La hora de los laicos 9: Luces y sombras del asocianismo
seglar - Comentario a la luz de la Exhortación Apostólica 'Christifideles
laici'
Germán Mazuelo-Leytón
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Los fieles cristianos laicos no son solamente objeto de la evangelización,
sino protagonistas y responsables de esa tarea. Un cristiano –decía
Lacordaire- es un hombre a quien Jesucristo ha confiado otros hombres,
en efecto, en el torrente circulatorio de una sociedad cada vez más
secularizada, los cristianos consecuentes dentro del mundo son
la inyección intravenosa cargada de vitaminas, la regeneran y vitalizan
evitando su destrucción total. Bellamente el documento de Puebla lo dice
así: son hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del
mundo en el corazón de la Iglesia (786) (Aparecida, 209).
El
papel de los seglares es hacer presente el Evangelio en todos los
sectores de la vida profana, en los lugares y condiciones donde la
Iglesia no puede ser sal de la tierra si no es a través de
ellos (Lumen gentium 13, 30, 31).
En los primeros años posteriores al Concilio
Karl Rahner y otros solían hablar de «invierno» en la Iglesia; en realidad,
parecía que, después de la gran floración del Concilio, hubiese penetrado
hielo en lugar de primavera, fatiga en lugar de nuevo dinamismo -escribió el
entonces cardenal Ratzinger- pero he aquí, que el Espíritu Santo por así
decirlo, había pedido de nuevo la palabra (Los Movimientos eclesiales y
su colocación teológica).
En efecto, mientras que por una parte, se daba el fenómeno del derrumbe
del asociacionismo seglar clásico y oficial, particularmente de la
Acción Católica y sus diversas ramas, y las Congregaciones Marianas, entre
otras, no obstante el tiempo en el que las doctrinas de la Iglesia estaban
siendo atacadas, y en el que tenían lugar serias defecciones, algunos
movimientos como la Legión de María llamada la revolucionaria conciliar,
por acentuar el deber y el derecho de los bautizados en la obra
evangelizadora de la Iglesia, y su incondicional lealtad a la Jerarquía
eclesiástica, si bien tuvo algunas bajas en países como Holanda, Francia,
Chile y Bolivia, en la mayor parte del mundo no sólo se mantuvo estable sino
que experimentó una expansión lenta pero sólida, apoyada fuertemente por
Pablo VI.
No estuvo esa asociación eclesial, exenta de tensiones y determinaciones no
siempre medidas. Una de las más duras fue la controversia que mantuvo con el
P. Flaviano Amatulli Valente, entonces Director Espiritual de la Legión de
María en México. Posteriormente de su salida de esa asociación, en
1978, fundó los Apóstoles de la Palabra, para la promoción y
defensa de la Fe. El Fundador de la Legión de María se quejaba de que se
admite a la Legión y luego se la estropea. Dicha asociación considera al
sacerdote el Cristo local, el vicario de Cristo,
y luego, son los mismos sacerdotes quienes se oponen a los métodos y
fines o no la acompañan.
Paralelamente se daba una nueva floración eclesial originada por
situaciones nuevas, la irrupción de movimientos eclesiales y nuevas
comunidades dotados de fuerte dinamismo misionero (Redemptoris
Missio, 72), y, junto al surgimiento de nuevas asociaciones eclesiales,
crecían también, y se afirmaban las llamadas Comunidades eclesiales de base
(previamente Comunidades de base cristiana) y el entonces
denominado Movimiento de católicos pentecostales.
No obstante el auge de las Comunidades de base cristiana en los 1960 y 1970,
Joseph Comblin, conocido promotor de éstas y de la teología de la
liberación con sus derivaciones como la teología india y teología
negra, afirmaba:
El laicado latinoamericano está en silencio, hace años que su voz ha ido
bajando, hasta hacerse casi imperceptible. Son muchos los laicos que
colaboran en la Iglesia. En parroquias o comunidades de base, los laicos
activos son acaso más numerosos que hace unos diez años. Pero su voz no se
deja oír. Son trabajadores eficientes y callados” (La voz de los laicos
en la Iglesia, 1980),
se refería a la dictadura del Papa y a la intimidación
de los obispos del Opus Dei.
Precisamente en esa década de los 1980, las Comunidades eclesiales de base
en América Latina y comunidades similares en los otros
continentes, se habían ideologizado superlativamente, desde una postura
izquierdista hasta más allá, y la realidad era, que el avasallamiento de
esas comunidades en las parroquias era tal, que asfixiaba a
las asociaciones eclesiales ya existentes señalándolas comolefebvristas,
pietistas, tradicionalistas, hasta estrangular justamente su
adherencia eclesial, y consecuentemente evitando el establecimiento de
nuevas realidades eclesiales.
Respecto a la irrupción del pentecostalismo en el laicado
católico, muchos creyeron ver en esa correría una contención a la
constante salida de vastos sectores católicos a las sectas, empero, los
intentos de dirigir el impulso pentecostal hacia el catolicismo, no sólo
no frenó la salida de fieles a los nuevos movimientos religiosos, sino que
debilitó y trastocó entre otros aspectos, la piedad mariana y la forma de la
participación de los fieles en la Santísima Eucaristía, y, evidentemente la
carencia de una religiosa sumisión a la autoridad eclesiástica.
Para regular y encauzar ese efervescente interés, entusiasmo
desordenado en la aguda indigestión eclesial, a fin de transformarlo
en una fuerza motriz, el cardenal belga Suenens jugó un papel
decisivo en la acogida de la Renovación carismática en la Santa Sede.
Así en medio de todo ese incendio pentecostal postconciliar, es un
hecho que múltiples grupos pentecostales católicos apostataron de la
Fe Católica y salieron a fortalecer comunidades pentecostales protestantes.
El empuje de las Comunidades eclesiales de base, -muchas veces
asumidas por los obispos como opciones de sus jurisdicciones
eclesiásticas, derivó en la conformación de cuadros ideologizados anti
eclesiales.
Los llamados criterios de eclesialidad precisamente fueron
establecidos en la Christifideles laici (cf.
CL, 30), en orden a evitar
desbordes similares.