La hora de los laicos 14: El laicado y el 'demonio de la
acedia' - Comentario a la luz de la Exhortación Apostólica 'Christifideles
laici'
Germán Mazuelo-Leytón
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No es la uniformidad, sino la pluriformidad la nota característica del ser
de la Iglesia y de su praxis: «hay diversidad de carismas, pero el
Espíritu es el mismo» (1 Cor 12,4), carismas que suscita el
Espíritu Santo siempre en función de las necesidades evangelizadoras de la
Iglesia.
«Lejos de sobreinstitucionalizarse deberá (la Iglesia) permanecer siempre
abierta a las imprevistas, improgramables llamadas del Señor» (Card.
Ratzinger, Los Movimientos eclesiales y su colocación teológica). Cada comunidad, para
todo movimiento» (Papa Francisco).
«Cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos.
El laico reside primariamente en la sede parroquial. Más,
debe ampliar su horizonte hacia muchos millones de hermanos aun no heridos
con el dardo de la persona y de la doctrina de Jesús. La Iglesia primitiva
conoció la gracia de laicos que abandonaban su propia patria para
evangelizar, aunque fuera temporalmente ambientes distantes. Los carismas
laicales no son algo que quedó relegado para los cristianos de la primitiva
Iglesia, como si aquel momento histórico fuese el único en el que los
seglares han podido recibir dones espirituales de cara a los desafíos
pastorales.
Son escasas las parroquias que podrían considerarse como semilleros
evangelizadores de los diversos areópagos que surgen en las realidades de
hoy.
Contrariamente a lo que la Iglesia enseña y pide respecto del apostolado de
los seglares, se ha promovido la idea equivocada de que
«la mejor forma para que el laicado sea activo requiere estudiar términos de
gobierno de la Iglesia; que la Iglesia y sus estructuras son equivalentes a
agencias del gobierno o compañías privadas; que hay que mirar con
desconfianza a la Iglesia y a sus ministros; y que la Iglesia necesita estar
supervisada por reformadores seglares. Si esas actitudes toman cuerpo, harán
que sea muy difícil para la Iglesia salir de esta crisis y progresar sin
comprometer sus enseñanzas o su libertad para ejercer su misión» (Mary Ann
Glendon).
Una mala dirección pastoral fomenta lo que el P. Horacio Bojorge, S.J., dice
que es el«octavo pecado capital»: «el demonio de la acedia».
La acedia (o acidia), es una pereza en el plano espiritual y religioso, y
por lo tanto pereza para el apostolado activo. Este pecado, generalizado
entre los bautizados de hoy, fue llamado por los Padres del desierto «terrible
demonio del mediodía, torpor, modorra y aburrimiento». Santo Tomás
de Aquino la definió como «tristeza del bien espiritual indicando que
su efecto propio es el quitar el gusto de la acción sobrenatural». El
P. Reginald Garrigou-Lagrange O.P., la definió como «cierto disgusto
de las cosas espirituales, que hace que las cumplamos con negligencia, las
abreviemos o las omitamos por fútiles razones. La acidia es el principio de
la tibieza».
La falla está en la dirección de las parroquias y asociaciones. El
papel del sacerdote en el Cuerpo místico es análogo al de la cabeza humana. El
sacerdote es para el cuerpo, no para sí mismo. La inercia evangelizadora
de las parroquias tiene mucho que ver con el enfoque pastoral de los
sacerdotes. Las mismas asociaciones y los movimientos evangelizadores
insertos en las parroquias no llegan a desarrollar el máximo de sus
potenciales apostólicos porque no son conducidos a la evangelización, y en
vez de exigírseles el cumplimiento de su carisma, tantas veces son llevados
a cumplir tareas insignificantes o distintas, con un daño grave para los
mismos, y sobre todo para la misión de la Iglesia.
Otro aspecto: el canon 307 § 2. señala: «Una misma
persona puede pertenecer a varias asociaciones» ciertamente,
pero se da el caso de que hay seglares que parecería que tienen un apetito
desordenado de estar en una y otra organización, y son los primeros en
apuntarse en las obras y asociaciones recién llegadas, evitando de este modo
un sólido crecimiento de los carismas ya presentes en las parroquias y
diócesis. Los sacerdotes y directores espirituales tienen aquí una tarea
extraordinariamente importante, ayudando a los laicos ya insertos en
dichas asociaciones a ser fieles a su propio carisma.
«Mientras más se multiplique la riqueza de los carismas, más están llamados
los obispos a ejercer el discernimiento pastoral para favorecer la necesaria
integración de los movimientos en la vida diocesana, apreciando la riqueza
de su experiencia comunitaria, formativa y misionera. Conviene prestar
especial acogida y valorización a aquellos movimientos eclesiales que han
pasado ya por el reconocimiento y discernimiento de la Santa Sede,
considerados como dones y bienes para la Iglesia universal» (Aparecida, n.
313).
Se plantea el panorama actual:
«La Iglesia tiene que dar hoy un gran paso adelante en su
evangelización; debe entrar en una nueva etapa histórica de su
dinamismo misionero. En un mundo que, con la desaparición de las distancias,
se hace cada vez más pequeño, las comunidades eclesiales deben relacionarse
entre sí, intercambiarse energías y medios, comprometerse a una en la única
y común misión de anunciar y vivir el Evangelio. Las llamadas
Iglesias más jóvenes necesitan la fuerza de las antiguas, mientras que éstas
tienen necesidad del testimonio y de empuje de las más jóvenes, de tal modo
que cada Iglesia se beneficia de las riquezas de las otras Iglesias» (CL,
35).
En este intercambio de mutua comunicación resalta la necesidad y utilidad
del laico.
El apostolado evangelizador es una especial característica, una impronta de
las iglesias vigorosas. Su ausencia es señal de decaimiento. De
ahí que resulta vital que cada uno de sus miembros desarrolle su sentido de
pertenencia al Cuerpo místico.