bautizado no es como todo el mundo,
si quisiese ser como todo el mundo (sin
darse cuenta de que entonces sería un disfrazado), perdería toda su fuerza,
y esa eficacia tan inútilmente buscada muchas veces en nuestros días.
Lo que el hombre espera de él es, precisamente, que no sea como
todo el mundo (J. Maritain, La Iglesia de Cristo).
Ahí está la meta:
hombres y mujeres que, precisamente en la
vida y actividades de cada Jornada, son los obreros incansables que trabajan
en la viña del Señor: humildes y grandes artífices —por la potencia de Dios—
del crecimiento del Reino de Dios en la historia (C.L., 17).
Es la hora de los laicos.